OBSERVADORES AÉREOS

En la guerra, conocer las intenciones del enemigo es tan importante como la capacidad de ataque. Si se sabe con antelación el lugar en donde las tropas contrarias tienen planeado lanzar una ofensiva, es mucho más fácil poder hacerles frente, trasladando tropas desde los sectores que no corren peligro y anticipándose a sus acciones.

Este principio militar tan simple tenía una difícil plasmación en la práctica, puesto que, antes del desarrollo de la aviación, los medios técnicos no permitían efectuar una observación eficaz del frente enemigo. La única posibilidad era emplear globos cautivos; la primera utilización de medios aéreos en la guerra fue durante la batalla de Fleurus (1794), en la que los franceses emplearon el invento de los hermanos Montgolfier para descubrir los movimientos de las tropas austríacas.

Los globos no volverían a ser utilizados para este cometido hasta 1861, en la Guerra de Secesión norteamericana. Las tropas nordistas se valieron de uno en la primera batalla de Bull Run para dirigir los disparos de la artillería. Al año siguiente, los británicos desarrollaron este nuevo elemento, pero su estudio fue abandonado al ser considerado demasiado oneroso. No obstante, más tarde se recuperó el interés por los globos, empleándolos durante la segunda guerra de los bóers (1899-1902). Los norteamericanos también se valdrían de globos cautivos en 1899, durante la guerra de Cuba.

De todos modos, los globos presentaban unas limitaciones evidentes. Sus observadores disfrutaban de un gran radio de visión pero, al estar elevados sobre las propias líneas, no era posible alcanzar con la vista la retaguardia enemiga. La aviación, capaz de adentrarse en los sectores contrarios, podía suplir ampliamente esas carencias, por lo que su concurso sería fundamental para efectuar esa labor de reconocimiento.

Pero las inmensas posibilidades de la aviación no habían sido aún detectadas por los oficiales superiores. En agosto de 1914 había pocos aviones listos para entrar en acción. Gran Bretaña poseía 87 aeroplanos y Francia disponía de 136. Los alemanes, que confiaban más en los zepelines, contaban aún así con 180 aparatos. La función de todos estos aeroplanos se limitaba a observar el campo contrario, y así sucedió en las primeras semanas de la contienda.

Tal y como quedó reflejado en el capítulo correspondiente a la batalla del Marne, uno de los nueve aparatos de reconocimiento con los que contaba el general Gallieni para defender París fue el que descubrió el cambio de dirección del Ejército alemán. Aunque anteriormente unos aeroplanos británicos habían avisado al general French del movimiento de las tropas alemanas antes de la batalla de Mons, la aportación de aquel aparato francés demostró que la aviación podía ser absolutamente decisiva en el desarrollo de las operaciones militares.