Capítulo VIII

ARCHIVO DE COMBATE DE LA GRAN DAMA.

SISTEMA SOLAR DESCONOCIDO.

NO HALLADA VIDA HUMANA ESTABLECIDA.

Por primera vez, un combate puso en peligro a la Gran Dama. Nos vimos obligados a combatir lejos de Pangea, contra diez cruceros estelares, que eran seis veces más grandes que un crucero de combate. La lucha fue dura y larga. Nuestra escolta, el segundo ejército, estaba combatiendo en otro sistema solar. Yárrem lo dirigía en espera de la llegada de Laurence, del que no sabíamos nada desde que partió de Pangea para reunirse con él. Llevaba dos días de retraso y eso me preocupaba. La lucha con los cruceros estelares nos había llevado a combatir hasta un sistema solar desconocido, que en los primeros rastreos, habían dado negativo en vida humana. Estaba compuesto por veinte planetas, con sesenta lunas y tres cinturones de asteroides. Uno de los planetas tenía atmósfera respirable y era el único con posibilidad de albergar vida. Tal cantidad de materia hacía muy difícil localizar el resto del contingente enemigo, aun sin la protección de los cruceros, eran un riesgo que no se podía dejar al azar.

Tras la agotadora batalla, me recogí en mis aposentos intentando ordenar mis ideas.

—Dama, informes.

—Tengo multitud de daños. Recomiendo orbitar alrededor de uno de estos planetas exteriores para efectuar las reparaciones.

—Eso nos dejaría en una posición muy vulnerable. Aún hay cientos de cazas y pequeñas naves del Mal —dijo Jhem.

—Tienes razón. ¿Cuántos cazas intactos nos quedan, Dama? —pregunté mecánicamente.

—El sesenta por ciento.

—¿Naves de protección y reabastecimiento?

—Noventa por ciento.

—¿Pilotos?

—Ciento sesenta por ciento.

—¿Tenemos más pilotos que naves?

—Sí…

—No te lo pregunto a ti Dama. ¿Jhem?

—El Capitán Laurence dio la orden. Pensó que debía haber excedentes de pilotos para poder sustituir a los que se iban agotando. Así, si eran sustituidos a menudo, habría menos bajas ya que los pilotos estarían frescos.

—No es mala idea… Hablaré con él en cuanto le pueda poner el ojo encima. Tenemos cazas suficientes para hacer un barrido y exterminar a las tropas del Mal que aún quedan.

—Dama, ese planeta que tiene atmósfera respirable, ¿qué gravedad tiene?

—Un cero coma cero seis por encima.

—¿Estás segura? Ese planeta es el doble de grande que Pangea.

—Su densidad es menor, tendría que hacer un análisis más profundo para descubrir la composición del núcleo y eso implicaría penetrar en el sistema…

—No hace falta.

—¿Vida?

—No la detecto.

—Eso no puede ser, tiene atmósfera, oxígeno. ¿Qué lo produce?

—No dispongo de datos suficientes. Tendríamos que acercarnos al planeta. No lo recomiendo. Hay demasiados obstáculos.

—¿Cuánto tardaría en llegar con un caza?

—Una hora en trazado lineal.

—Dada la resistencia de los escudos de los cazas y la cantidad de materia que hay ahí fuera, será aproximadamente el doble —dije más para mí que para nadie.

—Espero que no estéis pensando en acercaros a ese planeta, mi señor —dijo una voz a mi espalda, desde la doble puerta.

—¿Ahora me espías, Mhar?

—Conozco esa mirada. Vas a ir a ese planeta —dijo abandonando el umbral de las dobles puertas, cambiando el trato protocolario por coloquial.

—No estoy tan loco. No tengo intención de aterrizar en un planeta que parece un maldito horno. Simplemente quiero verlo de cerca, tengo un presentimiento… extraño.

—He visto esos informes, toda la superficie del puñetero es un enorme desierto. No hay nada ahí abajo —dijo Marh.

—Eso es lo que me inquieta…

—De acuerdo, prepararé los cazas.

—Tú no vienes. Quedas al mando de la Gran Dama. Pe…

—Sin peros… Necesito salir de aquí y no hay ningún Capitán apto para ese puesto, tú eres lo mejor que tengo. Además las tropas del Mal no están en ese sector. No te preocupes, iré con una escuadra.

—No creo que sea suficiente, no me gusta pero te obedeceré. ¿Sabes algo del Capitán Laurence? —me preguntó mirando de reojo a su hermana.

—No. Intenta establecer una línea con ellos en cuanto las comunicaciones estén a pleno rendimiento.

—Le daré prioridad a eso.

Me acerqué a ella, le di un beso en la mejilla, otro a su hermana y me dirigí hacia el espaciopuerto. Salimos con los escudos a mínima potencia y sin comunicarnos entre nosotros para evitar ser rastreados por el Mal. El viaje discurrió sin problemas, nos acercamos al planeta, al amparo de su segunda luna. Cuando salimos de su cobertura nos dimos de bruces con un crucero del Mal, ¡intacto! De inmediato comenzó a atacarnos y sacando del espaciopuerto todos sus cazas. No teníamos ninguna posibilidad, nos superaban ampliamente en número y para colmo, el crucero nos castigaba brutalmente.

Tras veinte minutos, habían acabado con la mitad de mis cazas y un tercio estaba seriamente dañado. No aguantaríamos veinte más. Acababa de destruir mi octavo caza, cuando el indicador de seguridad me avisó de que mi energía estaba al cincuenta por ciento. El combate me había llevado al límite de la atmósfera del planeta. En ese momento, el casco me indicó que tenía un caza a mi espalda que se acercaba rápidamente, y que me tenía encuadrado en su campo de tiro.

—¡Agáchate, no quiero despeinarte! —dijo una voz por el casco, viendo como estallaba en mil pedazos el caza que me seguía.

—Laurence, ¿eres tú?

—¿Quién sino? —dijo poniéndose a mi altura, retirando el casco, mirando a través de la pantalla lateral que se volvió transparente, para mostrarme una de sus famosas y amplias sonrisas.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté aliviado y sorprendido a la vez.

—Misión de rescate. Al poco de irte llegué a la Gran Dama, Yárrem estaba preocupado, así que le envié a la mitad de mis hombres y me vine con el resto. Cuando Mhar me contó lo de tu paseo, comprendí que te acababas de meter en un lío. Fuimos a la zaga de ese crucero hasta aquí. Debía venir a ayudar a los otros cruceros pero no llegó a tiempo, así que decidió ocultarse. ¿Dónde mejor que cerca de un planeta con atmósfera por si ocurría algo?

—Veo que has aprendido algo en estos años.

—¡JA! He tenido un buen maestro, un poco loco, pero maestro al fin y al cabo —dijo bromeando.

—Loco, como aquellos tres cazas que se dirigen hacia nosotros. No deben saber que somos los dos mejores pilotos de toda la escuadra.

—No tanto, recuerda la paliza que te pegó el instructor novato del octavo escuadrón. Es realmente bueno.

—Tendremos que ascenderlo ¡Prepárate! Ahí vienen y por cómo se están desplegando son bastante buenos.

—¡Vamos a por ellos! Tras unas breves escaramuzas acabé con uno y Laurence con otro pero el tercero le estaba zurrando a base de bien. Algo fallaba en su caza.

—¡Prance! Mis impulsores derechos no van bien. Un trozo del caza que he destruido ha machacado algunos.

—Tranquilo estaré ahí en unos segundos.

—No tengo tanto tiempo, no puedo alejarme del campo gravitacional. Tengo toda mi energía en el escudo trasero —dijo angustiado.

Ese perro le estaba atizando con toda su potencia. Rápidamente me puse a su cola, ya que me sobrepasaron antes de que pudiera tenerle a tiro. Me acerqué todo lo que pude al caza enemigo y con toda la potencia de fuego, apunté a su parte trasera, disparando sin cesar hasta conseguir que estallara en mil pedazos pero no fui lo suficientemente rápido, ya que en su último disparo hizo saltar los escudos traseros de Laurence, alcanzando gravemente al caza. Lo que aún fue peor, es que no calculé bien y parte del fuselaje del caza me alcanzó de pleno, destruyendo mi escudo delantero casi en su totalidad, averiando algunos sistemas.

