Capítulo XVIII

ARCHIVO PRIVADO DEL OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

Habían pasado cincuenta y dos años del ataque preventivo del Mal que no había vuelto a dar señales de vida, si excluimos alguna que otra pequeña escaramuza. Nuestra flota se recuperaba lentamente con el desmantelamiento de la segunda flota. Pero mis pensamientos se desviaban constantemente hacia Elizaid, no habíamos vuelto a saber absolutamente nada de él.

ARCHIVO DE ALTA SEGURIDAD SÓLO APTO PARA CAPITANES DE MÁXIMO RANGO.

INFORME DEL OB DEL CAPITÁN LAURENCE.

SITUACIÓN: LAIN SEN.

El Príncipe vuelve a preocuparme. Cada vez duerme peor. Sufre de extrañas pesadillas que le atormentan hasta el punto de despertarle. Muchas veces lo hace gritando, cosa que hace entrar a la escolta en tromba en sus aposentos pensando que le están atacando.

Dora, Jhem y Mhar también han notado un cambio en él. Se le ve algo más taciturno y algo distraído. A veces le han descubierto hablando o discutiendo con Dama sobre temas que no alcanzaban a entender. Cuando le he preguntado a Dama, se ha negado a responderme por orden expresa de Prance. Dora ha intentado en numerosas ocasiones sonsacarle en qué consisten las pesadillas, consiguiendo como único resultado, un ininteligible murmullo y que se encontraba bien.

Poco a poco se ha ido encerrando en sí mismo. A veces es como siempre pero si no está hablando con alguien, se aísla.

Pero hay más. Este período me ha llamado a sus aposentos. Cuando he entrado miraba un corte semiesférico de Lain Sen. Un plano simple. Los primeros kilómetros de rocas, la planta Jarkamte, las primeras diez mil plantas de veinticinco metros de altura. Las diez mil siguientes, de ciento cincuenta metros cada una, que albergaban vegetación de distintos planetas, con dos funciones, abastecer de oxígeno a la luna, con el consiguiente ahorro para los trajes y una forma para que la tropa se pudiera relajar, en un ambiente muy parecido al que hay su planeta de origen mitigando, en parte, la morriña por la lejanía.

El resto de plantas tenían diversos tamaños y funciones, almacenamiento de repuestos, armamento, laboratorios…

Y en la penúltima planta, se hallaba el control central de las siete lunas, desde donde se podían vigilar todos los sistemas internos de las otras lunas, actividades, evacuación de emergencia y lo más importante, la coordinación y activación de los cañones Jarkamte. Desde control central se podían dar órdenes a toda la flota, bases y colonias mineras.

En la última, cerca del gran núcleo, el sistema de generadores y acumuladores de energía que abastecían a la luna.

—Ejem.

—Perdona, Laurence. Estaba concentrado estudiando el plano —dijo pensativo.

—¿Ese esbozo? ¿No prefieres uno holográfico tridimensional, exacto y a escala?

—No. ¿Cómo va todo?

—Perfectamente. Esta luna es una maravilla.

—¿Hay alguna avería? —preguntó sorprendiéndome.

—¿Avería? No. Todo funciona a la perfección —le respondí dubitativo.

—Demos un paseo.

Tras salir de sus aposentos, nos dirigimos a uno de los elevadores electromagnéticos, como los de la Gran Dama, que atravesaban todas las plantas de la luna. Fuimos directos a la sala central.

La seguridad era prioritaria. Todo Guardián que se acercara a esta planta era exhaustivamente registrado, controlado y vigilado constantemente. En caso de ataque, el sistema defensivo, sellaba los huecos de los distintos ascensores en cada planta, con una gruesa plancha de M7. En cuanto entramos, Yárrem vino a recibirnos. No podía evitar sonreír con orgullo.

—Hola, mi señor, Capitán Laurence…

—Hola Yárrem. ¿Todo bien?

—Sí, mi señor. Entremos.

La Sala de control de las lunas era impresionante. Tan grande como la de la Gran Dama e igual de completa. En las pantallas se podían ver las distintas plantas en constante cambio. En la pantalla central, la más grande, Pangea, con sus nubes y su majestuoso continente y un ir y venir de pequeños puntitos que eran en realidad naves de todo tipo.

Se sentó en el centro, en el sitio de mando. Sin mediar palabra comenzó a mirar todas las secciones y plantas de Lain Sen. Las observaba un instante y pasaba a la siguiente. Tras varias horas, se detuvo en una bruscamente, cuando vio las cámaras de hibernación y poniéndose de pie, se dirigió al fondo de la sala. Tanto Yárrem como yo hicimos lo propio por acto reflejo y le seguimos.

—Yárrem.

—¿Sí, mi señor? ¿Ocurre algo? —preguntó algo alarmado.

—Este panel, ¿qué controla?

—La zona de cámaras de hibernación. ¿Por qué?

—No funciona.

—Perdón pero todo ha sido chequeado…

—No discutas, Yárrem. No funciona.

Yárrem me miraba, al igual que toda la sala que no se perdía detalle. Sus rostros denotaban perplejidad. Seguro que todos habían participado en la revisión de los sistemas.

—Pero si no la habéis activado siquiera —intervine.

—Laurence, afirmo que… ¡no funciona! Yárrem se puso delante del panel y lo activó.

—Siento contradeciros pero como veis, funciona.

—¡Teclea una orden!

—¿Alguna sugerencia? —preguntó algo escéptico.

—Activación de hibernación de una de las cámaras.

Con tranquilidad tecleó la orden y funcionó perfectamente, incluida la indicación de que no contenía ningún Guardián en su interior.

—¿Veis? Funciona. ¿Queréis usar la voz en vez del método manual?

—No. Pero insisto que no funciona. ¡No funciona!

—Pero Prance —le dije al oído—, te están mirando los hombres y como ves, el puñetero panel funciona.

—¡Teclea la orden de deshibernación! —dijo en alto.

Yárrem lo hizo y la cámara no respondió. Cuando volvió a repetir la operación, siguió sin responder.

—No… no funciona —dijo perplejo.

¿Cómo podía mi amigo saberlo?

—Buscad el error y subsanarlo. Tiene que ser un bucle de órdenes contradictorias.

—Sí, mi Príncipe.

Todo el mundo estaba estupefacto.

—Creo que el resto está bien —dijo escuetamente dirigiéndose hacia la salida. Luego fue hacia las plantas de vegetación. Yárrem se acercó y me susurró:

—¿Cómo…?

—No lo sé —respondí pensativo.

—¡Maldita sea! Ha ido directo hacia él. Es como si lo hubiese intuido.

—Lo único que puedo decirte es que poco a poco tiene más poder, cada vez me cuesta más seguir su línea de pensamiento y razonamiento… se empieza a parecer a Ayam…

Luego, tranquilo y a la vez preocupado, salí tras él alcanzándolo en el nivel que representaba a Pangea. Cuando estuvimos totalmente solos, le tanteé.

—Prance.

—¿Si?

—¿Cómo sabías que ese panel no funcionaba?

—No puedo explicarlo. Al verlo ha sido como si ya lo hubiera vivido, sabía que no funcionaba —respondió enigmáticamente, luego sus pensamientos se alejaron de mí.

