Pese al dominio británico de los océanos, los alemanes estuvieron cerca de ganar la contienda precisamente en el mar. Pero no sería gracias a su moderna flota de superficie ni a sus intrépidos corsarios, cuyas azarosas aventuras acabamos de conocer, sino a la utilización de un arma de la que, hasta ese momento, no se habían vislumbrado todas las posibilidades: el submarino.
La mayoría de los países en guerra contaban en su Marina con submarinos, pero estos eran empleados únicamente en tareas de vigilancia costera o de protección de puertos. Nadie había pensado en utilizarlos para amenazar las líneas de navegación, puesto que el submarino, por sus limitadas características propias, no estaba capacitado para cumplir con las leyes internacionales que regulaban el bloqueo. Pero los estrategas germanos, empujados por las circunstancias, vieron en el submarino la única herramienta para luchar contra el bloqueo al que su país estaba siendo sometido por los británicos.
Durante los primeros meses, los sumergibles germanos recibieron autorización para atacar solamente a los barcos de guerra.
Esta primera fase fue un éxito; por ejemplo, el 22 de septiembre, un único U-Boot hundió tres cruceros británicos en menos de una hora.
La efectividad del arma submarina animó a los alemanes, el 4 de febrero de 1915, a declarar como zona de guerra las aguas que rodeaban Gran Bretaña. Eso significaba que cualquier embarcación que las cruzase, incluidos los barcos neutrales, podía ser hundida.
Esta decisión afectó especialmente a Estados Unidos, que protestó por esta medida que amenazaba directamente a su comercio.
Sin embargo, esta campaña no proporcionó grandes beneficios para los alemanes. Mientras que el bloqueo aliado impedía el comercio con Alemania, la acción de los U-Boot produjo unos resultados poco satisfactorios; durante la primera semana de campaña solo siete barcos fueron hundidos, mientras que otros 1.370 buques navegaron por aguas británicas sin ser molestados. En los meses siguientes las cifras serían similares, por lo que el aprovisionamiento de las islas británicas no se vería prácticamente afectado. Además, los sumergibles eran continuamente amenazados por las medidas antisubmarinas, que incluían redes, barcos mercantes armados, hidrófonos para localizar el ruido de los motores y cargas de profundidad para destruirlos bajo el agua.
Los submarinos alemanes (en la imagen el U-9) amenazaban el tráfico que se dirigía a las islas británicas, poniendo en peligro el abastecimiento de alimentos para la población.
La peor consecuencia para los alemanes fue la animadversión que cosecharon entre los países neutrales. Nada más comenzar la campaña, un vapor noruego que transportaba petróleo de Nueva Orleans a Amsterdam fue torpedeado y hundido en el Canal de la Mancha, lo que provocó protestas generalizadas.
El gran estallido de indignación llegaría con el hundimiento del transatlántico británico Lusitania, que cubría la ruta de Nueva York a Liverpool. Aunque el consulado germano había publicado un anuncio en la prensa neoyorquina advirtiendo a los pasajeros del Lusitania del riesgo que corrían, el barco se hizo a la mar con normalidad. Pero el 7 de mayo de 1915, un submarino alemán lo torpedeó, explotando las 173 toneladas de munición que el buque transportaba de contrabando en sus bodegas. La muerte de 1.198 personas, de las que 128 eran ciudadanos estadounidenses, levantó una ola de cólera popular, lo que a punto estuvo de desembocar en una declaración de guerra. Pero el gobierno norteamericano mantuvo su política de neutralidad y se limitó a enviar varias notas de protesta a Alemania.
A pesar de este riesgo, los alemanes persistieron en su campaña, hundiendo el Arabic y el Hesperia, ambos con pasajeros norteamericanos a bordo. Tras sendas quejas formales de Washington, los alemanes permitieron a partir de entonces a los pasajeros ponerse a salvo antes de hundir los transatlánticos. El 18 de septiembre de 1915, los políticos civiles alemanes se impusieron sobre el alto mando naval —partidario de una guerra submarina «sin restricciones»— y se decidió finalmente suspender la campaña submarina en el Canal de la Mancha y al oeste de las islas británicas, por miedo de provocar aún más a Estados Unidos.
No obstante, en febrero de 1916, los militares germanos, encabezados por el almirante Scheer y el general Falkenhayn, lograron imponer su criterio y se dio permiso a los U-Boot para hundir sin aviso cualquier barco, excepto los navíos de pasajeros. Pero los informes de los diplomáticos alemanes acerca de la opinión en Estados Unidos favorable a la entrada en la guerra hicieron que la campaña submarina volviera a ser severamente restringida.
La pugna entre los partidarios y los detractores de la guerra submarina sin restricciones continuaría sin tregua. La asfixia provocada por el bloqueo británico, que amenazaba con poner de rodillas a Alemania, favoreció las posiciones más duras. El 1 de febrero de 1917 se hizo saber públicamente que los submarinos germanos podrían actuar sin cortapisas, asumiendo así el riesgo de que Estados Unidos entrase en guerra. Con esta decisión, Alemania se jugaba el todo por el todo.
La declaración de guerra norteamericana de abril de 1917 acabó de derribar cualquier reserva en el uso indiscriminado del arma submarina. Como consecuencia, los U-Boot, que habían hundido 181 barcos en enero, 259 en febrero y 325 en marzo, pasaron a hundir 430 en abril. Los espectaculares resultados de ese último mes (875.023 toneladas, la cifra más alta lograda por los submarinos germanos en las dos guerras mundiales) mostraron a Alemania el camino de la victoria. Los expertos alemanes habían calculado que una cifra mensual de 600.000 toneladas hundidas forzaría a los Aliados a pedir la paz en cinco meses; en abril de 1917, como hemos visto, esa cifra se había superado en más de 275.000 toneladas, por lo que la derrota aliada se encontraba aún más próxima.
Por su parte, los británicos eran conscientes de que no podrían soportar ese ritmo de hundimientos, ya que era imposible construir nuevos barcos mercantes con la suficiente rapidez como para reemplazar los que perdían. Durante ese trágico mes de abril, uno de cada cuatro mercantes que zarpaban de puertos británicos acababa en el fondo del mar.
Los que conocían la realidad de las cifras hundidas por los alemanes eran muy pesimistas sobre la posibilidad de resistir mucho tiempo más. Mientras la prensa británica titulaba engañosamente «La situación continúa mejorando» y la población asistía confiada al desarrollo de la contienda, el gobierno de Londres contemplaba la posibilidad cierta de que el Imperio británico se viese obligado a capitular en un plazo de cuatro o cinco meses, confirmando así los cálculos de los alemanes. Pero este plazo parecía incluso demasiado optimista; en ese momento, los víveres para la población solo garantizaban el aprovisionamiento para seis semanas o dos meses a lo sumo. Era difícil imaginar que la guerra pudiera seguir sosteniéndose si los ciudadanos británicos comenzaban a morir de hambre. Aun así, los más optimistas creían posible alargar la agonía hasta principios de noviembre de 1917, pero no más allá.
Un Barco Q, con los que los británicos luchaban contra la amenaza submarina. Camuflados como mercantes, se convertían en barcos de guerra en un instante, tomando por sorpresa a los U-Boot.