—Vamos Laurence, ya te he librado de ese moscardón, regresemos a la Gran Dama. Así no podemos seguir combatiendo —dije pegado a su cola.

—Ya me gustaría pero no puedo girar. Esto no va.

—Espero que sea una broma. En cuestión de segundos entraremos en el campo gravitacional del planeta.

—No funciona ningún impulsor derecho y casi ningún izquierdo.

—¿Puedes rotar?

—Tal vez, pero no servirá de nada estoy demasiado cerca. Me atrapará antes.

—¿Tus escudos delanteros funcionan?

—Están muy bajos, tendré que utilizar la energía de los impulsores traseros para reforzarlos.

—Eso te restará maniobrabilidad. No podrás hacer un aterrizaje controlado. Te seguiré para ver donde aterrizas y te enviaré un equipo de rescate.

—No seas loco. Tus escudos delanteros están muy dañados, no aguantarán la reentrada.

—Te tengo localizado, orbitaré hasta que aterrices y pueda transmitir tus coordenadas —dije, y antes de que pudiera abandonarle, una fuerte sacudida nos indicó que habíamos entrado en la atmósfera. Los escudos delanteros de Laurence comenzaron a teñirse de rojo a causa de la fricción y poco a poco iban extendiéndose a lo largo del caza. La reentrada en ese ángulo y velocidad iba a ser brutal.

—¡No es posible aún teníamos tiempo! —exclamó Laurence.

—¡Debemos tener dañados algunos sistemas!

—¡Sal de aquí! —gritó.

—¡Tarde! ¡No tengo potencia! ¡Caemos!

—¡Pégate todo lo que puedas! ¡Se te va a fundir todo el «morro»!

—¡El calor empieza a afectar a los sistemas de control!

—¡Activa el sistema de SOS!

—¿Qué crees que he hecho nada más reentrar?

El calor empezó a aumentar rápidamente, los trajes empezaron a usar todas sus energías para protegernos del calor, aun así nos cocíamos dentro. Llegó un momento que no podíamos respirar. Lo último que oí fue a Laurence.

—… Jarkisss…

Luego todo se volvió negro.

Con un sobresalto me desperté. El casco se había ocultado, por lo que me deslumbraba uno de los potentes soles. La computadora del Traje estaba destrozada y por lo que me dolía todo el cuerpo, debía estar lleno de contusiones. El brazo del OB, que permanecía inoperante, me dolía mucho, si no estaba roto era por poco y el ordenador, por sus grietas, tardaría mucho en repararse. Aún estaba sentado en el caza, pero la parte superior había desaparecido. Había trozos por todas partes. Estaba absolutamente inservible. Empecé a incorporarme notando que todos mis músculos se resentían. Una vez de pie, sobre el asiento, pude comprobar que estaba mucho peor de lo que pensaba, no se podría reparar. En ese momento me acordé de Laurence. Miré a mi alrededor y a unos trescientos metros, vi una pequeña columna de humo tras unas dunas. Demasiado lejos para poder distinguir algo más.

—Casco. ¡CASCO! —grité inútilmente, debía estar sin energía. Con mis contusiones y el calor reinante, iba a ser difícil recuperar la operatividad del Traje. El dolor bajo mi pecho derecho, indicaba que una costilla estaba rota o muy dañada. Debía ir en ayuda de Laurence, así que salté a la arena y comencé a correr hacia la columna de humo. La costilla me impedía respirar correctamente pero no aflojé la marcha. Según me aproximaba, observé que el aterrizaje de Laurence había sido bastante peor. Prácticamente no quedaba nada del caza, aparte de la cabina que estaba volcada, mostrándome la parte inferior, ocultándome su interior. La rodeé rápidamente, Laurence estaba inconsciente sobre la arena en una extraña posición. Tenía la cara semienterrada en la arena. Su casco había actuado igual que el mío, lo que implicaba que tampoco tenía energía. Al agacharme noté que respiraba pesadamente, le agarré de los brazos y, con cuidado, tiré de él sacándole un gemido. Empecé a apartar la arena de su alrededor y vi que la cabina le presionaba una pierna. Escarbé en la arena, alrededor de la pierna, con la esperanza de sacarla, sin forzarla, cuando se despertó Laurence.

—¡Ougch! Me duele —dijo casi sin moverse.

—No me extraña, tienes todo el caza encima —dije a la vez que le quitaba la arena de debajo de la pierna hasta el tobillo, que por el ángulo tenía que estar rota.

—Me duele muchísimo y la siento entumecida. ¿Está rota verdad?

—Me temo que sí —le dije levantándome y agarrándole por las axilas. Sin avisarle tiré de él liberándolo, sacándole un grito.

—¡Mierda! Podías por lo menos haber contado hasta tres.

—¿Y aguantar tus lloriqueos? No intentes ponerte en pie, tienes la tibia rota. ¿Te queda energía en el Traje?

—Bajo mínimos. La computadora está en funciones restringidas. No tengo potencia ni para activar el escudo.

—Podemos utilizar la energía de las armas para que comience a sanar tu pierna.

—¿Y quedarnos desprotegidos en… aquí… en Jarkis?

—¿Jarkis? ¿Ahora este montón de arena y polvo se llama Jarkis?

—Arena y polvo, no sabes apreciar la belleza —dijo irónicamente.

—No sé por qué te aguanto.

—¿Ves esas pequeñas montañas de la derecha?

—No estoy ciego, aún. Aunque estos soles van acabar consiguiéndolo.

—Por su tamaño podría tener algún manantial, y el agua nos vendría muy bien.

—Estás loco si crees que voy a ir hasta allí contigo en brazos.

—Basta que vayas solo, te sacies y me traigas unos cuantos litros.

—En las manos…

—Algo encontrarás para traerla…

—Puedes esperar sentado, si crees que voy a recorrer diez kilómetros de ida y otros tantos de vuelta para que el señor, se eche unas risas, viendo como me tuesto al sol o mejor dicho, soles.

—Vamos, vamos, que no son ni cinco kilómetros…

—Diez.

—Cinco.

—Diez. Activa el ordenador y compruébalo —dije cabezón.

Cuando iba a teclear la orden, un bip se activó en su pantalla. Nos miramos extrañados, era demasiado pronto para algún tipo de rescate.

—¿Qué es? —le pregunté.

—Orgánico. ¡Maldita sea…!

—¿Qué ocurre?

—¡Es gigantesco! Es una forma de vida enorme. De unos doscientos cincuenta metros de largo por cincuenta de ancho. Entra y sale de la arena como si navegara por ella. Viene directo hacia nosotros. Lo tendremos encima en poco tiempo.

—Salgamos de aquí. Vamos a las montañas.

—Según esto están a ocho kilómetros. No nos dará tiempo.

—Agárrate, nos vamos —dije cogiéndole por la cintura y pasando uno de sus brazos por encima de mis hombros.

Miramos al horizonte sin poder distinguirlo y, sin detenernos, nos dirigimos hacia las montañas. A los pocos metros empezamos a notar los implacables soles. El OB de Laurence nos indicaba que estábamos a cincuenta y ocho grados y que el sol más cercano estaba empezando a despuntar. Sin duda, a medio día, la temperatura llegaría a los setenta. A mitad de camino oímos, primero una explosión, y al poco otra, «eso» había alcanzado los cazas y sus módulos de almacenaje energético. Ahora se dirigía hacia nosotros. Las explosiones no parecían haberlo dañado o por lo menos que redujera su velocidad. Tratamos de forzar la marcha todo lo posible pero Laurence no podía ir más de deprisa, la pierna le dolía terriblemente. El avance por el desierto fue terrible, a cada paso nos hundíamos hasta los tobillos. La arena, en algunos tramos, era muy fina, retrasándonos aún más. Estábamos extenuados, según mis cálculos nos alcanzaría poco antes de llegar a las primeras rocas. Las dunas eran lo más duro, porque tenía que cargar a Laurence al hombro para pasarlas, ya que él no podía subirlas con una pierna. Los soles nos estaban cociendo los cerebros y empezaba a afectarnos. Pronto sufriríamos alucinaciones por la insolación, perdida del conocimiento y finalmente, la muerte.