Tras esa respuesta, nos mantuvimos en silencio y paseamos durante varias horas. No, no era un Dios, pero a veces lo parecía. No me extrañó que el rumor se extendiera cada vez más.

Al día siguiente fuimos de inspección a uno de los cañones Jarkamte. Era impresionante. Teníamos cuatrocientas sesenta parejas de gemelas Warlook para trescientos dieciocho cañones. Nos dirigimos a uno al azar. Cuando nos vieron llegar las gemelas nos hicieron la reverencia de máximo respeto. Tras una breve conversación de protocolo, Prance les pidió una demostración, más para halagarlas que para probar su habilidad y les proporcionó un objetivo hipotético. Tras alejarnos a un área de seguridad, comenzaron. Con asombrosa agilidad treparon por el cañón hasta los dobles asientos. Una controlaba la potencia, el momento de disparo o llegado el caso, el recorrido del cañón de tobera en tobera, la otra se concentraba en el disparo. Las zonas donde el cañón descansaba bajo las toberas, estaban perfectamente diseñadas para absorber el retroceso del disparo. Rápidamente del suelo surgían unas planchas que aislaban el cañón evitando así la fuga de aire. Las veinte compuertas de las toberas se abrían un instante antes, volviéndose a cerrar casi de inmediato, una tras otra. Las toberas estaban distribuidas simétricamente por toda la superficie de Lain Sen. Así, en caso de ataque el cañón se desplazaba rápidamente por su sector cubriendo toda el área. La demostración fue perfecta y ambas recibieron las felicitaciones del Príncipe.

ARCHIVO DE COMBATE.

APTO PARA CAPITANES.

ASUNTO: NUEVA ARMA BIOLÓGICA DEL MAL.

Zuzan me miraba pensativa, algo estaba pasando por su cabecita y en cualquier momento lo iba a soltar. Empezó a pasear arriba y abajo en la sala de control. Miré a Laurence que sonrió maliciosamente, él también se había dado cuenta y me hizo un gesto de complicidad para que me preparara. Una hora después me pidió que me reuniera con ella en mis aposentos de Lain.

—¿Tengo que escucharte como amigo o como Príncipe? —pregunté sonriente.

—Como Príncipe —respondió sorprendiéndome.

—Está bien Jefe de Escuadra de elite Zuzan, ¿qué es lo que ocurre? —pregunté algo alarmado.

—Quiero que me pongáis al mando de Lain Sen —soltó de sopetón como de costumbre.

—Siempre al grano, ¿verdad? ¿Puedo saber por qué?

—Porque tanto usted, el Capitán de Capitanes Laurence o el Capitán de Capitanes Yárrem son imprescindibles en la flota y es un desperdicio que permanezcan aquí. He colaborado estrechamente con Yárrem en la construcción de las lunas. Las conozco hasta el último milímetro y creo que estoy más que capacitada para dirigirlas.

La miré duramente y acercándome, la estreché entre mis brazos desconcertándola.

—Pequeña impaciente y cabezota. Si te dignaras a mirar los mensajes de tu cubículo, habrías descubierto que Laurence te va a poner al mando en el próximo Al Tar Pangeano… Capitán de elite Zuzan.

Mirándome tiernamente, se echó a llorar.

De pronto un suave zumbido me avisó que la IA de mis aposentos quería decirme algo.

—Cásam, ¿qué ocurre?

—El Capitán Laurence quiere hablar con usted, mi señor.

—Ponlo en la pantalla principal.

Apareció Laurence, serio. Problemas, seguro.

—Hemos interceptado una extraña señal de auxilio, del sistema Sidómel. —¿De Sidómel?

—Tiene cuatro planetas habitados, —intervino Cásam, Shaifín, que es el planeta Capital, Killfhín, Ghaifín y Thayfín que son planetas colonizados, pero sus ejércitos son muy poderosos. El Mal no les atacaría, tardarían demasiado en derrotarles dándonos tiempo más que suficiente para que les ayudáramos— especuló con su lógica de IA.

—Eso es lo extraño, la hemos recibido de los cuatro planetas casi a la vez.

—¿No hay comunicación con ellos? —pregunté extrañado.

—Sólo la señal de alarma en caso de máxima urgencia. Es la única que el Mal no puede interceptar. Pero su silencio sólo puede indicar que el enemigo ha sembrado el sistema de satélites interceptores.

—Prepara la flota. Salimos de inmediato —dije cortando la comunicación.

—Prance… —comenzó Zuzan.

—Capitán, queda al mando de las lunas. Siento que tenga que ser así, sin una ceremonia para celebrarlo.

—Estamos en guerra. Ya la haremos a la vuelta.

Tal y como predijo Laurence, el sistema estaba plagado de satélites. Desde el límite del sistema comprobamos que no había ninguna gran nave en movimiento. Desplegamos la flota y según nos adentrábamos, destruíamos los satélites. No nos dirigimos directamente al planeta Capital Shaifín. Tuvimos que detenernos hasta asegurar la zona. Al cabo de una hora, el Jefe de comunicaciones se me acercó con la expresión ceñuda.

—¿Qué es lo que ocurre Jefe Lomop? —pregunté mirándole a los ojos.

—De Shaifín recibo un batiburrillo de incomprensibles señales, cosa lógica ya que aún quedan un sin fin de satélites, aunque se van aclarando los canales, pero de los otros tres sólo obtenemos silencio, como si no existieran y eso es imposible con sus espaciopuertos y áreas de comunicación interplanetaria.

—¿Nada de nada? —pregunté incrédulo.

—Como si no hubiera vida.

—Será un nuevo dispositivo instalado por el Mal. Vuelva a su puesto e infórmeme de cualquier novedad.

—Sí, mi Príncipe.

Laurence se acercó sentándose en el asiento contiguo.

—No Prance, no podemos acercarnos hasta que barramos los satélites, si nos dirigimos a Shaifín directamente, quedaremos aislados como ellos. Espera que los cazas los localicen y destruyan —comentó como si leyera mis pensamientos.

—Tienes razón, esperaremos. Llama a Yárrem quiero saber cómo estamos de repuestos para la flota.

—No está a bordo. Creí que lo sabías.

—¿En qué Crucero está? —pregunté extrañado.

—En ninguno. Poco después de que recibiéramos la llamada de socorro, partió hacia Pangea. Pensé que era orden tuya.

—¿Mía? Llama a Pangea. A los pocos segundos apareció, para nuestra sorpresa, el Jefe del Gran Consejo que en ese periodo era el Venerable Fiomtul.

—Hola, mi señor. ¿Va todo bien?

—Sí, estamos despejando el sistema. ¿Está Yárrem ahí?

—No, mi señor. Ha partido hacia Jarkis en un Crucero de la segunda flota.

—¿Cuál? ¡El nombre de ese Crucero! —ordené enfadado.

—¿Ocurre algo?

—No le he ordenado que vaya a Jarkis. El nombre.

—El «Disform».

—Gracias Venerable —dije cortando la conversación.

Una mirada a Laurence bastó para que localizara al Crucero lo más rápido que fue posible. Estaba a poca distancia de Jarkis.

—Hola, mi Príncipe —dijo al aparecer en la pantalla principal.

