Capítulo XV

ARCHIVO DE COMBATE.

ANEXOS DEL OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL, CAPITÁN LAURENCE, CAPITÁN GHUARDÍYAM Y CAPITANA DORA.

Los siglos pasaban rápidamente, al contrario que la guerra que iba evolucionando lentamente. Cada año se implicaban más razas y grupos de sistemas planetarios. El Príncipe utilizaba todo su ingenio, en discurrir algún método, para acabar con los dos traidores. Nuestras tropas, al igual que las del Mal, eran cada vez más numerosas. Prance seleccionó a cincuenta ingenieros con experiencia en la construcción y les ordenó, en el más estricto secreto, la edificación de una pequeña base, que tendría la función de ser una zona de entrenamiento para Capitanes y Jefes de Escuadra, que cada vez eran más y conocía menos. Había decidido que siempre que pudiera, los entrenaría personalmente. También pensaba utilizarla para un proyecto secreto.

Fue ubicada en el sureste del continente. Sólo conocían su emplazamiento exacto, doce capitanes. Era totalmente subterránea e indetectable por alguno de los sistemas de rastreo actuales. Los capitanes y Jefes de Escuadra viajaban hasta ella, en la más absoluta ignorancia de a dónde se dirigían realmente. Una nave les depositaba en el espaciopuerto principal de Pangea Capital y, una pequeña nave de asalto, con capacidad para un comando de elite de veinte Guardianes, les recogía y les llevaba hasta ella, con todas las pantallas de visión del exterior desactivadas.

Tras uno de los entrenamientos, el Príncipe ordenó a uno de sus capitanes que le esperara en la sala de juntas. Cuando entró, el Capitán, se puso tan tenso que casi se golpea, con la mesa electromagnética, al hacer la reverencia.

—Relájese Capitán Ghuardíyam. No le he pedido que se quedara para pegarle una bronca aunque, como combatiente, comparado con sus homólogos, deja bastante que desear.

—Gracias, intentaré mejorar —respondió muy serio.

—¿Le ocurre algo? —preguntó sabiendo que se estaba conteniendo.

—No.

—Sé que algo le circula por la mente, ¿qué es?

—Me preocupa su seguridad. Opino que es una imprudencia que usted esté aquí. Si el Mal lo descubre, sería una presa fácil para cualquier comando. Este lugar es muy pequeño, alejado de cualquiera de nuestras bases y con pocas tropas de defensa. Y para colmo, venía sin escolta.

—La Capitana Jhem, me ha acompañado.

—Con diez Guardianes de elite, lo sé. ¡Es poco! ¡Su seguridad…! —dijo volviendo a contenerse.

¡Cuánta lealtad! Cuando se encontraba con hombres como él, que se preocupaban de esa manera, el corazón se le encogía. Comprendiendo su miedo, el Príncipe decidió obviar la falta de respeto, en las formas y el modo.

—Aunque le parezca lo contrario, generalmente sé lo que hago. Por favor siéntese y hablemos.

—Yo no he querido…

—No le reprocho nada, en parte ha dicho lo que Seguridad me lleva «gritando» desde hace meses. Pero no estamos aquí para hablar de eso. Según mis informes, empezó en los equipos de ingenieros.

—Sí. Ahora estoy destinado en la investigación y perfeccionamiento de las IA.

—Un trabajo interesante. ¿Y de mecánica que tal anda?

—Era mi especialidad hasta este nuevo destino, las IA.

—¿Y está contento en él? —preguntó pillándolo por sorpresa.

—Sí, al fin y al cabo, ambos campos están relacionados, por lo menos a través de las naves.

—Me alegra oírle decir eso. Queda destituido de su cargo.

—¡¡¡Pe…!!! Como ordenéis —dijo cabizbajo.

—Si estuviera aquí mi esposa, su enfado conmigo sería mayúsculo, por el disgusto que acabo de darle, Capitán. No le estoy degradando, le estoy ascendiendo.

—¿Ascendiendo? —preguntó atónito.

—Claro, que si no quiere el ascenso…

—No, no. Estoy a su servicio. ¿Cuál será mi nuevo puesto?

—Éste.

—Perdone, mi señor, pero me ha dicho que era un ascenso y éste… lugar… no tiene mucho de…

—¿Ve esa caja que está a mi espalda? Ábrala con cuidado —sugirió. Se puso de pie como si un resorte le empujara y, con rapidez, cogió la caja metálica abriéndola. Tras unos segundos, le miró perplejo.

—¿Bien? —preguntó el Príncipe.

—¿Bien? No tengo ni idea de qué es, mi señor.

—Descríbamela.

—Una esfera metálica y, ya que compruebo la robustez de su envoltorio, deduzco que tiene muy poco peso, por lo que tiene que estar hueca —dijo mirándole a los ojos.

—¿Está seguro de que es una esfera?

—Tiene toda la pinta de… ¡Por la Galaxia de Jumi! ¡Ahora tiene forma de pirámide! —exclamó.

—Curioso, ¿verdad?

—¿Qué demonios es? —preguntó perplejo.

—Durante diez mil años he estado trabajando, en mis ratos libres, en él. El equilibrio necesario para llegar a lo que tenéis en la mano, me ha costado decenas de miles de intentos. Este prototipo es único y dudo que hagamos otro, por lo menos de momento. Sin más rodeos, es un cerebro.

—¿De metal?

—De metal inteligente.

—No le sigo.

—Utilicé metal de la Gran Dama.

—¿Y? —preguntó un poco extrañado.

—A veces olvido que es información secreta. La Gran Dama se auto regenera, me explico, si algo es destruido, desintegrado, se quema o algo por el estilo, se reintegra y repara.

—¿Cómo puede hacer eso?

—Ésa es la pregunta del millón. No tenemos ni idea. ¿Se imagina Capitán que todas nuestras naves fueran así? Recuperaríamos el sesenta por ciento de las irremediablemente averiadas. Pero no se trata de eso.

—¿Para qué un cerebro de metal… movible? —preguntó interesado.

—He diseñado un cerebro, todo lo idéntico que se puede, al humano, dándole una serie básica de directrices. La razón de que cambie de forma es porque nota nuestra presencia o tal vez nos oye de alguna manera. Todavía no piensa.

—¿Por qué?

—Quiero que se desarrolle con un cuerpo. —¿Un cuerpo?

—De metal. También de la Gran Dama. Quiero que mida unos dos metros, con brazos y piernas, pies, manos… Tiene que moverse como nosotros.

—No veo para que… además, si el metal de Dama se auto repara, ¿los pedazos no se convertirán en lo que eran originalmente? —preguntó inteligentemente.

—Dama borrará la información, los dejará vírgenes. Además es un experimento. Hemos de probar cosas nuevas para avanzar en esta maldita guerra —dijo convencido.

—Un robot así podría ser peligroso, habría que instalarle algún método de seguridad.

—Se instalarán siete. Ya están diseñados. Las probabilidades de que los siete fallen a la vez, tienden a cero. Más, si se auto repara.

—¿Quién lo va a programar para su aprendizaje?

—Yo, con su colaboración. No sería justo dejarle fuera, ¿no?

—Me pondré de inmediato manos a la obra.

—Tranquilo Capitán, no le va a resultar tan sencillo. Primero, tiene que juntar un pequeño equipo que le ayude, en tan ardua tarea. Nadie debe saber qué es lo que están haciendo y ni mucho menos, dónde están. Segundo, para que funcionen las distintas piezas con el «cerebro», tienen que estar perfectamente calibradas, lo que implicará modelar y remodelar, una y otra vez hasta conseguir el equilibrio perfecto, casi por azar. Como serán una infinidad de piezas, van a tardar una eternidad. Tal vez desee que elija a otro…

—Demasiado tarde, ha conseguido apasionarme. No hay nada que me guste más que un reto imposible. Respecto al cerebro…

—Vendré regularmente e iremos preparando la programación.

—Hay un tema que no hemos tocado. ¿De qué se va alimentar? ¿Cuál va a ser su módulo de energía?

—Ése es su problema, Capitán, su «gran», «gran», «gran problema» —dijo sonriendo ampliamente. El Capitán Ghuardíyam hizo un simpático gesto, comprendiendo que había caído en la trampa y que ya no podía salir.

Efectivamente, el proceso fue eterno. El Capitán Ghuardíyam, junto a su equipo, tardó sesenta mil años en terminar el prototipo.

—Muy mono. ¿Y funciona? —preguntó irónicamente.

—Sí y no, mi señor. —¿Sí y no?

—El cerebro ha aceptado coordinarse con el cuerpo, pero la unidad de energía es tan grande que no puede desplazarse más, de lo que las mangueras que le llevan la energía, se lo permiten.

—Pero… razona.

—Tanto como usted o como yo. Si no fuera un robot, diría que es un poco prepotente. Si me acompaña, podrá verlo.

Tras bajar dos plantas, llegaron al laboratorio donde se hallaba. Era impresionante. Medía algo más de dos metros. Todo de color plata. Su exoesqueleto impresionaba, lo único que desentonaban eran las tres mangueras que salían de su espalda.

—¿Le has puesto nombre? —preguntó.

—No. He sido yo mismo el que lo ha elegido —respondió el robot, con una voz clara y armoniosa.

—Ya le he dicho que es un poco… —dijo enmarcando una ceja el Capitán Ghuardíyam.

—¿Y cuál es?

—Brack.

—¿Sabes quién soy? —preguntó tanteándolo.

—Prance de Ser y Cel, Príncipe de la raza Warlook, Príncipe, por matrimonio, de la raza Fried, Príncipe de los guardianes del Bien, Capitán General de las fuerzas aliadas a la Corporación Warfried y mi amo y señor.

—Aquí no hay amos —dijo tajante, el Príncipe.

—Lo sé. Lo he dicho para comprobar si las informaciones suministradas eran correctas.

—También es un tanto… irritante —dijo volviéndome hacia Ghuardíyam.

—Tengo una pregunta —soltó de sopetón sorprendiéndolos.

—Te escucho.

—¿Por qué me han asignado a la protección de su esposa? Si mi programa no es erróneo, soy un robot de combate, lo más lógico sería que estuviera a su servicio.

—Si perdiéramos a la Princesa, el dolor me haría… menos eficiente.

—¿Dolor?

—Dolor, mental.

—Entiendo, otro de esos conceptos abstractos de los humanos, llamados sentimientos. No tiene sentido que su muerte os convierta en alguien menos eficiente, ya que puede ser sustituida con facilidad.

—Los humanos somos más complejos que tú. Hay muchas cosas que simplemente tendrás que aceptar.

—¿Y cómo distinguiré la verdad de la mentira? —preguntó en un tono que recordaba a un niño pequeño.

—Con la experiencia.

—¿Puedo hacerle otra pregunta?

—Todas las que quieras. —¿Qué pasaría si me averío?

—Te auto repararías. Estas hecho con metal de la Gran Dama. Una vez modeladas las piezas que componen tu cuerpo, si se rompen o destruyen, se vuelven a reconstruir.

—Soy un robot de combate, lo que implica que puedo matar seres humanos. Si mi programa falla, podría matarle a usted, a la Princesa o cualquier otro Guardián del Bien.

