LA BATALLA DE JUTLANDIA

Si a los británicos no les interesaba entablar una batalla naval decisiva, a los alemanes les atraía aún menos esta posibilidad.

Debido a su manifiesta inferioridad, salir a alta mar a buscar a la flota enemiga era poco menos que un suicidio. Por tanto, haciendo de la necesidad virtud, los alemanes dejaron a sus barcos en puerto para que pendiesen como una amenaza constante sobre el mar del Norte o, sobre todo, el Canal de la Mancha. Por su parte, la Royal Navy debía permanecer en todo momento vigilante, para impedir que los buques germanos salieran de sus fondeaderos.

Aunque ese tenso marcaje mutuo fue la tónica habitual durante todo el conflicto, se produjeron algunos encuentros entre ambas armadas. El primero sucedió el 28 de agosto de 1914, cuando una fuerza británica bajo el mando del Almirante Sir David Beatty, habiendo penetrado en aguas territoriales alemanas, hundió o dañó varios cruceros ligeros alemanes.

Por su parte, el almirante Franz von Hipper consiguió el 15 de diciembre llegar con varios cruceros a las costas británicas, bombardeando las ciudades costeras de Scarborough y Hartlepool, y regresando a su base a salvo. Esta acción indiscriminada contra la población civil llevó a los ingleses a denominar a Hipper y sus hombres «los asesinos de niños».

Pero la segunda correría de Hipper, en enero de 1915, no resultaría tan exitosa, puesto que sus barcos fueron interceptados. En la resultante batalla de los bancos de Dogger, el crucero alemán Blücher fue hundido, y otros dos cruceros dañados antes de que los alemanes pudieran escapar. Lo que los alemanes desconocían en ese momento era que los ingleses jugaban con ventaja. Los rusos habían rescatado de un buque germano naufragado el código secreto empleado en las comunicaciones navales alemanas. Gracias al hallazgo ruso, los británicos habían podido acudir al encuentro de la flota de Hipper, un hecho que se repetiría de entonces en adelante.

Pero el gran encuentro entre ambas escuadras no se daría hasta el verano de 1916. El almirante Reinhard Scheer, comandante en jefe de la Flota Alemana de Alta Mar desde enero de ese año, renunció a la estrategia empleada hasta ese momento y planeó un encuentro en mar abierto con una parte separada de la flota británica, para poder tener una oportunidad de vencer, aprovechando esa momentánea superioridad numérica. El plan de Scheer consistía en atraer hacia una trampa al escuadrón de cruceros de batalla del almirante Beatty y acabar con él antes de que llegaran los refuerzos desde la base naval de Scapa Flow, en las islas Orcadas, próximas a Escocia.

El cebo sería una reducida flota al mando de Hipper, que navegaría rumbo a Noruega. El propio Scheer le seguiría con el resto de la escuadra a cierta distancia para caer sobre los barcos ingleses cuando estos acudiesen al encuentro de Hipper. Pero las señales de radio empleadas por los alemanes fueron interceptadas y descodificadas por los británicos. La totalidad de la Gran Flota británica, al mando de Jellicoe, se puso entonces en camino desde Scapa Flow, dispuesta a dar una sorpresa a los alemanes.

Durante la madrugada del 31 de mayo, los primeros cruceros británicos avistaron al grupo de Hipper. En una hora, las dos líneas estaban preparadas para el choque. Daba comienzo así la primera fase de la que se conocería como batalla de Jutlandia, que tomaba el nombre de la cercana península danesa, aunque los alemanes la denominarían batalla de Skagerrak, por el nombre del estrecho que separa esta península de las costas noruegas.

Durante los cincuenta primeros minutos de esta primera parte de la batalla, los barcos británicos más adelantados sufrieron lo indecible bajo la artillería germana, pero la llegada del resto de la flota de Beatty equilibró el choque. El plan británico consistía en navegar a partir de ese momento rumbo al norte, para atraer consigo a los alemanes hacia la Gran Flota.

