1916: EUROPA SE DESANGRA
uando comenzaron a extenderse por Europa las descripciones de lo que ocurría en los campos de batalla del frente occidental, se levantó una ola de horror y consternación.
Las lastimosas condiciones de vida que debían soportar los soldados en las trincheras y los escandalosos partes de bajas que se producían en choques armados por la posesión de una pequeña porción de terreno, para ser perdida poco después, alarmaron a los sectores menos proclives a la continuación de un conflicto que amenazaba con engullir a toda una generación de jóvenes europeos.
Los sectores obreristas de ambos bandos confiaban en que la solidaridad de clase de los trabajadores pondría fin a semejante sangría, pero contemplaron decepcionados cómo, por un lado, la fiebre patriótica y, por otro, el aparato represivo militar —tal como hemos visto en la tregua de Navidad de 1914— mantenían a los soldados alejados de cualquier tentación de abandonar tan absurda lucha.
El símil empleado por los contrarios a continuar la guerra era el de una Europa convertida en una gigantesca máquina de picar carne, aunque no eran conscientes de que en 1916 esta metáfora se convertiría en una descripción literal. En enero de ese año comenzó una batalla, la de Verdún, en la que la brutal acción de la artillería, de una intensidad nunca vista hasta entonces, dejaría sembrado el campo de batalla de una pulpa en la que era difícil distinguir los cadáveres de ambos contendientes, e incluso estos de los restos de caballos, perros o ratas que también habían resultado destrozados por el estallido de los proyectiles.
La línea del frente occidental en 1916, del mar del Norte a Suiza. Permanecería prácticamente inmóvil hasta las ofensivas de 1918.
La batalla de Verdún fue la más larga y costosa de la Primera Guerra Mundial y representa claramente la inutilidad de la muerte de tantos soldados en un enfrentamiento que acabó dejando la línea del frente prácticamente en las mismas posiciones de partida.