El reencuentro entre el profesor Finley y Oliver Crow resultó extraño. Sus palabras, sus gestos y sus miradas estaban marcados por una nostalgia dolorosa. La llegada de Crow y sus hombres a la colonia subterránea tampoco resultó plato de buen gusto para sus habitantes, aunque Finley ya se había encargado de ponerlos sobre aviso, explicando a los hombres disponibles para el combate las líneas básicas de la acción que preveían llevar a cabo.
Max propuso convocar una reunión general, con la presencia de todos los efectivos disponibles, para trazar el plan de ataque, pero tanto Crow como el profesor Finley decidieron que lo más prudente sería concretar la estrategia entre los más capacitados para tal fin e informar después a cada grupo de ataque según lo que necesitara saber para llevar a cabo su labor. De ese modo, explicó Finley, sería más fácil controlar el riesgo de fugas de información, letales más aún en una operación como aquella.
Sara, Ray, Zoe, Max, Finley, Crow, Melenas y Pulpo. Ese fue el personal que se reunió alrededor de la mesa en la sala de tácticas. El profesor ya había preparado un plano de la zona del acantilado en la que se localizaban las instalaciones de Industrias Sydow, con algunas marcas correspondientes a las ubicaciones de los guardias.
—Bien, señores, empecemos —dijo el profesor—. No tenemos mucho tiempo. Creo que es fundamental iniciar el ataque cuanto antes. Cada minuto que pase dará ventaja a Sydow para llevar a cabo cualquier acción que pueda afectar al chico secuestrado o a la propia comunidad de renegados.
Crow se puso en pie y caminó hacia el estrado para compartir con Finley el mando de la reunión.
—Si queréis rescatar con vida a ese chaval no hay demasiadas opciones: alguien tiene que estar dentro cuando se lleve a cabo el ataque. Y ese alguien sois vosotros dos.
Crow señaló a Sara y a Ray con el cigarro mordisqueado.
—Eso será peligroso —dijo Max.
—Tanto como hacerle cosquillas a Pulpo en su brazo sano —respondió Crow—, pero si se os ocurre una idea mejor, soy todo oídos.
Algunos de los presentes se miraron entre ellos, otros se limitaron a bajar la vista.
—Lo suponía —prosiguió Crow, mordiendo de nuevo el cigarro—. Tendremos que hacer la gran apuesta, todo sobre la mesa. Los chavales tendrán que llegar hasta su amigo cuando nosotros ataquemos, y para que Sydow los deje llegar tendrán que ofrecer a cambio lo que él más ansía. —Señaló con el dedo el artefacto del doctor Rosza que Sara había colocado sobre la mesa.
—¿Y qué haremos una vez dentro, cuando comience el jaleo? —preguntó Ray, no muy convencido de aquel plan.
Crow esbozó una sonrisa malévola. Sabía que poca gente querría escuchar lo que iba a decir:
—Os las tendréis que arreglar para manteneros a salvo, vosotros y vuestro amigo, hasta que llegue la caballería.
—No suena complicado —ironizó Ray.
Crow soltó una carcajada.
—¡Me encanta este chico! —gritó.
—Todo eso está muy bien —dijo Max—, pero ¿cómo entraremos allí? Sabemos que aunque en apariencia sólo hay una vigilancia básica, en realidad aquello es prácticamente inexpugnable. Con fuerzas acuarteladas, armamento pesado…
—Tú debes de ser el optimista de esta madriguera, ¿verdad chaval? —dijo Melenas frotándose su calva tatuada—. En peores sitios se han colado los rebeldes de Crow, y de todos hemos salido victoriosos. ¿No es verdad?
—¡Coño! —respondió Pulpo a modo de afirmación.
—Dudo que os hayáis enfrentado a un ejército bien pertrechado y adiestrado —insistió Max, sin ninguna gana de broma—, dirigido por el mayor desalmado que ha pisado esta tierra.