—Ésa es la razón por la que te hemos instalado siete sistemas de seguridad. Las probabilidades de que los siete sistemas se averíen a la vez, son mil millones de veces menores de que una pareja de Guardianes tengan un hijo —respondió con sorna.

—Tengo entendido que mañana parte para reunirse con la Princesa, en Jarkis —dijo sorprendiéndole.

¿De dónde había sacado la información?, pensó el Príncipe.

—Sí, eso es correcto… —¿Iré con usted?

—Me temo que de momento eso será imposible, ya que con semejante unidad energética, más que ayudar, molestarías.

—¿Y por qué no la reducen? —preguntó sereno.

—¿No le ha preguntado a él? —pregunté a Ghuardíyam extrañado.

—No se me había ocurrido…

—¿Tienes alguna idea de cómo construir una unidad energética, lo suficientemente pequeña como para que te quepa en el armazón y te dé autonomía?

—No.

—Entonces, me parece que te vas a quedar aquí durante mucho tiempo.

—Una unidad de energía única, en mi armazón, sería muy peligrosa. Si fuera alcanzada, me dejaría inoperante, por eso, creo que lo más lógico, sería instalar varias unidades energéticas, distribuidas en varios puntos de mi armazón. Serían más pequeñas pero interactuarían entre ellas.

—El diseño… —comenzó Ghuardíyam.

—Ya lo he terminado, está todo en mi mente —dijo Brack, tocándose la sien con un dedo, produciendo un seco ruido metálico.

—La pelota está en su campo, Capitán —dijo sonriendo—. ¡Vuelta a calibrar!

—Me temo que sí, mi señor. Tras reunirse con Yun, el Príncipe tuvo que partir con la flota hacia la Frontera de Arias, para ayudar y socorrer varios sistemas acosados por el Mal.

La Princesa Yun llevaba varios días intranquila y, a menudo, se pasaba gran cantidad de tiempo en las planicies de roca, contemplando el desierto. Su actitud tenía preocupada a Dora, que no comprendía qué le ocurría. No era la primera vez que estaba separada del Príncipe, así que no podía ser eso. Tras una sutil sugerencia del Capitán Yárrem, que había llegado de un breve viaje de inspección del sistema solar de Jarkis, para evitar una emboscada, teniendo que volver rápidamente a la Gran Dama, Dora, decidió hablar con ella, para descubrir qué era lo que le preocupaba. Se dirigió al lugar donde habitualmente solía estar sentada, mirando al infinito del gran desierto.

Cuando llegó a su altura, se percató de que estaba totalmente absorta. No era propio de ella que se le pudiera sorprender tan fácilmente. Se estremeció al pensar que un enemigo se hubiera acercado en su lugar.

—Hola, mi señora.

—¡Oh! Hola, Dora. No te he oído venir y deja el protocolo, estamos solas.

—Claro, Yun. Pero los hábitos son difíciles de erradicar —dijo sentándose junto a ella.

—¿Somos amigas hace mucho, verdad?

—¿Qué clase de pregunta es ésa? Sabes perfectamente que sí.

—Entonces, ¿por qué no me lo has dicho? A veces creo que estoy tan ciega…

—¿Decirte? ¿El qué?

—Que estás perdidamente enamorada de Prance.

En ese instante Dora, quiso morirse. Su rostro se encendió como una antorcha. Si no llega a estar sentada se habría caído de culo.

—Yo no…

—Vamos Dora. Tengo ojos en la cara. —¿El Príncipe…?

—Él no se ha dado cuenta. ¡Es hombre! Lo que le convierte en… bueno ya sabes, ciego para lo obvio.

—¿Tanto se me nota? No pretendía… comprenderé que me destinéis a otro lado…

—No Dora, tranquila. No estoy ofendida, ni enfadada, ni celosa, ni nada por el estilo.

—Me tranquiliza oír eso. Pero hay un «pero», ¿verdad?

—No hay un «pero». La verdad es que me alegra que haya alguien que le ame tanto como yo y que le cuidará y se preocupará por él, en el caso de que yo falte algún día —continuó tristemente.

—¿Faltar? Moriré mil veces, si es necesario, antes de permitir que te ocurra algo —dijo alarmada.

—Jamás he dudado de tu lealtad. Pensaba en el futuro del Príncipe, que es el hombre más grande que jamás ha existido.

—Eso, no creo que haya nadie que lo dude, Yun.

—Lo que no sabe prácticamente nadie, es que en muchos aspectos es como un niño desvalido, necesita que se le cuide, mime, vigile, abronque… por eso he pensado en ti.

—No os entiendo… ¿en mí?

—Ya que ambas sabemos lo que sentimos por él, me gustaría que le consolaras, escucharas y, si puedes, aconsejaras, en el caso de que yo falte.

—Pero yo…

—Prométemelo —dijo enérgicamente mirándola a los ojos.

—Te lo prometo. Espero que nunca tenga que cumplir tan triste promesa.

—Eso espero yo también. Eso espero…

No volvieron a hablar del tema pero a partir de ese día, ambas eran las que pasaban las horas sentadas mirando al desierto, hablando principalmente de Prance.

El Príncipe tardó dos meses más de lo previsto en llegar, a causa de una falsa información acerca de un Crucero del Mal, que rondaba la frontera de Arias. Laurence, como ya era habitual, se adelantó para informar y avisar a Yun, de la inminente llegada del Príncipe.

Tras aterrizar en una de las explanadas de roca cercanas a la gran montaña, se dirigió a los aposentos de la Princesa. Casi cuando estaba llegando se topó con Dora.

—Es un placer volver a verle, Capitán Laurence.

—¡Diez, en peloteo, Capitán! —bromeó—. ¿Está la Princesa en sus aposentos?

—No. Está fuera en la llanura de roca.

—Venía a comunicarle que el Príncipe está al caer.

—Ya lo ha deducido. Ha oído por el OB que habéis llegado hará media hora.

—Entiendo. Eso sólo puede significar que el Príncipe llegará enseguida. ¿Y si viniera a decirle que el Príncipe tardará aún en volver?

—No estaríais aquí. Nos habríais mandado un mensaje.

—Me conocéis bien.

—En cierta forma es mi trabajo. Hay una cosa que sí me preocupa y quisiera que le dierais prioridad para que pudiera hablar con el Príncipe, sobre ello.

—¿De qué se trata?

—Las puertas subterráneas, que desembocan a unos pocos cientos de metros dentro del desierto, se han empezado a averiar desde hace unas semanas. Hemos tenido un par de sustos.

—¿Pero qué es lo que ocurre exactamente? —preguntó extrañado.

—Dejan de funcionar porque sí y de pronto vuelven a hacerlo.

—Eso no tiene ningún sentido. ¿Cuándo se produjo la primera avería?

—Hace dos semanas y media.

—¡Maldita sea! Espero que no sea otro problema, con los sistemas informáticos, causado por algún tipo de desequilibrio en la programación general de las compuertas, como ocurrió en la primera prueba. Voy a la central. Preséntele mis excusas a la Princesa y luego, reúnase conmigo.

No habían pasado dos segundos, cuando un suave zumbido indicó que la Gran Dama había entrado en el sistema solar de Jarkis, lo que significaba que, en breve, el Príncipe se personaría en la base. Más les valía que las compuertas estuvieran reparadas, para cuando llegara. Si se llegara a enterar de que sus hombres se la habían estado jugando ahí fuera, por una tonta avería, iba a enfurecerse sobremanera.

Cuando llegó el Capitán Laurence a la sala de control y pidió al Guardián al cargo que le mostrara la progresión de averías, por poco le da un infarto.

—¿Qué demonios os pasa? ¿Estáis ciegos o qué? ¡En este momento están averiadas el sesenta y cinco por ciento! Y otro diez funcionan a ratos. ¡Salid inmediatamente y traedme una de esas malditas compuertas! Hemos de averiguar qué demonios les está ocurriendo.

Tras cuatro horas descubrieron, con asombro, que los Trypos utilizaban las compuertas para depositar sus esporas que, al desarrollarse, destruían sus mecanismos. Por lo visto, al haber más humedad que en el exterior, se desarrollaban más rápidamente. Mientras eran pequeñas, la energía pasaba a través de ellas sin problemas pero, al crecer, a veces, la energía no era suficiente y las paralizaban hasta que se movían pero, al final, siempre acababan destruyendo los mecanismos. En cuanto llegara el Príncipe, ordenaría desmontar todas las compuertas e instalar un sistema defensivo de esterilización, de forma que nada orgánico pudiera sobrevivir dentro. Pero lo que más le preocupaba era que los Trypos rondaran cerca de las puertas, eso podría causar graves problemas. Si atrapaban a alguien… el Príncipe montaría en cólera y rodarían cabezas. No era un hombre que tolerara errores de ese tipo.

El Príncipe había estado todo el viaje de mal humor, a causa de la pérdida de tiempo en la Frontera de Arias. No había nada que le enojara más que una información falsa. Su humor mejoró ostensiblemente, al entrar en el sistema de Jarkis, en la misma proporción que su intranquilidad y nerviosismo. El Capitán Yárrem le miró preocupado, algo ocurría.

—¿Estáis bien, mi señor?

—Perfectamente —respondió escuetamente.

—¿Ordeno que la flota se acerque a Jarkis?

—Prefiero que permanezca en el exterior del sistema. No quiero que el Mal descubra a los Fried. Descenderé con una pequeña escolta al planeta.

—Espero que lo hagáis en Tita —dijo paternalmente.

—Algo imprudente, sí. Loco, no. Usaré a Tita. Transmite mi decisión a la sala principal de control de Jarkis e informa a la flota que quedas al mando.

La ansiedad le corroía. Estaba más enamorado de lo que creía. Esas últimas semanas, sin la Princesa, se le habían hecho interminables, agravadas por el silencio que tuvieron que mantener para no alertar al Mal. La realidad es que, en el último milenio, cada vez que se separaba de la Princesa, sufría una gran angustia y su ansiedad por volver junto a ella era tan grande, que rayaba casi en la locura. Cada vez que se alejaba de su lado, era como si una parte de sí mismo se desgajara. Sabía que eso no era normal pero no adivinaba la causa. Su miedo por ella aumentaba. En los últimos decenios, había triplicado su seguridad e incorporado nuevas unidades de elite para su protección, bajo el mando directo de Dora.

Para cuando llegó al espaciopuerto principal de la Gran Dama, las tropas y pilotos que le debían acompañar, ya estaban listos. Conocían muy bien el apremio que el Príncipe sentía cuando se iba a reunir con la Princesa. Desde hacía unos cientos de años, y dado la gran cantidad de voluntarios entre las tropas de elite para participar en la escolta del Príncipe, la Yúrem seleccionaba personalmente a los mejores, basándose en los datos que le suministraba Dama. Ésa fue la razón por lo que no le extrañó a Prance el verla junto a Tita, hablando con el Jefe de Escuadra Lóntor que iba a acompañarle.

—Que no se entere. Si vuelve a oír que alguien piensa que es un Dios, es capaz de echarle al espacio por la primera compuerta que encuentre. Castigue duramente a los hombres que ha cogido en esa falta y luego comuníqueselo al Capitán Laurence para que les aleccione personalmente.

