El origen de esta historia se remonta a tres mil seiscientos millones de años, en este planeta. En aquella época sólo existía un continente y las escasas islas que había estaban cerca de las costas. A ese continente, vuestros científicos lo llamaban Pangea, nombre que a partir de ahora utilizaremos para definir el planeta, ya que el sonido de esa palabra es muy parecido al original Warlook.
En Pangea habitaba una raza, los Warlook. Nadie sabía de dónde había surgido el nombre de su pueblo, pero la leyenda contaba que provenían de una antigua raza de guerreros, aunque para aquel entonces, el tres mil setecientos de su calendario, no había guerreros, de hecho no tenían ni ejército ya que no había guerras, ni siquiera recordaban alguna. Era una raza inteligente y pacífica. El robo, asesinato y cosas por el estilo eran realmente excepcionales. La media era de uno o dos de estos incidentes al año. Siendo una población mundial de mil millones hay que reconocer que era impresionante semejante armonía.
Ese año era muy especial para los Warlook, era el paso del siglo treinta y siete al treinta y ocho y por esa razón todo el continente se hallaba de fiesta. A diez kilómetros de Pangea Capital, que se ubicaba en el centro del continente, había una pequeña villa que estaba habitada por una pareja, Ser y Cel. Se enamoraron siendo muy jóvenes. Ser, trabajaba en campos electromagnéticos y Cel, en medio ambiente. Cel persuadió a su marido para que vivieran en el campo, donde podría ejercer mejor su trabajo, así que Ser se desplazaba todos los días hasta la Capital, usando las aceras rodantes. A los pocos años tuvieron un hijo al que llamaron Prance, de Ser y Cel, ese día, Ser le confesó a su mujer, que su idea de vivir en el campo había sido acertada y le pidió disculpas por protestar a diario por tener que coger las aceras.
El día trece del periodo denominado Al Sarem del cambio de siglo, Prance jugaba, sentado sobre la yerba, a unos veinte metros delante de la puerta de su casa. Tenía siete años, era muy delgado, de pelo negro con algunos rebeldes rizos. En su mano tenía una pequeña nave espacial y la hacía aterrizar, emulando a la verdadera nave que había llegado por primera vez a Marte, abriendo así el camino para la fundación de una colonia, siempre y cuando los prototipos de generadores de masa vegetal, a escala celular, cuajaran en las pozas acuíferas subterráneas del planeta.[2] La gran duda consistía, en si la cantidad de agua en el planeta sería suficiente para conseguir formar una atmósfera respirable y que protegiera a la vida de los crueles rayos del Sol.
Había sido un Al Pream más caluroso de lo normal, con días de veintinueve grados, algo que casi ningún Venerable recordaba. El campo estaba lleno de los cantos de los grillss, (insectos parecidos a los grillos actuales, de color paja y aproximadamente el doble de grandes). De pronto, los cantos enmudecieron. Algo había asustado a todos los grillss a un mismo tiempo. Las corrientes de aire desaparecieron, volviendo en forma de ola de calor que llenó todo el ambiente.
Prance levantó la cabeza mirando a su alrededor, él también presentía algo extraño, era algo que erizaba la nuca. Primero miró entorno suyo, luego hacia arriba, hacia el horizonte. Su boca quedó entreabierta, lo que estaba viendo le había paralizado. No tenía miedo, pero era tan grande que le había dejado anonadado.
Al principio no podía observarlo bien, cubría todo el horizonte. Según avanzaba, se iba tragando las primeras estrellas del atardecer. Pronto desfiló por encima de su casa y la sombra le cubrió, envolviéndolo en las tinieblas. No estaba a más de cien metros de altura. Avanzaba sin producir ningún ruido. El silencio era casi insoportable.
Ser, fue el primero en salir al exterior extrañado por la repentina oscuridad, detrás salió Cel que profirió un pequeño grito al verlo. Ser corrió hacia Prance, seguida por Cel y, cogiéndolo en volandas, corrieron de nuevo hacia la casa. Prance no dejó ni un momento de mirarlo. Nunca había visto ninguna así, ni siquiera en el cubotrí de su cuarto.[3] Era la nave espacial más grande que había visto en su vida. Era tan grande como Pangea Capital que siguió avanzando hasta cubrirla totalmente.
