Era lo más parecido a estar en el interior de un volcán en el momento de la erupción. Todo temblaba, reventaba, explotaba alrededor de aquella sala. Ellos no podían ver nada desde el interior, pero lo sentían y escuchaban. El propio despacho se venía abajo haciéndose añicos.
Sin embargo, ninguno de los que seguía en él actuaba con urgencia. Todos los movimientos eran lentos como si la agitación del exterior invirtiese su ritmo dentro del despacho de Edward Sydow.
El ambicioso empresario cerró su mano alrededor del dispositivo de viajes interdimensionales. Suspiró mientras miraba a Ray desandar algunos pasos.
El chico se volvió a continuación hacia Álex, en cuya mirada vacía no alcanzaba a reconocer a su mejor amigo.
—¿Qué le ha hecho? —le gritó a Sydow.
—¡Tengo que poner a salvo mis notas y el nuevo prototipo! —dijo entonces el doctor Rosza, que salió agitado por el acceso a los laboratorios.
—¡Responda, hijo de…!
Ray ahogó su grito, doblegado por la escena. Álex presionaba aún su arma contra la sien de Sara. Más atrás, Zoe, junto a Black, permanecía expectante.
—Es mérito del doctor Rosza, por supuesto —dijo—. Digamos, por resumir, que vuestro amigo Álex es ahora mi amigo Álex. Ya sabéis, los milagros de la ciencia.
Black dio un paso al frente, y se colocó junto a Ray.
—Señor, no debemos demorarnos más. La situación es peligrosa.
Edward Sydow miró a Ray y a Sara y asintió.
—Elimina a estos dos —dijo, y a continuación señaló a Zoe—. Álex, ocúpate de ella. Creo que aún podremos exprimir un poco más su fidelidad.
Como un perro fiel, Black sólo precisaba aquella orden de su jefe para actuar, por eso no dudó a la hora de desenfundar su Magnum Wildey.
Como si se tratase de uno de los potentes disparos de ese arma, una explosión en el pasillo hizo saltar por los aires la puerta principal de doble hoja, y aquello se convirtió en la chispa que necesitaba Zoe para actuar.
Saltó con la elegancia y determinación de una pantera, empleando toda la energía alimentada por la rabia y la angustia acumuladas. A pesar de su envergadura, Black no pudo resistir el envite y ambos cayeron al suelo, perdiendo él la pistola.
Animada por ese movimiento, también Sara decidió aprovechar el desconcierto para asir la mano armada de Álex y doblar su brazo empleando una llave que terminó convirtiendo al chico en presa y a Sara en quien lo tenía controlado.
Sydow y Ray se mantuvieron las miradas unos segundos, mientras un infierno se desataba a su alrededor. El suelo de la sala temblaba y el techo se desmoronaba. Zoe trataba de lanzar golpes certeros a Black y este los recibía sin inmutare y le devolvía a la chica puñetazos terribles.
—Quizás nos veamos en el otro mundo —dijo Sydow antes de dar la vuelta y salir corriendo.
Se dirigía a la parte posterior del despacho, tras el escritorio, hacia un gran cuadro vertical que se elevaba desde el suelo.
Ray corrió tras él. Subió de un salto al gran escritorio y saltó desde este, apoyando un pie en el respaldo del sillón, hasta caer tras Sydow; demasiado tarde para alcanzar sus hombros, pero aún a tiempo de agarrar uno de sus tobillos.
Tal vez en otras circunstancias Zoe se hubiese dado ya por vencida, sin capacidad de aguantar mayor dolor, pero sabía que el único modo de sentirse bien consigo misma tras traicionar a sus amigos era regalarles todo el tiempo posible. Y para ello se había propuesto mantener ocupado a Black cuanto fuera capaz. Así que arañaba, mordía y hacía todo aquello que pudiese despertar la ira del lugarteniente de Sydow, que olvidaba de este modo su verdadero cometido: ayudar a su jefe.
Tendida en el suelo, moribunda, vio que Black se agachaba para recoger su arma. Sólo tenía fuerzas para un golpe, así que debía intentar acertar. Después de todo, por muy frío que fuese, Black era un hombre, y como tal, su entrepierna era su punto flaco.