—¿Puedo saber qué haces en ese Crucero?

—Me ha llamado la Gran Garda.

—¿Y?

—Que hay problemas y los Fried no saben cómo solucionarlos.

—¿Problemas? ¿De qué tipo?

—De suministros.

—¡Suministros! ¡Maldita sea! ¡No podemos enviarles más, estamos en el límite! Sin contar que les hemos enviado todo lo que tenemos.

—Y debería ser más que suficiente —intervino Laurence.

—Estoy de acuerdo. Por eso voy personalmente. Estoy seguro de que es un problema de organización administrativa. Volveré cuanto antes, mi señor.

—Soluciónalo. No podemos estirar más los suministros, tienen que arreglárselas.

—Déjelo en mis manos —dijo saludando, cortando la comunicación. Miré a Laurence serio.

—¿Pasa algo? —me preguntó.

—No es nada. Es que me ha dado la impresión de que me ocultaba algo.

—¿Yárrem? Como no sea que se entrevistará con la Gran Garda…

De pronto el Capitán Espices se removió en su asiento intranquilo. Vigilaba el control de contactos con otras naves.

—Capitán Espices, ¿qué ocurre? —pregunté algo intranquilo, no era un hombre que se preocupara vanamente.

—Tiene que ser un error, mi señor. No detecto ninguna nave aparte de las nuestras.

—¿En este sistema? Imposible, su comercio es brutal —apuntillo Laurence.

—¿Qué demonios está pasado aquí? —pregunté—. Lomop, ¿ha establecido contacto con los otros tres planetas?

—Nada. Silencio total. No hay transmisiones ni externas ni internas. Y… Tengo una trasmisión clara de Shaifín. Es su Jefe de gobierno.

—Pásala por la pantalla principal.

Apareció un hombre que por los datos que teníamos era su Gobernador, Lihon. Su rostro estaba desencajado, cenizo. Parecía que llevaba horas sin dormir. Por el fondo se veía a multitud de personas corriendo de un lado para otro, preparando algo.

—¡Gracias a la todo poderosa Hyum, que han llegado!

—¿Qué es lo que ocurre Gobernador? No hay ni rastro del Mal y tres de sus planetas permanecen mudos.

—Todos han muerto, esos malditos bichos han acabado con todo aquél que no pudo salir. —¿Qué bichos?

—Les envío una proyección holográfica. Estudien como acabar con ellos. Y venga cuanto antes, están acabando con el océano y si lo cruzan, nos exterminarán. Lo mejor será que nos evacuen a todos por si no pueden pararlos —dijo temeroso.

—¿Pero qué demonios está diciendo? Mientras nos dirigimos hacia allí, comience a explicarme todo desde el comienzo —le pedí.

Tomó aire y comenzó:

Estaba de visita protocolaria en los nuevos campos transgénicos de alimentos para animales. En mitad de la ceremonia recibí una llamada urgente de la sede el gobierno.

—¡Gobernador! El General Quarther nos informa, que sus servicios de vigilancia acaban de detectar que una pequeña flota del Mal se ha detenido en el límite del sistema.

—Pásame con él —dije tranquilo mientras me acercaba a mirar la pantalla del transporte de superficie. Nuestra flota de defensa era lo suficientemente poderosa como para contenerles hasta que ustedes llegaran.

—Buenos días, Gobernador.

—General… No es la primera vez que hacen algo así. Es para intimidarnos, pero no lo conseguirán.

—Llevo treinta y dos años al frente de nuestra flota y esta vez es distinto. Sólo son veinte cruceros pero cuatro de ellos tienen un aspecto muy raro.

—¿Y puedo saber qué tienen de raro?

—Uno es esférico con bultos por todas partes como una mora y los otras tres parecen puerco espines.

—¿Qué función pueden tener?

—No tengo ni idea, pero son los más adelantados.

—Vigílelos.

—He dejado la mitad de la flota protegiendo Shaifín y el resto la he repartido por los otros tres planetas. Todos los Capitanes tienen orden de permanecer en alerta y preparados para socorrer al planeta que haga falta.

—Infórmeme de las novedades.

Seis horas después volvió a llamarme. Lo flota del Mal avanzaba. Dimos la alerta y esperamos. Los extraños cruceros permanecieron quietos en la retaguardia mientras las otros dieciséis se dividieron en cuatro grupos y se dirigieron hacia los planetas. En realidad buscaban combatir contra nuestra flota. Un autentico suicidio ya que la proporción era de cinco a uno. El ataque fue cruento, con todo lo que tenían. No aguantarían un gasto energético así. Nuestra flota los barrería. Fue en ese instante, mientras nuestros cruceros estaban concentrados en rechazar su ataque, cuando la nave con forma de mora avanzó hasta el centro del sistema.

Lo que voy a relatarle a partir de ahora me lo contó personalmente el General Quarther.

La nave permaneció quieta durante unos minutos. De pronto empezó a vibrar como si algo pugnara por salir y fue entonces cuando estalló, desperdigando por todo el sistema los malditos satélites interceptores. No pudieron hacerlo de mejor forma. Nos dejaron incomunicados de golpe. La flota y los planetas no podían comunicarse entre ellos. Habían bloqueado toda posible acción coordinada. Pero había algo raro, aproximadamente la mitad de los satélites permanecían inactivos. Aprovechando la confusión, los otros tres cruceros puerco espines ocuparon su lugar mientras el resto de cruceros del Mal se retiraba rápidamente.

El General, que estaba con la mitad de la flota ordenó a sus cruceros que no se separaran y que protegieran Shaifín, porque de lo contrario perderían la comunicación. Los tres cruceros comenzaron a separarse formando un triángulo perfecto. El crucero que apuntaba a Shaifín comenzó a rotar, imitado enseguida por los otros dos que apuntaban, alternativamente a las trayectorias de los otros tres planetas. Nuestra flota activó todos sus escudos a máxima potencia y se prepararon para el ataque.

Las extrañas y puntiagudas protuberancias, de un color brillante metalizado también empezaron a girar y, con una explosión en su base, salieron disparadas hacia los planetas. Tenían el tamaño suficiente como para albergar unos veinticinco hombres, algo realmente escaso por muchas que fueran, para una invasión, además esas tropas quedarían muy desperdigadas perdiendo toda su efectividad. El General pensó que eran bombas y se preparó para lo peor.

Cuando las protuberancias estuvieran a tiro, ordenaría que abrieran fuego. Los Capitanes que dirigían la defensa de los otros tres planetas, por lógica, harían lo mismo. Las protuberancias activaron sus escudos a tal potencia que no durarían más que unos pocos minutos, un auténtico suicidio. Eran tantas que se podían contar por millares. Venían a gran velocidad. No importaba, los cruceros las interceptarían y destruirían a todas. Se encontraban bien localizadas, no escaparía ninguna. Cuando estaban a punto de entrar en el campo de tiro de gran distancia de los cruceros, los satélites inactivos dejaron de estarlo, borrándolas de nuestros localizadores. Cundió la desesperación entre los artilleros de las naves, sólo podrían destruirlas cuando estuvieran a poca distancia. Siendo tantas, alguna podría colarse. De inmediato se reaccionó enviando todos los cazas disponibles. Cuando estaban a punto de interceptarlas ocurrió algo increíble, cambiaron de color, volviéndose negras. Ya que no podían detectarlas a no ser que estuvieran muy cerca y no se podían distinguir a simple vista. Los cazas sólo pudieron acabar con un tercio de ellas antes de verse obligados a retirarse, al estar las espinas a tiro de los cañones láser de los cruceros.

