ARCHIVOS PRIVADOS DEL OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL. DÉCIMO AÑO DE ENTRENAMIENTOS CON EL MAESTRO ZERK. GRAN DAMA.
Durante los primeros diez años, aparte de conocer a fondo toda la Gran Dama, el entrenamiento se centró en los cazas. Cada cien combates el Maestro participaba en uno y aunque le atacábamos con todas nuestras estrategias, literalmente nos machacaba. En cada uno de esos encuentros aprendía algo y cuando creía que no podía aprender nada más, volvía a surgir algo nuevo, hasta que al final llegué a la conclusión de que siempre se puede aprender algo, aunque sea poco.
Iba con Katrina, a la sala de los cazas, comentando los últimos combates, cuando oímos la voz del Maestro a través de nuestros OB, pegándonos un buen susto ya que siempre era Dama, la IA la que controlaba la nave y todos los sistemas auxiliares, la que nos llamaba para cualquier cosa.
—Os quiero a todos, sin excepción, en la sala central de reunión —dijo sin dar más explicaciones.
Cuando llegó el último compañero, que como siempre fue Tora, hasta el Maestro la había dejado por imposible, nos ordenó que nos alineáramos de mayor a menor en victorias de combate. En el primer lugar estaba yo, con el ochenta y dos por ciento de las victorias, en segundo, Trash con el once por ciento, en tercera posición Urgan con el dos por ciento, el restante cinco por ciento se lo repartían entre los demás.
—El aprendizaje con los cazas ha terminado —dijo el Maestro—. A partir de hoy, el que quiera practicar en los simuladores tendrá que hacerlo en su tiempo libre.
—Pero aún no nos acercamos remotamente a Prance, Trash o Urgan.
—Lo sé perfectamente Yamazu. Si quieres mejorar, tendrás que practicar más. He instalado una serie de programas para acelerar vuestras técnicas. Os enfrentaréis a nuevos pilotos (ficticios) y a situaciones de combate en desventaja. A partir de hoy vais a aprender el manejo del ordenador instalado en vuestro brazo, el OB, y por consiguiente a manejar vuestras armas. Como habéis comprobado, con mi mensaje, he activado vuestros ordenadores. Tened cuidado, no toquéis ninguna de sus funciones.
En el instante que decía eso el Maestro, Kilian de Waljo y Deria tocó una de las teclas del ordenador. En el acto se quedó rígido y cayó al suelo como muerto.
—Las prisas suelen ser malas compañías. Brobon, tócale.
—Está rígido. Respira pero parece que no se puede mover.
—Ha activado una forma de endurecimiento molecular del Traje.
—¿Para qué puede servir si no te puedes mover? —preguntó Brobon de Plot y Arme.
—Todo tiene utilidad dado un caso u otro pero eso, —dijo señalando a Brobon—, se suele utilizar, en un grado menor, no a plena potencia, para defensa. Además, si uno se armoniza con el sistema, puede moverse. Una vez que lo utilicé fue en un planeta, cuya presión atmosférica era tan brutal, que sin el endurecimiento, me abría aplastado.
—Entonces lo más normal es que se utilice para trabajar a grandes profundidades oceánicas —afirmé.
—Como siempre tienes razón Prance, es su uso más normal. Así que si os parece comenzaremos por esta función. Mirad vuestro ante brazo, tocad la tecla de la izquierda, junto a la muñeca.
Lo tocamos casi de inmediato y, menos Trash y yo, todos cayeron de bruces al suelo. Nosotros antes de apretar la tecla, tratamos de equilibrarnos y separamos un poco las piernas, tratando de mantener los brazos junto a al cuerpo.
—A todos mal, ya que no se os ha ocurrido preguntar antes cómo se regula la intensidad del endurecimiento, y a los que estáis en el suelo, sólo puedo deciros que no entiendo cómo sois tan brutos —dijo irónicamente, riendo con su potente carcajada.
Tardamos algunas semanas en aprender a manejar, y movernos sin dificultad, en los distintos grados de endurecimiento.
ARCHIVO DE COMBATE DE LA GRAN DAMA.
SITUACIÓN: GRAN DAMA.
Al cabo de tan sólo veinte años ya disponíamos de un ejército de ochocientos mil hombres. Todos tenían su Traje y, sin excepción, habían pasado por «La Celda». Puse a los diez primeros de la lista en los más altos cargos, como al Capitán Inssidaz, al cargo de la instrucción de tropas y el Capitán Degárdijad encargado de dirigir las líneas de abastecimiento. En tan poco tiempo, las tropas estaban muy verdes en distintos campos, por eso se decidió desde un comienzo a especializarlas y dividirlas, a pesar del riesgo, en pilotos de caza, transporte, tropas de asalto, ingenieros, científicos, tropas de elite, seguridad, abastecimiento, información, suministros, logística, etc, etc. Probablemente el Maestro no lo habría aprobado pero no tenía otra opción.
Aunque toda Pangea se volcó en preparar la defensa del planeta, tras cincuenta años, la proporción seguía siendo de tres a uno. Anyel había preparado un cuerpo especial de espías que, en puestos avanzados, planetas y asteroides, vigilaban y trataban de controlar los movimientos del Mal, que con sus atractivas ofertas de poder, dinero, riquezas y destrucción, encontraba adeptos por todas partes. Pero nuestro mayor problema eran las flotillas piratas que se dedicaban a atacar nuestras líneas de abastecimiento, obligándome a repartir la mitad de mi flota por las líneas, para proteger a los cruceros de carga, que esencialmente transportaban metales.
El Mal, mientras tanto, dedicaba todas sus energías a la construcción de cruceros para poder atacar Pangea y, en especial, poder destruir a la Gran Dama. Pero Trash conocía el poder de la Gran Dama, le iban a hacer falta muchos cruceros y tripulaciones muy bien entrenadas para poder atacarnos. Su problema era que disponía de muy pocos Jades, sólo los que sus trajes producían, aproximadamente uno cada diez meses, por lo que sus tripulaciones al envejecer debían ser periódicamente renovadas, sin contar que sus heridos tardaban el tiempo normal en recuperarse, no como mis hombres que en pocos días, por graves que fueran sus heridas, se recuperaban plenamente.
Muchos planetas no le permitían repostar y si decidía atacarles, aparte de desgastar sus tropas, le retrasaban en su objetivo. Aun así encontró varios sistemas que decidieron unírsele, lo que le proporcionaba varios lugares de refugio, impidiéndonos atacarle ya que aún no disponíamos de tropas suficientes y lo que aún era más grave, no podíamos mover la Gran Dama porque no disponíamos de tripulación cualificada, que no fue formada hasta que no pasaron ciento cincuenta años. Por suerte, Trash creía que yo era capaz de manejarla sólo, al igual que lo hacía el Maestro. Nada más lejos de la realidad, esa lección no llegó nunca.