—Sí, Yúrem.

—Una cosa más, antes de que llegue nuestro señor.

—Usted dirá…

—La sala principal de control de Jarkis me ha informado que las compuertas internas del desierto, tienen problemas estando la mayoría averiadas. Ordene a los pilotos de Tita que aterricen sobre la explanada de roca. Que los cazas sobrevuelen la zona hasta que el Príncipe esté a salvo en la fortaleza de roca. No os separéis de él en ningún momento.

—Así lo haré. ¿El Príncipe no debería saber lo de las compuertas? —preguntó intranquilo.

—Bastantes preocupaciones tiene. Cuando llegue a la fortaleza de roca, le informará el Capitán Laurence del problema, si lo cree conveniente.

—Perdonad mi indiscreción, pero os noto preocupada y eso me alarma bastante.

—Algo está a punto de ocurrir y él también lo presiente.

—¿Qué es lo que presiento? —preguntó el Príncipe pillándoles por sorpresa.

—Me refiero al Consejo de las Yúrem.

—Ese atajo de locas… sin ánimos de ofender, Ayam —dijo el Príncipe con sorna—. ¿Todo listo Jefe de Escuadra?

—Nos acompañarán veinte cazas. A su orden saldremos.

—No perdamos más tiempo.

—¿Qué lectura han dado los rastreos? —preguntó sonriente pero nervioso.

—No se detectan naves en el sistema, pero no es seguro al cien por cien, tal vez estén ocultas tras algún planeta o luna —le informó Ayam.

—Si hubiera naves en el sistema, en Jarkis lo sabrían, ¿verdad?

—El riesgo es mínimo, pero existe. También sé que no esperaréis a que enviemos un grupo de exploración.

—Me conocéis bien, Ayam. Partamos, Jefe de Escuadra.

—Sí, mi Príncipe. Los pilotos Tor y Dresi nos esperan.

Una vez dentro, Crabos me saludó sonriendo y me invitó a que me sentara en la fila de en medio, en la primera línea. Me conocían tan bien que sabían que les volvería locos, si me ponía al mando de la nave. Los cazas estaban fuera del espaciopuerto esperándonos.

Avisamos a la central, de la fortaleza de roca, de nuestra partida. En menos de dos horas estuvimos a la altura de la primera luna de Jarkis. Todo trascurría con normalidad, hasta que Tita apareció en medio de la pantalla con el rostro preocupado.

—¿Ocurre algo? —pregunté levantándome.

—El sistema Lara se empeña en hablar con usted, ante mi negativa en hacerle caso, a pesar que no estaba en absoluto de acuerdo con sus recomendaciones. Es una IA irritante y tozuda, si me permite la observación —refunfuñó.

—Esas discrepancias tendréis que aprender a resolverlas vosotras. De todas formas veré que quiere. Que acceda a esta pantalla.

Tita desapareció con el morro torcido y fue sustituida por un hermoso rostro de mujer, de rasgos dulces, con un pelo largo, liso, negro y de intensísimos ojos verdes. Tenía una expresión amable, inteligente y perseverante. No iba a ser fácil manejarla sin darle órdenes.

—Hola, Lara. ¿Qué es tan importante como para desafiar la lógica de Tita?

—Hola, mi Príncipe. Siento molestarle, pero creo que tengo razón. Tita tiene una visón con… poca perspectiva —dijo dulcemente.

—¿Cuál es el desacuerdo? —pregunté divertido.

—La ruta.

—En estas dos horas la he estado revisando y me parece correcta —le informé.

—Lo sería si hubiéramos enviado equipos de rastreo.

—No puede haber naves del Mal. En otro de los planetas, tal vez habrían escapado a los controles de Jarkis, pero ya aquí, en sus lunas… no es posible.

—Cruzando la órbita de la segunda luna —informó Tor, que no se perdía una palabra de la conversación.

—Ordene que nos detengamos —dijo Lara seria.

—¿Por qué? —pregunté extrañado.

—Porque según mis cálculos las tres lunas han estado alienadas con Jarkis estas últimas horas y los sistemas de la fortaleza no habrían podido detectar la llegada de ninguna nave, procedente del alineamiento.

—¿Pero qué…? —empezó a decir el Príncipe.

Lara desapareció siendo sustituida por Tita con cara de horror.

—Crucero enemigo surgiendo por la cara éste de la tercera luna. Acabo de detectar la salida de dieciocho docenas de cazas que se dirigen directamente hacia nosotros —informó alarmada.

—¡Avisa a la flota! —grité.

—No podremos escapar —dijo Dresi—, el Crucero interceptará nuestra huida. —¡Comunícate con Jarkis! ¡Que nos envíen refuerzos!

—No es posible. La alineación intercepta nuestras comunicaciones con el planeta, no tenemos potencia suficiente —informó Tita.

—La única opción que nos queda será dirigirnos directamente hacia Jarkis —dijo el Jefe de Escuadra.

—Eso implicaría que tendríamos que cruzar por delante del Crucero —dije mirándole fijamente.

—Como usted dice «hoy es un buen día para morir» —respondió.

—Distribuya a los cazas a nuestro alrededor y que naveguen lo más cerca que puedan, hasta que su potencia de fuego pueda alcanzarnos, luego que se dispersen e intenten alcanzar Jarkis.

—Aquí Jefe de Escuadrilla, Pontial. Mis pilotos consideran que esa medida le podría en peligro. Permaneceremos a su lado desviando los ataques de los cazas enemigos. Cuando esté a salvo, iniciaremos la reentrada en Jarkis.

—Si hace eso, no quedará ningún caza para la reentrada.

—Hoy es un buen día para morir —dijo cortando la conexión.

—A toda potencia —ordené—. ¡Es un buen día!

SALA DE CONTROL DE LA FORTALEZA DE ROCA.

El Capitán Laurence, seguido de cerca por la Capitana Dora, entró muy serio en la sala.

—¿Qué ocurre? —preguntó sorprendido ante el requerimiento el Jefe de Control.

—Hemos detectado una fuente de energía en la cara éste de la tercera luna.

—¿El Príncipe y su escolta?

—La energía es demasiado intensa. Creo…

—¿Qué cree?

—Que proviene de un Crucero.

—No tenemos ningún Crucero… ¡Mierda! ¡Alerta general! ¡Todos a sus puestos de combate! ¡Avise a la flota, el Príncipe está en peligro!

—No llegarán a tiempo.

—Avíseles y envíen todo lo que tengamos contra ellos. Hay que darle tiempo.

—Ya… ya están combatiendo. Acaban de salir de la cobertura —dijo uno de sus ayudantes.

—¡Naves localizadas! ¡Tita sigue activa! ¡Aguantan junto a ella seis, no, ahora cinco cazas! —informó otro.

—Línea con Tita, quiero hablar con el Príncipe, ¡ya! —espetó imitándole.

—¡Línea abierta! —gritó por la tensión el Guardián de comunicaciones.

—No llegarán a tiempo. Tenéis que salir de ahí. La única solución es que os dirijáis a máxima potencia hacia Jarkis.

—No podemos hacer eso. Nuestros escudos no aguantarán un impacto de reentrada así. Sería como lanzar un huevo contra un muro.

—Aquí, Jefe de Escuadrilla Pontial. Mis pilotos y yo, aguantaremos todo lo posible para que puedan hacer una reentrada orbital, algo más suave. ¡Hoy es un buen día para morir! —gritó lanzándose con su caza, seguido de cerca por el resto, contra el enemigo, sin dar tiempo al Príncipe para impedírselo.

—Prance, es tarde para lamentarse. Que no mueran en vano. Ven a toda potencia.

—¡Mierda! ¡Tita, a toda potencia hacia Jarkis, procurando evitar al enemigo y, a la vez, con la reentrada más suave que sea posible!

INFORMES RECOGIDOS DE LOS SISTEMAS ANEXOS A TITA.

Poco antes de llegar a Jarkis, medio centenar de cazas les alcanzaron. Los guardianes artilleros de Tita no daban abasto, en un vano intento de que no se acercaran y alcanzaran la nave. Cuando iniciaron la reentrada en plan suicida, dos sectores de los escudos estaban prácticamente destruidos. El Príncipe hacía varios minutos que no daba ninguna orden, permanecía de pie entre Tor y Dresi, mirando a través de la pantalla principal, cómo se acercaba el planeta.

Un último y fuerte impacto en los impulsores derechos, indicó que los escudos de ese sector había fallado en ese instante y que habían sido alcanzados, por varios disparos de los cazas enemigos. Para colmo, los impactos les habían desviado aún más del ángulo de reentrada, volviéndose realmente peligrosa y fuera de control. Dentro de Tita, y casi en el acto, la temperatura comenzó a subir, obligándoles a activar los cascos para no abrasarse la cabeza. Todos comprendieron que en pocos segundos morirían. Los Trajes no podrían con semejantes temperaturas.

INFORMES DE LOS OB DE LA TROPA DE A BORDO DE TITA.

El Príncipe parecía paralizado. Permanecía absolutamente inmóvil. El calor se volvió insoportable. Varias secciones se pusieron al rojo y amenazaban con desintegrarse. En el momento que no podían más, el Príncipe avanzó el escaso medio metro que le separaba de los pilotos, colocándose entre ambos. Luego, extendió los brazos y dirigió las palmas hacia los controles de vuelo. El Jefe de Escuadra le miraba aterrorizado, no entendía su actitud y mucho menos con la terrible muerte que les esperaba. Casi al instante, la temperatura empezó disminuir y el rumbo a corregirse. También lo hizo la velocidad. La tripulación se miró entre sí, perplejos, ya que acababan de constatar que Tita estaba inoperante, parecía que el fallo en los escudos le había dejado de proteger y había «muerto». De pronto y casi al unísono, sintieron una fuerza, un empuje, una energía, un poder, paz… que provenía del Príncipe. Sus miedos, temores, odios, recelos, las prisas, el tiempo… todo careció de importancia.

INFORME DE LA SALA DE CONTROL DE LA FORTALEZA DE ROCA.

—¡Maldita sea, están cayendo en picado! —exclamó uno de los guardianes de control de vuelo.

—Caen sin control. La fricción les ha incendiado —gritó uno de los hombres.

—¿Los escudos? —preguntó escéptico y alarmado.

—Destruidos, Capitán. No han aguantado. Se van a hacer pedazos.

—¡No, maldita sea, no! —gritó Laurence soltando un soberbio puñetazo sobre el tablero de control—. ¡Vamos Prance, utiliza uno de tus trucos!

La tensión en el ambiente, se podía cortar con una espada láser.

—¡No es posible! —exclamó el mismo controlador.

—¿Qué ocurre? —preguntó Dora girándose para mirarle.

—Su velocidad disminuye…

—¿Han conseguido redirigir los impulsores? —preguntó Laurence sorprendido.

—Las lecturas que recibo indican que no funciona nada. Puedo asegurar que la energía no proviene del módulo de energía. ¡Está inactivo!

—¿De dónde demonios proviene entonces?

—Nuestra IA informa que no hay datos al respecto.

