Pasó otro infructuoso mes. No conseguía que la compuerta se abriera o me explicara qué era lo que contenía. Durante este periodo de tiempo, mi amistad con Susan se volvió íntima. Nuestro primer beso en el montacargas fue registrado por seguridad, lo que significó que en pocas horas toda la base lo supo. No sé lo que me molestó más, si la falta de intimidad o las bromas de Yerri al respecto. Soy un hombre de pensamiento liberal pero en algunos aspectos algo tradicional y que me observaran con Susan a todas horas y en cualquier parte, cohibía bastante mi faceta romántica.
Lara no había vuelto a establecer contacto conmigo y yo no podía hacer nada para intentar comunicarme con ella, sin que Control Central se enterara. Mis conversaciones con Yerri habían echado por tierra todos mis planes de fuga. La única forma que veía para salir de la base era conseguir que la compuerta de carga nos permitiera el acceso. Una mañana, dándole vueltas a esa idea, se me ocurrió la solución.
—Compuerta de acceso, abre el compartimento de carga.
—Suscriba petición de apertura.
—Suscribe Mark Temple.
—Suscriptor no hallado.
—Suscriptor con orden prioritaria, Mark temple, dada por Lara.
—Suscriptor con orden prioritaria no hallada en mis archivos.
—Busca al suscriptor de orden prioritaria Mark Temple en archivos comunes con Lara.
—Suscriptor en comprobación. Pasaron unos segundos que se hicieron eternos antes de que volviera a hablar.
—Suscriptor localizado. Petición en bucle contradictorio.
—Si soy un suscriptor con orden prioritaria, tienes que obedecer mis órdenes. Abre la compuerta.
—Petición aceptada. Protocolo de esterilización en proceso. Apertura en treinta y nueve horas. Tiempo más que suficiente para recibir el informe para el procedimiento a seguir, respecto a seguridad del sistema de alerta.
—No conozco ese informe. Explícame de qué trata.
—Si no lo conoce no puede ser informado.
—¿Y a seguridad de la base le informarías?
—Si conoce el informe no necesita ser informada. Eso no tendría lógica.
—¿Cuál fue el último procedimiento de seguridad que utilizaste?
—Desconozco el procedimiento.
—¿Por qué?
—Los procedimientos de seguridad son competencia de Lara.
—¿Alguna sugerencia?
—Establecer contacto con máximo responsable de la base. Quedan treinta y ocho horas y cincuenta minutos para apertura.
Miré al resto del equipo sonriendo y descolgué el teléfono a la vez que marcaba el número de Simons, aunque ya debían haberle informado los de Control Central.
—Simons, lo hemos conseguido.
——Eres un genio Mark. Ahora coge a tu equipo y salid de ahí.
—¿Que salgamos…?
—Todo el personal no militar debe abandonar ese subnivel.
—Pero…
—Sin peros, Mark. Te quiero en mi despacho de inmediato —dijo secamente colgando el teléfono. Una respuesta así no me la esperaba. Algo ocurría y seguro que no era bueno.
Tardé casi dos horas en llegar al despacho de Simons. Los de seguridad parecía que se hubieran vuelto locos. A mitad de camino, Susan y el resto, fueron conducidos a sus habitaciones a la espera de órdenes. La noticia ya se conocía por toda la base. Todas las personas con las que nos cruzamos nos dieron la enhorabuena. Pero yo no estaba para enhorabuenas, la voz de Simons presagiaba malas noticias. Cuando entré, Simons estaba sentado hablando por teléfono. Casi de inmediato colgó y me muy miró serio.
—Mark, hace mucho tiempo que nos conocemos así que iré al grano. Tu misión ha terminado. Quieren que te vayas de inmediato.
—¿Qué? ¡Maldita sea Simons! ¿Por qué? Merezco ver qué contiene esa nave.
—Si fuera por mí estarías en primera fila. Pero las órdenes que me han dado son tajantes. Todo el equipo de apertura debe salir de las instalaciones de inmediato.
—Entiendo. Una vez hecho el trabajo, a la calle. El esclavo ya no es útil —dije muy cabreado.
—No lo tomes así…
—¡Maldita CIA! Políticos de mierda… —dije entre dientes.
—Mark, tranquilízate.
—Estoy tranquilo. Pero desde ahora te digo que no volváis a contar conmigo para nada.
Simons me miraba tristemente. Si en ese momento hubiera sabido que iba a ser la última vez que le vería, no habría sido tan duro con él. Antes de salir dando un portazo me giré.