Para sorpresa de la flota, las espinas no maniobraban para esquivar el ataque sino que seguían sus trayectorias hacia los planetas. Los artilleros se volvieron locos disparando contra toda espina que estaba a su alcance.

Al percatarse los Capitanes de los cruceros de que no podrían destruir todas, optaron por interceptarlas con sus propias naves antes que permitir que atacaran los planetas. Tenían el convencimiento de que se destruirían cuando chocaran contra los escudos. Nada más lejos de la realidad. El diseño de esas espinas estaba preparado para eso exactamente, para atravesar los escudos, ya tocados por el reciente combate e incrustarse en los cruceros.

El ochenta por ciento de ellos fueron alcanzados por las espinas. Casi de inmediato se empezaron a recibir extraños mensajes de animales que les atacaban. Antes de que el General Quarther pudiera decidir una línea de acción, lo cruceros del Mal reaparecieron pero en vez de dieciséis fueron cincuenta. El General comenzó a dar órdenes para repeler el ataque pero las naves que habían sido alcanzadas por las espinas no respondieron. Algunas empezaron a moverse de sus posiciones erráticamente como si nadie las pilotara, otras simplemente se apagaron como si no tuvieran energía y unas pocas estallaron como si les hubieran alcanzado en sus almacenes de energía. Tres sobrepasaron a la flota y cayeron en Killfhín. Cuatro en Ghaifín, cinco en Thayfín y una aquí, en el otro continente.

El General no pudo hacer frente al ataque de la flota del Mal. Aunque combatió magistralmente le superaban en número. Perdió todos los cruceros menos dos que aterrizaron aquí. Nuestras baterías láser de protección se activaron en todas las ciudades. Pero para nuestra sorpresa, la flota del Mal no sólo no nos atacó, sino que ni siquiera intentaron desembarcar tropas. Para nuestro desconcierto permanecieron en el sistema entre los planetas, destruyendo cualquier nave que partía. Fue cuando decidimos usar la alarma de aviso de máxima urgencia pero sabíamos que tardarían cuatro días en llegar. Dos horas después recibimos una llamada del otro continente. Una de las pequeñas ciudades, Milton, estaba siendo arrasada por unos extraños animales. El ejército no podía contenerles y nos pedían refuerzos.

Les enviamos un batallón. El General Quarther se ofreció voluntario para dirigirlo. Intentaron contenerles al sur de la ciudad principal pero les sobrepasaron, finalmente nos vimos obligados a evacuar a toda la población que pudimos rescatar de los puertos. Enviamos todo lo que volaba para traerles. Estamos reforzando la costa con todo el armamento que tenemos para cuando lleguen.

Permanecí pensativo comprendiendo por qué el Mal se quedó entre los planetas, para que nadie pudiera escapar. Seguro que no esperaba que Shaifín resistiera tanto contra… lo que fuera.

—Estaremos allí cuanto antes. Prepare los espaciopuertos para que descarguemos a las tropas.

—No lo entienden. No los podrán parar. Están acabando con el gran océano. Lo están evaporando.

—Eso no es posible. Prepare a sus tropas para que se unan a las mías. Traigo cinco megabatallones conmigo y miles de cazas. No va quedar ni uno sólo, puedo asegurárselo —dije cortando la comunicación.

—Llama a Thorfhun —le ordené al Capitán de comunicaciones interiores—. Quiero que prepare un equipo biológico. Necesito saber qué clase de animales son ésos y de dónde han salido tantos como para derrotar al ejército de Shaifín. También quiero saber cómo están las poblaciones de los otros tres planetas.

—Sí, mi Príncipe.

—Pero que no tomen tierra. Todavía no sabemos a qué nos enfrentamos.

Laurence me esperaba en mis aposentos, junto a Dora, Jhem y Mhar. Antes de que se cerraran las dobles puertas ordenó a los dos guardianes de escolta interior que salieran.

—Lo leo en tus ojos. Me diste tu palabra de que no te arriesgarías —me acusó Laurence.

—Bajaré con Jhem en Lara. Al menor síntoma de peligro volveré.

—Eso puedo hacerlo yo —dijo Dora.

—¿Alguno de los aquí presentes podría dirigir y coordinar a los cinco megabatallones a la vez? —pregunté serio.

—Creo que yo sí —dijo Laurence.

—¿Creo? Ahí abajo hay cincuenta millones de shaifinitas y más de la mitad están refugiados. El continente que ha caído es el agrícola y ganadero. En menos de un mes la hambruna llegará a todo el planeta. O acabamos con esas cosas o habrá que evacuar a la población.

—Podrías dirigirlo todo desde aquí —dijo Mhar.

—¿Desde cuándo se puede dirigir un combate en tierra sin estar presente? Además las tropas se sentirán más seguras si estoy con ellos.

—El Capitán del Crucero Kolm solicita hablar con usted —nos interrumpió Dama.

—Pásala a la pantalla principal —le ordené.

—Sí, mi Príncipe.

—Infórmeme Capitán Lonygt. ¿Qué ocurre en Thayfín?

—Están todos muertos —respondió escuetamente.

—¿Todos? —pregunté incrédulo.

—No se puede imaginar lo agresivos que son esos animales, ¡y lo rápido que se reproducen!

—Tiene otra llamada del Capitán del Crucero Pojimt —volvió a interrumpir Dama.

—Pásala en la pantalla secundaria.

—Sí, mi Príncipe.

—Le escucho Capitán Tumpol. ¿Hay supervivientes en Killfhín?

—Me temo que no, mi señor.

—El Capitán…

—¡Pásalo en la tercera!

—Sí, mi Príncipe.

—¿Supervivientes en Ghaifín, Capitana Satorka?

—No, mi señor. Viendo a esos malditos, es imposible. Su única meta es matar —dijo angustiada.

—Quiero que cada uno me envíe una imagen tridimensional de uno de esos bichos. Necesito ver cómo son y, sobre todo, si son iguales —ordené—. Dama muéstralos en medio de la sala.

Cuando aparecieron pegamos un brinco, incluso «mis hijas adoptivas» se llevaron las manos a las armas. Eran tan impresionantes como horrorosos. De más de dos metros de largo por uno de alto. De color verde y marrón, con protuberancias. Una boca enorme que casi partía la cabeza en dos, con unos dientes grandes, triangulares y afilados. Cuatro patas que acababan en garras prensiles, con afiladas garras. Todo músculo y energía. Babeaban con furia y husmeaban a través de los dos agujeros que tenían en vez de nariz. Tampoco tenían orejas, ni ningún agujero que contuviera oídos. De pronto ante nuestros asombrados ojos, uno de ellos empezó a vibrar y se escindió en dos animales que eran una réplica del anfitrión pero la mitad de grandes. Se movieron hacia un árbol y lo derribaron a mordiscos, devorándolo ferozmente, aumentando rápidamente de tamaño.

