Capítulo IX

ARCHIVO DE REUNIONES EN LA GRAN DAMA.

SALA DE REUNIONES DEL ALTO MANDO DEL BIEN.

ACCESO SÓLO PARA CAPITANES Y PERSONAL AUTORIZADO.

Llevábamos cinco meses en el espacio, persiguiendo cruceros del Mal del ejército de Trash. Se escondían tan bien, que entre mis hombres se les comenzó a llamar los cruceros fantasmas. Tan sólo habíamos tenido pequeñas escaramuzas que no eran dignas de mención. La tropa estaba nerviosa por la falta de acción y la tripulación empezaba a estar agotada por el manejo de la Gran Dama. Era muy complicado coordinar todos los sistemas. Esa mañana había tenido una reunión con los Capitanes de la nave, Yárrem era el que tenía más problemas.

—Mi señor, tengo que pedirle más hombres. No puedo controlar toda la seguridad del personal y a la vez encargarme de todos los controles y sistemas de seguridad interna y externa de Dama. Mi equipo no da abasto.

—¡Maldita sea Yárrem! Sé que tienes muchos problemas con los sistemas de seguridad pero no puedo darte más hombres. ¡No tengo más hombres! La tripulación está al límite con el manejo de Dama. Habría que entrenar a más y eso nos llevaría demasiado tiempo —dije pesaroso y bastante cansado.

—Lo sé, mi señor, pero si no encontramos pronto una solución, desde ahora puedo asegurarle que los combates prolongados con la Gran Dama, se acabarán haciendo impracticables.

—No te entiendo. Explícate.

—Siento comunicaros que si no encontramos alguna forma de agrupar todas las órdenes, no podremos manejar a Dama. Según aprendemos a utilizar más cosas, su complejidad aumenta, no permitiéndonos volver al antiguo método y por lo tanto más simple. Mis hombres se encuentran desbordados por la cantidad de información, por lo que se bloquea toda posible acción. Hasta hoy hemos podido arreglarlo saltándonos aspectos, en teoría, poco importantes. Pondré un ejemplo, si nos enfrentamos en un combate como el que tuvimos con el tercer ejército que resolvisteis, si me permitís, magistralmente, nos destruirían por no poder canalizar toda la información proporcionada por Dama.

—Si no he entendido mal, según nos vamos integrando en el sistema de funcionamiento y pilotaje de Dama, ésta se intercomunica con más parte del equipo y sistemas que funcionan independiente o han permanecido en apariencia inactivos, proporcionándole y por lo tanto, proporcionándonos, cada vez más información.

—Sí, mi señor. Es más, la información es cada vez más compleja y menos desgranada. Nos trata como a un ordenador, cada día con más información para ser asimilada.

—Este problema no me lo esperaba. Voy a reflexionar a mis aposentos e intentaré hablar con Dama, a ver si me da alguna solución, o sabe cómo podemos canalizar ese torrente de datos. Yárrem, quedas al mando. Si ocurre algo grave, interrúmpeme.

ARCHIVO DE SEGURIDAD.

SITUACIÓN: GRAN DAMA.

APOSENTOS PRIVADOS DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

Llevaba más de dos días encerrado en mis aposentos, cuando fui interrumpido en mi «conversación» con Dama. No avanzaba.

—¡POR LA GALAXIA DE ANDRÓMEDA!¡DAMA! ¿Me estás diciendo que el Maestro manejaba la nave él solo?

—Sí, Prance.

—¡Y UNA MIERDA! Es imposible que pudiera estar en todas partes a la vez.

—Sí, es posible.

—Tiene que existir un sistema de control único como el de los cazas.

—No existe.

—¿Cómo lo hacía?

—Hablaba conmigo.

—Eso ya me lo has dicho y no me aclara nada. ¿CÓMO?

—Hablaba conmigo.

—¡MJHHH!¡ESO YA ME LO HAS DICHO! ¿Cómo hablaba contigo? ¿Dónde?

—Desde la sala de mandos, desde sus aposentos, desde los almacenes de carga, de M7, armamento, jades,…

—¡YA!, de todas partes.

—Sí, Prance.

—¿Y cómo lo hacía desde todos esos sitios? —le pregunté exasperado por enésima vez.

—Hablaba conmigo.

—¡Me voy a cortar la cabeza!

—No se lo recomiendo, es un proceso doloroso innecesario y pondría fin a su existencia.

—¿Podía manejar la nave al completo, con todas sus funciones?

—Sí, podía.

—¿Cómo?

—Hablaba conmigo.

—Es imposible que te diera las suficientes órdenes como para que pudiera manejarlo todo a la vez.

—Es posible.

—Ponme un ejemplo.

—Mire la pantalla principal —me dijo transformando la pared frontal en una pantalla gigante. Sin previo aviso, empezaron a pasar miles de órdenes, a tal velocidad, que no podía distinguirlas.

—¿Qué demonios es eso? Parece la descarga de información de cualquier ordenador.

—Son las órdenes que me daba.

—¿A esa velocidad?

—Sí, Prance.

—Imposible.

—Posible.

—Mira te voy a…

—Perdón Prance, hay una llamada de la sala de mando —dijo sobresaltándome.

—Pásala a la pantalla principal.

Yárrem apareció mirándome ceñudo. Estaba preocupado, si no conseguía que Dama se explicara tendríamos que volver a Pangea y ponerla en órbita. Le hice un gesto para que hablara.

—Perdone que le moleste mi señor, pero acabamos de interceptar una llamada de auxilio. Viene de un pequeño crucero de pasajeros. Por lo visto, su computadora de detección de meteoritos ha fallado y se han cruzado en la trayectoria de uno, dañándolos gravemente.

—¿Muy gravemente?

—Bastante. El casco se ha roto y los motores no funcionan.

—¿Sus escudos?

—Destruidos.

—¿Todos?

—Por lo que hemos podido entender, todos, incluidos los interiores. Si les golpea otro o se acercan al campo gravitacional de algo más grande que un puño, se harán pedazos.

—¿Nuestro crucero de rescate más cercano?

—Al doble de distancia que nosotros. No creo que aguanten tanto.

—¿Actividad enemiga?

—No la hay, es una zona donde no pueden ocultarse. No hay peligro de un ataque sorpresa.

—Está bien. Dirige la Gran Dama para allá. Que se adelanten unas naves de rescate y que las capitanee Anyel, que por lo que he oído está aburrido por la inactividad.

—Sí, mi señor.

—Mantenme informado de las novedades y prepara unas unidades médicas para los posibles heridos.

—Como ordenéis.

ARCHIVO DE RESCATES EN EL ESPACIO.

NAVE DE PASAJEROS NAUTILE.

SOS, SOS. Aquí nave de transporte de pasajeros Nautile. Averías irreparables. Situación desesperada.

—Aquí nave capitana de rescate de la nave Gran Dama, en aproximación. ¿Puede oírnos? —preguntó Anyel.

—Sí, por la Gran Garda. Nos empezamos a quedar sin aire. ¡Sáquenos de aquí!

—Tranquilícese, en unos minutos estaremos ahí. ¿Puede decirnos qué compuertas de acceso funcionan?

—No, aquí no funciona nada.

—¿Quién es usted? ¿Está al mando?

—Tercer piloto bajo el mando del Capitán Krull.

—Póngame con el Capitán.

—No sé dónde está. La última vez que hablé con él, se dirigía a la sala principal de pasaje para comprobar su situación.

—¿Cuántos pasajeros llevan?

—Trescientos cuarenta y cinco. Creemos que más de la mitad han debido morir en el impacto.

—Si no nos dicen qué compuerta funciona, no podremos sacarles, correríamos el riesgo de matarles a todos —dijo Anyel.

—Habla el Capitán Krull desde la sala del pasaje. Les he oído. Al pasar, he podido comprobar que la compuerta de la sala de recreo parece estar en buen estado. Iré con dos hombres para intentar abrirla.

—Capitán, si esa puerta tiene la menor fuga, morirán en cuestión de segundos —dijo preocupado el tercer piloto, sin comprender que no había otra solución.

—Conozco los riesgos. No hay tiempo, esta nave está muerta, es cuestión de un par de horas el que se desintegre.

—Aquí nave capitana de rescate. Informen de la posición de esa compuerta.

—Está ubicada cerca de popa, en el lado de babor, junto a los inductores de calor —dijo con un extraño ruido estático que parecía aparecer y desaparecer voluntad.

—La vemos, no tiene buen aspecto, la zona está muy dañada.

—No tenemos otra opción, las otras con las que me he cruzado estaban destrozadas. Voy para allá. Tengan a su equipo preparado.

RESCATE DE LA NAVE DE PASAJEROS NAUTILE.

Activé el casco y me metí con mis hombres en la pequeña lanzadera. Estaban muy nerviosos y no era para menos. Si esa compuerta reventaba, los trozos de metal, que actuarían como metralla, nos harían trizas. Nos aproximamos muy lentamente, la nave de pasajeros fue inundando las pantallas. Pronto vimos que los desperfectos eran mucho mayores, y más graves, de lo que parecían a simple vista. La nave no aguantaría mucho, se convulsionaba constantemente, no había duda de que su estructura central estaba dañada, el aire de su interior pugnaba por salir. Íbamos a tener el tiempo justo para evacuar a los supervivientes. Ordené a los demás cruceros que se acercaran y prepararan para el rescate y distribución de los pasajeros, en cuanto aseguráramos la compuerta y se pudiera acoplar una escotilla de amarre.

Nos detuvimos, a unos veinte metros, con los escudos de proa a máxima potencia. No podíamos permitirnos que ningún trozo de metal, que se desprendiera, nos dañara. Cuatro de las lanzaderas estaban justo detrás de nosotros y dos más a la espera de acontecimientos, a una prudente distancia. En cada lanzadera iban dos equipos de ocho hombres cada uno.

Me uní al equipo uno de mi lanzadera, no sin antes comprobar los indicadores de mi casco, y nos introdujimos en la sala de aislamiento para proceder a la apertura de nuestra puerta exterior. Destiné al segundo equipo para el transporte de trajes aislantes para los civiles. Por si había alguna fuga o fallaban definitivamente los inductores de calor. Destiné los dos equipos de la lanzadera dos, como cuerpo médico, en el caso de que fuera necesario.

