Capítulo XVII

APOSENTOS PARTICULARES DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL. QUINIENTOS AÑOS PANGEANOS DESPUÉS DE SU PLENA RECUPERACIÓN.

—No, Laurence. No me fastidies. No necesito más escolta. No podéis distraer más naves y cazas para protegerme en mis desplazamientos.

—Pero sois imprescindible, vuestra seguridad… —intervino Yárrem.

—¡Vuelve a hablar y te envío al asteroide más cutre a perseguir grubis! —exclamé.

—¡Inténtalo y te lo pongo como guardaespaldas permanentemente! —amenazó Laurence.

—¡A CALLAR! ¡AQUÍ MANDO YO! ¡SE ACABÓ LA DISCUSIÓN! ¡NO QUIERO MÁS ESCOLTA! —dije elevando a voz.

—¡No conozco a nadie más cabezota! ¡YA NO PUEDES HACER LO QUE TE DA LA GANA! ¡NO PODEMOS PERDERTE! —contestó elevando aún más la suya, Laurence.

—Entiendo vuestra postura, pero es ridículo, por mucha escolta que me pongáis… —dije algo más calmado.

—Perdón, mi Príncipe —intervino Dama, sobresaltándonos.

—Dime.

—El Capitán de Ingenieros Taban, pide audiencia.

—Que pase, así seremos más a discutir.

Entró pensando a saber en qué, luego nos miró uno a uno.

—¿Ocurre algo? —nos preguntó algo divertido.

—¡Aquí lo único que ocurre es que es un cabezota!

—Laurence, se está sorteando una patada en el culo y tienes todos los números.

—Lo que no entiendo es por qué no quieres más protección —intervino Yárrem.

—Porque no le va a hacer falta —dijo socarronamente Taban, pillándonos a todos por sorpresa.

—¡Taban! —gritó Laurence—. Encima no te pongas de su parte.

—Es que no le va a hacer falta —repitió machaconamente.

—Explícate —dije esperando alguna de sus estrafalarias ideas.

—He reconstruido vuestra nave particular.

—¿Tita? —pregunté sorprendido.

—No, mi señor. Tita quedó totalmente destruida, no hubo forma de rehacerla pero conseguimos recuperar gran parte del metal y algunos de los sistemas, todos bastante dañados menos uno, Lara.

—Pero si no funcionaba nada y el lugar donde estaba ubicada había sido destruido.

—En el impacto, esa sección se desprendió quedando casi intacta y lo suficientemente alejada como para no ser atacada por los hárikams.

—Sigue.

—He puesto como IA, al mando, a Lara. Es una nave de cien metros de largo, treinta de largo y catorce de alto, y aproximadamente mil veces más resistente que cualquiera de nuestras naves.

—¡Y un moco de potos! —exclamó Laurence.

—Por una vez estoy de acuerdo con él, no puede ser tan resistente —dije.

—No, si se utilizan planchas de M7 de Dama reconstruidas, se quintuplica el grosor habitual y se instala, en cada plancha, un alimentador energético con su propio acumulador de energía y su escudo individual, bajo los escudos generales de la nave.

—¡Por la Galaxia de Andrómeda! —espetó Yárrem.

—Por supuesto se auto repara y ¡más rápido que Dama! —exclamó sonriente Taban.

Con una de mis maliciosas miradas dedicada a los tres, Laurence, con una sonrisa, dio finalizada la discusión. Aunque estaba seguro que en cuanto cruzara las dobles puertas de mis aposentos, se dirigiría al espaciopuerto donde estuviera anclada y la revisaría de arriba abajo para comprobar que todo estaba bien y era como lo había descrito Taban.

Lara era una nave fantástica. Rapidísima. En medio en una de esas prácticas recibí una llamada de la Gran Dama.

—Hola Laurence, ¿qué ocurre?

—He recibido una extraña petición del Capitán de Instructores de Pangea. —¿Qué es lo que quiere?

—Que le relevéis del mando y le permitáis venir a la Gran Dama. Primero quería que fuerais a Pangea pero ya le expliqué que eso, en estos instantes, era inviable. No quiere esperar.

—Relévalo y que venga. Tiene que ser algo importante. Pero no grave, si no ya nos habría informado.

—Ya lo he hecho, estaba seguro de que le permitirías venir. ¿Tienes alguna idea de lo que quiere decirte?

—No, pero estaremos los dos presentes cuando lo haga y si es una estupidez, lo voy a poner a patrullar el asteroide más alejado de la Galaxia… ¿Me oyes Laurence?

—¡Prance, vuelve de inmediato! Acabo de recibir una trasmisión de Anyel. Una sección del primer ejército del Mal viene directamente hacia nosotros. Van a presentar batalla.

El Capitán de Instructores tardó más de tres meses en alcanzar la Gran Dama. Al estar en combate contra el Mal, su pequeño Crucero tuvo que extremar sus precauciones, viajando de sistema en sistema, ocultándose.

Tras mucho perseguirnos, nos dio alcance a la decimoquinta semana. Poco antes de aterrizar en el espaciopuerto dos, me sugirió que sería conveniente que nos reuniéramos en la sala de reuniones de altos mandos y que deberían estar presentes el Capitán Laurence y el Capitán Yárrem. Como en ese momento Yárrem no estaba en la Gran Dama, si no dirigiendo parte de la flota, en misión de escolta de un importante convoy de cruceros de mercancías imprescindibles para la fabricación de nuevas naves y repuestos, opté por acompañarme de Dora, dejando en la sala de mando de Dama a Mhar y por supuesto Ayam.

Para mi sorpresa, para cuando llegamos los tres a la sala de reuniones, nos esperaba el Capitán de Instructores y dos Guardianes más, un Warlook y una Fried, muy jóvenes que permanecían agachados haciendo la reverencia de máximo respeto.

—¡Vaya! Debéis tener alas en los pies, Capitán —dije.

—La noticia que os traigo lo requiere —dijo mirando de refilón a Laurence.

—Doy por sentado que esos dos guardianes que le acompañan, están aquí por una buenísima razón, ya que este lugar es exclusivo para Capitanes de alto rango —comentó Laurence algo molesto, haciendo un gesto para que se incorporaran. No le gustaba que se trasgredieran sus reglas acerca de la seguridad.

—Sí. Ellos son la razón por la que nos encontramos aquí.

Al terminar la frase, Dora pegó un respingo y sin mediar palabra se acercó a la Fried, abrazándola cariñosamente.

—¿Me va a explicar qué es lo que ocurre o voy a tener que adivinarlo? —pregunté empezando a estar desconcertado.

—Creo que es obvio, mi Príncipe —dijo Dora emocionada.

—¿Obvio? ¿El qué? —preguntó Laurence tan despistado como yo.

—Creo que lo justo, es que sean ellos quienes les den la noticia —dijo el Capitán de Instructores mirando a ambos.

Los novatos estaban totalmente amedrentados ante mi presencia y la de Laurence.

—Bien, hablad. ¿Qué ocurre? —les pregunté. Él, sin atreverse a mirarme a los ojos, iba a comenzar a hablar pero Laurence no se lo permitió.

—¿Cuál es su nombre Guardián? —preguntó secamente.

—Promo de Fill y Xunter y el de mi mujer Murian —dijo tímidamente.

—¿Están aquí porque han hecho algo malo? —volvió a preguntar en el mismo tono.

—No, Capitán.

—Entonces no les entiendo. El Príncipe no se come a nadie —dijo echándome una cínica mirada—, así que podéis mirarle a los ojos y hablarle con tranquilidad y el respeto que se merece.

Sin dudarlo, ambos levantaron la mirada. El rostro de él recio y sobrio, era fornido, todo un guerrero. Ella realmente guapa y delicada, se intuía en su rostro una gran personalidad aunque para mi gusto algo gordita. ¿Gordita?

—Mi esposa espera un hijo —dijo de sopetón.

Pegué tal brinco que me sorprendió no acabar encima de la mesa electromagnética. Laurence tenía la boca abierta más de un palmo.

—Pero…

—Sí, mi Príncipe. El Jefe médico de la base de instrucción lo ha confirmado. Cree que está embarazada de dieciocho meses —dijo el Capitán.

—¿Dieciocho? —preguntó Dora sorprendida—. Los embarazos Fried, al igual que de los Warlook, son de nueve meses.

—Por lo visto, los nuestros van a ser de bastante más —dijo Murian llevándose la mano a la casi inexistente tripita.

—¡Pero esto es fantástico! —exclamé—. Las probabilidades eran mínimas…

—La suerte nos ha sonreído —dijo el Guardián Promo.

—¿Qué va ser, niño o niña? —pregunté.

—No lo sabemos —respondió Murian.

—¿Cómo es posible? Está embarazada de dieciocho meses —dijo Laurence extrañado.

—El Jefe médico de la base ha calculado que la gestación durará entre ciento treinta y ciento sesenta meses. Ésa es otra razón por la que hemos venido. Tal vez el Jefe médico Thorfhun pueda precisar más.

Cuando llegó Thorfhun y le explicamos qué ocurría se llevó las manos al rostro.

—Mi Príncipe, yo… yo… yo no he tratado jamás a una embarazada —dijo azorado.

—¿Me está sugiriendo que le destituya y ponga a otro en su puesto? —le pregunté severamente.

—Mi señor, no hay nadie más cualificado que yo en esta nave. Me he enfrentado a miles de enfermedades y problemas biológicos y…

—Ya, ya… Así que puedes tratar, investigar, curar miles y miles y miles de enfermedades desconocidas, pero no tratar un embarazo —le corté irónicamente y algo divertido.

—¿Queréis que trate el embarazo como si se tratara de una enfermedad? —preguntó atónito, mirando de reojo a Murian.

—Si eso os va ayudar… —respondió Laurence mirándolo desaprobatoriamente por su absurdo miedo.

—Haré todo lo que pueda —dijo a la vez que se erguía mirando desafiante a Laurence.