Para poder manejarla hubo que modificar y emplear nuevas órdenes en todos los sistemas computerizados, a excepción de Dama. El día que conseguimos formar la tripulación, fue uno de los más importantes de mi vida. Si conseguíamos manejar a la Gran Dama correctamente, Trash lo tendría muy difícil, ya que Dama era una nave espléndida y con un poder de ataque inconcebible.
La partida de Pangea fue vitoreada hasta por el último Warlook del continente. Mi gran pregunta era cómo demonios el Maestro la manejaba sólo. Era imposible porque había que estar en cientos de sitios a la vez. La tripulación la componían alrededor de cincuenta mil guardianes, que tras muchos, intensos y agotadores entrenamientos, habían conseguido ser uno con la nave. La única explicación que se me ocurría era que pre programara la ruta hasta Pangea. ¿Pero cómo solucionó todos los posibles problemas que seguro surgieron por el camino?
Todo fue bien hasta el decimosexto día, que empezamos a descubrir nuestros errores. Yárrem se empeñó en reforzar la seguridad y creó una cantidad de órdenes para los sistemas que no se podrían leer en un año.
Estaba en mis aposentos, que antes habían sido del Maestro, cuando Yárrem entró para comentarme unas informaciones relativas a unos sistemas cerca de la frontera de Dénniss. De pronto sonó la alarma y una voz nos informó:
—Naves enemigas detectadas. Todos los guardianes deben dirigirse a sus puestos.
Mis aposentos estaban muy cerca de la Gran Sala de Control de Dama, así que en menos de dos minutos nos personamos ante la doble compuerta principal, que permaneció cerrada a pesar de nuestra presencia.
—Compuerta, abre —le ordenó Yárrem.
—Petición denegada —respondió.
—¡Abre! —gritó.
—No —respondió escuetamente.
—¡Escucha máquina estúpida, el Príncipe necesita entrar en la sala de mando para dirigir la defensa y el ataque! ¡Abre! —dijo Yárrem gritando más que hablando.
—No. Tengo órdenes de no permitir que nadie entre en la sala de mando una vez que suena la alarma.
—¡Mald…!
—Déjame Yárrem —le dije seriamente.
—Lo siento, yo…
—No importa. Compuerta, soy el Príncipe Prance de Ser y Cel, abre.
—No.
—Soy el Capitán de esta nave y debes obedecer todas mis órdenes. Abre.
—No.
En ese momento una suave sacudida hizo temblar toda la nave, se acababan de activar los escudos defensivos de combate. Todas las alarmas de ataque se activaron.
¡ALARMA! ATAQUE ENEMIGO EN CURSO. FUERZAS ESTIMADAS VEINTICINCO CRUCEROS DE COMBATE. ¡ALARMA! ATAQUE ENEMIGO EN CURSO. FUERZAS…
—¡Esto es una orden directa! ¡ABRE! —le grité.
—No. El ataque es inminente. Ultima orden de seguridad sellado total.
Yárrem estaba pasado. Dama no atacaría a los cruceros enemigos sin una orden de un Capitán de nave y los dos únicos Capitanes abordo estábamos al otro lado de la puerta. En cuando se dieran cuenta que no nos defendíamos, nos atacarían con toda su potencia para destruir nuestros escudos y luego a la Gran Dama.
—¿De quién debes recibir la orden para que abras? —le pregunté alarmado.
—De Dama.
—¡Dama! ¡Sé que me estás oyendo! ¡Ordena a esta puerta descerebrada que abra!
—Sí, mi Príncipe.
—Apertura en curso —dijo mientras la doble puerta acorazada se abría.
Entramos como una exhalación en la sala. Todos se volvieron al oírnos, mirándonos aliviados. Rápidamente me senté en el sillón de mando, que se hallaba en el centro, y Yárrem hizo lo propio, en el suyo.
—Todas las naves de combate listas para despegar y atacar al enemigo —dijo un Guardián de ayuda al puente de mando.
—¿Órdenes mi Príncipe? —preguntó el Jefe de armamento.
—Que no salga ninguna nave.
—¿Pero…? —comenzó a decir Yárrem.
—No abráis fuego.
—Está todo listo. Todos los sectores en alerta. Todos los hombres en sus puestos. Todas las secciones selladas y aisladas para evitar fugas, en el caso de que el enemigo nos alcanzase. Todos los sistemas de ataque preparados para abrir fuego. Espero sus órdenes —informó Degárdijad.
—No abráis fuego —repetí.
Un débil rumor empezó a recorrer la sala. Yárrem se puso en pie se acercó y me susurró al oído:
—Prance, si no atacamos, nos destruirán en poco tiempo.
—Lo sé. Vuelve a tu puesto.
—Sí, mi Príncipe —dijo lo suficientemente alto como para que todos lo oyeran.
A los dos minutos nos atacaron prudentemente, esperando nuestra reacción. Al comprobar que no nos defendíamos, comenzaron a disparar con toda su potencia de fuego.
—¿Cómo van los escudos? —pregunté a Degárdijad.
—De momento aguantan, pero no sé por cuanto tiempo lo harán —respondió preocupado.
Los rumores iban en aumento.
—Dama, quiero que emitas un mensaje a Pangea.
—¿Qué línea de transmisión quiere que utilice? —me preguntó con voz tranquila, como siempre.
—Todas.
—Líneas preparadas, ¿cuál es el mensaje?
—SOS, SOS. Envíen cruceros. Sistema defensivo inoperante. Ataque de fuerzas enemigas, veinticinco cruceros.
—Inicio de transmisión.
—Repite el mensaje ininterrumpidamente. Los rumores llenaban toda la sala. Yárrem se puso de nuevo en pie.
—¡Capitán Yárrem, vuelva a su puesto! —grité imperativamente acallando los rumores, aunque no las dudas. Debía acabar con las dudas.
—Sí, mi señor —dijo volviendo a sentarse.
—Que nadie haga nada hasta que yo lo ordene, a no ser que quiera que toda mi furia caiga sobre él —amenacé a los presentes en la sala.
—Los espaciopuertos informan que están listos y preguntan el por qué de la demora —informó el Jefe de comunicaciones interiores.
—Ordéneles permanecer en sus puestos y a la espera.