Nunca me gustaron las salas de aislamiento, me sentía encajonado, como en una tumba. Las luces se volvieron amarillas, se iniciaba el proceso de apertura, que como siempre, se hizo sin ningún sonido, aparte del inquietante silbido que produce el poco aire, que escapa al vacío, que no ha sido reabsorbido. Uno de mi raza, un krogónita, fue el primero en salir. Tuve la sensación de que estaba nervioso, pero pensé que eran aprensiones mías. Flotó suavemente hacia la temblorosa nave y, tras él, los demás, incluido yo mismo. Mi hombre se acopló con facilidad y, nos ayudó al resto a adherirnos al casco, alrededor de la compuerta. El metal vibraba, mostrándonos la tensión que se estaba produciendo en su interior. Eché un vistazo a través de la minúscula claraboya y pude comprobar que la pequeña sala estaba dañada, varios paneles se habían desprendido. Miré a mis hombres que se habían afianzado y, que con un gesto, me daban luz verde. Llamé a la lanzadera y les informé que el Capitán Krull podía proceder a la apertura. Mientras observaba la claraboya, vi cómo el Capitán Krull entraba en la sala y cerraba la compuerta, dejando a sus hombres al otro lado. Me impresionó su coraje, había que tener mucho valor para lo que iba a hacer. Miró a la claraboya y me hizo un gesto para que nos apartáramos mientras se acercaba al panel, de vaciado de aire y apertura, de la segunda compuerta. Nos retiramos un poco pero la verdad era que no había dónde cobijarse. Si nos alejábamos demasiado tal vez no llegaríamos a tiempo, si ocurría algo…

Mi corazón empezó a latir con fuerza. Reconocí la causa, ¡miedo! Nunca lo había padecido en esa intensidad, un áspero nudo atenazó mi garganta. ¿Era la compuerta la causa? ¿Miedo yo? Había algo más, no podía definirlo… El sonido de mi corazón martilleaba brutalmente en mis oídos. Se produjo un imperceptible movimiento y una fuga de gases, que dejaron una pequeña estela blanca que desapareció rápidamente. La puerta se abrió lentamente. Mi miedo aumentó. No tenía sentido, hasta ese instante todo iba bien. El Capitán Krull apareció por la abertura saludándonos con la mano, ayudándonos a entrar. Su traje aislante no llevaba un intercomunicador estándar, así que tendría que esperar a estar dentro para poder hablar con él. El casco que llevaba era transparente, lo que me permitió ver un rostro que denotaba un terrible agotamiento. Por su aspecto, debía pertenecer a la raza Charwin, su nariz y orejas semi puntiagudas y algo peludas, junto a sus afilados dientes, le delataban.

La sala era poco mayor que la de lanzadera, entrábamos justo, no íbamos a poder evacuarlos más que de diez en diez. La puerta exterior se cerró lentamente, síntoma de que le llegaba poca energía. Habría que revisarla antes de volver a usarla, destiné dos hombres a la tarea. Uno de ellos, el de mi raza, estaba realmente pálido.

—¿Se encuentra bien? —le pregunté.

—Sólo son nervios —me respondió escuetamente, intentando aparentar que no le ocurría nada.

Hubo suerte y la puerta interior se abrió sin problemas. El terror aumentaba… Salimos de la sala para toparnos con un triste espectáculo, todo estaba sembrado de pedazos de paneles y trozos de chapa. Era un auténtico milagro que no hubiera fugas de aire, aunque más tarde o más temprano las habría. Debíamos evacuarlos rápidamente. Sin esperar a los demás equipos, nos dirigimos a la sala donde se hallaba el pasaje superviviente. Estaban apelotonados, aterrorizados y muchos heridos, que fueron los primeros que empezamos a mover hacia la compuerta. Cuando volvimos, ya había llegado el segundo equipo e instalado, con éxito, la escotilla de amarre. Cuando llegó el tercero, empezamos a evacuarles. En tan sólo ochenta minutos habíamos evacuado a todo el pasaje y a parte de la tripulación. La mayoría estaba intentando sustentar los sistemas de vida o parcheando algo. Distribuí a los hombres en busca de supervivientes y me dirigí con otros dos equipos a la sala de mando. Según nos fuimos acercando noté que me faltaba el aire. Cuando llegué a la antesala de la de mando, que permanecía abierta, tuve que apoyarme en el marco porque mis piernas temblaban, sudaba copiosamente, notaba un agujero en el estómago. Mis hombres iban detrás comprobando que las planchas y paneles aguantaban todavía.

—Capitán, ¿le ocurre algo? —me preguntó uno de mis hombres.

—No. Estoy bien. Sólo es algo de tensión. Tranquilo —dije incorporándome y tratando de sonreír.

—Tenéis mala cara.

—Ocupémonos primero de sacar de aquí a todo el mundo y luego hablaremos de mi cara —dije dando por acabada la conversación.

—Sí, Capitán.

Al entrar en la sala, sentí en mi alma, la misma sensación de la de los antiguos relatos y leyendas que describían el Infierno. Mi corazón comenzó a bombear a plena potencia, los indicadores de alarma coronaria de mi OB se activaron. Temblaba al igual que si sufriera la enfermedad del Frío. Me adentré dos pasos y mi alma se heló. Aunque había casi veinte tripulantes, para mí sólo existía uno, que era la causa de mi mal. Una mujer. No podía dejar de mirarla. Me daba la espalda, tenía los brazos extendidos, parecía mirar la pantalla y los paneles de mando. Me acerqué lentamente mientras mis hombres se desplegaban. No podía respirar aunque entraba aire a borbotones, en mis pulmones. No podía dejar de avanzar, mis piernas parecían moverse solas, tenía que ver su rostro. Otro paso, más miedo. Otro más, fuego en mi interior. Estaba justo detrás de ella. Extendí mi brazo izquierdo para tocar su hombro y hacer que se girara. La toqué…

ARCHIVO DE SEGURIDAD.

APOSENTOS PRIVADOS DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

—¡ESTOY HARTO!¡No avanzamos nada!

—No lo entiendo, mis respuestas son correctas.

—¡Dama, déjame pensar! Empecemos de nuevo. El Maestro dirigía toda la nave a la vez.

—Correcto.

—No se movía de la sala de mando.

—Correcto.

—Podía darte órdenes desde cualquier parte aunque era mejor que lo hiciera desde la sala de mando.

—Correcto.

—Daba todas las órdenes a la vez.

—Correcto.

—A todos los sectores a un tiempo.

—Correcto.

—Tú le proporcionabas toda la información necesaria a la vez.

—Correcto.

—La causa por la que era mejor que te diera las órdenes desde la sala de mando, era porque había más líneas de comunicación y más sistemas específicamente preparados para recibirlas que en cualquier otra parte de la nave, si exceptuamos sus aposentos, estos aposentos, que tienen una cantidad parecida de líneas y sistemas.

—Correcto.

—Algo se me escapa y lo tengo a punto…

—Hay una llamada prioritaria desde la sala de mando —interrumpió cortando mi línea de pensamiento.

—Pásamela —dije a la vez que aparecía Yárrem con mala cara.

—Mi Príncipe, tenemos problemas en el rescate. Algo le ha ocurrido al Capitán Anyel…

—¿Qué le ha pasado? ¡Responde!

—No lo sabemos. Su señal de localización ha desaparecido, sin motivo aparente.

—Explícate.

—No ha habido señal de ataque.

—Ha… ¿muerto? —pregunté con temor.

—No lo sabemos.

—¿Cómo que no lo sabes? ¿Qué te han dicho los hombres de su equipo?

—No hemos podido comunicarnos con ellos. Sólo captamos los niveles de vida, que indican que están bien pero hay un alto porcentaje de adrenalina en sangre.

—¿Adrenalina? ¿Nada más?

—No están combatiendo.

—Eso significa que tienen miedo.

—Y mucho, dado el alto porcentaje. Sus pulsaciones también son muy elevadas.

—Las dos lanzaderas de apoyo tampoco pueden comunicar con ellos. Nadie ha salido desde el incidente.

—¿Estamos al alcance de una lanzadera? —pregunté todo lo sereno que pude.

—Sí, mi Príncipe pero…

—Prepara una, voy a ir personalmente.

—Esa nave está a punto de saltar por los aires, no podéis…

—Hay hombres ahí dentro, no pienso abandonarlos. Prepara a veinte guardianes de tropas de elite, entre ellos a Mhar —ordené tajante.

ARCHIVO RESCATE EN EL ESPACIO DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL. NAVE NAUTILE.

SITUACIÓN: MÁXIMA CRÍTICA.

La entrada fue rápida y sin complicaciones gracias a la escotilla de amarre. Al otro lado de la segunda puerta, permanecían tres hombres de Anyel que se apresuraron a abrirla, en cuanto se cerró la exterior. Tenían una expresión de honda preocupación. Les fulminé con la mirada. Los tres hicieron la reverencia apoyando el puño y la rodilla opuesta en el suelo.

—¿Qué demonios está ocurriendo aquí? ¿Por qué se han cortado las comunicaciones?

—Mi señor, nada funciona —dijo uno de ellos.

—Ni las computadoras de brazo, ni las armas… nada —dijo otro sin atreverse ni a mirarme.

—Eso es imposible.

—Podéis comprobarlo vos mismo, mi señor —dijo el tercero.

Activé mi OB y pude comprobar que funcionaba irregularmente. Mi armamento estaba perfectamente.

—Desde luego hay extrañas irregularidades. Si no funcionan los OB, ¿por qué no habéis salido alguno al exterior para transmitirnos las «buenas nuevas», desde alguna de las lanzaderas de apoyo?

—Ella no nos deja salir —dijo de nuevo el primero.

—¿Quién no os deja salir?

—Ella. Suponemos que desearéis verla —dijo el tercero.

—¿Dónde está… el Capitán Anyel?

—En la sala de mando, la tocó y…

—¿Y?