—Hará mucho más que eso. Me proporcionará un informe diario de su evolución. Designará un equipo para su constante vigilancia y los alojará en mis aposentos hasta que dé a luz. Después ya veremos.

—Todo lo que necesite, y digo todo, solicíteselo personalmente al Capitán Yárrem —le ordenó Laurence.

Tres días después, Thorfhun me convocó de nuevo en la sala de reuniones, esta vez sólo estuvimos él y yo.

—Bien, Jefe, ¿qué ocurre?

—¿Cuánto tiempo está dispuesto a compartir sus aposentos? —preguntó sonriente. Algo tramaba.

—El que sea necesario —me empeciné.

—Me alegro, porque van a ser dos mil. —¿Semanas?

—Años.

—¿AÑOS? —pregunté atónito.

—Años. Estoy absolutamente seguro, mes más, mes menos —dijo burlón.

—¡Eso no me cuadra, ya está de dieciocho meses!

—Eso no es correcto. Está embarazada de poco más de una hora, si lo comparamos con un embarazo normal.

—¿Por qué tanto tiempo? —pregunté pensativo.

—Porque nacerá con un Traje, nacerá inmortal y Guardián.

—¿Cómo habéis descubierto eso?

—El OB de la madre nos lo ha proporcionado.

—¿Será especial? ¿Más poder? —pregunté esperanzado.

—No lo creo. Dependerá de cómo sea, en resumen, como cualquier novato, la diferencia es que su Traje y él o ella, será uno desde el comienzo, con lo que lo manejará a la perfección, como un brazo o una pierna.

—¿A qué velocidad crecerá el bebé?

—Eso no podemos saberlo. Ya lo iremos viendo.

—Seguirán en mis aposentos. Quiero que esto permanezca en secreto. Si el Mal se entera, querrá hacerse con la madre o con el bebé.

—Eso va a ser un tanto difícil.

—¿Qué quiere decir?

—Que en Pangea lo sabe todo el mundo.

—¡Fantástico! Elige un Escuadrón de elite y que proteja a los padres en todo momento.

—¿Eso no es función de la Capitana Jhem? —preguntó extrañado.

—Sí, pero quiero que esos guardianes tengan nociones médicas, por eso los elegirá usted. Quiero que sean los mejores.

—Sí, mi Príncipe.

ARCHIVO DE ARMAMENTO.

ACCESO PERMITIDO SÓLO A CAPITANES DE ALTO NIVEL.

A mitad del embarazo fui reclamado por Taban y Shopbi. Dama me informó que querían que me reuniera con ellos en la sala de pruebas del Jarkon, lo antes posible. Algo intranquilo me reuní con ellos que se pusieron muy nerviosos al verme entrar.

—Bien, pareja de ingenieros locos. ¿Qué ocurre?

—Hemos revisado, sus diseños, estructura, equilibrado…, todo. Tenemos la certeza de que funciona perfectamente. Así que hemos hecho un modelo tal y como debería ser para llevarse acoplado al Traje. Triangular, del tamaño de un puño y dos dedos de grosor, con un asa en forma de te que sale al desprenderse del Traje por el que se agarra. Por supuesto, es de M7 de la máxima pureza que podemos conseguir.

—He oído la expresión «tenemos la certeza». ¿No lo habéis probado?

—¡NI LO VA A PROBAR! —gritó una voz a nuestras espaldas. Era Laurence y parecía muy enfadado.

—No creo que te haya mandado llamar —dije irónicamente.

—Si no ha sido probado que lo hagan ellos, pero tú estarás a mil kilómetros —dijo señalándome con el dedo, furioso.

—Nosotros no podemos probarlo —respondió Taban dejándolo asombrado.

—¿Cómo que no podéis? ¿Os habéis vuelto inútiles o qué? —preguntó sarcástico.

—No podemos. Shopbi, tú lo descubriste, a mí ni se me habría pasado por la cabeza, explícaselo.

—Revisamos, una y otra vez los datos de la prueba en la que ambos resultaron heridos. No había explicación de por qué no funcionaba con el equipo de Taban pero lo hizo con el Príncipe. Una cosa estaba clara, el prototipo no debía volver a estallar, así que había que fabricarlo de M7 y, a ser posible, como si fuera a instalarse en un Traje. No funcionó en ninguna de las pruebas que hicimos en Marte. No era lógico, era idéntico al que estalló. Revisamos la información acumulada en el muro de protección que salvó la vida de ambos, por si el Príncipe había tocado o movido algo, sin darse cuenta en la prueba, nada. Cambiamos equilibrios, formas, materiales… nada. En un momento de absoluta decepción y mientras Taban hablaba con Thorfhun sobre la quinta enfermedad, Del Frío, tuve una idea. ¿Y si el problema no estaba en el Jarkon si no en nosotros?

—¿En vosotros? —pregunté extrañado.

—Me pregunté qué era distinto en todos nosotros.

—Yo te lo puedo decir. El ADN, el aspecto, la capacidad mental, la fuerza…, todo. Ninguno somos iguales —dijo Laurence.

—El Jarkon funciona con una extraña combinación de voz y mente…

—¿La mente lo activa?

—No. Eso no tendría sentido por el diseño que tiene. Así que no podía ser lo que era distinto en nosotros, si no lo que era distinto en usted.

—Si se os ocurre soltar esa chorrada de que soy un Dios, desenfundo mi pistola y os coso a disparos —les amenacé.

—Su aura. —¿Mi… aura? ¿Qué tiene que ver mi aura en todo esto? Todo el mundo tiene aura y si no recuerdo mal, todas son más o menos iguales.

—Eso es correcto a medias. La mayor parte de las personas tienen un aura parecida pero la de algunas son más grandes que otras y las emisiones e intensidad de colores también.

—Y la mía resulta que en vez de ser esférica, como la todo el mundo, es cuadrada —espeté irónicamente.

—La de la mayoría de los guardianes, por lo menos en el muestreo de seis mil cincuenta que hemos hecho, su aura ronda entre los siete y nueve metros. La del Capitán Laurence catorce y medio por poner un ejemplo y es de las más grandes.

—¿Y la mía? —pregunté interesado.

—Cincuenta.

—¿Metros?

—Sí. Creemos que el tamaño e intensidad del aura influye en el funcionamiento del Jarkon, como lo hizo en la quinta enfermedad. También hemos podido comprobar que el aura aumenta o disminuye según se sea… mejor.

—Mejor… a qué.

—Guardián.

—¡Dama!

—¿Sí, mi Príncipe?

—Informa a mi escolta que nos dirigimos a Pangea. Que Lara esté preparada.

—Dama, espera —intervino Laurence.

—Voy a probar el Jarkon, digas lo que digas. Y lo voy a hacer en Marte, no podemos correr el riesgo de probarla aquí, seguimos sin saber lo de las puertas.

—Estoy de acuerdo contigo pero iremos todos, la flota al completo.

Laurence pareció volverse loco en la zona de pruebas marciana. Exigió, en el búnker, muros triplemente acorazados a lo calculado por el equipo de Taban. Finalmente y tras revisarlo todo mil veces, estuvimos preparados. El Jarkon estaba conectado a un sistema de disparo a cuarenta y nueve metros, de forma que mi aura lo alcanzara. Apuntaba a una montaña para que el disparo quedara contenido. Laurence y Shopbi permanecían a gran distancia tras otro búnker, a unos diez minutos a pie, junto a un nutrido grupo de ingenieros.

—Bien, mi señor. Comprobemos si estamos en lo cierto —dijo Taban a mi lado.

—Preferiría que fuerais con Laurence.

—Soy el responsable final de esta arma, mi señor. Si algo falla, quiero correr vuestra misma suerte.

—Sois un loco.

—No más que vos, mi Príncipe. Cuando queráis.

—Valor —y respirando hondamente grité con fuerza.

Oímos una brutal explosión y una nube de polvo tapó todos los sistemas de control, impidiéndonos ver la consecuencia del disparo. A la vez oímos cómo caían sobre el búnker, decenas de trozos de roca. Muchas de gran tamaño, por el ruido que hicieron. Casi al instante, oímos gritar a Laurence.

—¡Mi señor! ¡Prance! ¿Estáis bien?

—Perfectamente —respondí sereno.

—No podemos veros. Hay tanto polvo que parece que es de noche. Varios de los cascotes han llegado hasta nosotros y algunos bastante voluminosos.

—Vamos a salir. Queremos ver cómo ha quedado el Jarkon y qué destrozo ha hecho.

—Espera. Voy a reunirme con vosotros… «si mi señor me lo permite, claro» —dijo con sorna.

—Te espero en la entrada del búnker.

Cuando fuimos a la puerta y le ordenamos que se abriera, el polvo nos invadió obligándonos a activar los cascos. No se veía nada a partir de un metro de distancia. Tras esperar un tiempo más que prudencial, decidí llamar a Laurence.

—¿Se puede saber dónde estás? No es momento para excursiones.

—Mi señor, es muy gracioso. ¿Se cree que es fácil avanzar en esta maldita nube, esquivando multitud de cascotes, algunos son más altos que yo?

—Pensaba que un Fried, de pura cepa como tú, estaba acostumbrado a avanzar entre nubes de arena y polvo —respondí atacando su orgullo.

—Mi Príncipe, estoy deseando que me repita eso cuando estemos los dos fuera —respondió mordaz.

Pasaron otros diez minutos y como si surgieran de la nada, aparecieron ante la puerta. El polvo empezaba a asentarse y se veía casi a tres metros. Entró junto a media docena de ingenieros.

—Qué, Capitán en Jefe de la seguridad del Príncipe, ¿puedo salir con Taban para ver el resultado? —bromeé.

—¿A caso podría impedírselo? —ironizó.

Primero fuimos al lugar donde estaba ubicado el Jarkon, un búnker, más pequeño que los nuestros y con una gran abertura que era por donde debía disparar. Taban me miró maravillado. Estaba intacto, por lo menos por fuera. Cuando entramos empezó a hablar, más para sí que para nadie, sobre que habría que abrirlo para ver si se había deteriorado, que temperatura había alcanzado y otro sin fin de cosas que no llegamos a entenderle. Laurence me miró sonriente ante el imparable chorro de palabras del emocionado ingeniero. La disertación fue interrumpida por las voces de asombro de los ingenieros que esperaban fuera.

