APOSENTOS DEL PRÍNCIPE PRANCE Y LA PRINCESA YUN.
CLASIFICACIÓN: ALTO SECRETO.
Tras cinco años del incidente del Jarkon, Taban seguía sin explicar al Príncipe por qué había explotado y se negaba a iniciar la construcción de un nuevo prototipo. Siempre que Prance le interrogaba por el motivo, le respondía que aún no disponía de datos suficientes para darle una respuesta clara.
El Príncipe, harto de evasivas, decidió investigar por su cuenta. Al localizar el archivo del Jarkon, en el sector de catástrofes, se topó con el de la masacre de Marte. En un momento de valor decidió verlo, revivirlo, y así no olvidar el porqué estaba metido en medio de esa espantosa guerra. A algo más de la mitad del archivo, la sala de mando le interrumpió, requiriendo su presencia. Al volver a sus aposentos, el archivo seguía abierto, detenido en el punto donde le interrumpieron. Lo que descubrió le llenó de temor, decidiendo guardar el secreto hasta descubrir cual era la causa.
—Dama, no puede ser. ¿Estás segura?
—Lo he comprobado, como me ha solicitado, tres veces y el resultado es siempre el mismo.
—La progresión no puede ser tan fuerte.
—Ha sido difícil encontrarla, analizarla y sobre todo, descubrir la complicadísima ecuación matemática. Ésa es la razón de que tardara dos semanas en las conclusiones. Me temo que no hay error posible.
—¡Por la Galaxia de Andrómeda!
—La Princesa está a punto de llegar —informó.
—Gracias Dama.
Las dobles puertas se abrieron entrando Yun bastante seria. Sin duda iba a haber tormenta.
—Hola preciosa. ¿Ocurre algo?
—No lo sé. Esta vez tu encanto no te va a librar de mí, quiero saber qué te pasa. Llevas unas semanas pensativo, hosco y malhumorado. Dama me dice que no sabe nada pero Ayam me informa que miente. ¿Una IA que miente? No lo creo, a menos que alguien con gran poder le ordene que no me informe. ¿Quién podría ser? —preguntó irónicamente sin casi respirar.
Conocía a su esposa. No admitiría una evasiva como respuesta. La cuestión era cómo decírselo.
—¿Cómo empezar…?
—Sigue una de tus propias lecciones, empieza por el principio —dijo poniendo los brazos en jarras.
No había marcha atrás.
—Mira la pantalla principal. Me temo que tenemos un grave problema. De momento quiero que permanezca en secreto y que nadie, ni siquiera Laurence, lo sepa.
—Me estás asustando… ¿Qué puedes temer?
—A mí mismo.
—¡Cariño! ¿Qué dices?
—Que tal vez tenga que dejar los guardianes.
—¿Te has vuelto loco? ¿Por qué?
—Más o menos. Tranquila y escúchame con atención. Lo descubrí por casualidad mientras revisaba el archivo de la matanza de Marte. El Pase se desarrollaba con normalidad hasta que descubrimos los niños, que fue donde me interrumpieron y el archivo se detuvo. El azar hizo que lo hiciera en el lugar preciso. Antes quiero que veas ese trozo entero. Observa con atención. Dama…
El pase duró desde que abrieron las puertas, donde estaban los niños masacrados, hasta que salieron.
—No he visto nada extraño. Tenéis todos la cara descompuesta ante el horror, como es natural, pero nada más.
—Ambos, hemos visto estas imágenes muchas veces. ¡Todos los guardianes las han visto por lo menos una vez! Ahora quiero que observes esta imagen.
—Tienes cara de espanto… y los ojos verdes, muy verdes. ¿Es un reflejo?
—Eso es lo que pensé en un comienzo. Pero no había ninguna iluminación de ese color en el almacén, así que pregunté a Dama de dónde provenía. Su respuesta me desconcertó, me informó de que no se trataba de un reflejo, si no que provenía del interior de mis ojos.
—¿Por qué te brillan los ojos?
—En ese momento Dama no tenía la respuesta, así que le solicité que revisara todos mis archivos, en busca de más destellos.
—¿Y encontró más? —preguntó ansiosa.