No hubo que esperar a la tercera repetición del mensaje. De los cruceros salieron todos los cazas que tenían y se dirigieron directamente hacia nosotros. Lanzaron unos prudentes ataques tanteando la situación y esperaron la llegada de los cruceros, que se fueron desplegando rodeándonos completamente por todos los lados, comenzando a disparar casi de inmediato. El ataque ya había consumido la mitad de la energía de los cruceros, lo que les obligó a desviar parte de la de los escudos para seguir el máximo tiempo posible con el ataque. Fue entonces cuando recibimos la primera transmisión del Mal.
—Tenemos una comunicación de los cruceros enemigos —dijo Yárrem bastante pálido.
—Dama, que sólo me vean a mí y quiero que se oiga de fondo, voces de alarma gente corriendo, fuego y alguna que otra explosión lejana —le ordené tranquilo.
—Como si estuviéramos dañados —dijo Yárrem empezando a comprender. Sagalu de Art y Fenuta apareció inundando la pantalla principal. Sonreía y se daba aires de superioridad.
—Cuanto tiempo sin verte Prance.
—Para mí no ha sido suficiente. ¿Qué quieres? —le pregunté cabizbajo.
—Tu rendición incondicional.
—No.
—Es una estupidez que la Gran Dama sea destruida. Tu tripulación será respetada, tienes mi palabra.
—No puedo confiar en tu palabra.
—Y tu vida… bueno eso dependerá de lo que decida Trash.
—Podemos aguantar. Además pronto llegarán refuerzos de Pangea.
—Lo dudo. Si vienen, Trash y Tógar los entretendrán o mejor dicho, los aniquilarán.
—No vamos a rendirnos —dije desesperadamente cortando la comunicación.
Al comprobar que seguíamos sin defendernos ni movernos, se aproximaron todo lo que pudieron para que sus armas hicieran el mayor daño posible, a nuestros escudos. En su afán de terminar con nosotros lo antes posible, estaban tan cerca unos de otros que casi se tocaban sus escudos. Eso era lo que estaba esperando, que se desplegaran y aproximaran de forma que no pudieran defenderse como grupo.
—Dama, ¿los escudos? —le pregunté indiferente.
—Los más dañados son lo que protegen la zona de propulsión principal, están al treinta por ciento. Tiempo estimado de fallo, doce minutos con quince segundos.
—¿Armamento?
—Todas las baterías y líneas de fuego, preparadas y a máxima potencia.
—Apunta, con todo lo que tengamos, a los cruceros que más energía hayan destinado en el ataque de los escudos.
—Son ocho.
—Fuego a máxima potencia sobre los puestos de mando.
El resultado consiguió sorprenderme a mí mismo. Los escudos de esos cruceros no soportaron ni diez segundos la potencia de nuestro fuego, destruyéndose los puentes de mando y por tanto el control de los cruceros, permitiéndonos, en los siguientes disparos, alcanzar sus núcleos de energía, provocando la detonación de las naves. Al estar tan cerca los demás cruceros y cazas, se inició una especie de reacción en cadena que prácticamente destruyó a veinte cruceros, agotando los escudos de los restantes. Sin escudos, barrerlos del espacio fue cuestión de segundos. Los pocos cazas que sobrevivieron, fueron destruidos en pequeñas escaramuzas con los nuestros. Sin daños para la Gran Dama, había acabado con el tercer ejército del Mal de un plumazo y con el tercer traidor.
Yárrem me observaba admirado. No cabía de gozo en sí mismo. Todos los hombres voceaban la victoria. Pedí a Dama que detuviera la transmisión y emitiera el resultado del combate. Cuando los hombres comenzaron a tranquilizarse, ordené a Yárrem que fuera a mis aposentos. Cuando la doble compuerta se cerró me giré y le miré muy serio.
—Ya sé Prance que no debía haber…
—No, Yárrem no me preocupa tu temor o duda, en el puente de mando, respecto a mi estrategia, que era la única que podíamos desarrollar.
—Pero dado como han aguantado los escudos… el riesgo…
—Ya. ¿Cuánto tiempo nos habría costado acabar con Sagalu si los cruceros se hubieran mantenido a distancia atacándonos alternativamente? ¿Cómo habríamos podido hacerles frente? ¿Les habríamos podido derrotar?
—La Gran Dama…
—¿Pudiendo ser relevados por las flotas de Trash o Tógar? —le pregunté pensativamente—. No lo creo. Trash está cerca pero no ha llegado a tiempo. Sin duda habrá dejado a Tógar en espera de los refuerzos de Pangea, con órdenes de resistir hasta que nos hubieran destruido.
—¿Entonces vamos a ser atacados de nuevo?
—No. Amigo, no. Ahora sabe que podemos manejar la Gran Dama perfectamente. No se arriesgará. No tiene el potencial suficiente, además ha perdido el factor sorpresa. No contaba con la impaciencia y prepotencia de Sagalu. Si se hubiera mantenido a distancia en ataques cortos esperándole, tal vez el resultado habría sido distinto.
—¿Entonces por qué tienes esa cara? —me preguntó preocupado.
—Por el lío que has montado, con la seguridad, en Dama.
—No quiero poner excusas pero la programación de esta nave es de locos. Todos los sistemas piensan independientemente, hay miles de ellos que en teoría se coordinan pero que en la práctica se dividen en grupos, que a veces interactúan con unos y a veces con otros. Todos dependen de Dama, eso es lo único que no se puede cambiar. Todo lo demás… creía que sí pero dado el error de la puerta, veo que las órdenes viejas se, digamos, almacenan.
—¿Almacenan? —le pregunté extrañado.
—Sí. No nos permitió pasar, porque la primera orden que le introduje fue que no permitiera pasar a nadie en caso de ataque, pero luego le introduje que tú tendrías acceso directo.
—Pero no me ha dejado pasar.
—No, a órdenes contradictorias se valida la primera.
—Eso no tiene sentido.
—Puedo asegurarte que otro sistema tomaría otra opción, incluso el mismo, en la misma situación, también optaría por otra.
—Está muy claro que todas las nuevas órdenes deben ser validadas por Dama.
—Sí. No podemos volver a tener un problema como el de hoy.
—¡Dama!
—Sí, mi Príncipe.
—Quiero que a todos los sistemas de la nave les ordenes lo siguiente primero, yo siempre tengo preferencia ante cualquier orden, incluso a una tuya. Segundo, todos los Capitanes tienen acceso a todas las secciones de esta nave. Tercero, en caso de duda me consultarás a mí, a Yárrem, o al Capitán Anyel, o en el caso que no estemos ninguno a bordo, o no puedas comunicarte con ninguno, al Capitán o Guardián que esté al mando en ese momento. ¿Entendido?
—Sí, mi Príncipe. Ya he empezado a transmitir tus órdenes.
