Tras perderme varias veces, el día anterior, en un vano intento de memorizar el intrincado laberinto de subniveles de la base, llegué a mi habitación rendido por el cansancio y las emociones. Cuando una voz surgió, de un oculto altavoz, indicándome que debía levantarme para acudir a mi primer día de trabajo, a la hora que les indiqué, pensé que estaba soñando, hasta que las crudas paredes de cemento me devolvieron a la realidad. Salí de la cama tan emocionado y ansioso que casi me golpeé con la mesa, no tenía esa sensación desde mis primeros días en la NASA. Tras vestirme apresuradamente pude comprobar que esta vez, la puerta se abría sin dificultad. Fuera estaba Yerri esperándome con su típica sonrisa de oreja a oreja. Esta vez sólo le acompañaban dos marines.
—¿Llevan mucho aquí?
—Unos cinco minutos. Imaginé que querría llegar pronto su primer día así que… aquí estoy.
—Me alegra saber que voy a contar con una niñera —dije con sorna.
—Mi trabajo es protegerle y acompañarle en todo momento. No puedo permitir que pulule por ahí solo. No se puede imaginar el «paquete» que me caería.
—No se preocupe, trataré de no causarle problemas.
—¡Ja! Un hombre como usted siempre crea problemas. Confidencialmente, me va a encantar vigilarle, tengo la absoluta certeza de que no voy a aburrirme —dijo bajando la voz a la vez que me guiñaba un ojo.
—¡Ja, ja, ja! Espero no defraudarle.
—No se esfuerce, le creo —dijo ampliando aún más su sonrisa.
Entre graciosas anécdotas, de nuestros antiguos destinos, llegamos al subnivel 23 y por tanto a mi lugar de trabajo. Eran las 7:00 A. M. Yerri se quedó fuera. La sala estaba vacía pero había diferencias respecto a mi visita del día anterior. En medio habían colocado una estrecha mesa con un micro de tipo pie y, junto a ella, un sillón giratorio que me apresuré a probar, resultando ser más cómodo de lo que aún parecía. Frente a mi sitio, seis pantallas que mostraban cada lado de la nave. También había una cámara encima de las pantallas y, por las virutas de cemento que descansaban sobre la mesa que estaba debajo, había sido instalada recientemente. Era la típica cámara que se podía ver en cualquier banco. En un principio pensé que se trataba de una de las cámaras de seguridad, pero enseguida caí en la cuenta que las de seguridad no se veían, sólo se intuían. Me levanté y con curiosidad me acerqué para observarla más de cerca.
—Gracias. Pero no hace falta que se acerque, le veo bien. Puede permanecer sentado si lo desea.
La voz me sorprendió de tal manera que, del bote que pegué, casi toqué el techo.
—¿Quién ha hablado? ¿Control Central? —pregunté intuyendo de antemano la respuesta.
—¿Quién es Control Central? —preguntó la voz en un tono, que me pareció intuir, que sostenía un tinte irónico. No había duda, era la nave la que estaba hablando conmigo. El corazón se me salía del pecho.
—Eres, eres la computadora de carga, ¿verdad?
—No. La computadora de carga es una de mis ramificaciones. Soy Lara.
—No puedo creerlo. Tu entonación, modo, forma, fonética… ¡vamos todo! Hablas igual que un ser humano —su voz era armoniosa y suave, como la de la perfecta telefonista.
—¿No es lo correcto?
—Pero las máquinas…
—Como ustedes dicen, soy una inteligencia artificial. Por supuesto, carezco de lo que ustedes llaman sentimientos, pero por lo demás soy tan inteligente como ustedes y puedo asegurarle que por lo que he visto y oído, mucho más inteligente que alguno de los suyos.
—En eso tengo que darte la razón. Por este planeta circulan gran cantidad de zoquetes y seres retrógrados.
—¿Retrógrados? No he oído antes esa palabra y no consigo relacionarla o situarla en alguna conversación aparte de ésta.
—Significa atrasado, rancio, retardatario, aunque la mayoría de la gente utiliza mal esta palabra. Quisiera que me explicaras eso de los sentimientos.
—No tengo lo que ustedes llaman emociones. Por ejemplo soy incapaz de comprender el amor. Por qué los seres vivos eligen a una pareja y no a otra, que por todas sus características cuadrarían más con él, ella o ello. No tengo miedo, valor, ira, humor…
—¿Y pensamientos abstractos?
—Sólo los que se me explican con anterioridad pero no puedo avanzar en ese pensamiento.
—¿Inventar algo que no existe?
—En principio no.
—¿En principio?
—Puedo combinar datos y obtener resultados que no existían antes.
—Como…
—Como la química. Puedo crear fórmulas pero no sé para qué pueden servir o aplicar.
—Entiendo, lógica pura.
—No.
—¿No?