—Mira, habéis sido vosotros los que nos habéis pedido ayuda —dijo Crow—, así que no empecemos ahora con remilgos. Llevaremos a cabo un ataque desde varios flancos, para lo que será necesaria una coordinación exacta. Tú —dijo señalando a Zoe—, no serás de mucha ayuda con ese brazo herido. Permanecerás lejos de la acción y te encargarás de la comunicación.
Mientras escuchaba a Crow, Max bajó la cabeza, avergonzado por su intervención. Al levantarla vio a Zoe particularmente distraída, con la mirada perdida, impregnada de tristeza. Aunque lo que más le sorprendió fue que aceptara sin rechistar el papel que le había asignado Crow. Max estiró la pierna para llamar su atención bajo la mesa. La hizo reaccionar, pero su falsa sonrisa no tranquilizó al muchacho.
—¿Queréis mandar al diablo los planes de Sydow y reventar el corazón de su imperio? —prosiguió Crow—. Pues dos cosas serán fundamentales.
—Adelante —dijo el profesor.
—En primer lugar —dijo Crow, sacando un papel de su cazadora de cuero—, será necesario material delicado. Las armas y los explosivos se dan por supuesto. Pero, Finley, si queremos fuegos artificiales será necesario algo contundente.
El profesor tomó la hoja y la leyó mientras cabeceaba.
—No te preocupes, Oliver —dijo—. Tendrás el material que necesites.
—¿Qué más? —intervino Sara, ansiosa—. Si es verdad que el tiempo es prioritario, no sé por qué lo perdemos de esta forma.
—¡Tranquila, señorita! —dijo Melenas, sentado junto a ella—. No tenga usted tanta prisa por morir.
—Mi otro requisito concierne a la organización del ataque y está pendiente de confirmar…
La puerta de la sala se abrió en ese momento y Gato asomó por ella. Se limitó a mirar a Crow y a asentir con la cabeza. A continuación, desapareció.
—Vaya, qué casualidad —prosiguió Crow—. Mi otro requisito ya no está pendiente de nada. Comentaré los detalles de ese tema con algunos de vosotros cuando concluya esta reunión. Y ahora, vamos a ver ese plan. Poned atención: así atacaremos la fortaleza de Edward Sydow.
‡ ‡ ‡
Los cuatro hombres permanecían en posición de firmes. Ninguno dejaba aflorar señal alguna del temor que les corroía. Después de todo habían fracasado estrepitosamente en una misión de alta prioridad para el gran jefe, una misión, además, para la que habían estado destacados más hombres de los necesarios en circunstancias normales. Era bien conocida la inflexibilidad de Edward Sydow con los fracasos, más aún en sus encargos personales. Por ello, ya en el camino hacia su despacho, donde habían sido convocados, los cuatro hombres fueron alimentando todo tipo de cavilaciones sobre el terrible futuro que podría esperarles al otro lado de aquellas puertas.
Tras informar sobre lo sucedido sin escamotear detalles, los cuatro guardaron silencio. Sydow los observaba impasible sentado en su robusto sillón, haciéndolo girar ligeramente a un lado y a otro. Apretaba los labios y hacía avanzar los morros para poder así acariciar mejor su bigote. Valoraba lo ocurrido y la medida disciplinaria a aplicar.
—Presentaos ante el doctor Rosza, los cuatro —dijo, sin detener su balanceo lateral—. Quiero que os someta a un estudio completo. No quiero hombres con heridas internas ni depresiones ni nada de eso. Hablaré con Black y tendréis un castigo disciplinario.
Los hombres no supieron cómo reaccionar. Los ojos les bailaban mirando la habitación, como si esperasen alguna sorpresa repentina. No tardaron en comenzar a mirarse entre ellos por si alguno se atrevía a hacer el primer movimiento.
—¿A qué estáis esperando? —dijo Sydow, deteniendo su vaivén en el sillón—. ¿Queréis que me enfade de verdad?
—No, señor. Gracias, señor.