—Lo que transporta esa nave puede ser peligroso. De hecho estoy convencido de que lo es, mi instinto me lo dice.
—No hay pruebas fehacientes de eso y tu instinto no vale para Control Central.
—Allá vosotros con vuestra ceguera.
Mientras me dirigía a mi «celda» para recoger mis pocas pertenencias, las palabras de Lara sonaban en mi cabeza «debe salir de la base», «comunicarse conmigo en privado». Mi instinto me decía que debía darme prisa. Cuando llegué, me sorprendió ver que Yerri y la escolta jadeaban. Estaba tan nervioso que no me había dado cuenta que había ido corriendo.
Al día siguiente, me instalé en un pueblecito que creí relativamente cercano a la base, puesto que no estaba muy seguro en qué parte del desierto se encontraba, sólo que estaba al sudeste. A las afueras, cerca de la carretera general, había un pequeño complejo de apartamentos adosados en cadena. En el primero vivía el casero, un hombre gordo y grasiento pero no sé por qué, de apariencia agradable. Por el contrario, su mujer tenía aspecto de bruja, cosa que posteriormente los escasos vecinos me confirmaron.
El apartamento era pequeño, con una habitación, una salita, una cocina y un baño con bañera y, todo, ¡limpio! Estaba decorado con gusto, para ser un apartamento de carretera, y la cama, de matrimonio, era cómoda. Puse sobre ella mi pequeña maleta y desempaqué mis escasas pertenencias. Cuando terminé, caí en la cuenta de que prácticamente no tenía ropa y ya que tenía que comprar varias cosas, decidí aprovechar la salida, pero antes tenía que hablar con Simons. Faltaban menos de seis horas para la apertura. Tras pasar una infinidad de comprobaciones pude hablar con él.
—Hola Simons, soy Mark, como ya te habrán informado las doce personas que han hablado antes conmigo.
—Hola, Mark. ¿Cómo te va? No esperaba volver a hablar contigo tan pronto. No con el cabreo con el que saliste.
—Tan sólo faltan unas horas. ¿Me mantendrás informado?
—Mark, sabes que eso será información confidencial. No te podré contar nada.
—Lo sé, lo sé. Sigo creyendo que no deberíais abrirla todavía. Aún estáis a tiempo de cancelar la cuenta atrás por lo menos, hasta que sepáis qué es lo que contiene.
—Aunque estuviera de acuerdo contigo, aunque quisiera, no podría hacerlo. El General Bart Kalajan ha partido esta mañana, con los dos congresistas para informar al Presidente y por la hora que es, ya lo estarán haciendo. Luego irán al Pentágono y desde allí verán la apertura a través del sistema de seguridad de Control Central.
—Por lo visto lo va a acabar viendo medio país antes que yo.
—Te prometo que voy a hacer todo lo posible para que en cuanto la abramos, me permitan traerte aquí y puedas verlo.
—Ojalá sea posible. Esperaré ansioso tu llamada. Estoy alojado en los apartamentos Sant James, en el número doce.
—¿No has vuelto a casa?
—Demasiado lejos. Quiero estar cerca, por si ocurre algo…
—Tendremos cuidado, no te preocupes. Además los marines están aquí para protegernos.
—No sé qué me da más miedo. Adiós —dije despidiéndome de Simons por última vez. La conversación me había dejado aún más intranquilo. Estaba convencido de que abrir la compuerta era un error, tal vez fatal. Me puse la chaqueta y salí de compras por el pueblo. Al estar a menos de veinte minutos de los apartamentos, fui andando. Lo primero que hice fue alquilar un coche, un Ford familiar, necesitaba bastante espacio para todo lo que quería comprar. El segundo punto en mi lista fue el supermercado, que para mi suerte, estaba al lado del concesionario. En un tiempo récord compré comida para una semana. Al salir me topé con el típico Sheriff gordo, con sombrero tejano, junto a un ayudante con cara de tonto que casi seguro sería su sobrino. Mientras me acercaba a ellos, vi que la comisaría estaba justo enfrente. Hacía tanto calor que la camisa se me había pegado al cuerpo.
—Buenos días o más bien tardes.
—Buenos medio días, Sheriff —bromeé.
—Hace calor, ¿verdad?
—Sofocante —dije, mientras abría el portón trasero de mi Ford y comenzaba a introducir las bolsas de la compra.
—Está alojado en Sant James, ¿verdad?
