Todos se reunieron para despedir a los chicos. Habían escogido un rincón en el bosque lo suficientemente apartado como para que ningún conductor inesperado de la carretera comarcal los viese aparecer, pero también próximo a la ciudad para que el paseo de regreso no resultase demasiado largo.
—Voy a echar de menos tu don de palabra —bromeó Zoe, dándole una palmada a Ray en el brazo.
—No creo —respondió él, señalando a Max—, te quedas bien acompañada.
Los dos habían intentado que sus frases sonasen divertidas, pero ninguno de los presentes obvió la carga emotiva que contenían.
—¿Qué tal te encuentras, chaval? —le preguntó Crow a Álex.
—Bien, bastante bien —respondió, y agachó la cabeza a continuación—. Yo quería… quería deciros a todos… que siento si os causé problemas, o si os hice daño a alguno mientras estaba…
—Anda, cállate, Álex —dijo Max.
—¿Bromeas? —añadió Melenas—. Pero si no le harías daño ni a una mosca. ¡Además, cuando uno entra en combate inspirado por el espíritu de William Wallace, no hay enemigo grande!
—¿Eh? —Alex se volvió hacia Ray que no pudo evitar soltar una carcajada al ver su expresión de extrañeza.
—Ya te lo explicaré —le dijo a su amigo.
Max dio un paso al frente y le tendió su mano a Ray.
—Ha sido un placer luchar a vuestro lado —dijo—. Será curioso conocer a vuestros reflejos en este mundo.
—¡Es verdad! —dijo Sara—. Y también nosotros os podríamos buscar al otro lado.
—¡Tened mucho cuidado! —interrumpió el profesor Finley—. Nuestros cuerpos no son más que recipientes. En este mundo y en el otro, una persona es lo que lleva dentro, no su apariencia, de ahí que vuestros reflejos, aun pudiendo tener gustos o actitudes parecidas a las vuestras, no serán nunca vosotros mismos. Si no tenéis esto muy presente podríais llevaros un terrible desengaño. Creo que no deberíais, bajo ninguna excusa, buscar a los reflejos de ninguno de nosotros, sea en uno u otro universo.
Zoe y Ray intercambiaron sus miradas y se apresuraron a desviarlas.
—Crow, quisiera hacerte una pregunta —dijo Sara.
—Dispara, guapa.
La chica se volvió hacia Zoe y ambas menearon la cabeza ante la actitud de machito del líder renegado, que sin embargo les resultaba divertida al saber que se trataba realmente de un tipo entrañable y encantador. Incluso a pesar de sus problemas para respetar los bienes ajenos.
—Durante la reunión en la que decidimos asaltar las instalaciones de Sydow, dijiste que para unirte a nosotros necesitabas dos cosas. Una era disponer del material necesario para el ataque.
—Correcto.
—Pero nunca dijiste la otra.
Crow miró al profesor y dio un paso al frente.
—La otra condición que le impuse a Finley fue que mis hombres y yo nos iríamos con vosotros, os acompañaríamos a vuestro universo. Como dijo mi amigo el elocuente —le guiñó un ojo a Ray—, si nos las hemos apañado en este mundo, en el vuestro seríamos los reyes de los bajos fondos.
—¡Vaya! —exclamó Álex—. Eso sí que sería la leche. Imaginaos mi próxima fiesta de cumpleaños: mi hermana, mis amigos del rol, los de la tienda de cómics, el cinéfilo, la… quiero decir, Sara, y mis nuevos colegas, los más buscados por la policía. —Le lanzó un codazo a Ray—. Tendrán que crear una nueva categoría de frikis para nosotros.
—¡Cállate, Álex! —dijo Sara, parafraseando a Ray.
—Eh, chaval, no te pases un pelo —respondió Pulpo, calzándole una colleja.
—¡Sí, muy gracioso aquí, el amigo de Edward Sydow! —comentó Crow. A continuación se centró en Sara—. En cualquier caso, he cambiado de opinión. He aguantado demasiados años bajo el terror impuesto por ese maníaco como para largarme ahora, cuando este mundo necesitará adaptarse, en muchos sentidos incluso reinventarse. Es un panorama demasiado lucrativo.
El motero esgrimió una sonrisa malévola antes de llevarse el cigarro a la boca. Los renegados que lo rodeaban rompieron a reír, expectantes ante lo que les depararía la nueva era post-Sydow.
—Profesor —intervino Ray—, ¿qué debemos hacer con el dispositivo una vez que volvamos a nuestra realidad? ¿Quiere que lo destruyamos?
—¿Por qué no se viene con nosotros —propuso Álex— y vuelve después de darse una vuelta por allí? De ese modo podrá recabar datos para sus investigaciones y traerse el cacharrito de vuelta. ¿Quién sabe si podrá serle útil para desarrollar nuevas ideas?
El profesor quiso responder tras la primera frase del muchacho, pero al escuchar su planteamiento no pudo evitar reflexionar sobre la cuestión. Miró a su alrededor, los rostros de cuantos se habían congregado allí para despedir a los tres chicos, antes de que volviesen al universo paralelo del que provenían. El cerebro de Finley repasó rápidamente los pros y contras de acompañarlos, y comenzó a excitarse al no ser capaz de tomar una decisión.
—Es cierto que se trata de un gran hallazgo —dijo—, sin duda uno de los más sorprendentes del ser humano. Sin embargo, creo que ese descubrimiento de una existencia paralela conlleva igualmente una responsabilidad para la que no creo que estemos preparados, sea en uno u otro universo. —El profesor meditó un instante más y terminó por negar con la cabeza—. No, no quiero que mi vanidad profesional me cargue una nueva culpa. ¡Debéis destruir ese aparato, chicos, en cuanto lleguéis a vuestra realidad! Destrozadlo con una piedra y arrojad sus piezas al mar, o quemadlas. Que no quede rastro de él. Será lo mejor.
Max y Zoe se apresuraron a rodear con sus brazos al profesor, cada uno a un lado, para detener su abatimiento.
—Bien —dijo Ray—, creo que será mejor no alargar esta despedida o será cada vez más difícil. Muchas gracias a todos.
—Nunca os olvidaremos —dijo Max, y se esforzó por plasmar en su rostro la más dulce de sus sonrisas para Sara, que respondió de igual modo.
—Sois grandes, chavales —dijo Oliver Crow—. Y sabéis bien cómo patear un trasero. Recordadlo bien la próxima vez que tengáis problemas. A partir de ahora no podéis permitir que nadie se ponga gallito con vosotros. Después de todo, sois tres rebeldes de Crow.
Ray sonrió y levantó el pulgar, sintiéndose tan orgulloso como sus dos compañeros de protagonizar aquella última frase.
—¡Próximo viaje interdimensional, con destino el mundo de los moñas, tendrá su salida…!
—¡Cállate, Álex! —le gritaron la mitad de los presentes.
—Vaya —susurró el muchacho, sorprendido por el coro de reprimenda—, quizás me he pasado de gracioso…
Todos se miraron entre sí y comenzaron a reír a carcajadas.