Capítulo XII

INFORME PERSONAL DEL OB DEL CAPITÁN LAURENCE.

SECCIÓN DE SEGURIDAD: PRIORIDAD UNO PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

Mi deber como segundo de abordo, me obliga a registrar cualquier cosa que ocurra en los guardianes. Reconozco que, incluir este archivo, no me hace ninguna gracia ya que pone de manifiesto ciertos defectos o más bien puntos débiles, de nuestro Príncipe y señor, por lo que he decidido archivarlo en la sección de seguridad. Lo registro tal y como saqué la información del OB del Capitán Anyel, Capitana Mhar, Capitana Dora y del sistema Lara. A ambos les he ordenado que no comenten con nadie lo transferido. La Princesa se me adelantó con respecto al Capitán Yárrem y la Yúrem, Ayam, por lo que no tuve que intervenir.

Este archivo comienza en el momento que la Yúrem, Ayam, solicitó una audiencia privada con el Príncipe.

—¿Qué crees que puede querer decirte la Yúrem?

—Laurence, puedo asegurarte que estoy tan extrañado, como tú, por esta petición.

—Tal vez se sienta agobiada por el exceso de trabajo y desee ayuda. Últimamente no hemos parado y al fin y al cabo, ella es la que lleva toda la Gran Dama. Los combates tienen que resultarle agotadores.

—No creo que se trate de eso. Tiene capacidad para algo así y mucho más. Su poder es enorme. Nunca la he visto fatigada. Desde que se nos unió, con el fallecido Capitán Krull, jamás la he visto quejarse o dedicarse a otra cosa que no sea la Gran Dama.

—¿Qué le puede ocurrir? ¿Soledad? ¿Aburrimiento?…

—Tiene que ser algo realmente importante, nunca me ha molestado por nimiedades. En ese momento, Dama nos avisó de la inminente llegada de la Yúrem.

—¡Hazla pasar, Dama! —ordenó Prance. Las entradas de la Yúrem siempre eran solemnes, erguida, mirada al frente, paso firme y decidido…

—Hola Ayam, acércate. Sólo el Príncipe le llamaba por su nombre, nadie osaba hacerlo aparte de la Princesa y habitualmente sólo lo hacía en privado.

—Mi señor, me siento honrada al ser recibida por vos…

—Venga, Ayam. Ahórrate las alabanzas, hace mucho tiempo que somos amigos y que yo recuerde, nunca me has tratado con tanta deferencia —ironizó.

—El respeto nunca debe perderse aunque por medio se halle una gran amistad —respondió solemne.

—Ya he perdido la esperanza de que algún día no me corrijas y acates una orden sin réplica. ¿Cuál es el problema?

—Nunca os he pedido nada, mi señor, pero me veo obligada a solicitaros algo de gran importancia para mí.

Estábamos ansiosos por saber qué quería esa extraordinaria mujer. Miraba directamente a los ojos al Príncipe que no sospechaba cual podía ser su petición.

—Es la primera vez que veo angustia en tu rostro —dijo el Príncipe—. La verdad es que es la primera vez que veo una expresión de algo, si exceptuamos nuestro primer encuentro, aunque el Capitán Anyel asegure lo contrario, cosa que creo que es pura aprensión suya. Quiero que te quede claro que cuentas con mi ayuda, apoyo y beneplácito en lo que desees.

—No es fácil para mí pediros este favor…

—¡Concedido de ante mano! ¿Qué quieres? —preguntó ansioso.

—Necesito ir a mi planeta de origen para completar mi formación.

—¿Ése es todo el drama? Concedido, es más, te pondré la mayor escolta que haya habido en la galaxia, ¡la flota, incluida la Gran Dama! Irás más segura que si fuera yo mismo.

—Ése es otro problema, mi señor —dijo desviando la mirada, cosa que nos alarmó enormemente.

—¿No queréis escolta? —pregunté incrédulo.

—No se trata de eso.

—Has conseguido incomodarme. ¿Corres algún riesgo allí? —preguntó el Príncipe. Empezaba a ponerse a la defensiva. Mal asunto.

—Sí, mi señor —dijo bajando la mirada por primera vez desde que la conocíamos—. Si no logro completar con éxito mi formación, seré eliminada por ser indeseable.