—Veo que es cierto que las noticias en los pueblos pequeños corren rápido. Bien, tal vez puedan ayudarme.
—Usted dirá —dijo mientras el escuchimizado ayudante se ajustaba el cinto con el revolver. Parecía que se le iba a resbalar de las caderas de un momento a otro.
—¿Tienen una tienda de sistemas informáticos y electrónicos?
—¿Una tienda de qué? —me preguntó el Sheriff perplejo mientras su ayudante ponía cara de tonto, como sino entendiera nada de lo que estábamos hablando.
—De or-de-na-do-res.
—¡Ah! De esos mata-marcianos. Me empezaban a entrar ganas de estrangularles.
—Sí, de ésos. ¿Cuántas tiendas hay? —Se nota que usted es de ciudad.
—Si, tengo que confesarlo. ¿No me irá a decir que no tienen una tienda de ordenadores?
—Claro que tenemos una tienda de ésas. Al fondo de la calle principal, la tienda de Joey. ¿Piensa quedarse mucho tiempo por el pueblo?
—No lo tengo decidido. Por lo menos una semana.
—¿Puedo preguntarle a qué se dedica?… amigo —dijo apoyando la mano sobre el revolver.
—Trabajo para la NASA civil, pero estoy de vacaciones —dije, mientras le mostraba la tarjeta identificativa de mi anterior trabajo.
—¡Vaya! Es la primera vez que tenemos a alguien de su categoría por aquí —dijo el ayudante.
—Espero que algún día tomemos una cerveza en la taberna de Rosi —se apresuró a decir el Sheriff.
Tras prometerle, bajo juramento, que tomaría algo con él antes de irme, me dirigí a la tienda de informática. Era muy pequeña y no tenían demasiadas cosas, pero con un poco de imaginación, conseguiría todo lo que me iba a hacer falta. El dependiente era un hombre flaco y nervioso, que no paraba de subirse las gafas que resbalaban por su aguileña nariz.
—Hola. Necesito algunas cosas.
—Usted dirá.
—Quiero su mejor ordenador con la programación más potente. Y toda la memoria que sea capaz de introducirle.
—Eso no es problema. Mañana…
—Lo quiero ahora —dije interrumpiéndole.
—Pero me llevará varias horas prepararlo.
—Lo sé. Mientras, iré eligiendo el módem, impresora, cableado extra, monitor… Ya sabe, todas esas cosas.
—Con Visa —dije sacando una de mis tarjetas de crédito ante él, cada vez más nervioso, dependiente.
—¿Puedo ver algún documento que acredite que esa tarjeta es suya?
—Claro. Pero para más seguridad puede hablar con el Sheriff. Me conoce —dije mientras le mostraba mi carnet de conducir.
—Si no le importa…
—Llame. No me ofendo.
Tras unos minutos, el Sheriff se presentó en la tienda asegurándole que yo era de fiar y que no hacía ni dos minutos que había confirmado mi identidad con su central del condado. Con eso no contaba. Seguro que ya le habrían pasado un informe al «señor gélido».
Cuando regresé al apartamento, con el coche atiborrado hasta los topes, me esperaba una sorpresa, ¡Susan! Salí del coche con la mejor de mis sonrisas.
—Hola cariño. ¡Qué sorpresa! ¿Qué haces aquí? —le pregunté mientras le abrazaba y besaba.
—¿Ahora tengo que tener motivos para verte?
—No seas tonta. Es que no te esperaba.
—Fue muy interesante tu discurso acerca de que necesitabas unos días para calmarte, que nos veríamos en el Empire State, como en la película… ¿No creerás que me tragué todas esas patrañas?
—Estoy… aclarando mis ideas.
—Bonito coche —dijo mientras se desligaba de mi abrazo.
—Sí, lo he alquilado para…
—Para traer la compra…
—Exactamente.
—… un equipo informático completo… ¿Qué está tramando, señor Mark Temple?
—Ya veo que no tengo escapatoria. Ayúdame a meter todo esto y te lo explicaré con detalle. Tras llenar la despensa nos pusimos a montar el ordenador y sus complementos.
—Por cierto, ¿cómo me has encontrado?
—Una mujer tiene sus métodos para conseguir la información que le interesa.
—Decididamente tendré que estrangular a Simons.
—No seas duro con él. Le he tenido que apretar las tuercas a base de bien para que me diera tu dirección. Estaba segura que le dirías dónde estabas.
