UN SISTEMA DEFENSIVO PERFECTO

La guerra de trincheras tomó por sorpresa a los expertos militares, pero un somero vistazo a los antecedentes históricos les hubiera permitido interpretarla adecuadamente, ahorrándose así millones de vidas.

A lo largo de la historia militar siempre han existido las fortificaciones improvisadas, pero su función no había sido mantener una línea de frente, sino establecer o resistir un asedio. La guerra de trincheras como tal aparece al final de la Guerra de Secesión norteamericana (1861-65), en donde ya se emplean defensas de madera puntiagudas y ametralladoras. Curiosamente, en esas mismas fechas, durante unas escaramuzas coloniales en Nueva Zelanda, los maoríes idearon un rudimentario sistema de trincheras para rechazar a los británicos; estos tuvieron que descargar sobre las posiciones de los nativos una proporción de fuego de artillería por metro cuadrado mayor incluso que la que sufrirían posteriormente los alemanes en la batalla del Somme.

Carga a la bayoneta efectuada por tropas francesas en 1914. Este arma provocaba terror en los defensores, aunque luego no era muy útil en la lucha cuerpo a cuerpo dentro de las trincheras.

Como hemos visto, lo que se preveía una corta campaña de movimientos al inicio de la Primera Guerra Mundial, degeneró en una guerra estática. Tras la «carrera hacia el mar» quedó fijada la línea de separación, y ambos bandos se dispusieron a cavar una vasta red de trincheras. Estas no eran rectas, sino que seguían una línea en zig-zag; de este modo se cubrían todos los ángulos de tiro, se evitaban bajas en caso de que una bomba estallase en el interior y también se dificultaba el avance del enemigo en el caso de que consiguiese penetrar en ella.

El resultado fue el nacimiento de un intrincado sistema de trincheras interconectadas, separadas por una tierra de nadie que se extendía entre cien y trescientos metros, aunque hubo algún punto en que se reducía a una treintena de metros. En Gallípoli, las trincheras llegarían a estar a solo diez metros, al alcance de los lanzadores de granadas.

Los frentes verían crecer día a día esa red de trincheras cuya extensión total, según se ha calculado, hubiera podido rodear la circunferencia terrestre por uno de los trópicos. Este dato da idea de la cantidad de trincheras que se cavaron a lo largo de la contienda.

La táctica para tomar las trincheras enemigas permaneció inalterable durante casi toda la guerra. Se lanzaba sobre ellas una lluvia de bombas para que el enemigo retrocediese, abandonando las posiciones más adelantadas. Por su parte, los atacantes iban avanzando amparados por la cortina de fuego que les precedía, y tomaban las trincheras vacías. Pero esta amable teoría se venía abajo una y otra vez ante la dura realidad; los defensores cavaban profundos refugios que les protegían de las bombas y aparecían con sus ametralladoras en cuanto cesaba el fuego.

De todos modos, si se lograba tomar la primera trinchera, normalmente a cambio de numerosas bajas, por delante quedaba una y otra más, alimentadas a su vez por otras trincheras de las que afluían los defensores necesarios, mientras los atacantes iban progresivamente perdiendo efectivos. El resultado no podía ser más frustrante para las animosas tropas que habían tomado la iniciativa, ya que después de cada avance volvían a encontrarse en la misma situación en la que se hallaban al principio. Los supervivientes solían emprender la retirada al comprobar la inutilidad de proseguir con la ofensiva, convertida en un desesperante trabajo de Sísifo.

Los alemanes se mostraron como los auténticos maestros en el arte de la fortificación. En algunos sectores llegaron a construir hasta tres sistemas de trincheras independientes, a veces reforzados con hormigón. Además, los alemanes no tenían ningún reparo en abandonar rápidamente uno de estos sistemas para establecerse en el anterior, encajando así los golpes enemigos y conservando plenamente la capacidad para contraatacar en cuanto se hubiera agotado ese primer impulso. Pero los Aliados también fueron incorporando ingeniosas innovaciones, como dejar al descubierto la parte posterior de las trincheras para que estas no sirviesen de protección en dirección inversa.

En suma, la perfección de estos sistemas defensivos quedó fuera de toda duda, puesto que permaneció invulnerable durante más de tres años, hasta que la irrupción de las novedades tácticas introducidas por los tanques británicos o las tropas de asalto alemanas acabaron con el estancamiento que habían impuesto en el frente occidental.