—Por lo que hemos podido observar, en cinco minutos, y si tienen alimento suficiente, se podrán volver a escindir —intervino Tumpol.

—¿Está seguro de ese período de reproducción? ¿Y los demás?

—Estoy de acuerdo, mi señor —dijo Sakorta.

—Yo también, mi señor —apuntilló Lonygt.

—Registren los planetas por si aún hay algún superviviente y luego reúnanse con nosotros.

Cuando corté la comunicación todos comenzaron a hablar, dirigiéndose a mí, a la vez.

—¡Silencio! Ahora más que nunca pienso bajar.

—Pe… —¡No le he dado permiso para hablar Capitán Laurence! Dora.

—¿Sí, mi Príncipe? —preguntó mordiéndose la lengua.

—Prepara un plan de evacuación.

—¿Para cincuenta millones? —preguntó estupefacta.

—En menos de un mes, no hay alimentos para más tiempo y necesito planetas que los alberguen. Ordena a Yárrem que se nos una lo más rápidamente posible. Vamos a necesitar toda su experiencia administrativa. Jarkis puede esperar.

—Sí, Prance —aunque estaba enfadada, no pudo responderme irónicamente.

—Laurence, coordinarás el ataque con todos los cazas y naves. Quiero que los acosen, ataquen y eliminen, con un poco de suerte no hará falta usar los megabatallones, tal vez podamos exterminarles con los cruceros y cazas.

—Jhem, tú te encargarás del sistema de transmisiones. Quiero estar informado de lo que ocurre en todo momento, hasta el mínimo detalle.

—Mhar, tu vendrás conmigo, te encargarás de mi seguridad y de la coordinación, si llegara el caso, de los Capitanes y Jefes de Escuadra de los megabatallones.

—¿Alguna duda?

—¿Me permitirás que asegure la zona antes de que te reúnas con el Gobernador? —preguntó Laurence algo dolido.

—Claro, amigo. Impulsivo sí, loco no.

—Entonces, permíteme enviar al quinto megabatallón, de forma que para cuando esté la zona segura, te esté esperando con el Capitán Espisces.

—Y te informe si hago alguna locura.

—Me conoces bien.

—Concedido. Prepáralo todo. Dama, ¿cuándo entraremos en órbita alrededor de Shaifín?

—Dentro de dos horas y cuarenta y seis minutos.

—¿Por qué tanto tiempo?

—Todavía hay satélites…

—No importa. Dirígete directamente. Los cruceros pequeños y los cazas se encargarán de ellos. Cada segundo cuenta. Dada la velocidad con la que se reproducen… Una cosa más Dama, envía las imágenes de los animales a Thorfhun.

—Sí, mi Príncipe.

Veinte minutos después, mientras preparábamos el plan de acción, la sala de mando nos llamó.

—¿Qué ocurre Jefe de control? —preguntó Laurence.

—Creo que deberían ver esto —dijo mostrándonos Shaifín.

No se veían los continentes. Estaban totalmente cubiertos de nubes. Había tormentas por todas partes. ¿Qué demonios estaba ocurriendo? Conocía ese planeta y su clima era muy benigno.

Cuando descendí con Lara, Espisces estaba esperándome. Al abrir la compuerta una fuerte ráfaga de viento y lluvia penetró, sobresaltando a mi escolta. Llovía copiosa y torrencialmente. El ambiente era bochornoso y cargado, algo impensable para la época. Bajo la lluvia, con cara de angustia estaba el Gobernador, muy nervioso. En cuanto me vio se acercó presuroso.

—Hola Gobernador.

—Estamos encantados de que estén aquí. ¿Cuándo nos van a evacuar?

—Pronto. Primero quiero organizar la defensa del continente. Probablemente no haya que evacuar a nadie, mis Guardianes acabarán con los bichos.

—¿Y si llegan hasta aquí? —preguntó aterrorizado.

—¿Vuelan?

—No, que sepamos.

—Entonces les va a resultar un poco difícil atravesar todo el maldito océano.

La conversación fue interrumpida cuando un pequeño vehículo de exploración descendió rápidamente, a pocos metros. Sin casi esperar a que tomara tierra, el Jefe médico Thorfhun descendió presuroso.

—¿Qué noticias me traes sobre esos bichos? —pregunté ansioso.

—Son lo más mortífero que he visto nunca, mi señor. Hay que evacuar a la población en cuanto podamos.

—¿Nadan?

—No lo creo.

—Entonces el océano los contendrá mientras buscamos una forma de exterminarlos.

—No, mi Príncipe, eso no va a ser posible. Están consumiendo el océano.

—Ya, se lo están bebiendo —bromeé.

—No, simplemente se introducen en él —dijo serio.

—¿Con qué objetivo? ¿Atravesarlo andando?

—Hemos descubierto que la sal es para ellos, como el ácido sulfúrico para nosotros.

—Así que se están suicidando —comenté dudoso.

—La reacción de la sal produce mucho calor, tanto, que evapora el agua del océano. Por eso la lluvia constante. Si siguen así, en menos de un mes llegarán hasta nosotros.

—Traeremos sal para que el agua siga como barrera de protección.

—No servirá. Ya ha bajado un metro desde que empezaron a lanzarse.

—Pero no para de llover… ¿la consumen para reproducirse? —pregunté temiendo la respuesta.

—Casi toda la que cae en su continente. Los ríos están atestados de ellos. Su reproducción es rapidísima. Están devorando todo lo que es orgánico o cualquier cosa que les ataca, aunque sea inorgánico. Son realmente terribles. No han dejado prácticamente nada de las ciudades.

—¡Capitán Espisces! —grité bajo la tormenta.

—¿Sí, mi Príncipe? —preguntó en cuanto se acercó.

—Llama a la Gran Dama e informa a Laurence de que ordene a los otros cuatro megabatallones que se desplieguen por la costa, en cuanto calculemos por dónde se unirán los dos continentes, cuando el océano descienda. También quiero que se instalen en esa zona todos los cañones láser de que podamos disponer.

—De inmediato, mi señor.

—Usa a Lara.

—Gracias, mi señor.

Poco después volvió Espisces azorado.

—¿Qué ocurre? —le pregunté.

—El Capitán Laurence quiere que vuelva.

—No, —respondí obstinado—. Obedezca mis órdenes.

Cuando enviamos todas las naves de combate al otro continente, descubrimos con pesar que no podíamos localizarles bajo las nubes. Prácticamente no emitían calor corporal, no eran rastreables por infrarrojos. Disparábamos casi a ciegas. Finalmente tuve que tomar una decisión que nunca creí que llegara a tomar contra un planeta aliado y todavía habitado.

—Lara, ponme con la sala de reuniones de la Gran Dama.

—Sí, mi Príncipe.

La pantalla me mostró a todos los presentes Laurence, Taban y Capitanes de elite.

—Hola a todos —saludé serio—. Me veo obligado a tomar una dura decisión, a no ser que alguno de ustedes tenga una idea para aniquilar a esos bichos…

—No hay ninguna, mi señor —dijo Laurence—. Yárrem llegará en la próxima evolución Shaifín, día y medio Pangeano aproximadamente.