—Otros cuatro. El primero, cuando murió mi amigo de infancia, Pilo. El segundo, cuando encontré el primer compañero muerto, Goel de Cangha y Loktoris. El tercero, con la muerte del Maestro. El cuarto, es éste y el quinto, con la muerte de Heles.
—Cinco, en una vida tan larga como la tuya… no son tantos.
—No, no son tantos pero cuando le pregunté a Dama qué demonios eran, no supo responderme. Así que le pedí que intentara averiguarlo. Lo que no hubo duda es que se producían cuando me enfurecía o sufría un gran shock.
—Bueno, no es tan terrible que se te iluminen los ojos cuando te enfureces —dijo en un vano intento de tranquilizarse a sí misma.
—Observa los datos comparados, que ha suministrado mi OB.
Según fue leyendo, su asombro aumentaba. Después de observar durante un buen rato la pantalla, se giró hacia el Príncipe muy asustada.
—¡No puede ser! —exclamó.
—No hay error. Dama lo ha comprobado tres veces, los cinco casos, y los resultados son siempre los mismos energía descontrolada y locura. Recuerdo la sensación que tuve en el radiofaro que murió Heles, mi mente sólo pensaba en matar y eso era… digamos… el «eco» del reflejo.
—Pero…
—Cariño, no hay posibilidad de error. Se trata de la séptima enfermedad de los guardianes: La Locura. —¿Y qué? Estás loco uno o dos segundos. Nadie se ha dado cuenta, ni siquiera tú te habías dado cuenta.
—La progresión de tiempo.
—¿Qué quieres decir?
—Cada vez, el tiempo que estoy loco es mayor, al igual que el descontrol de energía y sus secuelas. La progresión es tan enorme que la próxima vez que ocurra, durará horas. Con mi poder y el Traje, podría arrasar la Gran Dama. El riesgo es demasiado grande, si perdiéramos esta nave…
—Tú eres el líder de esta guerra. Tu falta sería mucho peor que la perdida de Dama.
—¡Ya lo sé! Pero qué otra opción tenemos…
—Controlarte la información.
—No puedo dirigir las tropas con medias informaciones, por miedo a que se active. La única solución que se me ocurre, es poner media docena de guardianes que me ejecuten en el momento que la séptima enfermedad se inicie.
—¿Qué te ejecuten? ¡No! ¡Me niego! Hemos curado todas las enfermedades, ésta también será curada. Taban encontrará la solución.
—El problema no está esta vez en el OB si no en mi cerebro. No pueden hacer nada.
—Igual encuentran una fórmula para que el OB te controle.
—Tal vez. Pero mientras no tengamos la solución o datos que nos aseguren que no recaeré…
—Perdón, mi Príncipe —interrumpió Dama—. Creo que he hecho un importante descubrimiento sobre la séptima enfermedad.
—Rápido, ¡cuéntanos! —se apresuró a ordenar Yun.
—He analizado, con minuciosidad, la progresión de los cinco casos y he llegado a la conclusión de que las posibilidades para que se produzca una sexta manifestación son mínimas y la séptima, locura total e irreversible, serían de prácticamente de cero.
—En qué te basas y por qué no llegará a manifestarse —preguntó la Princesa.
—En los datos extraídos de su OB Tendría que ocurrir algo terrible para que la enfermedad se manifestase.
—¿Cómo de terrible? —preguntó Prance intranquilo.
—Como la destrucción de Pangea Capital.
—Buen ejemplo. Eso seguro que me cabrearía bastante. Pero eso no ocurrirá nunca, no mientras esté… ¡vivo!
La mirada tranquila y serena de la Princesa, dio carpetazo al asunto. Dama sólo informaría a Yun para que, dado el caso, diera la orden de aislamiento o… ejecución del Príncipe.
APOSENTOS DEL PRÍNCIPE PRANCE Y LA PRINCESA YUN.
ALTO SECRETO.
UN AÑO PANGEANO DESPUÉS DEL DESCUBRIMIENTO DE LA SÉPTIMA ENFERMEDAD.
El Príncipe y la Princesa tenían la costumbre de dormir abrazados, flotando en el sector destinado para ello, en sus aposentos. Yun tenía la costumbre de rodear los brazos alrededor del cuello del Prance, apoyando la cara en su pecho. Él la agarraba cariñosamente por el talle.