Al salir, miramos la montaña. Una suave brisa se llevaba lo que quedaba de polvo, dejando el impacto a la vista. Todos me miraron como si no creyeran lo que veían.

—¿Qué tamaño crees que tiene? —pregunté balbuceando a Taban.

—Aproximadamente un kilómetro de diámetro… ¡Por la Galaxia de Kilmin, ha atravesado toda la maldita montaña! ¡Menudo arma! —exclamó.

—Desmóntenla y proporciónenme una. Nuestro ejército necesita de este armamento. Tiene que conseguir que nuestros hombres puedan usar el Jarkon. Varíe sus equilibrios, ondas o lo que sea, pero que puedan manejarlo.

—¡Sí, mi Príncipe! —exclamaron al unísono todos los ingenieros.

—No creo que sea una buena idea —soltó de pronto Taban dejándonos de piedra.

—¿Qué ocurre? Funciona —dije.

—Seguimos sin saber nada acerca de las puertas. Y dama me ha confirmado que en todos los planetas hay varias de distintos tipos y tamaños. Usarla podría… no sé, alterar nuestra dimensión.

—¿Dimensión? ¿Pero de qué demonios hablas? —pregunté enfadado.

—Otros mundos, coexistentes con éste… sistemas, galaxias, universos paralelos…

—¿Algo de eso se ha demostrado? —preguntó Laurence.

—No.

—Instalaré un Jarkon en medio de mi pecho pero no lo usaré a no ser que sea un caso de máxima necesidad.

—De máxima necesidad, mi señor, de máxima —dijo preocupado.

—¿Tan grande es el riesgo?

—Mucho más de lo que podamos pensar.

—Está bien esperaré a que averigües más cosas pero necesito resultados.

—Haré todo lo que pueda pero no puedo prometerle que sea pronto.

Mil años después nació una preciosa niña morena y de ojos azul marino de gran intensidad, una clara unión de ambas razas. Sus padres se decidieron por el nombre de Zuzan. Ese día se celebraron sendas fiestas en Jarkis y Pangea. Para ambos pueblos el nacimiento significó una decisiva y total unión de nuestras razas, convirtiéndonos en pueblos hermanos.

ARCHIVO CLASIFICADO COMO VIDA PRIVADA DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

APOSENTOS PARTICULARES DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

Me miró y sonrió mostrándome los dientes que no se le habían caído aún. A pesar de tener sólo seis años ya denotaba un gran carácter y una inteligencia desmesurada. Su presencia alegraba mi corazón. Era la niña más alegre que había visto en mi vida, tal vez sea porque todo el mundo la mimaba hasta la saciedad, en especial Dora, Jhem y Mhar. Me tenía controlado en todo momento y en especial desde que sus padres habían partido hacia Pangea, para someterse a unas pruebas sobre su particular caso y de paso recibir un homenaje de mi pueblo. Le miré sonriente. No le iba a gustar que le dejara en mi «tiempo libre».

—Ejem.

—Como dudo que tengas carraspera eso significa que te vas —dijo poniéndose en pie, apretando el morrito y poniendo los brazos en jarras.

—¿Ahora lees la mente? Pequeña bruja…

—No tengo más que mirar tus manos.

—¿Mis manos? ¿De qué estás hablando?

—Te las agarras cuando hay algo que no sabes cómo decirme.

Me puse en pie y antes de que pudiera escapar, le cogí, y comencé a voltearla.

—Haaaa. Suéltame. Noooo. Déjame —gritó riendo.

—¿Vas a dejar de ser una resabidilla?

—¡Nunca! —respondió tenaz.

Dejándola en el suelo le besé en las mejillas y le prometí que volvería lo antes posible.

ARCHIVO DEL OB DEL CAPITÁN LAURENCE.

Acababa de despertarme. Flotaba en medio del cubículo con Jhem abrazada a mi torso, cuando nos interrumpieron.

—Capitán Laurence, preséntese en la sala de juntas del alto mando, inmediatamente.

—Oído Dama. Voy para allá.

La sala de juntas para Capitanes. Una orden así sólo podía provenir de Prance. Lo que llevaba meses rondándole por la cabeza, se había consolidado. Fuera lo que fuera, iba a ser algo bien gordo y estarían todos los capitanes de alto mando del Bien.

No me equivoqué. Estaban todos, unos cincuenta, pero me llevé una grata sorpresa al encontrarme con Anyel, que permanecía al otro lado de la sala mirando fijamente a Ayam. En cuanto me vio sonrió e hizo gesto para que me acercara, haciendo él lo mismo. Tras un prolongado abrazo, le pregunté si conocía el motivo de esta reunión, mientras avanzábamos hacia la primera fila. Ayam se alejó todo lo que la sala se lo permitió. Anyel la seguía de reojo. Yárrem se acercó sonriente.

—¿Tampoco a ti te ha informado? ¡Estamos bien! Algo muy importante tiene que ser para sacarme de mi red de espionaje, estaba muy cerca de descubrir el emplazamiento de la primera flota del Mal —dijo algo molesto.

—Pronto, eso podría no tener importancia —dijo Prance desde la puerta, entrando con Taban y Shopbi, al que rara vez se le veía fuera de los laboratorios.

Todos hicimos la reverencia de máximo respeto aunque no había nadie en la sala que no estuviera exento de ella.

—Ahora, solo falta que alguien diga, lo alto y guapo que soy —dijo bromeando haciéndonos a todos reír—. Siéntense capitanes. Podéis entrar —dijo dirigiéndose a la puerta, a la vez que él también se sentaba frente a todos nosotros.

En primer lugar lo hizo el Capitán Ghuardíyam, al que hacía milenios que no veía y, tras él, lo hizo un robot de metal, de más de dos metros de altura que hizo que casi todos los presentes se pusieran en pie y se llevaran las manos a las armas. Prance, observaba la escena realmente divertido.

—No hace falta que se pongan en pie, en mi presencia, capitanes —dijo Brack. Su armoniosa y ligeramente metálica voz, provocó a todos los presentes que se nos erizara el vello. Luego avanzó hasta colocarse junto a nuestro señor.

—Esta IA que ven a mi lado, se llama Brack. Fue diseñado en un principio como robot de combate pero ha demostrado que como científico, en muchos aspectos, no tiene precio. Sé lo que algunos van a decir, si es una IA no puede crear pero lo cierto es que aporta gran cantidad de ideas y ahorra mucho tiempo, eliminando todo aquello que no puede funcionar. Pero él no es la razón por la que les he convocado…

—Por un momento pensé que los íbamos a construir en serie para que combatieran contra el Mal —dijo un Capitán del fondo.

—Ojalá fuera posible. Su equilibrado es tan complicado que no es rentable su fabricación, sin contar que está hecho con metal de la Gran Dama.

«Allá va… —pensé».

—Capitanes, desde hace unos años, hay una idea que me viene rondando la cabeza, como más de uno se habrá dado cuenta, —dijo mirándome de reojo—, he estado reflexionando sobre esta horrible guerra y he llegado a la conclusión que tal y como vamos, no va a terminar nunca.

—¡No! Acabaremos con ellos aunque nos lleve mil millones de años —gritaron varios capitanes furiosos.

Pidiendo calma hizo un gesto para que dejaran de murmurar y hacer conjeturas. Nosotros tres permanecíamos en silencio ya que conocíamos demasiado bien a Prance para saber que nunca daba una solución a un problema, sin mostrar antes los resultados negativos del susodicho. Cuando todos callaron, el Príncipe continuó hablando.

—Como decía, antes de este alarde de heroísmo, no terminará nunca si seguimos luchando con los mismos métodos.

—Mi señor, la única forma de acabar con el Mal, es cortándoles el cuello —dijo otro Capitán.

—Tiene razón, Capitán, pero se están perdiendo muchas vidas, por ambas partes, y creo tener la solución para que en unos cincuenta mil años, como máximo, la balanza en esta maldita guerra se incline a nuestro favor y que poco después la ganemos.

En la sala se produjo el mayor tumulto que jamás había visto producirse en presencia del Príncipe, todos querían hablar a la vez. Incluso yo, con la emoción, estuve a punto de abrir la boca, pero en vez de eso, la cerré, bien cerrada. Prance se guardaba siempre lo mejor para el final. Recuperado el silencio, continuó.

—Vamos a construir un sistema defensivo, a nivel planetario, impenetrable e inatacable.

No pensé que sus palabras volverían a provocar otro tumulto, pero ocurrió. Curiosamente, mi amigo, en vez de ordenar silencio o hacer una señal para que impusiéramos orden, se limitó a observarles sonriendo. A los pocos segundos, los capitanes parecieron recordar, casi a la vez, que se encontraban en presencia de nuestro Príncipe y se callaron mirándole para que continuara, pero no lo hizo. Cedió la palabra a Taban y Shopbi.

—Capitanes, todos han oído hablar del Jarkon y que por desgracia sólo nuestro señor puede usarlo, por su atípica aura, que como todos saben mide cincuenta metros de radio, cuando lo normal es siete a nueve metros, catorce suelen ser las más grandes —empezó Taban.

—Ya que no había forma de que, —continuó Shopbi—, otro Guardián lo usara, el Príncipe nos sugirió que cambiáramos el tamaño ya que sin duda también cambiaría la dimensión del aura del usuario.

—Lo que nos llevó en un principio a un callejón sin salida, ya que el Jarkon que empezaba a entrar en los cánones de auras normales era gigantesco, tan grande, que un Guardián no podía hacerlo funcionar. Así que estábamos como al principio.

—Lo que estos dos «genios» quieren deciros, es que hemos diseñado un escudo defensivo alrededor de los planetas que el Mal no podrá traspasar. Yárrem hizo un gesto de pausa con la mano y habló.