—Gracias, Laurence. Entonces ordeno al Crucero Yasmlp que intervenga con Una. El silencio en la sala fue sepulcral. Todos sabían lo que implicaba mi orden.

—Sé que nunca las hemos utilizado, por la destrucción que implica el uso de un arma termonuclear pero esta vez no tenemos otra opción. Dama sugiere que la usemos en el centro del continente, sobre el lago Jiklon. Como bien saben, en el Jiklon desembocan seis ríos y es el lugar de mayor producción de esos malditos. Después, una vez comprobemos que la zona está limpia, bajaremos y los iremos barriendo ampliando el círculo.

—Los que están en la costa se volverán contra los megabatallones que estén en el área de la detonación —intervino Thorfhun—, porque hemos descubierto que de alguna forma se comunican telepáticamente.

—¿Desde qué distancia? —preguntó Dora.

—Por el tamaño de su cráneo, no pueden tener un cerebro muy grande, por lo que he visto calculo que unos cien metros, cincuenta arriba o abajo.

—Mejor, así los exterminaremos más rápido. No podrán reproducirse, no hay nada orgánico que comer en todo el continente y si dejan de lanzarse contra el mar, dejará de llover —dije convencido.

—El problema será que los megabatallones no podrán contenerlos —dijo Laurence.

—¿Pudiendo relevarse y recargarse de energía constantemente aprovechando la propia radiactividad residual de la bomba? —pregunté incrédulo.

—Hace menos de una hora que he recibido el número aproximado de esos bichos. Superan los quince mil millones. Si se lanzan todos a la vez, que es como reaccionan en cuanto se sienten amenazados, no habrá quien los contenga —dijo Laurence.

—En cuanto se agrupen lanzaremos más bombas. Ya limpiaremos el continente de radiactividad, usando los trajes para consumirla. ¿Alguna cuestión más? ¿No? Bien, demos luz verde al Yasmlp.

—Mi señor, sugiero que comencemos con una sola bomba para ver cómo reaccionan —dijo interesado Thorfhun.

—Seguiré tu consejo.

Seis horas después dejamos caer sobre el Jiklon, una bomba termonuclear de veinte megatones. El lago al completo se vaporizó. En cuanto el efecto devastador de la bomba entró, en lo que podríamos considerar, efectos aceptables para la seguridad de una nave de reconocimiento, hicimos una primera inspección. No quedaba nada con vida en kilómetros alrededor del lago. Parecía un éxito hasta que, tras avanzar por la destrucción, encontramos el primer animal medio abrasado y en apariencia agonizante. De pronto empezó a vibrar salvajemente y en menos de un minuto se duplicó seis veces. No podíamos creerlo también se alimentaban de radiación. De todas partes vinieron y se anclaron en el lugar de impacto de la bomba. Se multiplicaban a tal velocidad que no había forma de contabilizarlos. Habíamos fracasado.

Tras unas nuevas comprobaciones del fracaso del método, volvimos a tener una reunión.

—Esos malditos, contra todo pronóstico, se pueden alimentar de radiactividad —dije cabizbajo—. De ahí que las espinas no pudieran ser detectadas hasta que no estuvieran muy cerca, no llevaban aislamiento anti radiación.

—¿Y si probamos con una bomba de neutrones? —dijo uno de los ayudantes de Thorfhun.

—¿Acaso no hay radiación neutrónica en el espacio? —preguntó Taban irónico.

—Nada de bombas. Es imposible que arrasemos todo el continente sin afectar al otro —dijo Laurence.

—Tiene razón. Tenemos que contenerlos hasta que evacuemos a toda la población. ¿Cómo van los planes de evacuación, Yárrem? —le pregunté, observando que su rostro denotaba bastante cansancio.

—Tras muchas negociaciones ya tengo en doce planetas, albergue para treinta millones…

—No es suficiente. En tres semanas los tendremos aquí. Dentro de cuarenta y ocho horas quiero que hayas conseguido refugio para los otros veinte.

—Intentaré cumplir tus directrices —respondió pensativo.

—Dora, quiero que empieces la evacuación de inmediato, con todo lo que tengamos. Cuando descargues a los pasajeros, te traes todos los alimentos que puedas del planeta de destino para el siguiente viaje.

—El sistema más cercano está a tres días de viaje, con civiles cinco, al no poder acelerar directamente, sin tener que rotar para tener la gravedad necesaria. Los cálculos son mucho más complicados…

—Eso significaría que no vamos a evacuar a todos ni en tres meses. ¡No disponemos de tanto tiempo!

—Hay una solución —intervino Laurence mirando seriamente uno a uno de los presentes—. No te va a gustar —continuó mirándome los ojos—, cuando descarguemos un lote de refugiados, obligar a las grandes naves del sistema en cuestión a cargar provisiones y unirse al rescate.

—¿Y cómo vamos a hacer eso sin desencadenar una guerra? —preguntó Yárrem.

—Si no nos ayudan, dejaremos de ayudarles y, sobre todo, de protegerles del Mal.

—Si hacemos eso, nos pondremos al mismo nivel que ellos —dije triste.

—Entonces quedarán sin evacuar quince millones como mínimo —dijo Dora.

—No ocurrirá eso. Como Capitán General de la corporación Warfried y ya que Shaifín es miembro de pleno derecho a los aliados de la corporación, ordeno a todos nuestros aliados que nos envíen todas las naves y suministros que tengan disponibles. Ignorar o desobedecer esta orden implicará la expulsión de la corporación y por tanto la rotura de la alianza con los Guardianes del Bien, quedando a merced del Mal o de cualquier otro enemigo, sin poder solicitar nuestra ayuda.

—No les va a gustar, pero obedecerán —dijo Yárrem algo más optimista.

—Laurence encárgate de que Dama envíe a todos los aliados cercanos, la orden.

—De inmediato Prance. ¿Les solicito también tropas?

—No. Eso sería presionar demasiado y les dejaría desprotegidos. En cuanto llegue la primera nave con refugiados, la noticia sobre los animales correrá por todos los sistemas y empezaría a cundir el pánico —dije pensativo.

En ese mismo período recibí una comunicación de un Crucero que rastreaba todo el sistema en busca de algún satélite que no se hubiera localizado y destruido. Di permiso a Thorfhun para escuchar la conversación.

—¿Qué es lo que ocurre Capitán Llimlimo? —dije leyendo su nombre en una pequeña pantalla que Lara habilitó para ello.

—Hemos localizado una espina medio destruida. Tengo la certeza de que hay bichos de esos dentro. Nuestros sensores los han localizado e informan de que no se mueven y su calor corporal es cero.

—Ni se les ocurra acercarse hasta que tengan más datos —intervino Thorfhun desde su nave de reconocimiento.

—Tiene razón, esos insaciables son realmente peligrosos. Envíen primero un robot para que inspeccione la espina y compruebe que no queda ninguno con vida.

—Sí, mi Príncipe.

