El año nuevo llegó con la evidencia de que se había planteado un nuevo tipo de guerra. En 1915, el tiempo de las maniobras envolventes ya había pasado y la resolución de la contienda se adivinaba lejana. Por toda Europa se extendió resignadamente una amarga frase: «La guerra será larga».
La Entente contempló cómo los alemanes se hacían fuertes en sus líneas de defensa. Al situar el frente oriental como objetivo principal, Alemania estableció una estrategia conservadora en el oeste, destinada a mantener sus posiciones en Bélgica y Francia a la espera de que la victoria sobre los rusos hiciera posible lanzar de nuevo una gran ofensiva. Así pues, los alemanes mejoraron el sistema de trincheras, protegiéndolas con alambre de espino y reforzando algunas posiciones con hormigón. De este modo, refugiados en sus posiciones defensivas, concedían la iniciativa a los Aliados.
A comienzos de año, los franceses aceptaron el envite. Al constatar que la línea del frente alemán había adquirido forma de media luna, creyeron que, si lograban romper esa línea por los flancos, podrían impulsar un golpe de hoz que desgajaría ese amplio sector.
Así pues, las tropas galas lanzaron un fuerte ataque en el flanco sur, en la región de Champaña, un intento de ruptura que se repetiría en febrero y marzo. Pero las cargas de la infantería se verían atascadas por el barro y las alambradas. Los que superaban esos obstáculos eran segados por las ametralladoras alemanas. La ofensiva, liderada por Joffre, el vencedor del Marne, tuvo que ser detenida.
En mayo y junio de 1915, franceses y británicos lo intentarían en el flanco norte de esa media luna, en Artois, pero finalmente se retirarían tras perder más de 100.000 hombres. Insistiendo en estos mismos escenarios, el 25 de septiembre se desataría una gran ofensiva en forma de tenaza, simultáneamente en Champaña y Artois.
En Champaña, los alemanes pondrían en práctica uno de sus trucos favoritos; se replegaron ante el ataque aliado, pero apoyándose en una segunda línea fortificada, a la que los franceses llegaron agotados, siendo aniquilados por las bien asentadas ametralladoras germanas. En Artois el resultado para los Aliados fue incluso peor, puesto que los atacantes no disponían de artillería pesada para despejar el camino, por lo que fueron barridos con suma facilidad.
Pero las tropas germanas tampoco habían demostrado poseer demasiados recursos para romper el frente. Pese a su estrategia defensiva global, los alemanes intentaron hacerse con áreas determinadas que les podían proporcionar una posición más favorable.
En enero lanzaron con éxito una ofensiva limitada contra Soissons, pero la penetración no pudo continuar y las posiciones conquistadas fueron abandonadas en septiembre. Las tropas del káiser también fracasaron en su intento de tomar Reims, de gran valor simbólico para los franceses.
Todos estos episodios dejaban bien claro que las mejoras técnicas habían sobrepasado ampliamente a la evolución de las tácticas, la mayoría de ellas ancladas en el siglo XIX. Los atacantes resultaban siempre perdedores en su duelo con defensores pertrechados con armas tan efectivas como la ametralladora. El frente occidental se mostró inamovible.
Ya a finales de 1914 se habían estudiado otras posibilidades para ganar la guerra. Los británicos, fieles a su tradición, optaron por plantear un ataque indirecto contra sus enemigos continentales. La idea surgió de la mente de Winston Churchill, entonces primer Lord del Almirantazgo, el cargo equivalente a ministro de Marina. En esos momentos, la Royal Navy se limitaba a ejercer el bloqueo marítimo de Alemania, lo que parecía una misión poco lucida para la que era indiscutiblemente la primera marina de guerra del mundo.
Churchill, haciéndose eco de las peticiones de los jefes navales, creyó que había llegado el momento de acometer empresas de mayor envergadura, que pudieran dar un giro decisivo a la contienda.
Para defender la necesidad de explorar esos nuevos caminos, Churchill preguntó a sus compañeros de gabinete el día de Navidad de 1914: «¿No hay más alternativa que la de enviar a nuestros soldados a roer las alambradas de Flandes?».
El 15 de enero, el Consejo de Guerra aceptó la iniciativa de Churchill. La Royal Navy tendría su oportunidad.