—No es que dude de vosotros pero de dónde vamos a sacar la energía suficiente como para formar un escudo a nivel planetario, nuestro sistema de suministros no podrá soportarlo.

—No, no podría. Un escudo energético implicaría millones de satélites escudo y eso, a parte de no ser viable, no lo hace invulnerable. Sin contar que la mayor parte de la energía debería provenir del planeta —dijo Prance activando un holograma tridimensional en el que se representaba a Pangea.

—Me parece que nos hemos perdido —dije pensativo.

—Pienso construir siete lunas, una de ellas de gran tamaño, que se pondrán en órbita alrededor de Pangea. Cada una será el hipotético centro de una cara que encerrará Pangea en un heptaedro invisible.

—Perdone, mi señor. Pero aunque las lunas pudieran generar semejantes escudos, ¿qué impediría que el Mal atacara una de las lunas, destruyendo el escudo? —preguntó Anyel.

—¡Bingo! Ése era el gran problema. Primero, era inviable generar energía suficiente para los escudos, por eso los descartamos.

—Ahora sí que no le veo utilidad, habría que destacar flotas de cruceros en cada luna para protegerlas —dijo Anyel.

—Lo que hemos conseguido es hacer inatacables las lunas y todo lo que esté entre ellas, delante o detrás.

—Como no tengáis una varita mágica… —dije bromeando para rebajar la tensión.

—Yo, no. Taban, Shopbi y Brack sí.

—Intuyo que estamos hablando del Jarkon… que no puede manejar nadie más que usted —dijo un Capitán de elite.

—Por esa visión, acaba de ganarse un puesto en una de las lunas. Tiene razón, el Jarkon sólo lo puedo manejar yo, pero el cañón Jarkamte lo pueden manejar… gemelas Warlook. La comunión de sus auras suman la potencia necesaria para la activación del cañón Jarkamte. Aunque la precisión del montaje y calibrado es tan sutil que no hay un ser humano que pudiera hacerlo, por suerte tenemos a Brack.

—¿Qué tamaño tiene? —preguntó otro Capitán.

—Doscientos cincuenta metros de alto por unos ochenta de largo y ancho. Su peso es de varios miles de toneladas —respondió Taban.

—¡Fiiiiiuu! Si no recuerdo mal, cuando leí el informe que me pasaste sobre el Jarkon —dijo Laurence dirigiéndose a Shopbi—, el soporte del arma, registró un retroceso dentro de los cánones aceptables para un brazo humano. ¿Sabemos qué retroceso tiene?

—No te esfuerces, Laurence. No hay nave que pueda soportar el empuje de retroceso del cañón, ni siquiera la Gran Dama. La atravesaría de parte a parte y si no lo hiciera, la desplazaría en cualquier dirección, probablemente inutilizándola para siempre, no tiene masa suficiente. De ahí las lunas gran masa con órbita propia.

—Deberán ser grandes… —dijo Yárrem.

—Mucho. Hay asteroides y rocas en el sistema solar para formar más de cien lunas —dijo Taban.

—Seis de las lunas estarán compuestas, prácticamente en su totalidad, por los asteroides. En su superficie se instalarán medio centenar de plantas, protegidas por varias docenas de metros de roca, por las que circularán los carriles de desplazamiento de los cañones, de forma que puedan disparar desde las troneras que se volverán a cerrar en cuanto se haya efectuado. También servirán para almacenar naves de defensa, tropas y el personal de mantenimiento.

—¿Por qué los carriles y no un cañón por tronera?

—No tenemos gemelas Warlook suficientes y lo más importante, es muy difícil la fabricación y calibrado de los cañones…

—Pero con el tiempo… —interrumpió un Capitán.

—Los cañones se calibran a juego con la vibración de las auras de las gemelas.

—¿Vibración? ¿Las auras vibran? —pregunté.

—Sí, Capitán Laurence. Cuando están en contacto con otras auras sí. Por eso sólo pueden manejar los cañones las dos gemelas, si interfiere otro Guardián no funcionarán. Los desplazamientos por los carriles deberán estar totalmente automatizados y despejados de personal.

—¡Un momento! ¿Entonces cómo se va a proceder en el mantenimiento? —preguntó Yárrem, tan práctico como siempre.

—Unidades robotizadas, independientes e interconectadas entre sí —respondió Brack, tal vez en un tono algo desafiante, casi me dio la sensación que esperara que alguien se opusiera.

—¿Puedo preguntar si tenemos los diseños de los robots, qué tamaño tendrán y cuales serán sus funciones? —preguntó Yárrem son sorna mirando a Brack.

—Tengo los diseños. Un metro diez de alto, por uno de ancho y largo. Formarán equipos de treinta. Uno de cada diez será un robot reparador de robots. Dos se encargarán de comunicarse con otros equipos y de dar las órdenes. El resto se dividirán en dos equipos uno se encargará de las reparaciones de los carriles y toberas y el otro del mantenimiento de la planta.

—¿Qué resultados han dado las pruebas iniciales? —pregunté.

—No hay resultados —respondió Brack provocando un suave murmullo.

—No los hay porque no han sido construidos todavía pero estoy seguro de que funcionarán perfectamente —intervino el Príncipe.

—Habéis hablado de una luna algo más grande… —dijo un Capitán.

—Tendrá un diámetro de unos tres mil cuatrocientos setenta y seis kilómetros y orbitará a una distancia de Pangea de trescientos ochenta y cuatro mil kilómetros. Los primeros cien kilómetros se compondrán de rocas basálticas que servirán de protección a la base de un posible ataque, en el hipotético caso de que los cañones fallaran. No habrá atmósfera para complicar más la cosa al enemigo, en el caso de que lleguen a la superficie, lo que significará que donde dé el Sol habrá una temperatura de ciento diez grados y de menos ciento ochenta, en la sombra.

Su respuesta hizo que la mitad de los capitanes se pusieran en pie, entre ellos yo.

—¡Mi príncipe! ¿Sabe la cantidad de M7 que nos va a hacer falta para su fabricación? ¿Y la de metales pesados para su núcleo, para tener algo de gravedad? ¿Y la cantidad de roca para cubrir toda su superficie? ¿Y la de cañones Jarkamte para proteger semejante luna? ¿Y la cantidad de tropas que habrá que destinar permanentemente en dicho lugar? ¿Y las enormes medidas de seguridad? ¿Y la cantidad de plantas que habrá que destinar a suministros y reciclaje ambiental? ¿Y la de módulos de energía para alimentar semejante mole?, ¿y…?

—Vale, vale Yárrem. Ya sé todo eso y he hecho un estudio de viabilidad. Lo sacaremos todo de nuestro sistema solar.

—Ya, ¿de dónde? —preguntó machaconamente.

—De los asteroides. Los acercaremos y extraeremos los metales que contengan. Lo que sea simplemente roca, se acumulará en órbita alrededor de Marte hasta que llegue el momento de recubrir la luna, que he pensado en llamarla Lain Sen.[15]

—No habrá suficientes metales para semejante empresa y mucho menos para el resto de lunas, aunque sean mucho más pequeñas —especuló Yárrem rápidamente usando su OB.

—Eso coincide con mis cálculos, por eso he decidido ponerte al mando del proyecto mi querido «maestro administrador» —dijo sonriendo, provocando una carcajada general entre los presentes.

Tras unas explicaciones y mostrarnos un esbozo del interior de Lain Sen, en un holograma tridimensional, se cerró la primera reunión del proyecto que iba a poner fin a la guerra.

ARCHIVO DE SEGURIDAD DEL CAPITÁN LAURENCE.

APTO PARA CAPITANES DE ELITE.

Se tardaron cincuenta mil años y gastamos todos nuestros recursos en la construcción de la primera y principal luna, Lain Sen. Todo Guardián que tuviera un poco de tiempo libre, colaboraba en el proyecto. En especial Zuzan, que en ese tiempo se había convertido en una mujer, de espectacular belleza y en un Guardián tan excelente, que enseguida se había convertido en Capitán de elite. Pasaba todo el tiempo en Lain Sen, controlándolo todo, aún más que Yárrem, si eso era posible. La instalación de los cañones fue muy delicada y por desgracia, en ese momento, sólo se completó en un cuarenta por ciento. No teníamos gemelas suficientes.

Como si el Mal predijera su fin, los combates se intensificaron, como si intentaran retrasar el proyecto. Obligaron al Príncipe a salir constantemente con el primer ejército, a combatirles. Para acosarles aún más, Prance formó un tercer ejército que subdividió en siete grupos que se dedicaba a acosar los dos ejércitos del Mal y sobre todo a sus bases. Ataques rápidos, por sorpresa. Como objetivo provocar daños, no destruir completamente al enemigo. Empezamos a zurrarles tan a menudo que optaron por rehuir los combates abiertos.

Con otros cincuenta mil años se acabaron las otras seis lunas, mucho más pequeñas, con sus correspondientes cañones. Tras unas pruebas, se confirmó que el sistema funcionaba perfectamente. Ya nadie dudaba que el Mal estaba perdido. El Príncipe había estado varios cientos de años combatiendo ininterrumpidamente contra el Mal y cuando Yárrem le envió la noticia de la finalización del proyecto, regresó con la flota y las siete subsecciones. Ordenó a todas las naves que orbitaran alrededor de Pangea tras las lunas escudo, o el Escudo, que era como las tropas las llamaban. Llegó, dos días más tarde de lo previsto y con un Capitán de elite menos. Cuando le pregunté por su tardanza, me dio largas y se fue directamente a la sala de control de Lain Sen. Cuando apareció Mhar, le pregunté por el retraso. Éste es el informe de su OB.