—Cayó fulminado —dijo el segundo sorprendiéndome.

No le podía creer…

—Guiadme inmediatamente para allá. Mhar, quédate aquí. Saca a los que puedas.

—Sí, mi señor.

En la zona cercana a la sala de mando, se concentraban la mayoría de los hombres de Anyel, que se apartaron visiblemente nerviosos, al verme, quedando despejado el acceso al pasillo que llevaba a la sala. En él había una docena de guardianes que apuntaban, con sus inutilizados fusiles de asalto, a la puerta de acceso que permanecía abierta, en un vano intento de cubrirme o intimidar a… ella.

A mitad de pasillo me salió al paso el Capitán Krull. Me miraba muy serio y sin duda sabía quien era. Era todo un hombre, mantenía la compostura a pesar de mi fiera mirada.

—Apártese —dije gélidamente sin dejar de mirarle a los ojos.

—Es una pasajera, una… bruja.

—¿Bruja? Y un cuerno, apártese —le dije, a la vez que le empujaba a un lado, sin dejar que se explicara. Sólo pensaba en Anyel. ¿Vivía?

La entrada fue sepulcral. Seis de los hombres de Anyel permanecían en la sala en posición de lucha cuerpo a cuerpo. Mantenían la compostura a pesar de haber visto caer fulminado, a su Capitán. Habían intentado desenfundar sus armas pero no habían podido desprenderlas de los Trajes. Mi armamento sí funcionaba. Anyel permanecía caído de espaldas a sus pies. Tenía los ojos en blanco, me temía lo peor. Sin dudarlo avancé, en ese momento, la bruja, se dio la vuelta y me miró con indiferencia. Era un palmo más baja que yo, de cara redonda, donde chocaban sus ojos pequeños y grises. El pelo corto le daba un aspecto austero que era completado con una especie de túnica que no dejaba entrever su complexión. Denotaba poder, lo que me hizo ser cauto, antes de atacar, decidí hablar, esa lección me la enseñó el Maestro, «la prudencia es madre de la sabiduría».

—Soy el Príncipe Prance de Ser y Cel. Apártese para que pueda recoger y atender a mi hombre.

—No.

Su voz sonaba tranquila, equilibrada, serena… más que un reto, una prueba.

—¿Vuestro nombre?

—Ayam.

—Os aviso que mi paciencia es poca y que mi armamento funciona perfectamente. Y el de los hombres que he traído conmigo también.

—Ya no, incluso el suyo, con su complejo sistema de…

—Saquen sus pistolas y hagan una demostración —les dije a dos de mis hombres, interrumpiéndola.

Si pensarlo, ambos agarraron sus pistolas y tiraron de ellas sin conseguir despegarlas. Tiraron con fuerza, con ambas manos y nada, no consiguieron que se movieran ni un milímetro. Era como si estuvieran soldadas. Luego probaron con los fusiles de asalto y lo mismo. Con un gesto les ordené que lo dejaran.

—Bien, os concedo el primer tanto.

—Gracias.

Rápidamente desenfundé y apreté el gatillo, apuntando un poco a la derecha de su cabeza. El arma vibró ligeramente pero no salió nada, ni un mínimo resplandor de energía. A la vez que guardaba con una mano la pistola, desenfundaba mi fusil de asalto con un rápido movimiento giratorio de mi otro brazo. Mismo resultado, nada. Con tranquilidad pude comprobar que mis tres espadas láser estaban soldadas, y las flechas también. Me estaba precipitando, de alguna manera controlaba nuestros Trajes. Miré a mi alrededor y encontré lo que buscaba.

—¿No estáis todavía convencido? —preguntó con una voz que ya no sonaba con la misma tranquilidad.

—Sólo os he concedido el primer asalto —le respondí a la vez que, de un fuerte tirón, arrancaba una barra vertical de apoyo a uno de los pilares, pesaba unos treinta kilos y el extremo acababa casi en punta.

Avancé amenazante.

—Me parece que he encontrado su punto débil. ¡Retroceded u os ensartaré como a un animal!

—Vos ganáis —concedió.

—No os veo retroceder —dije a la vez que varios de mis guardianes se armaban con trozos de metal, similares al mío.

—No lo haré hasta que decidáis escucharme.

—No lo repetiré, ¡atrás! —espeté avanzando.

En ese momento entró el Capitán Krull, que se detuvo a mi espalda, siendo sujetado por dos de mis hombres.

—No, por favor, no la dañéis.

—No intervengáis —le ordené.

—Escuchadla, os lo ruego. Sin ella, la nave se habría destruido hace tiempo. Ni siquiera habríamos podido mandar un SOS. ¡No ha hecho daño a nadie!

—¿A nadie? Mirad a mi hombre. ¡Muerto!

—No ha muerto, todavía —dijo ella tranquila.

—Tiene un minuto. ¿Quién eres y qué has hecho con Anyel?

—Soy una Yúrem y soy, lo que vosotros antiguamente llamabais, una bruja. Mi raza puede comunicarse con cualquier computadora o IA, de igual a igual. Mi mente puede funcionar a la misma velocidad y con el mismo volumen que una IA siempre y cuando me lo permita, claro.

—¿Permita? —pregunté extrañado.

—Aunque una IA sea una máquina, es inteligente, tiene que permitirme introducirme en ella para poder colaborar.

—¿Qué le has hecho a Anyel?

—Nada. Pero deduzco que ha ocurrido lo imposible, mi raza ha encontrado su raza antagónica.

—¡Déjate de antagonismos y explícate! —medio grité furioso.

—El contacto prolongado de uno de nuestra raza, con otra de la de él, supondría la muerte de ambos. El tocarme le ha supuesto un enorme dolor y por tanto un shock, una especie de coma temporal.

—No veo que tú hayas sufrido ningún dolor —dije un poco más calmado. Por increíble que me sonara lo que me decía, era la pura verdad. Lo intuía…

—No. Yo estaba concentrada en la nave —aún lo estaba pero en ese momento no podía saberlo—, para que no se disgregara tan rápido, cuando se me acercó con la mente totalmente abierta, chocando con la mía que estaba totalmente centrada. Todo el choque (dolor) le golpeó a él. Nuestras razas, por explicarlo de alguna manera, son, una de agua y otra de fuego, si se juntan, el agua apaga el fuego o el fuego evapora el agua o las dos cosas.

—¿Cuándo se recuperará? —le pregunté mientras dejaba mi lanza en el suelo y me acercaba a Anyel.

—Como pronto, en un par de días o tal vez nunca. Si me permite una sugerencia, deberíamos salir de esta nave cuanto antes. En menos de diez minutos va a reventar. No puedo seguir manteniendo sus líneas de compresión por más tiempo.

—De acuerdo, pero primero devuélvanos el funcionamiento de las comunicaciones y armamento. Necesito hablar con Dama.

—Como órdenes. Pero le he estado retransmitiendo todo lo acontecido aquí, a través de las lanzaderas de apoyo. Tras una breve conversación pude comprobar que era cierto lo que había dicho.

—Bien, todo el mundo fuera de aquí. Vosotros dos, coged al Capitán Anyel. Distribuiros en las lanzaderas. La Yúrem y el Capitán Krull irán en la mía —informé al Jefe de Escuadrón.

—Tenéis mucho que contarme —dije mirándolos a ambos.

Sin duda acababa de encontrar la solución al problema de Yárrem y acaba de descubrir cómo el Maestro conseguía manejar a la Gran Dama, a veces olvidaba lo obvio, que el Maestro no era Warlook. Debía conseguir que una Yúrem se uniera a mis tropas. También intentaría reclutar a ese Krull, los tenía bien puestos.

ARCHIVO DE COMBATE.

CONVOY ARTURUS.

CAPITÁN AL MANDO: KRULL.

Tenía muchas ganas de ver a Krull. Muchos Capitanes pensaban que estaba loco pero yo sabía que no era así. Era distinto y sus «sorpresas» servían para amenizar esta interminable guerra. Recuerdo especialmente una vez que en lugar de traer unos circuitos que se habían quedado en un asteroide, me trajo tres mil Grubis[10] que pululaban por allí y lo mejor fue la explicación «le daba pena dejarlos a la deriva en ese asteroide». Fue tan grande el ataque de risa que me provocó que no pude regañarle por abandonar los circuitos. Los di por perdidos. No había quien pudiera con él. Era el mejor rastreador de planetas, lunas y asteroides ricos en metales… algún defecto debía tener.

El viaje fue bastante aburrido. No hubo ni un solo incidente, no había rastro del Mal por ninguna parte, no concordaba con los informes de Krull. Tras dos horas de rastreo por el Sistema de Andros, recibimos un mensaje codificado indicándonos su posición. Cuando llegué con mis cuatro cruceros y doce destructores defensivos, comprobé que me había quedado corto con los refuerzos. El convoy de Krull se componía de más de treinta cargueros. Monté en mi caza con una pequeña escolta y nos dirigimos al planeta capital del Sistema Andros. Dos de mis cruceros se pusieron en órbita justo encima de la Capital.

Aterrizamos en la zona del espaciopuerto pactada en el mensaje. Nada más salir comprobé lo que me temía, era un asco de planeta. Sucio, feo y aburrido. Los ciudadanos con los que nos cruzamos eran gente triste y sin esperanzas. Su forma de vivir se podía definir como GRIS. Al poco vimos como se acercaba Krull, impaciente. El aire olía a rancio y a humo con azufre. Toda la superficie del espaciopuerto estaba cubierta por esa capa de fino polvo gris.

—Bienvenido, mi señor.

—Hola viejo amigo. Este parece un lugar «paradisíaco» —ironicé.

—Es un planeta minero, un planeta con colonias mineras de quita y pon. La gente que viene aquí a trabajar, es porque no tiene a dónde ir. Ladrones, asesinos, ex convictos… ¿Quiere que siga con la lista?

—No, gracias. Desde ahora te digo que no me parece un lugar seguro.

—No lo es. Pero los negocios están por encima de todo, de cualquier lealtad en este lugar.

—¿No puedes, por una vez, encontrar un planeta que sea «normal»?

