Han pasado más de doscientos años desde el primer encuentro de Prance con el Maestro y casi cuarenta de la muerte de sus padres.
GRAN DAMA.
SITUACIÓN: ORBITANDO PANGEA.
HABITACIONES PRIVADAS DEL MAESTRO ZERK.
—¿Me habéis mandado llamar, mi señor?
—Sí, Prance, te he mandado llamar.
—Mi señor dirá qué es lo que desea.
—Hoy hemos de tratar varios temas cruciales.
—Os escucho.
—Primero, he de darte mi enhorabuena porque hoy ha sido tu último día de entrenamiento. Te he enseñado todo lo que he podido sobre lucha, táctica, estrategia, combate, disciplina, concentración, etc, etc, etc.
—Pero, mi señor, vos sois mil, qué digo mil, un millón de veces mejor, en todos los campos, que los veintiocho juntos. Jamás hemos podido derrotaros en ningún combate, ni juntos ni separados.
—Es cierto, pero sólo es cuestión de práctica. Con el tiempo y la experiencia serás tan bueno como yo. Los demás tal vez…
—No veo cómo…
—¿Ahora no confías en mí?
—Por supuesto, sabéis que mi fe en vos…
—Lo sé, Prance, escucha atentamente —dijo sonriéndome con los ojos, algo bueno me iba a decir—. Tal y como predije el día que te conocí, te has convertido en el alumno más aventajado y, además, con gran diferencia. Tus cualidades innatas han hecho que me decida a nombrarte Capitán de los Guardianes y por lo tanto, mi segundo de abordo. A partir de este instante, todos deberán obedecer tus órdenes como si fueran las mías.
—Pero mi señor… no creo que esté preparado para ese puesto. Creo que Trash…
—Es la primera vez que discutes una orden mía. Esto me da la razón y te aviso que mi decisión es ya, inamovible. Hoy al medio día, al finalizar los entrenamientos, se lo comunicaré a tus compañeros.
—Como decidáis, mi señor. Sinceramente espero que no os equivoquéis.
—Te noto extraño, algo te preocupa. ¿Qué es?
—Soy como un libro abierto para vos. Tenéis razón, se trata de mi viejo amigo Pilo.
—Sé quién es, tu vecino de Pangea Capital.
—Sí, está muy viejo y enfermo. Le prometí que iría a verle hoy. Podría ser la última vez que le viera con vida.
—Lo entiendo. Tienes mi permiso para acudir junto a él. Aun así, aunque no estés, se lo comunicaré a tus compañeros. Prepárate para el recibimiento que te harán cuando llegues.
—¿Recibimiento?
—Es tradición ofrecer honores a un nuevo Capitán de tropa. No quiero entretenerte más, coge uno de los nuevos aerotransportes y parte hacia Pangea Capital.
ARCHIVO PARTICULAR DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.
PANGEA CAPITAL.
HOSPITAL PARA ANCIANOS EN FASE TERMINAL.
Nunca me ha gustado ese lugar. Siempre me he sentido encogido e insignificante, como si la muerte rondara por la zona. Ese sitio era como un lugar por donde caminan las almas que se van, pero que no quieren irse, una puerta…
No lo sabía, pero ese día, por primera vez, entendí lo que quiso decirme el Maestro sobre que no era maravilloso ser inmortal.
La acera rodante se detuvo frente a la escalinata de entrada, al hospital. La gente que subía o bajaba se paró y se apartó al verme, para dejarme pasar, como hacían siempre. El respeto por los Guardianes y en especial por mí, aumentaba día a día. Algo me decía que algo iba mal, el que me abrieran paso me produjo una profunda e intensa sensación de soledad. Tenía un nudo en el estómago, era la misma sensación que tuve cuando murieron mis padres.[6]
Tras recorrer varios pasillos (todos se apartaban…) llegué a la habitación donde se encontraba Pilo. En ese momento salía una enfermera que, al verme, me dejó pasar, casi sin atreverse a mirarme (se apartó…), crucé la puerta y como siempre sentí un escalofrío. Me acerqué a su cama que estaba flotando a sesenta centímetros del suelo. Los sistemas electromagnéticos negativos fueron un invento proporcionado por el Maestro, por lo que eran relativamente recientes, por lo tanto, constantemente se producían nuevas aplicaciones, como en las camas. A mí no me gustaban, daban la impresión de ser lugares de «lanzamiento» de almas, era algo que no sabía explicar.
—Hola Pilo —le saludé con la mejor de mis sonrisas.
—¡Vaya, el gran Guardián! ¿Qué noticias traes del mundo? Aquí, las estiradas de las enfermeras, no me cuentan más que las buenas para que no me excite. Como si importara algo.
—Es que tienes muy mala leche —le reprendí mientras observaba su mejoría de color.
—¿Qué quieres? Es lo único que me queda.
—Hablando de noticias, tengo una buena y otra mala.
—Al igual que yo. Dame primero la mala.
—El Maestro me ha nombrado Capitán de Guardianes, no creo que esté preparado.
—¿Ésa es la mala? No quiero oír la buena.
—La buena es que no te podré venir a ver en un par de meses y así no te aburriré con mis problemas.
—¡JE! He de reconocer que era buena.
—Te toca.
—La buena es que no vas a tener que venir nunca más a verme a este hospital.
—¿Te trasladan a recuperaciones por fin? Ya te dije que era una simple infección de nada.
—Ésa es la mala. El ordenador médico ha vaticinado mi muerte a las veinte y cuarenta y tres de la tarde —dijo cansinamente.
—¡No es posible! Tu aspecto es inmejorable.
—No te engañes viejo amigo. Es la lucidez antes de la muerte, siempre se mejora un poco.
—Tal vez el ordenador…
—No nos engañemos, los ordenadores médicos, en cuestión de vaticinios de muerte, rara vez se equivocan y si lo hacen, es por unos pocos minutos.
—No te preocupes. Estaré contigo hasta el final —dije tristemente.
—No, esto debo afrontarlo yo sólo y tú también.
—Pilo, no sé que decir…
—Tu amistad, ha sido el mejor regalo que nadie haya podido hacerme jamás. Sólo te pido un último favor.
—Lo tienes concedido de antemano —logré decir con la voz temblorosa, agarrando una de sus manos.
—Déjame mirarte unos segundos por última vez y vete.
En ese momento vi a mi viejo amigo tal y como estaba realmente, y no como el niño que jugaba conmigo. La muerte le había vencido y se lo estaba llevando. Le sonreí, le mesé suavemente sus blancos cabellos, di media vuelta y salí. Aún recuerdo sus últimas palabras mientras salía:
—Sé el mejor y más valeroso Guardián de la Galaxia. Recuerda con orgullo que eres Warlook.
Una vez en el exterior del hospital y mientras aún retumbaban en mis oídos las últimas palabras de Pilo, volví a sentir esa extraña sensación en la boca de mi estómago, otra vez ese horrible estremecimiento, un presentimiento… algo iba mal. Consulté la hora en un cubotrí público, que indicaba las quince veintitrés, luego en mi ordenador de brazo, por lo que no podía ser por mi amigo. La sensación aumentó de repente, fue tan fuerte que me hizo tambalear. Una pareja se detuvo e hizo un ademán de ayudarme, pero con un gesto se lo impedí. Me acerqué, a punto de vomitar, a la acera rodante, y «eso» me invadió, almas en viaje, gritos de tristeza desde «el otro lado de la frontera…». Toda duda desapareció para dar paso al miedo…
Miré el ordenador de mi brazo izquierdo, indicaba las dieciséis treinta. ¿Cómo era posible? ¿Qué había pasado con esa hora? Los transeúntes me informaron que había estado inmóvil durante todo ese tiempo. Sólo el Maestro podía haber instalado una orden así en mi Traje, pero… ¿por qué? ¿Con qué fin? Pulsé el intercomunicador de mi OB para ponerme en contacto con el Maestro, no obtuve respuesta. Llamé a la Gran Dama y sólo obtuve silencio. Algo iba mal, muy mal. Utilicé un código de prioridad para obtener información del por qué del silencio, la respuesta fue rotunda, desconexión interior. Subí precipitadamente a la acera rodante y me dirigí, a la máxima velocidad, hacia el espaciopuerto. Mientras, probé establecer comunicación con mis compañeros pero ninguno me respondió. ¿Se trataría de algún nuevo ejercicio? ¿Por qué había cortado las comunicaciones? No tenía sentido. Mi alarma iba en aumento. ¿Qué podía ocurrir?
Tardé tan sólo veinte minutos en llegar pero, para mi desesperación, el equipo de mecánicos del espaciopuerto había desmontado los impulsores derechos de mi caza para comprobar por qué fallaban algunos de ellos. Ese caza era uno de los primeros que se copió de los originales de la Gran Dama. El Maestro había insistido en que debíamos comprender su estructura y funcionamiento a todos los niveles. Se llevaron una gran sorpresa, al verme cuatro horas antes de lo previsto y en un estado de inquietud semejante.
—Necesito el caza… ahora —le dije al jefe de mecánicos.
—Tardaremos más de una hora en volver a montarlo —me respondió.
—¿Hay algún otro?
—No. Todos están en la Gran Dama.
—Me conformo con cualquier nave de transporte.
—No hay ninguna. Esta mañana, poco después de su llegada, todas los transportes se elevaron y partieron hacia la Gran Dama.
—¿Quién las pilotaba?
—Nadie. Creímos que sería una orden del Maestro. Alguna vez ya han ocurrido cosas por el estilo.
—Deberíais haberme avisado —dije muy serio.
—No pensamos que ocurría algo, como usted estaba aquí…
—¿La orden de regreso también afectaba a mi caza?
—Sí. Pero como ya habíamos desmontado el panel principal de los propulsores, no pudo obedecer la orden.
—Mientras yo anulo esa orden, vosotros montad los propulsores lo más rápido posible. Utiliza todos los hombres que necesites.
—Sí, señor.
Los mecánicos trabajaron frenéticamente, bajo la estricta supervisión de su jefe que no paraba de sonreírme tontamente, en un vano intento de tranquilizarme. La verdad es que montaron los propulsores en un tiempo récord, cuarenta minutos. En cuanto el jefe de mecánicos me hizo un gesto, me metí de un salto en el caza, activé el sistema de gravitación, giré sobre mi eje, hasta que el morro del caza apuntó en la dirección a la Gran Dama y me propulsé lo más rápido que la nave podía ir en situación de atmósfera.
En quince minutos, las puertas del espaciopuerto de Dama aparecieron ante mí. Estaban abiertas de par en par, cosa que no había visto nunca. A esa distancia, y con ese campo de visión, el Guardián que estuviera de vigilancia ya me habría visto y debería pedirme la identificación. Esperé unos prudentes segundos y nada, ni avisos, ni rastreos, ni escaneos… así que intenté comunicarme con el vigilante del espaciopuerto, con el mismo resultado de mis intentos anteriores. A esa distancia era imposible que no captara mis transmisiones. Todo lo que obtuve fue… silencio. Al aproximarme, comprobé, con incredulidad que los escudos defensivos estaban desactivados.