—Soy una máquina. Se me pueden dar órdenes ilógicas y las ejecutaría. Eso no sería lógico.
—Lara, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Ése es su cometido, señor Temple.
—¿Cuál es tu origen?
—No entiendo la pregunta. Debe ampliarme la información o reestructurarla.
—¿Dónde te construyeron?
—No lo sé.
—¿Ni siquiera el planeta o sistema solar?
—Eso sí. Pangea.
—¿Pangea es una galaxia?
—Debería saberlo, es un planeta.
—¿Lo conozco? ¿Cuál es?
—Éste, el que ustedes llaman Tierra.
Por un momento creí que me estaba volviendo loco o que me estaba tomando el pelo. ¿Cómo iba a ser posible que viniera de aquí? Empecé a pensar en las más absurdas teorías, que iban desde viaje en el tiempo, a saltos tridimensionales de otras tierras ubicadas en otras dimensiones.
—No es posible. ¿Sabes al menos cuándo te construyeron?
—Deduzco que no le hace falta la cifra exacta así que le daré una aproximación hace cuatro mil seiscientos millones de años. Cuando en Pangea sólo existía un continente. Lo que ustedes también llaman Pangea, lo que me hace pensar que alguien se lo ha dicho. No puede ser una coincidencia.
—Estoy de acuerdo, pero quién.
—Eso tendrá que decírmelo usted. Me interesa conocer quién, cuándo y dónde.
—No creo que nadie tenga la respuesta. La palabra la aplicaría algún científico de alguna antigua cultura ya desaparecida.
—Aun así me gustaría conocer los datos.
—Lo intentaré. Cambiemos de tema. ¿En qué se basa tu programa principal?
—Combate.
Su escueta respuesta me dejó helado. No parecía…
—¿Combate? ¿A qué te refieres? Soy lo que ustedes llamarían una nave de guerra.
——¡Oh Dios!
——¿Dios? He oído varias veces esa expresión. ¿Qué es Dios?
——Dios es el ser supremo, el padre de todos los hombres.
——¿Se refiere al Príncipe?
——¿Quién es el Príncipe?
—No nos queda tiempo. La Doctora Sen está apunto de llegar. Debe salir de esta base y comunicarse conmigo en privado.
—¿Pero cómo…?
—Utilice la red de computadoras del sistema telefónico, yo le encontraré. Responderé a todas sus preguntas y a otras muchas que no podría formularme. Es usted en la única persona que confío, pero ha de ser fuera de aquí. Nos acabarían descubriendo.
—Pero Lara yo…
—Fin de la comunicación.
En ese momento se abrió la puerta y entró la Doctora Sen, y como empezaba a ser habitual, me dedicó una cálida sonrisa.
—Has madrugado mucho —dijo dulcemente.
—Ya sabes el dicho, al que madruga… —respondí guiñándole un ojo.
—No te esperaba tan pronto. Iba a preparar el plan del día pero ya que estás aquí, tal vez tengas alguna sugerencia.
—Eeeeh, no. Prefiero que me orientes tú, luego ya iremos improvisando sobre la marcha.
—¿Te encuentras bien? Te noto raro… o más bien… ausente.
—Es un poco de sueño. Ya sabes, el cambio horario, la emociones y todo eso.
—A mí me ocurrió lo mismo. El primer día no pude pegar ojo.
Ojalá fuera eso, pensé algo azorado.
—Creo que lo primero será explicarte cómo trabajamos aquí y para qué sirven estos aparatos.
Obviamente sabía como funcionaban todos ellos y Susan también lo sabía pero dejé que lo hiciera, sólo para estar cerca de ella. En ese momento me di cuenta que estaba enamorándome y por lo que se me aproximaba para cualquier explicación, la idea no parecía tan descabellada.
Al poco entraron Harper y Kris, con las arrugas de las almohadas en las caras. Tres minutos después lo hicieron Peter y Yapko que conversaban sobre cierto método matemático para acertar la lotería.
Cada uno se sentó en su sitio y yo lo hice en el nuevo sillón. Desde ese puesto podía controlar todo lo que hacía el equipo y con sólo girar un poco, podía ver a cada miembro.
—Bien. ¿Cuál es el protocolo?
—Esperábamos que el nuevo jefe nos diera las directrices —dijo uno de los gemelos burlonamente. No había forma de distinguirlos.
—Buena respuesta. Muchacho, pero aún te queda mucho por aprender, ya que vuestro método no ha dado resultados, y por eso yo estoy aquí…
—Tocado —dijo jocosamente Yapko.—… necesito saber qué es lo que estabais haciendo para no cometer los mismos errores.
Entre los gemelos y Susan me hicieron un breve resumen, de tres horas, de las formas que había atacado-conversado con la computadora. No habían conseguido avanzar prácticamente nada.
—Entiendo. ¿Hablan con Lara?
—No. Ya se lo hemos dicho, sólo con la compuerta de carga, aunque seguro que escucha —dijo Yapko.
