«MINUTO LOCO» EN MONS

El mariscal Joffre, que había enviado a comienzos de agosto dos ejércitos a la frontera belga, la reforzó con parte de las tropas derrotadas en Alsacia y Lorena. Allí se unieron a los 120.000 soldados británicos del mariscal French, llegados el 12 de agosto, dispuestos a hacer frente a los 750.000 soldados alemanes que avanzaban de forma imparable por territorio belga[4].

Curiosamente, muchos de esos soldados británicos llegaron al campo de batalla en autobuses urbanos de Londres; ante la escasez de vehículos de motor para transportar a las tropas una vez llegadas al puerto belga de Ostende, se emplearon autobuses que habían sido embarcados para cumplir con este cometido. Los tommies [5] llegaban al frente en los típicos autobuses londinenses de dos pisos, a los que aún no se les habían retirado los letreros que indicaban su recorrido. Así pues, las líneas de Piccadilly o Trafalgar Square les llevaban directamente a primera línea…

El 23 de agosto, los hombres de káiser chocaron con la línea defensiva aliada en la localidad belga de Mons, que estaba fuertemente defendida por tropas británicas. Los soldados alemanes tuvieron allí oportunidad de probar en sus propias carnes la rápida y devastadora cadencia de fuego de los fusileros ingleses, producto de su larga experiencia en las guerras coloniales.

Gracias al fusil Lee-Enfield de diez cartuchos y un cerrojo de fácil manejo, los ingleses podían poner en práctica lo que se conocía como el crazy minute («minuto loco»), en el que los soldados hacían fuego a la máxima velocidad posible contra un blanco de un metro de diámetro situado a doscientos metros de distancia. El objetivo para cada fusilero era alcanzar el blanco treinta veces, lo que correspondía a un disparo cada dos segundos. Este entrenamiento, repetido hasta la saciedad, era muy útil para rechazar las cargas masivas realizadas por los nativos.

En Mons, los alemanes confundieron el efecto de este demoledor «minuto loco» con el de varias ametralladoras que creían en manos de los británicos. La lluvia de balas provocó numerosas bajas entre las abigarradas líneas germanas. Los soldados ingleses se sorprendían del efecto mortal que causaban sus disparos; ni tan siquiera era necesario apuntar, tan solo dirigir el fuego hacia la masa de alemanes que avanzaba a la carrera hacia ellos.

El choque hizo rememorar otras épocas al comandante británico al mando de ese sector, Horace Smith-Dorrien, un veterano de la guerra contra los zulúes. Él había sido uno de los cinco únicos oficiales que sobrevivieron en 1879 a la masacre de cerca de dos mil soldados ingleses a manos de los zulúes en la batalla de Isandhlwana. Evidentemente, no existía en todo el Ejército británico un comandante más apropiado para explicar a sus hombres cómo rechazar a un enemigo lanzado al ataque.

Tras varios intentos frustrados de asaltar las posiciones británicas, los alemanes optaron por acabar con su resistencia castigándoles con un intenso bombardeo. Smith-Dorrien, al que, tras su intensa experiencia africana, bien poco le impresionaban las demostraciones germanas, mantuvo la calma en todo momento. Gracias a la artillería propia, los ingleses lograron crear un pasillo por el que pudieron emprender una retirada en orden hacia la frontera francesa.

La caballería pesada francesa desfila por un boulevard parisino antes de marchar al frente. Estaban convencidos de que en pocas semanas desfilarían también por Berlín.