Recibimos un mensaje de socorro de una nave de mercancías. Estaban siendo atacados por un Crucero del Mal en un sistema solar desconocido, junto a un planeta inexplorado. El Príncipe envió dos cruceros y una Escuadra de cazas para su defensa y ordenó a la flota que pusiera rumbo a ese sector. Para cuando llegamos, la mitad de los cazas habían sido destruidos y tanto el Crucero del Mal como uno de los nuestros, debido a los daños, habían sido atraídos por el planeta, cayendo, estrellándose en su superficie a pocos kilómetros uno de otro. Por los datos que disponíamos, el Crucero del Mal transportaba tropas de asalto, lo que implicaba que en su interior debía de haber más de mil quinientos hombres y en el nuestro unos ochocientos, lo que significaba que no podrían hacerles frente, si habían sobrevivido al impacto. Como si no me oyera, ordenó a nuestro Crucero de desembarco más potente, que le recogiera y que las tropas que transportaba se prepararan para una operación de rescate. No me permitió ir con él pero tengo los informes de los OB de todos los hombres que le acompañaron y el del Príncipe. Evitaré los distintos archivos pasándolo todo por el mío.

Cuando llegó, el Capitán del Crucero, le esperaba en el espaciopuerto. Le informó de que disponía de dos mil hombres preparados para entrar en combate en cuanto lo ordenara.

—Gracias, Capitán por su recibimiento. Ahora si en tan amable, me gustaría que me hiciera un breve resumen de la situación del planeta.

—Acabamos de recibir la información de nuestro banco de datos. Lo poco que sabemos es que ese planeta tiene atmósfera respirable y que una quinta parte de su superficie está cubierta de agua, creemos que casi en su totalidad, dulce.

—¿Indicios de vida inteligente? —preguntó intranquilo por interferir en el desarrollo de una civilización en estado primitivo.

—No se ha detectado. Pero hay una gran cantidad de dióxido de carbono, por lo que tiene que haber vida animal o vegetal de clase c. También hay grandes zonas boscosas y algunas praderas. No se han detectados zonas cultivadas.

—¿Algún tipo de selvas?

—No.

—Eso reduce el peligro. Rescatemos a esos hombres.

Aterrizaron a unos cuatro kilómetros de donde se estrelló nuestro Crucero. No pudieron hacerlo más cerca ya que la zona del desastre era muy escabrosa. El Crucero del Mal se encontraba a unos catorce kilómetros. Partió con mil quinientos de nuestros hombres, el Jefe de Escuadra Lóntor y tres jefes de Escuadrón, dejando al resto guardianes con otro Jefe de Escuadrón para la protección de la nave. Avanzaron rápidamente los tres primeros kilómetros ya que el terreno era bastante llano, pero el último fue bastante escarpado, obligándole a dispersar a varios de sus hombres a modo de exploradores. Los primeros guardianes que llegaron a la cima, quedando a doscientos metros por encima del Crucero estrellado, hicieron gestos para que se acercara rápidamente y en silencio. No usaron los OB por miedo a que el Mal interceptara las comunicaciones, descubriéndolos.

Cuando el Príncipe llegó a la cima, se quedó helado. La nave, aparte de estar dañada por el impacto, había sido arrasada. No había duda que habían sido atacados. La periferia de la nave estaba sembrada por cientos de cuerpos. Desplegó a la tropa para repeler un posible ataque. Se acercaron a la nave con gran precaución. En el irregular círculo defensivo empezaron a ver los primeros cadáveres. Nuestros hombres tenían unas extrañas, delgadas y cortas flechas clavadas por todas partes. Les habían pillado por sorpresa, tenían que ser cientos de enemigos para que no pudieran formar una línea de defensa. Cuando observaron las flechas, vieron con sorpresa que los palos eran de resina endurecida y para que la resina pudiera atravesar un Traje, debía ser lanzada con una fuerza tan brutal que se debían haber quebrado en varios pedazos, al impactar en el objetivo. Cuando extrajeron una, se aclaró el misterio, las puntas estaban recubiertas de M7 de muy baja calidad pero lo suficiente como para atravesar el Traje.

Recorrieron la zona y no encontraron supervivientes. El interior del Crucero estaba destrozado, arrasado. Se habían ensañado con todo lo que se pudiera romper o dañar. También encontraron varios de nuestros hombres muertos. El cómputo final les indicaba que faltaba algo menos de la mitad. El Príncipe ordenó revisar la nave de arriba a bajo, por si algún ordenador aún funcionaba y podía sacar algo de información.

Tan sólo quince minutos después, el Jefe de Escuadrón fue a darle el informe.

—Deme un resumen —ordenó el Príncipe.

—Todos los OB de los cadáveres y sistemas de registro del Crucero han sido machacados con saña.

—¿No has podido sacar nada de ellos? —preguntó incrédulo.

—Nada de nada. Quienes hayan sido, han hecho un buen trabajo —respondió intranquilo.

El Jefe de Escuadra Lóntor se acercó a la carrera.

—Hable —le ordenó.

—No hemos encontrado ningún cuerpo enemigo. El armamento utilizado parece consistir en esas flechas y machetes de la misma aleación de las cuales sólo hemos encontrado las marcas de su uso. Nuestros hombres dispararon en todas direcciones sin escatimar la energía, debían ser muchos. Además faltan los cuerpos de cuatrocientos dieciocho de nuestros hombres.

—No creo que se los llevaran. Busquen huellas que puedan darnos pistas. Rastreen bien la zona por si pudieron huir de semejante ataque masivo.

Hasta los más expertos casi se vuelven locos interpretando las huellas. El enemigo había venido de todas partes y prácticamente borrado las huellas de nuestros hombres. Sus pies, por llamarlos de alguna manera, eran un tercio más grandes que los nuestros pero por los cortes en el Crucero no eran muy altos, como un palmo más bajo que un Guardián medio. Mientras, el Príncipe atrincheraba a la tropa y los distribuía ante un posible ataque. Para cuando terminó, el Jefe de Escuadra Lóntor volvió a darle un nuevo informe.

—¿Qué ha descubierto?

—Algo que no tiene sentido, mi señor. Nuestros hombres se replegaron y huyeron a marchas forzadas hacia el Crucero del Mal.

—Esto, cada vez es más raro. Si eso es correcto, ya tienen que estar allí. Llámeles usando el OB.

—Aún a pesar de sus órdenes, en cuanto hemos descubierto el rastro, he hecho un breve intento.

—No se preocupe, ha hecho lo que habría hecho yo. ¿Qué le han contestado?

—No hay comunicación.

—¿Han muerto todos? —preguntó sorprendido.

—Interferencias. Este planeta está plagado de M7. Hay vetas por todas partes.

—¿Qué me está contando? ¿Que el M7 es de origen natural, creado por la naturaleza?

—Así lo parece. Cualquier transmisión es inviable.

—Cuando Yárrem se entere de esto, se va a frotar las manos. ¡M7 natural, de baja calidad y modelable a alta calidad! ¿Podemos comunicarnos con nuestro Crucero?

—No. Deberíamos acercarnos mucho.

—Ordene a los hombres que se preparen para la marcha. Nos dirigimos al Crucero del Mal. Dudo mucho que haya un ejército, en este planeta, que pueda enfrentarse a un contingente de mil quinientos guardianes, preparados para el combate y mucho menos sin el factor sorpresa.

El camino fue largo, duro. Era abrupto, incómodo. El planeta entero parecía hostil. Por el camino encontramos unos veinte compañeros muertos, con sus OB destrozados. El invisible enemigo los había estado acosando sin tregua, durante todo el trayecto. Los guardianes de avanzadilla me avisaron que tenían el Crucero del Mal a la vista, que estaba en medio de la planicie de un gran valle y que habían levantado a su alrededor, una improvisada barricada, con todo lo que habían podido arrancar de los restos de la nave, las rocas y escasos árboles de alrededor. Las huellas de nuestros hombres se dirigían directamente a las barricadas. El Príncipe, con el grueso de las tropas avanzaron por lo que parecía ser, el cauce seco de un enorme río.

Cuando se acercaron y sin estar todavía a tiro, comprobaron que las tropas que defendían el perímetro se componían de los guardianes del Mal y de los nuestros. Tenía que ser una trampa. De pronto, un Guardián saltó la barricada y, corriendo, se dirigió directamente hacia ellos. Era uno de nuestros hombres. Cuando llegó a su altura hizo la reverencia de máximo respeto, hincando la rodilla derecha y apoyando el puño izquierdo en el suelo.

—Jefe de Escuadrón Milton, a sus órdenes.

—¿Qué demonios está pasando aquí? ¿Ha sobrevivido su Capitán?

—No, mi Príncipe, ha muerto por el camino luchando contra ésas… cosas, cuando exploraba una ruta alternativa para el repliegue.

—¿Hay guardianes del Mal junto a sus hombres en las barricadas?

—Sí, mi Príncipe.

—¿Quiere ponerse en pie y explicarse claramente de una maldita vez? —preguntó indignado Lóntor.

—El Capitán del Crucero del Mal desea que se una a nosotros en la defensa. Se están reagrupando para volver a atacarnos.

—¿Quiénes? ¿Quiénes se están reagrupando?

—Tenemos uno retenido dentro del Crucero. Debemos atrincherarnos cuanto antes.

—¿Está usted loco? ¿Quiere poner al Príncipe a tiro de cualquier Guardián del Mal de ese Crucero? —le preguntó el Jefe de Escuadra Lóntor.

—El Capitán del Crucero, me ha dado su palabra —respondió muy serio mirándole a los ojos.

—¿Desde cuándo un Guardián del Mal tiene palabra? —le preguntó despectivamente Lóntor.

—Desde que nos acogió, sin tener que hacerlo. Sin su ayuda nos habrían aniquilado. Además ese Capitán es de… otra pasta. La verdad es que no es de ninguna raza que conozcamos. Es tan distinto… Creo que lo mejor será que le conozca personalmente, mi señor.

—Iremos. Pero si es cierto que no va atacarnos pídale que ordene a sus guardianes que se desarmen. Luego entraremos en el perímetro.

—Iré ahora a comunicarle sus deseos, mi Príncipe —dijo saliendo corriendo hacia la barricada.

Poco después volvió con dos de los hombres bajo su mando.

—Todo en orden. Están todos desarmados.