Aterricé sin complicaciones. El hangar se hallaba vacío. No había nadie de guardia. Activé el casco de mi traje, abrí el caza y me impulsé hacia la compuerta de entrada. Hice un último intento de comunicación y corrí hacia los aposentos de mis compañeros. Penetré en el primero y estaba vacío, no así el segundo, donde encontré a Goel de Cangha y Loktoris con un tajo tan profundo en el cuello que casi había seccionado la cabeza del tronco. El sistema de antigravedad estaba activado por lo que el cubículo era un compendio de bolitas flotantes de sangre. Ésa fue la primera vez que me llegó ese olor agridulce metalizado de la sangre. Haciendo acopio de valor, contuve las arcadas y seguí registrando los aposentos. Para mi terror encontré otros tres compañeros más, asesinados de la misma manera. Asesinados mientras dormían. El Maestro me vino a la cabeza. ¿Dónde estaba? Corrí con todas mis fuerzas hacia sus aposentos. Cientos de ideas y sentimientos se agolpaban, en mi mente, aturdiéndome.
La primera doble puerta principal estaba abierta. Delante, en el suelo, el cadáver de otro compañero que no permitía que se cerrara. En una rápida inspección, intuí que era Katrina, un disparo de tubo láser le había destrozado el rostro, lo único que había quedado intacto habían sido sus pequeñas orejas. Katrina me volvió a la realidad, estaba siendo un imprudente. Había dejado de lado todas las lecciones del Maestro. Si permitía que me mataran, por no controlar mis sentimientos, no le sería de ninguna ayuda.
Serenándome, desenfundé mi pistola láser. Pasé por encima de ella y me detuve delante de la segunda doble puerta. Me armé de valor y ordené que se abriera. La escena que presencié golpeó todo mi ser. La sala estaba sembrada de cuerpos. Todos estaban muertos.
Casi en el centro estaba el Maestro, caído boca abajo. Tembloroso, activé el sensor de movimiento del ordenador de mi brazo, el OB dando negativo el resultado, tampoco parecía que hubiera algo con vida cerca. Me acerqué con prudencia al Maestro y le di cuidadosamente la vuelta iluminándose una señal verde en la pantalla del OB, aunque los niveles eran prácticamente cero, el Maestro aún vivía. Aparte de la gran herida de la espalda, tenía varias más en el pecho y una profunda junto al corazón que sin duda lo había dañado. La vida se le escapaba por momentos.
—Mi señor, ¿me oís? ¿Quién? ¿Quién os ha hecho esto?
Entre abrió los ojos y sonrió ligeramente al reconocerme.
—¿Quién? ¿Quién? —le pregunté desesperado.
—No… no te han cazado… bien… —su voz era apenas un susurro. Su tiempo se acababa.
—¿Quién? ¿Quién ha sido?
—A… a… algunos de tus compañeros no les gustó que te nombrara Capitán… mi segundo. Hubo una revuelta capitaneada por Trash… no me esperaba… —su voz transmitía una enorme tristeza.
Sus palabras casi me introducen de nuevo en un shock. ¿Cómo era posible, no ya que Trash hubiera hecho esto, si no que consiguiera derrotar al Maestro? Cuando combatía en los entrenamientos, contra los veintiocho a la vez, no conseguíamos ni rozarle. Aún nos quedaban varios cientos de años para igualarle en técnica de combate.
—¿Cómo…?
—Prance… mi viaje al otro lado de la frontera está a punto de comenzar pero aún me quedan fuerzas para una última lección…
—Os escucho.
—Recuerda que los Guardianes vienen de la era de los tiempos y que siempre existe una segunda oportunidad… Yo he fallado en la mía… Ahora sólo quedas tú… Debes combatir al Mal hasta que sea borrado del Universo…
—El Mal es demasiado poderoso y yo estoy sólo…
—Eres… el último Guardián del bien… su última esperanza… la últimahaahahah…
—Maestro… ¡Maestro! —le grité inútilmente, había muerto y me había dejado sólo.
—¡DAMA!, ¡DAMA! —exclamé obteniendo como único resultado, silencio.
Sostuve el cuerpo sin vida del Maestro, entre mis brazos, durante unos minutos mientras intentaba ordenar mis ideas. Cuando me serené, decidí vaporizarlo junto a los demás. Pulsé la orden en mi ordenador y la trasmití. Los cuerpos de la sala, en menos de tres segundos se convirtieron en un polvo finísimo que acabó desapareciendo por completo. No pude apartar la vista de Zerk mientras desaparecía.
Pasada la desintegración, en su lugar quedaron sus armas y un jade de energía, de un verde intensísimo. Haciéndome recordar la primera vez que vi uno… al comienzo.
ARCHIVO PRIVADO DE LA VIDA DE PRANCE DE SER Y CEL.
PANGEA. SIGLO 28.
DÍA 2 DEL PERIODO AL SAREM.
Frente a la puerta de casa se había estacionado una pequeña nave pangeana de transporte. Sólo las había visto de lejos un par de veces. Se utilizaban cuando era imprescindible que un ser humano fuera a realizar alguna tarea urgente fuera de su zona, y que estuviera demasiado cercana para usar un aerotransporte, pero demasiado lejos para ir a pie. El Maestro, con un gesto, me invitó a subir. Una vez sentado en uno de los cuatro asientos, miré al Maestro esperando que se sentara.
—El transporte está programado para que te lleve al espaciopuerto. No te preocupes y espera que yo llegue —me dijo sonriendo y acto seguido salió cerrando la puerta. De inmediato el transporte se puso en marcha. Mientras me alejaba, pude ver que otro transporte se le acercaba aunque era muy distinto a los nuestros. ¿Me pregunté a dónde iría? Esa respuesta la deduciría yo sólo más tarde.
En menos de veinte minutos llegamos a la periferia del espaciopuerto, deteniéndonos en una de las pistas exteriores. Me apeé precipitadamente en cuanto se detuvo. En la pista había varios niños y niñas. El mayor de todos se acercó casi al instante.
—¿Qué edad tienes, «pequeño»? —preguntó un tanto condescendiente.
—Siete. Mi nombre es Prance de Ser y Cel, no «pequeño» —le respondí lo más serio que pude.
—Tienes carácter. No es normal en alguien de tu edad. Me gustas, veremos si aguantas. Mi nombre es Trash y tengo doce años. ¿Ha ido el Maestro a buscarte? —dijo tocándose el pecho con el puño a modo de saludo.[7]
—Sí. ¿A ti también?
—Por lo visto a todos. Si te incluimos, de momento somos quince.
—E irán llegando más sistemas hasta que seamos veintiocho —dijo un chico.
—¿Quién eres? No he podido preguntártelo antes —dijo Trash suspicazmente.
—Mi nombre es Urgan de Hauer y Megary, y tengo nueve años.
—¿Cómo sabes que seremos veintiocho? —preguntó una niña de largas coletas negras.
—Mi padre estuvo controlando las últimas pruebas de los centros.
—¡JA! Ya sabemos cómo has llegado hasta aquí —dijo Trash burlonamente.
—¡ESO ES MENTIRA! —le espetó Urgan furioso, parecía que quería pegarle aunque le sacara varios centímetros—. Nadie puede trampear los resultados de un centro. ¡Nadie!
Trash le miró desafiante y empezó a avanzar hacia él, pero la niña de las coletas se interpuso entre los dos.
—No os peleéis. Yo sólo quería saber cómo lo sabía. Dudo que alguien pudiera engañar al Maestro —dijo la niña.
—¿Cómo te llamas? —pregunté para cambiar de tema.
—Katrina de Blasce y Porta. Tengo, como tú, siete años.
—¿De dónde eres? —pregunté al notar su suave acento.
—Del Sur.
—¿Cómo cuánto al sur? —preguntó un niño de pelo enmarañado.
—De la costa. Salí ayer por la noche en un sistema y todavía no he comido. Tengo hambre… —dijo sonriendo, levantando cómicamente sus orejitas, provocando en todos una sonrisa. No había duda, era especial, desprendía una alegría e inocencia…
En cuanto uno de los niños avistó un nuevo transporte, todos lo observamos en silencio hasta que se detuvo y un niño enorme, que nos sacaba a todos más de una cabeza, algo sucio (muy poco habitual) y con ropa no estándar, bajó de él. Venía de las viejas montañas del Éste, del sector de los ermitaños, gente que no solía trabajar o estudiar, si el Consejo no les obligaba por ley. Eran un grupo minoritario en clara recesión, de ideas caducas y desfasadas, sin ningún sentido o finalidad. Vivían con el mínimo, ya que se negaban a esforzarse en algo. Por aquel entonces sólo quedaban unas treinta familias y casi todos los jóvenes ya se habían ido. Las ventajas y estímulos de la sociedad, eran un rival irresistible ante las ideas de los últimos y caducos ermitaños. Era la única zona donde podía producirse un robo aunque no era habitual. La normativa era muy estricta al respecto y los ermitaños sabían que, si cruzaban la delgada frontera de la idea «vivo como quiero» a «tomo lo que quiero», serían dispersados y sus hijos tutelados por el Gran Consejo.
Cruzar dos palabras con Trash y hacerse inseparables fue todo uno. Desde ese día iban juntos a todas partes o más bien Tógar de Gork y Leri seguía a Trash a donde fuera.
Durante las siguientes interminables horas, fueron llegando transportes hasta sumar la cifra de veintiocho, tal y como había predicho Urgan.
Tan sólo un rato después, llegó el Maestro en otro distinto al que había visto en mi casa. Bajó, nos miró a todos atentamente, hizo un gesto a Trash y Urgan para que se aproximaran, y habló con esa voz fuerte y poderosa que a todos nos conmovía e impresionaba.
—No quiero que vuelvan a ocurrir situaciones, ni desafíos, como los de antes, ¿entendido? ¿Entendido Trash y Urgan? Ya tendréis tiempo de pelear… hasta que os hartéis. Sois aliados no enemigos.
—¿Cómo sabéis lo de…? —le pregunté sorprendido.
Me miró sonriente.
—Nos ha estado espiando desde algún escondite —dijo Tógar secamente.
—No tengo que esconderme. Tengo esto —dijo mostrándonos su brazo izquierdo. Desde casi el codo hasta la muñeca, una placa de metal negro, lo envolvía totalmente, con un teclado en la parte interior.
Rápidamente nos apelotonamos a su alrededor para poder observarlo. Él, en respuesta, elevó un poco el brazo girándolo lentamente para que pudiéramos observarlo mejor.
—Supongo que os preguntaréis qué es esto que llevo en el brazo y para qué sirve.
—Sí, sí, sí… —respondimos casi todos al unísono.