—Mi señor, despierte. ¡Mi señor, despierte! —repitió Dama elevando el tono.
—¿SI?, ¿NOS ATACAN? —preguntó sobresaltado.
—Hummm, Prance, cariño. Si nos estuvieran atacando… ¿no estaría sonando la alarma? —preguntó somnolienta.
—Tienes razón. Dime Dama, ¿qué quieres?
—Las dobles puertas de acceso me informan que el Capitán de Ingenieros Taban, desea hablar con usted.
—¿No le has informado que estamos durmiendo? —preguntó algo indignado el Príncipe.
—Sí, pero insiste. Me ha informado que se trata del Jarkon.
—¿Por qué no lo has dicho antes? ¡Hazlo pasar!
Al abrirse las puertas, Taban entró como una exhalación. Hizo la reverencia protocolaria, (aunque estaba exenta de ella), y nos miró suplicante en espera de que le permitiéramos hablar.
—No le hagas sufrir más —le rogó Yun divertida.
—Déjame adivinar, vienes a decirme por qué prefieres que las tropas te llamen Jefe en vez de Capitán…
—¡Prance!
—Está bien. Espero que sean buenas noticias.
—En un principio no lo son.
—Deberíamos haberle dejado fuera —dijo el Príncipe cansinamente.
—Continúa Taban —le animó Yun.
—No debemos volver a probar en Jarkon, por lo menos en la Gran Dama.
—Eso ya lo vaticiné yo. ¿Cuál es el problema?
—Dama.
—¿Dama?
—¿Si? —respondió.
—Era una pregunta retórica, no me refería a ti, Dama.
—Perdón, mi Príncipe.
—¿Qué le ocurre a Dama?
—En verdad nada. Es que… me ha dado largas.
—Ja, ja, ja… —rieron ambos al unísono.
—¡Mi señor! —exclamó tratando de mostrarse lo más serio posible sin conseguirlo.
—Has andado demasiado tiempo con las IA., ¡busca una Guardiana y pásalo bien! Ja, ja, ja… —dijo el Príncipe jocosamente.
—No me refiero a eso —contestó sin poder evitar una medio sonrisa—. Como bien sabéis, tras el desastroso ensayo con el Jarkon, Dama empezó a autorrepararse sola. Tardó seis meses en cerrar el casco y ocho más en reparar todos los sistemas interiores afectados. Utilizó toda la energía disponible, incluida la de los escudos.
—Por recomendación de Dama y aunque podíamos dirigirnos a cualquier destino, estuvimos inmovilizados todo ese tiempo, expuestos al Mal. Pero no indefensos, la flota nos protegía.
—Sí, en teoría sí. Pero no nos dijo el por qué recomendó que permaneciéramos inmóviles.
—Para ahorrar energía y destinarla a las reparaciones —afirmó Yun.
—No. Eso fue lo que todos pensamos pero había algo que no me cuadraba, así que empecé a interrogar a Dama y sus respuestas no me convencían. Comprobé que las auto reparaciones se deberían haber producido en la mitad de tiempo. Llevo años peleándome con ella para que me explique el porqué de la inmovilización. Y hoy, por fin, he conseguido descubrir su secreto y semiacceder a uno de sus archivos cerrados o, más bien, a uno anexo que trata del tema y que todavía no había sido abierto y por tanto, estudiado.
—Me tienes sobre ascuas, ve al grano —ordenó el Príncipe ansioso.
—Puertas dimensionales.
—Me están entrando ganas de atizarte. ¡Explícate! —ordenó levantando una ceja socarronamente.
—Por lo visto, existen una especie de puertas que te llevan de un lado a otro de las Galaxias o tal vez otros planos dimensionales.
—¿Dónde están? —preguntó asombrado.
—Dama no lo sabe, me ha informado que ella no se encargaba de eso y cuando le he preguntado quién se encargaba, me ha respondido que lo ignoraba, pero que suponía que otra IA.
—¿Y qué tiene que ver eso con las reparaciones? —preguntó ahora confuso.
—El Jarkon perturba el recorrido de las puertas y las hace saltar. El riesgo consistía en que hubiera saltado alguna a nuestra zona y la atravesáramos saliendo quién sabe dónde.