—Avancen —ordenó el Príncipe.

A los pocos minutos estaban dentro de la barricada. Los guardianes del Mal permanecían, sentados en el suelo, desarmados y con los brazos cruzados sobre el pecho. Había clavados por todas partes, esos extraños dardos. Una quinta parte de los guardianes de ambos bandos, estaba herido o muerto. Una simple mirada le bastó para averiguar lo que quería decir el Jefe de Escuadrón acerca del Capitán del Mal. Se acercó mirándole directamente a los ojos con toda la dureza que pudo. No apartó la mirada, tenía aplomo. En su rostro se podía leer una gran pena.

—¿Se da cuenta que ha puesto a sus guardianes bajo mi control? —preguntó desafiante.

—Lo único que quiero es que tengan la oportunidad de sobrevivir —respondió con una voz seca, silbante. Su rostro, de color verde y escamado, le daba un aspecto de reptil junto a sus casi inexistentes orejas, aunque sus ojos, nariz y boca eran totalmente humanas. Por su forma de hablar, parecía que la vida no tenía aliciente para él, a no ser por sus guardianes.

—Sobrevivir, ¿a qué?

—A esas cosas. No podemos perder más tiempo, debemos prepararnos para su nuevo ataque.

—Nuestros sensores no detectan actividad cercana —respondió escéptico.

—¡Claro! Porque los tienen rastreando vida humana y esas cosas no lo son. Lo mejor va a ser que venga conmigo dentro del crucero, ahí tenemos a una —dijo fríamente.

—Puede ser una trampa —le avisó Lóntor.

—Mire a su alrededor, todo esta acribillado por esas cosas —le contestó—. Vamos Capitán…

—Rhigt, Príncipe Prance.

—Muéstreme «eso».

Seguidos de cerca por diez de sus guardianes, penetraron en el Crucero. Estaba totalmente a oscuras, no tenía energía por lo que tuvieron que activar los cascos, en modo infrarrojo, para poder ver y esquivar los destrozos interiores. Tras avanzar un rato, llegaron al final de un pasillo que estaba bloqueado por una gruesa compuerta. Se giró mirando al Capitán Rhigt y su triste mirada.

—Lo tenemos ahí dentro, en la sala de motores. Las paredes son más gruesas y sus dardos no pueden atravesarlas. Puentearé la pantalla de la compuerta para que le llegue un poco de energía y pueda verlo.

Tras unos minutos de manipulación, la pantalla se activó mostrando, en un principio, un sin fin de puntos de estática pero poco a poco se fue aclarando, mostrando finalmente a la criatura. Tenía cuatro patas y era algo más bajo que un hombre. De color marrón oscuro y manchas verdes que la camuflaba perfectamente con su entorno. También tenía media docena de tentáculos terminados en dos dedos con forma de cuchillas. Con un rápido y seco movimiento, de entre las dos cuchillas, salió un dardo de M7 que se clavó en uno de los pocos paneles que se hallaban intactos. Por los chispazos que surgieron en todas direcciones, aún le quedaba algo de energía.

—¡Por la Galaxia de Andrómeda! ¡Es un maldito asesino! ¿Se mueven muy rápido?

—Los tentáculos, ni se lo imagina. Pero no corren mucho.

—¿Cuánto?

—Son cuadrúpedos y no muy veloces, algo más que un hombre. Son capaces de alcanzar a un Guardián en condiciones. Pero el mayor problema es que no hay dónde ocultarse.

—Si se entrega junto a sus hombres, les sacaremos de aquí en el Crucero que hemos venido.

—Tengo que hablarlo con ellos pero aún así el problema es cómo salir de aquí.

—Por donde hemos venido con las tropas —dijo el Jefe de Escuadra Lóntor.

—Ese paso ya está cerrado —respondió sorprendiéndonos.

—Creo que se equivoca. Nuestros rastreadores no han captado ninguna actividad enemiga por la zona. Han tenido que irse —le informó.

—Humana o animal, no desde luego. Esa cosa es vegetal. Actúa por instinto. Tengo el convencimiento de que nos consideran un peligro, un animal que les puede dañar y no pararán hasta extinguirnos. Los escáneres que le hemos realizado a esa cosa de la sala, ha demostrado que no tiene cerebro y que los tentáculos los utiliza para alimentarse, arrancando las vetas de M7. La boca la tienen entre las patas.

—De ahí se explican los dardos de M7 —dije pensativo.

—Acabamos de cambiar los sistemas de rastreo de los OB y hemos detectado que estamos totalmente rodeados por decenas de miles de esas cosas. Y siguen llegando más —informó Lóntor sorprendido.

—Hemos de intentar llegar al Crucero. Esas malditas cosas no podrán traspasar sus escudos —dije convencido.

—No llegaremos. Nuestra única posibilidad es atrincherarnos y esperar que sus guardianes del Crucero se decidan venir a buscarnos.

—Seguiré su consejo. No creo que puedan con el contingente que he traído. Jefe de Escuadra, ordene a las tropas que minen el perímetro exterior con todo lo que tengamos.

Lóntor pasó la orden a uno de los guardianes que le acompañaban que salió raudo y veloz a cumplirla.

—Disculpe, Príncipe Prance, ¿y mis guardianes?

—Devuélvanles sus armas.

—¿Mi Príncipe, usted cree prudente…? —comenzó a preguntar Lóntor.

—Obedezca mis órdenes, amigo.

—Sí, mi Príncipe.

—Hágame un favor, Jefe de Escuadra.

—Lo que quiera, mi señor.

—Recuérdeme, cuando estemos en la Gran Dama que ya es hora de que le ascienda a Capitán —dijo con una sonrisa, mientras hacía un gesto para que se dirigiera al exterior.

Cuando salieron volvía a amanecer. Era un planeta entre dos soles, nunca se hacía de noche.

—Cuando el sol esté en lo más alto, nos atacarán. No parecen temer a la muerte y por las ondas que emiten, creemos que se comunican telepáticamente o algo parecido —se apresuró informarles, el Jefe de Escuadrón Milton, al verles fuera.

—Ya me ha informado el Capitán Rhigt. ¿Cómo van con las defensas? —preguntó a la vez que el Capitán Rhigt se alejaba hacia las barricadas.

—Hemos desmontado los cañones láser del Crucero y los hemos instalado en los cuatro puntos cardinales. No durarán mucho, al no poder recargarlos, pero su poder de fuego les hará mucho daño. A trescientos metros del perímetro defensivo, en una franja de doscientos metros, se están instalando minas energéticas a cinco metros unas de otras. El alcance de cada mina es de diez metros de radio, lo que permitiría barrer la misma zona tres veces, como poco. Imposible traspasarlas —dijo uno de los Jefes de Escuadrón que vinieron con nosotros.

—No hay nada imposible, eso es algo que acabará descubriendo usted, por sí mismo —dijo el Príncipe intranquilo—. Vuelva con sus hombres y asegúrense de que no hay brechas en nuestra defensa que esas cosas puedan aprovechar.

—Os veo preocupado —le dijo Lóntor al oído.

—¿Ha visto el rostro de los guardianes, ya sean del Bien o del Mal, que han combatido contra esas cosas? Miedo… —le respondió en el mismo tono.

—Y no es para menos —dijo Rhigt. Les había oído desde más de veinte metros y sin usar el Traje. Un oído excepcional si contamos que además había un ruido ensordecedor por la actividad de las tropas.

—Tiene buen oído —dijo Lóntor receloso.

—Entre otras cosas, aunque qué más da si se acabará perdiendo todo —comentó pesimista.

—Saldremos de ésta —dijo el Príncipe tratando de mostrarse convincente.

Dos horas después, y con el sol en su apogeo, comenzó el ataque. Se inició por donde había llegado el Príncipe. El horizonte se remarcó con una franja oscura, cubriéndolo de éste a oeste, con las grises montañas de fondo. Casi seguido, los otros tres frentes también se remarcaron. Las tropas desenfundaron los fusiles de asalto por si alguno conseguía traspasar la barrera de minas. Según fueron avanzando, comprobaron que sus cálculos se habían quedado cortos. Eran miles, decenas de miles y según avanzaban, estrechando el círculo, se iban concentrando.

—Cuando sobrepasen el campo de minas estaremos al alcance de sus dardos —profetizó el Capitán Rhigt.

—Deberían estar locos para seguir avanzando… —comenzó a decir el Jefe de Escuadra Lóntor.

—Si son plantas, no conocen el miedo. Por lo menos no como nosotros —dijo el Príncipe.

—Somos intrusos que amenazan su supervivencia y van a exterminarnos —auguró Rhigt.

—Es usted muy pesimista con nuestra suerte, Capitán. Saldremos de ésta —contestó intentando infundirle ánimos. Le caía bien ese hombre y no sabía por qué, ya que era uno del Mal.

—Aunque realmente no me importe el resultado final, puedo asegurarle que mis hombres y yo lucharemos como fieras mientras nos quede un hálito de vida —respondió con una tristeza y un dolor fuera de toda lógica.

—No entiendo que os pasa… —empezó a decir el Príncipe siendo bruscamente interrumpido.

—¡Están en el límite del campo! —gritó uno de los jefes de Escuadrón del Bien.

—¡Todos a sus puestos! ¡Preparen los cañones! ¡Y pónganse a cubierto! ¡No se confíen! —ordenó el Príncipe.

Si previo aviso avanzaron en grupo, sobre el campo de minas. Apretados unos contra otros, golpeándose al avanzar, llegaron al final del campo. A la orden del Príncipe, se activó el primer grupo de minas. Una luz brutal y cegadora, lo invadió todo. El humo de la desintegración de la masa de vegetales, se elevó rápidamente alrededor de los sitiados. La media docena que estaba lo suficientemente avanzados siguieron adelante. Los guardianes los abatieron sin dificultad y sin darles oportunidad de lanzar un solo dardo. Una suave brisa se llevó la columna circular de humo.

—¡Por la Galaxia de Andrómeda! Vienen más y siguen avanzando. ¡Ya están en la mitad del campo! —exclamó el Príncipe.