—No puedo elegir los planetas que sean una mina para los componentes del M7. Puedo asegurarle que nunca había encontrado uno tan rico como éste. Hemos tenido mucha suerte de encontrarlo antes que el Mal.

—Debías haberme informado de que el convoy era tan grande. Sólo he traído cuatro cruceros. Tardarán por lo menos cinco días en llegar refuerzos. Cuando lleguen, iremos a Jarkis y luego, de allí en adelante, quedarás al mando hasta Pangea.

—Espero que en ese tiempo os pueda convencer de la importancia de instalar aquí una base, para poder controlar el planeta y evitar que caiga en manos del Mal.

—Sabes que no dispongo de tropas, ni naves suficientes, para tal proyecto.

—Podría proporcionarme un pequeño número de hombres y utilizar a la gente que vive aquí —dijo pillándome por sorpresa, como siempre.

—¿Estás loco? Si esos hombres tuvieran armas os echarían a patadas.

—No estoy de acuerdo. Llevo varios meses aquí y les he ido conociendo un poco. Creo sinceramente, que si les diéramos la oportunidad de poder dirigirse y auto realizarse, de poder formar un auténtico hogar, no desaprovecharían la oportunidad. Bien organizados, podrían convertirse en uno de los sistemas más prósperos de la galaxia. Hay ocho planetas con posibilidades de albergar vida, habría que terraformarlos pero con un poco de tiempo…

—No sé. Te va a costar mucho convencerme de eso. Si se pasaran al Mal…

—Bien sabéis que si algo me sobra es tenacidad. Suspiré como única respuesta.

Tan sólo llevábamos dos días en el planeta minero, cuando uno de mis cruceros nos informó que había detectado, a parte de la flota de Tógar, que se dirigía hacia Andros. La defensa planetaria era impensable y no disponía de cruceros suficientes para hacerles frente. La única solución era huir lo más rápido posible.

La alarma de evacuación atronó en toda la ciudad. Los civiles corrieron a sus refugios, aunque algunos, para mi sorpresa, parecieron indiferentes. Mis guardianes llegaron de todas partes, montándose en los transportes que estaban libres. Me dirigí a un micro crucero de combate junto a Krull, cediendo mi caza a uno de sus hombres. Despegamos rápidamente y antes de que saliéramos de la atmósfera del planeta nos alcanzaron varios cazas de escolta, el resto fue directo hacia el convoy. Los dos cruceros de vigilancia se nos unieron y nos dirigimos a la nave que Krull había designado como Capitana. Según nos acercábamos a su carguero, la boca se me iba abriendo más y más. Esa nave de carga era tan antigua que debía estar jubilada. Se caía a pedazos de puro vieja.

—¡Krulllll! —grité a pesar de tenerlo al lado—. ¿Qué demonios es eso?

—Bonita, ¿verdad?

—¿Bonita? ¿Estás loco? Esa nave debería estar en un maldito museo hace más de cinco mil años.

—Tenía que echar mano de todo lo disponible. Le puedo asegurar que «la Odisea» está plenamente operativa —dijo ocultándome algo.

—Cuando me comentaste en la ciudad que era antigua, no me imaginaba que era un trasto flotante. ¿Cómo vas a conseguir despegarte del acoso de un crucero enemigo? ¡Dime!

—De acuerdo, está bastante vieja pero tiene motores muy resistentes y algunos ases en la manga. Yo mismo la capitanearé —dijo dignamente.

—Espero que tengas razón porque te van a hacer pedazos como la alcancen.

Salimos sin que consiguieran detectarnos pero era cuestión de tiempo. Todo dependía de cuándo, dado que íbamos al encuentro de los refuerzos. No pasaron treinta y seis horas cuando las alarmas bramaron. Nos habían localizado y eso no era lo peor, nuestros perseguidores eran la flota de toma de sistemas de Tógar, que no andaría lejos con el resto de sus cruceros. No teníamos ninguna posibilidad de hacerles frente, ni con los refuerzos. Había que abandonar el convoy o por lo menos parte de él. Las naves enemigas se escudaban en un enorme crucero de combate, el doble de grande que los habituales y con el triple de potencia de fuego. No tenía tanta maniobrabilidad pero con ese potencial de ataque no la necesitaba. Anyel ya nos había informado de ellos pero hasta ese momento no nos habíamos tenido que enfrentar con ninguno. Era realmente formidable. Si hubiéramos tenido a la Gran Dama…

Elegí seis cruceros de carga para que les atacasen y se autodestruyeran, cuando las naves enemigas estuvieran lo suficientemente cerca para dañarlas o, por lo menos, debilitar sus escudos. La metralla de M7, provocada por las detonaciones, les entretendría lo suficiente como para que nos diera tiempo a ponernos a salvo en algún sistema aliado. El primero que debía lanzarse contra ellos era la nave de Krull. La evacuación, al resto de naves, se efectuó rápidamente. Las seis naves se programaron para el ataque y autodestrucción una vez se hubieron evacuado.

Cinco de las naves partieron hacia su objetivo, el centro de la formación de los cruceros del Mal, acelerando constantemente para evitar ser neutralizadas. La sexta permanecía quieta, no estaba programado así. Era «la Odisea».

—¡Maldita sea ese montón de chatarra! ¿Por qué no se mueve? —pregunté más para mí que para nadie.

—No recibimos confirmación de las órdenes de su IA —dijo uno de mis pilotos.

—Que venga el Capitán Krull.

—No está abordo —me informó la IA de la nave.

—¿No está? ¿Y qué nave le ha recogido?

—Ninguna —fue su escueta respuesta.

—¿Dónde está?

—No ha salido de la nave de carga.

—Será… —comencé interrumpiéndome cuando las alarmas de combate saltaron.

El enorme crucero se adelantaba acelerando, en nuestra busca. Las cinco naves que se dirigían hacia ellos la sobrepasarían. Si nos deteníamos a combatir, el resto de sus naves nos alcanzarían. En ese momento «la Odisea» pareció estremecerse y que se partía en dos. Pero no era así, la nave se abría por la mitad y sacaba toda su carga en bloque. Nunca había visto una nave capaz de hacer eso. ¿Qué es lo que estaba planeando su retorcida mente? Una vez se desprendió de la carga, situó su nave entre ella y la del Mal. Activó sus escudos delanteros a máxima potencia, desviando la energía del resto, a éstos. Encendió los impulsores y empezó a empujar la carga hacia el crucero del Mal. El plan era sencillo, catapultar el cargamento contra el crucero. Cuando el enemigo se percató de la jugada de «la Odisea», abrió fuego con toda la potencia de su armamento defensivo e intentaron efectuar un inicio de maniobras de evasión. Su armamento era ineficaz contra semejante bloque de M7. El Capitán del crucero del Mal, debió pensar que era un farol, ya que cambió de estrategia y en vez de evitar la colisión, se dirigió directamente hacia él. Pero Krull no se amilanó y aceleró más, al igual que el del Mal, lo que hizo que no pudiera separarse de la carga a tiempo. La explosión fue enorme. Nadie pudo sobrevivir. La IA confirmó que el Capitán Krull seguía abordo en el momento de la colisión. No había salido ninguna lanzadera de salvamento. Krull había muerto para darnos una oportunidad. Siguió el lema de su raza, los Charwin, al pie de la letra «uno es sacrificable por el bien de todos».

Su muerte fue un duro revés para nuestro suministro de metales. Necesité montar todo un equipo para sustituirle pero aún así necesitaba alguien que comandara los transportes. Como muchas cosas en la vida, la solución vino por sí sola o así lo creí en ese momento. En el grupo de refuerzo que venía a nuestro rescate transportaba alguien especial, una vieja amiga.

—Un Jefe de Escuadra solicita ser recibido —me informó el Guardián de vigilancia del espaciopuerto de lanzaderas.

—¿Qué es lo que quiere? —pregunté algo molesto—. No es un buen momento.

—Dice que, con todo respeto, no le importa lo que opine y que viene a darle una… paliza, mi señor —respondió incómodo.

La tripulación de la sala me miró sorprendida. Los ojos se me iluminaron y una sonrisa inundó mi rostro, relajando la tensión que se acaba de crear en la sala.

—Déjela pasar pero antes dígale que no creo que una flacucha como ella, pueda vencerme.

Me giré esperando que la puerta se abriera. Al poco lo hizo, entrando Heles de Viej y Rotona que sonreía de oreja a oreja. Me miró desafiante mientras me hacía la reverencia con puño en el suelo. Casi antes de que se levantara la estaba abrazando.

—Heles, ¡cuánto tiempo! —dije a la vez que le miraba a esos preciosos ojos verdes. Su, negra, larga y ligeramente ondulada cabellera le llegaba a mitad de la espalda.

—Si mi señor hubiera querido, no me habría despegado de su lado.

—¿Reproches a estas alturas? ¿Dónde has estado?

—En el equipo de Anyel.

—Ahora lo entiendo. ¿No podías elegir destino más peligroso?

—Pero emocionante, y como premio no tenía que aguantaros —dijo sonriendo maliciosamente. La misma sonrisa que cuando la conocí.

ARCHIVO DE RECLUTAS.

SITUACIÓN: GRAN DAMA.

SALA DE ENTRENAMIENTO PRINCIPAL.

PRIMER GRUPO DE LA PRIMERA PRESELECCIÓN.

Miré a la puerta, respiré hondo y di la orden para que se abriera. Fijé la mirada en Anyel y Yárrem, dirigiéndome directamente hacia ellos. Aunque intentaba disimularlo, ambos se dieron cuenta que estaba nervioso.

—¿Éste es el grupo de novatos? —pregunté para romper el hielo.

—Sí, Príncipe Prance. (Me cuesta llamarte Príncipe, ya me había acostumbrando a llamarte Capitán) —me susurró esto último, Yárrem, al oído.

—(Como metas la pata te estrangulo) —le respondí de la misma manera.

La primera selección abarcó a doscientos mil Warlooks. Como es lógico, no todos valdrían, pero aunque sólo lo hicieran la mitad, resultaría imposible que pudiéramos enseñarles a todos a la vez. Así que seleccionamos a los trescientos primeros en listas, de forma que ellos enseñaran al resto. Anyel fue el primero en hablar a estos trescientos nuevos guardianes.

