Sara le dio un nuevo abrazo a su padre antes de irse a su dormitorio. El hombre estaba encantado con la actitud de su hija en los últimos días. Ella siempre había sido muy cariñosa, desde niña, y el paso a la juventud nunca había interpuesto ninguna barrera entre ellos. Pero llevaba un par de días en los que se deshacía en besos, abrazos y carantoñas. Tal vez era su forma de disculparse por los tres días anteriores, en los que su comportamiento, arisco y maleducado, opuesto por completo a su forma de ser habitual, había desconcertado a cuantos la habían tratado.

«Cosas de la edad», había dicho la madre de Sara, y el padre lo aceptó de buen grado al comprobar que su hija recuperaba su carácter alegre, inquieto y bondadoso.

Sara había terminado la cena y, tras recoger la mesa junto a sus padres, se despidió de ellos antes de marcharse a su dormitorio. Iba a leer un poco antes de dormir, y tal vez comprobaría si Ray o Alex andaban en el chat.

Al día siguiente de volver del mundo de Crow Álex le había pedido que salieran juntos.

En realidad le había recomendado que leyera Adiós a las armas, o que viera la adaptación protagonizada por Gary Cooper y Helen Hayes («¡Ni se te ocurra la de Rock Hudson!», le advirtió), en la que un soldado se enamora perdidamente de su enfermera. Conociendo a Álex, aquello era toda una declaración indirecta.

Habían aparecido en el bosque, rodeados tan sólo de árboles y arbustos, sin rastro de todos los amigos que los rodeaban segundos antes. Entonces, en lugar de encaminarse a la ciudad, se dirigieron al viejo faro. Les resultó chocante verlo, erigido junto al mar, donde acababan de asistir poco antes a la desaparición del cuartel general de Edward Sydow.

Fueron hasta el borde del precipicio y buscaron una piedra robusta. Ray alcanzó una y se la dio a Álex. Sara estuvo de acuerdo. El chico hizo añicos el prototipo del doctor Rosza que abría una puerta entre las dos dimensiones, y juntos arrojaron al mar hasta la última pieza.

Después permanecieron allí un rato, en silencio, observando el escenario de la mayor aventura de sus vidas.

Álex bajó la mano y rozó la de Sara. La chica lo miró y meneó la cabeza ante aquella entrañable timidez de colegial. Así que fue ella la que le agarró la mano, y a continuación miró a Ray. El chico sonrió y le guiñó un ojo.

Echada en la cama, Sara recordaba aquel último episodio, y se sentía feliz.

Estaba demasiado cansada para leer. Apagó la luz y puso en marcha el reproductor de mp3. Desde el salón llegaba el murmullo del informativo de televisión que estaban viendo sus padres, aunque no alcanzaba a escucharlo con nitidez.

«Hoy ha sido una jornada ajetreada y singular en el mundo de las finanzas. La adquisición de una importante firma petrolera y de dos empresas farmacéuticas por parte de un emporio empresarial cuyas actividades habían pasado desapercibidas hasta la fecha abre una ventana hacia un futuro económico que podría deparar muchas sorpresas».

Fuera lo que fuera lo que estuviese diciendo el presentador, a Sara le traía sin cuidado. Sólo quería descansar escuchando uno de los discos que le había dejado Álex. Había programado su canción favorita:

What would you think if I sang out of tune

Would you stand up and walk out on me

Lend me your ears and I’ll sing you a song

And I’ll try not to sing out of key

Oh, I get by with a little help from my friends

Mmm I get high with a little help from my friends

Mmm I’m gonna try with a little help from my friends[5].