—¿Me estás diciendo que te matarán? —preguntó casi gritando el Príncipe sobresaltando a ambos. A la Yúrem, este asunto le estaba haciendo perder el autocontrol, cosa extraordinaria, ya que podía estallar una bomba junto a ella y ni se inmutaría.

—Mi raza, no funciona así. Al no superar las pruebas, moriría —respondió serena.

—No debes preocuparte, junto a la Princesa, te ayudaremos en los entrenamientos que precises, aunque tengamos que equipar todo un planeta para ti sola.

—Mi señor, os lo agradezco, pero no se trata de ese tipo pruebas. Son de clarividencia, control mental, energía psíquica y cosas por el estilo.

—Entiendo, si existen expertos en esos campos los buscaré personalmente. Y Yun, con su mejor equipo, se encargará de la coordinación.

—Hay otra cuestión más, mi señor.

En ese preciso instante entró la Princesa. Sorprendía cómo aparecía siempre que algún asunto se iba a complicar y el Príncipe iba a necesitar su apoyo. La Princesa hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo a la Yúrem y se puso al lado del Príncipe, que hizo un gesto para que prosiguiera, cogiendo acto seguido la mano de su esposo.

El rostro del Príncipe se había endurecido. Algo presentía y no era bueno.

—No sé como decírselo, porque incumbe a ambos…

Prance tensó la mandíbula y se puso claramente a la defensiva. Cualquier cosa que incumbía a la Princesa y la ponía en un hipotético peligro, le hacían sacar toda su furia.

—¡Vamos! ¡Déjate de rodeos! ¿Qué ocurre con nosotros? —preguntó más brusco de lo debido en ese caso.

—Llevo varios años soñando con el Patriarcado de los Yar y su mensaje es claro debo ir a completar mi formación y debo llevar a los dos a su presencia.

—¿Por qué? Las tropas nos necesitan. Estamos en un momento muy delicado, donde en cualquier lado, puede producirse una conspiración o prepararse una trampa.

—No sé por qué, pero si no vais, no creo que me permitan reincorporarme, aunque supere todas las pruebas. Tampoco permitirán que nadie me sustituya.

—Si tu «Patriarcado» se cree todopoderoso, me van a oír en, ¡directo! ¡Veremos que le ocurrirá a tu raza si ordeno a la flota que no intervenga, en la defensa de tu planeta!

—Prance, no creo que intenten poner en duda nuestro mando. Debe ser muy importante, tal vez se trate… —intervino la Princesa intentando tranquilizarle.

—¡Me importa un cuerno! ¡Yo doy las órdenes y se cumplen sin rechistar!

Decir eso y salir hecho una furia de los aposentos, fue todo uno. Los tres se quedaron de piedra. No era una reacción en absoluto típica del carácter del Príncipe. Minutos después de haberse ido, aún se podía percibir en el ambiente, su furia. Los tres se miraron preocupados.

—¿Dama? —pregunté.

—El Príncipe está bien. No sufre la enfermedad de la Furia. Se dirige a la sala de mando y se va tranquilizando.

—Gracias —le dijo la Princesa mirando a la pantalla principal con gratitud.

—Dama, avísanos si ocurre algo… anormal —le ordené.

—Debéis disculparle. No sé qué le ocurre últimamente. Lleva unos meses que no duerme bien, tal vez…

—Tal vez, mi Princesa, sea más parecido a mí de lo que él cree y haya presentido lo que quiere el Patriarcado.

—Ayam, ¿hay algo que todavía no nos has contado, verdad?

—Sí, mi Princesa, pero mis labios se hallan sellados por el Patriarcado.

—Si es tan importante iremos. Yo me encargo del Príncipe. Laurence…

—¿Sí, mi Princesa?

—Iremos con la flota en estado de guerra. Quiero que el Capitán Anyel y el Capitán Yárrem vengan con nosotros.

—Difícil, Anyel se encuentra infiltrado en un planeta cercano a la Frontera de Arias, espiando los movimientos del segundo ejército del Mal y además su vida correría gran peligro. Su antagonismo de su raza con la Yúrem…, ya sabéis. Y lo más importante, esa orden implicaría que todos los altos mandos se encontrarían en un mismo sitio… el Mal…

—No pongas pegas. Localízalo como sea. Sustitúyele y hazlo venir. Lo quiero en el sistema para cuando lleguemos. Además, no estarán todos los altos mandos, tú no vendrás. Te quedarás dirigiendo la flota.