—¡Atentos! —gritó el Capitán Rhigt.

Se repitió la operación de exterminio. Un nuevo contingente sustituyó al aniquilado. Una vez procedida la tercera voladura, el cuarto y último grupo, algo menos numeroso, avanzó rápida y despiadadamente hacia los atrincherados. Los cañones acabaron con el sesenta por ciento. Esas malditas plantas no se detenían ante nada, a pesar de la potencia de fuego. La fuerza y precisión con que lanzaban los dardos les produjeron un diez por ciento de bajas. Algo increíble para unos enemigos de ese tipo. Nunca habían pensado que unos simples seudoanimales iban a ser tan difíciles de derrotar. Cuando se aseguraron que no venían más, el Príncipe ordenó la evacuación.

—Bien, prepárense. Seleccionen un grupo para transportar a los heridos. Jefe de Escuadra, desarme a los guardianes del Mal. Capitán, sus armas —dijo el Príncipe mirándole a los ojos.

—¿No pretenderá salir? —preguntó Rhigt.

—Sí, Capitán. Y vamos directos a nuestro Crucero. ¿No irá a incumplir su palabra?

—No. Pero quisiera saber cómo vamos a esquivar a los demás.

—¿Qué demás?

—Ya le dije que reaccionaban en grupo. Éstos que nos han atacado eran simplemente los exploradores.

—¿Los ex…? Todos a sus puestos. ¡Lóntor!

—¿Sí, mi Príncipe?

—Destaque a media docena de los mejores guardianes y que busquen una salida de esta maldita trampa.

—¿Por dónde viene el contingente enemigo?

—Se están agrupando en la entrada del cauce seco por el que llegó con sus hombres, Príncipe Prance —respondió cínicamente Rhigt.

—Si esto es un valle y por donde hemos venido, el cauce seco de un río, y como en este maldito lugar no hay un lago, ni rastros de uno, por algún sitio tiene que salir el agua en la época lluviosa. Diga a sus hombres que busquen algún cañón oculto por donde sale el agua —ordenó Lóntor.

Una hora después volvieron los primeros exploradores. Había un cañón que desembocaba en varios que desembocaban en otros más. Una auténtica red de cañones. No había forma de hacer un mapa, la única solución era penetrar en ellos y tratar de salir, tras alejarse lo suficiente como para poder rodear el valle y llegar hasta el Crucero.

—Se están concentrando y apunto de entrar en el valle. Debemos irnos de inmediato y arriesgarnos en los cañones —dijo el Príncipe.

—En cuanto nos movamos, sus exploradores nos descubrirán y se lanzarán en tromba. Nos alcanzarán al comienzo de los cañones y nos exterminarán —dijo Lóntor.

—Me quedaré con mis guardianes, cubriendo su retirada. Les proporcionaremos la ventaja suficiente. Luego, cuando lleguen a su Crucero, nos recogen —dijo el Capitán Rhigt, sorprendiéndonos.

—No podrán parar a esas cosas. Nos quedaremos y enviaremos un grupo a la nave.

—Sabe que existen dos razones para no hacer eso.

—¿Y cuales son, si puede saberse? —preguntó Lóntor.

—La única forma de defenderse será replegándose en el interior del Crucero y aguantar todo lo que se pueda y con sus guardianes no entraremos todos y segunda y principal razón, ese montón de metales retorcidos, es mi nave y como Capitán de ese Crucero seré yo quien se quede y lo defienda del enemigo. Así que váyanse y rescátenos cuanto antes.

—A veces me da la impresión de que quiere morir, Capitán —dijo el Príncipe.

—Sin futuro, no hay esperanza. Tiene mi palabra, lucharé junto a mis hombres e intentaré sobrevivir hasta que nos rescaten.

—Le puedo dejar algunos de mis hombres…

—No supondrá ninguna diferencia. Saque de aquí a sus guardianes. Cuando se despidió de él, se fijó que el símbolo de la frente era marrón en vez de rojo.

A mitad de camino, oyeron cómo comenzaban los guardianes del Mal a disparar. La marabunta enemiga los sobrepasó rápidamente rodeando el Crucero. Un gran grupo siguió en pos de ellos. Tras introducirse en los cañones y optar siempre por los que se dirigían hacia la derecha, rodeando el valle, encontraron una torrentera que les permitiría subir con los heridos. Una vez en la cima descubrieron que las plantas inundaban todos los cañones que acababan de atravesar. Sin pensarlo dos veces, ordenó avanzar a marchas forzadas en dirección al Crucero. Ordenó a los guardianes encargados de las transmisiones que intentaran, ininterrumpidamente la comunicación con el Crucero. A dos kilómetros de distancia captaron el SOS. Atacar a los perseguidores y los barrieron sin problemas, ya que sus dardos no alcanzaban a la nave y era imposible sobrevivir a los cañones energéticos del Crucero. Poco después aterrizó recogiéndolos. El Jefe de Escuadrón que quedó al mando se presentó presuroso en la zona de embarque.

—En cuanto estén acomodados nuestros hombres, dirija la nave al lugar de impacto del Crucero del Mal.

—¿Para qué? Son nuestros enemigos.

—Aparte de que di mi palabra al Capitán Rhigt, tenemos una deuda de gratitud con esos guardianes. Pienso dejarles libres, en el planeta neutral que elijan.

Quince minutos después estaban sobre el destrozado Crucero. La zona estaba infestada de esas cosas que lo atacaban por todas partes, intentando penetrar por cualquier pequeño agujero. De inmediato ordenó el ataque. Tardaron más de una hora en limpiar la zona. Con gran prudencia, desembarcó con un pequeño contingente de guardianes de elite y se dirigieron a la entrada de la nave. Media docena de guardianes iban por delante comprobando que ninguno de los bichos aún vivía y si tenían la más mínima duda, disparaban contra el cadáver. Había gran cantidad de guardianes del Mal, brutalmente acribillados, caídos por todas partes. Ninguno estaba vivo, habría sido un milagro. Tal y como supuso, dentro del Crucero los aguardaban unas cuantas. Un fuego cruzado acabó con ellos según iban saliendo, una a una. La entrada la hizo tras cinco de sus hombres, el Jefe de Escuadrón no lo permitió de otra manera. Tan sólo encontraron dos plantas con vida, el resto estaban muertas. También encontraron varios hombres del Capitán Rhigt, destrozados, pero a él no le hallaron. Finalmente llegaron a la sala donde tenían encerrado a uno de ellos. Por lo visto se habían hecho fuertes, en el lugar, última parada. Uno de sus hombres se acercó a una pequeña brecha en la puerta, si no se llega a retirar de inmediato, un disparo láser habría acabado con su vida.

—¡Tranquilos! Soy el Príncipe Prance.

—Abrid la puerta —ordenó una voz que parecía la de Rhigt.

Entraron con prudencia apuntando a los guardianes del Mal que lentamente depositaban sus armas en el piso. En un lado, protegido por un pequeño parapeto compuesto de un par de planchas de M7 y trozos de un generador energético, se encontraba recostado Rhigt. De su pecho sobresalían cuatro dardos y varios más del resto de su cuerpo, uno le había seccionado la carótida. Moriría en cuestión de minutos o antes.

—Aquí estoy Capitán —le dijo a la vez que se arrodillaba para estar más cerca.

—Les dije a mis guardianes que no nos a… abandonaría —dijo costosamente.

—Teníais mi palabra. ¿Puedo saber de qué raza sois?

—Eso ya no importa, mi raza va a… desaparecer —dijo con la voz cada vez más débil.

—¿Desaparecer?

—Nuestra… es… trella va a convertirse en… una… novaaaaa…

—¿Dónde? ¿Dónde Capitán? ¡Capitán!

—Ha muerto, mi señor.

Me incorporé triste. Era un hombre excepcional. A pesar de ser un Guardián del Mal, se preocupaba más de sus hombres que de la guerra. Su símbolo era marrón. Tal vez no era del todo del Mal ya que si mezclamos el rojo y el verde obtendríamos un color parecido. Miré a los supervivientes, dieciocho en total y la mitad heridos.

—Voy a cambiar el trato que hice con vuestro Capitán.

—Ya os dije que nos matarían como a potos —dijo uno de ellos.

—No adelante acontecimientos, Guardián. Les voy a dar a elegir entre «La Celda» y la libertad en el planeta neutral que elijan pero a cambio me dirán de qué planeta provenía el Capitán Rhigt.

—No lo sabemos, aunque siempre andaba lloriqueando por su estúpida raza —dijo otro.

—Eso no me ayuda. Piensen, si quieren la libertad.

—Por lo que le oí una vez, tiene que estar mucho más lejos que los sistemas inexplorados de más allá de la frontera de Modoses —dijo el primero que habló.

—Mucho más lejos, porque una vez me contó que estuvo viajando durante años, de Crucero de transporte en Crucero de transporte, de un sistema a otro, alejándose de su planeta. Quería alejarse todo lo posible…

Una vez en la Gran Dama llamé al Capitán Elizaid a mis aposentos. Que entró muy serio, junto a Mhar.

—Si fuera usted un Capitán novato, entendería esa seriedad —dije algo molesto.

—Si mi Príncipe no se jugara la vida cada dos por tres, sería un Capitán mucho más feliz —respondió aún más serio.

—Estoy totalmente de acuerdo con él —le apoyó Mhar.

—Y yo con vosotros —dije sorprendiéndoles.

—¿Cuál es el truco? —preguntó Mhar suspicaz.

—No lo hay. Capitán Elizaid, voy a seguir su consejo. Hay algo que me gustaría hacer personalmente pero comprendo que el riesgo es demasiado grande. Tengo una misión para usted… muy arriesgada y secreta.

—Soy su hombre. Intentaré no defraudarle. ¿Cuál es la misión?

—Quiero que encuentre un planeta.

—¿Hemos perdido uno? —preguntó Mhar bromeando.