—Es un ordenador que está conectado con el Traje, un ordenador de brazo, también llamado OB Tiene multitud de funciones, desde proporcionarte un pequeño escudo circular de energía, para defenderse de un ataque cuerpo a cuerpo, hasta comunicarte con otro Guardián o simplemente información de los bancos centrales de Dama, por poner unos pocos ejemplos —dijo sonriendo al ver cómo nos apretujábamos para observarlo mejor. No os empujéis, mañana todos llevaréis uno como éste en el brazo.
—Yo soy zurdo —dijo cabizbajo un niño de nariz aguileña.
—Para mí nunca han sido un problema los zurdos, a no ser al combatir, ya que pueden pillarte desprevenido. ¿Cuál es tu nombre? —le preguntó en un tono suave y cariñoso.
—Morko de Detrory y Corel. Tengo nueve años.
—El ordenador te lo pondrás en el otro brazo.
—¿Y si hay algún chico ambidiestro? —le pregunté.
—Buena pregunta. Si lo es, se lo pondrá en el brazo que quiera.
—Pero, quizás tenga un brazo más hábil que el otro y no lo sepa, ¿no?
—¡Dos razonamientos y del mismo chico! ¿Qué pasa? ¿Los demás no pensáis por vosotros mismos? Tienes razón, llegado el caso tendré que ser yo quien elija el brazo en el que deba instalárselo. Ya veo que me vas a causar muchos quebraderos de cabeza para poder responder correctamente, a todas tus preguntas. Espero que todos sigáis su ejemplo —dijo mirándome con complicidad, estallando casi a la vez en unas fuertes y sonoras carcajadas consiguiendo que, al poco, todos nos contagiáramos.
La risa fue cediendo a medida que fuimos viendo que una nave, que no era de las nuestras, se aproximaba hasta finalmente aterrizar delante de nosotros. Procedía de la Gran Dama. Era enorme. Como más tarde supimos, era una nave de transporte de tropas con capacidad para más de seiscientos hombres. Se solía utilizar para desembarcos en planetas hostiles. Por ello, su blindaje, era tres veces más grueso de lo que sería necesario para una nave como ésa, como por ejemplo, una de transporte de minerales.
En cuanto se posó, todos corrimos para tocarla. El Maestro sonriente se reunió con nosotros y nos conminó a acompañarle, hasta la mitad de la nave. Estábamos inquietos y expectantes. Sin dejar de sonreír, apoyó la palma de su mano derecha sobre el negro y pulido metal. Al instante, apareció un extraño panel con forma heptagonal que contenía cuarenta y nueve teclas lisas que casi no se distinguían entre ellas. Con un rápido movimiento pulsó una serie de teclas. Fue tan rápido que ninguno fuimos capaces de memorizar cuáles o cuántas había pulsado. Esperamos ansiosos y no ocurrió nada. El Maestro nos miraba divertido.
—Está rota —dijo Trash maliciosamente.
—No, no está rota. Estaba protegida, de forma que nadie pudiera acceder a ella. La acabo de desproteger para que cualquiera que tenga un Traje como el mío pueda usarla —dijo accionando algo en su OB.
Sin ruido apreciable, una puerta empezó a abrirse, junto al teclado, desapareciendo dentro del costado de la nave. Era como si se absorbiera dentro de ella. Cuando se detuvo, nos lanzamos en tromba a su interior, en cuanto el Maestro asintió con la cabeza, casi le tiramos con nuestro ímpetu. El interior de la nave, para mi decepción, era bastante simple, tres hileras dobles de asientos, de espalda contra espalda, de unos cien asientos, lo que hacía una capacidad aproximada de seiscientos pasajeros. En proa, dos asientos, uno para el piloto y otro para el copiloto, delante de ellos, unos extraños mandos para su manejo y comunicación con la Gran Dama y, en la parte interior del casco, a unos dos metros, una gran pantalla holográfica que permanecía en un suave color azul-violeta.
A ambos lados, y mirando a las paredes, había otra serie de asientos dispersos que, como más adelante nos informó el Maestro, los utilizaban los artilleros y/o jefe de comunicaciones y/o reparaciones y/o controladores de escudos. A la altura de las manos había una serie de paneles y a la de sus cabezas otro grupo de pantallas holográficas que también permanecían en esa extraña mezcla de colores.
El Maestro nos pidió que nos sentáramos en los primeros asientos de las hileras y que le observáramos, cosa que tuvimos que hacer girando la cabeza noventa grados. Se sentó en el asiento de la izquierda y, en el acto, la pantalla cambió de color, formándose una imagen, que permaneció borrosa hasta que habló el Maestro.
—Hola Tankai, muéstrate por favor.
El rostro de un hombre joven y sonriente apareció ante nosotros y no sólo en la pantalla principal, sino también en todas las laterales. Y sin indicación alguna habló.
—Hola niños. ¿Estáis cómodos? ¿Tenéis frío? O tal vez…
—Están bien —le cortó el Maestro—. Comunica a la Gran Dama que nos dirigimos hacia ella y que aterrizaremos en el puerto uno, en el acceso lateral más próximo a la esclusa de atraque principal y que selle la zona en cuanto lo hagamos. Los niños no llevan Traje.
—Como ordenes Zerk. ¿Algo más?
—Sí, muestra a través de todas las pantallas el exterior, en visión normal.
Sin aviso o transición alguna, las pantallas se convirtieron, en apariencia, en aberturas por las que veíamos el exterior. El espaciopuerto se observaba con absoluta nitidez, como si miráramos a través de una ventana abierta. En ese preciso momento sufrieron una aguda sensación de desequilibrio, el exterior se movía. El suelo y casi enseguida el espaciopuerto, junto a toda Pangea Capital se iban empequeñeciendo, en cambio nosotros no notábamos movimiento. Ninguno mirábamos ya al Maestro sino a las pantallas laterales.
—No. No se nota el movimiento —dijo como si leyera nuestros pensamientos—, el escudo evita ese problema. Creo que será más interesante si miráis mi pantalla.
Al principio fue sólo un punto pero, poco a poco, fue creciendo hasta invadirlo todo. La Gran Dama era enorme, mucho más de lo que me había parecido en directo, mucho más que la proporción que me había hecho el cubotrí, era simplemente… gigantesca. Tenía forma ovalada, como si dos platos hondos se hubieran juntado pero con una separación ancha sellada, y fue allí a donde nos dirigimos. No se veían aberturas. Cuando estábamos a punto de llegar y parecía que nos estrellaríamos, se abrió una descomunal compuerta que nos permitió entrar. El espaciopuerto uno era enorme, con capacidad para un par de cientos de naves como ésa, que como era natural, estaban atracadas por el suelo, paredes y techo, provocando un choque con la realidad. Al cabo de un par de minutos, sufrimos tal desorientación, que no nos permitía distinguir qué era arriba o qué abajo, a no ser por nuestras propias posiciones. El Maestro pilotaba, con absoluta soltura, por entre las innumerables naves como ésta, que se hallaban, estática o más bien, suspendidas en el aire (espacio), perfectamente alineadas. Más adelante nos informó que en ese espaciopuerto sólo se almacenaban naves como Tankai y que tenía una capacidad para dos mil, aunque sólo había en ese momento mil quinientas. Cuando llegamos al fondo, el Maestro nos posó sin dificultad, notándose sólo un breve movimiento cuando tocamos suelo. Nos informó que era debido a la captación electromagnética de Dama para que la nave quedara fijada y no se moviera bajo ninguna circunstancia. Si una nave de este tamaño se desplazara libremente por el hangar, podría causar grandes estragos en las naves colindantes. Los campos electromagnéticos se encargaban de mantener en su posición a las que permanecían estáticas en medio del hangar.
—Tankai, desconexión —le ordenó el Maestro.
La plancha metálica sobre la que descansaba la nave comenzó a hundirse.
—Tranquilos. Cuando tengáis un Traje como el mío entraréis por las puertas de acceso al hangar.
—¿Por qué no ahora? —preguntó Urgan.
—En los espaciopuertos no hay atmósfera. Os asfixiaríais y estallaríais por la falta de presión.
—Pero hay una compuerta que se abre y se cierra. ¿No sería posible llenar el puerto con aire? —pregunté.
—Sí, Prance. Pero supondría un gasto de energía y de tiempo bastante grande. Pero la razón principal es que, al no haber atmósfera, en el hipotético caso de que una nave llegara dañada y estallara, no habría posibilidad de incendio. Preservando las demás naves.
—No estoy de acuerdo. Al no haber aire, los fragmentos de nave recorrerían todo el hangar hasta chocar con algo, dañando muchas más naves, incluso provocando el estallido de otras, formando una reacción en cadena —dijo Trash cruzando los brazos sobre el pecho.
—Bien pensado. Por eso están los campos. Los fragmentos no llegarían a ninguna nave próxima o lo harían con muy poca fuerza, porque los campos electromagnéticos de Dama atraparían todos los pedazos. No os podéis imaginar que potencia tienen.
—¿Y lo que no fuera de metal? —pregunté algo angustiado.
—No hay nada en estas naves que no sea de metal… si nos excluimos, claro. Además me temo que nuestros cuerpos no podrían dañarlas mucho, ¿verdad? —preguntó sonriendo.
Una vez aislados, una plancha surgió de uno de los laterales, sellando el hueco dejado, la compuerta por la que entramos se abrió apareciendo ante nosotros un largo pasillo. Las compuertas se abrían y cerraban a nuestro paso. A las dos horas nos detuvimos por primera vez. Varios de los más pequeños estaban francamente agotados. Nos paramos frente a una hilera de puertas que se perdía en la lejanía del pasillo. Parecía no tener fin.
—Quiero que penséis tridimensionalmente. Este pasillo tiene una largura de dos kilómetros. Y tiene una anchura de veinticinco metros —dijo pulsando una tecla del panel de una de las puertas—. Esto es un cubículo de descanso.
Fuimos mirando por turnos y observamos con decepción que estaba vacío. De tres por tres metros de base, por tres de alto.
—Para descansar, un Guardián entra y, al cerrarse la puerta, el sistema de gravitación se desconecta haciéndolo flotar, o sea, gravedad cero. Y el Guardián, si lo desea, puede dormir. Las paredes, así como el suelo y techo, le repelerán suavemente manteniéndolo en el centro. Sobre este pasillo hay otros con cubículos, hasta una altura de un kilómetro y hacia abajo también, lo mismo que hacia la derecha e izquierda. Conclusión ocho kilómetros cúbicos de dormitorios. Existen diez lugares como este repartidos por Dama. Aproximadamente dormitorios para millón y medio de guardianes.
—¿Tantos podemos ser? —preguntó Yanyn de Debck e Iramaget.
—Bastantes más. Un Guardián novato duerme un día de cada siete.
—¿Usted cada cuánto duerme? —preguntó Katrina.
—Un día cada cinco semanas. Pero ya tendremos tiempo de hablar de todas esas cosas. Ahora lo más importante…
—¡Comer! —espetó Tógar.
—Aquí no hay comida. Podemos producirla pero raramente se hace —dijo para nuestra más absoluta sorpresa.
—Pero… —comenzó un chico.
—Más tarde. ¡Seguidme! —ordenó autoritariamente.