—Sí, mi Princesa. Como ordenéis, seré yo quien aguante la furia de Anyel. Odia al pueblo Yúrem.

—No nos odia —dijo algo alterada Ayam.

—Ya. Como alguien de tu raza cometa el error de tocarle…

—¡Basta! Cumple mis órdenes. Dile que es una orden directa mía y que no pienso admitir ninguna excusa —me ordenó duramente. Era la primera vez que me elevaba la voz.

—Sí, mi Princesa. ¿Debo informar al resto de Capitanes? —pregunté algo dolido.

—Sí y comunica al Capitán Yárrem que será mi escolta personal, al mando de las tropas de elite a cargo de mi protección, Dora actuará como segundo.

NAVE DE TRANSPORTE, TITA: DEL PRÍNCIPE PRANCE DE SER Y CEL.

COMPUTADORA DE SISTEMA INDEPENDIENTE DE ABORDO: LARA.

Personal abordo por rango:

Príncipe Prance de Ser y Cel.

Princesa Yun de Jarkis. Capitán Anyel. Capitán Yárrem. Ayam, la Yúrem. Capitán Mhar. Capitán de Jefes de Escuadrón de tropas de elite Dora. Pilotos: Tor y Dresi. Tripulación: Teguin, Gluije y Crabos. Jefe de Escuadrón de tropas de elite: Foayt de Kloñif y Histerm. Setenta y cinco guardianes de elite.

Antes de dirigirse al planeta, había dejado a Laurence al mando de la flota y ordenado el desembarco de diez escuadrones de asalto para que tomaran la ciudad y aseguraran todo el sector, a pesar de las quejas de Ayam y la Princesa Yun. Su respuesta, por el tono, fue contundente y no admitía réplica: «No me fío, quiero cobertura, todo esto es muy raro».

—Crabos, ponme con el Capitán Laurence —ordenó el Príncipe.

—Estoy en comunicación con Dama, ¿se lo paso a su OB?

—No, lo quiero en la pantalla principal.

Casi de inmediato apareció Laurence en la sala de mando dando órdenes a diestro y siniestro. Estaba tan serio que daba miedo.

—¿Está todo listo? —preguntó enigmáticamente.

—Sí, mi Príncipe.

—¿Qué es lo que tiene que estar listo? —preguntó la Princesa.

—Un ataque masivo en el caso de que algo vaya mal —respondió secamente sobresaltando a todos los presentes.

—Un… ¿Un ataque masivo? ¡Son aliados nuestros, Prance!

—Si nos retiran a Ayam, nos dejan con el culo al aire. No voy a permitirlo. Además tengo un mal presentimiento. No voy a correr ningún riesgo.

—¿Tu enanito mágico? —le preguntó con una cálida sonrisa señalándole la boca del estómago—. Siempre tan desconfiado.

—¿Desconfiado? Tal vez por eso sigo vivo. Cambiando de tema, ¿por qué quieres que Anyel nos acompañe? Es muy arriesgado para él dado el antagonismo de razas.

—Lo sé. Necesitamos a alguien objetivo y Anyel es nuestro mejor… espía. No creo que ninguno de nosotros estemos tan alerta como él.

—¿Y Yárrem? ¿De verdad lo necesitas como guardaespaldas? Si no me equivoco ésa es la función de Dora, que seguro que se siente ofendida.

—Ya he hablado con ella y dada tu predisposición, creo que vamos a necesitar a un experto en diplomacia y Yárrem es el mejor.

El descenso, si obviamos alguna que otra pequeña turbulencia, se realizó rápidamente y con absoluta normalidad. Aterrizaron en el espaciopuerto principal de la capital. Uno de los escuadrones de asalto lo había tomado a la espera de su llegada, lo que pareció tranquilizar parcialmente al Príncipe.

Tras el despliegue de parte de las tropas de elite, alrededor de Tita, bajo la atenta mirada de Mhar, salieron al exterior. El Jefe de la primera Escuadra se acercó rápidamente, deteniéndose a un par de metros, haciendo la reverencia.

—Me alegro de verles, mi Príncipe, Princesa… —dijo incómodo.

—Yo también Jefe de Escuadra Jimkl. Le noto tenso, ¿dónde está el comité de bienvenida?

—¡Ejem! No hay comité.

