Fue un hecho notable del carácter de estos caminantes, que no poseían ni profesaban, como los judíos, a quienes, por otro lado, se asemejaban mucho en algunos detalles, ninguna religión particular, ni en forma ni en principio. Se conformaban fácilmente con la religión de cualquier país en que se encontrasen, y no la practicaban más de lo que se les exigía. Es cierto que en India no abrazaron ni los dogmas de la religión de Brahma, ni la de Mahoma. De aquí que se los considerase como pertenecientes a las tribus expulsadas de nuts o parias procedentes de la India oriental. Su falta de religión es suplida por una gran dosis de superstición. Los ritos de ellos que han podido ser descubiertos, por ejemplo, el correspondiente al matrimonio, son de un salvajismo extremo, y recuerda más las costumbres de los hotentotes que las de ningún pueblo civilizado. Adoptan varias prácticas, tomadas de la religión del país en que viven. Es, o más bien fue, la costumbre de las tribus, en la frontera de Inglaterra y Escocia, atribuir éxito a los viajes que comenzaban atravesando la iglesia parroquial, y ordinariamente trataban de obtener permiso del sacristán para hacerlo cuando la iglesia estaba vacía, pues la práctica del divino servicio no se consideraba como necesaria para esta superstición. Están, por tanto, desprovistos totalmente de sentimiento religioso, y a la clase más escogida o instruida no se le puede atribuir el reconocimiento de ninguna deidad, salvo la de Epicuro, y como tal es descrita la fe, o no fe, de Hayraddin Maugrabin.
Debo hacer aquí la observación de que nada es más desagradable para esta gente indolente y voluptuosa que el verse obligados a seguir una profesión regular. Cuando París fue ocupado por las tropas aliadas en 1815, el autor paseaba con un oficial británico, en cierta ocasión, cerca de un puesto a cargo de tropas prusianas. Ocurrió que iba fumando un cigarro, y se disponía, al pasar junto al centinela, a sacárselo de la boca, para cumplimentar una disposición general sobre el asunto, cuando, con gran asombro de los presentes, el soldado se le dirigió con estas palabras: Rauchen sic immerfort; verdamt sey der Preussiche dieust!; esto es: «Siga fumando; ¡qué sea maldito el servicio prusiano!». Fijándose más en el hombre, parecía ser un zigeuner o gitano, que adoptaba este procedimiento para expresar su aborrecimiento del deber que se le había impuesto. Si se considera el riesgo que había corrido al obrar así, se encontrará que su acción demostraba un grado profundo de desagrado que podía impulsarle a conducirse tan abruptamente. Si hubiese oído sus palabras un sargento o un cabo, el instrumento de castigo más ligero que hubiesen empleado con él hubiera sido el prugel.