Faltaba menos de un kilómetro para las primeras rocas, cuando empezamos a oír el ensordecedor ruido de «eso», que ya se encontraba a menos de quinientos metros. Estábamos sin aliento, nos quemaban los pulmones, Laurence no podía dar un paso más. El fin estaba próximo.

—Vete, Prance… yo lo distraeré. No vamos a llegar…

—Ya te entiendo, quieres ser el héroe —dije medio ahogado.

—Es una estupidez que muramos los dos. Lárgate.

—Ni hablar, tenemos nuestras armas. Le haremos trizas —dije poco convencido—. Sigamos.

Enseguida lo tuvimos encima. Desenfundamos nuestros fusiles láser de asalto y los pusimos a máxima potencia, lo que los agotaría rápidamente. Era realmente enorme.

—Le vamos a hacer cosquillas con esto —dijo Laurence mirándome de reojo.

—Si quieres le insultamos a ver si se va.

—A lo mejor es un animal sensible —dijo bromeando intentando rebajar la tensión.

—Calla y dispara —dije a la vez que abría fuego contra el bicho que ya estaba a menos de cien metros. No se desvió ni un milímetro.

—No parece que le molesten mucho nuestros disparos.

—Sigue disparando. Setenta y cinco metros.

—Lo tenemos encima, Prance.

—¡Dispara!

—El fusil está casi seco.

Cincuenta metros.

—¡Sigue! ¡Dale!

—Ya no tengo energía Prance. Ultimo disparo. Cuarenta metros.

—Te quedan cinco disparos.

—¡Lo sé!

—Cuatro, tres, dos,… uno,… se acabó.

—Me temo que sí.

Quince metros. Era realmente enorme, formado por capas, como una langosta marina sin patas pero se movía como una lombriz. Por los distintos anillos naranjas salían infinidad de pinchos de todos los tamaños y grosores que se plegaban cuando se sumergían en la arena. En los puntos que le habíamos alcanzado se había producido un pequeño, superficial y ennegrecido agujero. Su piel exterior debía ser realmente dura. Se irguió abriendo una enorme boca para dar el golpe final. No había escapatoria.

—No te muevas —dije.

—¿Qué hacemos? —me preguntó.

—¿No has dicho que igual es un animal sensible? ¡Insúltale! —improvisé.

—¡Hijo de Yhack! ¡Excremento de Garz! ¡Lárgate, huevo de babosa roja! —gritamos a la desesperada.

El animal se detuvo indeciso. Y tras unos interminables segundos, giró y se alejó de nosotros.

—Se ha ido, no me lo puedo creer.

—Laurence, hasta que salgamos de este maldito horno, tienes mi permiso para decir palabrotas a todas horas.

—Este lugar no está tan mal —dijo de repente obligándome a pensar que los soles comenzaban a afectarle.

—¿Mal? Recuérdame que borre este sistema solar de los mapas. No pienso volver jamás…

—¿Qué ocurre? ¿Otro bicho? —preguntó preocupado.

—No lo sé. ¿Hueles eso?

—Sí, viene de la dirección en la que se ha ido «eso».

—No tienes energía para rastrear el origen así que vamos cagando leches a la jodida montaña de mierda.

—¡Mi señor! Su vocabulario —me reprendió Laurence con sorna.

—Nada, por si hay cerca otro bicho. Además, como me des el turre te dejo aquí.

—¿No irá a abandonar a este fiel y humilde servidor? —preguntó gesticulando cómicamente.

—Vete al cuerno —le dije a la vez que pasaba su brazo sobre mis hombros, cargando su peso sobre mi espalda.

La planicie de roca, que precedía al comienzo de la montaña, era de un material parecido al mármol, que por efecto de la arena estaba muy pulido, reflejando los soles, deslumbrándonos, y la vez abrasándonos aún más. Era como caminar sobre una sartén al rojo vivo. Cada paso era un suplicio y a cada metro, Laurence parecía pesar más. Los soles nos empezaban a insolar. No llevábamos recorrida ni la mitad de la planicie, cuando empecé a marearme. Me estaba deshidratando rápidamente, no pude avanzar mucho más, teniendo que parar unos metros después para intentar recuperarme. Deposité a Laurence en la pulida superficie, mirando alrededor por si había alguna roca, lo suficientemente grande, donde pudiéramos cobijarnos al amparo de su sombra. No había nada más grande que un puño. Laurence que había permanecido inconsciente desde hacía rato, se despertó sonriente. Mientras le miraba, intentaba hacerle sombra sobre la cabeza para protegerle pero casi no podía mantenerme sentado.

—No puedo… No puedo seguir —le dije.

—No… te… preocupes… ya… vienen…

—No pueden localizarnos tan… pronto —dije con mis últimas energías mientras me derrumbaba sobre la roca. No podía levantarme, todo daba vueltas. Algo se interpuso entre el sol. Era Laurence. ¡Se había levantado! Miraba hacia la montaña… Levantó un brazo como si saludara, luego todo se volvió negro y, antes de perder totalmente la consciencia, noté que alguien me agarraba por las axilas.

Desperté en un lugar fresco y algo húmedo. Como si estuvieran muy lejos, unas voces me llegaban confusas, entre ellas la de Laurence. Me pareció entender que alguien decía que estaba despierto. La puerta se abrió y fue mi amigo quien entró.

—Hola, mi señor, ¿cómo os encontráis? —me preguntó siguiendo el protocolo del saludo, rodilla y puño en suelo. Miré al techo, era de roca pura. No estábamos en ninguna de nuestras naves.

—Mejor. ¿Dónde estamos?

—Dentro de la montaña, mi señor. —¿Den…? ¿Con quién hablabas?

—Por dónde empezar…

—Por el comienzo —dije incorporándome del blando lecho de… ¡hongos!

—Cuando nos conocimos, parece que hayan pasado diez millones años, mi señor me pregunto de qué planeta era originario.

—¿De aquí? ¿De este horno? ¡No me lo puedo creer! —exclamé algo espantado.

—Cuando veáis a mi gente lo creeréis. Tal y como recordé, el nombre de este planeta es Jarkis y es el único habitado del sistema de soles.

—Si tu pueblo vale la mitad que tú, van a ser unos aliados formidables —dije pensando más como Guardián que como invitado.

—Supongo que, entre otras cosas, de eso quiere hablar usted el Rey.

—¿El Rey?

—Sí —dijo apartándose, permitiéndome ver dos hombres extrañamente vestidos junto al marco de la puerta, de ahí que Laurence utilizara el protocolo para hablar conmigo.

—Veo que tu pierna está perfectamente.

—Aún cojeo un poco.

—Ayúdame a levantarme. ¿Cuánto tiempo llevamos aquí?

—Dos días. —¿Dos…? ¿Tan mal estaba?

—Una hora más y no lo habríamos contado.

—Te has recuperado muy rápido —le dije mientras nos dirigíamos a la puerta.

—Creo que la teoría de que el planeta de origen, da parte de su fuerza vital a sus «hijos», es cierta. Recordad que, a pesar de mis heridas, me encontraba más fuerte que vos —dijo mientras me conducía por un pasillo de piedra pulida, color marrón oscuro. Los dos hombres de la puerta se apartaron respetuosamente, dejándonos pasar. El color de sus ojos era igual al de Laurence.

—¿Estos caballeros que nos siguen, son nuestra escolta? —pregunté mirando sus ropajes, hechos en apariencia de cuero curtido, adornado con extraños símbolos de metal. En su pecho destacaba un collar que tenía como colgante un pequeño aparato circular.

—No, mi señor, somos sus sirvientes y guías particulares —dijo uno de ellos. El colgante era un pequeño traductor. No estaban tan atrasados como en un principio había creído.

—¿Has podido notificar nuestra posición a la Gran Dama?

—Todavía no he podido establecer contacto con la flota. Tienen un viejo transmisor rescatado de una nave que se estrelló hace varios siglos. Era una nave comercial de la cual nadie sobrevivió al accidente. Lo estoy intentando reparar pero me va a llevar algún tiempo.

—Bastará con que emita algún tipo de señal. Sin duda nos estarán buscando por todas partes. Yárrem tiene que estar como loco. En cuanto cumplamos con el protocolo de tu gente, te ayudaré en la reparación del transmisor.