El robot retransmitía todo lo que captaban sus seis sensores. La espina había sido partida en dos. Éste era el trozo de cola, que en apariencia estaba intacto. El robot se introdujo lentamente por la abertura, mostrando con sus potentes luces el interior. De inmediato vimos que aún contenía unos treinta animales, un tercio reventado o medio quemados por el impacto y por supuesto todos absolutamente congelados. El robot escaneó uno a uno a los animales, comprobando que estaban muertos. Movió y destripó a varios haciendo una primera evaluación de su constitución descubriendo que disponían de un corazón, un pulmón, tres estómagos y treinta metros de intestinos que no desembocaban en ningún lado. Todo lo que comían lo digerían o permanecía en el final del intestino porque carecían de aparato excretor. Finalmente se decidió trasportar los cadáveres intactos al Crucero para que el equipo de Thorfhun los pudiera investigar a fondo y averiguar cómo exterminarlos.

Tras introducirlos, uno de los ayudantes de Thorfhun, ayudado por media docena de guardianes, recogieron a los animales del compartimiento de carga. No habían llegado al laboratorio cuando el calor interior del Crucero los descongeló. Trece de ellos estaban intactos y de inmediato revivieron y acabaron con mis guardianes. Para cuando la tripulación quiso reaccionar, ya estaban por todas partes. Tan sólo tres lanzaderas consiguieron salir con cuarenta y dos tripulantes. El resto, entre los que se encontraba el Capitán Llimlimo, murieron. El Crucero, sin control, acabó cayendo en el campo gravitacional de una de las lunas de Shaifín, estrellándose con la consiguiente explosión energética.

Los aliados respondieron con celeridad y la evacuación iba a buen ritmo pero estábamos muy justos de tiempo. Los animales, que la población los había apodado «los insaciables», seguían suicidándose lanzándose al océano. Tras muchos cálculos, llegamos a la conclusión de que los continentes se unirían en el Sur, en una franja de cinco kilómetros de ancho por veinte de largo. Mientras hubo agua, se minó el istmo hasta con cien capas de minas energéticas. Instalamos todos los cañones láser que pudimos y levantamos una gran muralla a base de bloques de granito, de más de ochenta metros de altura, haciendo medio círculo para contenerles y poder exterminarlos desde arriba. Cuando el nivel del agua descendió hasta un metro y viendo la muralla de vapor del otro lado de la costa, comprendí que no seríamos suficientes pero no podíamos irnos, aún faltaba un quinto de la población por evacuar. En ese crítico y duro momento y bajo la intensa lluvia, me llamó Laurence.

—No pienso volver —dije nada más verle aparecer por la pantalla principal de Lara.

—Eso ya lo daba por sentado. El convoy de rescate bajo el mando del Capitán Nomentor ha sido atacado por la flota del Mal. Los cuatro cruceros que lo protegían han luchado fieramente pero Tógar los superaban en número y me temo que han sido aniquilados.

—¿Cuántos refugiados transportaban? —pregunté tristemente.

—Era el más grande, un millón y medio. —¿Puedes destinar más cruceros para los restantes convoyes?

—Tal vez media docena más. Un número superior dejaría a la Gran Dama demasiado desprotegida. No sabemos dónde se encuentra la flota de Trash.

—Haz lo que puedas.

—Así lo… —comenzó a decir porque le interrumpió un Capitán de transmisiones.

—¿Qué ocurre?

—El convoy al mando de la Capitana Dismoe, con dos cruceros de escolta también ha sido atacado y destruido por la flota de Tógar. Transportaba un millón de refugiados.

—Que la población monte en las naves pero que no se dirijan a sus destinos. Deben permanecer junto a la flota hasta que todos hayan sido evacuados. Nos iremos todos juntos.

—Eso implicará que tendrás que permanecer ahí abajo dos días más por lo menos.

—Aguantaremos. Obedece mis directrices, amigo —dije cortando la comunicación.

Mientras ordenaba a todos los Capitanes y Jefes de Escuadra que vinieran a reunirse conmigo para explicarles que deberíamos aguantar dos días más, me llegaron dos informes sobre el aniquilamiento de otros dos convoyes. No podíamos permitirnos perder más cruceros, ni más civiles, debíamos aguantar costara lo que costara. Si no, nuestra imagen cara a los aliados se deterioraría tanto que puede que muchos decidieran no apoyarnos. No volverían a confiar en los Guardianes del Bien, dando una ventaja crucial al Mal.

Por primera vez desde que estaba al mando de los Guardianes del Bien, no tenía claro qué iba a pasar. No había opciones de combate, sólo resistir todo lo que se pudiera. Íbamos a luchar contra un enemigo que desconocía el miedo y que no le importaba morir.

Cuando el nivel del mar bajó hasta que el istmo estuvo cubierto por sólo dos palmos de agua, empezaron a correr sobre el agua salada hasta que se desintegraron. Poco a poco llegaban más lejos o más bien, más cerca de nuestra defensa. Para mi sorpresa, cuando el nivel bajó a menos de un palmo, los insaciables dejaron de avanzar y por los informes de los cruceros, de lanzarse al océano. Durante más de cinco horas permanecieron inmóviles, por lo menos a simple vista. Thorfhun, desde una nave de observación, descubrió que se extendía una especie de convulsión que se iba propagando por todos los bichos en forma circular por todo el continente, teniendo como epicentro el istmo. Cuando la convulsión terminó, todos los animales del continente se dirigieron hacia el istmo. Se iban a lanzar en masa. Treinta mil millones de insaciables, contra cinco millones de guardianes, no podíamos ganar.

Como una marea imparable, avanzaron. Los primeros miles, al pisar el escaso océano que quedaba, perdieron las patas y se fueron desintegrando lentamente, mientras sus compañeros los utilizaban como puentes. Algunos, incluso se detenían para devorarlos vivos, claro que al hacerlo también se abrasaban con los restos de agua salada. Parecía no importarles.

Con semejante manta de animales, en menos de dos horas llegaron hasta nosotros. Al encontrase con nuestro muro se fueron apelotonando, subiéndose unos sobre otros. Fue cuando ordené la activación de la primera capa de minas. Tras un enorme resplandor y una fuerte oleada de calor, el istmo quedó vacío. Como si no hubiera ocurrido nada, los insaciables del otro continente siguieron avanzando. Cuando volvieron a apelotonarse formando varios niveles de animales activamos la segunda capa de minas, luego la tercera y a sí sucesivamente hasta completar las cien capas. Habíamos conseguido acabar con quince mil millones de esos malditos. De inmediato ordené a todas las naves y cazas que dispararan todo lo que tuvieran sobre la entrada del istmo, hasta que se quedaran sin energía. Por desgracia, los cruceros de combate los estaba utilizando Laurence para evacuar a la población. Acabaron con mil millones y tan sólo nos restaba aguantar un día más. Curiosamente el ataque desde el aire pareció enfurecerles sobremanera y se lanzaron sobre nosotros con una furia inusitada. Ordené fuego a máxima potencia con todos los cañones láser. Enseguida nos percatamos que tan sólo desintegraban a la mitad de los que venían. Según se acercaban, desde la muralla los fuimos abatiendo, pronto eran tantos que no dábamos abasto y empezaban a agruparse bajo la muralla. Lentamente, el nivel de los insaciables fue subiendo. A medio día ya estaban a media muralla. Al anochecer, estaban a sólo dos metros de rebasarla. Tras hablar con los Jefes de Escuadra y la zona de evacuación y ya que necesitaban ocho horas más para evacuarlos a todos, tomamos de determinación de hacerles frente cuerpo a cuerpo.