—¡Mil metros para el impacto! —informó una voz en la sala que no pudo reconocer.

—¡No lograrán decelerar lo suficiente! —informó el controlador.

—Quinientos metros —informó la IA, sustituyendo al controlador.

—¡Se van a…! —exclamó Dora.

—Cien, cincuenta… ¡Impacto! —exclamó con voz impasible al IA.

—¿Dónde, dónde? —preguntó exasperado.

—No tenemos datos precisos pero ha sido en el área cercana a las compuertas B-45 y la C-45.

INFORMES DE LOS OB DE TODOS LOS GUARDIANES QUE TRANSPORTABA TITA.

ASUNTO: IMPACTO Y DESTRUCCIÓN DE TITA.

La deceleración y corrección de rumbo, fue inmediatamente captada por los equipos de la sala de control de la fortaleza.

La velocidad era demasiado grande como para que la deceleración evitara que Tita se estrellara brutalmente, contra las cálidas arenas del desierto. A causa del tremendo choque, varios guardianes murieron, habiéndose producido más de medio centenar de heridos, de distintas gravedades. Mientras sacaban a los heridos, del amasijo de metales retorcidos en que se había convertido la nave, el Príncipe, que seguía inmutable, inspeccionó la zona. Estaban a varios kilómetros de alguna de las entradas. Los hárikams no tardarían en aparecer y entonces sí que estarían perdidos, aunque tenía la esperanza que las vibraciones del impacto, los habría asustado o por lo menos disuadido de momento. No podían esperar un rescate por aire. Las naves del Mal les localizarían en el acto y las interceptarían, sin contar que descubriría la fortaleza de roca y por tanto, a los Fried. El costo sería demasiado alto. Miró al Jefe de Escuadra Lóntor que en ese momento lo estaban sacando de Tita, ya que tenía las piernas rotas. Las tibias, chocantemente blancas, tras traspasar los muslos y el Traje, sobresalían un par de centímetros.

—Quiero un recuento de los hombres que pueden caminar y de los que necesitan ayuda. Partiremos en cuanto salga —dijo mirándole fríamente a los ojos, entrando de nuevo en Tita.

El interior le pareció extrañamente oscuro. Las pocas unidades energéticas que aún funcionaban habían sido desconectadas, en previsión de un incendio o de una posible explosión de los distintos módulos de almacenamiento energético. A pesar de que conocía la nave a la perfección, los destrozos eran tan grandes que tropezó varias veces, obligándose a activar de nuevo el casco para poder ver en la oscuridad, utilizando infrarrojos. Tardó más de cinco minutos en llegar al almacén, ubicado en la popa de la nave. Tras forzar la compuerta, utilizando una de sus espadas láser, descubrió, a su pesar, que el almacén casi se había desintegrado por completo. Sus ojos se posaron en el aplastado y semifundido armario lateral que aún permanecía en su sitio. Utilizando, una daga láser de su pantorrilla, lo forzó y abrió. Al verlo, sus peores presagios, se acabaron de cumplir, tan sólo permanecían intactos seis bastones inyectores de olor, el resto estaba destrozado. Sin bastones no podrían escapar del acoso de los hárikams y mucho menos, con tantos heridos, y con tanta distancia por recorrer. La única solución que se le ocurría era que un hombre en solitario, se alejara perpendicularmente del grupo y activara todos los bastones a la vez, para que la potencia conjunta de los bastones, atrajera a todos los malditos bichos de la zona. Ese hombre tendría que alcanzar al grupo, una vez instalados.

Cuando resurgió de los restos, los soles le golpearon con fuerza. El calor aumentaba rápidamente, pronto empezarían a insolarse los heridos. Tenían que darse prisa. Con un simple vistazo, comprobó que había, por lo menos, un tercio de los hombres heridos. Se acercó al Jefe de Escuadra con los bastones bajo el brazo.

—Dos quintos de los hombres están heridos. Tenemos once muertos, uno acaba de morir, mi Príncipe. Cinco más si no reciben ayuda de inmediato.

—¡Jefe de Escuadrón! —gritó.

—Ha muerto, mi Príncipe.

—Tú y tú —dijo señalando a dos Frieds—. Acabáis de ascender a Jefes de Escuadrón. Vuestros nombres.

—Hamtom —dijo uno.

—Jilolum —dijo el otro.

—Jefe de Escuadrón Hamtom seleccione los guardianes más fuertes y distribúyales para el inmediato transporte de los heridos, irá a la cabeza del grupo dirigiéndose a la puerta de interior de acceso más cercana. Jefe de Escuadrón Jilolum se encargará de estabilizar a los heridos más graves y tratará de mantener con vida al mayor número de ellos.

—¿Si voy a la cabeza del grupo, dónde estará usted? —preguntó sorprendido Hamtom.

—Jugando al ratón y al gato con los Hárikams, luego les alcanzaré.

—¡Jefes de Escuadrón! El Jefe de Escuadra está herido y no sabe lo que dice, queda destituido hasta su completa recuperación. No obedecerán ninguna orden suya. Están al mando y para que quede constancia, ¡es una orden directa!

—Pe… —empezó el Jefe de Escuadra.

—Llévese a este Guardián herido —le ordenó a Jilolum señalando a Lóntor. Luego usó el OB para proyectar, en tres dimensiones, el mapa de las compuertas de la zona. El Fried Hamtom las observó con detenimiento.

—Ésta o ésta —dijo señalándolas.

—Estoy de acuerdo con usted, Jefe de Escuadrón. Según cómo estén las dunas o los Hárikams, tendrá que elegir una u otra, la B-49 o la C-35 —afirmó pensativo.

—¿Cuándo quiere que partamos?

—Si los heridos están listos, ¡ya! Esos malditos bichos se nos van a echar encima de un momento a otro.

—¿Usted, por dónde irá?

—Por el este, sobre aquel sector tan elevado. Colocaré los bastones y trataré de alcanzarles.

—No podrá.

—¿No podré? —preguntó extrañado.

—Fíjese en el mapa. Al colocarlos ahí, lo más probable es que los hárikams vengan por ahí, ahí y ahí. Le cortarán el paso.

—Tiene razón. Me dirigiré a la H-40. Nos veremos en la fortaleza.

—¿Quiere que vaya yo?

—Nunca ordeno a mis guardianes que hagan algo que yo no haría. Ponga a esos hombres a salvo y tendrá mi gratitud eterna.

—Los pondré a salvo. Soy su Jefe de Escuadrón.

—No utilicen los OB ni siquiera para comunicarse con la fortaleza. Si el Mal rastrea las transmisiones, no tendremos ninguna posibilidad.

—Nadie los usará, confíe en mí.

—Informe a la fortaleza de mi dirección, en cuanto llegue a la puerta de acceso, por si necesito ayuda.

—Buena suerte —dijo dándose la vuelta, uniéndose a los hombres, dirigiéndolos hacia el punto prefijado.

El calor aumentaba. El tercer sol comenzaba a surgir por el horizonte. Mientras empezaba a correr, sonreía pensando en la bronca que iba a recibir de Laurence… entre otros. ¡Tenías que ser tú el héroe!, diría. La verdad es que era el único, a pesar de que hubiera varios Fried, que se había enfrentado cara a cara con uno de esos malditos bichos.

INFORME DEL OB DEL CAPITÁN LAURENCE.

FORTALEZA DE ROCA.

SALA DE CONTROL.

La mirada de apremio que eché a uno de los controladores de vuelo, no dejó lugar a dudas.

—No hay comunicación con Tita —me informó.

—Estamos a ciegas. No hay ninguna nave por la zona que nos pueda proporcionar datos —dijo otro.

No disponíamos de satélites informativos en el planeta, ya que si los hubiera, el Mal podría descubrirlos y por tanto también a mi raza. No teníamos información del estado de Tita ni de la tripulación y, sobre todo, no sabíamos cómo estaba el Príncipe. Ya no tenía duda de que el impacto había destruido la nave, la pregunta era si los supervivientes podrían llegar hasta las compuertas, las que funcionaban.

—Hay que avisarles de cuales son las compuertas que funcionan —dijo Dora como si leyera mi pensamiento.

—Dada la posición de las naves del Mal, si nos comunicamos con ellos, les detectarán en el acto —nos informó uno de los controladores.

—¿Cuándo barrerá nuestra flota al Mal?

—Si no surgen problemas, el combate se prolongará durante cuatro o cinco horas —respondió uno de los tácticos.

—No disponen de ese tiempo, los hárikams… —dijo Dora con los ojos brillantes que, a duras penas, podían contener las lágrimas.

—Dora, manda dos equipos de rescate a esas compuertas.

—Déjeme salir con un pequeño Escuadrón al desierto para ir en su ayuda.

—Denegado. Ese maldito lugar se va a llenar de hárikams. No podrías ayudarles, nuestras armas no son efectivas contra ellos.

—Pero podríamos instalar una gran cantidad de inyectores de olor, en otra zona, para desviarles.

—Eso es otra cosa. Elige a tus mejores y más expertos Fried. No te arriesgues, recuerda que la mayoría de las compuertas no funcionan.

—No se preocupe Capitán —dijo mientras salía corriendo y activaba su OB, solicitando voluntarios.

INFORME DEL OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

ASUNTO: IMPACTO Y DESTRUCCIÓN DE TITA.

Corrí todo lo que pude. El ardiente aire abrasaba mis pulmones. Durante un breve instante, miré a mis hombres que avanzaban penosamente, a causa de los heridos, hacia las compuertas. En el horizonte me pareció vislumbrar las ondulaciones de un hárikam, aunque tan vez fueran imaginaciones mías. Tras unos interminables minutos volví a mirar para ver cómo iban, ahora eran meros puntitos. Al fijarme en el lugar del impacto, el corazón me dio un vuelco, un hárikam se dirigía directamente hacia Tita. Era cuatro veces más grande que ella. La destrozaría de un solo golpe y luego se lanzaría en persecución de mis guardianes. Su rastro, claro y recto, sería un ineludible desafío para el bicho. En ese instante me di cuenta que no serviría de nada instalar los bastones juntos. Debía formar una línea, lo que le haría seguirla y por descontado, acto seguido, darme caza.

Cuando atacó brutalmente a Tita, destrozándola en el primer golpe, yo ya había instalado cuatro de los bastones, a doscientos cincuenta metros uno de otro. Instalé el quinto y el sexto sobre la cima de una duna, que estaba muy por encima de la media. El hárikam pareció ignorar los bastones. Las dudas me asaltaron, ¿habría instalado el primero demasiado lejos? Pero no había recorrido quinientos metros en su persecución, cuando se detuvo en seco. Giró algo más de noventa grados y se lanzó en mi dirección. Estaban a salvo. No vi a ningún otro que se dirigiera hacia ellos, los más próximos que detectaba estaban lo suficientemente lejos, como para que les diera tiempo de penetrar por las compuertas. Además, la fortaleza que se elevaba al fondo, a lo lejos, ejercía de muralla natural, protegiéndoles. De pronto surgió otro hárikam por el lado opuesto al primero. Ahora no me quedaba más opción que dirigirme lo más rápidamente posible hacia la compuerta. No tenía retirada posible.

