SE INSTAURA EL BLOQUEO

Desde el inicio de las hostilidades dio comienzo también una guerra de nervios entre ambos contendientes. Hay que tener presente que, si se pierde una batalla terrestre, suelen surgir posteriormente oportunidades para enderezar la campaña; pero si se pierde un choque naval de envergadura, lo más probable es que la guerra esté irremediablemente perdida.

Este concepto lo tenía muy claro Winston Churchill, que afirmó del almirante jefe de la Gran Flota, John Jellicoe, que él era «el único hombre capaz de perder la guerra en una tarde». Churchill era consciente de que una derrota de la Royal Navy, improbable pero no imposible, dejaría a las islas británicas totalmente desguarnecidas y sus líneas de suministro cortadas, poniendo así la victoria total al alcance del káiser.

Una escuadra de la Royal Navy atravesando el mar del Norte. El dominio de la marina británica era incontestable, hasta que fue retado por la flota del káiser.

Por lo tanto, era necesario apostar por un planteamiento menos arriesgado. Gracias a su número superior de buques de guerra, Gran Bretaña podía cerrar las aguas de acceso a los puertos alemanes, impidiendo las importaciones de ultramar, indispensables para mantener una economía de guerra. Esta acción tenía como objeto debilitar gradualmente a las Potencias Centrales hasta sumirlas en la parálisis en lugar de acabar con ellas con un certero pero arriesgado golpe en la cabeza en el que no podía permitirse errar la puntería; se pretendía estrangularlas de manera lenta pero segura.

Una de las dos rutas de acceso era el Canal de la Mancha; un campo de minas en el paso de Calais, con un estrecho camino libre permanentemente vigilado, fue suficiente para clausurar este camino para los barcos alemanes. La otra ruta, alrededor del norte de Escocia, ofrecía mayores dificultades. Era necesario patrullar un área de medio millón de kilómetros cuadrados, una tarea asignada a un escuadrón de cruceros mercantes armados.

El bloqueo británico se llevó a cabo siguiendo las leyes internacionales, demostrándose enormemente efectivo. Por ejemplo, en 1915 las patrullas británicas detuvieron e inspeccionaron más de tres mil buques. Los alimentos y mercancías dejaron de afluir a los puertos germanos, pero la marina del káiser no iba a asistir con los brazos cruzados a la asfixia de su patria. Como veremos más adelante, la suerte del país entero sería puesta en manos de los submarinos.