La conversación con el Rey fue muy larga y provechosa, me ofreció su ayuda y el alistamiento voluntario de sus hombres y mujeres, en los guardianes. Sin duda se iban a duplicar nuestros ejércitos, era un gran golpe de suerte. Por lo visto, el Rey tenía un gran ejército de guerreros protectores de las ciudades montaña por los «bichos».

—Acepte mis disculpas por la ausencia de mi hija, sé que debería estar aquí para recibirle pero ya sabe cómo son los jóvenes… —dijo el Rey Ozon algo azorado.

—No se preocupe, para mí no es ninguna ofensa. Así que ese animal que estuvo a punto de aplastarnos se llama Hárikam —dije para cambiar de tema, ya que por lo visto la ausencia de su hija era una falta grave de protocolo, lo que le incomodaba bastante.

—Tuvieron suerte de que mis guerreros patrullaran por esa zona y les diera tiempo de colocar un bastón de olor, en realidad cinco ya que estaba casi encima vuestro —dijo el Rey.

—¿Bastón?

—Es una barra de metal que se introduce en la arena. En la punta enterrada hay un pequeño explosivo que expande un líquido de fuerte olor, que extraemos de cierto tipo de hongos de las profundidades.

—¿Entonces nuestros insultos no le afectaron? —pregunté inocentemente.

—Me temo que no —dijo sonriendo paternalmente—, son sordos y ciegos, se guían por el olfato.

—Ahora entiendo lo del extraño olor cuando se fue. Espero que no entre ninguno aquí.

—Esté tranquilo, aquí sólo vivimos los Frieds y nuestro sustento, los líquenes y hongos, que además nos producen el oxígeno tan necesario para nuestra subsistencia.

—¿Sin luz? —le pregunté extrañado.

—Utilizan el calor y la humedad para subsistir. La luz la producen otro tipo de hongos fosforescentes.

—Ya me he fijado que se van iluminando al paso de alguien. ¿Cómo es posible? ¿Son inteligentes?

—No, no lo son. Es una respuesta química al captar nuestro CO2.

—Realmente sorprendente. Cambiando de tema, ¿hay más animales peligrosos como el Hárikam? No me gustaría que alguno de mis hombres, cuando lleguen, acabara en el estómago de algún bicho.

—Tan sólo los Trypos, pero son pocos lo suficientemente grandes como para poder atrapar a un ser humano, aunque son los más peligrosos porque tienden a anidar cerca de las zonas rocosas, donde los Hárikams no pueden tragárselos por error. La verdad es que nos causan más problemas que los Hárikams, ya que viven por donde nosotros andamos y salimos al desierto.

—¿Por qué se los pueden tragar por error?

—No huelen. No son sus enemigos. Los Hárikams marcan sus territorios con su propio olor, todo lo que huele distinto lo destruyen, pero no suelen acercarse a las rocas, no son su alimento, como lo es la arena. Los dos avanzasteis en línea recta, partiendo su territorio, ésa fue la razón por la que os siguió con tanta saña. Y aunque sean sordos, las vibraciones producidas al estrellarse vuestros cazas, los captaría el más torpe de ellos.

—¿Se alimentan de arena?

—De los minerales y demás componentes.

—¿Y los Trypos?

—De pequeños animales del desierto. He perdido por su culpa muchos guerreros, en especial a los jóvenes que tratan de cazar alguno, ya que su carne es muy apreciada entre nosotros.

—¿Son muy grandes los adultos?

—Pueden llegar a medir ocho metros de diámetro y sus tentáculos más del doble. Si caes en sus garras no hay forma de escapar. Los garfios de sus tentáculos se encargarán de ello. Aunque las leyendas dicen que en el desierto los hay de veinte metros y los Hárikams de más del doble del que os atacó y eso que era de los más grandes.

Treinta horas después contactamos con la flota y la Gran Dama, que me informó de la destrucción del crucero enemigo y de la limpieza total del Mal en el sistema. Destiné al Capitán Inssidaz en Jarkis para que ayudara y seleccionara a los mejores guerreros voluntarios para nuestras tropas, formara un centro de reclutamiento y, también, para montar una pequeña base en la que se proporcionaría algo de tecnología a los Frieds para, digamos, intentar que su vida fuera algo, menos dura. Laurence, finalmente me convenció para que nos quedáramos una temporada para conocer más a fondo Jarkis y organizar a su raza.

En cuanto bajó un equipo de rescate y apoyo, volví a la Gran Dama para comprobar los daños y cómo iban las reparaciones. Como es natural, en el espaciopuerto estaban esperándome Jhem y Mhar, esta última bastante furiosa, aunque trataba de no demostrarlo. Ella había tenido razón respecto a mi seguridad y yo no le había hecho caso. En mis aposentos explotó.

—¡Maldita sea! ¡Qué crees que estás haciendo! ¡No puedes arriesgarte así! —me gritó Mhar.

—Te recuerdo que yo estoy al mando —le dije mirándola duramente—. No soy infalible. ¡Soy un hombre normal! ¡Cometo errores! ¡No podéis pretender que sea perfecto!

—No puedes ponerte en peligro —dijo Jhem, más suave.

—A veces olvidáis que también soy un guerrero —dije abrazándolas a ambas.

—Y nosotras que te queremos demasiado —dijo Mhar.

—Por cierto, Laurence está bien y te espera en Jarkis —le dije a Jhem.

—Yo… —empezó a decir a la vez que se le llenaban los ojos de lágrimas.

—Te he nombrado Capitán de guardaespaldas de Laurence. Espero que no me dejes en mal lugar, además así tendrás más oportunidades de cazarlo —dije guiñándole un ojo, consiguiendo que se sonrojara.

—¡Prance! —exclamó Mhar a la vez que me daba un pequeño golpe en el brazo.

—Creo que va siendo hora que le exprese sus sentimientos a ese burro —dije sonriendo.

—Pero dejarte a ti…

—No me dejas solo, tengo a tu hermana. Ahora vete y coge el primer transporte que salga para Jarkis y para librarte de cualquier duda, te informo de que es una orden directa.

Me dio un sonoro beso en la mejilla y salió apresuradamente.

—Un problema solucionado. A ver si ahora que tienen «mi bendición», dan el paso y dejan de comportarse como dos niños —le dije sin dejar de sonreír—. Pasemos a cosas más serias. ¿Algún problema en mi ausencia?

—Si eliminamos la cuestión de que casi me matas de angustia durante estos interminables días de búsqueda, al Capitán Yárrem, a poco le da un infarto por la preocupación y que el Capitán Anyel está aquí… no. Por cierto, ha estado revisando los daños de la Gran Dama y por lo visto tiene noticias sorprendentes.

—¿Está aquí? ¿Qué hace aquí?

—Yo le llamé, en cuanto os dimos por desaparecidos. Era la única opción, Yárrem estaba demasiado lejos y con demasiados problemas. La flota no podía quedarse sin un dirigente y él estaba relativamente cerca…

—Te puse al mando —dije contrariado.

—No estoy preparada para un puesto así y las tropas tampoco. No nos engañemos, los dos sabemos que no tengo la capacidad de Anyel, Yárrem o Laurence. No soy una estratega, soy una guerrera de combate. Vosotros sois ambas cosas.

—El Capitán Anyel solicita audiencia —dijo Dama.

—Que entre —dije mirando a la doble puerta. Anyel entró sonriente y me dio un fuerte y prolongado a abrazo.

—Mi joven y loco amigo. ¿No puedes evitar meterte en líos?

—Si vas a reprenderme también tú, te deporto a la sexta luna de Lujasnitm.

—Entonces no podría «supervisarle», mi señor —me respondió sonriente.

—Deja el sarcasmo, ¿qué son esas noticias sorprendentes?

—Deberías sentarte en un campo gravitacional.

—Ya, dispara.

—Tras revisar los daños, he descubierto que la Gran Dama se repara sola.

—Muy gracioso. Por arte de magia saca los materiales de la nada y… ¿Sola? ¿Hablas en serio? —pregunté deteniendo mi sarcasmo ante su mirada socarrona.

—No es broma. Se repara sola. Absorbe energía y se auto repara. En un principio lo hizo muy lentamente dado la gran cantidad de averías y daños que tenía, por esa razón no lo apreciasteis, pero ahora lo hace a ojos vista. Según mis cálculos, en un máximo de cuatro semanas se habrán auto reparado los daños más graves y dos semanas más tarde lo habrá hecho totalmente.

