Capítulo XIV

Veinticinco años más tarde, el Príncipe fue reclamado por el Gran Consejo de Pangea. La Gran Dama permanecería en órbita. La Princesa no acompañó al Príncipe en esa ocasión, ya que se hallaba ocupada discutiendo con el Capitán Laurence, sobre el suministro de efectivos y materiales para la flota distribuida a lo largo de la Frontera de Arias, ya que él quería más.

Cuando entró, el Consejo en pleno se puso en pie.

—Que la sabiduría os acompañe. Como bien sabéis, Venerables, estáis exentos de cualquier acto de respeto.

—Que la sabiduría os acompañe. No somos tan viejos como para no poder mostraros un poco de respeto —respondió el Jefe del Gran Consejo, que en esa época era Cíntor de Buno y Zartren.

—Bien, aquí estoy. Os escucho.

—Ante todo deseamos felicitaros por las tres victorias consecutivas en la frontera de Arias y que han erradicado prácticamente todas las bases que, el Mal, había instalado en los sistemas de ese sector y que casi no han provocado bajas en nuestras filas.

—Sin la colaboración de las razas aliadas a la Corporación Warfried, nos habría sido imposible. Soy de la opinión que debería ser a ellos a quienes les trasmitierais vuestro agradecimiento y felicitaciones.

—Sois demasiado modesto, sin vos al mando, habrían sido imposibles semejantes victorias. Pero no os hemos hecho llamar para daros coba.

—Lo imagino —dije sonriendo.

—Primero, informaros en persona, que el palacio está terminado y que todos los laboratorios están equipados. Se ha probado el sistema de protección-ocultación y funciona perfectamente.

—Excelente noticia.

—La segunda no es tan buena. Se trata de los almacenes de «La Celda». —¿Qué ocurre?

—Los cuatro están llenos. Como nuestros antecesores nos informaron, el número de guardianes del Mal que se reconvierten y se pasan al Bien, es irrisorio. Aproximadamente, uno cada cincuenta años. No hay dónde almacenarlos. Sería necesario construir más almacenes y por lo tanto, destinar más tropas a su cuidado y vigilancia.

—Sé que algunos de ustedes son de la opinión de no conceder la clemencia de «La Celda» al enemigo, pero mientras haya alguna esperanza para esos guardianes, haré todo lo que esté en mi mano para salvarles.

—Vuestra nobleza nos abruma —dijo Cíntor inclinando ligeramente la cabeza hacia delante.

—Ordenaré de inmediato a nuestro equipo de construcción, la edificación de diez nuevos almacenes. También destinaré unos cuantos guardianes para su vigilancia y protección.

—¿Algún tema más?

—Creo que sería conveniente que revisara las nuevas fábricas de cazas y producción de M7 y por supuesto los almacenes de «La Celda».

—Estoy de acuerdo.

—Uno de nuestros ayudantes le acompañará y luego nos informará.

Aunque supliqué a Yun que bajara a Pangea Capital para que me acompañara en la visita, no conseguí sacarla del almacén de repuestos de tubo láser para cazas.

—Tenemos que elegir emplazamientos para los nuevos almacenes —renqueé.

—Eso lo haré con mi equipo desde aquí. Por una vez, sonríe y cumple con tu función de Príncipe encantador que tanto le gusta a tu pueblo.

—Lo que me preocupa es que haya tan pocas reinserciones de «La Celda». Están muy por debajo de mis más pesimistas expectativas.

—Tenías demasiadas esperanzas. Piensas que ellos no son como nuestros hombres.

—¿Cómo los nuestros?

—Leales, Prance, leales.

—Si la guerra se alarga indefinidamente, tendremos que destinar un planeta para ellos.

—Eso sería tácticamente impracticable. Ya nos cuesta la mitad de la flota proteger Pangea.

—No quiero tener que llegar a tomar medidas drásticas como… no hacer prisioneros.

—La guerra acabará antes.