—Prance, tal vez sea un riesgo que todos los Capitanes tengan acceso a todo.
—¿Con «La Celda»? No lo creo. Además, Dama detectaría de inmediato a cualquier intruso. Todo esto no ocurriría, si el Maestro no hubiera sido tan esquivo en lo referente a enseñarme cómo funciona Dama. Siempre me daba largas.
—Dama, ¿a cuánto estamos del sistema Tanaran?
—Dos días. Hay muchos asteroides en este sector. Un salto directo es imposible —respondió con rapidez, como lo hacía siempre.
—¿Para qué queréis que vayamos a ese sistema? Es neutral.
—¿Neutral? Da cobijo a los cruceros piratas. Voy a tratar hacer un pacto con ellos para que no ataquen nuestras líneas de abastecimiento.
—Como quieras, prepararé una escolta.
—Ni se te ocurra. Iré sólo o casi, Anyel estará allí esperándome.
—Por lo menos dejadme que un pequeño crucero de asalto, os proteja hasta el destino.
—Bien, pero permanecerá en órbita ocultándose de los posibles rastreos. Necesito que crean que voy sólo.
SISTEMA TANARAN.
PLANETA GLOB: NEUTRAL.
Salimos de la pestilente taberna, con el olor a humo y porquería incrustado en las fosas nasales. La charla, con el Comandante de la flota pirata, había durado hasta la madrugada pero había valido la pena. Deseaba que nos quedáramos a pasar la noche pero a Anyel no le pareció prudente. Anyel me comentaba sus averiguaciones sobre la flota pirata de camino al espaciopuerto. El exterior estaba en penumbra y la lluvia que había caído durante la reunión, había llenado las callejas de charcos malolientes que reflejaban alguna de las tres lunas.
—Prance, no me convence el trato que has hecho con esos piratas. No creo que lo respeten y si nos traicionan…
—Anyel, confío en su líder. Creo en su palabra, además no puede defenderse de nosotros y del Mal a la vez. Estar entre dos fuegos, es un lujo que no puede permitirse. Tampoco puede unirse a ningún bando, nosotros no le permitiríamos seguir como pirata y ellos lo eliminarían en cuanto tuvieran ocasión.
—Pero él también sabe que no podremos quedarnos indiferentes a sus ataques a cruceros de comerciantes, o ataques selectivos a ciudades, para saquearlas. Más tarde o temprano nos enfrentaremos.
—Eso lo tiene muy claro, pero prefiere ser prisionero vivo del Bien que prisionero torturado y muerto del Mal.
Desde la salida de la taberna, escondido entre las sombras, alguien nos venía siguiendo. Anyel también se había dado cuenta.
—Nos están siguiendo.
—Ya me he dado cuenta —le dije—. Deberíamos salir de estas callejuelas.
—Está sólo. Dejémosle acercarse. Quiero saber qué es lo que quiere.
—¡Prance! ¿Qué va a querer? ¡Nuestra bolsa!
—Tal vez, además no llevamos bolsa.
—Pero él no lo sabe. Puede tener más amigos por delante, preparándonos una emboscada.
Activé parte del casco, cubriendo uno de mis ojos, para ver la pantalla de rastreo.
—No hay nadie. Está sólo —dije tranquilizándole.
—No debes correr riesgos —me reprendió paternalmente.
—¿Has perdido ese instinto de lucha en tus chanchullos de espionaje? —pregunté intentando pincharle.
Tan sólo pasaron unos minutos cuando el extraño apareció por delante, surgiendo de entre las sombras de un callejón transversal. Llevaba una careta que le cubría el rostro y que se utilizaba en los transbordos entre naves, por si existía alguna fuga de aire, aunque ésta, dado su estado, no serviría para nada si llegara el caso.
—¡Alto! —dijo imperativamente. Por su voz no debía tener más de catorce Al Preams.
—¿Qué es lo que quieres muchacho? —le preguntó Anyel.
—¡Dadme todo lo que llevéis y os dejaré marchar sin daño! —espetó duramente.
Anyel hizo un amago de llevarse la mano en busca de su espada láser, bajo la capa que ocultaba su identidad, al igual que la que yo llevaba pero, con un gesto, se lo impedí. Había algo en ese chico, algo que despertó mi curiosidad.
—¿Y por qué deberíamos darte nuestras pertenencias, muchacho? —le preguntó de nuevo Anyel.
—Primero, no soy un muchacho, ¡soy un hombre! Y segundo, porque si no me veré obligado a cogerlas de vuestros cadáveres —dijo entre dientes. Intentó ser tan duro que lo único que consiguió fue provocarnos un ataque de risa, cosa que le hizo temblar de furia.
—Inténtalo, muchacho —dijo Anyel entre carcajada y carcajada.
—No mi fiel amigo, permíteme la lección.
En esto, el atracador se lanzó sobre mí, daga láser en mano. Tuve que hacer una sencilla cinta para que el pobre muchacho cayera de bruces, en medio de un charco cenagoso, saliendo disparada la careta que le cubría el rostro. Lejos de rendirse se revolvió en mi busca, limpiándose el barro de la cara con la manga de su raída chaqueta.
—Mira, muchacho, va a ser mejor que te vayas a casa antes de que te hagas daño —le dijo Anyel sin poder parar de reír—. Mi señor no puede perder más tiempo contigo.
Yo, en cambio, ya no me reía. Miraba al chico con detenimiento, había algo especial en él. Su reacción fue rápida e inusitada, se lanzó contra mí con gran furia pero sin técnica, casi como si fingiera. En cuanto estuvo a mi alcance, le cogí por la muñeca en la que llevaba la daga obligándole a soltarla y, a la vez, haciéndole rotar sobre sí mismo estrellándose de espaldas contra el húmedo y duro pavimento.
—Muchacho, deberías haberme hecho caso, ja, ja, ja, y haberte ido, ja, ja, ja,… —se burlaba Anyel.
La cara del muchacho se endureció y me miró desafiante. Se guardaba un as en la manga. Ya no tenía dudas de que estaba fingiendo, pero mi curiosidad pudo más que la lógica, matarlo de un disparo. Se puso de nuevo en pie pero esta vez con tranquilidad, flexionó con un poco las piernas, pegó un potente salto que me sobrepasó, ya que el objetivo era Anyel, y sacando una nueva daga láser de entre sus ropajes se la puso en el cuello, agarrándolo por un costado, deteniendo su risa en el acto.
—Y ahora hagan el favor, caballeros, de entregarme sus armas y su dinero, si son tan amables. Usted primero, «mi señor», a no ser que quiera que le corte el cuello a su «fiel amigo».