—No me lo puedo creer. Me estaba volviendo loco pensando que tendríamos que permanecer un año aquí antes de volver a Pangea a terminar las reparaciones. Si esto que me cuentas es cierto, no va a haber quien nos pare.

—Yo tampoco me lo creía hasta que me lo explicó el Capitán de ingenieros Taban o Jefe Taban, como le gusta que le llamen sus ayudantes.

—Llévame ante él.

—Creo que está en los bancos de almacenaje del sector dieciocho c, ¿no es así Dama?

—Sí, Capitán Anyel. Ya le he avisado para que les espere.

Taban nunca se estaba quieto, le gustaba tanto su trabajo que había que ordenarle que descansara. Era habitual encontrarle dormido en cualquier rincón de Dama. Ya no me molestaba en reprenderle, la Gran Dama era su pasión. En cuanto entramos en el sector dieciocho c, Taban se acercó dando tras pies y empezó a hablar a toda velocidad de docenas de conceptos de ingeniería, mecánica, informática y medio centenar de cosas más. No tuve más remedio que interrumpirle.

—Capitán Taban, sé que es un genio es estas lides, pero he de decirle que… ¡NO HE ENTENDIDO NADA! Explíquese con claridad, no estoy ducho en ese tipo de conceptos.

—Sí, mi Príncipe. ¿Ve ese pequeño panel que controla la seguridad de la puerta?

—Sí, claro.

—Observe.

Desenfundó su pistola láser y efectuó tres disparos sobre el panel, destrozándolo. Luego se cruzó de brazos y habló con una filial de Dama, ordenando la reparación prioritaria sobre cualquier otra cosa, de ese panel. Ante mis asombrados ojos se recompuso completamente en unos minutos. Estaba como nuevo.

—¡Increíble! —exclamé.

—Lo es, ¿verdad? Auto reparación. Cuanto más grandes sean los daños y más gasto de energía haya, más tarda, pero poco a poco se va reparando, en orden de prioridad de lo dañado.

Lo más urgente primero, como por ejemplo el casco exterior de la nave, y los pequeños detalles, como este panel, lo último.

—Es cierto que la energía ha bajado, ¿pero no necesitaría una mayor cantidad para producir… lo que sea para auto repararse?

—Estáis en lo correcto. Está absorbiendo toda la energía de la que es capaz, de los soles de este sistema.

—¿Cómo lo hace?

—Ni idea. Pero aún es pronto, aunque tengo algunas teorías. Lo que he podido comprobar es que si volviéramos a disparar al panel, su reparación se haría algo más lenta y si volviéramos a hacerlo, aún más y así progresivamente. Es como si se fatigara.

—¿Entonces puede dejar de repararse?

—No lo sé.

—De todas formas es una noticia excelente. Sigue investigando. Espero novedades ansioso.

—No os defraudaré, mi Príncipe.

Llevábamos seis semanas en Jarkis, intentando comprender el complejo sistema de clanes y castas de los Frieds, todos bajo el liderazgo del Rey Ozon. Para despejarme de semejante embrollo solía dar paseos, de incógnito, (sin mi símbolo identificativo), por las rocas bajas. Me hallaba en un grupo de montañas al oeste de la residencia del Rey. Paseaba por el norte, que era la zona donde la explanada de piedra era más grande, por lo que no había ningún riesgo. Me encantaban esos paseos, mi sexto sentido me decía que acabaría encontrando algo importante que cambiaría mi vida.

De pronto oí un grito. Miré a mi alrededor pero no vi a nadie. El segundo grito me orientó, provenía de las proximidades del borde de la explanada. Había una irregularidad en la roca que, cuando me acerqué, comprobé que era un gran agujero de unos cuatro metros de profundidad, en el que había una chica Fried, enfrentándose a una cría recién nacida de un Hárikam. En sus manos, como única defensa al bicho de más de diez metros, llevaba un bastón cilíndrico de punta roma. Sin pensarlo dos veces salté dentro, empujé a la chica hacia un lado, desenfundé mi fusil de asalto y efectué varios disparos a máxima potencia a la boca del bicho. Una vez que me aseguré que el animal estaba bien muerto, me giré hacia la chica que estaba sentada en una esquina mirándome muy seria. Le tendí la mano para ayudarle a levantarse.

—¿Te encuentras bien? —le pregunté sorprendido por su belleza. Tenía un cabello largo, liso y rubio que le llegaba hasta la cintura y unos ojos azules, más intensos, si cabe, que los de Laurence.

—Eres un estúpido patán, maldito extranjero —me espetó.

El corazón me dio un brinco ante semejante respuesta.

—Pe…

—Imbécil, incompetente. ¿Quién te ha mandado meterte en mis asuntos? —me preguntó furiosa mirándome con desprecio.

—Pero si ese bicho te iba destrozar.

—¿Té? ¿Y se puede saber por qué me tuteas, patán? Soy la Princesa Yun de Jarkis y te debes dirigir a mi persona con el debido respeto y protocolo. ¿No te han enseñado nada tus superiores? ¡Patán!

—Empiezo a estar harto de que su ñoñería me llame patán —respondí conteniéndome todo lo que pude. No estaba acostumbrado que nadie me hablara así.

—¡Estúpido! —dijo soltándome una sonora bofetada, dejándome de piedra.

—Muy bien, «mi señora», puede ser que usted sea una Princesa pero nunca podrá ser un Guardián como yo —dije trepando por uno de los lados que tenía unas pequeñas hendiduras a modo de escaleras, dejándola con dos palmos de narices. Mientras me alejaba la oí gritar.

—¿Qué no seré Guardián? ¡JA! Eso lo veremos,¡PATÁN!

ARCHIVO CLASIFICADO DE LA VIDA PRIVADA DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

GRAN DAMA.

SITUACIÓN: ORBITANDO PANGEA.

Habían pasado algo más de seis años de nuestro accidente de Jarkis. Tal y como predecimos, los Frieds eran unos excelentes guardianes. Decidí pasearme de incógnito por las salas de entrenamiento de nuevos reclutas. Activé el casco de forma que sólo se me vieran los ojos. La realidad era que no podía quitarme de la cabeza a la Princesa de Jarkis, su belleza me había embrujado. La guerra era una locura, luchábamos en medio centenar de frentes y en más de cien planetas y lunas, la verdad es que deseaba volver al árido planeta, con la esperanza de volver a verla pero sabía que eso era imposible, la guerra me tenía muy atado, para cuando pudiera volver, habría muerto de vieja. Me acerque con mis pensamientos a una de las salas de entrenamiento, en lucha cuerpo a cuerpo, sin armas. Casi la mitad de la sala eran Frieds y la otra Warlooks, también había Trogónitas y algunas otras razas. El montante rebasaría los doscientos. Por su aspecto, la mayoría novatos aunque también los había más avanzados. Estaba demostrado que la presión de un pequeño grupo de nivel superior, aumentaba las capacidades de aprendizaje de los nuevos guardianes.

En silencio, me mezclé entre la tropa. Mientras el Instructor demostraba, con un ayudante, ciertas técnicas de lucha, fui avanzando hasta ponerme en primera fila. El Instructor era uno de los primeros Warlooks voluntarios y, a pesar de que sólo se me veían los ojos, me reconoció en el acto. Le hice un gesto para que me sacara a combate.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó señalándome.

—Prance.

—¡Vaya, como nuestro Príncipe! Sal y ponte a mi lado.

—Tú la del casco activado. Tu nombre.

—Princesa Yun de Jarkis —dijo desactivando el casco, que rápidamente se ocultó en su nuca dejando caer su largo y liso cabello rubio.

Me quedé de piedra. ¡Ella! Los Frieds se revolvieron ante la expectativa de que su Princesa combatiera.

—¡Princesa! —exclamó el Instructor—. Eso no te va a servir aquí. Sólo hay un Príncipe entre los guardianes y es Prance de Ser y Cel.

—Bien Guardián, descubre tu rostro para el combate.

Replegué el casco parcialmente de forma que sólo mostrara el rostro pero no el cabello. Nadie me reconoció y eso que todos, por novatos que fueran, habrían estudiado cientos de combates en los que yo participaba, de una u otra forma. Yun me miró directamente a los ojos, reconociéndome.

