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Llevaba dos semanas conversando con la compuerta de carga y, desde mi punto de vista, no conseguía avanzar nada. Me estaba desmoralizando. Estaba sin razones para que accediera a mis peticiones. La respuesta final siempre era la misma «orden sin confirmar. Petición no aceptada».

—¡Me está volviendo loco! —espeté cansinamente. El equipo me miraba con los ojos enrojecidos.

—Tranquilo Mark. Has conseguido avanzar más que nadie, y en muy poco tiempo —dijo Susan amablemente.

—¿Avanzar? Que alguien sea tan amable de decirme en qué hemos avanzado.

—Eres la única persona que ha conseguido mantener una conversación ininterrumpida con la compuerta. Además responde a casi todas tus preguntas —dijo Yapko.

—Ya, pero sigue negándose a obedecer cualquier orden por simple se sea.

—Llevamos más de once horas hablando con ella. ¿Por qué no descansamos un rato? —preguntó Chris claramente agotado.

—Tiene razón. Deberíamos dejarlo para mañana. Veremos las cosas con más claridad —dijo Peter.

—Creo que es lo más razonable. Ahora son las once y media de… ¿la noche o del día? ¿Alguien lo sabe? —pregunté absolutamente desorientado.

—Del día, creo —dijo Harper.

—Está bien, os quiero aquí a todos dentro de diez horas.

—Debemos ser los únicos del planeta que no respetan los horarios convencionales —dijo Chris refunfuñando, a la vez que se levantaba junto a su hermano, y se dirigían a la salida.

—Yo también me voy. Creo que no voy ni a cenar. Voy a ir directa a la cama.

—La acompaño doctora. Yo también me voy directo —dijo Peter.

—Me temo que yo no puedo irme a dormir sin meter algo en mi caldera. ¿Me acompaña Mark? —preguntó Yapko.

—No gracias. Voy a mi «celda» a relajarme y pensar en nuevas formas de «ataque». Al salir estaba Yerri apoyado en la puerta. Le sonreí mientras veía como los demás se alejaban con sus respectivas escoltas.

—Hola, Yerri ¿Bien?

—Aburrido. Otro día de entrenamientos, limpieza de armas… etc, etc. Nada destacable.

—Por cierto, ¿cómo sabes que voy a salir? Porque si estás entrenando…

—Me avisa Control Central.

—Ya. ¿Y si de repente quiero irme de la sala?

—La puerta no se abrirá hasta que yo llegue. Como ocurrió en su primer día.

—Lo recuerdo, me dejé los nudillos. ¿Me acompañas a la habitación?

—¿No lo hago siempre?

—Tengo una sorpresa para ti.

—Está bien. Además acabo mi guardia en cuanto le deje.

—¿Por dónde vamos?

—La central me ha recomendado el recorrido «c». El camino habitual está saturado con el transporte de repuestos para los subniveles 21 y 10. Los de seguridad te paran cada dos metros.

—Iremos por donde dices. Hoy no tengo, ni fuerzas, ni ganas de discutir con los de seguridad.

El recorrido «c» fue tranquilo, tan sólo nos cruzamos con un par de ingenieros y dado el jaleo que tenían con los repuestos, seguridad no nos entretuvo demasiado. Cuando llegamos a mi habitación, Yerri despidió a la escolta. Una vez dentro me senté en la cama y Yerri en la única silla.

—Bien, ¿cuál es la sorpresa? Me tienes sobre ascuas, ya que aquí no puede haber sorpresas —dijo socarronamente.

—Antes una pregunta.

—Dispara.

—Si quisiera salir de aquí sin permiso…

—No podrías…

—A no ser con los pies por delante —dije seriamente.

—Ni aun así. Tu cadáver sería escudriñado, analizado, escaneado… con el único fin de averiguar porqué, cuándo, cómo, y sobre todo, si ocultabas algo.

—¿Y si entrara un comando y me raptara?

—Si uno de mis hombres o, yo mismo, siguiera con vida, estaríamos obligados a matarte antes de permitir que te llevaran.

—¿Me dispararías? ¿Serías capaz?

—Con lo que hay ahí abajo… sí.

—¿Y si cayera una bomba o hubiera una amenaza de una, podríamos salir sin permiso?

—Todo se sellaría automáticamente. Nos prefieren muertos antes que correr un riesgo en seguridad. —¡Vaya! Me tranquilizas mucho.

—¿Se te ocurre alguna otra maravillosa manera de salir? —preguntó conteniendo a duras penas la risa.

—Tengo algunas ideas más… pero antes… —dije misteriosamente.

Yerri me observó entre divertido e intrigado. Me levanté y levantando un poco el colchón saqué una botella de Coca Cola.

—Coge la taza de la mesa. Yerri me miraba escéptico mientras me acercaba la taza. La medio llené y se la ofrecí.

—O es veneno o crees que los negros no sabemos lo que es la Coca Cola —dijo sonriendo.

—No seas racista y bebe —le ordené. Se llevó la bebida a los labios y, cuando la cató, me miró sorprendido al comprobar que era coñac.

—¿Pero cómo…?

—Con la colaboración de la enfermería… el resto es secreto profesional —dije pomposamente.

—Eres increíble Mark. ¿Sabes cuánto tiempo hace que no…?

—Lo imagino —le dije a la vez que cogía la taza y daba un sorbo.

—Bien, sigamos con mi «hipotética fuga».