Capítulo IV

Al cabo de tan sólo cuatro semanas, todos los niños del planeta de entre cinco y doce años habían sido examinados en la primera prueba. Cuarenta y ocho horas más tarde se difundió, a través del cubotrí, que el número de niños que habían pasado dicha prueba, superaba ligeramente los diez mil.

Durante el segundo mes, el tipo de pruebas cambió, pasando de ser de capacidad de entendimiento a pura lógica. Éstas, solamente las superaron mil ciento cuarenta y tres niños.

El mes siguiente, las pruebas fueron psicoanalíticas en una progresión de dificultad aritmética. El número se redujo a doscientos cuarenta y cinco.

Finalmente, el último mes, las pruebas se convirtieron en un combinado de todas las anteriores. Como resultado sólo quedaron treinta niños, dos de ellos fueron eliminados por deseos explícitos de sus padres, así que el número se redujo a veintiocho. Dado el pequeño número, (mucho más pequeño de lo que el Maestro Zerk esperaba), se optó dar pupilaje a todos. El niño que quedó con la mejor puntuación, y con gran diferencia del resto, fue un niño de siete años llamado Prance de Ser y Cel.

Había pasado una semana desde la última prueba. Desde aquel día no había habido clase. Prance, como siempre que podía, fue a jugar con el niño de la villa de al lado, su nombre era Pilo de Rogen y Grat. La villa de Pilo estaba a tan sólo quinientos metros de su casa y al igual que su familia, ellos también fueron de los primeros en avistar a la Gran Dama.

—Hola Pilo —medio gritó Prance, al verlo salir a su encuentro.

—Hola Prance —respondió sonriente, marcándosele esos hoyuelos que le hacían parecer más pícaro de lo que era.

—¿A qué jugamos?

—Tú eres el genio. Tú mandas —le respondió maliciosamente.

—¿A qué viene eso?

—Ayer oí a mi padre, decir a mi madre, que habías sido el número uno en las pruebas.

—Eso no puede ser. Había chicos muy listos y varios mayores que yo. Además, nadie sabe los resultados aparte del Gran Consejo.

—Pero pasaste la última fase.

—Y tú llegaste a la penúltima. Seguro que si te hubieras concentrado un poco, también la habrías pasado.

—Prance, tu y yo sabemos que eres el más listo de clase. Aunque no siempre lo quieras demostrar.

—Claro, por eso mis calificaciones en administración son tan bajas.

—Nadie es perfecto «cabezota».

—Para ser Guardián hay que ser perfecto «cabezatrí».

La amistosa disputa terminó en el momento en que la madre de Pilo apareció en la puerta.

—Prance, cariño, me acaba de llamar tu madre. Quiere que vayas a casa.

—¿Ahora? Pero si acabo de llegar.

La madre le Pilo le sonrió dulcemente y poniendo los brazos en jarras le reprendió.

—¿No querrás que tu madre se enfade y se preocupe esperándote? Además, puedes venir luego a jugar con Pilo.

—Vale, me voy. Hasta luego Pilo —dijo mientras se alejaba corriendo.

—¡Luego te veo! —gritó su amigo aunque no sabía que tardaría bastante en volver a verlo. Su madre lo cogió en brazos y le dio un sonoro beso en la mejilla. Pilo iba a protestar pero calló cuando vio que los ojos de su madre estaban brillantes, por las lágrimas.

Según se iba acercando a casa, algo en su interior le avisaba que un suceso especial estaba a punto de ocurrir. Ese tipo de sensaciones las había tenido antes pero de esa claridad… Al entrar al galope en su casa, se llevó una sorpresa, pues encontró junto a sus padres al hombre de pelo blanco que vio en el cubotrí. Sus padres le miraban orgullosos pero con un matiz de tristeza, en especial se lo podía notar a su madre, que sabía que ésa era la última noche que vería a su hijo en bastante tiempo, la próxima vez que le vieran sería un hombre.

—Prance, hijo. Este noble señor, como bien sabes, este caballero es… el Maestro Zerk —dijo su padre, como indeciso y algo intimidado.