Cuando él se irguió, ella, sentada en el suelo, le lanzó un puñetazo en el centro de la cremallera con todas las fuerzas que pudo reunir.
Black resopló antes de dejar caer su arma.
Mientras tanto, Sara había perdido la suya tras unos golpes de Álex que la pillaron por sorpresa. La chica nunca imaginó que el muchacho pudiese pelear así. No tenía técnica, pero sí decisión, seguramente acentuada por lo que quisiera que le hubiera hecho el maldito doctor Rosza. Así que se enzarzaron en una lucha cuerpo a cuerpo en la que Sara intentó defenderse, más que atacar, a la espera de que alguien le ayudase a reducir a Álex.
Ray los veía a lo lejos desde su posición, aunque estaba demasiado ocupado para poder hacer algo. Sydow y él estaban tendidos en el suelo, forcejeando el primero por intentar liberarse y convencido el segundo de que no se lo permitiría bajo ningún concepto.
Entonces, ante uno de los golpes desesperados que le asestó, Ray vio desprotegido el pequeño dispositivo en la mano de Sydow, por lo que decidió apostar y jugárselo todo en ese envite. Soltó al hombre pero se lanzó hacia su mano. Sydow, más concentrado en quitarse al chico de encima, no pudo evitar que le robara su preciado artefacto.
Aunque los seis siguieron enzarzados en sus respectivas luchas, la atención de todos se focalizó inconscientemente en la entrada del despacho que había saltado por los aires. Desde ella llegaban, cada vez más próximos, los sonidos de ráfagas de fusiles y ametralladoras, pasos a la carrera e indicaciones a voz en grito.
El primero en atravesar el dintel fue Max, con un subfusil Uzi en las manos con el cañón aún humeante, seguido de varios hombres que se apresuraron a tomar y asegurar la sala.
Sydow apostó entonces por salvar la vida y luchar otro día. Aprovechando la postura de Ray, le asestó un rodillazo a en la barbilla. Pero el golpe, a pesar del dolor, hizo que Ray se aferrase aún con más fuerza a la llave interdimensional. Tras unos forcejeos infructuosos, y ante la proximidad de los otros renegados, Sydow se puso en pie para huir.
Cuando Ray se recuperó, el cuadro vertical de la pared junto a él se estaba cerrando. Era una puerta camuflada contra la que varios de los hombres descargaron sus armas. Pero sólo lograron hacer desaparecer la pintura para dejar al descubierto una hoja de acero.
—¡Hay que volar esa puerta! —le dijo a los hombres.
Al volverse para estudiar la situación, vio a Zoe tendida en el suelo con Max junto a ella, atendiendo sus heridas. Al otro lado estaban Álex y Sara, y ella parecía estar pasándolo mal. Mientras corría hacia ellos cayó en la cuenta de que no veía a Black.
El lugarteniente de Sydow reapareció en la sala a través de uno de las falsos ventanales, haciéndolo añicos como si fuese una piedra lanzada por un niño.
Había intentado darse a la fuga tras noquear a Zoe, después de que esta le asestara su doloroso golpe. Sin embargo, en la huida se había topado con un hombre que hacía demasiado tiempo que había jurado vengarse de Edward H. Sydow y de su esbirro.
Black se incorporaba con dificultad, cayendo de su cuerpo infinidad de restos de los cristales de la ventana y de la pantalla de plasma que hacía las veces de paisaje. No se había erguido del todo cuando Oliver Crow atravesó la puerta junto a ese falso ventanal. Caminaba como si tuviese todo el tiempo del mundo, sacudiéndose las manos y mordisqueando un cigarro.
Al llegar junto a Black, uno de los renegados hizo el amago de sacar su arma, pero Crow le ordenó que se mantuviese al margen.
El primer golpe de Black hizo que las punteras de los pies de Crow se levantaran del suelo. El puñetazo que Crow le devolvió en respuesta envió a Black varios pasos atrás.
No muy lejos de esa pelea, Sara tropezaba y caía, y Álex aprovechó para agarrarla del cuello. Uno de los hombres se acercó a él por la espalda, dispuesto a apretar el gatillo, cuando un grito de Ray lo detuvo. Se colocó ante Álex y agarró sus manos, pero este se resistía a aflojar la tenaza mortal que estaba asfixiando a Sara.