—¿Tanto pueden tardar en… estabilizarse?
—No, lo que pasa es que Dama no puede localizarlas. Así que ha de utilizar el sistema de prueba y resultado. —¿Prueba y resultado?
—Utilizando un robot explorador, lo hace rastrear toda la zona a su alrededor para asegurarse que no hay ninguna cerca.
—Pero podría estar a media distancia…
—Sí, pero cuanto más lejos más improbable toparse con ella.
—¿Qué más sabes sobre esas puertas? —preguntó Yun con gran interés.
—Nada —fue su escueta respuesta.
—¿Nada? —preguntaron al unísono extrañados.
—Si tiene más información, se encuentra en los archivos todavía no estudiados o en el sector sellado y que no tenemos acceso.
—Así que el Jarkon perturba las trayectorias de las puertas… tal vez nos sea útil. Pero de momento, hasta que no descubras más sobre ese tema, no seguiremos con el proyecto.
—Estoy de acuerdo con usted, mi señor. No sabemos a qué nos enfrentamos y si Dama se ha mostrado tan precavida…
—Voy a necesitar un equipo extra para este tema.
—Lo que necesites.
ARCHIVO CONFIDENCIAL DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.
Pasaron otros cinco años y Taban no conseguía descubrir nada nuevo acerca de las puertas, se encontraba bloqueado. Necesitaba nuevas ideas pero la gente de su equipo se había quedado sin ellas pero como todo en la vida, la ayuda vino de donde uno menos se lo espera.
Anyel se hallaba vigilando y controlando los movimientos del Mal en la frontera de Kangaroo, una línea de sistemas planetarios aliados entre sí que sólo servían a sus propios intereses. Lo mismo estaban de nuestro lado que del Mal.
Dama transmitió un informe confidencial, tras descodificarlo, directamente a mis aposentos, sin que pasara por la sala de mando, algo realmente poco habitual. Debía de tratarse de un asunto realmente importante.
Sólo me mostró unas breves líneas: Descubierto individuo especial. Único en su género. Dirección: Pangea. Crucero civil Gulageg. Recomiendo interceptación con la Gran Dama.
—¿Estás segura de que es un mensaje del Capitán Anyel? —le pregunté inquieto a Dama.
—Sí, mi Príncipe. Ha utilizado el código de alta prioridad diseñado por Ayam. El origen de la transmisión, concuerda con su teórica posición de recogida de información.
—Localiza el crucero civil Gulageg y ponme con su Capitán.
Veinte minutos después volvió a interrumpirme.
—La computadora de…
—Querrás decir IA.
—No, mi Príncipe. Es una computadora sin inteligencia.
—¿Pero quién es el loco que se lanza a cruzar el espacio sin una IA que le ayude en los cálculos y en el manejo de la nave? ¡Ponme de inmediato con su Capitán!
—Eso intentaba comunicarle, está hibernado.
—Pues, con el primer oficial.
—Se halla hibernado.
—¡Con el segundo oficial!
—También está hibernado.
—¿Me tomas el pelo? ¡Ponme con quién esté al mando!
—Todos los tripulantes y el pasaje, a excepción de uno, se hallan hibernados.
—No puedo creerlo ¿quién dirige la nave?
—La computadora. —¿Ese trasto? ¡Por la Galaxia de Andrómeda! Ponme con el pasajero.
—No puedo comunicarme con él. Está fuera de la sala de navegación y ésta se halla sellada hasta que finalice la hibernación.
—¿Qué será…?
—Cuando lleguen a su destino, el sistema de Huimkson.
—Entiendo, Pangea está en su ruta. ¿Cuándo llegarán?
—Dentro de doscientos setenta años.
—Horas…
—Años, mi Príncipe. Esa nave es…
—¡Una tartana! Pero están locos… —¿Quién es el pasajero no hibernado?
—No hay datos al respecto. Sólo su nombre, Shopbi.
—¿Qué tipo de pasaje llevan y qué cargamento les acompaña?
—Granjeros. Material agrícola para montar una pequeña colonia de quinientas personas.
—¿Hay alguna cámara de hibernación vacía?
—No.
—Ese pasajero no llegará con vida a su destino, ¡habrá muerto de viejo mucho antes!