—La verdad es que conociéndote compadezco a Simons. Ahora, si no te importa, acabemos de montar todo esto y luego…
—¡Ni se te ocurra pensar que vas a poder librarte de mí! Cuéntame qué es lo que pasa, o mejor déjeme adivinar. Lara, ¿verdad?
—Ya he hecho mi trabajo con la compuerta.
—Te recuerdo que soy doctora en psicología, así que no te hagas el tonto conmigo. Me refiero a Lara, la computadora que dirige la nave.
—No creo que…
—Entre otras cosas, mi misión era observar al equipo y descubrir si se producían diferencias en el comportamiento.
—¿Y?
—Tu manera de actuar el primer día fue distinta. Cuando entré en la sala estabas sonrojado y nervioso. Y no se te ocurra decir que fue por verme.
—No soy tan canalla. Eso que me estás contando ahora, no aparece en tus informes, ¿verdad?
—No. No informé. Decidí darte un margen de confianza. ¿Me lo vas a contar?
Ya que no tenía salida y que era la única persona que podría comprenderme, decidí contarle mi conversación con Lara. Cinco minutos después de terminar mi relato, Susan seguía en silencio. La observé intranquilo hasta que no pude más.
—Susan, ¿qué pasa?
—Creo que has cometido un grave error al no contactar antes con ella.
—¿Cómo? Se podría decir que estábamos prisioneros en Stamp.
—¡Hombres! De mil maneras.
——Dime un par.
—Que estabas enfermo, que no querías seguir porque no estabas de acuerdo con los métodos, recurriendo a mí, que habría sido lo más normal, para que te diera la baja por desequilibrio psicológico o de la forma más sencilla, renunciando alegando motivos personales.
—No creía que fuera necesario manchar mi currículum. Si esa nave ha estado cuatro mil quinientos millones de años enterrada, es de suponer que puede esperar unas semanas más.
—¡Claro! De pronto le urge contactar con un ser humano que ha elegido de entre toda la población del planeta y tú le haces esperar para no estropear tu currículum.
—¿Crees que esperaba que saliera sin abrir la compuerta?
—Creo que sí. Creo que lo de la compuerta no está a su alcance y quería advertirnos.
——No habría sido más lógico…
—¿A quién iba a informar? ¿A los militares? Al más mínimo indicio de peligro la volverían a enterrar.
—¿Crees, al igual que yo, que transporta algo peligroso?
—Ahora sí, sin lugar a dudas.
—¡Maldita sea! Desde que he salido no he pensado en otra cosa. Vamos a darnos prisa en montar el equipo y tratemos de contactar con ella.
Tardamos dos horas en montar y poner en marcha el equipo y dos más en conseguir contactar con Lara, a través de la línea telefónica. Eso, desde mi punto de vista no debía ser normal, ya que si era capaz de ocultarse de Control Central, también podría ocultar una simple línea. Nuestros temores aumentaron cuando miramos la hora y comprobamos que ya había expirado la cuenta atrás. Nos habíamos topado con la mayoría de los accesos fuera de servicio o inoperantes. Cuando conseguí contactar con ella, por uno de los canales de emergencia, mi corazón se aceleró aún más.
—Lara, ¿me oyes?
—Le oigo, señor Temple, pero no le veo. Necesito verle.
—¿Verme?
—Instale al sistema una cámara de vídeo, webcam, creo que la llaman. No habrá comunicación sin información visual.
—Está bien pero no cierres la línea. Tal vez no pueda volver a contactar contigo —le dije alarmado.
—Entiendo. Permanezco a la espera. Salimos de la sala y nos detuvimos en la entrada junto a la puerta de la calle.
—Es aún más lista de lo que esperaba —dijo Susan.
—¿Para qué quiere vernos?
—Para poder observar el entorno y sobre todo, para estudiar nuestras reacciones. No se comunicará sin una cámara.
—Dada la hora que es, la tienda de informática ya habrá cerrado. Hemos de encontrar una como sea.
—Tal vez el propietario de los apartamentos tenga una.
—Es una excelente idea, cariño —dije soltándole un sonoro beso. Salí precipitadamente hacia el apartamento del dueño. Llegué sin resuello y mientras lo recuperaba, llamé un par de veces al roñoso enrejado de la frágil puerta.
—¿Quién es? —se oyó una voz masculina que provenía de detrás de la puerta.
—Soy el inquilino del apartamento número doce.
Tras el característico ruido de cerrojos, apareció el casero con una camiseta vieja y sucia que apenas cubría su enorme barriga. Apestaba a alcohol y lo que llevaba en la mano era una de esas latas de cerveza de casi medio litro.