Una hora después, los primeros insaciables llegaron al borde del muro, con todos mis guardianes casi sin energía en sus fusiles y pistolas láser. Eran una ola desbordante e imparable. Ordené desenfundar las espadas láser y activar los escudos circulares de los OB.

Durante seis horas luchamos encarnizadamente. Aunque acabábamos con decenas de miles, mis hombres caían a cientos, despedazados y devorados por esas fieras. Finalmente me vi obligado a ordenar el repliegue hacia el espaciopuerto principal, no me hizo falta solicitar un informe de cuantas bajas habíamos tenido hasta el momento. A simple vista habíamos perdido la mitad de las tropas. Estaba siendo una maldita carnicería. En ese momento creí que las cosas no podrían ir peor, me equivoqué. A campo descubierto y retrocediendo con el acoso de los animales, el combate se volvió contra nosotros. Este continente estaba intacto y por tanto lleno de materia orgánica que empezaron a devorar, multiplicándose rápidamente.

Para cuando llegamos al espaciopuerto, todos los civiles ya habían sido evacuados y los cruceros nos esperaban para sacarnos. Rápidamente nos introdujimos en uno. Me dirigí al puente de mando y desde allí vi con horror que sólo unas pocas decenas de miles de guardianes estaban llegando y embarcando en las naves. El último Crucero, desobedeciendo mis órdenes, permaneció en tierra esperando a unos rezagados que luchaban encarnizadamente con un nutrido grupo de insaciables. Pagaron caro su error, otro grupo de insaciables se introdujo en la nave. Nunca llegó a despegar.

ARCHIVO PRIVADO DEL CAPITÁN LAURENCE.

APTO SÓLO PARA CAPITANES DE ÉLITE.

ASUNTO: DERROTA EN SHAIFÍN.

Me dirigí al espaciopuerto uno, para recibir a nuestro Príncipe y señor. Cuando descendió del transporte que le recogió en el Crucero, su ceniciento y desencajado rostro, consiguió encogerme el corazón.

—¿Cuántos han conseguido salir? —preguntó con una voz que transmitía un agotamiento infinito.

—Doscientos cuarenta y cuatro mil —le respondí con un nudo en la garganta.

—¡Por la Galaxia de Andrómeda hemos perdido cinco millones de guardianes…! Estaré en mis aposentos. Agrupa a la flota y dirijámonos a los planetas de acogida.

—Lara ha recogido al Capitán Espisces.

—Lo sé. Quedas al mando hasta nueva orden.

ARCHIVO PRIVADO DEL CAPITÁN ANYEL.

ASUNTO: DERROTA EN SHAIFÍN.

El mismo día de la derrota contra los insaciables, recibí una comunicación privada del Príncipe Prance de Ser y Cel por la línea de máxima seguridad. Cuando vi su rostro en la pantalla, comprendí que la batalla debía haber sido brutal. Mi amigo era el hombre más duro que había conocido. Si estaba así, ese planeta tenía que haber sido la peor de las pesadillas.

—Hola, Prance. ¿Estás… bien?

—No. Nos han echado a patadas y he perdido… los cinco megabatallones.

—¿Los cinco? —pregunté incrédulo.

—Se han salvado doscientos cincuenta mil, más o menos.

—Estamos con el culo al aire. Sin segunda flota y sin tropas de defensa. Si se enteran esos miserables, nuestros aliados lo van a tener muy mal.

—Volverán a repetirlo y esta vez no podremos hacerles frente.

—¿Qué quieres que haga?

—Quiero que te instales en el sistema Shaifín.

—Y descubra cómo el Mal controla a esos bichos.

—Y sobre todo cómo demonios exterminarlos. No pueden desear simplemente aniquilar el planeta, tienen que querer quedárselo. Shaifín en un planeta muy rico en metales.

—Enviaré a dos de mis mejores guardianes.

—No. Quiero que formes un equipo y vayas con ellos. No puedo correr el riesgo de que se nos escape algo crucial.

—Si no me equivoco, ese sistema tiene un amplísimo cinturón de asteroides, un lugar perfecto para instalar un pequeño puesto de vigilancia.

—Tienes todo mi apoyo. En cuanto descubras algo, comunícamelo.

—Sí, amigo. No te preocupes. Si me permites el consejo, vete a descansar.

—Lo haré —dijo cortando la comunicación.

ARCHIVO PRIVADO DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

Cuando realojamos a todos los refugiados defendiéndonos de los ataques relámpago de los dos ejércitos del Mal, decidí volver a Pangea. Habíamos estado dos años fuera. Esa misión nos había desgastado y hecho perder una décima parte de la flota. A mitad de camino volvimos a recibir una llamada de socorro de otro sistema aliado. Los insaciables lo estaban devastando. Cuando llegamos, tan sólo quedaban con vida cuatro millones de civiles, siendo más de la mitad realojados en las naves de su propia flota, ya que no cometieron el mismo error que la de Shaifín y no aterrizaron pero aún así tuvimos que conseguir nuevos planetas donde realojarlos y escoltarlos, sufriendo los ataques del Mal. Durante ese tiempo llamé a Pangea para ponerles en alerta y ordené a las lunas escudo que informaran a los equipos Jarkamte para que dispararan contra todo lo que fuera más grande que un guisante.

Laurence estaba muy preocupado con la posibilidad de que el Mal descubriera que nuestra segunda flota, era pura fachada. Eso les llevaría a la conclusión de que no teníamos suministros, ni repuestos, lo que dejaría a nuestros aliados indefensos. Además, Zuzan nos enviaba constantes informes de pequeños ataques por parte de una sección de la flota de Tógar. Aunque intenté tranquilizarle, se dio cuenta de que yo también estaba muy preocupado con nuestra situación. Estábamos en seria desventaja.

—Ya, Prance pero…

—El equipo que se dedica a desmontar la segunda flota, no sale al exterior ni se relaciona con el resto de la tropa, por lo que nuestros hombres no saben nada. Sólo tienen conocimiento de esto, un reducido grupo de Capitanes de elite y el Gran Consejo.

—¿Por qué atacan el escudo? No lo entiendo.

—Buscan una brecha.

—Pero si la encuentran, la «teórica» segunda flota les haría frente. No tiene sentido.

—He estado dándole vueltas a eso y lo único que se me ocurre de momento es que quieran comprobar que la defensa de las lunas no es perfecta.

—Espero que tengas razón.

—Yo también, amigo, yo también.

Tuvimos que rescatar dos sistemas más. Perdiendo un cuarto de la flota. Si el Mal nos atacaba con sus dos ejércitos podrían vencernos. Mis guardianes estaban extenuados, llevábamos quince años combatiendo ininterrumpidamente. Ordené el regreso a Pangea, a la máxima velocidad posible. Necesitábamos guardianes de refresco.

En cuanto llegamos a nuestro sistema, Lara me llevó directamente a Lain Sen. Para mi sorpresa, Yárrem y Zuzan no estaban en ese instante en Lain, se encontraban comprobando algo en la tercera luna sobre los cañones Jarkamte, casi me alegré. Estaba tan cansado y preocupado por nuestra situación que no tenía ganas de ver ni hablar con nadie.