Black seguía propinando golpes muy duros a Crow, pero este se los devolvía aún más fuertes. Eran dos hombres altos y robustos, cuya lucha hubiese estado igualada en otras circunstancias. En este caso, sin embargo, cada golpe de Crow estaba empujado por una ira que llevaba incubándose desde hacía años, y que ahora, por fin, estallaba con todas sus consecuencias.
Ajenos a ambos enfrentamientos, Max ayudaba a Zoe a levantarse. La chica insistía en que estaba bien, y que quería acompañarlo para dar caza a Sydow. Ya en pie, Zoe miró a Max por primera vez no como víctima malherida, sino como vieja amiga dolida por el peso de la delación. Él, por su parte, había tenido que esforzarse para dejarla correr el riesgo de pasar a Sydow informes falsos sobre el ataque, a sabiendas de que se había visto forzada a esa traición.
Se fundieron en un abrazo breve pero intenso.
—Vamos a atrapar a ese hijo de perra —dijo ella.
—Las damas primero, respondió él.
Juntos corrieron al ritmo de Zoe y atravesaron el agujero en la pared, aún humeante, que acababan de provocar los hombres de Crow al emplear más explosivo del necesario para volar la puerta secreta por la que había escapado Sydow.
—¡Amigo! Esto no está bien. ¡Mírame a los ojos! —le gritaba en ese instante Ray a Álex—. Tú no eres así. Sabes que no eres así. Tampoco yo soy así. No pertenecemos a este lugar.
La mirada de Álex permanecía gélida, pero al menos aflojó la presión en el cuello de Sara.
—Tenemos que volver a nuestro mundo, compañero. Esto no es Kansas, ¿recuerdas? —dijo Ray, tratando de retener las lágrimas, y apelando a la pasión cinéfila que tanto le unió siempre a su amigo.
Pero Álex dejó de mirarlo y volvió a apretar. Sara gimió. Ray recogió entonces la pistola del suelo y apuntó directamente a su amigo.
—¡Vamos ya, maldita sea! Mírame y dime que no me recuerdas, que no recuerdas todo lo que hemos hecho juntos. —Ray tomó aire—. Lo recuerdes o no, Álex, tendrás que soltar a Sara o te dispararé. ¡Esto es una maldita locura! —La voz de Ray se entrecortó, y no pudo reprimir las lágrimas al ver el cañón de un arma apuntando a su amigo, un arma que él empuñaba—. Te lo ruego, socio —sollozó—, suéltala.
Álex levantó la cabeza. Miró la pistola, y a su amigo. Sus manos parecían luchar por no apretar más, y uno de sus ojos comenzó a titilar. Ray cerró los suyos y suspiró. Si no se equivocaba había alcanzado el punto que necesitaba. Una duda razonable por parte de su amigo. Bajó el arma y le mantuvo la mirada a Álex, lo suficiente para que este no se percatase del puñetazo que le asestaba con la otra mano.
Ray agitó la mano por el dolor del golpe y se agachó para comprobar el estado de Sara.
—No te preocupes —dijo ella tosiendo—. ¿Crees de verdad que Álex ya está bien?
—No, en absoluto —respondió Ray—, aunque sé que el verdadero Álex sigue ahí dentro. Ya habrá tiempo de sacarlo, a mamporros si hace falta, pero ahora no tenía más tiempo para psicología barata. ¡Hay que salir de aquí!
Ray y Sara se volvieron en ese instante al escuchar un ruido extraño a su espalda. Fue una mezcla de gemido ahogado y de un tronco quebrándose en dos.
En realidad era un poco de ambas cosas.
El último puñetazo que Crow le había propinado a Black había sido demoledor. El impacto le había hecho volver la cabeza con tanta fuerza que le había roto el cuello.
El sicario de Sydow aún permaneció unos segundos en pie, con los ojos en blanco y la boca entreabierta, antes de desplomarse muerto.
—Siempre esperé romperte el alma —le espetó Oliver Crow al cadáver, mientras se limpiaba la sangre de las heridas en la cara—, pero creo que el cuello también me sirve.