Fue entonces cuando volví a soltar unas sonoras carcajadas.
—Se lo digo muy en serio. El dinero o le corto el cuello —amenazó.
Le miré fijamente a los ojos que me revelaron que no lo haría. Anyel permanecía muy quieto preparado para neutralizarle a mi señal.
—No eres un asesino —le dije poniendo los brazos en jarras.
—Ponme a prueba —contestó menos seguro.
—Está bien. Mátale.
El chico estaba totalmente desconcertado, en cambio Anyel me miraba perplejo.
—Voy… voy a… cortarle… —balbuceó.
—Guarda la daga, chico. Además, nunca habrías conseguido dañar a Anyel.
—No creo… —comenzó a decir antes de que Anyel, con un rápido movimiento, le desarmara. El chico pareció desanimado, aturdido, como si no se encontrara a sí mismo.
—Tranquilo, no te vamos a hacer nada —dije.
—¿Cuál es tu nombre? —le interrogó Anyel.
—Laurence.
—Extraño nombre. ¿De qué sistema eres? —le pregunté extrañado mirando sus intensos ojos azules marino.
—No lo sé.
—¿No lo sabes? —preguntó irónicamente Anyel—. Eso no es posible, ¿qué eran tus padres, mercaderes espaciales ambulantes?
—Cuando era muy pequeño, viajaba con mis padres en una nave de transporte que se estrelló aquí, en este planeta. Todos murieron menos yo, claro. ¿Qué van a hacer conmigo? ¿Me van a entregar a los protectores de la zona? —preguntó angustiado.
—¿Sabes quienes somos?
—Parecéis un par de esos guardianes de los que todo el mundo habla.
—¿Y aun así nos has atacado? —le preguntó Anyel sorprendido.
—Sí. ¿Van a matarme?
—Si hubiéramos sido guardianes del Mal, ya estarías muerto. Eres libre de irte o de venir con nosotros —le dije.
—¿Ir con ustedes?
—Sí, unirte a los Guardianes del Bien.
—¿Y salir de este lugar? ¡Claro! —exclamó abriendo mucho esos intensos ojos azul marino.
—¡Mi señor! No es más que un ladronzuelo…
—Un ladronzuelo que ha conseguido sorprenderte.
—Tal vez tengáis razón —dijo mirando alegremente al chico, mientras le revolvía el pelo.
—Te esperamos dentro de una hora en el espaciopuerto, despídete de quien quieras pero no traigas más que lo imprescindible —le ordené.
—Allí me tendréis.
—Allí me tendréis, mi señor —le corrigió Anyel.
—Sí, mi señor —le contestó.
—A mí me llamarás Capitán.
—Sí, Capitán —dijo saliendo corriendo.
—¿Has visto a alguien con unos ojos como ésos? —le pregunté a Anyel.
—Nunca. A ninguna raza. ¿Tienes alguna idea de dónde puede ser?
—No. Pero veo mucho potencial en ese chico. Mucho.
ARCHIVO PRIVADO DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.
CUARENTA Y CINCO AÑOS DE ENTRENAMIENTO CON EL MAESTRO ZERK. GRAN DAMA.
Aprender el manejo del OB fue realmente complicado, tenía miles de funciones que se entremezclaban controlaba el armamento, el estado de energía del Guardián, escudo circular de defensa en combate cuerpo a cuerpo, estado y carga de las armas, posibilidad de acoplar nuevo armamento en el Traje, comunicaciones, información general, traducción automática, etc., etc., etc…
Tras treinta y cinco años de dura investigación, llegamos a manejarlo aceptablemente. Aunque necesitamos diez más para usarlo como si fuera una extremidad más. Pero lo que realmente deseaba era conocer a fondo la Gran Dama, sabía que aún era pronto pero la curiosidad me estaba carcomiendo, así que me dirigí a los aposentos del Maestro. Estaban las puertas abiertas y él permanecía dándome la espalda mirando una serie de cifras, incomprensibles para mí. Entré sigilosamente intentando sorprenderle por la espalda.
—Prance, no eres lo suficientemente sigiloso como para atraparme.
—Algún día os cogeré por sorpresa, Maestro.
—No lo dudo. Dama, cierra las dobles puertas y tú deja el protocolo para cuando no estemos solos.
—Como quieras, Zerk.
—Bien, ¿qué ocurre? Esto no creo que sea una visita de cortesía.
—¿Ahora lees las mentes?
—Ojalá pudiera hacerlo. Hay razas que lo hacen y se comunican entre ellos así. Aunque no suelen poder hacerlo si el otro no quiere.
—Me gustaría que me enseñaras a manejar la Gran Dama —solté de sopetón.
—No puedo creer que te oiga decir eso. Ni siquiera manejas plenamente tu ordenador y quieres aprender a manejar la nave más compleja de toda la galaxia. No tengas prisa, puedo asegurarte que serás el primero en aprender a manejarla, siempre y cuando sigas como hasta hoy.
—También Trash quiere aprender y supongo que los demás tienen el mismo interés.
—Más adelante… Ahora, lo que debéis aprender es a luchar cuerpo a cuerpo con las distintas armas. Ja, ja, ja… me va a encantar pegaros unas buenas palizas.
—Eso habrá que verlo —dije mirándole a los ojos, desafiante.
—Me encanta tu auto confianza, puedes estar seguro que contigo me voy a ensañar de mala manera.
—Os aseguro que no voy a permitirlo «Venerable».
—¿Venerable? No creo que aparente más de treinta.
—Físicos no, pero mentales… —dije burlonamente.
—Ese comentario te va a costar muy caro, querido alumno.
—Tiemblo tanto que no puedo pulsar ninguna tecla de mi OB —volví a burlarme.
—Ya veremos…
¿Temblar? El Maestro cumplió su palabra. Conmigo era con el que más duro se comportaba. Me daba semejantes palizas que llegué a pensar que iba en serio y que me quería matar. Pasé decenios tan magullado que ni el Traje era capaz de regenerar todos los daños producidos día tras día, incluso se me olvidó lo que era sentirse totalmente bien y sin ningún tipo de dolor, ya que el Maestro anuló el modo de neutralizarlo, a través del OB.
ARCHIVO DE TROPAS DE LA GRAN DAMA.
Laurence, en tan sólo quinientos años, demostró ser el mejor hombre que había reclutado como Guardián. Tras consultarlo con Anyel y Yárrem, que estuvieron totalmente de acuerdo, decidí nombrarle mi segundo y le puse al mando de todos los ejércitos, con el rango de Capitán de Capitanes. Tardé trescientos años en instruirle completamente en estrategia y combate, con la idea de que si algún día faltaba, él sería quien me sustituiría. Al Capitán Yárrem le puse al frente de la administración, las tropas de elite y a cargo de mi seguridad. En cambio, a Anyel, le permití continuar con su equipo de seguimiento y vigilancia de las tropas del Mal. Era un puesto realmente arriesgado, ya que muchas veces implicaba instalar observatorios o pequeñas bases en territorio enemigo, siempre ocultas y bajo el riesgo de ser localizadas y destruidas.
