EL DOMINIO DEL AIRE

Si los alemanes fueron los primeros en explorar las posibilidades del bombardeo estratégico, también hicieron lo propio con el bombardeo táctico, es decir, la acción en el campo de batalla. En Verdún, los alemanes emplearon a conciencia sus aparatos de reconocimiento, fotografiando cada sector del frente francés antes de atacar. Pero también arrojaron bombas sobre puentes, concentraciones de tropas o baterías enemigas, preludiando en dos décadas los principios de la guerra relámpago.

Dos zepelines alemanes en un hangar. Estos ingenios aéreos causarían el terror en las ciudades inglesas.

Después de Verdún, la importancia de la aviación ya fue incuestionable. Los más escépticos tuvieron que dar su brazo a torcer y reconocer que el control de aire era fundamental. Pétain afirmó en 1917: «La aviación ha adquirido una importancia trascendental; se ha convertido en uno de los factores indispensables del éxito. Se hace necesario dominar el aire».

Aun así, los británicos no concederían al arma aérea la atención que merecía hasta el 1 de abril de 1918, cuando el gobierno de Londres creó la Royal Air Force (RAF), totalmente independiente del ejército y la armada. El efecto de este impulso a la aviación como una fuerza separada y autónoma pudo verse inmediatamente en la respuesta a los avances alemanes en el frente occidental de marzo de 1918, que fueron rechazados gracias a la acción conjunta de las escuadrillas británicas y francesas. La campaña de bombardeos sobre Alemania en la última fase de la guerra también fue fruto de esa independencia de la RAF; entre octubre y noviembre se arrojaron 665 toneladas de explosivos sobre las fábricas germanas, contribuyendo así a minar la moral de una población que ya únicamente ansiaba la paz.

Efectos de un bombardeo realizado por un zepelín alemán sobre la ciudad belga de Amberes.

En solo cuatro años, el desarrollo de la aviación había sido espectacular. En 1914, el total de aviones entre todos los beligerantes no llegaba a 800 aparatos; a lo largo de la guerra se construyeron más de 150.000. Los motores aumentaron su potencia, los fuselajes se hicieron más resistentes. El número de pilotos, mecánicos y demás personal de apoyo estuvo en consonancia con ese desarrollo; la aviación británica pasó de contar con 2.000 personas en 1914 a disponer de cerca de 300.000 en 1918.

Pero lo más remarcable es que esos primeros pasos de la aviación marcaron de forma decisiva la organización posterior del arma aérea, que prácticamente continúa inamovible hasta la actualidad.

La Primera Guerra Mundial colocó al arma aérea en el lugar que merecía, y esta correspondió proporcionando a la historia militar, y al imaginario popular, un elenco de héroes difícilmente igualable.

La aviación tuvo una importancia decisiva para las fuerzas aliadas en la última fase del conflicto, al intervenir directamente sobre el campo de batalla en apoyo de la infantería.

Esos pioneros del aire alcanzaron la inmortalidad en los cielos europeos, pero alguno de ellos, como el Barón Rojo, la consiguió de manera literal. Al menos, eso es así si concedemos credibilidad a una noticia publicada por la prensa británica en abril de 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, en la que se recogían las declaraciones un teniente británico llamado Greyson, que aseguraba haberle visto dos años antes.

El aviador inglés explicaba que, mientras cumplía una misión nocturna rutinaria en cielo francés, en las proximidades de Douvres, vio a lo lejos un avión que dibujaba una extraña silueta. Intentó alcanzarle para identificarlo, pero el enigmático aparato siempre lograba zafarse gracias a su increíble pericia. En un momento en que Greyson se halló lo suficientemente próximo para poder observarlo a la luz de la luna, se quedó petrificado al ver que se trataba de un triplano de color rojo, con la inconfundible Cruz de Hierro en sus alas. En ese momento no tuvo ninguna duda; tenía ante sí el mítico avión del Barón Rojo.

Aunque el cuerpo de Von Richtoffen reposaba desde 1925 en un cementerio de Berlín[15], estaba claro, por el testimonio del teniente inglés, que el legendario piloto no se avenía a permanecer en tierra sin subir de nuevo a su añorada cabalgadura aérea. No sabemos si el inquieto Barón se puso a los mandos de su triplano en más ocasiones, pero lo que es seguro es que su leyenda, y la de los otros miles de pilotos que combatieron en los cielos durante la Gran Guerra, no morirá nunca.