—Bienvenidos. Veo que cada uno tiene su Traje. También sé que todos habéis pasado «La Celda» con éxito. Enhorabuena, no pensaba que todos lo consiguierais. Reconozco que mis dudas provienen de mi relación con otras razas que, sinceramente, me han provocado una fuerte desconfianza en la raza humana. Lo primero que quiero que os quede claro es que el que crea que ser Guardián es sencillo, una suerte, divertido o maravilloso, ¡es un maldito iluso!

—Tiene razón —intervine—. Ser Guardián no es fantástico, implica una enorme dosis de responsabilidad, seriedad, sacrificio, dolor, muerte y ninguna recompensa, en lo referente a lo material. Sólo se gana la satisfacción de hacer el Bien por el Bien. Ayudar y proteger a los demás, no sólo a nuestra raza sino a todas las que nos acepten, ése es nuestro objetivo. Destruir al Mal es nuestra misión y conseguir la Paz para toda la galaxia, nuestra meta final.

Alguien hizo un comentario por lo bajo, haciendo que Yárrem saltara como una fiera.

—¡No creo haber prohibido hablar a nadie! ¡Es más, si alguien cree que tiene algo que decir, que lo diga en alto!

Una guardiana avanzó hasta la primera fila. Sus ojos verdes destacaban por la fiereza de su mirada. Miró a Yárrem sin temor aparente aunque sus piernas temblaban.

—He sido yo la que ha hablado. Comentaba que no había nada más importante que defender al débil del Mal.

—Y tienes razón. ¿Cuál es tu nombre? —le pregunté.

—Heles de Viej y Rotona. Número noventa y cuatro de la lista.

—No hace falta que nos deis el número. La posición en las pruebas no influye en la posible capacidad del Guardián. Todos podéis llegar a ser Capitanes, Jefes de Escuadra o Escuadrón.

—Usted fue el primero y ahora es nuestro Príncipe —dijo Heles sonriendo maliciosamente, provocando mi risa y la de todos los presentes.

—No tiene que ver. Urgan era de los últimos y acabó siendo de los primeros. Pero vamos a seguir el consejo de la Guardiana Heles, los cien primeros de la lista estarán bajo mi tutela, no creáis que es una suerte. Soy el instructor más duro que os podáis imaginar, os voy a dar más palos que a una estera. Los cien siguientes lo harán con el Capitán Yárrem y los restantes con el Capitán Anyel.

—Y para no quedar mal delante del Príncipe puedo aseguraros que nosotros seremos el doble de duros que él —continuó Anyel—. Va a ser un curso acelerado. Por desgracia no tenemos tiempo de enseñaros y entrenaros como lo hizo nuestro Príncipe pero aun así pensad que sois fundamentales, no podéis fallar. Vosotros os vais a encargar de enseñar al resto de candidatos. De vosotros depende el futuro ejército del Bien. Si falláis, se acabó. No tendremos una segunda oportunidad.

Las lecciones y entrenamientos progresaban rápidamente pero el primer día lo recuerdo en especial. Era el segundo día de la quinta semana de Al Pream, soleado pero fresco. Bajé a Pangea con mi grupo, al que junté en una de las salas de reunión del pueblo. Había ordenado que la despojaran de todo. Quería las paredes totalmente desnudas, sin posibles distracciones. Ordené que formaran medio círculo. Me observaban esperando a que empezara la lección pero no sabía por dónde empezar. Era una situación muy distinta a la de Zerk, además no eran niños. Tras unos embarazosos segundos empecé a hablar. Las palabras salieron, una tras otra, formando la primera lección.

—Por desgracia no soy un Maestro. No soy como el Maestro Zerk, él estaba acostumbrado a enseñar. Yo no. Soy un guerrero. Las circunstancias me han obligado a serlo. Para colmo de desgracias disponemos de un tiempo limitado, lo que nos crea una presión adicional. Espero hacer de vosotros unos buenos instructores. Primer paso, abrid la mente. Pensad en todas las direcciones.

Me miraban absorbiendo todas mis palabras. Estaban realmente motivados para aprender. Eso nos ahorraría mucho tiempo.

—Sé que estáis ansiosos por empezar a manejar el Traje y su armamento, pero no puede ser manejado si no se comprende cómo funciona. Debéis saber que ahora el Traje es parte de vosotros, al igual que un brazo, un ojo o el hígado. Se cansa o fatiga al igual que cualquier órgano o miembro de vuestro cuerpo. Su función es la de protegeros, ayudaros, coordinaros con otros compañeros, manejo de armamento, control orgánico y otro sinfín de cosas. Si no confiáis en él plenamente, no os servirá de nada. No debéis tener secretos con vuestro Traje, utilizadlo como sistema de archivo, tanto de combate como personal, usadlo como si fuera un viejo amigo, cuanto más unidos estéis a él, más compenetrados estaréis y mejor guardianes seréis.

—¿Tiene vida propia? —preguntó un chico que se hallaba al fondo.

Las cabezas de los presentes se giraron mirándole sorprendidos por haberse atrevido a interrumpirme. También se oyeron algunos murmullos desaprobadores. Me puse serio, apreté la mandíbula y les miré duramente.

—Siéntense en el suelo todos aquéllos que hayan mirado o desaprobado, al Guardián que me ha interrumpido.

Se sentaron todos menos Heles, un chico llamado Espisces y el que había hecho la pregunta, Faigther.

—Vosotros tres, venid a mi lado. Que se pongan en pie los que han hecho comentarios desaprobatorios a la interrupción.

Unos treinta se levantaron. Les miré críticamente censurándolos.

—¿Quién es el instructor aquí? —pregunté secamente. Varias voces dijeron que era yo.

—¡Maldición! ¡Me he quedado sordo! Nunca había oído que cien voces hicieran tan poco ruido. ¿Quién es aquí el instructor? —pregunté medio gritando.

—¡Usted mi Príncipe y señor! —respondieron al unísono.

—¿Entonces puedo saber porqué habéis hecho una desaprobación de algo, sin que yo lo haya sugerido? ¿Por qué habéis mirado a Faigther como si hubiera cometido una falta grave al interrumpirme? ¿Por qué demonios los demás no me habéis interrumpido con más preguntas? ¿Cómo vais a aprender, si no preguntáis cualquier duda que tengáis? Siempre que lo deseéis podéis interrumpirme para preguntar, es más, debéis interrumpirme para preguntar. El que pregunta no es el más tonto sino el más sabio. Ésta es vuestra primera lección, también fue la mía y el tiempo dio la razón al Maestro Zerk.

Los días pasaron convirtiéndose en semanas. Heles era muy inteligente y enseguida empezó a destacar. Utilizaba todo su tiempo en estar conmigo, era como una máquina, no paraba de absorber información. Vigilaba todos mis movimientos, todas mis palabras, todas mis ideas… Por aquella época no creo que hubiera nadie que supiese más sobre mí y mi forma de actuar y pensar. Con el tiempo se convirtió en una magnífica estratega y planificadora de rutas. Había encontrado a alguien en quién podía delegar parte de mi responsabilidad. Los grupos de Yárrem y Anyel evolucionaron en el tiempo previsto, cierto es que algunos de sus hombres no valdrían en un futuro como instructores, pero dado el poco tiempo de que disponíamos, no pudimos ser más estrictos. Para eso ya habría tiempo. De todas formas, nosotros tres nos encargaríamos de supervisar sus grupos.

CONVOY ARTURUS.

CRUCERO GUNTOR.

SALA DE REUNIONES.

Cuando mi escolta salió. Heles me miró a los ojos sonriendo, se acercó y me dio dos sonoros besos en las mejillas.

—Te veo bien Prance.

—Príncipe Prance, para ti miserable esbirra —dije exagerando la entonación, intentando resultar cómico.

—Perdón mi señor, esta estúpida y humilde esclava se humilla al tener que recordarle que, a causa de la batalla del Platino, en cierto Sistema que no quiero recordar, usted me concedió el honor de poder llamarle por su nombre de pila, en privado —dijo haciendo una cursi y estrambótica reverencia.

—Sí, lo recuerdo… todo el mundo comete errores —dije sonriendo a la vez que le hacía un gesto para que se sentara, en una de las sillas electromagnéticas, de la sala de reuniones. Le miré pensando cuánto la había echado de menos en estos años.

—Ya me he enterado de lo de Krull —dijo apenada.

—No habría desencadenado un ataque como ése, si yo no hubiera estado en el convoy. Tal vez ahora estuviera vivo.

—O tal vez el convoy en manos del Mal.

Acaricié su mejilla mirando sus preciosos ojos verdes.

—He echado mucho de menos tus consejos y tu cariño. ¿Cuánto hace que no nos vemos? ¿Treinta años?

—¡Ahh! Veo que es cierto eso de que todos los hombres sois iguales. Han pasado trescientos cuarenta y siete —dijo mostrándome sus perfectos y blancos dientes.

—Es increíble cómo pasa el tiempo. ¿Qué tal estás?

—Bien y por lo que he oído eres feliz con esa Princesa extranjera… ¿cómo se llama…? —preguntó para hacerme rabiar.

—Sabes perfectamente cómo se llama, malvada.

—¿Malvada… yo?

—Sí, tú. ¿Y tú qué, hay algún hombre en tu vida?

—No, gracias. No dais más que problemas.

—Y también alguna que otra alegría…

—La verdad es que no he encontrado mi media naranja o no he buscado bien o él no se ha dado cuenta.

—¿Cómo vas a encontrar a nadie que te aguante con ese genio que tienes? —pregunté tratando de sonreír lo más cínicamente que me era posible.

—¿Quieres que te hinche un ojo? —me amenazó blandiendo el puño ante mis narices.

—Esto es increíble —dije melancólicamente.

—¿El qué es increíble? —preguntó desconcertada.

—Cómo me has perdido el respeto. Aún recuerdo, como temblabas, la primera vez que te llamé a mis aposentos para el tema de los nuevos reclutas.

