UN COMBATE NULO

Durante el mes de septiembre de 1916 se sucedieron las buenas noticias para la Entente, con la toma de varios enclaves importantes como la antes mencionada granja de Mouquet. Su conquista hizo posible amenazar la fortaleza de Thiepval, que fue tomada en un solo día.

Pero los siguientes movimientos, iniciados el 1 de octubre y destinados a apoderarse de Le Transloy y de los altos de Ancre, degeneraron en nuevas y frustrantes batallas de desgaste como las que se habían sucedido durante el verano. La llegada de las lluvias otoñales convirtió los campos en barrizales y dificultó aún más los avances, que quedaron prácticamente detenidos.

Una columna de soldados británicos, en una bella imagen tomada a contraluz durante la ofensiva del Somme. La plasticidad de esta instantánea no refleja la tragedia sufrida por los Aliados durante esta campaña.

A mediados de noviembre, los británicos realizaron el último esfuerzo para romper el frente antes de la llegada del invierno. Su ataque a lo largo del río Ancre se saldó con algún éxito puntual, lo que animó a Haig a lanzar el 18 de noviembre de 1916 una última ofensiva sobre la población de Grandcourt. Aunque, en una valiente acción, una División escocesa logró tomar un importante complejo defensivo germano, los aliados acabarían desistiendo en su intento de tomar Grandcourt, después de tres días de fieros combates. De este modo se ponía fin a la lucha en el sector del río Ancre y, por extensión, en todo el frente del Somme.

El epílogo a la batalla del Somme se produjo el 24 de febrero de 1917, cuando el Ejército alemán se retiró hacia la Línea Hindenburg para acortar la línea de frente que hasta entonces ocupaba, favoreciendo así su defensa en caso de que los aliados retomaran la ofensiva con la llegada de la primavera. Curiosamente, el terreno obtenido por los aliados de este modo, sin efectuar ni un solo disparo, fue mucho mayor que el conseguido durante toda la batalla a un precio exorbitante.

La batalla del Somme había terminado sin que fuera fácil decir qué bando había vencido. Al igual que en Verdún, los atacantes habían sido contenidos, pero las batallas de desgaste resultantes habían perjudicado a ambos bandos por igual. El balance final de bajas está sujeto a discusión, pero podría estimarse en unas 600.000 para el bando aliado (400.000 británicas y 200.000 francesas) y en unas 500.000 para los alemanes[12].

Para la Entente, el aspecto más positivo había sido la revelación de Gran Bretaña como una potencia militar terrestre y no solo naval. Ese mérito correspondía al que había sido ministro de la guerra hasta junio de ese año, Lord Horatio Herbert Kitchener, que había sometido al Ejército británico a un ambicioso programa de renovación, instaurando el reclutamiento forzoso tras superar los obstáculos inherentes a esta impopular medida.

La solidez alcanzada por el Ejército británico gracias a la tenacidad de Lord Kitchener sería fundamental al año siguiente para sostener el esfuerzo de guerra aliado mientras en el Ejército francés se extendía la gangrena de los motines y el Ejército ruso se desmoronaba por la situación revolucionaria que vivía el país.

Por su parte, los alemanes vieron cómo caían en el Somme sus mejores hombres, soldados entrenados antes de la guerra en las escuelas militares prusianas y que habían acumulado gran experiencia en los avances sobre Francia de 1914, mientras que los británicos arrojaron a la batalla a reclutas inexpertos, reservando sus mejores hombres para el último empuje que finalmente no se produjo.

En un símil pugilístico, el resultado de la batalla del Somme había sido de combate nulo, con ambos boxeadores fuertemente magullados. Sin embargo, las lesiones sufridas por el contendiente germano habían sido más graves y profundas, algo que en ese momento no se podía detectar a simple vista, pero que se evidenciaría en los duelos posteriores.