Algo que me intrigaba era averiguar de qué sistema solar era Laurence, cosa que no descubrimos ni con los análisis genéticos. El ADN no nos dio ninguna pista, así que de momento era el único de su raza. Estaba acabando unos informes en mis aposentos cuando entró Laurence.
—Yárrem me ha comentado que vais a bajar a Pangea, mi señor.
—Déjate de protocolos, aquí no hay nadie, ¿verdad Dama?
—Aparte de vos, no mi señor.
—¿Puedo saber a qué vas? Tendríamos que partir hacia el Sistema Ghurkilonte. El Mal anda revuelto por esa zona.
—Voy a una reunión con el Gran Consejo, no me han informado pero hay algo que les preocupa.
—Tal vez sea que no tenemos ni idea de dónde se encuentra el primer ejército del Mal.
—No puedo creer que hayas empezado a utilizar el cerebro, pequeño salteador de ancianos desvalidos.
—Muy gracioso. Espero que tengas un viaje agradable. Tu escolta está lista —informó sonriente.
—No crees ningún chandrío en mi ausencia y ni se te ocurra organizar ningún ataque —dije señalándole en broma.
—No te preocupes, seré el perfecto Capitán. Vete, luego me cuentas.
—Luego te veo y te informo, no te preocupes.
La verdad es que el que estaba preocupado era yo, Laurence tenía razón, la reunión era sin duda por la flota de Trash. Anyel no había podido descubrir nada de él durante meses, era como si se hubiera ocultado en un agujero negro.
Me dirigí al espaciopuerto uno donde Yárrem había preparado a Tankai, para llevarme a Pangea. Dentro, me esperaba un escuadrón de elite. También una docena de pequeños cruceros nos escoltarían y una veintena de cazas irían alrededor nuestro para retener a cualquier atacante. A mi regreso tendría otra agotadora reunión con Yárrem y el Capitán de ingenieros Taban, que estaban emocionados con la planificación de una nave personal de transporte y ataque, hecha a medida para mis desplazamientos. Con ella, la escolta se reduciría considerablemente. Pero era un proyecto a largo plazo, ya que la construcción de una nave así, sería muy complicada.
Pangea estaba en plena ebullición con la colonización. Tras muchos siglos de esfuerzos, por fin, la primera colonia de Marte, estaba terminada y el planeta habitable. Todas las semanas partían dos naves para la nueva colonia en la inacabada ciudad, una con colonos y la otra con material. Iba a ser duro ser la primera colonia. Las naves harían viajes hasta que en la ciudad hubiera cincuenta mil colonos. Tendríamos que esperar que se establecieran y consiguieran un equilibrio socio-económico-ambiental para iniciar la instalación de población, en las restantes colonias que estaban en proyecto.
Aterrizamos muy cerca de una de las naves que ese día iba a partir hacia la colonia. Nada más poner un pie en la pista, docenas de colonos nos rodearon para saludarnos y alabarnos. No llevaba andados veinte metros entre ellos, cuando mis piernas chocaron suavemente contra dos pequeños bultos. Eran dos niñas de entre seis y nueve años, de pelo negro, largo y suavemente ondulado. Me puse en cuclillas para estar a su altura y poder hablar con ellas.
—Hola, ¿cómo os llamáis?
—Vamos, respondedle niñas, el Príncipe no va a haceros nada —dijo la madre, que estaba junto a ellas.
—Mhar y mi hermana Jhem —dijo la mayor.
—¿Tu hermana no tiene lengua? —pregunté divertido.
—Zí tengo.
—No te creo.
—Zí, mira —respondió sacándome la lengua.
—¡Jhem! —exclamó la madre alarmada.
—Ja, ja, ja… No se preocupe. Además yo se lo he pedido. Ja, ja, ja…
—¿Eres un dios? —me preguntó Mhar.
Era la primera vez que oía esa pregunta pero por desgracia no sería la última.
—¿Quién te ha dicho tal cosa?
—Mi papá.
—Dile a tu papá que yo no soy ningún dios, sólo un hombre como otro cualquiera pero con más responsabilidades, ¿vale?
—Vale.
—Zí —respondió también la otra, apoyando a su hermana.
—Una cosa más. Quiero que seáis buenas y obedezcáis a vuestros padres en todo. A donde vais no es como esto, así que portaos bien, ¿vale?
—Vale.
—Zí.
Las dos me abrazaron y dieron un beso en cada mejilla. Yo les di otro y me alejé. Cuando los colonos eran sólo puntitos, me giré para mirarles. Aún notaba los pequeños labios de las niñas, en mis mejillas. Algún día debería ir a Marte para ver cómo les iba. Algún día…
Pasó un año y por fin tuvimos noticias del primer ejército del Mal. Recibimos un SOS de un sistema que se hallaba a cinco días de viaje. Trash debía estar atacándolo y principalmente al planeta capital, ya que se habían negado a aceptar sus pretensiones de convertir el sistema, en un puerto franco. Su flota y tropas defensivas no podrían hacerles frente por mucho tiempo.
Con la Gran Dama y la mitad de la flota, me dirigí a máxima velocidad hacia el sistema, dejando a Laurence, con la otra mitad, protegiendo Pangea. Tardamos cuatro días y medio en llegar, ya que tuvimos que dar varias docenas de saltos espaciales porque el sistema se hallaba rodeado de pequeñas estrellas, fragmentos de planetas helados y cinturones de asteroides. El acceso era complicado, como puerto franco no tenía precio.
Cuando por fin penetramos en el sistema, no hallamos rastro de cruceros enemigos. Sólo unas pocas naves del propio sistema. Se dedicaban a destruir unos intrincados satélites, instalados por el Mal, que interferían en sus comunicaciones con los otros sistemas planetarios. Estaba claro que Trash no estaba allí y su primer ejército tampoco. Era una trampa. Así que ordené que volviéramos a máxima velocidad a Pangea. Cuando intentamos comunicarnos con el resto de la flota nos fue imposible. Trash había instalado más satélites por toda la zona de asteroides y por algunos de los fragmentos helados, haciendo imposible la comunicación hasta que saliéramos.