—Entonces no te conocía como ahora. No sabías que eras…

—Perfecto, guapo, inteligente, simpático… —bromeé.

—Y modesto, no te digo… Que eras un hombre.

—¿No te giba? Un Grubis iba a ser.

—No me refiero a eso, sino que eras simplemente un hombre y no un Dios.

—¿Un Dios? ¡Mierda! ¿Tengo que oír otra vez esa estupidez?

—Estamos bien, porque lo que te voy a decir te va a enfurecer —dijo poniendo los brazos en jarras.

—Siempre consigues que me cabree, dispara.

—Esa estupidez, ahora es algo más que un rumor. Aparte de grupos de civiles de distintos planetas, empieza a correrse entre algunos guardianes, el que eres algo más que un simple hombre.

—Explícate un poco, por favor.

—He interceptado, entre mis tropas, discusiones en las que se debatía, si en realidad eras un hombre o un Dios.

—¿Pero en qué se basan para semejantes teorías? Yo dirijo este ejército como lo haría cualquier ser humano en mi lugar.

—Tal vez, pero lo haces mejor que cualquier otro y la admiración se está convirtiendo en devoción.

—No me gusta.

—No creo que eso sea tan malo.

—No lo sería si no corriéramos el riesgo de que la devoción se convirtiera en fanatismo. Todos los fanatismos son malos —maticé.

—Entiendo tu punto de vista y creo que tienes razón. Habrá que atajar esto cuanto antes. Hablaré con mis tropas en cuanto vuelva. —¿Te vas tan pronto?

—No te vas a librar tan rápido de mí. Tengo entendido que en cuanto pongas el convoy a salvo, vas a dividir la escolta hacia tres puntos mineros.

—¿Cómo…? A veces olvido que estás bajo el mando directo de Anyel, pequeña espía.

—Espero que me permitas acompañarte. Así podríamos pasar algún tiempo juntos. Tienes mucho que contarme.

—Me parece bien. Anyel se las podrá arreglar una temporada sin ti. Además quiero convencerte para que ocupes el puesto de Krull.

—¡Uf! Eso te va a costar bastante.

Desde que dejamos al convoy a salvo, tardamos dos días en llegar a la colonia minera Walkoren, que se encontraba en el Sistema del mismo nombre. El planeta donde estaba instalada tenía una órbita excéntrica, por lo que casi todo el tiempo se hallaba muy alejado de su estrella, tanto, que estaba totalmente helado. Era la colonia minera más dura, casi no había civiles por su cruento tiempo. Las temperaturas eran tan bajas que había épocas que el nitrógeno, e incluso la atmósfera en su totalidad, se helaba por lo que cualquier golpe en un metal normal hacía que saltara en pedazos. El intenso frío provocaba gran cantidad de averías, por lo que sus almacenes de repuestos estaban casi siempre agotados, su gasto era compensado por la riqueza del planeta aunque, como siempre, lo primero en acabarse eran los repuestos de comunicaciones. Nosotros les llevábamos un montón de nuevos circuitos, mejores y más resistentes. Cuando nos pusimos en órbita y tratamos de comunicarnos con la base, sólo obtuvimos un cúmulo de ruidos y algunas inaudibles palabras entrecortadas, que en verdad no nos sorprendió demasiado, dada la climatología y el pedido que les llevábamos. Puesto que no había forma de contactar con ellos, decidimos descender para establecer un lugar donde descargar los repuestos. Heles preparó un contingente de sesenta guardianes en tres lanzaderas de desembarco ante mi insistencia en bajar, y comprobar por mí mismo, la dureza de la colonia minera y si realmente valía la pena el sacrificio y el esfuerzo.

Era una mala época para aterrizar. El planeta se alejaba de su estrella enfriándose, provocando terribles tormentas, con brutales ventiscas que hacían bajar la temperatura rápidamente. Pero lo peor eran los vientos huracanados de más de setecientos kilómetros hora que surgían de repente y que podían coger una lanzadera, haciéndola trizas en un momento. La computadora de la lanzadera nos confirmó, un gran temporal en progreso en la zona de la base.

Mientras descendía, revisé los informes generales de la base, que me hicieron soltar un pequeño ruidito de sorpresa. Heles me miró, delegando el mando en el piloto, sentándose a mi lado.

—¿Qué ocurre mi señor? —preguntó entre extrañada y divertida.

—No te puedes imaginar quién es el Capitán que dirige la colonia.

—¿Un Capitán dirigiendo una colonia minera? ¿Quién es el loco o loca?

—Faigther.

—¿Faigther? ¿Qué hizo para que le destinaran a ese puesto? ¿Vendió metales al Mal?

—Te vas a sorprender. Se presentó voluntario.

—Siempre le ha gustado ponerse a prueba, pero esto es demasiado. ¿Cuánto tiempo lleva en ese cubo de hielo?

—Por lo que leo aquí, el suficiente para instalar algo que él llama «la red de estaciones de auxilio», cada una con su radiofaro.

—¿Para todo el planeta? ¿Cómo ha traído hasta aquí el material? ¿De dónde lo ha sacado? ¿Sabes cuantos radiofaros hacen falta para cubrir decentemente todo un planeta? Sin contar con la climatología…

—Tranquila… ya se lo preguntaremos cuando le veamos. Por lo que veo sólo es un comienzo…

—Le voy a echar un buen rapapolvo por venir al culo de la galaxia a… ¿Qué demonios hace aquí? Con su inteligencia e ingenio podría elegir cualquier destino más útil. ¿Me escucháis, mi señor?

—Hummm, perdona. Estaba observando la distribución de las estaciones de los radiofaros —le respondí pensativo.

—¿Por qué? ¿Pasa algo?

—¿No te parece que tienen una extraña distribución? —le pregunté a la vez que la invitaba a mirar.

—Algo anárquica y demasiado juntos, ¿no?

—Diría que están colocadas como defensa o protección. Hacen formas de lazos. ¿Pero para qué demonios iba a servir un radiofaro en caso de combate? Son demasiado pequeños para una defensa efectiva. No lo entiendo.

En ese momento, un pitido, nos avisó de la inminente entrada en la atmósfera del planeta. Todos nos anclamos electromagnéticamente a nuestros asientos.

La reentrada en Walkoren fue brutal, el zarandeo provocó inquietud entre mis hombres. Si los asientos magnéticos no nos hubieran mantenido firmemente sujetos, nos habríamos hecho papilla contra las paredes. Los vientos huracanados nos hacían ascender y descender cientos de metros en segundos. El descender no nos ayudó, nos metimos en plena ventisca. Las pantallas exteriores no mostraban más que nieve. Los sensores localizaron sin dificultad la base, pero el aterrizaje cerca de ella era demasiado peligroso para la integridad de la misma, así que ordené que lo hiciéramos en la pista más alejada. Una mala ráfaga podría hacer que nos estrelláramos, a pesar de todas las computadoras y cálculos previos. La pericia de los pilotos consiguió que las tres lanzaderas aterrizaran sin daño alguno. Dos guardianes ordenaron a la compuerta exterior que se abriera, no sin antes comprobar que la atmósfera era realmente respirable, cosa que tampoco tenía sentido ya que en un principio era un planeta carente de vida. Una ráfaga de aire inundó la pequeña nave, introduciendo gran cantidad de nieve. Cuando me acerqué, el gélido aire me golpeó en el rostro, dejándolo insensible casi en el acto. Mi OB indicaba que la temperatura era de sesenta y un grados bajo cero y que la tendencia era a la baja. Ordené que activaran los cascos, sin ellos no aguantaríamos el frío ni podríamos ver a dos pasos. La nieve formaba una cambiante y espesa cortina que nos golpea y zarandeaba de un lado para otro. La única forma de avanzar hacia los edificios de la base, era usando el OB, en combinación con el casco. Heles me agarró por un brazo y me retuvo en el centro del grupo junto a ella. Era una buena medida, si te separabas un poco perdías de vista al que iba por delante. Debimos avanzar en línea recta algo más de un kilómetro.

No había forma de vislumbrar nada. Según nos fuimos acercando, una extraña sensación me iba invadiendo. En un principio lo achaqué al intenso frío y al zarandeo de la ventisca pero cuando en el estómago noté ese «nudo», supe que algo iba mal. Empecé a mirar alrededor, la nieve se adhería al casco para desaparecer rápidamente, siendo sustituida por nuevos copos. A cada paso miraba hacia un lado. No se veía nada.

—Prance, ¿te ocurre algo? —dijo Heles a través del casco, su voz sonaba preocupada.

—No sé, Heles, algo…

De pronto, me pareció ver una sombra que se movía por nuestra derecha, en paralelo, luego otra por la izquierda. ¿Serían del equipo de mantenimiento? ¿Sin informar de su posición? ¡Mierda!

—¡A cubierto, es una trampa! —grité a través de mi casco.