INFORME DE LA SALA DE CONTROL DE LA FORTALEZA DE ROCA.

Bruscamente, uno de los controladores se revolvió en su asiento.

—¿Qué ocurre? —preguntó mirándole de reojo el Capitán Laurence.

—Los sensores de las compuertas…

—¿Qué sucede con ellos?

—Creo que el hárikam les ha dejado de perseguir.

—Eso no tiene sentido, Dora y su grupo no han empezado a instalar los bastones.

—Los equipos que les esperan en las dos compuertas informan que una no funcionaba y que se han visto obligados a forzarla… volándola.

—¿Se dirige ese maldito bicho hacia la compuerta?

—No. Creo que va hacia el norte, confluirá con otro hárikam a tres kilómetros de distancia.

—Eso aún tiene menos sentido. No se atacan entre ellos, se limitan a la «guerra» de olores. No se aproximan bajo ningún concepto… ¡Prance! ¡Maldita sea! ¡Seguro que eres tú el que los está atrayendo! —exclamó en voz alta.

—Los primeros guardianes están llegando a las compuertas —informó un Guardián.

—Quiero hablar con el que esté al mando.

—Sí, Capitán —dijo el Guardián de control, dando la orden a la computadora compuerta. En pocos segundos apareció en la pantalla en Jefe de Escuadrón Jilolum.

—Informe, rápido. ¿Dónde está el Príncipe? ¿Está bien? —preguntó mirando de reojo el rango de Jefe de Escuadrón que mostraba la pantalla, en la esquina inferior derecha. No recordaba ninguno con ese nombre.

—Sí, Capitán. Está perfectamente, no ha resultado herido. Hemos perdido once hombres en el impacto y tres más por el camino.

—¿El Príncipe está entrando por la otra compuerta?

—No lo creo. Por la otra compuerta está entrando el Jefe de Escuadrón Hamtom, con la otra mitad de los hombres.

—¿Quién demonios es ese Hamtom?

—Nos ascendió el Príncipe después del accidente…

—Aparte maldito… ¡Animal! —gritó el Jefe de Escuadra Lóntor, dándole un empujón haciendo una enorme mueca de dolor a causa de las piernas. Los hombres que le portaban, lo elevaron para que la pantalla pudiera mostrarle.

—Lóntor, ¿dónde está el Príncipe?

—Ordenó a estos dos idiotas que no me obedecieran. Está fuera jugando al escondite con esos malditos bichos. ¡Salgan a buscarlo!

—¿Por qué no nos han avisado antes? —preguntó indignado Laurence.

—El Príncipe ordenó silencio total y los nuevos Jefes de Escuadrón lo han seguido a rajatabla.

—¿Qué dirección ha tomado y por qué compuerta va a entrar? El Jefe de Escuadra miró de reojo a Jilolum que negó con la cabeza.

—Lo decidió con el Jefe de escuadrón Hamtom —dijo Jilolum a modo de disculpa.

—La compuerta por la que está entrando está inutilizada, envíe a alguien para que se ponga en contacto conmigo de inmediato.

—Iré personalmente a buscarle —dijo Jilolum, saliendo como una exhalación intentando arreglar la situación.

—Espero que por lo menos lleve consigo medio centenar de bastones —dijo Laurence.

—Seis —respondió pesaroso Lóntor.

—¿Seis? ¿Sólo seis? ¡Maldita sea! ¡Tenemos un Príncipe que es un loco! —exclamó llevándose las manos a la cabeza.

—O un héroe… —dijo Lóntor con los ojos brillantes, rabioso por no haberlo podido detener.

Antes de que los dos grupos acabaran de entrar, el Jefe de Escuadrón Hamtom, muy azorado, apareció en una de las pantallas auxiliares, usando la computadora de unos de los almacenes de ese sector. Junto a él estaba Jilolum.

—Bien, ¿cuál es el plan?

—Una vez instalados los bastones, se dirigiría a la compuerta H-40.

—Lo dudo mucho, ya que un nuevo hárikam (el tercero) acaba de aparecer y le cortará el paso.

—Sin duda irá a la E-37 —replicó poco convencido. Laurence miró a alguien de la sala, luego se le crispó el rostro.

—Esa compuerta no funciona desde hace dos días —informó secamente.

—Podríamos enviar a alguien…

—Para cuando lleguen y la vuelen, ya la habrá sobrepasado, a no ser que uno de esos bichos le alcance antes y, pueden apostar su pellejo que si eso ocurre, no habrá lugar en este planeta en el que se puedan ocultar de mi ira —dijo bruscamente cortando la comunicación.

INFORME DEL OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

ASUNTO: IMPACTO Y DESTRUCCIÓN DE TITA.

Tras recorrer dos kilómetros, el OB me avisó de la aparición de un tercer hárikam. Me cortaría el paso antes de llegar a la H-40. Debía cambiar de objetivo. Por su trayectoria y por la velocidad de los tres bichos, me daría tiempo justo de llegar a la E-37. ¡Se iban a quedar con las ganas! El calor empezaba a ser insoportable, así que activé el casco para no insolarme y no desperdiciar una sola gota de agua, por la respiración o transpiración.

Contra todo pronóstico, llegué a la E-37 mucho antes de lo que esperaba, claro que esta vez iba con toda la energía de mi Traje y sin Laurence a rastras. Me detuve ante la compuerta y miré a los tres hárikams que venían cada uno de un punto. Con una gran sonrisa me giré y tecleé la orden de apertura.

—¿Qué demonios…?

Volví a teclear la orden. Nada, no se abría. Miré nervioso a los hárikams, se acercaban rápidamente. No tenía opción, debía ir a otra compuerta, la última, después debería dirigirme a la explanada de roca. Aunque fuera inútil, porque me alcanzarían a mitad de camino. Corrí con todas mis fuerzas. Ordené a mi Traje que aumentara mi capacidad pulmonar, la absorción de oxígeno y que trasvasara toda la energía, que mi corazón y mis piernas pudieran soportar. Tras quince interminables minutos llegue a la siguiente compuerta, la F-19. Un simple vistazo me hizo ver que hacía días que no se utilizaba. ¿Cómo era posible? Cada dos días un equipo las recorría inspeccionándolas. Tecleé rápidamente el código de acceso. Nada, ¡nada! Volví a teclearlo, chirrió, pero no se movió. La pateé con furia. Me entraron ganas de dispararle con mi fusil de asalto, pero sabía que el blindaje no me permitiría forzarla. Maldije mi mala suerte, los tenía a menos de diez minutos y yo tardaría veinticinco en alcanzar la base de las primeras arenas semiduras. Estaba perdido, ningún grupo de bastones de olor les desviaría de mi rastro, ya no, llevaban demasiado tiempo dándome caza, ya habían fijado mi olor. Sin pensarlo más, empecé a correr a la desesperada hacia la explanada. Llevaba recorrido poco más de un kilómetro cuando noté una suave vibración, bajo mis pies. No podían ser los hárikams, estaban demasiado lejos, instintivamente desenfundé una de mis espadas láser, en espera del ataque de un Trypo. El OB no lo detectó. Amplié su zona de rastreo en busca de mis perseguidores. Con sorpresa pude comprobar que se alejaban, ¡cada uno en una dirección! En ese momento volví a notar la suave vibración. Amplié aún más el campo de detección del OB Lo que me mostró me dejó sin aliento. Desde mi derecha se acercaba el hárikam más grande que había visto en mi vida. Debía medir, por lo menos, kilómetro y medio de largo por medio de ancho y alto. Era como una montaña en movimiento.

INFORME DE LA SALA DE CONTROL DE LA FORTALEZA DE ROCA.

Aunque las compuertas no se abrían, sus sensores exteriores de rastreo aún funcionaban. Habían captado al Príncipe y, sabíamos, que había sobrepasado la F-19. Iba en dirección a la gran llanura de roca. No podíamos ayudarle, colocáramos donde colocáramos los bastones no desviaríamos a los hárikams, a esa altura ya lo habrían fijado.

—¡NO ES POSIBLE! —exclamó un Guardián de control.

—¿Qué ocurre? —pregunté alarmado. Las cosas no podían ir peor o así lo creí en ese momento.

—Los hárikams se retiran, rápidamente.

—¿Abandonan la presa? Eso no tiene ninguna lógica.

—A no ser que aparezca otro hárikam lo suficientemente poderoso como para no competir. Mirad los datos de la compuerta L-12 —intervino el Jefe de sala con voz temblorosa.

—Esos datos no pueden ser correctos —balbuceó otro de los hombres.

—¡Enviemos un equipo! —exclamó el Jefe de sala.

—Haría falta un arma como el Jarkon para detener esa montaña —dijo espantado Laurence—. Nadie está lo suficientemente cerca como para intentar algo, aunque sea a la desesperada.

INFORME DEL OB DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

ASUNTO: IMPACTO Y DESTRUCCIÓN DE TITA.

No podía ser. No había bichos así por estas latitudes. En lo más profundo del desierto, tal vez, pero aquí, no. Siempre pensamos que eran cuentos y leyendas de viejas para asustar a los niños.

No llegaría ni a la mitad de las arenas semiduras. Corría con todas mis fuerzas, ordenando al OB que superara todos los límites orgánicos, de perdidos al río…

Cuando pisé por primera vez las arenas semiduras, las ondas de compresión provocadas por el impacto del hárikam, al introducirse en la arena, me tiraron al suelo. Me puse en pie rápidamente. Lo tenía encima. La próxima vez que resurgiera estaría a su alcance. Sin dejar de correr, desenfundé el fusil de asalto, sabía que sería inútil pero no me rendiría tan fácilmente. De repente, un mar de arena me cayó encima casi derribándome, el maldito bicho estaba surgiendo de las entrañas del desierto. El ruido provocado por el roce de la arena, en su dura piel, era ensordecedor. A duras penas me giré semienterrado y comencé a dispararle. Empezó a avanzar lentamente, su enorme sombra empezó a cubrirme y de pronto, se detuvo en seco. Sin previo aviso, empezó a desviarse por mi izquierda. Activé la visión de larga distancia del casco. Enseguida vi la causa, a unos doscientos metros de la puerta del este, la Q-91, estaba Yun, rodeada de medio centenar de bastones inyectores que acababa de activar. Me había conseguido el tiempo suficiente para llegar a la explanada de roca. Entre ir y volver, el maldito bicho no tendría tiempo de alcanzarme. Sonrió y levantando la mano, a modo de saludo, se dirigió hacia la compuerta aún abierta, era lista, no se iba a arriesgar.

En el momento que iba retomar la carrera, observé por el rabillo del ojo que Yun se detenía. Al mirarla con detenimiento, vi que se llevaba la mano a la espada láser. En ese preciso instante, de entre sus pies, surgieron cientos de tentáculos de un Trypo, uno de los más grandes, que rápidamente la sujetó fuertemente, inmovilizándola, no dándole tiempo a armarse. Empezó a forcejear intentando alcanzar alguna de sus armas pero la tenía firmemente sujeta. El hárikam avanzaba directamente hacia ella. Corrí tras el maldito bicho, sacando fuerzas de la nada, intentando alcanzarle. Con el fusil aún en las manos, comencé a dispararle, intentando captar su atención pero no parecía notar mi ataque. Desde mi posición podía ver cómo Yun forcejeaba enérgicamente, para librarse del asfixiante abrazo. El agotamiento y el miedo me consumían. Ya estaba encima de ella. ¡POR LA GALAXIA DE ANDRÓMEDA LA VA A…!