—Eso espero, cariño. Eso espero… Llegaré dentro de dieciocho horas.

—Si has sido bueno te esperaré en nuestros aposentos… sin el Traje.

El Director Escálum me estaba esperando en el primero de los almacenes de «La Celda».

—Buenos días, mi Príncipe. —¿Tan importante es que venga a verlos personalmente? Ya me ha informado el Gran Consejo.

—Eso lo decidirá usted, tras la visita.

Al final, visitamos los cuatro almacenes que se encontraban casi en los cuatro puntos cardinales de Pangea Capital. Los guardianes del Mal se alineaban en filas, en varias docenas de pisos. Todo estaba pulcro y limpio. Los vigilantes en su sitio y las salas de control vigilaban todo lo que ocurría dentro.

—He de felicitarle por su gestión Director Escálum. No he visto motivo de queja.

—Tengo dos problemas y sólo usted puede solucionarlos.

—Estoy a su disposición, ¿qué necesita?

—Espacio. Sólo me quedan cinco plazas. La próxima remesa tendremos que almacenarlos en el exterior, en un local prefabricado.

—Me he adelantado. En breve se construirán diez nuevos almacenes.

—¿Puedo hacerle una pregunta hipotética?

—Claro.

—¿Si este almacén fuera del Mal, cuántos guardianes necesitaría para asaltarlo y liberar a sus compañeros? —preguntó cogiéndome por sorpresa.

—Imaginando que tuviera la clave para desactivar «La Celda», con un pequeño grupo de elite podría… Ya le entiendo. Quiere más seguridad.

—Tenemos ciento cincuenta mil prisioneros, que son Escuadra y media. Si se liberaran unos a otros, no habría tropas en Pangea que pudieran detenerlos. El factor sorpresa y el caos que montarían, podría desestabilizar el planeta.

—Tenéis razón. Destinaré una Escuadra para su vigilancia.

—He estado reflexionando sobre la ventaja de tenerlos en Pangea. Si en un hipotético caso el Mal sobrepasara vuestras líneas, no lanzaría un ataque total sobre la ciudad para no aniquilar a sus hombres. Son demasiados para despreciar sus vidas. Por ello, sugiero que los almacenes se distribuyan por las principales ciudades y en el caso de una «fuga», sería más sencillo sofocarla.

—¡Es una idea y una estrategia, excelente! Le pongo al mando de la operación. Usted decidirá los nuevos emplazamientos y el número de tropas que necesitará.

—Harían falta menos tropas si dotáramos a los almacenes de medidas de seguridad y defensivas, controladas por una IA de alto nivel.

—Una por almacén. Porque si sólo ponemos una y la neutralizan, estaríamos en las mismas. ¿Sabe lo que cuesta formar una IA de alto nivel? —le pregunté pensativo.

—Sé que es muy complicado pero de otra forma…

—De otra forma expondríamos a la población de Pangea, a un peligro que se evitaría con las IA.

—Sí, mi Príncipe.

—Tiene luz verde. Hablaré con la Princesa para que recanalice nuestros recursos. No será fácil. Tendrá que pelearse con todos los departamentos para conseguir los materiales.

—Me gustan los desafíos.

—No esperaba menos de usted, Director Escálum.

Dos semanas más tarde, Yun me acompañó en la inauguración del palacio. En cuanto descendimos de Tita, la muchedumbre, que lo llenaba todo, comenzó a gritar y corear nuestros nombres. Saltamos del más absoluto silencio del interior de la nave, al más ensordecedor de los ruidos. Yun me interrogó con la mirada, a la que yo respondí encogiéndome de hombros. Su mirada se endureció, arqueó una ceja y volvió a interrogarme de la misma forma. Hice un gesto señalando al Gran Consejo en pleno, que se abría paso flanqueado por dos hileras de guardianes, que a duras penas conseguían mantener apartado al pueblo. El Jefe de Gran Consejo Cíntor, presidía la comitiva y se detuvo a menos de dos metros de nosotros. De quién sabe dónde, surgió un pequeño dispositivo volador que gravaría y reproduciría, por todos los cubotrís del planeta, el acontecimiento en directo. Más adelante se podría volver a ver desde los distintos ángulos de los OB de todos los guardianes presentes, enriqueciendo el acto a su máximo exponente.