—Padre, ¿por qué estáis preocupados? ¿Qué es lo que quiere de mí? El Maestro apoyó en el suelo la rodilla derecha y su puño izquierdo, agachó ligeramente la cabeza y volvió a levantarla. Sería la primera y única vez que le viera hacer la reverencia de máximo respeto.

—Prance, el destino de los hombres está en tus manos. He hecho un largo viaje para encontrarte. Te educaré hasta que te conviertas en un Guardián del Bien, de forma que puedas dirigir y proteger a todas las razas de hombres.

—Pero ya tienen al Gran Consejo.

—No, Prance, no me refiero sólo a los de tu raza, aquí en Pangea, sino a otros hombres que habitan en otros mundos, otras razas, otras galaxias…

—Pero yo soy un niño. ¿Qué puedo hacer yo?

—Hoy eres un niño, pero pronto serás un hombre, probablemente el mejor hombre que haya nacido en el universo. Sé que ahora no lo entiendes pero ya lo harás, sólo puedo decirte que tu misión será proteger a otros hombres del Mal, aunque eso signifique para ti grandes sacrificios. El Mal es un terrible enemigo.

—¿El Mal? ¿Qué Mal? ¿Aquí hay Mal? ¿Dónde está? ¿Quién lo provoca?

—Ja, ja, ja,… Haces muchas preguntas, ¿sabes?

—Mi padre dice que si quieres saber has de preguntar —respondió mirando a Ser de reojo.

—Y tiene razón. Si no se pregunta, no se aprende o se descubre la respuesta, por eso te voy a hacer una pregunta, si me dejas…

—Puede hacérmela —dijo mirando de reojo esta vez a su madre.

—¿Quieres ser un Guardián de Bien?

—Sí, claro yo…

—No, Prance, no. Por desgracia no es tan fácil como parece.

—¿Por qué no?

—Primero, tu estructura molecular ha de estar en armonía con el Traje.

—¿El traje? ¿No vale cualquier traje?

—No, no vale cualquier traje, deberás llevar un Traje como el mío. Un Traje que te protegerá de cualquier enfermedad,[5] del calor, del frío y lo más importante de todo, te hará inmortal.

—¡Hauuuuu! Vivir para siempre.

—Sí, pero no es tan maravilloso como parece a simple vista. No podrás tener hijos, verás envejecer y morir a toda la gente de tu alrededor, que no sea un Guardián como tú, e incluso esos puede ser que también mueran por una u otra razón, accidente o combate. Si duele ver morir a alguien con quien has podido convivir más de cien años, imagina lo que se debe sentir ver morir a alguien que lleve contigo cien mil años.

—Debe ser terrible pero…

—Pero…

—Quiero ser un Guardián del Bien, ayudar a otras razas, ver otros mundos, otras estrellas…

—Las verás… de eso estoy seguro —dijo mirando a sus padres con esperanza.

—¿Podré ir a clase?

—No. Mañana a primera hora te recogeré en la puerta.

—Pero eso es muy poco tiempo para preparar mis cosas.

—No te llevarás nada. No lo vas a necesitar.

—¿Nada?

—Nada. La Gran Dama te proporcionará todo lo que necesites.

—¿Vamos a dar las clases allí?

—Vas a vivir allí —dijo el Maestro.

—¿Y mis padres?

—Siempre estaremos aquí esperándote, cariño —dijo su madre acariciándole el rostro.

Zerk, se despidió de Ser y Cel, acariciando la cabeza de Prance antes de salir. Por la expresión de su madre, tuvo la certeza de que sería la última vez que vería, como niño, a sus padres. Los tres pasaron la noche juntos, desde que era muy pequeño no dormía con ellos. Pasó rápidamente, trayendo extraños sueños en los que volaba y veía las ciudades desde el aire. Su padre estaba ojeroso y los ojos de su madre estaban rojos e irritados por haber estado llorando, en silencio, toda la noche.

El desayuno fue el más abundante que jamás había hecho su madre, no paraba de repetir que comiera mucho, que iba a necesitar todas sus fuerzas y que si en algún momento decidía volver, no sería ningún problema. Que no pasaba nada.

El Maestro llegó puntual. Y tal y como presintió, no volvió a ver, en persona, a sus padres, hasta que cumplió los veintiséis.