Le seguimos durante dos horas más, subiendo de vez en cuando, una planta, mediante unos huecos en los que no había gravedad. Una vez dentro, si ponías los brazos junto al cuerpo, subías y si los cruzabas sobre el pecho, bajabas. Los huecos parecían no tener fin, sólo ascendíamos uno o dos pisos, salíamos y seguíamos el avance por el nuevo pasillo hasta que nos topábamos con otro hueco. Llegó un momento que los pequeños no podían seguir y dado que nadie hacía nada, tomé la decisión de hablar con el Maestro. Aceleré el paso y me puse a su altura.
—Maestro.
—Dime, Prance.
—Hemos de parar.
—¿Por qué?
—Los pequeños no pueden más.
—Que sigan. Esto no es un juego —dijo Trash.
—No, no lo es —dije deteniéndome—. Acabaremos perdiendo a alguno. ¡Hay que hacer un alto! —dije en voz alta.
—Sí, por favor —dijo una niña de espesas cejas. Varios de los pequeños se sentaron en el suelo.
—Hay que seguir —dijo Tógar con dureza—. Esto no es una guardería.
—Seguid. Yo me quedo con los que no puedan más. Cuando descansen, os seguiremos —le respondí tozudamente sin tener ni idea de cómo lo haríamos.
Mientras, Trash miraba con los brazos cruzados sobre el pecho, al Maestro.
—Prance tiene razón. He olvidado que sois niños. Tomaremos un atajo. Pero hemos de caminar medio kilómetro más —dijo el Maestro poniéndose en marcha. Tuve la absoluta certeza de que estaba esperando que alguien se quejara o tomara la decisión de hablar. La caminata era una prueba más.
Cuando nos detuvimos de nuevo, fue ante una extraña puerta con símbolos incomprensibles. Tecleó una serie de complejas órdenes en su ordenador y se abrió, entrando con decisión, seguido por todos nosotros. Era una pequeña sala de unos cincuenta metros cuadrados.
—Es la primera y probablemente la última vez que utilizaréis este acceso para ascender plantas en la Gran Dama. Este sistema nos llevará directamente a nuestro destino.
Salimos a otro pasillo que parecía idéntico a los otros pero a la vez distinto. Algo lo envolvía. Era un poder, una energía, era… vida. Todos lo notamos y, al salir, la sensación se intensificó haciéndonos olvidar el hambre, la sed o cualquier otra necesidad biológica. El Maestro se detuvo en la pared que daba a las puertas. El poder provenía de ella. Apoyó la palma de la mano y, al igual que en la nave, un panel con cuarenta y nueve teclas quedó al descubierto. Tecleó una serie de ellas y una pequeña puerta se abrió deslizándose o fusionándose en la pared. Tras el Maestro entramos uno a uno silenciosos, sobrecogidos. Nos detuvimos en la entrada, en la cual había trazado un semicírculo verde, en el que justo entrábamos. Casi no se podía distinguir el fondo de la sala, era enorme, tenía un tamaño de entre dos y tres kilómetros cúbicos. Las paredes, el suelo, el techo, en estrechas hileras separadas por dos metros y que iban desde un metro del suelo, hasta lo mismo del techo, estaban cubiertas por Jades. Había millones de ellos.
—Estos Jades en realidad son trajes, como el que llevo. Todos iguales pero todos distintos, según su portador. El Traje, en origen, es igual para todos pero según su portador, su fuerza y poder va aumentando, su capacidad de armamento, si se desea, también. Ahora dejad de mirarlos embelesados, entrad y elegid uno.
En cuanto salimos del medio círculo, la gravedad desapareció y todos empezamos a flotar por la vasta sala. En pocos minutos estábamos totalmente desperdigados utilizando como apoyo las estanterías, ya que descubrimos que, cada pocos metros, sufrían un corte para poder desplazarse entre las hileras, que iban de un lado a otro de la sala. Tras dar varias vueltas perdí la perspectiva de mi posición, en parte por la similitud de todas las estanterías, en parte por el intenso verdor de los Jades. Tras deambular un poco, lo tuve claro, todo lo bueno se hace esperar, así que me armé de paciencia y me dirigí, con mucho esfuerzo, hacia el fondo. Para avanzar sólo utilizaba los brazos, ya que al usar las piernas para impulsarme, dos de cada tres veces, lo único que conseguía era estrellarme contra los Jades. Cuando conseguí llegar hasta la pared del fondo, los brazos me dolían horriblemente. Me detuve más o menos en el centro pero todos lo Jades a mi alcance parecían iguales. Si el Maestro quería que eligiéramos, sería por algo. Así que empecé a desplazarme a lo largo de la pared hasta que, como si recibiera una voz en mi oído que me inspirara, decidí ascender hasta el techo. Fue entonces cuando lo vi, en la última fila, verde, brillante… distinto… yo. En cuanto lo toqué, noté su fuerza, su poder. Lo deposité con cuidado sobre la palma de la mano. Medía unos cuatro centímetros de largo por uno de ancho. Las caras de los extremos tenían forma de heptágono, lo que implicaba que hubiera siete caras largas. Era suave, liso, cálido… poderoso.
Sin casi apartar la vista de él, regresé lentamente hacia el Maestro. Cuando entró en mi campo de visión, me percaté que varios de mis compañeros pululaban todavía por la zona sin decidirse. Levanté la vista y mi mirada se cruzó con la de Zerk que, con una sonrisa, me observaba. Me había estado observando todo el rato, no sabía cómo pero tuve la certeza de que sólo le interesaba mi elección. En cuanto crucé la línea verde, la gravedad volvió con toda su crudeza, haciéndome perder el equilibrio.
—Te acostumbrarás —dijo el Maestro escuetamente.
Poco a poco mis compañeros fueron llegando, siendo el último, un chico llamado Sagalu de Art y Fenuta que tardó una hora más que el último de nosotros. Sin tregua, el Maestro nos llevó a una sala cercana, en apariencia tan grande como la otra. Estaba totalmente vacía y con gravedad. Tras avanzar medio centenar de metros nos detuvimos.
—Ya habéis hecho vuestra elección. Formad una fila mirando hacia mí. Coged vuestro Jade y ponedlo entre las manos, cada extremo sujeto por cada palma.
Obedecimos y de inmediato el Jade se iluminó llamándonos…
—Paso final, apretad ambos extremos con las palmas…
Lo que ocurrió a continuación sólo lo puede entender otro Guardián, el proceso es indescriptible. Sabemos que no duró ni un segundo pero para nosotros duró horas. Vimos como el Jade se instalaba en nuestro ser, reestructurando nuestra constitución, perfeccionándola, modificándola célula a célula… haciéndonos inmortales. Nos miramos estupefactos, llevábamos un Traje como el del Maestro. Era de una sola pieza que nos cubría del cuello para abajo, morado oscuro, casi negro. En la cintura, a la altura de las caderas, a un lado, una pistola láser y al otro, una espada de energía láser. En la espalda, sobresaliendo ligeramente sobre los hombros, otras dos espadas láser que si se unían por la parte trasera de los mangos se convertían en un sólido arco. Si se colocaba una flecha de las del carcaj, que estaba también en la espalda entre ambas espadas, una extraña fuerza a modo de cuerda invisible la propulsaba a gran distancia y con una fuerza brutal. Llevábamos pocas, siete tan sólo, eso si las comparábamos con las del maestro que llegaban a las cincuenta. ¿Qué utilidad podrían tener unas flechas contra una pistola láser?
—Tocaos la frente —dijo interrumpiendo nuestro examen.
Todos lo hicimos instintivamente. No notamos nada pero cada uno vio en los otros que, en su frente, de sien a sien, surgía el Traje en forma de una banda de dos dedos de grosor, oscureciéndola en disminución hacia las sienes. En el medio un símbolo «7», color verde oscuro e intenso, nunca había visto un verde así. Al mirar al Maestro, nos dimos cuenta por primera vez que él también lo llevaba pero su símbolo era distinto, tridimensional, como si flotara dentro de su frente, además lo envolvía un heptaedro del mismo color que a veces lo dejaba ver y otras no. Cuanto más te esforzabas por observarlo menos lo veías.
—El símbolo de vuestra frente irá evolucionado al igual que vuestro Jade, según pase el tiempo, vuestro poder, resistencia y armamento irá en aumento. Cuando muráis, si es que os llega el momento, vuestro cuerpo se desintegrará convirtiéndose en polvo y luego en átomos quedando vuestro Jade, armamento adicional y, dado el caso, las armas que no estuvieran en ese momento en contacto con vosotros. La desintegración es automática al cabo de cuarenta y ocho horas a no ser que se anule o acelere mediante el ordenador que todos lleváis en el brazo, OB.
—¿De dónde salen los Jades? —pregunté sorprendiendo al propio Zerk que me miró con cariño.
—De los propios guardianes. Como podéis observar, debajo de vuestros hombros, sobre los antebrazos, tenéis ocho toberas. Cuatro a cada lado. Siete de ellas recogen y almacenan los siete metales necesarios para el M7,[8] ya se hayan absorbido al respirar, comer, contacto físico o simplemente por introducción directa. Una vez llenos, el ordenador os avisa y se procede a su expulsión, su forma y tamaño es idéntico al de un Jade.
—¿Y la octava? —preguntó Katrina impaciente.
—La octava tobera produce los Jades…
ARCHIVO PARTICULAR DE PRANCE DE SER Y CEL.
GRAN DAMA.
SALA DEL ÚLTIMO VIAJE.
Más tranquilo llevé al resto a la sala del último viaje, por lo menos ellos tuvieron una despedida como se merecían. Les miraba y no podía creerlo. Ya había introducido las claves en sus ordenadores y los había centralizado en el mío. Estaba tan aturdido… Pulsé la orden y se desintegraron tal y como nos describió el Maestro el primer día. Tras unos segundos recogí los Jades y los deposité junto a todo el armamento que había retirado de los trajes, sus espadas, pistolas…
—¡Dama! ¿Me oyes? ¡Dama! —volví a gritar. Era inútil. No había comunicación posible.
Salí del recinto y me dirigí hacia la sala de control y mando de la Gran Dama. Los sentimientos se me agolpaban en la garganta. Tenía que pensar. En sus aposentos, a parte del Maestro había dieciséis cuerpos… el de Katrina en la puerta, diecisiete… los cuatro de los cubículos de descanso, veintiuno… ¿Eran seis los traidores? ¿Tal vez todavía no había encontrado sus cuerpos? ¿Él, o los asesinos continuaban en la Gran Dama? ¿Quiénes eran? ¿Qué clase de poder tenían? No había marcas de armas de gran potencia, ni de ninguna otra que no fueran espadas o pistolas láser… ¿Cómo habían derrotado al Maestro? ¡Y con dieciséis de nosotros!
Con precaución y deteniéndome en cada corredor para escuchar, llegué a las dobles puertas de la sala de control. Agarré la pistola con fuerza y activé el escudo en su máximo tamaño, me cubría medio cuerpo. Me recosté en la pared del corredor principal y me preparé.