—Según mis bancos de datos, probablemente la soledad le volverá loco.
—¡Mierda! ¿Quién es ese suicida? ¿Por qué quiere Anyel que le conozca?
—No sé por…
—¡Era una pregunta retórica! ¿Cuánto tiempo tardaremos si nos dirigimos en ruta de interceptación de la Gulageg de inmediato?
—¿Es a mí? —preguntó irónicamente.
—Quieres oírme gritar, ¿verdad? —pregunté poniendo los brazos en jarras.
—Pensé que le haría gracia mi réplica.
—Y lo ha hecho. ¿Vas a responder a mi pregunta?
—Dentro de tres días. Pero lo desaconsejo, dejaríamos desprotegida a la flota y el segundo ejército del Mal podría decidir que era un buen momento para atacarla.
—Tienes razón…
—Tampoco puede ir usted.
—¿Ahora lees el pensamiento? —pregunté divertido.
—No.
—Ponme con Jhem.
Casi al instante en la pantalla central apareció Jhem, sudaba y parecía muy fatigada.
—¿Le pillo en un mal momento Capitán? —pregunté sonriendo.
—No, mi Príncipe. Estoy dando unas lecciones a las tropas de elite —dijo socarronamente, a la vez que ordenaba a la pantalla ampliar la imagen, para que pudiera ver toda la sala. El suelo estaba cubierto de cuerpos que se retorcían de dolor.
—Bonita alfombra.
—Son muy lentos. He tenido que demostrarles que no son buenos, sólo por estar en las tropas de elite.
—Tengo trabajo para ti.
—Sus deseos son órdenes para mí —dijo sonriendo. ¡Cómo le gustaba la acción!
—Quiero que cojas un pequeño crucero con trescientos de tus guardianes e interceptes una pequeña y primitiva nave de nombre Gulageg. Tráeme a un pasajero llamado Shopbi, que es el único que no se halla hibernado. Ten cuidado, hay algo raro en el mensaje de Anyel.
—¿Anyel? ¿Cómo está?
—Parece que bien. Tan explícito como siempre. Ese individuo parece ser importante pero podría ser peligroso, toma precauciones. ¡Y sé prudente!
—¿No lo soy siempre? No como otros —dijo mirándome maliciosamente.
—Otra observación de ese tipo y te envío a cuidar rebaños de potos —solté sonriendo.
—No os atreveríais —replicó mostrándome la más encantadora de las sonrisas.
—Está a… Dama, ¿en un pequeño crucero a cuánto está?
—Casi seis días. —¿Cuándo parto?
—Ya.
Doce días más tarde, me encontraba en uno de los almacenes de M7, supervisando la colocación de nuevos módulos de almacenaje que nos permitirían acceder con más rapidez a los repuestos, cuando entró Jhem, bastante acalorada.
—Hola, ¿buen viaje?
—Eso deberéis decidirlo vos —respondió nerviosa.
—¿Puedo saber por qué no te has puesto en contacto con la flota desde que interceptasteis la Gulageg?
—Por la seguridad del pasajero. Cuando me explicó quién era, tomé la decisión de permanecer en silencio para evitar que el Mal captara nuestras transmisiones y tomara la desgraciada idea de atacarnos.
—¿Ahora rehuyes un combate? —pregunté intrigado.
—Con un pasajero como él, sí. —¿Dónde está?
—Con el Jefe médico Thorfhun.
—¿Me tomas por idiota? Hace ocho horas, el Capitán Loindt, me ha informado que has anclado en el espaciopuerto cinco. ¿Cuánto tiempo necesita para ver si el pasajero oculta «algo» en su interior?
—Será mejor que hables con él, en privado —dijo sin desviar la mirada de mis ojos. Cuando hacía eso, significaba que era muy importante que le hiciera caso.
Sin demora, nos dirigimos a una terminal cercana, ordenando a Dama, que no permitiera el acceso a la conversación con el Jefe Thorfhun, a nadie. Cuando apareció el rostro ceñudo de Thorfhun comprendí que algo grave ocurría.
—Bien, ¿qué es lo que ocurre?
—¿Cómo explicárselo…?
—Como siempre, al grano. ¿Ese tipo nos pone en peligro?
—¿Él? No, no… No es peligroso. Todo lo contrario.
