No hay duda que durante la interesante escena en Peronne, Felipe des Comines aprendió por vez primera a conocer íntimamente las grandes dotes de espíritu de Luis XI, que le asombraron tanto, que era imposible, al leer sus Memorias, no advertir que quedó cegado por ellas. Desde esta ocasión mostró su parcialidad por Francia. El historiador estuvo en Francia en 1472, y logró caer en gracia a Luis XI. Después le confirieron el señorío de Argenton y otros, título que se le confirió como anticipo de las primeras ediciones de sus obras. No lo obtuvo hasta que estuvo al servicio de Francia. Después de la muerte de Luis, Felipe des Comines resultó sospechoso a los ojos de la hija de Luis, llamada la Dama de Beaujeu, de ser un partidario demasiado celoso de la Casa rival de Orleáns. El historiador estuvo prisionero durante ocho meses en una de las jaulas de hierro que ha descrito tan forzadamente. Fue allí donde lamentó el sino de su vida cortesana.
—Me he aventurado en el gran Océano —dijo, en su aflicción— y las olas me han devorado.
Fue sometido a juicio y desterrado de la corte durante algunos años por el Parlamento de París, habiendo resultado culpable de mantener trato con personas poco afectas. Pasada esta mala racha, fue empleado por Callos VIII en una o dos misiones importantes, para las que se requería talento. Luis XII también le favoreció, aunque no utilizó sus servicios. Murió en su castillo de Argenton en 1509, y fue sentido como uno de los más profundos políticos y, ciertamente, como el mejor historiador de su época. En un poema a su memoria del poeta Ronsard mereció escuchar la preciada alabanza de ser el primero en mostrar el lustre que confieren el valor y la nobleza de sangre combinados con la erudición.