Transcurrió una semana del avistamiento. La nave se detuvo sobre la capital, tan sólo a cincuenta metros sobre los edificios más altos. Era tan grande como toda ella y aproximadamente la mitad de alta.
Desde el primer día, los rumores fueron en aumento acerca de su procedencia, misión u objetivo. Las salas de reunión ciudadana estaban constantemente atestadas. Los jefes de sala no eran capaces de imponer el orden necesario para que la gente pudiera hablar por turnos. En la sala de reunión donde vivían los padres de Prance ocurría lo mismo, hasta que un respetable anciano se situó en el centro y levantó los brazos en señal de ruego. Poco a poco reinó el silencio.
—Soy Kaljan de Prior y Maran. Pido se me permita expresar mi opinión.
Los escasos murmullos se extinguieron, al oír la potente voz del anciano más viejo de la zona. Ser también había ido a la reunión de la sala, aunque lo hizo a regañadientes e instado por Cel, ya que no estaba tranquilo dejando sola a su familia. Todos miraron al jefe de la sala que, con un gesto, cedió la voz a Kaljan.
—Como bien sabéis, dada mi edad, soy ya un Venerable y el Gran Consejo me ha ofrecido en muchas ocasiones que me uniera a ellos. Nunca me he creído capacitado para dirigir a nuestro pueblo pero, dada mi vejez, creo que he alcanzado un modesto punto de sabiduría.
Más de la mitad de la sala, entre ellos Ser, aclamaron a voces lo dicho por el anciano. La verdad es que para Ser, lo que dijera Kaljan era ley. Pero Kaljan sabía que iba a resultar muy difícil tranquilizar a la gente. Ni siquiera él estaba tranquilo. Esa misma noche debía reunirse de urgencia con el Gran Consejo, que se lo había comunicado a través del cubotrí.
—Me entran ganas de agarraros, sentaros sobre mis rodillas y daros unos buenos azotes. ¡Inconscientes!
En su voz había una furia contenida que hasta Ser, que conocía al anciano muy bien y que sabía que era incapaz de dañar a una mosca, se estremeció.
—¡Tenemos miedo! —dijo un voz de entre la multitud del fondo de la sala.
—¡Sí! ¡Es verdad! Pueden ser enemigos —dijo otra voz.
—¡Burros! ¡Cobardes! —gritó Kaljan—. ¿No creéis que si una nave de ese tamaño quisiera atacarnos, ya lo habría hecho? ¿No creéis que alguien con esa tecnología, muy superior a la muestra, ya debe saber qué nivel tecnológico tenemos y cómo funciona nuestra sociedad? ¿Acaso alguien ha sido dañado o algo de nuestra civilización ha sido atacado? ¿Tal vez ha destruido alguna de nuestras naves?
Los rumores volvieron pero todos confirmaban más o menos lo dicho por Kaljan que esperó a que se calmaran, antes de seguir hablando.
—Si como veo y oigo me dais la razón, ¿por qué cuando he entrado en la sala he oído palabras que creí olvidadas y enterradas como atacar, matar, lucha o… GUERRA? ¿Cómo es posible que un pueblo como el nuestro, que lleva más de mil quinientos años en absoluta armonía, un pueblo en el que la paz, el amor, la ayuda al vecino y el respeto, es su ley, hable de guerra y matar?
En ese momento, y por primera vez en su vida, Ser habló y sin permiso del jefe de sala.
—Soy Ser de Jass y Amel. Os conozco de toda la vida Venerable Kaljan.
—Así es. Te conozco desde que eras un bebé —dijo haciendo un gesto al jefe de sala para que no interviniera.
—Mi hijo, mi esposa y yo mismo, fuimos de los primeros en avistar esa nave y teníamos miedo. Fue la primera vez en mi vida que me di cuenta de que no podía proteger mi familia. Agarré a mi hijo y junto a mi mujer nos encerramos en la casa. Estuvimos esperando durante horas aterrados, el comunicado del cubotrí.