—Jefe, me tenéis sobre ascuas… —comenté poniéndome serio.
—Ése… civil, Shopbi… no es humano.
—Muchos de nuestros hombres son tan brutos que yo tampoco lo creería… ¿Qué demonios quieres decir exactamente?
—Es artificial.
—¿Clonado? ¿Embrionación exterior? ¿Qué?
—Artificial, construido por el hombre. —¿Tanto lío por un robot?
—No lo entendéis, ni robot, ni cyborg, ni nada por el estilo, no hay nada como él. Se autodenomina «persona artificial».
—¿Artificial? —pregunté enmarcando las cejas incrédulo—. Investiga a «eso», y cuando finalices, envíame un informe.
—Shopbi, predijo que me pediría eso y me rogó que le dierais permiso para hablar con usted, antes.
—No tengo tiempo. Sabes que estoy muy ocupado.
—También previó esa respuesta. Me pidió que le trasmitiera un mensaje del Capitán Anyel que sólo usted y un reducidísimo grupo podría entender.
—Te escucho.
—Al igual que la solución en la cuarta, fue un Máltog, él puede ser la llave para la solución de ese problema que puede decidir el final de la guerra.
—¡Tráigalo a mi presencia!
—Sí, mi Príncipe.
—Espere. Mejor, llévelo a mis aposentos.
—¿A sus aposentos? Pero, mi Príncipe, su seguridad…
—¿Jefe, discute mis órdenes?
—¡No! ¡Yo nunca…!
—Entonces, haga lo que le he ordenado.
Me desplacé, junto a Jhem, a través de los canales de ascensión, lo más rápido posible para llegar antes que el civil, ya que ellos se encontraban más cerca de mis aposentos. La curiosidad me corroía. Pocos minutos después, Dama me informó que se encontraban al otro lado de las dobles puertas. En cuanto se abrieron, dos docenas de guardianes de elite, se desplegaron con Mhar al frente, entrando casi al instante, el individuo junto al Jefe Thorfhun. Tras ellos había otras dos docenas.
—Salgan todos de aquí y déjennos solos.
—¡Mi señor!
—Salga, Jefe Thorfhun. Vosotras dos también, Jhem, Mhar… —ordené recibiendo a cambio unas furiosas miradas. Cuando estaba a punto de salir Mhar se volvió.
—Como Capitán del cuerpo de elite a cargo de su seguridad, considero que esta última orden es «esencialmente» peligrosa.
—Mientras esté al mando, las cosas se harán según decida. Salga, Capitán.
—Sí, mi Príncipe —dijo apretando los dientes. En cuanto se cerraran las puertas se pondría en comunicación con Yun, para que entrara en razón. Tenía tan sólo unos pocos minutos, antes de que mi esposa «asaltara» nuestros aposentos con media Escuadra.
El visitante, permanecía inmóvil observándome. Delgado, un palmo más bajo que yo, lo que le convertía en un… hombre pequeño. Tenía una incipiente calvicie y unas pequeñas y negras bolsas bajo sus hundidos ojos. Su nariz aguileña y su rostro enjuto, le daba un aspecto austero, severo, equilibrado.
—Así que te envía el Capitán Anyel.
—Por lo visto todavía no confía en mí… «Capitán».
—Ahora sí. Pocos saben que fui Capitán antes que Príncipe. Thorfhun me ha informado que sois… «prefabricado».
—En mi opinión, el término correcto es «persona artificial».
—¿Quién os construyó? —pregunté perplejo.
—No lo sé. Lo primero que recuerdo fue que me desperté en un laboratorio en el que estaban todos muertos, a causa del escape de una extraña bacteria que destruía el tejido del cerebro, si no se aplicaba rápidamente el antídoto, cosa que pude descubrir obteniendo la información de la computadora del laboratorio. Las dobles puertas de sellado y aislamiento estaban reventadas, y la bacteria se había extendido por todo el complejo, matando a toda su dotación. Recorriendo la base en busca de supervivientes, encontré un lugar denominado «evasión». La puerta blindada estaba abierta y en su interior, un hombre con el traje aislante estaba caído boca abajo. Al darle la vuelta, pude comprobar que estaba rasgado a la altura del vientre. Se hallaba junto a una máquina que tenía insertada una llave y un código en rojo que parpadeaba, con girar la llave se activaría una cuenta atrás. Tan sólo disponía de diez minutos para salir del complejo ya que, dicha cuenta, bloqueaba el módulo de enfriamiento del generador nuclear, provocando su autodestrucción.