Fin del archivo del OB del Príncipe Prance de Ser y Cel. No existe explicación por la falta de información del OB para los acontecimientos ocurridos hasta el encuentro con el Capitán Laurence.

INFORME DE LA SALA DE CONTROL DE LA FORTALEZA DE ROCA.

No lo podíamos creer, el hárikam estaba a punto de alcanzarlo. De pronto, el sistema de seguridad de la Q-91, se activó. La compuerta nos informó y mostró, cómo la Princesa se alejaba unos doscientos metros y comenzaba a instalar varias docenas de inyectores.

—¿Qué hace ahí fuera, sola? —preguntó indignado Laurence.

—No lo sé —respondió el Jefe de sala.

—¡Pásame con Dora! —espeté furioso, cosa que hizo al instante, sin replicar la orden, a pesar del obligado silencio impuesto por la seguridad.

—¿Capitán…?

—¿Qué hace la Princesa fuera y sola? ¿Dónde Potos[13] está su escolta?

—Cuando me separé de ella estaba en la llanura de roca. Suele permanecer allí meditando…

—¿¿¿Sola??? ¿Sin protección? ¡DORA, JODER! ¡Yo decido cuándo los Príncipes pueden estar sin escolta y no creo que nadie me haya consultado esa imprudencia! Diríjanse a la explanada de roca, de ese sector, por si pueden ser de ayuda.

—Capitán… —nos interrumpió el Jefe de sala.

—¿QUÉ?

—El hárikam se ha detenido y se dirige hacia la Princesa.

Entonces todo se vino abajo. Un Trypo capturó a la Princesa. Todos los presentes pegaron un respingo, cuando vieron surgir de la arena, los temibles tentáculos que la empezaron a volver, en su totalidad, inmovilizándola.

—Computadora Q-91, amplia la imagen —ordené temiendo presenciar lo peor.

El hárikam avanzaba inexorablemente hacia ella. En el fondo, en su parte trasera, se veían pequeños reflejos de lo que parecían explosiones energéticas, Prance trataba de hacerle volver. Era el más grande que nadie había visto nunca. En pocos segundos llenó la pantalla y de pronto, abriendo su enorme boca, descargó toda su furia sobre ella. La ola de arena provocada por el impacto, enterró la compuerta dejándonos ciegos. Las compuertas exteriores, del otro lado de la fortaleza, informaron del paso del hárikam y del Príncipe que le perseguía. Las compuertas les siguieron hasta el máximo de su capacidad, perdiéndose su rastro en el interior del gran desierto.

Para que no cundiera el pánico, ordené a todos los presentes que no informaran a la tropa de la muerte de la Princesa, hasta que encontráramos al Príncipe.

ARCHIVO DE ALTA SEGURIDAD.

ACCESO RESTRINGIDO A TODO EL PERSONAL SIN EXCEPCIONES. INFORME FACILITADO POR EL CAPITÁN LAURENCE.

GRADUACIÓN: MÁXIMO JEFE DE SEGURIDAD Y SEGUNDO DE LOS EJÉRCITOS DEL BIEN.

Lo que relato en este informe, probablemente no lo lea jamás nadie, pero es necesario que quede constancia por si algún día caigo en combate y, de esta forma, el Guardián que ocupe mi puesto, pueda conocer qué ocurrió, pudiendo así, tal vez, comprender algo más a ese extraordinario hombre que es mi amigo y nuestro Príncipe.

La Princesa me informó de la séptima enfermedad, la Locura, sin que Prance lo supiera. Temía no estar cerca, en el remoto caso de que se volviera a producir y, además, necesitaba confiarse a alguien y dado mi rango y mi amistad con ambos, era el más apropiado, aunque a veces pienso que Ayam habría sido una elección más acertada, ya que siempre parece saberlo todo.

Este informe lo iniciaré donde acaban todos los demás, en el momento que el hárikam acaba con la vida de la Princesa. Los únicos informes anexos son los de las compuertas del otro lado de la fortaleza, que registran el alejamiento del hárikam y del Príncipe. Tras ordenar un absoluto mutismo sobre lo acontecido y a un Escuadrón la salida al exterior, a la espera del regreso del Príncipe, fui a mi aposento de la fortaleza y me conecté con las compuertas de la zona donde se hallaba Prance, en el momento del ataque del bicho a la Princesa. Con paciencia, seguí sus movimientos tratando de captar en alguno de los sistemas, su rostro. Tras varias infructuosas búsquedas, conseguí encuadrar su cara. Mis mayores temores se hicieron realidad, tenía los ojos verdes brillante, la séptima enfermedad se había reactivado. La locura había hecho presa en él. Sin que ningún Guardián de la sala de control se percatara, desvié las imágenes de las dos compuertas más alejadas del otro lado, al archivo de seguridad de forma que nadie pudiera verlas.

Puse las imágenes de las dos compuertas, una junto a la otra, y en una tercera pantalla, la combinación generada por computadora de ambas. Cuando di la orden de inicio, tuve que sentarme ante lo que estaba viendo. Prance, cada vez corría más rápido, sin dejar de disparar su fusil de asalto, acortando distancias con el animal, algo… ¡imposible! Cuando estaba a punto de alcanzarle, se quedó sin energía en su arma. Pero no disminuyó la velocidad, sino que aceleró aún más alcanzándolo, empezando subir por su cola. Cuando trepó hasta el lomo, desenfundó su espada láser y comenzó a «apuñalarlo» salvajemente, mucho más fieramente que con la enfermedad de la Furia. Luego se les perdía de vista en dirección a la zona más profunda del desierto.

Esperé tres días su regreso, antes de tomar una decisión. Finalmente convoqué una reunión con los Capitanes Yárrem, Mhar, Jhem y Dora.

—Capitán Laurence, —comenzó Yárrem—, he de decirle que el hacerme bajar a este horno me parece una imprudencia, y más siendo yo el Capitán de más rango a cargo de la flota y la Gran Dama. He tenido que dejar a la Yúrem, al mando. Sabéis que la tropa, a pesar de que conocen sus capacidades y que le tienen un gran respeto, no la aceptan porque su presencia les priva de la compañía del Capitán Anyel, muy apreciado entre nuestros hombres y… —dijo interrumpiéndose en el momento que vio el rostro de Dora.

—¿Qué ocurre? —preguntó Mhar.

—La… la Princesa ha muerto —respondió Dora dejando resbalar por sus mejillas unas lágrimas de dolor infinito.

—¿¿¿Quééé??? —gritó Yárrem poniéndose en pie.

—¿Cómo? ¿Cuándo? —preguntaron casi al unísono Mhar y Jhem con los ojos inundados de lágrimas.

—Cuando se estrelló Tita, un hárikam la mató mientras salvaba al Príncipe.

—¡Mierda! ¿Por qué no me has informado? —preguntó indignado Yárrem.

—Porque estoy al mando y yo tomo las decisiones.

—¡Quiero hablar con Prance! ¡Tiene que estar destrozado! —continuó furioso.

—No puedes. No está entre nosotros.

—¿Y dónde demonios está? —preguntó Mhar sollozando.

—Salió en persecución del Hárikam que la mató. —¿Con cuántos hombres? ¿Cuándo?

—Solo. Hace tres días —respondí escuetamente.

—¿Sólo? ¿Hace tres días? ¿Qué han informado los equipos que habéis enviado en su busca? —preguntó Yárrem muy preocupado.

—No he enviado a nadie.

Sin mediar palabra, Yárrem se levantó y avanzó hacia él con los puños apretados. Parecía que iba a pegarle.

—Tienes tres segundos para darme un motivo para no hacer una locura.

—Porque estoy al mando y yo, y sólo yo, tomo las decisiones. Guarda tu ira y vuelve a sentarte. Desconcertado ante mi serenidad, retrocedió, sentándose apesumbrado.

—No puedo explicaros por qué no he enviado a nadie en su busca, por eso estáis aquí. Yárrem, quedas al mando hasta que regrese.

—¿Regrese? —preguntó Jhem preocupada.

—Voy a ir en su busca y lo voy a hacer solo. Si no regreso en el plazo de seis semanas, se me dará por muerto y no se enviará ningún equipo de rescate. Esto es una orden directa, Capitanes y no admito réplicas. La reunión ha terminado, los detalles os lo proporcionará la Capitana Dora, que queda al mando de la Fortaleza hasta mi regreso o la finalización del plazo. Yárrem, quiero que partas hacia la Gran Dama, en el primer transporte que esté disponible. Como Capitán en Jefe, tu lugar está con la flota.

Tras dejar todo lo mejor atado posible, partí tras las huellas del hárikam, usando un rastreador de olor. Lo más complicado fue convencer a Dora y Jhem para que no me acompañaran. Usando la lógica, decidí no llevar bastones de olor. No los necesitaría, ya que ningún otro hárikam se acercaría al rastro de éste. Dudaba mucho que hubiera otro más grande o poderoso. Además, los inyectores no me habrían servido de nada porque en esa zona, no hay rocas o montañas donde refugiarse.

Durante tres semanas seguí al animal, su rastro aparecía y desaparecía constantemente, ya fuera porque se «sumergiera» o por pequeñas tormentas de arena, por suerte no era la época de las grandes tormentas. Esto me obligaba a suponer la dirección que había tomado, haciéndome perder, en ocasiones, bastante tiempo teniendo que desandar lo andado. De pronto, el rastreador captó otro rastro que avanzaba en paralelo. ¿Cómo era posible? ¿Otro más grande? Según el aparato era menos poderoso, lo que aún tenía menos sentido. Tras dos días, en vez de uno había media docena, todos por delante de mí. Y para mayor incertidumbre, se iban uniendo desde distintos lugares, como si acudieran a una llamada. Al anochecer empecé a captar el olor, parecía venir de todas partes. Activé el casco parcialmente, hasta la altura de los ojos, lo programé para visión nocturna y seguí avanzando. Al amanecer, quince minutos después, el olor traído por el cambio del viento, lo invadía todo. Era fuerte, dulzón, penetrante, se incrustaba en las fosas nasales, obligándote a pensar en él en todo momento. Enseguida me di cuenta que estaba comenzando a subir la cuesta de una duna. Tras una hora de duro esfuerzo llegué a la cúspide, descubriendo con asombro que se trataba de una duna pequeña, adosada a otra gigantesca, cinco veces más grande y alta que la fortaleza de roca. Iba a tardar todo un día en llegar a la cima.

Los soles se mostraban implacables, no podía correr el riesgo de sucumbir, así que opté por rodearla. Tardé más de dieciocho horas. Cuando llegué al otro lado, por el que «golpeaba» un solo sol, el rastreador no dejó dudas, nuevos rastros se dirigían a la duna desde distintos lugares. Todos convergían en la gran duna. No había remedio, tenía que subir. Armándome de paciencia y valor, comencé la ascensión. Enseguida aumentó el olor, tanto en intensidad como en fuerza, mareaba. Activé el casco al completo para no olerlo. No sirvió de nada, lo tenía incrustado en el cerebro, no conseguía librarme de él.