A un día de distancia recuperamos las transmisiones. La primera que recibimos fue, un mensaje de máxima prioridad, del transmisor principal de la Capital de Pangea. Se oía fragmentado e interferido por estática. Era un SOS. El resto de comunicaciones estaban cortadas.
Todas las alarmas saltaron. Los hombres se pusieron como locos. Cientos de guardianes se aproximaron a la sala de control, en busca de más información. Mi propia escolta les cortó el paso, ordenándoles volver a sus puestos para estar preparados para el combate.
A la entrada de nuestro sistema, un crucero nos interceptó. Laurence estaba abordo. Mis temores iban en aumento. Me dirigí tan rápido al espaciopuerto, al encuentro de la nave de protocolo que le había recogido, que mi escolta casi no pudo seguirme.
Cuando las puertas presurizadas contra la fuga de aire se abrieron, tras cerrarse las exteriores, me abalancé sobre Laurence que permanecía de pie. Con un gesto desactivó el casco que se ocultó desapareciendo en su nuca.
—¿Qué demonios ocurre? ¡Vamos habla!
Laurence apoyó una rodilla y un puño en el suelo en señal de respeto y sin levantar la mirada comenzó a hablar.
—Desplegué la flota entorno a Pangea, tal y como me ordenasteis, de forma que el Mal no pudiera atacarnos. Todo transcurría con normalidad hasta el tercer día que partisteis, que detectamos dos núcleos de naves que se adentraban en nuestro sistema. De inmediato activamos todos los planes de emergencia y seguridad. Pero al llamaros no obtuvimos respuesta ni pudimos localizar la Gran Dama. Era como si os hubiera tragado un agujero negro.
—¡Laurence al grano! —le ordené impaciente.
—Eran los dos ejércitos del Mal. Mientras Trash permanecía rodeando Pangea, amenazándonos con un ataque, Tógar, con su ejército, atacaba nuestra colonia de Marte. El plan de Trash estaba claro, provocarme para que dividiera la flota para ayudar a la colonia, cosa que fue mi primer impulso, pero comprendí que si hacía eso no podría contener a Trash y Pangea quedaría desprotegida. La colonia ha resistido todo lo que ha podido pero, desde hace dos días, no recibimos ninguna transmisión. Hace una hora que os hemos podido detectar y ha sido cuando he enviado naves, tropas, suministros y ayuda médica.
Apoyé mi mano sobre su hombro para que se levantara.
—Hiciste lo correcto, amigo. La culpa es mía por haber caído en la trampa. ¿Cuántas bajas ha habido?
—No lo sé. Las comunicaciones siguen interrumpidas. Hasta que no he estado cerca no he podido comunicarme con vos.
—Es porque han sembrado el sistema de satélites que interceptan las comunicaciones. Ya nos hemos topado con algunos. Captura unos cuantos y que nuestros ingenieros los destripen e investiguen.
—¿Qué informes recibisteis de las tropas instaladas en Marte?
—Pocos e incompletos. Que estaban destruyendo las pocas naves con las que podían hacerles frente y que un gran contingente del Mal estaba desembarcando a pocos kilómetros de la colonia. Dedujimos que estaban fortificándose y que resistirían hasta el final. El último comunicado informaba que el Mal estaba en el exterior de la colonia y que habían refugiado a los ancianos y a los niños en los edificios principales. Ésa fue la última vez que oímos al Capitán Degárdijad.
Puse rumbo con la mayor parte de la flota, a Marte. Cuando aterricé con Tankai, el Capitán Inssidaz estaba esperándome. Laurence le había enviado con las tropas de refuerzo en ayuda a la colonia. Mi escolta se desplegó magistralmente, ante un eventual ataque suicida. Mientras nos dirigíamos a los primeros y agujereados edificios del complejo, le interrogué por la situación.
—¿Cómo están las cosas? ¿Por qué no ha venido Degárdijad? Él es el responsable de esta colonia. Está al mando de las tropas de defensa.
—No lo hemos encontrado todavía —dijo con un enorme pesimismo, mirando de reojo a Laurence.
—¿Por qué no ha venido alguien que… que estuviera al mando?
—Llevamos rastreada media colonia y no hemos encontrado todavía a nadie con vida.
—¿A nadie? —pregunté alarmado.
—Parece que franquearon sus defensas y se refugiaron en los edificios centrales. Allí hay una segunda línea de defensa. Mis hombres están inspeccionando la zona.
—¿Los colonos…?
—Por lo visto todo el que tuvo edad para manejar un arma, se prestó para la lucha. La mayoría están muertos en las defensas o barricadas —dijo Inssidaz.
Las primeras barricadas estaban atestadas de cuerpos. La mitad guardianes y la otra colonos. La explanada estaba cubierta por cientos de cuerpos de hombres de Tógar. Ninguno era Guardián y si había caído alguno, se habían guardado bien de recoger los Jades. No había armas entre nuestros hombres. Sin duda, en el repliegue, los colonos las cogieron para utilizarlas en la segunda línea de defensa, que formaba un perímetro defensivo alrededor de los edificios principales. Los cuerpos eran tan numerosos que en algunas partes superaban, en altura, a las barricadas. La lucha debía haber sido encarnizada. La mayoría eran colonos. Frente a las barricadas también encontramos numerosos cuerpos del enemigo pero en proporción bastante menos, Tógar había reservado a sus guardianes para el ataque final.
En el centro, se erguía un edificio que estaba mucho más castigado que el resto, aunque fuera el más resistente. Era enorme, ya que estaba destinado para ser el almacén general de alimentos. Las puertas estaban soldadas y atrancadas por dentro. Ordené que buscaran alguna abertura y si no, que las abrieran como fuera. Un grito de un Guardián nos indicó que existía una brecha en la estructura en un lateral. Dentro encontramos a las tropas de elite y a los ancianos. Todos habían luchado fieramente. No tardamos en comprobar que faltaba un tercio de las tropas de elite y el Capitán Degárdijad. Sin duda estaban con los niños. No habíamos encontrado ninguno. El horror que estaba viendo me nublaba la mente. Me concentré para serenarme y ponerme en la situación de Degárdijad. ¿Qué habría hecho yo en su lugar?
—¡Laurence!
—Sí, mi señor.
—Rápido, un aerotransporte.
—El área todavía no está asegurada… —comenzó Yárrem.
—¡Ya!
—Sí, mi Príncipe —contestó sin atrever a volver a replicarme y ordenando que trajeran varios, tanto para él, la escolta, como para mí.
—Que Tankai nos siga con un escuadrón de elite —ordenó Laurence, a la vez que nos dirigíamos hacia el lugar convenido con los aerotransportes. ¿Qué haría yo en lugar de Degárdijad? Trasladarlos a un lugar seguro y defendible. Sólo hay un sitio.
