El duque de Borgoña, lleno de resentimiento por el trato que el obispo había recibido del pueblo de Lieja (cuya muerte, como ya dijimos, no tuvo lugar hasta unos años después), y sabiendo que las murallas de la ciudad no habían sido aún reparadas, después de haber él mismo abierto brecha en ellas después de la batalla de Saint Tron, avanzó temerariamente para castigarlos. Sus jefes compartían su confianza presuntuosa, pues la guardia avanzada de su ejército, a las órdenes del mariscal de Borgoña y señor D’Hymbercourt, se precipitó por uno de los arrabales, sin esperar al resto del ejército, que, mandado por el propio duque, estaba a unas seis o siete leguas a retaguardia. La noche se aproximaba, y como las tropas borgoñesas no observasen disciplina, se encontraron con un ataque repentino de una banda de ciudadanos, mandada por Juan de Vilde, que, acometiéndolas de frente y por la espalda, introdujo en ellas gran desorden, y mataron más de ochocientos hombres, de los que ciento eran guerreros.
Cuando llegaron Carlos y el rey de Francia se alojaron en dos villas situadas junto a la muralla de la ciudad. En los dos o tres días siguientes se distinguió Luis por la sangre fría con que organizó el asedio y previno la defensa en caso de salidas, mientras el duque de Borgoña, que poseía menos valor, y que mostraba la precipitación y falta de orden, que era su principal característica, parecía estar muy receloso de que el rey le abandonase y se uniese a los habitantes de Lieja.
Permanecieron frente a la ciudad cinco o seis días, y por fin fijaron el 30 de octubre de 1468 para un asalto general. Los ciudadanos, que probablemente tenían noticia de sus intenciones, resolvieron frustrar su propósito, y determinaron anticiparse con una salida desesperada a través de las brechas de las murallas. Colocaron al frente 600 hombres del pequeño territorio de Franchemont, que pertenecía al obispado de Lieja y tenían por la más valiente de sus tropas. Salieron de la ciudad de pronto, y sorprendieron las posiciones del duque de Borgoña, antes de que sus guardias se hubiesen podido poner sus armaduras, que se habían quitado para reposar un poco antes del asalto. El alojamiento del rey de Francia fue también atacado y corrió peligro. Siguió una gran confusión, aumentada incalculablemente por los mutuos celos y sospechas de franceses y borgoñeses. El pueblo de Lieja fue, sin embargo, incapaz de mantener su atrevida salida, una vez que los soldados del rey y del duque comenzaron a reponerse de su sorpresa, y se vieron por fin forzados a retirarse dentro de sus murallas, después de haber estado a punto de sorprender tanto al rey Luis como al duque de Borgoña, los más poderosos príncipes de su época. Al amanecer tuvo lugar el asalto, como se había proyectado, y los ciudadanos, descorazonados y fatigados por la salida nocturna, no hicieron la resistencia que se esperaba. Lieja fue tomada y miserablemente saqueada, sin contemplación de sexo ni de edad, ni de cosas sagradas o profanas. Estos detalles son relatados por Comines en sus Memorias, lib. II, capítulos 11, 12 y 13, y no difieren mucho del relato de los mismos hechos dado en el texto.