LA EXTENSIÓN DE LA GUERRA NAVAL

Pero el duelo entre ambas marinas de guerra no se limitaba al mar del Norte. Hemos visto que la flota alemana de superficie tenía escasas posibilidades de imponer su ley en las fuertemente controladas aguas europeas, pero lejos de este escenario, en el vasto océano Pacífico, los barcos alemanes podían moverse a sus anchas.

En 1914, con el vicealmirante Maximilian von Spee al frente, la Escuadra del este de Asia había cruzado el Pacífico rumbo a Sudamérica, con el fin de amenazar las rutas de aprovisionamiento de materias primas que se dirigían a Gran Bretaña.

El 1 de noviembre de ese año, en la batalla de Coronel —el nombre del puerto chileno más próximo—, Von Spee infligió una espectacular derrota a las fuerzas británicas, que habían partido desde el Atlántico para cazarlo. Ayudado por la luz de la luna, que silueteaba los barcos británicos, Spee logró hundir dos cruceros y forzó al resto a emprender una fuga muy poco honorable para el orgullo de la Royal Navy. Más de 1.600 marineros ingleses perdieron la vida mientras los alemanes solo tuvieron que lamentar dos heridos.

El crucero Scharnhorst, con el almirante Von Spee a bordo, resultó hundido cuando intentaba atacar las islas Malvinas el 8 de diciembre de 1914. En ellas le esperaban dos cruceros ingleses, que pusieron fin de este modo a las correrías de Von Spee por los mares australes.

Envalentonado por el éxito, Von Spee pasó al Atlántico para atacar las islas Malvinas, creyéndolas desprotegidas. Cuando el 8 de diciembre descubrieron que en su base naval se encontraban dos cruceros de batalla —el Invincible y el Inflexible—, que acababan de llegar enviados por el Almirantazgo, ya era tarde para poder escapar. El Scharnhorst, con Von Spee a bordo, fue el primer buque hundido, siguiéndole el Gneisenau, el Nürnberg y el Leipzig. Las aguas del Atlántico se tragaron a Von Spee y su flota, además de 2.200 marineros germanos —incluyendo a sus dos hijos—, finalizando así la aventura iniciada cuatro meses antes en las costas asiáticas. Los británicos pudieron por fin respirar tranquilos.

El buque corsario Emden, varado en la isla de los Cocos. Allí terminaría su recorrido por los mares de Oriente, en donde se convirtió en una pesadilla para los Aliados.

Aunque el potencial de la flota alemana de superficie había sido conjurado, la amenaza sobre las rutas aliadas continuaría aún durante algún tiempo. Los meritorios esfuerzos de la marina alemana para desafiar el poderío naval británico darían lugar a un fenómeno propio de una época ya pasada; la aparición de los corsarios. Bajo la apariencia de un mercante, se escondía un auténtico barco de guerra, que se despojaba de su disfraz cuando lograba aproximarse a algún confiado buque enemigo o neutral. Después de poner a salvo a su tripulación, el corso lo hundía y de nuevo se lanzaba a la búsqueda de otra presa.

En el océano Índico, el crucero ligero Emden sería el encargado en solitario de perjudicar de este modo tan heterodoxo los intereses del Imperio británico, tal y como cuatro siglos antes había hecho Francis Drake con el Imperio español. El comandante del Emden, Karl Von Müller, de cuarenta años, haciendo gala de una gran audacia, logró paralizar el comercio en esta región, hundiendo mercantes en la bahía de Bengala y en Ceilán, y llegando incluso a bombardear Madrás. Aunque en el ataque a esa ciudad causó algunas bajas civiles, su comportamiento siempre fue ejemplar, lo que le hizo ganarse el respeto y la admiración de sus enemigos.

No hay duda de que el episodio más curioso de los protagonizados por el Emden fue el ocurrido en la remota isla de Diego García a finales de septiembre. En esta colonia inglesa no se conocía aún la noticia del estallido de la guerra —solo llegaba un barco correo al año—, por lo que sus confiados habitantes les ofrecieron toda su hospitalidad cuando recalaron en su puerto. El astuto Von Müller, naturalmente, no les sacó de su ignorancia; fue avituallado por los desinformados ingleses y zarpó poco antes de que llegase puntualmente el barco anual con la noticia de la declaración de guerra.

El Emden continuó atacando mercantes, hundiendo también un buque de guerra ruso y otro francés. Siguió operando por el Índico, elevando el total de barcos hundidos a dieciséis, hasta que el 9 de noviembre se dirigió a las Islas Cocos para destruir su estación de radio y la central de unión de los cables submarinos de Australia. Un destacamento saltó a tierra para llevar a cabo la misión, pero los servidores de la estación tuvieron tiempo de enviar un mensaje de socorro al crucero australiano Sidney, que navegaba por los alrededores. Al llegar este, mantuvo un intenso duelo artillero con el corsario germano.

El Sidney, mucho mejor armado, sometió al Emden a un duro castigo, hasta que Von Müller decidió embarrancarlo en un arrecife de coral y rendirse. Pasó el resto de la guerra en un campo de prisioneros, volviendo a Alemania como un héroe en 1923. En cuanto a los hombres que bajaron a tierra, lograron apoderarse de una goleta y emprendieron un largo y épico viaje que les llevó por el sur de Asia y Arabia, consiguiendo regresar a Alemania.

Pero no solo los barcos de guerra se dedicaron a la vida corsaria; también un velero convenientemente artillado podía ser un enemigo muy peligroso, tal como lo atestigua la extraordinaria aventura del Seeadler. Sirva el relato de su increíble epopeya como una nueva muestra de aquellos episodios que, pese a transcurrir en medio de una guerra tan atroz, estuvieron cargados de aventuras, amistad, audacia y caballerosidad.