—Puertas. Apertura.
—Petición de apertura aceptada —respondió la computadora de las puertas.
Las puertas se abrieron, dando paso al silencio. Con prudencia me acerqué hasta el borde de la entrada, con un rápido movimiento de cabeza eché una ojeada al interior de la vasta sala. Había alguien. Me daba la espalda. Entré apuntándole a la cabeza. No se movía. Según el escáner de mi ordenador estaba muerto. No había nadie más. Ordené a las puertas que se cerraran y que no se abrieran bajo ningún concepto, a no ser que yo les indicara lo contrario. La sala tenía el tamaño de cuatro estadios de fútbol. El cuerpo estaba en el centro, en el puesto de mando. Una flecha atravesaba el respaldo del asiento. Me acerqué con tristeza. Cuando llegué junto al cuerpo le miré el rostro, era Urgan. Un tiro certero, le había atravesado el corazón. Había muerto en el acto, no se había dado cuenta de nada, no cabía duda de que conocía y confiaba en el Guardián que estaba a su espalda. Con él, la cifra ascendía a veintidós.
Tras un breve examen, comprobé que era desde allí donde habían dado todas las órdenes de desconexión de las comunicaciones. Dama estaba totalmente incomunicada. He ahí la razón por la que no respondía a mis llamadas. Tampoco había conseguido comunicarme con ella a través de cualquiera de los sistemas anexos. Una desconexión como ésa debía planearse durante años. Tardaría meses en reconectarlo todo de nuevo. No disponía de tanto tiempo. Fue como si Zerk me susurrara al oído, una idea se formó en mi mente.
—¡Dama! ¡Sé que me oyes! Activa todos los sistemas —le ordené. Silencio.
—Activa las comunicaciones.
Silencio.
—¡Dama! Sé que sabes que el Maestro me nombró Capitán de los Guardianes. Con el Maestro muerto yo soy el que manda en esta nave ¡Activa todas las comunicaciones! ¡YA!
—Comunicaciones activadas —me respondió.
—¿Dónde están el resto de mis compañeros? —le pregunté esperanzado.
—No lo sé.
—¿Puedes localizar sus cuerpos?
—No. Hay vida en la nave.
—¿Qué tipo de vida?
—Humana, inteligente…
—Aparte de usted, mis sistemas y yo… no.
—¿Vida hostil?
—No.
—Si no están aquí, ¿por dónde han salido?
—No lo sé.
—Eso es imposible.
—No lo es, si se desconectan los sistemas correspondientes.
—¿Qué sistemas han sido desactivados desde la muerte del Maestro?
—Imagen y sonido, sistemas de control y vigilancia del espaciopuerto tres.
—¿Faltan naves?
—Sí. Cinco pequeños cruceros estándar de transporte de tropas.
—¿En qué dirección han partido?
—Los sistemas exteriores cercanos de ese espaciopuerto estaban desconectados.
—¿Cuándo lo hicieron?
—Antes de partir.
—¿Y los interiores? ¿Los del espaciopuerto?
—Desconectadas en progresión.
—¿En progresión?
—Hay varias áreas de atraque con sistemas independientes. No se pueden desconectar a la vez.
—Si no te he entendido mal para desconectar unas, hay que conectar otras.
—Sí. La seguridad del espaciopuerto tiene prioridad. Una orden de desconexión total sólo puede darla… usted Capitán.
—En su defecto debería darla el Maestro.
—Sí.
—¿Podrías revisar las grabaciones que tuvieron que mantener activadas?
—Sí. ¿Qué quiere ver?
—Reflejos. En las cubiertas de las otras naves tienen que haberse reflejado sus despegues. Calculando el ángulo de reflexión y la posición de la nave podremos calcular su trayectoria.
—Hasta el exterior sí.
—Aunque desconectaran los sistemas del exterior del espaciopuerto, los sistemas del resto de la nave tienen que haberlos registrado.
—Hay otros sectores exteriores desconectados. Pero seguro que activaron los sistemas antidetección y/o rastreo.
—Mejor. No se molestarían en cambiar de rumbo para despistar. Utiliza el mismo método que dentro del espaciopuerto.
—Sí, Capitán Prance. Tardaré unos minutos en chequear y, dado el caso, hacer los cálculos.
—Bien.
La caza había comenzado. Nada me detendría. Nada. No tenía duda alguna de quién era el jefe, Trash. Tógar, según las grabaciones de vigilancia de la sala central había sido quién mató a Urgan. Sagalu acabó con Katrina que vigilaba los aposentos del Maestro, había un intento de borrar las pruebas dado que las dos horas siguientes estaban desconectadas. Yamazu había asesinado a mis compañeros de los cubículos de descanso y Chabaro había preparado las naves en las que huyeron. Tenían preparadas nueve, así que cuatro de los cuerpos de los aposentos del Maestro eran sucios traidores. No pude descubrir quiénes, no encontré sistemas que contuvieran esa información. ¡Todas esas desconexiones! Era imposible que Trash… simplemente, no era posible. Aunque lo que más me enfurecía era ignorar cómo habían podido acabar con Zerk y el resto de compañeros. Nueve contra doce y el Maestro. ¡Imposible! ¿Cómo les derrotaron? ¿Cómo?
La noticia dejó estupefacta a la población de Pangea. Nunca había visto a mi pueblo tan furioso. Miles de voluntarios se presentaron en las casas de reunión para ofrecerse en la captura de los traidores. No podía permitirlo, no estaban preparados, no entendían nuestra capacidad…
Me reuní con el Gran Consejo y les solicité que hicieran una preselección y unas posteriores pruebas a todos los Warlooks menores de cincuenta años. La lista con los mejores debía estar acabada en un año. Durante ese tiempo me dedicaría a perseguir y dar caza a los cinco traidores.
Trash había hecho bien sus deberes. Los cálculos habían sido perfectos con una salvedad, al desconectar tantos sistemas exteriores, una de las computadoras de seguridad actuó por cuenta propia y destacó, fuera del casco de Dama, una pequeña nave automática de observación, de forma que pudiera obtener datos de algún peligro que proviniera del exterior. Esa pequeña nave informativa sólo se cruzó en el camino de una nave, la de Chabaro. Dama trazó su trayectoria sin dificultad. Su destino era un sistema llamado Khurghan. Cogí la nave del Maestro, que no se diferenciaba exteriormente en nada a otras del mismo modelo. La ventaja consistía en que era más rápida que las que robaron los traidores. Si la ponía a plena potencia, llegaría una semana antes que Chabaro. Ese sistema solar se componía de dieciocho planetas, once de los cuales estaban habitados y otros dos en vías de serlo. Además, desde hacía poco, comerciaban con otro sistema solar que estaba a pocos días luz. Elegí el tercer planeta como base mientras le esperaba, me resultaría sencillo localizarle en cuanto frenara en la llegada al sistema.
Tuve que esperar seis días para comprobar que su destino, era el quinto planeta, de nombre Kork. Lo hallé en la tercera taberna de mala muerte que visité. Al abrir la puerta, una nube de humo me envolvió. Entré con decisión en el maloliente recinto, deteniéndome en la entrada. Era una estancia amplia y muy sucia. La porquería se acumulaba por todas las esquinas, con extraños y pequeños animales que correteaban de aquí para allá, entre los clientes. Había dos barras a ambos lados, donde servían bebidas que embotaban la mente. El lugar estaba lleno de mesas tan sucias, que se podía adivinar qué habían comido los treinta clientes anteriores. A la derecha, en la esquina del fondo, estaba Chabaro hablando con tres individuos con bastante mala pinta, mercenarios sin duda alguna. A su izquierda, un grupo de borrachos gritones y dos mesas más allá, un hombre de pelo rubio, casi blanco. Me miraba fijamente. Tenía ojos de guerrero. Tendría que vigilar mi espalda cuando me acercara. El resto estaba demasiado lejos o demasiado borrachos como para prestarles atención.
Bajé los tres peldaños sin dejar de mirarle, al avanzar dos pasos en el recinto, me vio. Se quedó petrificado, más que si hubiera visto entrar al Maestro. En cuanto seguí avanzando envió a los tres mercenarios contra mí. En el acto activaron sus espadas láser y empezaron a rodearme. El local pareció vaciarse, todo el mundo se alejó. El de la derecha, con un empujón salvaje apartó las mesas que nos separaban y le molestaban para el combate. Me iban a atacar todos a la vez. No me importó, estaba preparado. El de enfrente, permaneció mirándome fijamente para calcular cualquier posible movimiento por mi parte. El tercero, se interpuso entre el hombre de pelo rubio y yo. En el momento que se disponían a atacarme, el mercenario de la izquierda que iba a lanzarse contra mí, cayó muerto con una daga láser clavada en la espalda.
—Ahora, la pelea será más nivelada —dijo el hombre del pelo rubio.
—Gracias amigo —le respondí.
—Luego nos encargaremos de ti, perro sarnoso —dijo el hombre de mi derecha lanzándose con una furia inusitada.
Aunque su ataque fue salvaje, no disponía ni de la habilidad ni de la técnica para alcanzarme. Con una simple cinta le esquivé y mientras lo hacía, inserté mi espada en su pecho, dejándolo muerto en el acto. A la vez que extraía mi arma, el que estaba enfrente se abalanzó atacándome, buscando el ángulo muerto que le presentaba al rechazar a su compañero. Le estaba ofreciendo todo mi costado derecho como blanco. Me estaba confiando demasiado.
Intentó acabar conmigo de un solo golpe, teniendo así que levantar la espada para poder descargar toda su furia. Las décimas de segundo que tardó en preparar la estocada, fue tiempo suficiente para desenfundar mi pistola láser, con mi mano izquierda, y abrir fuego produciéndole un «hermoso» boquete en su pecho. Con los ojos vidriosos se desplomó como un saco de patatas. Un olor a carne chamuscada inundó mis fosas nasales.
Con los tres lacayos muertos, Chabaro optó por levantarse de su banqueta.
—Siempre has sido muy bueno Prance —dijo lentamente.
—Prepárate a morir, traidor —le espeté entre dientes, la ira me ahogaba.
—Perdonen que vuelva a intervenir, mi nombre es Yárrem, mi joven amigo. Si me lo permite, le diré que el «traidor» le hará trizas si no controla su ira. La lucha se ha de hacer con la cabeza, no con el corazón.
—Gracias —le dije apretando los dientes. Tenía razón, debía controlarme o me vencería, Chabaro era muy bueno.
—Cuando acabe con este cretino, voy a darte una muerte muy lenta —le dijo a Yárrem.
—Aquí me tendréis, aunque tengo confianza en mi joven amigo y no creo que tenga oportunidad de probar.
Las ofensivas y desafiantes palabras de Yárrem enfurecieron a Chabaro, que con un grito se abalanzó contra mí, con un doble movimiento de espada con cinta cruzada, mientras que yo permanecía estático esperándole. Su ataque fue lento e iracundo, produciendo en su defensa una abertura por la cual pude hacerle un corte, en el costado izquierdo. El olor a carne quemada volvió a llenar el ambiente.