—¿En qué planeta estabas?
—No era un planeta. Se trataba de un asteroide. Me puse un traje para el exterior, salí y corrí hacia el otro lado del asteroide, refugiándome en un búnker, que por lo visto estaba diseñado para tal eventualidad. La explosión hizo que una nave comercial se desviara para ver qué ocurría.
—¿Guardaste algún dato de la base?
—No. Mi prioridad era destruir esa bacteria. —¿Había más como tú?
—Sí. Desmontados, aunque podían ser repuestos.
—¿Tienes ordenes implantadas?
—La base es el Bien.
—¿Puedes matar a un ser humano?
—No.
—¿Bajo ningún concepto?
—No me lo he planteado. Es una pregunta interesante. Aunque no tengo ordenes al respecto, siempre he creído que nunca me encontraría en la tesitura de tener que matar. Desde luego no lo haría por salvar mi vida.
—¿Permitirías que mis científicos te estudiaran?
—¿Me desmontarían?
—¿Podrían?
—No. Soy orgánico, como usted. Si me desmonta, me mata. Mi cerebro, como el suyo, si se «desmonta», se convierte en algo muerto susceptible a la putrefacción.
—¿Alguna idea?
—Me temo que no pueda ayudarle en eso. —¿No tienes ningún recuerdo preconcebido?
—Un numero, el seis mil cuarenta y dos.
—¿Qué crees que es?
—Creo que los seis mil cuarenta y uno anteriores, fallaron.
—¿De dónde sacaste tu nombre?
—De la puerta de salida de la base.
—¿Cómo te definirías?
—Soy un científico y creo que inmortal. Me hice un corte en la Gulageg y cicatrizó rápidamente sin dejar ninguna marca.
—Veo que no hay forma de duplicarte, porque no tenemos ni idea de cómo te han construido. Tampoco podemos clonarte ya que como bien sabes la inmortalidad lo impide, el clon nace sin… vida. Vivo pero sin alma, espíritu, aura o como quieras llamarlo. Es una lástima porque una técnica de construcción de personas artificiales podría sernos muy útil.
—¿Sabes quién soy y qué es lo que hacemos en esta nave?
—Sois, Prance de Ser Y Cel. Príncipe de la raza Warlook, Príncipe, por matrimonio, de la raza Fried, Príncipe de los Guardianes del Bien, Capitán General de las fuerzas aliadas a la Corporación Warfried. Ésta es la Gran Dama, la nave de guerra más grande y poderosa, que se conozca, de esta galaxia. Sois un guerrero.
—¿Aceptarías unirte a mi tripulación y combatir contra el Mal?
—Sí, si me permitís trabajar en alguno de los innumerables campos científicos. —¿Aunque se trate de armas o elementos que sirvan para matar a seres humanos?
—No hay problema. Mientras estén al servicio del Bien, no tengo inconveniente. Pero no terminaré con la vida de ningún ser humano, personalmente, bajo ninguna circunstancia.
—En este momento estamos atascados en una nueva arma, el Jarkon. Su uso causa cierto tipo de perturbaciones. El Capitán de ingenieros Taban, junto a su equipo, se encuentra en un callejón sin salida, como él dice, la solución tiene que ser muy sencilla pero que no la ven porque sufren lo que él llama «miopía científica».
—Entiendo, datos preestablecidos que bloquean otras opciones que están a la vista. Intentaré ayudarles.
—Antes, como podrás comprender, tendrás que pasar un gran e intensivo reconocimiento por parte de los distintos equipos de seguridad.
—Estoy tan decidido ayudarle, como le comenté al Capitán Anyel, que estoy dispuesto a que me instalen un pequeño explosivo en mi cerebro a modo de seguro.
—¿Lo crees necesario?
—Daría seguridad, en el caso de ser capturado por el Mal. —¿No temes a la muerte?
——Artificial sí, idiota no. No quiero morir.
—La decisión es tuya. Habla con Taban.