—Muy graciosa. El planeta se encuentra junto a una estrella a punto de convertirse en una nova, muy alejado de los sistemas no explorados de la frontera de Modoses.

—¿Modoses? Pero esa región está plagada de cruceros piratas y corporaciones de planetas hostiles.

—Por eso le envío a usted y no voy yo —ironicé.

—¿Qué naves de la flota llevaré?

—Irá en un pequeño Crucero con la mínima tripulación. Una vez localizado el planeta, quiero que establezca contacto con la raza que lo puebla. Luego vuelva a informarme.

—Esto se parece cada vez más a una misión suicida. ¿Y cómo sabré que es el planeta correcto?

—Porque su raza será parecido ha este Guardián —dije mientras mostraba holográficamente la cabeza del Capitán Rhigt—. Por lo visto su estrella amenaza con destruirlo.

—¿Qué tiene de especial esa raza? No es la primera que está amenazada por su estrella. Además ya habrán evacuado a la población. Cuando una estrella va a convertirse, por ejemplo en una nova, da antes muchos avisos y con mucha antelación.

—Creo que no ha sido evacuado y que necesitan ayuda urgentemente. Es una misión prioritaria. En cuanto los encuentre y evalúe la situación, vuelva a informarme personalmente.

—Sí, mi Príncipe.

ARCHIVO DE DEFENSA DE LAS LUNAS ESCUDO.

APTO PARA CAPITANES DE ELITE.

Las nuevas pruebas de un ataque simulado al Escudo fueron un éxito rotundo. Luego el Capitán Laurence fue a los aposentos de Prance, más que enfadado, resignado.

—Entra Laurence. Estoy listo.

—¿Listo?

—Para la bronca. Me apostaría mi Jade que ya te han informado de lo del Crucero.

—¿Serviría de algo?

—Sí. He decidido seguir vuestros consejos. A partir de hoy pienso mantenerme en segunda fila, siempre que eso sea posible.

—Disculpa, creo que me he equivocado de aposentos —dijo bromeando, haciendo un amago de salir.

—Lo digo en serio. He podido morir allí abajo y de la forma más tonta. No me arriesgaré, a no ser que sea un combate realmente importante.

—No has podido darme una noticia mejor. Antes de que se me olvide, ¿a dónde has enviado a Elizaid realmente?

—A donde te han dicho. Quiero contactar con esa raza. Si son como el hombre que conocí, podrían ser unos aliados formidables.

—¿Sin planeta? ¿Desperdigados por quién sabe cuántos sistemas solares?

—Podríamos agruparles…

—Prance, te voy a ser sincero, la construcción del Escudo planetario ha agotado todos nuestros recursos. Realmente tardaremos veinte mil años en ponernos al día. No podemos prestarles ninguna ayuda. Estamos sin repuestos, metales, IA… No podemos hacer frente a un gran combate con la flota. Si el Mal lo descubre, atacará a todos nuestros aliados.

—Cuando vuelva Elizaid, veremos qué podemos hacer por ellos. Recuerda que tenemos los cinco megabatallones. Podrían ayudar en la evacuación o reagrupación a nivel planetario.

—Su traslado implicaría el desplazamiento de la primera flota y de la Gran Dama y te repito que no tenemos repuestos.

—Sí los tenemos.

—¿Los tienes escondidos debajo de la mesa electromagnética? —preguntó incrédulo.

—La segunda flota. Serán repuestos los repuestos. El conjunto de naves estarán a salvo tras el escudo, aunque no estén operativas.

—Eso es muy arriesgado. Nos dejaría sin refuerzos.

—Como antes del Escudo. Desmóntalas sin que se note.

—Lo haré, pero espero sinceramente que no tengamos que usar la flota.

—Tranquilo, sólo en caso de máxima necesidad.

Dos meses después el Mal atacó el Escudo, con un pequeño grupo de cruceros fuertemente blindados y con escudos tan potentes que las unidades energéticas necesarias para proveerlos, ocupaban casi la totalidad de su espacio interior. La alarma saltó en cuanto entraron en el sistema Solar. Rápidamente llegaron las gemelas que no estaban en sus cañones. Hacíamos dos turnos, dejando la mitad sin gemelas, ya que no teníamos suficientes para sustituirlas. De inmediato se calculó la trayectoria del enemigo y los cañones que estarían en disposición de interceptarles. Los robots de mantenimiento revisaron, por última vez, el recorrido de los cañones de tronera en tronera, dada la trayectoria de los cruceros. En un tiempo récord, todo el mundo estaba en su puesto.

Los minutos pasaban lentamente. La tensión se notaba en el ambiente, nadie se movía, nadie hablaba, nadie hacía ruido. Cuando los dos primeros cruceros estuvieron a tiro, todos me miraron pero permanecí impasible. No quería que los demás huyeran e informaran de primera mano a Trash, del poder de nuestras lunas. Confiados al no ser atacados, avanzaron desplegándose. Rápidamente llegaron a mitad de la distancia de nuestro alcance. Era el momento que estaba esperando.

—¡Fuego! —ordené a todos los cañones que los tenían encuadrados.

Con un solo disparo los barrimos del espacio. Reventaron como si se hubiera golpeado una nuez con un mazo de picapedrero. No quedó nada reutilizable, si excluimos los restos triturados de metal.

La luna, vibró de arriba abajo por los gritos de entusiasmo de las tropas. En mis aposentos de Lain Sen me estaban esperando, rebosantes de felicidad, Dora y Zuzan.

—¡AAH! Mis dos chicas favoritas juntas —dije bromeando.

—Todo un éxito, Prance —dijo Dora abrazándome. Zuzan me miraba feliz sin moverse.

—¿No vas a darme un abrazo, mi chiquitina? —pregunté sonriendo. Sabía que le molestaba enormemente que no la tratara como a la mujer más que adulta que era.

—¿A que voy a tener que hincharte un ojo? —preguntó sin dejar de sonreír, levantando un puño a modo de amenaza.

—Ven aquí y dame dos besos.

—¿Y si no quiero me perseguirás por toda la habitación haciéndome cosquillas? —preguntó esta vez con los ojos velados por los recuerdos, acercándose remolonamente como cuando era pequeña.

Con cariño le acaricié el rostro. Había pasado mucho tiempo de cuando era pequeña, cabezota y ansiosa por saberlo todo…

ARCHIVO PRIVADO DE LA VIDA DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL. SITUACIÓN: GRAN DAMA.

APOSENTOS PRIVADOS DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

Han pasado tres semanas desde la muerte de los padres de Zuzan, cuando se dirigían a Jarkis. Una catástrofe la aparición de esos cruceros del Mal, el convoy no pudo defenderse ante un enemigo tan superior. Aunque aún sigue durmiendo abrazada a mí y llora en sueños, parece que a pesar de tener sólo siete años, ha comenzado a volver a la normalidad. Es increíble la capacidad de recuperación que tienen los niños.

Cuando entré, la vi mirando la pantalla principal de la habitación. Estaba de pie, con los brazos en jarras leyendo una serie de nombres y rangos de guardianes. Se estaba dejando largo, su negro y rizoso cabello. Quería que le llegara hasta la cintura. No me atreví a decirle que si se lo ordenaba al Traje, lo tendría en unas pocas horas. Pensé que era mejor que lo descubriera por sí sola.

—Hola preciosa, ¿qué haces?

—No lo entiendo —dijo dándose la vuelta y mirándome con esos enormes ojos azules marino.

—¿Qué es lo que no entiendes?

—Que haya Jefes de Escuadrón que manden tanto como Jefes de Escuadra.

—Eso, aunque parece imposible tiene una explicación. Lo mejor va a ser que empecemos por el comienzo.

—Vale.

—Comencemos por los rangos de abajo a arriba. Primero novatos, no son asignados a ningún grupo hasta que están preparados. Segundo, guardianes formados, o sea la tropa en general. Tercero, Jefe de Escuadrón que tiene bajo su mando desde cien a mil guardianes, dependiendo del tamaño de su batallón. Cuarto, Jefe de Escuadra que tiene su mando de diez mil a cien mil guardianes, con sus correspondientes Jefes de Escuadrón. Quinto, Capitán, que tiene bajo su mando un millón de guardianes.

—Eso ya lo sé.

—Déjame seguir, «resabidilla». Pasemos a las tropas de elite que tienen la misma escala de rangos pero no el mismo mando. Un Guardián de elite, antes, como mínimo ha sido Jefe de Escuadrón, por lo que manda más porque ha entrado en la elite. Y lo mismo ocurre con el resto, un Jefe de Escuadrón de elite manda más que un Jefe de Escuadra normal. Etc., etc.

—Pero Laurence manda más que ningún Capitán.

—Laurence, Yárrem y Anyel son Capitán de Capitanes de elite. Y Laurence además es mi segundo, lo que le pone al mando en caso de que yo falte.

—¿Un Capitán de un Crucero manda más que un Capitán de elite?

—Si el Capitán de elite no es Capitán de Crucero, sí. Tiene el mando absoluto de su nave.

—¡UFFF! Esto se complica.

—¿Quieres que lo complique más?

—Ya que he empezado…

—Dependiendo de la situación, un Capitán de elite se podría ver obligado a obedecer a un simple Guardián normal.

—¡Imposible!

—Incluso yo, pequeña descreída.

—¿Incluso tú?

—Sí. Te pondré un ejemplo con el Capitán de elite. Éste se vería obligado a obedecer las directrices de un Guardián ingeniero, si no tuviera ninguno de los suyos de elite o de un Guardián biomédico por ponerte sólo dos ejemplos.

—¡Así que cualquiera puede mandar en algún momento! —exclamó algo enfadada.

—Es normal, es por el bien de todos.

—¿Y no pueden surgir discrepancias?

—Si cada uno se ciñe a la parte en la cual es el experto, no. Claro que eso conmigo no suele funcionar.

—Porque eres un maldito cabezota —soltó de sopetón.

—¡Zuzan!

—¿Quéééé? Es lo que siempre dice Laurence.

—Dama, llama a Laurence…