En ese instante, por ambos flancos, surgieron docenas de disparos. Mis hombres empezaron a caer uno tras otro. Habíamos caído de lleno en una emboscada. Estábamos en un fuego cruzado sin posibilidad de formar una defensa efectiva. Desenfundé mi fusil de asalto y comencé a disparar a ciegas. El enemigo llevaba un camuflaje perfecto, no conseguía detectarlos, sólo delataban su posición cuando disparaban sus armas láser. En el fragor de la lucha nos fuimos separando en pequeños grupos, intentando salir del fuego cruzado. Los dos guardianes que estaban a mi lado, fueron alcanzados por varios disparos, muriendo casi en el acto, yo me salvé porque había activado el escudo circular de mi OB y desvié los dos disparos que se dirigían directamente a mi pecho. Rodé y me alejé corriendo, pero a los pocos metros noté un agudo y penetrante dolor, en la espalda. Giré la cabeza y pude comprobar que sobresalía el asta de una flecha. Me habían alcanzado a media espalda, bajo el omóplato derecho. El casco me informó que había penetrado casi ocho centímetros y había dañado un pulmón. El Traje neutralizó el fallo pulmonar, aumentando la potencia del otro pulmón. El frío se introducía a través del metal, cauterizando en parte, el dolor. Con un hábil movimiento de espada, la corté a unos centímetros, ya habría tiempo de sacarla. El fuego láser había cesado y dado que no había forma de localizar al enemigo, decidí alejarme hacia el radiofaro más cercano, según el mapa que estudié en la lanzadera, esperando no equivocarme. No había avanzado cien metros cuando tropecé con un cuerpo. Era de los nuestros y al agacharme para ver quién era, descubrí con preocupación que era Heles. Un simple vistazo me bastó para comprobar que vivía. En un rápido estudio, descubrí que tenía el hombro derecho destrozado por el impacto de un láser de gran potencia, un profundo corte en el muslo izquierdo y una flecha en medio del pecho, profundamente arraigada. Antes de intentar sacársela, la escaneé con el OB, viendo a través del casco la gravedad de la herida. Rozaba el corazón, si intentaba extraérsela, la mataría. Haría falta cirugía especializada. Con mucha delicadeza, usando una pequeña daga láser de mi pantorrilla, la corté a un centímetro del pecho, para que no cimbreara al moverla y dañara accidentalmente el corazón. Con mucho cuidado pasé un brazo por debajo de sus rodillas y el otro por debajo de sus axilas. Suavemente me incorporé, intentando que la flecha no se moviera, pero al dar el primer paso descubrí que su peso abría mi herida, provocando un lacerante dolor. Debíamos llegar cuanto antes al radiofaro, desde allí podríamos pedir ayuda a la flota. Teníamos por lo menos dos cruceros de asalto por ese sector y otro en órbita.

La tormenta de nieve iba en aumento, casi no veía a Heles pero podía vigilar sus constantes gracias al casco. Había puenteado mi sistema de energía con el suyo, para que mi Traje la mantuviera con vida. Se estaba debilitando rápidamente, lo que me hizo acelerar el paso y, en consecuencia, aumentar el dolor de mi espalda. Había recorrido unos seis kilómetros y me faltaban unos ocho más, cuando una pequeña luz azul se encendió en la parte inferior de mi casco. Era la señal de que la energía de mi Traje se hallaba al cincuenta por ciento. ¿Cómo era posible? Casi no había luchado y no había usado la energía para el armamento. Me detuve dejando a Heles en la nieve y pulsé una línea de información de mi OB Estaba gastando mucha energía en la herida, que se abría, y el Traje volvía cerrar, para no desangrarme, también en mantenerme caliente, ya que en ese momento estábamos en setenta grados bajo cero. Pero sobre todo era Heles la que provocaba el mayor gasto, estaba muy grave, si no recibíamos ayuda pronto… Mientras caminaba como un autómata, con Heles en los brazos, vigilaba la temperatura exterior que, para mi frustración, no paraba de descender. Estaba atardeciendo y el frío hizo que dejara de nevar, debíamos llegar de inmediato al refugio o si no, moriríamos congelados. Cuando el sol estaba a punto de ocultarse, divisamos el radiofaro, tenía el Traje en reserva. No hizo falta que nos aproximáramos mucho para que descubriera que había sido atacado. Se observaban varios impactos de cañones láser de pequeño calibre. Con temor, dejé de nuevo a Heles en la nieve y me aproximé a la estación dando un rodeo táctico. La puerta estaba abierta, había sido dañada en varios puntos, por lo que dudé que se pudiera volver a cerrar. En la entrada, tumbado boca abajo, había un Guardián muerto. ¿Era de los nuestros o de los suyos? Su OB ya no funcionaba, tendría que acercarme para descubrirlo. Cogí el fusil de asalto con mucho esfuerzo. La herida comenzaba a dolerme de verdad, eso significaba que el Traje empezaba a ahorrar energía. Pronto empezaría a absorber la de las armas. No podía perder más tiempo, me arrastré hasta el cuerpo, comprobando que no era de los nuestros. Conecté su ordenador al mío, absorbí la escasa energía que le restaba en la reserva, tecleé las órdenes para vaporizar el cadáver y me apoderé de su Jade. ¿Por qué no lo hicieron ellos? El interior estaba oscuro y desde mi posición no se veía a nadie. Mi sistema de rastreo era inútil dada la estructura de M7 del radiofaro. Si cuando entrara había alguien agazapado en la oscuridad, me alcanzaría sin duda alguna. Lo lógico sería que esperara a que anocheciera pero Heles no disponía de ese tiempo.

Me incorporé y, de un potente salto, me adentré en la oscuridad rondando sobre mi hombro izquierdo, para no sobrecargar mi herida. Al no ser atacado, permanecí agazapado durante unos segundos escuchando el ambiente. Todo permanecía en silencio. Al alargar el brazo para avanzar reptando, toqué otro cadáver, luego otro y otro más. A oscuras recorrí toda la estación, mi detector no localizó a nadie, por lo menos con vida. Sólo una sala funcionaba parcialmente, tenía energía para iluminarse y sus calefactores funcionaban al diez por ciento. En cuando conseguí que se pusiera en marcha, salí corriendo a por Heles. La tormenta se había reanudado, habíamos rebasado los ciento diez bajo cero y la nieve era distinta, estaba compuesta por algo más que agua, también había otros gases, si seguía descendiendo la temperatura, la atmósfera se acabaría congelando. Había tardado sólo veinte minutos en la operación pero cuando llegué hasta Heles, un manto de tres centímetros de nieve la cubría casi totalmente.

Una vez dentro intenté acomodarla confortablemente y lo más cerca posible de uno de los calefactores, ya que la temperatura del radiofaro tan sólo distaba en quince grados de la de fuera y los calefactores sólo pudieron ascenderla hasta los veinte grados bajo cero. Le cubrí con trozos de aislantes de circuitos, de una de las paredes de la habitación de al lado, la cual tuve que forzar con mi espada láser. Cuando estuvo totalmente cubierta, le suministré toda la energía que me restaba, lo que hizo que el dolor de mi espalda volviera con toda su crudeza. Me aseguré por octava vez de que Heles estaba estable y cerrando la dañada puerta a empujones, fui recorriendo la estación recolectando la energía de los guardianes caídos, vaporizando sus cuerpos a la vez que recogía sus jades, que iba adhiriendo sobre las toberas. Busqué sus armas pero no encontré ninguna, alguien se las había llevado. Había un total de treinta y dos cadáveres, de los cuales, catorce eran de los nuestros. Supuse que bajo la nieve habría más. Pero lo que me preocupaba eran dónde estaban los supervivientes, fueran del bando que fueran.

Volví junto a Heles, cerrando de nuevo la puerta a empujones, comprobando que la temperatura casi no había variado. No podía ser. A parte de que la temperatura fuera seguía bajando, un estudio más atento me hizo ver que había multitud de pequeños agujeros, producidos por ráfagas láser. Trasvasé más energía al Traje de Heles, quedándome con una pequeña reserva y volví a la habitación contigua. Corté nuevos trozos de aislante y me dediqué a taponar los pequeños agujeros. Tras tres horas de intenso trabajo, terminé con las fugas de calor, consiguiendo que subiera un poco la temperatura. Comprobé que mi armamento estaba en perfectas condiciones, por si volvía el enemigo. Salí de la sala, hacia la de emisión del radiofaro, que empezaba a llenarse de hielo, al igual que el resto de la estación. La luz de esa zona fue sencilla de reparar, aunque era el sistema de emergencia, servía para poder ver por dónde se pisaba, pero mi decepción fue enorme al comprobar que la computadora de emisión estaba totalmente destrozada, los daños eran irreparables. Volví junto a Heles pensativo. Sus constantes seguían inestables, no aguantaría un viaje hasta otro radiofaro, y si me marchara, quedaría indefensa. Pero si nos quedábamos, Heles no podría aguantar mucho. Era un círculo cerrado, sólo podía esperar un milagro, en los que no creía.

Me senté junto a ella pensativo, mirando su rostro a través del casco, cuando de pronto abrió los ojos. Fue una sorpresa inesperada, con cuidado acerqué mi rostro al de ella.

—Hola preciosa. ¿Cómo estás?

—¿Dónde estamos? Me duele mucho el pecho —dijo con voz débil y hueca a través del casco, su sistema de comunicación fallaba.

—En uno de los radiofaros. Tranquila, sólo es un rasguño pero no te muevas.

—No me mientas, aún puedo ver mis constantes en la pantalla interior de mi casco. Me estoy muriendo y por lo que puedo ver, tú tampoco estás muy bien.

—No te preocupes por mí y conserva las fuerzas, además he llamado por el radiofaro y mañana nos sacarán de aquí.

—Con este gasto de energía, por el frío y mis heridas, no llegaré a mañana, lo sabes muy bien —dijo con una voz cada vez más débil.

Desactivé el casco mirándola con dulzura. El frío atenazó mi rostro volviéndolo lentamente insensible. Me costaba respirar, el aire estaba enrarecido.

—Me obligas a ponerme duro, Guardiana Heles, le prohíbo que se muera y que conste que es una orden directa —dije dedicándole una gran y cálida sonrisa.

Ella me devolvió una mirada triste, cansada y un comienzo de sonrisa.

—Aunque siempre has sido un maldito cabezota, esta vez no te saldrás con la tuya.

—No puedes dejarme. ¿Quién se burlará de mí? —pregunté cogiéndole una mano.

—Tu esposa. Dile que te cuide o, si no, volveré del «otro lado de la frontera»[11] y que se prepare. También dile que —su voz se desvanecía—, que… la… envidio… muchohhhh…

Tras esas palabras perdió el conocimiento y no volvió más en sí. Trasladé toda la energía de mi armamento y de mi Traje, que pude, ya que la reserva para vida, no se podía trasvasar. Cuatro horas después moría en mis brazos, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Ordené a su OB que el casco se replegara para poder contemplar, por última vez, su rostro. Luego, con gran dolor, le cerré los ojos y tecleé la orden de vaporización. Esperé a que desapareciera del todo antes de recoger su Jade y apilar sus armas.