Tan sólo faltaban treinta metros para el borde de la duna, cuando la arena pareció volverse más fina y comencé a resbalar, tras dar un par de manotazos al aire, conseguí asirme a algo, pero cuando levanté la cabeza para ver a qué me estaba agarrando, se me heló la sangre. Era la punta de la cola de un hárikam. Contuve la respiración esperando que no se moviera. No lo hizo. Con cuidado, lo solté y activé mi OB, que me indicó que el animal estaba muerto, por lo menos el pedazo que sobresalía. De las pocas cosas que sabemos de los hárikams es que son inmortales. ¿Cuál podía ser la causa de su muerte? Armándome de valor continué la ascensión, llegando finalmente al borde. Lo que vi me impactó tan brutalmente que caí de rodillas, en un principio, sin comprender lo que estaba mirando. La gigantesca duna era en realidad, un conglomerado de varias docenas que habían formado un valle seudocircular en su interior. El panorama era dantesco, por todas partes se veían hárikams muertos, destrozados, machacados, varios sobresalían a medias de las paredes del «valle», faltándoles la cabeza, que estaba varios metros de los cuerpos, se veían agujeros en sus corazas, algunos partidos en dos, otros reventados, otros aplastados como si una mano gigantesca los hubiera estrujado. Había por lo menos doscientos. En algunas zonas, los líquidos de los animales habían formado charcas cenagosas de varias docenas de metros de diámetro, convirtiéndose en unas improvisadas arenas movedizas.

Cuando conseguí tranquilizarme, me percaté de que en el centro del valle había algo que desentonaba. Usando el casco para ampliar la imagen, vi que era Prance. Estaba en el suelo, de rodillas, con la barbilla apoyada en el pecho. Los brazos le colgaban a los lados, inertes. Me temí lo peor. Sin preocuparme de mi seguridad, corrí por la ladera abajo. Nada se movía. Pasé corriendo junto a uno de los animales que parecía que lo hubieran destripado, utilizando una cuchara gigante. Tardé más de cuarenta minutos en llegar hasta él. Desactivé el casco y, el brutal impacto, del olor en descomposición de los animales me hizo tambalear y casi caer, teniendo que pararme. Con una honda inspiración avancé hacia él. El OB no detectaba nada, según los datos que me suministraba, donde estaba él, no había nada. Como si no existiera.

—¡Prance! ¡Prance! —grité según me acercaba, sin que produjera en él ningún efecto. ¡No podía estar muerto! ¡El no!

Me arrodillé frente a Prance y le miré a los ojos que carecían de vida, estaban fijos, vidriosos. Su Traje estaba cubierto de polvo, lo que significaba que no tenía energía. Observé que su mano derecha estaba cerrada y por el grosor de su puño guardaba algo. Alargué la mano y acaricié su rostro llamándole con suavidad. Estaba helado, duro, rígido… muerto.

Volví a mirar su apretada mano, las lágrimas corrían por mis mejillas sin control, nublándome la vista. Con todo el cuidado y cariño que pude, cogí su mano e intenté abrirla. En ese instante, mientras lloraba amargamente, me pareció intuir que su pecho se movía. Con el dorso de la mano, restregué mis ojos y con gran alegría, observé que su pecho subía y bajaba lentamente. ¡Respiraba!

—¡Prance! ¡Prance! —grité mientras le agitaba.

Poco a poco, la vida fue volviendo a su rostro. Levantó el brazo colocando el puño entre nosotros y abriendo la mano, me mostró un Jade, el de Yun. En ese instante se derrumbó sobre mi pecho llorando desconsoladamente.

—¡Ha muerto! ¡Muerto! ¡Solo, estoy solo! —gritó entre profundos sollozos. Ésa fue la primera y última vez que le vi llorar.

Pasamos dos días abrazados en ese lugar. Finalmente conseguí convencerle para que volviéramos. Tenía que preguntarle cómo había acabado con los hárikams pero no me atreví. No era el momento. Algo que sí pude descubrir, desde la cima y antes de salir del valle, fue que no estaba el cadáver del que mató a Yun.

Durante el regreso por el desierto, no nos cruzamos con ningún otro hárikam y no mediamos palabra. El rostro de Prance estaba cenizo, marchito, sin vida. Al llegar a la fortaleza, cogió el primer transporte que estaba disponible y se dirigió a la Gran Dama. Ni siquiera me dio tiempo de organizar una escolta decente. Para cuando Yárrem llegó al espaciopuerto cuatro de Dama, Prance ya había desembarcado y encerrado en sus aposentos. No habló con nadie, ni permitió que nadie le acompañara.

Fue la última vez que pisó Jarkis.

Las primeras semanas, intentamos hablar con el Príncipe, pero la respuesta de Dama y de las puertas de acceso a sus aposentos, era siempre la misma «el Príncipe está bien. No desea ver ni hablar con nadie».

Dora pasó meses ante las puertas, con el equipo de guardianes de elite que protegía la sección de los aposentos. Todos los días le rogaba que le dejara pasar, obteniendo siempre una negativa.

Las circunstancias me obligaron a ponerme al mando de todos los ejércitos. Era la primera vez que estaba al mando total, sin una sola directriz del Príncipe. Reconozco que el trabajo me abrumaba. Comprendía que el trabajo de Prance era importante pero, hasta ese momento, no que fuera tan extenso y complicado. Todo estaba perfectamente equilibrado, un error en un sector provocaba el caos en otro. Tenía que estar con todos los sentidos a la vez, en máxima alerta y siempre temía que se me pasara algo. ¿Cómo podía mi amigo soportar semejante tensión?

Los primeros combates a los que me tuve que enfrentar, fueron pequeñas escaramuzas de las que salimos bien librados. Pero casi a los dos mil años de reclusión de Prance, las cosas se pusieron feas. La mitad del segundo ejército del Mal, casualmente, se vio obligada a hacernos frente, cuando prácticamente nos topamos de morros, mientras perseguíamos a un gran contingente pirata que estaba asolando los sistemas de la zona. Ninguno de los dos bandos podía emprender una huida ya que significaría unas pérdidas enormes, así que la única solución era combatir. Para complicar más las cosas, el gran contingente pirata se les unió esperando sacar tajada.

El despliegue de la flota enemiga era insuperable, en cambio yo no tenía las ideas claras, ni la estrategia a seguir. El genio militar era Prance, yo no estaba preparado para una batalla de semejante envergadura. Tenía que hablar con él. Lo haría aunque tuviera que volar las dobles puertas. Así que fui a sus aposentos.

—Capitán Laurence a sistema de puertas de acceso de los aposentos del Príncipe Prance de Ser y Cel, solicito apertura.

—Denegada la solicitud —respondió átonamente.

—Esto es una orden directa como Capitán, apertura inmediata.

—Denegada por rango. Recibí una orden directa contraria del Príncipe.

Necesitaba ayuda, así que llamé a Dama.

—Dama, dile al estúpido sistema de las puertas de acceso a los aposentos del Príncipe que me permita pasar.

—Recibí ordenes muy específicas del Príncipe…

—¡Me importan un cuerno de Gult las órdenes que te haya dado! ¡ABRE!

—No procede.

Debía convencerla.

—Soy el Jefe máximo de seguridad. ¿Me equivoco?

—No.

—También de esta nave y de toda la tripulación, incluido el Príncipe. ¿Verdad?

—Sí.

—Como bien sabes estamos a punto de entrar en combate contra una flota enemiga muy poderosa.

—Llevamos horas haciendo cálculos y distribuyendo nuestras naves según las probabilidades de la batalla, sería una IA realmente estúpida si no hubiera llegado a esa conclusión.

—De eso se trata, yo no estoy capacitado para una batalla así, por lo que las probabilidades de que esta nave sea destruida, son bastante elevadas. Si no recuerdo mal, tu prioridad sobre todas tus funciones, es proteger la vida del Príncipe y si esta nave es destruida, el Príncipe, muy probablemente, morirá.

—Sigo sin entender por qué tengo que ordenar que las dobles compuertas se abran.

—Para que informe al Príncipe de lo que acontece y se ponga al mando de la batalla.

—El Príncipe ya ha sido informado y puede dirigir la batalla desde sus aposentos.

Ahora tocaba jugársela el todo por el todo.

—¿Está controlando el despliegue de la flota enemiga o el de la nuestra?

—No. Me he limitado a informarle, luego se ha activado el mensaje, pero no ha ordenado que sea reproducido.

—¿Mensaje? ¿Qué mensaje?

—No tengo acceso a él y como no lo ha reproducido, no sé qué es lo que contiene. Y anticipándome a su próxima pregunta, Ayam tampoco.

—Si no controla la batalla, seremos destruidos. El Príncipe no es un IA, no se rige por la lógica, sino por sentimientos, sólo otro humano puede hacer que cambien y por tanto, también su lógica.

—Entiendo. Quiere convencerle, usando sentimientos, para que participe en la batalla.

—Sí.

—Le permito el acceso, pero si el Príncipe me da una orden directa, le expulsaré de los aposentos sin demora y sin posibilidad de réplica. Aunque tenga que utilizar mi armamento interior.

—Acepto tus condiciones, Dama.

Las dobles puertas se abrieron, como siempre, en absoluto silencio. Dentro, los sistemas luminosos no estaban activos, avancé penetrando en la más absoluta oscuridad. Recorrí las distintas estancias de memoria, hasta llegar a su dormitorio. Prance estaba de pie, como petrificado. Al traspasar la arcada del umbral, yo también me quedé petrificado. Yun estaba frente a él, sonriendo. Lentamente llevé mi mano al teclado del OB comprobando que se trataba de un holograma.

Avancé poniéndome a su altura. El holograma era perfecto, se veía cómo su pecho subía y bajaba por la respiración. Realmente parecía que estaba allí. Prance tenía la mirada como ida. No pareció percatarse de mi presencia.

—Prance.

No se inmutó.

—Está bien. No me respondas, pero escúchame. Estamos en un serio peligro. En menos de dos horas, nos vamos a enfrentar a la mitad de la flota del segundo ejército del Mal, junto a un nutrido grupo de naves piratas. Necesito que estés en el puente de mando para dirigir la batalla. ¿Me oyes? ¡Maldita sea! ¿ME OYES? —Le pregunté agitándole, sin conseguir alguna reacción.

Estaba como helado. No parecía darse cuenta de nada. No me oía o no me quería oír. Opté por volver a la sala de mando.

Tan sólo faltaba una hora para la batalla. Ordené el cambio de claves y solicité la apertura de canales para los Capitanes de todas las naves de la flota. Tratando de aparentar toda la tranquilidad que pude, me dirigí al asiento de mando de Dama, que era desde donde Prance dirigía los combates y, cuando el Jefe de trasmisiones me informó que estaba listo, comencé a comunicar el plan de ataque.