Con los alemanes avanzando hacia el norte a toda máquina casi en paralelo con la flota de Beatty, Jellicoe preparó la gran trampa.

Mientras los barcos del káiser avanzaban en fila india, el almirante inglés les esperaba con sus unidades desplegándose a lo ancho. Esa maniobra se llama «cruzar la T», en la que el trazo vertical correspondía a los alemanes y el horizontal a la Royal Navy. Esa misma tarde, el cazador iba a ser cazado.

La sorpresa para los alemanes fue mayúscula cuando avistaron a la flota británica cubriendo prácticamente la línea del horizonte.

Comenzaron las andanadas procedentes de los barcos británicos, pero los alemanes no se descompusieron. Con gran sangre fría, devolvieron el fuego con precisión, logrando alcanzar algunos blancos. Pero la situación de los buques germanos era indefendible, por lo que Scheer ordenó a las seis y media de esa tarde la única maniobra posible, poner proa hacia el sur dando un giro de 180 grados en dirección este. Para ello, los buques alemanes lanzaron una cortina de humo que desorientó a los ingleses.

Sin embargo, por razones nunca suficientemente explicadas, a los veinte minutos de iniciarse ese movimiento, Scheer cambió de parecer y decidió nuevamente dar la vuelta, pero en dirección oeste.

Los barcos ingleses resultaron beneficiados de esta decisión puesto que, sin buscarlo, se encontraron ahora cortando la retirada alemana.

Tras estas confusas maniobras, Scheer había quedado en peor situación que al principio. La única solución para los alemanes era una carga en masa para atravesar la línea británica.

Ese fue el momento decisivo de la batalla de Jutlandia. Los cruceros de batalla y los destructores alemanes avanzaron a toda máquina, dejando rezagados a los acorazados. La baza ganadora de Jellicoe hubiera sido dejar pasar a los buques de cabeza para aniquilar después tranquilamente a los acorazados, que se habían desorganizado durante las maniobras. Pero Jellicoe, asustado por la furiosa embestida alemana, no apostó por esa táctica que le hubiera dado la victoria; prefirió girar en redondo y poner agua de por medio con la flota germana para evitar el choque. Durante el resto de su vida, Jellicoe tuvo que escuchar las recriminaciones sobre las discutibles decisiones que tomó durante una jornada que, según sus detractores, pudo haberse convertido en el Trafalgar del siglo XX de no ser por la incompetencia mostrada por el almirante.

A lo largo de la noche, Jellicoe intentó disponer de una segunda oportunidad buscando la línea de retirada alemana para atacar a los rezagados, pero ya no le fue posible localizar a la escuadra enemiga.

Sobre las tres de la madrugada del 1 de junio, los buques del káiser ya se encontraban fuera del alcance de sus perseguidores. Milagrosamente, habían conseguido escapar de la trampa británica.

El debate sobre el auténtico vencedor en Jutlandia ha llenado miles de páginas y no parece que tenga visos de quedar agotado. La realidad es que, con los fríos números en la mano, el balance final del choque resultó favorable a los alemanes. La Royal Navy perdió tres cruceros de batalla, tres cruceros, ocho destructores y 6.274 hombres. Por su parte, los alemanes perdieron un acorazado, un crucero de batalla, cuatro cruceros ligeros, cinco destructores y 2.545 hombres.

Sin embargo, el resultado estratégico de la batalla de Jutlandia benefició sin duda a Gran Bretaña, puesto que, pese a las pérdidas, su superioridad numérica no se vio afectada. La prueba de que, para los alemanes, los resultados del choque no estuvieron a la altura de las expectativas creadas, es que la Flota de Alta Mar, escarmentada por esta pírrica victoria, prefirió no aventurarse fuera de la seguridad de sus fondeaderos, renunciando a salir a mar abierto en todo lo que quedaba de guerra.