—Procuraré no hacerle daño, «mi señora» —dije burlonamente.

—No existe el «patán» que pueda hacerme daño… moral —dijo en tono mucho más suave que en el de nuestro primer encuentro.

Sin previo aviso se abalanzó, rodando por el suelo, intentado derribarme golpeando mis piernas con sus pies. Falló por poco, ya que salté para esquivar su ataque. Casi antes de que volviera a tocar suelo, ya estaba de pie. Era rápida, muy rápida. Se revolvió y me atacó frontalmente, finté y a su paso, por donde yo estaba, le golpeé fuertemente en la espalda con el canto de la mano, derrumbándose semiinconsciente. Ni siquiera el instructor se dio cuenta pero dude un instante antes de golpearla, lo que en combate real podría haberme costado la vida.

—Tú, el grande del fondo, te toca —dijo el Instructor a la vez que ayudaba a Yun a volver a su sitio.

—Bien… —dije mirando de reojo al Instructor que me sonreía pícaramente. El Fried era enorme, me sacaba una cabeza y sus hombros parecían no terminarse.

—Fui el primer Fried en entrar en los guardianes, intentaré hacerte pagar la ofensa a nuestra Princesa.

—Instructor, ¿está seguro que es un solo Guardián? —pregunté bromeando.

—Muy gracioso —dijo el gigante avanzando cautamente.

No iba a atacar a lo loco. Iba a ser una lucha corta si conseguía conectarme un directo. Su primer golpe dio en el aire, casi rozando mi cabeza, el segundo igual pero por el otro lado, cosa que aproveché para golpearle, con toda mi fuerza, en el plexo, dejándole sin respiración. El golpe le hizo doblarse, cosa que aproveché para juntar mis manos, entrelazando los dedos, y descargar un soberano golpe sobre su cabeza.

—Bien. Vosotros dos a por él —dijo el Instructor, casi sin poder contener la risa.

Uno tras otro los fui noqueando, hasta completar los doscientos cincuenta. Una vez que todos se recuperaron, el instructor se dirigió a ellos.

—¿Por qué os ha derrotado?

—Es más rápido —dijo un Warlook.

—Más fuerte —dijo otro.

—No, sólo tengo más experiencia. Os he estado observando y he visto vuestros puntos débiles o aberturas en ataque. Pronto, todos seréis capaces de hacerlo y la mayoría me superaréis, pero no esperéis revancha, no estoy loco —dije haciéndoles sonreír.

Tras una breve charla del Instructor, en la cual insinuó que yo era un Jefe de Escuadrón, nos despidió. Cuando estaba a punto de cruzar una de las puertas, Yun me alcanzó.

—Hay que reconocer que aunque seas un «patán» luchas como un maestro —dijo sonriendo mostrándome unos blancos, preciosos y proporcionados dientes.

—Un cumplido de «su alteza» —respondí bromeando—, no sé si podré conciliar el sueño. Yo también he de reconocer que para llevar tan poco tiempo, tu velocidad y técnica son excelentes, casi me alcanzas.

—¿Llevas mucho alistado?

—Bastante, ya no me acuerdo.

—Lo que quisiera es disculparme por haberte abofeteado en Jarkis…

—No tienes por qué, lo que no entiendo es por qué te enfadaste, sólo pretendía defenderte de ese bicho.

—Mi prepotencia no me permitió ponerme en tu lugar. Tú no podías saber que ese bicho, como tú lo llamas, era parte de mi entrenamiento como guerrera Fried. La lucha con crías de Hárikams nos ayuda a descubrir y aprender como se mueven y defienden.

—¿No estabas en peligro?

—La verdad es que no, no era la primera vez que me enfrentaba a uno.

—¡Por la Galaxia de Andrómeda que ridículo! —dije sonrojándome ligeramente.

—No sabes lo difícil que es conseguir huevos de Hárikams, pero lo que realmente me produjo gran rabia fue sentirme… débil.

—No era esa mi intención, ¡por Andrómeda tenía que estar patético haciéndome el héroe! ¿Dónde pueden conseguirse esos huevos? Te compraré una docena.

—Veo que no me crees. Si algún día vamos a Jarkis, te llevaré de cacería.

—Eso significaría que tendrías que quedar conmigo.

—Para entonces ya habremos quedado muchas veces —dijo alejándose, contoneándose provocativamente.

—Mañana, en el tercer periodo, estaré en la sala de entrenamiento de cazas —le dije.

—Tal vez vaya —dijo volviéndose coquetamente.

Tras nuestra primera cita, vino una segunda en la que nos dimos nuestro primer beso y luego una tercera en la que me llevó a su cubículo. Cuando entré tras ella me llevé una buena sorpresa. Había oído hablar de decoraciones holográficas excelentes en los cubículos, pero aquélla se llevaba la palma, era una copia exacta del desierto de Jarkis. Las paredes daban una sensación de profundidad infinita, el suelo parecía de arena y el techo simulaba el cielo y los soles de Jarkis. De fondo se oían los ruidos del desierto, el susurro del viento en las arenas principalmente. Hasta olía como el desierto. Cuando se cerró la puerta perdí la perspectiva, parecía realmente que estábamos allí. Cuando me giré para mirar a Yun, estaba flotando a un metro, totalmente desnuda. (CLASIFICADO).

(DESCLASIFICADO). Era nuestra novena cita. Me estaba esperando en uno de los pasillos de acceso a las salas de entrenamiento. Había estado ausente durante tres semanas porque había tenido que ir a revisar el sector sur veinte c de Pangea Capital, que era donde se ubicaban gran parte de nuestras fábricas de M7. En cuanto me vio, su rostro se iluminó y corriendo se echó en mis brazos llenándome de besos.

—¿Dónde has estado?

—Misión de rutina en Pangea —dije.

—¡Oh! Mira por ahí viene el Capitán Laurence. Con suerte, algún día serviré en su ejército, bajo su mando directo. Es increíble que en tan poco tiempo se haya convertido en un héroe para mi pueblo.

—También lo es para el mío.

Cuando llegó a nuestra altura se detuvo.

—Capitán… —dijo Yun llevándose la mano al pecho saludándole.

—Princesa Yun —le respondió serio a la vez que me miraba fijamente. Había algo muy importante que no podía esperar.

—¿Qué ocurre Laurence? —pregunté provocando una mirada de asombro en Yun, por mi falta de respeto hacia el «famoso». Capitán Laurence.

—Tógar está desplegando sus tropas por la frontera de Dénniss, mi…

—Luego nos veremos en los aposentos del Príncipe y discutiremos ese asunto, Capitán —le corté. Sin más, Laurence siguió su camino, no sin antes echarme una mirada de apremio.

—¿En los aposentos del Príncipe? —me preguntó asombrada.

—Soy algo más que… Lo más sencillo va a ser que me acompañes.

Recorrimos varias secciones hasta que llegamos a uno de los elevadores. Entramos juntos en el vacío y rápidamente ascendimos varias docenas plantas. Salimos y cogimos otro vigilado por veinte Guardianes de elite que se apartaron para dejarnos entrar.

—Nadie puede coger estos elevadores directos, a no ser que sean Capitanes —dijo mirándome con sus preciosos ojos azules, muy abiertos.

—Lo sé, cariño. Tranquila, vas conmigo. Nadie te va a decir nada.

Nos detuvimos en la planta donde se ubicaban mis aposentos. Sin mediar palabra, llegamos hasta las dobles puertas donde el escuadrón de tropas de elite se apartó y saludó al vernos. Cruzamos y entramos en mis aposentos. Las dobles puertas se cerraron a nuestro paso. Yun miraba a todas partes muy nerviosa.

—No tenemos mucho tiempo para hablar, pronto vendrá el Capitán Laurence.

—Y el Príncipe, supongo, ya que estamos aquí.

—Sólo el Capitán Laurence —dije sonriendo ante la ironía.

—No debía haberte ocultado esto tanto tiempo, lo siento cariño, pero las cosas se complican siempre de la forma más tonta —le dije algo nervioso a la vez que trasteaba con el cubotrí, lo único que me llevé de mi hogar cuando fallecieron mis padres.