—Mi Príncipe, mi Princesa. Es un honor para mí y para todo el pueblo Warlook, junto a su pueblo hermano, los Fried, el teneros hoy, aquí.

—El honor es nuestro, Venerable Cíntor —respondió Yun con una sonrisa que hipnotizó a los presentes. Sabía manejar sus armas de mujer tan bien como la excelente diplomática que era.

—Todo está preparado para la inauguración. Si me lo permiten, seré su anfitrión.

—No podría haber nadie mejor —respondió Prance agarrando de la mano a Yun, que le miraba de refilón intuyendo que algo tramaba.

Con un gesto, el resto de la delegación desapareció entre la multitud, sin duda iban a adelantarse a la comitiva. Poco a poco, junto al Venerable, fuimos caminando hasta un pequeño transporte monoplaza, que consistía en una especie de gran silla electromagnética que flotaba a unos pocos centímetros del suelo, en la que se sentó Cíntor.

—Mis piernas no soportarían el desfile… —se excusó.

Las calles estaban abarrotadas. Para la seguridad de la población, las aceras rodantes habían sido detenidas, por lo que también estaban invadidas por la muchedumbre que no cejaba en jalear y animar. Un numeroso grupo de guardianes de elite, se dedicaba a abrirnos paso. Formaban hileras a ambos lados, según avanzábamos, los últimos guardianes corrían, por el interior, hasta la cabeza para alargar las hileras. El avance fue lento y costoso. La población ansiaba vernos y homenajearnos. Tras más de cinco horas de trayecto, que usando las aceras rodantes se habría podido realizar en menos de quince minutos, llegamos al Palacio de investigación. Era un complejo enorme, de forma cónica. Su lisa y pulida superficie metálica refulgía bajo los rayos del Sol. A simple vista, era la mitad de alto que el edificio del Gran Consejo pero, bajo tierra, era cincuenta veces más grande. El Capitán de Ingenieros Taban, junto a los Capitanes Yárrem y Jhem, permanecían junto a la puerta principal esperándonos. En cuanto nos vieron, Taban se acercó presuroso, sonriente y como siempre, nervioso.

—Mis Príncipes, estoy a su servicio —dijo haciendo la máxima reverencia.

En ese instante, no había nadie en todo el planeta que no estuviera delante de un cubotrí, observando la visita. El pueblo ansiaba que la Princesa aceptara…

Cuando entramos y las triples puertas de seguridad se cerraron, el clamor se silenció de golpe. La población que se amontonaba en torno al complejo, dirigió sus miradas a las pantallas gigantes destinadas para el evento.

Taban fue guiándonos por todo el edificio, mostrando los distintos departamentos y secciones. Los laboratorios eran impresionantes, dotados de la última tecnología, perfectamente adaptados para las funciones a las que habían sido designados. Debajo, estaban los dormitorios de las tropas y los equipos de ingenieros, la armería y repuestos. También había algo más en esa planta, además del resto del Gran Consejo.

—Mis Príncipes, es para mí y para el pueblo de Pangea, un honor, el ofreceros estos aposentos, de forma que tengáis un hogar permanente entre los Warlook —dijo el Venerable Cíntor, a la vez que las dobles puertas se abrían, mostrando una réplica exacta de los aposentos de la Gran Dama.

—Hemos instalado la IA más potente que tenemos, de forma que pueda comunicarse con Dama o cualquier otra IA Por desgracia no llega ni de lejos a Dama, pero será suficiente para esta base, su nombre es Hib —dijo Taban rebosante de orgullo.

—Un lugar de descanso que esperamos que sea de su agrado, mi señora —intervino Cíntor.