—¡Sí, gracias, señor!
Los cuatro retrocedieron de espaldas, inclinándose una y otra vez como si estuviesen ante un rey o un emperador. A Sydow le gustaba que hicieran aquello. Ni siquiera esperó a que cerraran la puerta al salir para echar mano del teléfono.
—¿Rosza? Te mando a cuatro gusanos para tus experimentos. Congélalos, destrípalos, cástralos… Haz con ellos lo que sea que necesites para tus pruebas más delicadas, y no malgastes anestesia. Seguro que les encantará enterarse de todo, ¿comprendido?
Sydow colgó e hizo girar el sillón una vez más para quedar frente a Álex. Estaba sentado en la esquina de un sofá, ante el ventanal, junto a un gran globo terráqueo. Había estado observando toda la escena sin alterar un músculo de su cuerpo.
—Estos eran los inútiles que dejaron escapar a tus amigos. ¿Crees que he sido lo suficientemente duro con ellos?
El chico negó con un leve movimiento de cabeza. Sydow sonrió satisfecho.
Sonó el interfono y la secretaria anunció la llegada de Black. Sydow lo hizo pasar.
—Tus hombres acaban de marcharse —le anunció.
—Los he visto —contestó Black, herido en su orgullo—. Debió dejar que acabara con ellos con mis propias manos.
—Lo que debes hacer es esmerarte más cuando reclutes a nuevo personal. No toleraré más errores, Black.
—Lo siento señor. Pero le traigo buenas noticias. Tenemos información de nuestro topo. Los rebeldes intentarán asaltar esta fortaleza, será en 24, quizás 48 horas.
—¡Se han vuelto locos! —exclamó Sydow poniéndose en pie. Su rostro se había iluminado con una sonrisa radiante. Estaba tan seguro de sus sistemas de seguridad y del potencial de sus tropas, que aquel anuncio no era sino otra forma de decir que en breve aplastarían al grueso de las fuerzas rebeldes en aquella ciudad.
—Hay algo más, señor —anunció Black—. Parece ser que Oliver Crow tomará parte en el asalto.
—¡Crow! —masculló Sydow, llevándose la mano a la cara para acariciarse la cicatriz que le cruzaba la mejilla—. Parece que esto será algo más que una simple exterminación de ratas.
Salió de detrás de la mesa y comenzó a recorrer el vasto despacho, con un brazo cruzado sobre el pecho y el otro codo apoyado encima, mientras seguía tocándose la cicatriz.
—¿Cuándo sabremos algo más? —preguntó.
—Calculo que en cosa de una hora, tal vez menos —respondió Black—. Tendremos el plan completo de ataque antes de que lleguen.
—¡Fabuloso! —respondió Sydow dando una palmada—. Nos divertiremos con ellos. Les haremos sufrir. Les haremos creer que están a punto de vencer, para pisarlos entonces como a asquerosas cucarachas.
—Señor —intervino Black avanzando unos pasos—, dadas las circunstancias, tal vez deberíamos actuar de forma directa y sofocar cualquier intento de…
—La simpleza y la vulgaridad nunca han hecho grande a ningún hombre, querido Black. Si trabajas para mí debes tener siempre eso claro. No, ¡no! Los descorazonaremos, los humillaremos y sólo entonces, los aplastaremos.
Sydow estalló en una sonora carcajada a la que Black y Álex asistieron sin reaccionar en forma alguna. Se acercó al muchacho y este se puso en pie.
—Tus amigos vendrán a por ti y lo sacrificarán todo por intentar rescatarte y aniquilarme. ¿Qué deberíamos hacer?
Álex giró la cabeza para mirar a Sydow a los ojos. En ellos leyó el megalómano empresario la cruel respuesta que esperaba.
—Con el tiempo —le susurró—, creo que serás un preciado colaborador.
—Lo intentaré, señor Sydow.
Una nueva carcajada, profunda y tenebrosa como el fondo de una caverna, volvió a retumbar en la sala.