Poco antes del amanecer, el inestable sistema de calefactores se averió definitivamente, con lo que mi Traje agotó toda su energía procurando que no me helara y que la herida de mi espalda no fuera a más. El casco se replegó para permitirme respirar. Por suerte la temperatura estaba subiendo, ya que había cesado la tormenta y estaba prácticamente despejado. El dolor fue en aumento y un regusto a sangre me inundó la boca, casi en el acto empecé a respirar con dificultad. No tenía opción, en cuanto el sol calentara lo suficiente, saldría hacia otro radiofaro. Al acercarme a la sala de la salida, oí ruidos y voces en el exterior, lo que desencadenó una ira inusitada en alguien como yo. ¡Los mataría a todos! ¡Sería un combate SHAMARKANDA![12]

Mi armamento estaba sin energía, pero cogí un trozo de M7 afilado, de uno de los destrozados blindajes interiores y me acerqué a la entrada. Los primeros en entrar morirían. Me agazapé intentando oír lo que decían.

—Desplegaos con cuidado, puede haber alguien. El cuerpo de la entrada ha desaparecido.

Apreté tan fuerte los dientes que casi crujieron por la presión. Debían ser muchos por el ruido que hacían sus pisadas en la nieve. Alguien se apoyó al lado de la puerta, por el exterior. Si hubiera tenido algo de energía, con cualquiera de mis armas habría atravesado el metal, alcanzándolo.

—¡A quién esté dentro! ¡Salga! —gritó una voz.

¿Estaban locos o qué? O eran más de los que creía en un comienzo o les gustaba arriesgarse con el enemigo.

—¡Si se rinden, no les haremos nada! ¡Tienen la palabra del Capitán Faigther! —gritó la misma voz, que desde luego no era la de Faigther.

¿Faigther? Muy probablemente una sutil trampa. Decidí responderles desafiante, intentando ganar tiempo y a la vez crear en ellos incertidumbre.

—¿Salir? ¿Y quedarme al descubierto? ¡Perderás muchos hombres en esa entrada si intentáis atravesarla! —grité respirando hondamente a cada frase, para que no se notara mi debilidad.

—¡Tenéis mi palabra de que se respetará vuestra vida! ¡No tenéis salida!

—Si es cierto eso que decís, que entre uno de tus hombres a negociar y parlamentar.

—¡De acuerdo!

Debían pensar que mi ordenador de brazo no funcionaba y que por eso no podían identificarme. Si descubrían que no tenía energía, estaba perdido, no tendrían más que entrar disparando ráfagas a lo loco para mantenerme a raya. La tensión empeoraba mi entrecortada respiración. Una sombra cubrió parte de la puerta, luego, alguien se detuvo en el umbral. Estaba a contra luz, así que no podía distinguir ni siquiera si era hombre o mujer. Detrás de él, a ambos lados, había por lo menos otros cuatro.

—Le estoy apuntando. Acérquese para que le pueda ver.

El hombre avanzó, no le veía el rostro, pero él, a mí, me vio la cara con claridad. Se arrodilló haciendo la reverencia, a la vez que hablaba a los de fuera.

—¡Es nuestro Príncipe y señor, Capitán Faigther! —gritó entusiasmado.

—¿Mi Príncipe sois vos? —preguntó una voz que parecía la de él.

—¿Posición en la preselección? ¡Rápido! —pregunté apremiante a modo de comprobación.

—El diecinueve, bajo su instrucción directa. Fue un puñetero infierno —dijo a la vez que se asomaba por la puerta.

El Guardián que permanecía arrodillado se acercó, permitiéndome ver que realmente era de los nuestros. Faigther entró como una tromba, haciendo a un lado a su hombre, abrazándome con fuerza y con lágrimas en los ojos.

—¡Oogchh! Con cuidado viejo amigo.

—¡Estáis herido! Rápido, equipo dos, adentro. Es realmente el Príncipe —ordenó e informó a través de su OB.

En el exterior se produjo un pequeño revuelo y el ruido de pisadas inundó la estancia. Uno de los hombres, me acopló un pequeño aparato productor de energía pura que llenó mi reserva, eliminando el dolor de mi espalda y permitiéndome volver a respirar con normalidad.

—Prepara a tus hombres, vamos a otro radiofaro para comunicar con el crucero que se halla en órbita. Necesitamos refuerzos. ¿Cuánto tardaremos en llegar hasta la siguiente estación? Porque con lo que ha nevado…

—No iremos por la nieve.

—¿Tienes algún medio de transporte?

—No, demasiado arriesgado. Seguidme y lo veréis —me respondió enigmáticamente.

Entramos en la sala del radiofaro, se dirigió a un pequeño panel en la base del enorme armatoste, tecleó una serie de órdenes, haciendo que todo el conjunto se desplazara hacia un lado, surgiendo debajo un agujero. Me asomé y vi dentro un nutrido grupo de tropas de choque. Sonriendo, le miré sorprendido.

—Preparé las estaciones de forma que se comunicaran entre ellas y poder así recorrer el planeta con seguridad y rapidez. Debido a las tormentas que hay constantemente, era la única forma de poder vigilar y proteger nuestras posiciones.

—¿Y si el Mal entra en el circuito?

—Todos los túneles están minados. Los sepultaríamos a la primera de cambio. No quiero cambiar de tema, pero creo que deberíamos entrar, estaríamos más seguros —dijo apartándose, haciendo un gesto con el brazo para que avanzara.

Salté limpiamente hasta el fondo, que estaba a unos dos metros y medio, y como es natural, mi herida se volvió a resentir. Luego bajó Faigther que me miró desaprobadoramente, por mi descuido. Acto seguido fueron bajando todos sus hombres. La entrada se cerró con igual limpieza que lo hizo, al abrirse. Los corredores eran amplios, hechos con un corte limpio y estaban bien iluminados. La temperatura era cálida, de unos dieciocho grados. Avanzamos por el pasillo en silencio.

—¿Sabes dónde están los hombres que bajaron conmigo? —le pregunté.

—Según mis informes hemos rescatado a dos y a las tripulaciones de las lanzaderas, el resto probablemente haya… caído.

—Faigther…

—¿Sí, mi señor…?

—Heles… Heles murió anoche en el radiofaro —dije tristemente.

Mis palabras fueron como un mazazo para él. Se detuvo en seco, deteniéndose y apoyándose en una de las paredes, las piernas le temblaban. Desde la primera vez que la vio, se enamoró de ella en silencio. Heles jamás se dignó a mirarle como una posible pareja. Para ella sólo era un amigo. Sufría tanto junto a ella, que se desterró a un lugar tan apartado como éste, para tratar de olvidarla pero por su reacción no lo había conseguido. Le agarré por un brazo y le obligue a seguir avanzando. Sus hombres no debían verle así. Sus ojos se inundaron de lágrimas. Estoy seguro de que no veía por donde caminaba, avanzaba gracias a que le sujetaba firmemente.

—No pude salvarla. Le suministré toda la energía de mi Traje y de los cuerpos que encontré. Si no hubieran atacado la estación y hubiera estado en buenas condiciones…

Faigther miraba al suelo según avanzábamos.

—¿Qué ha pasado en la colonia? ¿Cómo es que el Mal está aquí? —le pregunté intentando cambiar de tema.

—Llegaron hace una semana con la gran tormenta que se produce en esta época —dijo con voz temblorosa—. Aterrizó un pequeño crucero se asalto. Nos pilló desprevenidos, no esperábamos que hubiera nadie tan loco como para intentar aterrizar en plena tormenta. Nos atacaron masivamente y con apoyo de armamento pesado, no hubo forma de hacerles frente, habían tomado demasiada ventaja. Nos vimos forzados a abandonar la colonia y las prospecciones mineras. Retrocedimos en pequeños grupos, en todas las direcciones, hacia distintas estaciones. Una vez dentro, nos introdujimos en los túneles y comencé la agrupación de tropas. Hasta esta mañana, la tormenta no ha remitido, y no hemos podido enviar ninguna señal de socorro, ya que el crucero del Mal las interceptaba, pero hoy al amanecer, les atacamos y les hemos dañado lo suficiente como para que no puedan seguir interfiriéndonos. Ésa es la razón de que nos encontráramos en la estación.

—¿Cómo habéis podido hacer frente a las tropas de un crucero? —pregunté sorprendido—. Sólo dispones de un pequeño destacamento.

—Durante estos días nos hemos dedicado a la guerra de guerrillas y les hemos infringido gran cantidad de bajas, obligando a sacar sus tropas, en nuestra busca. La estación en la que os he encontrado, fue atacada hace dos días, cuando nos replegábamos en su interior. La dejaron inoperante y al no encontrar a nadie con vida dentro, pensaron que sus últimos disparos habían acabado con toda resistencia.

—Escapasteis por el túnel del radiofaro, por este mismo túnel.

—Exacto.

—Estoy muy orgulloso de ti. Es una idea magnífica. Haga el tiempo que haga podemos atacarles y desplazarnos sin problemas. Les acosaremos hasta que lleguen los refuerzos.

—Heles… —comenzó a decir tristemente.

—No sufrió. Pensaba decírtelo en privado, pero creo que debes saber que sus últimos pensamientos fueron para ti —le mentí, si Heles no hubiera sido tan cabezota…

—Si hubiera llegado antes…

—No podías saber que estábamos allí, no puedes culparte por eso.

—No puedo evitar sentirme culpable.

—Y si yo le hubiera cortado el cuello a Trash, ahora no estaríamos en esta situación. No habría guerra —dije con un deje de amargura que a mi amigo no se le escapó.

—Pero vos no podíais saber que…

—Eso es —le corté suavemente.

El resto fue sencillo, llamamos al crucero, desembarcamos tropas de choque y limpiamos la zona de enemigos, nuestras naves de asalto destruyeron el pequeño crucero del Mal antes de que consiguiera despegar. Cuando acabamos con ellos, me despedí calurosamente de Faigther y volví al crucero, con las bodegas llenas de metales para la aleación de M7 para aprovechar el viaje.

A través de la pantalla de mi aposento, vi cómo nos alejábamos del planeta helado, donde había perdido otra amiga y dejado un trozo de mi corazón. ¿Cuántos más tendría que perder para poder ganar esta maldita guerra?