—Es el mejor regalo que nadie pudiera hacerme —dijo Yun soltando un sonoro beso en la mejilla del Venerable Cíntor. Una falta de protocolo, que regocijó al pueblo y consiguió que se sonrojara el anciano.

Tras la inspección de las habitaciones y los protocolarios agradecimientos al pueblo, el Príncipe pareció turbado. Poco después terminó el acto y se cortó la transmisión.

—¿Ocurre algo mi señor? —preguntó Taban.

—Estoy consultando mi OB y aún hay un piso que no hemos visto.

—Es un piso añadido a los planos finales que me disteis —respondió serio.

—No recuerdo que haya autorizado esa modificación y por lo que veo en el OB, si te exceptuamos, no está confirmada por ningún alto mando.

—La modificación fue realizada a petición del Gran Consejo —dijo el Venerable Cíntor.

—¡Salgan todos! Venerable, Taban, Yun, ¡quedaos! —ordenó Prance empezando a estar furioso. Si no obtenía respuestas pronto, su furia iba a ser imparable.

INFORME DEL OB DEL CAPITÁN YÁRREM.

Me puse ante las dobles puertas de los nuevos aposentos con los brazos cruzados sobre el pecho. El resto del Gran Consejo y mis hombres me miraban ansiosos. El Jefe de Escuadrón se decidió a hablar y preguntarme lo que todos querían preguntar.

—¿Qué ocurre Capitán? ¿Por qué el Consejo ha modificado una instalación sin permiso? —preguntó mirando de reojo al resto de miembros.

—¿Si el Príncipe no estaba informado, cómo puedes pensar que lo iba a estar yo? Miembros del Consejo… ¿Sabían algo?

—Nosotros tampoco sabíamos nada. Ha sido una gran sorpresa éste… asunto. Pero tengo absoluta confianza en el Venerable Cíntor y habrá tenido sus buenas razones.

—Así lo espero, porque, Venerable, usted no conoce la ira de nuestro Príncipe —respondió Yárrem resignado.

INFORME DE LA IA HIB DE LOS APOSENTOS DEL PALACIO.

Yun se acercó al Príncipe y, poniendo la mano derecha sobre su corazón, le rogó que se tranquilizara y escuchara las razones de Cíntor y Taban.

—Estoy tranquilo, cariño. Lo que no entiendo es esta decisión sin consultarme, porque, si no me equivoco, fui designado por este pueblo como su Príncipe y, por tanto, como su máximo dirigente, también soy el Capitán General de las fuerzas aliadas a la corporación Warfried. Creo que eso implica que el Gran Consejo, ¡no puede modificar una base de los Guardianes del Bien sin MI PERMISO! —dijo elevando la voz.

—Soy el único responsable —respondió tranquilo Cíntor—. Le pedí al Jefe Taban, todavía no entiendo por qué no le gusta que le llamemos Capitán, su auténtico rango, que no os informara, más bien le… mentí diciéndole que ya estabais informado y que no quería que os distrajera con ese asunto.

—Os la estáis jugando, Venerable —amenazó el Príncipe, algo que jamás había que tomar a broma.

—Sí, lo sé. Este edificio está diseñado de forma que en caso de ataque, se hunda en la tierra, más de ciento cincuenta metros, así el enemigo no podría dañarlo.

—También tiene unos impulsores para hacerlo resurgir y mantenerse recto, sea la presión que sea, la que sufra —intervino Taban—. Su escudo reforzado y sus muros de tres metros de grosor, aseguran su impenetrabilidad. Los pisos y departamentos refuerzan su estructura, haciéndolo casi indestructible.

—Ya, menos rollos… ¿Para qué demonios es ese piso extra? —preguntó secamente.

—Supervivencia.

—¿Supervivencia? —preguntó Yun sonriente.

—El Gran Consejo teme que algún día el Mal llegue a vencer…

——¿¿¿VENCER??? ¡PERO QUÉ!!!…

—¡PRANCE! Déjale terminar —intervino duramente Yun. Nunca le había levantado la voz en público. El Príncipe quedó tan sorprendido que el Venerable Cíntor aprovechó para continuar.