—Ser, te conozco y puedo afirmar públicamente que eres un buen Warlook, pero veo que aún no has aprendido a… ¡pensar! Reflexiona ¿Crees que tu casa protegería a tu familia de un ataque de esa nave? O lo que es más importante, ¿crees que esa nave ha venido de quién sabe dónde para matar o dañar a tu familia?
Kaljan lo tuvo difícil, el miedo había hecho presa en su sector, prolongando los razonamientos durante horas. Estas mismas reflexiones se llevaron acabo en todas las casas de reunión del continente.
Al séptimo día, en los cubotrí, apareció un mensaje del Gran Consejo de Pangea Capital «Toda actividad debe cesar hoy al mediodía. A media tarde se emitirá un comunicado sobre la nave asentada sobre Pangea Capital. No temáis. No hay peligro. Fin del comunicado».
El trabajo en Pangea era voluntario. Aunque prácticamente no había nadie que no lo hiciera, eso sí, en lo que le gustara y/o estimulara. No importaba que se realizara el trabajo de una máquina y se hiciera peor o menos eficiente, la cuestión era que el trabajo elegido gustara a la persona en cuestión. La verdad es que la mayoría de la población, elegía alguno de los innumerables campos científicos y los trabajos físicos los hicieran las máquinas.
Ese día, Ser no pudo concentrarse en su trabajo, en el departamento de avances electromagnéticos, así que decidió salir antes e ir junto a su familia. Cuando salió del edificio de investigación, vio que mucha gente al igual que él, había optado por irse antes del trabajo. Las aceras rodantes estaban atestadas.[4]
Había tanta gente que tardó una hora más de lo habitual en llegar a su casa. Prance, acudió raudo y veloz al oír a su padre entrando por la puerta.
—Hola. Hoy no ha habido clase —dijo a la vez que le saltaba al cuello, dándole un beso.
—Lo sé hijo, lo sé. Vamos a la sala con tu madre, hemos de ver el cubotrí.
Prance se extrañó mucho. Rara vez lo usaban por las mañanas. Ser, siempre que le pillaba usándolo a esas horas, se lo desconectaba y acto seguido le decía «hijo debes jugar como yo lo hacía de pequeño, con la imaginación. Eso te convertirá en un hombre de ideas frescas, ágiles e innovadoras».
Dado que Cel no permitió que ese día jugara con su nave en el jardín, intentó estudiar en el cubotrí de su cuarto pero el sistema de estudios no se había activado. Y aún más raro, esa mañana el cubo no le había despertado. Su madre le había levantado hacia media mañana. Tenían por costumbre ver el cubotrí familiar, durante una hora, todas las noches antes de dormirse. Prance solía verlo tumbado a los pies de sus padres, pero esta vez, su madre, le pidió que se sentara entre ambos, en el sofá anatómico. Ser se sentó en el lado derecho porque en ese brazo estaban los controles de comodidad del sofá, ya que el sistema oral últimamente fallaba y dado el revuelo actual, el sistema técnico de reparación no se había presentado todavía. A una orden de Cel, el cubotrí se activó apareciendo el anagrama del canal de mensajes oficiales del Gran Consejo. Esto extrañó todavía más a Prance, ese canal era sólo para adultos. Los niños no lo podían ver hasta que cumplían la mayoría de edad, los catorce. Pero lo que más le preocupaba era la expresión tensa de sus padres que no se disimulaba, ni con las caricias de su madre, ni con la forzada sonrisa de su padre.
La emisión comenzó a la una en punto. El anagrama, en vez de fundirse suavemente con la nueva emisión, desapareció de golpe. El espacio dejado permaneció vacío durante unos segundos, siendo sustituido por la cabeza del Jefe del Gran Consejo, algo que estaba fuera de todo protocolo, puesto que lo usual era que primero se mostrara al consejo en pleno y tras enumerar a los presentes, se cediera la palabra a quien correspondiera. El Jefe mantenía una actitud sonriente pero a la vez seria y orgullosa. Casi al instante empezó a hablar.