—Pero Lara ha pedido que viniera para hablar con ella…
—No se equivoque. Quiere que hable con la compuerta, así podrá estudiarle —dijo Chris.
—Es muy lista la muy hija de… Perdone doctora —creo que dijo Harper. Cuando me disponía, por fin, a comenzar mis primeros contactos con la compuerta, dos hombres entraron en la habitación.
—Creo que se equivocan de lugar —dije mirándoles duramente.
—Pertenecemos a seguridad de Control Central. Sentimos interrumpirle Señor Temple pero el señor Gibson quiere verle.
—¿Ahora mismo?
—Ahora —me respondió el otro.
—Sigan sin mí —ordené al equipo.
Mis sienes empezaron a palpitar. Estaba claro que Gibson había escuchado mi conversación con Lara. ¿Y si había sido una trampa para ver mi reacción? ¿Debía haber informado de inmediato a seguridad de mi contacto con ella? ¿Informar al equipo? Calma. Debía tener calma. Era Lara, no una trampa. La excusa era clara, como estaban registrándolo todo, no quise hacer nada raro para que Lara no sospechase. ¿Se lo tragaría? Si no era así, ya me podía despedir del proyecto.
Una vez en la sección de seguridad, Yerri y sus hombres se detuvieron en la entrada de la gran sala de control, que nosotros atravesamos yendo a parar a una puerta que desembocaba en un pequeño despacho, en el que estaba Gibson esperándome, sentado en una silla giratoria de cuero negro. Tras él, había una serie de veinte monitores que mostraban distintas partes de la base. Sobre la mesa había un complejo teclado, con dos sobresalientes palanquitas en cada extremo.
—Hola Mark. Siéntate, si eres tan amable. ¿Me permites tutearte, verdad?
—Desde luego. Prefiero que la gente me llame por mi nombre. El respeto hay que ganárselo y el protocolo no da respeto —dije solemnemente mientras intentaba observar si alguna pantalla mostraba nuestra área de trabajo.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo, si te parece llámame Stark.
—De acuerdo Stark, tú dirás…
—Bueno, quisiera saber si has tenido algún problema de cualquier tipo.
¿Me estaba tanteando? Era el momento de jugárselo todo por el todo.
—¿Problemas, en sólo unas horas? Veo que mi fama me precede. Además tengo a mi fiero Sargento para resolverlos.
—No me refiero a ese tipo de problemas, sino a los que suelen dar estos equipos modernos.
Algo sabía. Cuánto y hasta dónde iba a descubrir su juego, era algo que tendría que averiguar en los próximos minutos si podía… ¿qué es lo que quería en realidad? Aun así seguí con mi falsa ignorancia.
—No he notado nada raro. Claro, que todavía no he tenido ocasión de utilizarlos, ya que justo en el momento que íbamos a empezar, tus hombres nos interrumpieron.
—Doy por sentado que si ocurre algo fuera de lo corriente, nos lo comunicarás inmediatamente y por el procedimiento que resulte más directo y rápido.
—Por supuesto. ¿Por qué me lo recuerdas? —pregunté pomposamente.
—Hace aproximadamente tres horas y cuarenta y cinco minutos hemos sufrido una pequeña interferencia y treinta y cuatro minutos más tarde, una segunda.
—No he notado… —mi corazón latía desbocadamente. Lo hacía tan fuerte que temía que Gibson pudiera oírlo.
—Te daré más datos, tal vez recuerdes algo. La primera, dos minutos después de que entraras en la sala y la segunda, unos segundos antes de que entrara la Doctora Sen.
—¿No será la puerta…?
—No había pasado nunca.
—La verdad es que no se me ocurre nada.
—A nosotros tampoco. De todas formas estoy haciendo revisar las líneas, por eso os he detenido antes de que comenzarais con «eso».
—No te preocupes, será alguna interferencia electromagnética.
—¿Electromagnética?
—Tanto metal tiene que producir campos electromagnéticos, tal vez alguna derivación de descarga no esté bien anclada y produzca las interferencias.
—Puede ser. Las haré revisar también. Gracias por tu colaboración —dijo levantándose y alargando la mano para estrechar la mía, cosa que me apresuré a hacer. Sus manos eran tan grandes y sus dedos tan largos, que me tocaron la muñeca. Podría pasar por pianista con esos dedos.
Salí triunfal o eso creí yo. Más adelante, ya fuera de la base, Lara me informaría que Gibson sospechó algo y que dado que no tenía pruebas, no pudo hacer nada. Cuando le pregunté en qué se basaba dijo que al darme la mano, tocó con uno de sus dedos, mi pulso y se percató que estaba anormalmente acelerado, llegando a la conclusión de que le mentía en algo. Desde ese día su vigilancia sobre mi persona se intensificó y no sólo Lara se dio cuenta.