—No deberías jugar con las pertenencias del Príncipe —dijo tensa.

—Tengo permiso. Ven y teclea para que te muestre algunas de sus imágenes.

—¡Prance! ¡Eso es privado!

—No discutas y hazlo, por favor. Me hago responsable de cualquier cosa que creas que nos pueda suceder. No me obligues a darte una orden como superior tuyo —le dije bromeando a la vez que trataba de mostrarle la más tranquilizadora de mis sonrisas.

Se acercó con muchas dudas y pulsó una tecla. Apareció la fachada de la primera fábrica de M7 de Pangea Capital, junto a la puerta estaba el Gran Consejo en pleno, Anyel, Yárrem y por supuesto, en el medio, yo.

—¿Qué…? —comenzó a preguntar.

En ese momento entró Laurence que me miró esperando cómo actuar. Sin dudarlo más, pulsé una tecla de mi OB haciendo surgir mi anagrama distintivo en la frente. Del techo, descendieron suavemente el resto de armas que no portaba, dada mi condición de simple Jefe de Escuadrón. Siempre las dejaba ahí ancladas electromagnéticamente. Cuando coloqué mi fusil de asalto en mi espalda, la capa, que también me destacaba como Príncipe, surgió de mis hombros llegando hasta los tobillos.

—Laurence, ya conoces a la Princesa Yun.

—Sí, mi Príncipe.

Me acerqué a Yun, la cogí de la mano y la lleve a la flotante mesa electromagnética, sentándola a mi lado. Estaba como paralizada. Enfrente lo hizo Laurence, que sonreía pícaramente ante la situación. Yun no acababa de salir de su asombro.

—Bien, ¿qué es lo que ocurre con Tógar?

—Ha desplegado su ejército por la Frontera de Dénniss.

—¿Ha atacado algún sistema? —pregunté.

—No. Tiene sus fuerzas desperdigadas, es como si buscara algo, sería un buen momento para atacarle —dijo Laurence convencido.

Miré a Yun enmarcando una ceja, dándole pie para entrar en la conversación.

—¿Quieres… mi señor, quiere mi consejo? —me preguntó extrañada, saliendo de su asombro, mucho más rápido de lo que lo hubiera hecho cualquiera. Su educación como Princesa había dejado algo positivo.

—Sí y déjate de «mi señores», estamos en privado y eres mi pareja, lo que te da cierta posición. ¿Qué opinas?

—No sé por qué pero pienso que hay algo que huele a podrido. Para mí es una trampa, mi instinto me lo dice, al igual que cuando en el desierto hay un Trypo, los detecto… casi siempre.

—Y tienes razón cariño, es una trampa. Ayer recibí un informe de Anyel en el que me confirmaba, el paso de todo el ejército de Trash, al otro lado de la frontera de Dénniss. Esperan que vayamos y mientras nos enfrentamos a la flota de Tógar, que milagrosamente se reagruparía a toda velocidad, la de Trash nos golpearía con toda su fuerza, por sorpresa. No iremos.

Durante los siguientes siglos, Yun se fue haciendo cargo de todos los aspectos de abastecimiento de la flota, por lo que tenía que pasar largos períodos en Pangea y por lo tanto con mi pueblo, que le iba admirando día a día. Su inteligencia, intuición, bondad, amabilidad y otro sin fin de cualidades, había hecho que se los ganara.

Nuestro amor se fue haciendo más fuerte y profundo. Yun se convirtió en un excelente Guardián destacando en muchos aspectos, en especial en logística y abastecimiento. Finalmente decidimos unir nuestras auras (casarnos). La noticia de nuestra unión fue aceptada con agrado por mi pueblo, además, Yun conquistó con facilidad al Gran Consejo. Con los Frieds, yo no lo tenía tan claro. Eran una raza orgullosa y no podía adivinar si aceptarían que su Princesa se desposara con alguien que no fuera de su raza, aunque fuera el Príncipe de los Guardianes. Aunque ella no lo dijera, sabía que no se uniría si su pueblo no consentía. Me aterraba la posibilidad de perderla.

El día que partimos hacia Jarkis tenía un nudo en el estómago. Para olvidarme del problema empecé a dar órdenes a diestro y siniestro y, como es natural, Yun se percató que me ocurría algo. Es difícil ocultar cualquier cosa a una mujer y yo no era precisamente un maestro en esas lides. Cuando estuvimos a solas en mis, o mejor dicho, nuestros aposentos, empezó a tantearme, con esa habilidad que sólo poseen las mujeres, para averiguar qué me ocurría.

—Prance, cariño, ¿qué tal el período? ¿Algún problema?

—Mal, Dama se sigue negando a darnos información de los archivos cerrados, tal vez deberíamos cambiar de zona, tal vez deberíamos intentar abrir la zona dieciocho, c, sub bis. ¡Me va volver loco! ¡Maldita sea!

—Ya, ¿por qué no me cuentas qué es lo que te ocurre realmente? Nunca te han preocupado, hasta ese extremo, los millones de sectores de memoria cerrados de Dama.

—No se te escapa nada, ¿eh?

—Cuando dos personas se aman como nosotros es… difícil.

—Estoy preocupado por la unión —dije escuetamente.

—¿Preocupado? ¿Por qué?

—¿Y si tu pueblo no me acepta? Una cosa es que estemos juntos y otra muy distinta que nos unamos. Al fin y al cabo soy un extranjero.

—No puedo creer lo que oigo. El salvador de la Galaxia con miedo a un simple protocolo. Mi pueblo te adora. ¿Acaso crees que nos habrían brindado toda su ayuda y mi padre, antes de partir al otro lado de la frontera, delegado todo el poder en tu persona? No puedo creer que aún tengas dudas.

—Tienes razón. Pero siempre surgen dudas en el alma de un hombre, ante situaciones como ésta.

—No seas tonto, todo irá perfectamente —dijo tiernamente besándome.

Tankai nos depositó en la llanura de roca pulida de la montaña principal de Jarkis. Ése era un problema que no sabía cómo solucionar. El poder aterrizar sólo en las llanuras nos limitaba mucho, ya que aterrizar en la arena era un suicidio. Los cruceros no podían descender, obligándonos a utilizar pequeñas naves de transporte como Tankai. Intentamos montar un campo de aterrizaje pero los Hárikams lo destruyeron casi de inmediato. Doblaban las planchas de M7 como si fueran de papel. Perdí varios hombres en aquel proyecto, desde ese día acepté gustoso cualquier consejo dado por los Frieds al respecto. También esta particularidad hacía de Jarkis un planeta inexpugnable, imposible de desembarcar un número importante de tropas al formar las montañas una fortaleza natural. De momento, el Mal seguía desconociendo la existencia de Jarkis y los Frieds, lo que nos daba una considerable ventaja. Laurence abría la marcha y Yárrem la cerraba. Ambos con un grupo de tropas de elite.

Al entrar en la montaña, el aire fresco y húmedo nos rodeó, lo que sinceramente me desconcertaba tras el horroroso calor de fuera. Era como cambiar de mundo, impensable que en el exterior hubiera un desierto tan árido, seco y caluroso. Unas horas más tarde, todos los Jefes de los clanes estaban convocados en la gran gruta principal de reuniones. Y tal y como estaba previsto no faltó ninguno. Era una caverna circular de unos dos kilómetros de diámetro y aunque nosotros estábamos a unos treinta metros de altura, los Jefes del fondo eran prácticamente invisibles. Entre los Jefes de los clanes había un Guardián.

—¿Quién es? —le pregunté a Laurence, mientras apretaba suavemente la mano de Yun.

—Jefe de Escuadrón de elite Dora. Jefa de uno de los clanes más influyentes e importantes del planeta. Muy respetada entre los míos, por su valor y dureza.

Dora no apartaba la vista de nosotros, le miré a los ojos intentando adivinar sus pensamientos. Era muy buena, mi instinto me lo decía.

Laurence se puso a nuestra altura dejando solo a Yárrem, al que había puesto a colaborar con Yun en todo lo referente a flota en suministros y su protección. Los murmullos de la sala se silenciaron de golpe, al verle levantar los brazos. Pero no pudo empezar a hablar porque se pusieron a aclamarle. Tuvo que esperar varios minutos para poder empezar.