—¿Qué es lo que ocurre? ¿Hay algo que no funciona en su apartamento? —No, tranquilo. Todo funciona muy bien, lo que pasa es…
—No es posible. ¿Sabe que es el primer cliente que se presenta fuera de horario y no viene a quejarse?
—No. No he venido a quejarme. La confirmación hizo que su fofa cara se convirtiera en una de las más grandes sonrisas que he visto en mi vida.
—En realidad venía a pedirle un favor.
—Si está en mi mano…
—Venía a preguntarle si tiene una webcam, una de esas modernas cámaras para ordenadores, y si podría prestármela, pagando un precio naturalmente.
—Mire por donde me veo obligado a darle dos noticias, una buena y otra mala ¿Cuál quiere primero?
—La buena, necesito una buena.
—Tenemos una cámara de ésas y nuevecita.
—¿Y la mala? —pregunté temiendo que no la tuvieran en casa.
—La mala, es que es de mi mujer que se dejaría arrancar un brazo antes que prestársela a alguien.
—¿Ni por doscientos pavos?
—Veo que habla el idioma internacional. Pase, a ver si entre los dos la convencemos.
Veinte minutos más tarde estaba de regreso con doscientos cincuenta pavos menos. Esa mujer era un monstruo. Al traspasar la puerta, Susan me dedicó una nerviosa sonrisa a la vez que miraba la webcam.
—Parece que ha habido suerte.
—Según se mire. Para mi bolsillo no, desde luego.
—No seas tacaño. Piensa que es en pro de la ciencia —dijo guiñándome un ojo maliciosamente.
—Eso espero.
Tardamos bastante en conseguir que el programa instalado, aceptara la dichosa cámara. Nos daba constantemente el típico error de fallo en sistema. Al final hubo que reiniciar todo el equipo.
—Lara, ¿me ves?
—Sí, le veo bien. Hola doctora Sen.
—Hola Lara.
—¿Qué hace ella aquí?
—Es… mi… futura mujer. O por lo menos eso espero —dije apretándole la mano, sonrojándome un poco.
—Lara, ¿quieres que me vaya?
—No lo considero necesario. Usted me agrada, está del lado del Bien.
Reconozco que mi paciencia estaba en el límite, así que decidí ir directamente al asunto.
—¿Para qué quieres hablar conmigo en privado?
—Para que me ayude a localizar al Príncipe.
—¿Qué Príncipe?
—Prance de Ser y Cel, Príncipe de la raza Warlook, Príncipe, por matrimonio, de la raza Fried, Príncipe de los Guardianes del Bien y Capitán General de los aliados de la Corporación.
—¿Tu constructor era Warlook?
—Sí, originario de Pangea aunque colaboraron otras razas.
—Vamos a ver Lara, yo…
—Lara, ¿registras todo en algún archivo? —preguntó Susan, interrumpiéndome.
—Sí. Todo lo que ocurre a mi alrededor, todo lo que mis sistemas pueden captar y todo lo que se me suministra, queda archivado.
—¿Podrías hacernos un resumen de toda la información que posees?
—Eso sería imposible. Poseo demasiados datos, muchos de ellos no están permitidos para personas no autorizadas.
—Entendemos que no puedas darnos datos que puedan poner en peligro tu integridad o qué tipo de armamento llevas, si es que llevas alguno. Pero podrías hacernos un resumen sobre tu historia —dijo Susan.
—Eso, creo poder hacerlo. La mejor forma de explicar mi historia será haciendo un resumen de la vida del Príncipe que, en sí, es la cuestión por la que estamos reunidos y hablando.
—¿Lo harás con imágenes? —pregunté inocentemente.
—Como si fuera una película. Antes, he de explicarles que cambiaré algunas cosas para adaptarlas a sus conceptos e ideas y así puedan entenderme. También, trataré de traducir todos los nombres que me sean posibles y, adaptar y, simplificar los hechos, a su tiempo evolutivo actual. Quiero avisarles que no les voy a mostrar los archivos en orden cronológico sino por línea de acción y entendimiento de la vida del Príncipe, por lo que les mostraré archivos de distintas épocas, generalmente revueltos, para su mejor comprensión. Deben entender, que les voy a relatar la vida de alguien que ha vivido cientos de miles años, por lo que, de un archivo a otro, su personalidad o forma de ser, habrán cambiado. Confío en su inteligencia para que puedan apreciar la importancia de encontrar al Príncipe cuanto antes.