—Lo que yo decía, no voy a tener oportunidad de pelearme con el «traidor» —volvió a intervenir Yárrem. Estaba enfureciéndolo aposta.
La cara de Chabaro se puso roja por la ira, su labio inferior temblaba de rabia.
—¡Me has herido! ¡Te voy a matar, hijo de babosa! —gritó. Sus insultos llegaban tarde, me había serenado gracias a Yárrem. Debía permanecer tranquilo y a la vez enfurecerle más.
—Aquí estoy esperándote, esclavo de Trash.
—¡Yo no soy esclavo de nadie! —gritó iracundo.
—Eso no es lo que me ha dicho Yamazu…
—No es posible. No has podido ir a Trighan y haberme encontrado tan pronto —me respondió estupefacto mientras se sujetaba la herida con la otra mano. Debía dolerle muchísimo.
—No, no es posible —le respondí con sorna.
Al percatarse de mi engaño y que le había sonsacado el destino de Yamazu, se abalanzó descargando sobre mi espada un terrible golpe, que nos hizo perder el equilibrio. Por el rabillo del ojo vi como mi extraño aliado se llevaba la mano a la pistola, que colgaba de su cinto.
La herida que le había producido a Chabaro, le hizo lento a la hora de recuperar el equilibrio, lo que me dio la oportunidad de girar y cortarle, de un solo tajo, la cabeza. Vaporicé su cuerpo cogiendo sus armas y su Jade. Todos miraron asombrados la desaparición del cadáver.
—Buena jugada chico.
—Mi nombre es Prance de Ser y Cel, Capitán de los Guardianes del Bien.
—Bien, «Capitán», si me admites otro consejo más, yo que tú saldría de aquí a toda prisa, si no quieres que la ley de este planeta te detenga.
—¿Ley? ¿Quiénes son? ¿De qué lado están?
—¿Pero de dónde sales tú? ¿De qué lado…? ¡Del dinero, naturalmente! Sígueme…
Me llevó a una casucha, carente de todo lujo, que por lo visto era el lugar donde vivía. Allí le relaté todo lo ocurrido desde que vi, por primera vez, la Gran Dama. Cuando terminé mi relato, su alegre rostro, se había vuelto serio y sombrío. También el trato de respeto cambió, ya no era un «chico», era un hombre.
—Le voy a ser sincero Capitán Prance. Cuando le he pedido que me contara su historia, esperaba escuchar el típico relato de rencillas entre alumnos de sectas. Pero lo que acaba de relatarme es mucho más grave de lo que jamás pudiera haber creído. Me temo que se cierne un grave peligro sobre todos estos sistemas solares. Si son tan poderosos como usted dice y dado que ya hemos visto que parece que se dedican a reclutar mercenarios, creo que su intención es formar una flota pirata y atracar con sus cinco…
—Cuatro.
—Atacar y robar con sus cuatro naves cualquier crucero de transporte. Nadie podría alcanzarles, si es cierto que sus naves son tan rápidas como dice.
—¿Con qué fin?
—¿Con qué fin? ¡Dinero!
—¿Para qué?
—¿Pero qué clase de pregunta es ésa?
—¿Para qué quiere un Guardián dinero, riquezas o joyas? —pregunté mirando alrededor algo azorado.
—Para comprar algo o… Lo robaría. Tal vez para… No, eso no —dijo pensativo.
—Exacto. Un Guardián es inmortal, el dinero no significa nada.
—¿Entonces? —preguntó contrariado.
—Poder. Creo que pretender formar un ejército para dominar y someter a todas las razas.
—Y yo que creía que la cosa estaba mal. Me temo que voy a tener que ayudaros, no creo que usted esté preparado para semejante empresa.
—Disculpe. Pero yo soy el mejor de los Guardianes. Por eso el Maestro me nombró Capitán.
—Reconozco que tiene una técnica inmejorable. Pero en la lucha no puede haber piedad. ¿Habría matado a ese mercenario por la espalda como hice yo? ¿A traición?
—No… no lo creo.
—Su Maestro les instruyó bien, pero en la vida real hay que hacer cosas en las que el honor de caballeros, no puede existir. ¿A cuántos enemigos ha matado en su vida?
—Hoy los ha visto a todos.
—Déjeme acompañarle. Si no lo hace, los buscaré por mi cuenta.
—Le mataría cualquiera de ellos.
—No podría quedarme de brazos cruzados sabiendo que podría haber hecho algo.
—Es un cabezota. Ya veo que no voy a librarme de usted. Aunque reconozco que me hará falta su ayuda.
—Además conozco el planeta Trighan. Es un sistema solar de seis planetas tres de ellos habitados.
—¿Es el que comercia con éste?
—No. El sistema que comercia con éste es Wkogni, con ocho planetas habitados. Éste a su vez comercia habitualmente con tres sistemas y esporádicamente con otros seis. Cada uno de estos sistemas lo hace con otros. En uno de ésos está Trighan.
—Mi nave está en el espaciopuerto.
—¿Es consciente que para cuando lleguemos, ese tal Yamazu, tendrá un pequeño ejército protegiéndole?
—Está nivelado. Dos contra un pequeño ejército.
—Mi pobre madre siempre decía que a todos los de nuestra familia les faltaba un tornillo. Ya que vamos a ser aliados, deberíamos dejarnos de formalidades.
—Estoy de acuerdo. Esto puede alargarse bastante, podría ser una larga guerra.
—¿Tienes suficientes provisiones para el viaje? —dijo mostrándome un mapa, ¡de papel!, señalando la posición del sistema.
—Sólo tardaremos dos días en llegar. No harán falta.
—¿No piensas comer?
—¿Comer?… Claro, tú necesitas comer.
—¿Tú no comes?
—Puedo comer pero suelo alimentarme de energía.
—¿Energía? —preguntó sorprendido.
—¿Tendréis suficiente con esto? —le pregunté ignorando su pregunta, entregándole un barrita de oro de mi tobera.
—¿Oro? ¡Claro que es suficiente! —exclamó.
—¿Qué vas a hacer con tus pertenencias? —pregunté mirando alrededor.
—¿Hay algo aquí que nos pueda ayudar? —me interrogó arqueando una ceja. Recogió unas pocas armas y con un gesto, salimos de la casa en busca de provisiones.
Cuando, tres horas más tarde llegamos al espaciopuerto, Yárrem quedó impresionado ante el aspecto de las dos naves. Distintas pero del mismo estilo. Fue la primera vez que me fijé en las sutiles diferencias.
—¡Nunca había visto naves así! —exclamó Yárrem con admiración.
—Si vemos otra, prepárate para pelear. Además, esto nos crea un problema que no tenía previsto.
—¿Cuál?
—¿Qué hacemos con la nave de Chabaro?
—¿No podría pilotarla yo?
—No. La IA de abordo no lo permitiría. No eres un Guardián.
—No entiendo cómo una IA puede negarse a hacer algo pero, si tú lo dices será cierto. Tal vez puedas mandarla por control remoto a tu planeta.
—Ésa es una idea excelente y a la vez complicada. Tendré que dar muchas órdenes a la IA de abordo. No la puedo enviar directamente a Pangea, Trash o algún otro la podría descubrir y eso eliminaría el factor sorpresa.
—No importa lo que tarde en regresar, si no que no se quede aquí. Sólo faltaría que estos trogloditas de khurghanianos se hicieran con una tecnología como ésta.
—Ordenaré que permanezca en órbita alrededor de la Gran Dama, será más sencillo que ordenarle el atraque en uno de los espaciopuertos.
PANGEA.
TIEMPO DE PARTIDA DE PRANCE: TRES MESES.
El Gran Consejo llevaba reunido una semana, estaban realmente preocupados por el destino de su raza. Era la primera vez en milenios que su pueblo corría peligro. Estaban siguiendo las instrucciones de Prance al pie de la letra, las primeras eliminatorias para acceder al puesto de Guardián, ya habían finalizado. La población estaba totalmente entregada a las pruebas. Todo el que podía, colaboraba de una u otra forma. La indignación no había cedido con el paso de los meses.
—Nuestra responsabilidad es enorme. No debemos equivocarnos en la selección —dijo uno de los venerables más viejos.
—¿Y cómo podemos estar seguros de eso? Incluso el Maestro Zerk se equivocó en la elección, no hay más que ver los resultados —intervino uno de los venerables de menor edad.
—¡Silencio! —ordenó el Jefe del Consejo—. Hablé con Prance antes de su partida. Me informó que probaría personalmente a cada candidato.
—También lo hizo el Maestro y mire… —replicó otro.
—No. Esta vez será distinto. En estos doscientos años Prance, los difuntos Urgan, Katrina y el propio Maestro, idearon un procedimiento de comprobación infalible. Por desgracia no llegaron a aplicarlo.
—¿Cuál es ese procedimiento? —preguntó otro.
—El candidato mismo.
Los venerables comenzaron a murmurar, una vez restablecido el orden, el Jefe del Consejo continuó, no sin antes dedicarles una severa mirada.
—Es un procedimiento denominado «La Celda» y ha de ser aceptado por el candidato. Para eso ya debe tener el Traje, o sea que haya pasado todas las pruebas. Intentaré simplificarles lo que me contó aunque he de reconocer que no lo entendí del todo, dado su complejidad. Se trata de una petrificación a nivel subatómico. Los átomos se aceleran creando una especie de inmovilización en el Guardián. Se activa con unas órdenes que uno acepta a través de la computadora de su brazo. Digamos que la orden principal es que se está del lado del Bien, entonces se inicia el proceso y no se puede salir hasta que sea cierto, hasta que en lo más profundo de la mente del candidato se acepte esa realidad, en este caso, que se está del lado del Bien.
—¿Y si se pasa al Mal más adelante? —preguntó el Venerable Kaljan.
—En toda mente existe un equilibrio, si la balanza se inclina en la dirección contraria se activa «La Celda».
—¿Cuántos aparatos de esos hay? —preguntó de nuevo el Venerable de menor edad.
—Veo que no me ha entendido. No hay ningún aparato. La orden se programa en el propio Guardián y no se puede anular.
—Bien, todo eso está muy bien, pero la realidad es que Prance partió en persecución de esos asesinos hace tres meses y seguimos sin noticias de él. Tal vez lo hayan matado —dijo un Venerable del sur.
—¡No quiero volver a oír algo así! Prance es un hombre prudente y sabio, mucho más que la mayoría de los que estamos aquí. Tengo el convencimiento de que si lo deseara podría ocupar mi puesto, el de Jefe del Gran Consejo… y lo haría bien. Probablemente mejor que yo.
Frente al Jefe, se encontraba sentado el Venerable más viejo, que hasta el momento se había mantenido en silencio. Rara vez hablaba. Solía decir «más vale pasar por tonto, que abrir la boca y que no haya ninguna duda». Levantó la mano para pedir la palabra y luego se puso costosamente en pie. En el momento que el Jefe del Gran Consejo le cedía la palabra, varios de los ayudantes de los venerables, entraron en tromba, abriendo las puertas principales de par en par.