El enemigo estaba agrupado y resguardado, en su retaguardia, por un amplio cinturón de asteroides que les protegía, evitando que intentáramos atacarles por ahí, de forma que podían usar la energía de los escudos de popa para los de proa, dándoles aún más ventaja. La pantalla principal me mostraba sus posiciones.

—Capitanes, un ataque frontal nos supondría un gran número de pérdidas y no la seguridad de una victoria, por eso voy a seguir una antigua lección que me dio nuestro Príncipe y señor, «divide y vencerás». Así que vamos a agruparnos y atacarles en forma de flecha en el centro de su flota, lo que les obligará a dispersarse, creando una gran confusión entre sus cruceros. Sin su unión y ya que nosotros estaremos agrupados, pudiendo coordinar nuestro ataque, les venceremos en su caos.

—La teoría es buena pero en la práctica, será nuestro aniquilamiento —dijo una voz desde las compuertas de acceso a la sala de control.

Los presentes en pleno nos giramos hacia ellas. ¡Era Prance! El silencio se hizo casi insoportable. La Yúrem le miraba absorta. Estaba serio, pétreo, casi parecía no tener vida. Avanzó dudoso en un principio pero, enseguida, lo hizo con paso firme. Me miró, me aparté con una sonrisa, dejándole ocupar su lugar habitual.

—Soy el Príncipe Prance de Ser y Cel, a todos los Capitanes de la flota las órdenes del Capitán Laurence quedan revocadas.

—Parecía un buen plan, mi señor —intervino Yárrem desde el ala derecha de la sala.

—¡ES UN BUEN PLAN! Pero mal dirigido. Divide y vencerás pero no a las naves del Mal. Si yo estuviera al mando de la flota del Mal, en cuanto nos vieran venir, me abriría, de forma que nos permitiera penetrar en su centro y luego nos atacaría por todas partes. Habríamos pasado de ser los atacantes a los atacados, perdiendo la iniciativa, lo que suele llevar a la derrota.

Dividiremos, pero nuestras fuerzas. Capitán Laurence, un tercio de la flota, ala derecha. Capitán Yárrem, un tercio de la flota, ala izquierda. Yo, con el resto y la Gran Dama, atacaré el centro de su agrupación. Presionaréis sus flancos obligándolos a permanecer agrupados.

—Con todos los respetos, mi señor. ¿Ese ataque no nos va a producir un gran número de bajas? —preguntó Laurence preocupado.

—En teoría sí, a no ser que sus escudos estén muy dañados, lo que nos proporcionaría una gran ventaja.

—Pero sus escudos no están dañados —afirmó algo dudoso Yárrem.

—Lo sé. Prepárense para atacar.

Sin dudarlo un instante, tanto Yárrem como yo, obedecimos sus órdenes. No era momento para «peros».

La cuenta atrás para el ataque, pasaba lentamente. La flota se dividió en tres grupos y se fue posicionando alrededor del enemigo. Estoy seguro de que en los minutos previos a nuestro ataque, el Capitán que dirigiera la flota del Mal, se estaría frotando las manos. Un ataque como ése, nos ponía en una severa desventaja. Todo estaba listo. De pronto, un Capitán sin identificar, coló un mensaje en la sala de control.

—En posición —dijo el Capitán.

—Procedan —respondió el Príncipe.

Yárrem me miró a la espera de una explicación, que obviamente no pude darle.

—Activen las comunicaciones con la flota, en abierto, quiero que me vean todos nuestros hombres —ordenó Prance. Cada vez todo era más extraño.

—La flota a la escucha —informó el Capitán de comunicaciones—. Y la del Mal también, ¡seguro! —apuntilló.

—Guardianes, vamos a entrar en combate. Si dentro de diez minutos las naves enemigas no se rinden será un combate shamarkanda, no habrá piedad, no se harán prisioneros. ¡Hoy es un buen día para…!

—…¡MORIR! —voceamos todos, terminando la frase de guerra, que gritaban las tropas de elite antes de entrar en combate. En ese momento dudé, por un instante, si el Príncipe estaba cuerdo. ¿Por qué había informado al Mal del momento de nuestro ataque? ¿Sería esta batalla una forma de morir combatiendo y reunirse con ella, al otro lado de la frontera? Al mirar su rostro pude intuir al viejo Prance. Tenía un plan, sin duda alguna.

El Mal ultimó los últimos movimientos de sus naves rápidamente. Para nosotros, los minutos parecían pasar lentamente. Debíamos de haber atacado nada más terminar su breve discurso pero en cambio, esperó a que el plazo espirara.

—Está en automático, pilota la IA Nos vamos en la lanzadera —volvió a interrumpir el misterioso Capitán.

—¡ATAQUEMOS! —ordenó.

Nos posicionamos y a distancia de fuego, ordené el ataque. El Mal respondió furioso y a plena potencia. No iban a relajarse lo más mínimo.

—Que nuestros cazas no salgan —ordenó dejándonos a todos perplejos. Si no los sacábamos, sus cazas podrían atacar secciones concretas de los escudos, destruyéndolas, dejándonos al descubierto y vulnerables.

Casi enseguida comenzaron a tomarnos ventaja. Su defensa era muy superior. Cuando estaba a punto de decirle algo a Prance, en la retaguardia, en medio de la formación enemiga, cerca del límite del cinturón de asteroides, se produjo una brutal explosión. La onda expansiva lanzó contra el conglomerado enemigo, decenas de miles de asteroides de todo tipo y tamaño. Varios, de más de un centenar de metros de diámetro, destruyeron en el acto varios de los cruceros de combate más grandes de la flota enemiga, y muchas de las naves intermedias y pequeñas. El resto, casi en su totalidad, sufrió distintos daños en sus cascos, dejando algunas inoperantes y lo más importante, sus escudos tocados o totalmente dañados. Las naves se desplazaron en todas direcciones por la onda expansiva, descoordinando su defensa o la poca que iban a poder presentar.

Cuando nuestra flota, y gracias a la distancia, esquivó los pocos asteroides que se dirigieron hacia nosotros, atacó con toda la fuerza y potencia, de sus naves y cazas. El Mal fue barrido sin piedad. Cuando el combate terminó y el Príncipe recibió los datos de la batalla y de las escasísimas bajas para una batalla de tal calibre, se volvió a sus aposentos.

Dos horas después, en uno de los pasillos adyacentes a la sala de control, un Capitán me detuvo.

—Espero sus órdenes —dijo sorprendiéndome.

—¿Órdenes? Capitán…

—Lpintym de Sum y Ferim. Mi nuevo destino.

—Perdone pero no le sigo.

—El Príncipe me dijo que usted me asignaría una nueva nave, de hecho, un ascenso por mi acción Capitán de un pequeño crucero de combate.

—¿Ha hablado con el Príncipe? ¿Cuándo? No, mejor comience por el principio.

—Poco menos de dos horas antes de la batalla, el Príncipe me llamó. Yo estaba en el espaciopuerto seis controlando las posiciones de las naves de desembarco y asegurándome que estuvieran listas, por si llegara el caso de que hiciera falta usarlas, para la batalla. Me presenté ante la pantalla principal de espaciopuerto. Me puso al mando de un Crucero de carga de la retaguardia, pidiéndome que eligiera a la mejor y mínima tripulación, necesaria para manejarlo. Me informó que acababa de dar las órdenes necesarias para llenar la bodega de explosivos y materiales altamente inestables. Luego, siguiendo sus directrices, rodeamos el cinturón de asteroides y nos introdujimos en él acercándonos al contingente enemigo.

—¿Se introdujo con un crucero de carga, lleno de explosivos, en un enjambre de asteroides? —pregunté asombrado.

—Si el Príncipe lo consideraba factible, yo también —respondió con orgullo.

—Ahora entiendo por qué esperó para atacar. Quería distraerlos obligándoles a centrarse en nuestras naves.

—No podían esperarse un ataque por la retaguardia —respondió sonriente Lpintym.

—Este período tendrá su nuevo destino en un Crucero de combate —respondí palmeando su espalda. Ha tenido mucho valor, Capitán Lpintym. Puede que más del que se cree. Seguiré de cerca su carrera. Espero verle muy pronto entre los Capitanes de elite.

Respirando con tranquilidad, me alejé mucho más contento, más porque Prance había superado la séptima enfermedad, que por haber ganado la batalla. Era imposible que volviera a recaer. Además, seguía siendo un genio, ¡cuánta falta nos hacía nuestro señor! Ese día decidí triplicar su seguridad y ordené a Dora que permaneciera a su lado en todo momento y, a Mhar y a Jhem que lo vigilaran a distancia usando a Dama o a lo que necesitaran, siempre que saliera de sus aposentos, por supuesto de forma que no se diera cuenta.

Cuando llegué a mi cubículo, llamé a Dama.

—¿Qué desea Capitán Laurence? Está en su cubículo de descanso, no suele llamarme desde aquí. ¿No puede dormir?

—Quiero que todo lo que hablemos, ahora y aquí, permanezca en el más absoluto secreto. Guárdalo en el archivo de máxima seguridad. No debe tener acceso nadie, ni siquiera Ayam, la Yúrem.

—Puedo impedir el acceso a todo el mundo menos al Príncipe.

—A él no debes ocultarle nada. Cuando me fui de los aposentos del Príncipe, ¿qué ocurrió?

—Activó el mensaje holográfico.

—Quiero verlo, pero no en holograma, eso sería violar en exceso la privacidad del Príncipe, muéstramelo sobre la pared del fondo del cubículo. Pero si sólo aparece la Princesa, como la vi en sus aposentos, sólo quiero el sonido.

La pantalla permaneció en negro. Oyéndose la voz de la Princesa «Prance, cariño, si éstas viendo estas imágenes, significa que he cruzado al otro lado de la frontera y que la Gran Dama está a punto de entrar en combate, con un número de enemigos muy importante y no estás en la sala de mando. He sido plenamente feliz a tu lado. Hemos pasado juntos mucho tiempo, convirtiéndonos en almas gemelas. Te conozco mejor que a mí misma, así que tengo la certeza, que en estos amargos momentos, lo único que deseas es reunirte conmigo en este lado de la frontera pero sabes que eso no es posible, el Bien te necesita y ahora más que nunca. No puedes rendirte, piensa en todos los que han caído, ¿permitirás que sus muertes hayan sido en vano? Lucha contra esos indeseables del Mal y vénceles. Nuestros destinos están unidos, más tarde o más temprano, volveremos a estar juntos. Mi corazón siempre estará contigo. Te quiero y te querré… siempre».

—¿Desea algo más? —preguntó Dama.

—No, gracias —dije con la voz temblorosa. Las lágrimas me corrían por las mejillas. ¡Qué mujer! ¡Nos seguía protegiendo incluso después de su partida! ¡La Fried más grande que había surgido de nuestro planeta! Entonces entendí aún más el dolor de mi amigo…

Durante casi mil años, el Príncipe sólo salió de sus aposentos para presentar batalla al enemigo o para reunirse con el Gran Consejo. No sonreía, no se reía, serio, indiferente, parecía que la vida carecía de sentido para él. Dora, siempre que se lo permitía, lo mimaba hasta la saciedad, pero no conseguía que volviera a ser el de antes.