—En ese triste caso, atacarían Pangea con todo lo que tuvieran, arrasando nuestras ciudades y aniquilando nuestra raza. Desearíamos que nos permitierais utilizar esa planta como refugio. Un refugio para dieciocho mil personas.

—¿Dieciocho mil…?

—Hibernados.

—¿Por qué tanto secretismo? —preguntó Yun.

—Porque les habría dicho que están locos y que el proyecto no es viable —respondió el Príncipe pesaroso.

—Es verdad. Los guardianes no pueden distraer tantos ingenieros ni recursos en la construcción de dieciocho mil cámaras de hibernación. Por eso lo haremos nosotros, la población civil de Pangea, en su tiempo libre.

—Pero Venerable, ¿sabe cuántos ingenieros necesitará para construir una sola cámara y cuánto tardaría en construirla?

—Mil, por turno. A tres turnos tardaríamos un año en construir una.

—Eso hace un total de dieciocho mil años, eso si todas las cámaras están perfectamente calibradas.

—Llevamos bastante más de guerra. Hemos de estar preparados para lo peor. Cuando terminemos con las cámaras, le pido permiso para construir otros emplazamientos de protección, con sus correspondientes cámaras de hibernación.

—No puedo suministrarle, los materiales para semejante proyecto.

—Lo sabemos. Todo saldrá de los voluntarios. Comerciarán, fabricarán y construirán.

—¿Puedo saber cómo van a hacer la selección de la población que tendrá derecho a sobrevivir en el remoto e hipotético caso de nuestra derrota? —preguntó Prance incómodo.

—Un Guardián por cada cien civiles. Primero los bebés, después los niños. Hemos calculado que en una cámara de hibernación en la que cupiera un adulto entrarían de diez a doce bebés por lo que el porcentaje de niños salvados sería mayor.

—Es un proyecto muy ambicioso, difícil y complicado. ¿Sois conscientes, de que no entrarán ni remotamente todos los niños del planeta y que estaréis obligados a seleccionar quién se salva o muere? —preguntó tristemente Yun.

—Si llega el caso en el que tengamos que utilizar las cámaras, no habrá tiempo de selecciones, según lleguen a los refugios serán ubicados e hibernados —respondió serenamente Cíntor.

—Para que sea efectivo, tiene que ser secreto y un proyecto de esa envergadura, implica forzosamente el comercio «in situ», lo que implica la apertura al exterior o dicho de otra manera, permitir que otras razas se instalen en Pangea. Cualquier Guardián de los equipos de espionaje de Anyel os diría que mantener algo así en secreto, con tanto extranjero en el planeta, tiende a imposible.

—Se realizarán bajo las casas de reunión que estarán prohibidas a los extranjeros por causas… sociales —sugirió el Venerable.

—Dicho de otro modo, si no eres Warlook o Fried, aunque vivas en Pangea o lleves docenas de generaciones instalado, no tendrás los mismos derechos —replicó Prance.

—¿No será justo, verdad? —preguntó pensativo el Venerable—. Pero no tenemos opción.

—Primero, construir los refugios. Segundo, apertura al exterior. Tercero, las cámaras que serán lo más complicado. Hemos de encontrar una excusa razonable, creíble y de la que nadie sospeche —sentenció Yun.

—Olvidamos lo obvio —dijo Prance.

—¿Lo obvio? —preguntó Taban.

—La sencillez. Las cámaras se construirán a la vista de todos. «Serán para la flota». Siempre se entregará una carcasa vacía, que será devuelta en piezas. Una vez finalizada la auténtica se trasladará a los refugios. Por supuesto, las del Palacio no harán falta trasladarlas, se construirán dentro de los laboratorios.

—Tiene luz verde, Venerable —dijo Yun.

El Príncipe confirmó sus palabras con movimiento afirmativo con la cabeza.