—Dirigíos a la segunda colonia les ordené.
—Está inacabada, ¿creéis que fueron allí?
—Es el único lugar donde podrían montar una línea de defensa.
Tardamos tan sólo unos minutos en llegar pero, desde la lejanía, se podía ver que las estructuras, además de inacabadas, habían sido atacadas. Nos dirigimos al almacén central, aterrizando a medio centenar de metros. Degárdijad había levantado barricadas a unos quince metros alrededor de la gran doble puerta principal. Aunque era un edificio de M7, tenía una gran cantidad de agujeros y cientos de impactos. Había colocado a casi todos sus hombres en su única línea de defensa, finalmente viéndose obligados a replegarse al interior rápidamente. La zona de las compuertas estaba acribillada. El repliegue debió de ser durísimo, el trayecto estaba lleno de cuerpos. Las compuertas no aguantaron la brutal acometida del Mal. Penetramos con cuidado por si había alguna trampa oculta. Tras cada pequeña barricada interior había varios cuerpos y tras la última, los últimos guardianes y Degárdijad. Aún vivía, lo había dejado vivo con algún propósito, pero estaba tan destrozado que nada podría salvarle.
Nos arrodillamos junto a él. Laurence acopló un suministrador de energía pura sobre su Traje, para intentar acoplar su OB al de él y poder crearle endorfinas cerebrales, aliviando así su dolor. No lo consiguió pero le sacó del coma. Al cabo de dos o tres minutos abrió los ojos, lloraba…
—Los niños… los niños…
—¿Dónde están? ¿Dónde están Degárdijad? —le pregunté angustiado.
—No,… no,… pudimos pararles,… yo,… yo,… me obligaron a verlo,… mi señor os he fallado,… los niños,… los niños,… —su desconsuelo era infinito.
—No hables, la culpa ha sido mía. El único que ha fallado aquí, he sido yo. Debía haber destinado más naves y más tropas en la defensa de la colonia. Las suficientes para que pudieras aguantar hasta que llegáramos.
—Mi Príncipe,… siento… aaaaahhhhhh.
Su viaje hacia el otro lado de la frontera había comenzado, algún día nos encontraríamos… tal vez…
Laurence me miró y luego, ambos, los hicimos al portalón semicerrado que se encontraba unos metros detrás de la barricada. Nos pusimos en pie, avanzamos y lo abrimos de par en par. La escena nos golpeó brutalmente. El enorme almacén estaba abarrotado de cadáveres, ¡cadáveres de niños! Los había asesinado, a todos, incluso a los bebés. Diez mil niños muertos, asesinados fríamente, a muchos los habían hecho pedazos. Los torturaron antes de acabar con su sufrimiento. La escena era simplemente dantesca. Laurence se dio la vuelta llevándose las manos a la cara llorando. La escolta estaba horrorizada, algunos salieron al no poder soportar tal visión.
ARCHIVO DE LA VIDA PRIVADA DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL. SÓLO PARA PERSONAL AUTORIZADO.
ALMACÉN GENERAL DE LA SEGUNDA COLONIA DE MARTE.
… se me heló el corazón. Noté como si todo el odio del universo se agolpara en mi interior. Por un momento sentí enloquecer. Como si perdiera la cabeza…
ARCHIVO DE TROPAS DE LA GRAN DAMA.
Durante dos horas anduvimos entre los cuerpos, con la vana esperanza de encontrar algún niño con vida. Esos mal nacidos se habían ensañado a gusto.
—¡Mi señor! ¡Mi señor!
—Sí… Jefe de Escuadrón —dije roncamente, ya que casi no me salían las palabras.
—El Capitán de las tropas de elite de la colonia uno, nos informa que han encontrado a dos personas vivas.
Cruzar otra mirada con Laurence y echar a correr hacia los aerotransportes, fue todo uno. Pilotamos a la máxima velocidad. La escolta no nos pudo alcanzar. Entramos corriendo en el edificio que nos indicaron al aterrizar. Era un almacén semiderruido de planchas de M7, por esa razón no habían sido detectados en los rastreos generales. Se hallaban casi al fondo, tras un estrecho corredor que habían despejado las unidades de salvamento. El corredor desembocaba en un hueco con docenas de pilas de planchas, algunas inclinadas por las explosiones, otras se habían derrumbado y unas pocas permanecían intactas. Cuando entramos, todos los hombres se apartaron a excepción del Jefe de Escuadrón.
—¿Dónde están? —le pregunté impaciente.
—Ahí detrás, entre ese grupo de planchas que forman una uve invertida.
—¿Por qué no les han sacado todavía? —le preguntó amenazante Laurence.
—No quieren salir Capitán. Tienen miedo.
—¿Miedo? —pregunté extrañado.
—Son dos niñas pequeñas, mi señor. Pensé que se lo habrían comunicado.
—Déjeme —dije haciéndole a un lado.
Me agaché y observé el pequeño hueco. Dentro había dos niñas pequeñas abrazadas entre sí. En cuanto me vieron rompieron a llorar. Las reconocí al instante, eran las pequeñas que conocí en el espaciopuerto de Pangea Capital.
—Salid. Yo os cuidaré —les dije cariñosamente a la vez que alargaba la mano.
Lentamente salieron y se me abrazaron al cuello. Con cada una en un brazo y sin que me soltaran, salí al exterior donde me recogió un transporte que me llevó directamente a la Gran Dama.
Las tomé bajo mi tutela. Y con el paso de los años, «mis hijas adoptivas», como las llamaba Laurence, se fueron haciendo mujeres, muy bellas por cierto. Como guardianes resultaron ser excelentes, entrando en el cuerpo de elite con las mejores puntuaciones. Acabaron como mis guardaespaldas particulares. Creo, que la pequeña Jhem, se enamoró de Laurence el primer día que le vio y siempre que podía estaba con él, aunque Laurence parecía no darse cuenta. A Mhar, la nombré Jefe de guardaespaldas del grupo de elite al cargo de mi persona, dado que pocos podían derrotarla en lucha cuerpo a cuerpo y menos en combate con cazas. Mi relación con ella era algo más personal que con su hermana, ya que su carácter era más parecido al mío y solía confesarme con ella cuando tenía dudas de cualquier tipo. Ella me escuchaba atentamente y trataba de aconsejarme desde su punto de vista de Guardián, mujer y amiga. Muchas veces, con sólo mirarme, sabía que recordaba el fracaso de la colonia y con un simple guiño conseguía alejar de mi corazón, el dolor. Tardé más de trescientos años en superarlo. No habría podido hacerlo sin su ayuda.