—Hoy es un gran día. ¡La Princesa ha decidido unirse! —exclamó Laurence emocionado.

El silencio fue sepulcral. Mi corazón empezó a golpear con tanta fuerza que temí que toda la cueva pudiera oírlo.

—¿Qué ocurre? ¡Exijo respuestas! —exclamó.

—¿Con quién? ¿Con usted Capitán? —preguntó Dora, algo seca, adelantándose un poco.

—¿Cómo que conmigo? ¿Qué estupidez es ésa? Con el Príncipe Prance de Ser y Cel.

El silencio se rompió de golpe. Toda cueva empezó a aclamarnos. Coreando tanto mi nombre como el de Yun. Su entusiasmo duró casi quince minutos. Cuando los Jefes se calmaron, habló de nuevo Dora, no cabía duda de que en nuestra ausencia la habían nombrado Jefe de clanes.

—Mi Princesa, mi señor Príncipe Prance, futuro Príncipe de los Frieds, Capitán Laurence, os pido disculpas, en mi nombre y en el de todos los Jefes por tan tonta confusión. Creo que no es necesario que os diga que no hay un solo Fried en Jarkis que no acepte, con agrado y entusiasmo, la dichosa noticia de su unión. En las reuniones de clanes, siempre se comentó que si había algún hombre merecedor de unirse a la Princesa, ése era usted, mi señor. Los Frieds siempre estarán a su lado luchando bajo su mando, por lo menos mientras quede uno sólo con vida,¡MI PRÍNCIPE Y SEÑOR! —gritó.

Los gritos se reanudaron. Estaban felices, orgullosos, pletóricos, me habían aceptado totalmente, sin reparos. Mi corazón empezó a tranquilizarse. Miré a Yun… (CLASIFICADO).

(DESCLASIFICADO). La unión fue, por lo menos para mí, muy extraña. Se compuso de anecdóticos ritos, frenéticos bailes y danzas. Duró varias horas y reconozco que fue extraña pero acogedora e intensa, muy intensa y emotiva. La tradición obligaba a quedarnos varias semanas y visitar los principales clanes, en señal de agradecimiento. Obviamente tuve mandar a Laurence y a Yárrem, uno a la Gran Dama, y otro a la flota por si surgían novedades. El primer día partimos hacia la antigua residencia de Yun, ubicada bajo la extensión de roca donde nos conocimos. Cuando entramos en sus aposentos, su rostro se ensombreció un poco, todas las habitaciones, a excepción del dormitorio, habían desaparecido reconvertidas en almacenes. Tardamos un buen rato en llegar. Su residencia había sido enorme, todo un lujo en un planeta tan austero.

—Lo siento, cariño —dije abrazándola.

—Es natural, era un espacio desaprovechado. Mi hogar es ahora la Gran Dama, a tu lado. Pero me produce una extraña sensación el cambio. Aunque ahora veo que, mi comodidad, era un lujo innecesario y una carga para mi pueblo —comentó algo triste.

—Yo pasé por lo mismo cuando tuve que ceder, la casa de mis padres, a su muerte. No se debía desaprovechar. Si quieres llevarte algo de aquí… —dije pensando en la nave de juguete que tenía el primer día que vi la Gran Dama, ¿qué habría sido de ella?

—A ti —dijo abrazándome y empujándome sobre la cama hecha a base de suaves pieles de Hárikams, sacadas de debajo de sus duros caparazones y cojines rellenos de cartílago seco y triturado de Trypos. (CLASIFICADO).

(DESCLASIFICADO). Nos preparábamos para partir hacia el primer clan, cuando alguien llamó a la puerta. Cuando la abrí, Dora estaba al otro lado.

—¿Me habéis llamado mi Príncipe? —preguntó haciendo la reverencia.

—Si, Jefe de Escuadrón Dora, pase.

—Perdone, pero en la entrada hay varios Jefes de clanes menores que quieren tratar algunos temas administrativos, con la Princesa —dijo algo turbada.

—¿Puedo ayudar? —pregunté.

—Me temo que no, mi Príncipe. No está bien visto que el consorte de la Princesa intervenga en asuntos administrativos. Es considerado como un guerrero.

—No es mi función —dije comprendiendo la situación.

—Tradición, cariño —dijo Yun mientras salía, no sin antes, besarme en la mejilla.

Cuando salió, Dora permaneció callada observándome.

—¿Es la primera vez que coincidimos? —le pregunté.

—No, mi Príncipe. Lo hicimos en el rescate de un carguero Trogónita. Era una de los que asaltaron el crucero del Mal. Que por cierto conseguimos capturar casi intacto.

—Lo recuerdo. Fue toda una hazaña.

—Ahora soy Jefe de Escuadrón de ese grupo —dijo orgullosa.

—Veo que tengo buen ojo. ¿Qué le parecería ascender a Capitán?

—¿Capitán? ¿A quién hay que matar? —dijo sonriendo por primera vez desde que entró.

—A nadie. Sólo aceptar un puesto, Capitán de las fuerzas de elite al cargo de la seguridad de la Princesa. Claro, que eso significará estar a todas horas con la Princesa y bastantes conmigo, cosa que como podrás comprobar, complicará bastante tu función, ya que no me gusta seguir las reglas de seguridad.

—Eso he oído decir… oh perdón… yo… —dijo sonrojándose.

—No se disculpe. Es sólo la verdad. ¿Acepta?

—Sí, pero… ¿qué más hay? Leo algo entre líneas pero no sé lo que es —dijo susceptiblemente.

—Veo que también es inteligente. La Princesa es lo primero, no sé si me explico, ella es lo más importante, LO MÁS IMPORTANTE, cualquier problema que no sepa, pueda o no le permitan solucionar, me lo consultará a mí personalmente, dónde, cuándo y cómo sea. ¿Queda claro?

—Sí, mi señor. ¿Qué acceso a seguridad tendré?

—Veo que ya ha aceptado.

—Sí, mi Príncipe.

—El mismo que el Capitán Yárrem, con el que probablemente tendrá que trabajar codo a codo muchas veces. De ante mano le aviso que es muy exigente y la palabra «muy» se queda muy corta.

—¿Cuándo empiezo?

—Ahora.

—Sí, mi Príncipe —dijo sonriendo a la vez que salía en busca de Yun.

Los pequeños problemas de los clanes menores, no eran tan pequeños. El sistema burocrático y administrativo del planeta, se estaba desmoronando por la rápida fusión de culturas, a causa de nuestra llegada. Todo se había quedado anticuado o desfasado, ya fuera en cantidad o calidad. Los pequeños clanes empezaban a resentirse seriamente, poniendo incluso en peligro su subsistencia a medio plazo. Las cosas se liaron tanto que no iba a poder atenderme durante varias semanas, así que solicité a Dora que me mostrara lo que pudiera del planeta y de paso poder evaluarla mejor y comprobar que mi intuición volvía a ser correcta. Tras recorrer varios sistemas montañosos, pedí a Dora que me llevara a la zona profunda del desierto, cosa que se negó en redondo, alegando que Yun la estrangularía si se enterara. Era una zona muy peligrosa. Ese mismo día recibimos un mensaje de la flota en la que me informaban que el Capitán Krull, al que raramente veía ya que siempre estaba en los convoyes, había reunido una gran cantidad de M7 en un sistema cercano, denominado Andros y se disponía a trasladarlo a Pangea, pero solicitaba más protección porque se habían detectado algunos cruceros del Mal por la zona. Disponía de muy pocas naves de combate y los cargueros estaban armados con unos pocos cañones láser, absolutamente ineficaces en combate contra un crucero, servían más para desviar pequeños meteoritos de los cinturones de asteroides, que para combatir. Ordené a Krull que me esperara y permaneciera oculto. Yun no había terminado de solucionar los problemas existentes entre los clanes, así que se quedó en Jarkis. Dejé gran parte de la flota, incluida la Gran Dama, y me llevé al resto en busca de Krull. Si solicitaba mi ayuda, seguro que tenía grandes noticias acerca de nuevos emplazamientos mineros. Tenía un olfato único para encontrar asteroides o planetas ricos en metales.

Recuerdo, como si fuera ayer, el día que le conocí en el rescate de la nave de pasajeros. Jamás olvidaré ese viaje, nada salió como esperaba, además estaba… ELLA.