—¿A qué viene esta interrupción? —preguntó gritando el Jefe del Gran Consejo.
—Perdón venerables pero les traemos excelentes noticias. El observatorio del oeste acaba de confirmar el avistamiento, alrededor de la Gran Dama, de una de las naves de los traidores. Según nuestros sensores, está vacía y esto no es todo, emite un mensaje constantemente.
—Proyéctenlo inmediatamente en el cubotrí de la sala —ordenó el Jefe.
Del suelo, en medio del círculo de ancianos, surgió una plataforma de metal. Cuando se detuvo apareció una imagen con el logo de Prance. Su voz se oyó fuerte, cálida y serena.
—Venerables del Gran Consejo, pueblo de Pangea. Sé que no habéis tenido noticias mías durante estos meses. No he querido comunicarme con vosotros por miedo a ser descubierto por los traidores. Siento ser tan breve pero no dispongo de más tiempo. Ésta es la nave de Chabaro, que ha muerto. En estos momentos me dispongo a partir en busca del segundo asesino, Yamazu. Espero que mis peticiones de reclutamiento se estén llevando a cabo. Os confirmo mi regreso para dentro de nueve meses, al finalizar las pruebas. Fin de la transmisión.
—Gracias por el aviso ayudantes. Ahora, por favor, dejadnos solos —dijo el Jefe.
Los venerables murmuraban con satisfacción el acontecimiento. El Venerable más anciano continuaba levantado.
—Sigamos donde nos quedamos, Venerable Blace creo que usted había solicitado la palabra, aunque tal vez, dados los acontecimientos, la rehuse —inquirió el Jefe del Gran Consejo.
—Todo lo contrario. Ahora más que nunca lo que voy a decir, tiene mayor importancia. Prance era un héroe nacional y ahora, además, no hay joven que no quiera emularlo. Es el comienzo de una leyenda. Todos sabemos que en los nueve meses que quedan no podrá atrapar a los restantes asesinos. Por lo menos, no a todos. Calculo que a otro más, con mucha suerte a dos. Se avecina una guerra. Nuestro pueblo ha de estar más unido que nunca y eso lo conseguiremos a través de Prance. Él, debe ser la única unidad, la fuerza, el amor, la lealtad y el respeto, tiene que ser su símbolo, incluso por encima de nosotros.
—Creo que en eso todos estamos de acuerdo, Venerable pero ¿cómo hacerlo? —preguntó el Venerable Kaljan.
—Nombrémosle Príncipe de la raza Warlook y por tanto Príncipe del Bien y de los Guardianes —dijo el Venerable Blace.
—Pero hace siglos que no hay Príncipes en Pangea —dijo un Venerable del este.
—Por eso mismo. ¿Quién mejor que él?
—¿Qué dirá el pueblo? —preguntó otro.
El Venerable Blace sonrió y, sin mediar palabra, se dirigió renqueante a uno de los ventanales, abriéndolo de par en par. El clamor del pueblo, celebrando la victoria de Prance sobre Chabaro, inundó la sala. Las calles estaban abarrotadas de gente saltando, gritando y cantando la hazaña.
—Venerable, ahí tiene su respuesta.
ARCHIVO DE COMBATE DEL OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL. SISTEMA TROGONTA.
CUARTO PLANETA: TRIGHAN.
Habíamos recorrido y revisado varios espaciopuertos. Nadie había visto u oído hablar de Yamazu o su nave. Era un planeta enorme, de baja densidad, lo que implicaba que a pesar de su gran tamaño, la gravedad era similar a la de Pangea. Llevábamos cinco meses buscándole y no habíamos hallado ni rastro, ni una pista que nos indicara que estaba en Trighan. Empezábamos a creer que Chabaro nos había engañado. Durante este tiempo, mi Traje había terminado de producir un Jade, que sin dudarlo, se lo entregué a Yárrem aceptándolo a pesar de lo que significaba ser inmortal y la responsabilidad de aceptar tal tarea. No me atreví a darle el Jade de Chabaro, entonces no sabía si todo este lío era debido al Traje o a otra cosa. Él, fue el primero en probar «La Celda». Estuvo petrificado un par de segundos relatándome que había sido la experiencia más traumática y a la vez más enriquecedora que había sufrido. Su vida entera, con todas sus acciones y consecuencias, había pasado ante sus ojos. Tomó una decisión, el Bien. Para él habían pasado meses, para mí un par de segundos. Me aseguró que si alguno de los traidores entraba en «La Celda», se volvería como mínimo, loco. Aunque se crea lo contrario, no hay lugar donde esconderse en el propio cerebro…
Desde el primer momento le inicié en el manejo del Traje y, sorprendentemente, se amoldó perfectamente a su nuevo ser. Era un novato pero avanzaba a pasos agigantados. Tenía ese don que era necesario para ser uno de los nuestros.
—Esto empieza a ser desesperante, Prance. Puede que ya se haya trasladado a otro planeta, incluso a otro sistema.
—¿Por qué debería de hacerlo? Se cree seguro.
—¿Y la falta de comunicación de Chabaro?
—Dudo mucho que se arriesguen a comunicarse. Saben que les persigo.
—¿Y si nos mintió?
—Lo dudo, la ira que denotó en su rostro, al descubrir que le había engañado, no era fingida. Chabaro nunca fue muy listo, o más bien, ágil mentalmente.
—Espero que tengas razón. Según aquel tipejo del espaciopuerto, esa puerta de ahí enfrente es el antro donde se reúnen los peores mercenarios y piratas de este sector.
La entrada estaba compuesta por toneladas de basuras y una puerta roñosa a la que se le caían a cachos los remaches. El interior, aunque pareciera increíble, era peor. Era bastante amplio pero de techos bajos, claustrofóbicos, lleno de un humo verdoso que difuminaba todos los contornos, provocando una apariencia de irrealidad al lugar. El hedor era insoportable, olía a sudor, cabezas sin lavar y pies en fermentación. Elijan un mal elemento y en ese lugar estaba representado, drogatas, camorristas, asesinos, contrabandistas, chulos…
—Venga Yárrem, no te quedes parado. Vamos al fondo.
—Todos nos miran de forma rara.
—Será por nuestro porte —dije jocosamente—. Ten los ojos bien abiertos. No quiero que nos ocurra lo mismo que en el primer lugar en el que estuvimos.
Empezamos a avanzar entre el gentío, apartando con prudencia a los numerosos borrachos. En una de las mesas había sentados cinco hombres, de aspecto duro, que hicieron un interesante comentario a nuestro paso.
—¡Vaya! Esos trajecitos se van a acabar poniendo de moda.
Nos detuvimos en seco y nos giramos mirando al hombre que había hecho el comentario. Era un hombre fuerte, de pelo amarillo, con ojos tan claros que parecía tener cataratas, estaban hechos para ver en la oscuridad. Un simple vistazo fue suficiente para comprender que los otros cuatro, estaban a sus órdenes.
—Disculpe. No he podido evitar oír lo que acaba de decir. ¿Ha visto a alguien con un Traje como el nuestro? —le pregunté sin dejar de mirarle a los ojos. Los hombres que estaban con él se tensaron.
—Sí —respondió escuetamente.
—¿Cuándo?
—¿Por qué?
—Curiosidad.
—Algo más de tres meses.
—¿Dónde?
—Eso ya es algo más que curiosidad. Como parecéis nuevos os explicaré que la información en este planeta cuesta dinero —dijo frotando el índice con el pulgar, haciendo sonreír a su lacayos.
—Espero que esto sea suficiente para responder a todas mis preguntas —dije arrojando sobre la mesa una barrita de plata.
—Plata. Buen comienzo. Lo vimos en este mismo lugar y quiso contratarnos. Tenía pintas de ser un perfecto hijo de mala madre. Mis hombres y yo no trabajamos para alguien que no nos guste. Así que le mandé a la mierda…
—¿No sabrá dónde encontrarlo?
—Sí.
—¿Dónde? —preguntó Yárrem impacientemente.
—No quiero problemas —le respondió el hombre.
—Permítame Capitán —dijo desafiante Yárrem, mirando fieramente al hombre.
—No, Yárrem, las cosas no se hacen así —dije conteniéndole.
—Cuando se pongan de acuerdo, seguimos —fanfarroneó el hombre.
—Le ruego que disculpe a mi amigo, señor…
—Anyel. Es la primera vez que alguien me llama señor —dijo sonriendo—. ¿Y sus nombres?
—El suyo es Yárrem y con que sepa que yo soy el Capitán, es suficiente. Quiero contratarles —dije sorprendiéndole.
—Será mejor que hablemos en otro lugar. En este sitio las paredes tienen oídos.
—¿A dónde quieren llevarnos? —preguntó Yárrem desconfiando.
—A mi despacho —dijo levantando una ceja volviendo a sonreír.
—No sé si podemos fiarnos de estos «caballeros» —me dijo Yárrem al oído.
—El señor Anyel, es un hombre de palabra. Yo confío en él —dije, de forma que me oyeran todos sus esbirros.
Yárrem me suplicaba con la mirada para que cambiara de opinión, en contrapartida le miré con desaprobación. No pensaba cambiar de opinión. Ya era momento d empezar a confiar en mi experiencia, en todo lo aprendido del Maestro, en mí mismo.
Les acompañamos durante un buen rato por las callejas de la zona. Dos de sus hombres encabezaban la marcha y los otros dos la cerraban, cosa que intranquilizaba a mi amigo. Anyel, durante todo el recorrido no paró de parlotear acerca de una u otra hazaña, ya fuera suya o de sus muchachos. Todo sonaba bastante falso. Finalmente, llegamos a una plaza encabezada por un precioso edificio de piedra bastante descuidado. Entramos por una de las puertas laterales. El interior estaba decorado o atestado de cosas de las cuales desconocíamos, tanto Yárrem como yo, la función de más de la mitad. Anyel se dirigió a la pared del fondo, algo más despejada, y bajó el brazo de una pequeña estatua, provocando que parte de la pared se solapara, abriendo un hueco en otra habitación. Apareciendo ante nuestros incrédulos ojos, un sorprendente y elegante despacho. Anyel se dirigió al fondo y se sentó tras una rústica y adornada mesa de madera. Sus hombres nos rodearon. Mientras Yárrem no les quitaba la vista de encima, yo hacía lo propio con Anyel.
—¿Cómo sabe Capitán que no voy a ordenar a mis hombres que les ataquen? —nos preguntó mientras por el marco de la puerta aparecían media docena más.
—Porque sabes que he venido a matar al hombre que lleva un Traje como el mío. Vengo a matar a Yamazu y tú vas a ayudarme.
—¿Por qué cree que voy a meter a mis hombres en ese marrón?
—Primero, porque has dicho «a mis hombres» excluyéndote, tú ya has aceptado, segundo, porque has sentido el Mal que hay en él y tercero, nadie en esta habitación se quedará impasible cuando te cuente el peligro que representa.