—Buenos días Warlooks. Todos conocéis los motivos de esta emisión especial del Consejo, la nave extrapangeana. Os voy a hacer un breve resumen de lo acontecido hace siete días, casi al anochecer, apareció en nuestros cielos una nave intergaláctica. El nombre de la nave es Gran Dama.
Os preguntaréis qué tripulación lleva semejante nave y para vuestra sorpresa os informaré que sólo uno. Su nombre es Zerk. ¿Origen? La galaxia de Andrómeda. ¿A qué ha venido? En resumen, a enseñarnos. También os preguntaréis por qué he ordenado que rompierais una de nuestras más antiguas tradiciones, permitiendo que los niños estén presentes en esta emisión. Sencillo, ellos son los protagonistas. Me explicaré, el tripulante Zerk nos ha rogado que le permitamos transmitir toda su sabiduría a veinticinco de nuestros niños. Por desgracia todo tiene su precio, esos veinticinco niños deberán convertirse en guerreros. Sí, me habéis oído bien, guerreros o mejor dicho, Guardianes del Bien y por lo tanto en inmortales.
Las pruebas serán obligatorias para todos los niños y niñas comprendidos entre los cuatro y doce años. Serán de carácter eliminatorio. De forma que se les trastorne lo menos posible. Dichas pruebas se realizarán en las salas de reunión y durarán todo el Al Sarem. Al comienzo de Al Tar conoceremos los elegidos por el Maestro Zerk. El rango de Maestro acaba de concedérselo el Gran Consejo, por lo tanto, éste será su título entre nosotros. Creo que los detalles os los explicará mejor él mismo.
Durante unos instantes, la imagen del cubotrí quedó vacía, siendo rápidamente sustituida por el recién nombrado Maestro Zerk. Tenía el aspecto de un hombre de unos treinta años, con la barba y el pelo blanco. Prance no comprendía cómo una persona tan joven, podía ser un Maestro. ¡Todos los Maestros eran viejos, tenían más de doscientos años! Ésa era la razón de su sabiduría, era una de las primeras cosas que se aprendían en los centros de enseñanza.
El hombre permaneció en silencio, con una mirada de escrutinio que daba la impresión que pudiera verles. Sus ojos irradiaban experiencia y sabiduría. Prance quedó tan impresionado que su padre le miró extrañado y le dio la mano en un vano intento de tranquilizarle. Al poco, sonrió y comenzó a hablar.
—Salutación, pueblo de Pangea. Soy un Guardián del Bien, mi nombre es Zerk. Soy el único superviviente de la gran batalla entre guardianes del Bien y del Mal. Mi objetivo es tutelar a algunos de vuestros hijos, inculcarles las enseñanzas del Bien y la sabiduría que he ido recopilando durante los más de cien millones de años que ya dura mi vida, de forma que, dado el caso, que la Galaxia de Andrómeda no lo permita, puedan defender a vuestro pueblo o a otros pueblos que lo necesiten, de cualquier peligro que les amenace. También, en la medida de lo posible, intentaré poner al día vuestro sistema medico. No me interpreten mal, ya sé que en Pangea no hay enfermedades incurables, ni prácticamente ninguna de otro tipo pero más tarde o más temprano, entraréis en contacto con otras razas que portarán virus o bacterias, por poner dos ejemplos, que podrían afectaros de forma epidémica, llegando, incluso, a exterminaros. Aunque no debéis temer, hay fórmulas para que esto no ocurra. Yo mismo podría ser un peligro para vosotros, a no ser porque el Traje que porto, tiene un sistema de esterilización que impide que nada que yo contenga pueda salir al exterior, por explicarlo de una manera sencilla.
También quiero aclarar que si al final, los padres de un niño elegido, no desean que sea educado bajo mi tutela no tendrán más que indicarlo, siendo sustituido por el siguiente niño en calificaciones. Gracias por adelantado, pueblo de Pangea, por depositar vuestra confianza en mí.
El cubotrí volvió a quedar vacío, siendo sustituido por el Gran Consejo en pleno que apoyó y ratificó todo lo dicho por el Maestro Zerk. Pangea esa noche durmió más tranquila.