Tras dos días estábamos preparados.
—Debo estar loco por haberme dejado meter en este suicidio —dijo Anyel susurrando.
—¿Esta verja rodea todo el perímetro de la base? —le pregunté.
—Sí, pero no sé cómo demonios vamos a entrar. Tiene lo mejor en sistemas de detección y unos sesenta hombres a su servicio.
—Ya me lo has dicho unas cien veces. Viendo tu interés, ésa será tu misión. Quiero que vayas con tus hombres al otro lado y armes tal lío que no se den cuenta de que entro con Yárrem por aquí —dije sonriendo burlonamente.
—¿Ése es su plan? ¿Cree que estoy loco? ¿Quiere que doce hombres nos enfrentemos a sesenta?
—Sí, eso es lo que quiero. Todos esos hombres no llevan Traje. No representan tanto peligro —dije convencido sin darme cuenta de que ellos tampoco llevaban.
Respirando profundamente, Anyel miró a sus hombres uno a uno y finalmente a mí.
—Por lo visto todos nos hemos vuelto locos. Tenemos algunos explosivos con los que trataremos de causarle el mayor número de bajas posible. Pero hágame el favor de acabar con él, que esto no sea para nada.
Tuvimos que esperar casi dos tensas horas hasta que oímos las primeras explosiones. Aprovechando la confusión, cortamos la verja y accedimos al interior del recinto. Había varios edificios prefabricados de un material que parecía cerámica pero, que en realidad, era una nueva clase de plástico con metal, que los hacía muy resistentes. Fuimos inspeccionándolos, enseguida descubrimos que la primera hilera de edificios estaba vacía y que la segunda era la de los suministros, ya que encontramos material para construcción de naves y armas. Eso significaba que no pretendía proporcionar Trajes a sus hombres o no a todos, de momento.
Enseguida descubrimos la residencia de Yamazu. Era la más ostentosa de todas y la única con dos tipos de guardia en la puerta. Una simple mirada bastó para que Yárrem captara lo que quería, rodeó el edificio que estaba enfrente, de forma que el vigilante más alejado quedara más a tiro. Desenfundamos y montamos los arcos a la vez, colocamos las flechas y liquidamos a los dos guardias al unísono. Pareció que lo hubiéramos ensayado cientos de veces.
Avanzamos hacia la entrada, cubriéndonos mutuamente. Pasamos por encima de los cadáveres y empujamos las puertas comprobando que estaban abiertas. Era una residencia realmente extraña, ante nosotros aparecieron seis pasillos que, en un principio, desembocaban en la misma habitación. Elegimos uno de los del medio y con prudencia avanzamos. Tal y como sospechábamos todos los pasillos desembocaban en la sala. No tenía sentido.
En el fondo estaba Yamazu con tres hombres, con Trajes. Aun así, su aspecto era de piratas de segunda b. Desenfundamos nuestras espadas y activamos el escudo de nuestro ordenador avanzando directamente hacia ellos. Yamazu, sin ni siquiera mirarnos, se dirigió a nosotros en un tono extrañamente tranquilo. Algo se nos estaba escapando.
—Hola Prance, te estaba esperando. Hace semanas que me han llegado noticias acerca de un tipo vestido como yo, que iba haciendo preguntas por todo el planeta. Lo que no tengo del todo claro es cómo me has encontrado. ¿Tal vez el azar? Aunque no lo creo. ¿Chabaro?
—Su cabeza te manda recuerdos. ¿Cómo lo…?
—¿Lo sabía? Trash lo planeó así para darnos tiempo a armarnos. Dejó ese reflejo aposta. Sabía que lo encontrarías y te haría perder nuestro rastro. Chabaro era sacrificable y un imbécil por lo que veo, ya que estás aquí.
Yárrem no quitaba ojo a los tres guardianes de Yamazu, apoyaba la mano del escudo sobre la daga láser que tenía en el cinturón junto a la pistola láser. Los tres no parecían preocupados, eso me inquietaba…
—¿Cómo sabes que no va a sacrificarte a ti también? —le pregunté con la esperanza de crear dudas que le distrajeran.
—No lo creo. Esto no estaba previsto, tampoco lo de tus amigos de fuera, eso he de reconocerlo. Aún así estaba preparado —dijo sonriente.
Oímos pisadas, de cada pasillo apareció un mercenario, éstos sin Traje, la cosa empezaba a ponerse fea. Estábamos atrapados entre dos frentes. No había retirada posible. Rápidamente Yárrem apoyó su espalda contra la mía. Estaba claro que la charla había terminado. Habíamos caído en la trampa.
Ya no se oía ruido de explosiones, sólo un vago ruido de lucha que terminaba, Anyel no podía ganar… estábamos solos. Los seis últimos «invitados» desenfundaron sus espadas láser, a excepción del que llevaba una ballesta. La punta de la flecha era de M7, no hacía falta que lo comprobara con mi ordenador, siendo una ballesta energética, la flecha atravesaría el Traje sin problemas. Los que estaban en los extremos empezaron a desplegarse para rodearnos. Teníamos que actuar rápido para nivelar los bandos. Junto a Yárrem empecé a girar, sin separar nuestras espaldas, vigilando a todos nuestros adversarios. Con un gesto y antes de que completáramos nuestro segundo giro, arrojamos, con toda nuestra fuerza, una daga láser, acertando cada uno, un blanco, Yárrem, certeramente al segundo de la izquierda y yo en el pecho de uno de los Guardianes, mi daga como mínimo le había dañado el corazón, ya que se desplomó como un fardo.
—¡Cuidado imbéciles! ¡Ya os dije que no os confiarais! —les espetó Yamazu.
—Un extraño nudo me atenazó el estómago. Estábamos en clara desventaja, no debíamos haber sido tan confiados. La muerte estaba rondando el lugar. Si ése era mi día, que fuera…
Era el momento, todos se preparaban para abalanzarse sobre nosotros. No podríamos contenerlos a todos. Los dos esbirros que daban la espalda a los pasillos sufrieron un espasmo y cayeron muertos. De dos pasillos aparecieron Anyel y uno de sus hombres que tenía un profundo corte cauterizado, en uno de sus muslos. El hombre que llevaba la ballesta giró rápidamente disparando su dardo mortal alcanzando al hombre de Anyel, que dada su herida, no pudo reaccionar a tiempo. La flecha le alcanzó en el cuello. No se pudo hacer nada por él.
Yamazu permanecía inmóvil, no esperaba un giro así de las cosas. Rápidamente me enfrenté a los dos Guardianes y Yárrem a dos mercenarios. Mientras, Anyel lleno de ira se abalanzó hacia el de la ballesta, con tal furia e ímpetu, que no le dio tiempo a desenfundar su arma ni casi a soltar la ballesta.
Yárrem acabó con los suyos rápidamente, mientras desviaba la estocada de su contrincante de la derecha, paraba con el escudo el ataque del de la izquierda. El de la derecha, a causa del desvío, perdió el equilibrio, dándole tiempo más que suficiente a Yárrem para que, con un simple giro de muñeca, su espada partiera en dos al esbirro. En el acto el olor a carne quemada inundó la sala. El otro se quedó tan sorprendido que reaccionó tarde en su segundo ataque, permitiéndole a Yárrem, una segunda parada con el escudo, atravesándole limpiamente con la espada. En cambio yo lo tenía bastante peor, uno me atacaba por delante y el otro se me acercaba por detrás. Sólo había una posible línea de actuación, abalanzarme sobre el de enfrente. Era muy bueno, paró mi ataque con facilidad, dando tiempo al de atrás para acercarse. Así que me eché encima obligándole a retroceder, proporcionándome casi otro par de segundos. El de atrás no llegó a alcanzarme, ya que se vio obligado a hacer frente a Yárrem, que corría hacia él. Anyel desenfundó su pistola láser y comenzó a disparar indiscriminadamente contra Yamazu, que se protegía con su espada y escudo, intentando dirigir los láseres rebotados contra él, con poco éxito, ya que nunca fue muy bueno en eso y Anyel no se estaba quieto. Aunque un par de veces estuvo a punto de alcanzarlo. Yárrem era un luchador formidable y acabó rápidamente con su oponente, haciendo yo lo mismo pocos segundos después. A mi orden, Anyel dejó de disparar.
—Ríndete y vuelve conmigo a Pangea. Prometo que se te hará un juicio justo en la Sala del Gran Consejo —le dije sin apartar la mirada de sus fríos ojos. Había cambiado, no era el mismo…
—¡Estás loco si crees que voy a ir contigo! —medio gritó. Ahora también había miedo en sus ojos.
—No puedes ganar. Nunca me ganaste en ningún combate, de los de prácticas, de la Gran Dama y para colmo somos tres —dije intentando convencerle.
—Deje Capitán. No pierda el tiempo. Yo acabaré con él —dijo Yárrem.
—No. Creo que… me lo deberíais dejar a mí. No parece… gran cosa —dijo entrecortadamente Anyel por la falta de aire a causa del combate. Como no tenía Traje, aún no se había recuperado. Era una fanfarronada para desmoralizarlo. Anyel no podría derrotarlo sin un Traje…
—No pienso ir a Pangea para que me maten como a un perro —dijo inseguro.
—Tienes mi palabra, tu vida será respetada. Si el Gran Consejo decide aplicarte el castigo máximo, seré yo quien lo imponga, será «La Celda».
—Ya, conozco en qué consiste eso de «La Celda». En lo que tú, el Maestro y demás imbéciles, trabajabais. Eso es peor que la muerte. ¡YO SIRVO AL MAL! —gritó medio loco.
Se abalanzó hacia mí hecho una furia. Su estocada no llegó a alcanzarme, Anyel lo tumbó de un certero disparo en el pecho. Le alcanzó en los pulmones y el plexo, moriría asfixiado en cuestión de segundos. Había utilizado el láser a máxima potencia, tenía menos control pero produjo más daños. Rápidamente me arrodillé junto a él.
—¿Dónde están los demás? ¿Cuáles son los destinos? —le pregunté al oído.
—Pú… Púdrete en e… el… infierno —dijo con su último aliento.
Gastó el poco aire que le quedaba en los pulmones, en esas tristes palabras. ¿Cómo podía contener tanto odio? ¿De dónde provenía? ¿Qué poder de persuasión había ejercido Trash para que Yamazu estuviera dispuesto a sacrificar su vida por él?
Tras unos segundos vaporicé a Yamazu, no sin antes retirar sus armas y recoger su Jade. Anyel quedó sobrecogido ante mi acción. Era como si hubiera visto un fantasma. Le miré comprensivamente y me dirigí a los otros tres Guardianes del Mal. Durante los meses que me restaban para cumplir el plazo de mi regreso a Pangea, buscamos infructuosamente por distintos sistemas, al resto de traidores. Anyel se adaptó al Traje tan bien como lo hizo Yárrem. Tal vez fuera porque ambos eran guerreros pero recuerdo que a nosotros nos costó más…