—¿Nadie ha venido a recibirnos? —preguntó la Princesa realmente sorprendida.

—En cuanto aterrizamos, la población desapareció en sus casas. No hemos visto un alma.

—¿Qué mensajes recibisteis antes de aterrizar? —preguntó Yárrem.

—Pedimos permiso para aterrizar y desembarcar las tropas. Un hombre, que no se identificó, pero que decía que hablaba en nombre del Patriarcado, nos dio la autorización y carta blanca para desplegar las tropas por donde deseáramos, procurando molestar lo menos posible a la población. Después cortó la comunicación.

—¿Qué ocurrió cuando aterrizaron? —preguntó el Príncipe algo turbado.

—A pesar de la autorización y de no detectar nada hostil, desplegué las escuadras esperando alguna «sorpresa». No hubo ningún indicio de que se tratara de una trampa. Cuando intentamos entrar en una casa, un hombre se interpuso en el umbral y nos impidió el paso, alegando que sus hogares eran sagrados y las mujeres no deseaban que nadie los… profanara.

Me acerqué personalmente a hablar con ese hombre, que era el primer lugareño que veíamos, aunque nuestros sensores detectaban que todos los edificios estaban habitados. Tampoco detectamos ningún tipo de armamento. Cuando le persuadí de que necesitaba registrar algunos edificios por seguridad, frunció el ceño y me dijo que bloquearían todos los Trajes, si se nos ocurría entrar en una sola casa. Decidí no arriesgarme y esperar a su llegada.

—Ha hecho lo correcto —dijo la Princesa—. El Mal no podría tendernos una trampa aquí, no saben que esta raza puede anular las funciones de los Trajes.

—¿Dónde ésta el Patriarcado o su Jefe?

—No tenemos ni idea. No hay nombres, ni números, ni ninguna señal identificativa en las calles o edificios.

—Jefe de Escuadra, elija doce guardianes y diríjase al edificio que desee, entre y saque arrastras a todos sus ocupantes y tráigalos ante mí. ¡Quiero saber qué demonios está pasando! ¡YA! —exclamó el Príncipe sorprendiendo a todos los presentes por la dureza de sus ordenes.

—Sí, mi Príncipe —se apresuró a decir el Jefe de Escuadra Jimkl.

—Eso no va ser necesario —dijo un hombre delgado, con el pelo de color gris fuerte, a un par de metros del Jefe de Escuadra.

¿De dónde había salido? Un instante antes no estaba ahí. Era como si hubiera surgido de la nada, pensó el Príncipe.

—¿Quién es usted? —preguntó amablemente la Princesa.

—Un hombre. El Patriarcado Yar les espera. Sus hombres son libres de circular por cualquier lugar, pero no pueden entrar en los edificios, bajo ningún concepto —nos informó escuetamente.

—Eso nos ha comentado un hombre de la ciudad. ¿Por qué esa prohibición? —preguntó Yárrem, adelantándose al Príncipe que se contuvo de milagro.

—Los edificios de cada familia, son sus lugares de concentración, aprendizaje, recogimiento… cualquier intrusión podría desestabilizar la energía de la casa. ¡Sería una catástrofe! —respondió sin moverse de su sitio. Desde luego no nos tenía ningún miedo.

—Que nadie entre en los edificios, a no ser que les ataquen —ordenó el Príncipe sin dejar de mirar al autóctono, que hizo un gesto a Ayam para que se acercara.

Mientras Ayam hablaba en susurros con el hombre del pelo gris oscuro, el Príncipe se volvió a dirigir el Jefe de Escuadra.

—Mantengan los ojos bien abiertos, recuerde que pueden neutralizar los Trajes, por lo menos en parte, dadas las modificaciones especiales que les hemos hecho. No se fíe y mantenga a sus hombres a punto.

—No se preocupe, mi señor. Estaremos alerta.

—Prance, cariño, nos esperan dijo la Princesa impaciente.

—Vamos. Esto no me gusta un pelo.

Recorrieron las vacías calles durante veinte minutos. Era una ciudad claustrofóbica, los edificios no tenían ventanas, las puertas eran estrechas y todas estaban cerradas. ¿Les odiaban? ¿Les temían? ¿Qué les ocurría? Siempre les habían defendido.

—¡Oiga, usted! ¿Cómo se llama? —preguntó Anyel que iba tras él, con gran recelo y bastante incómodo. Se notaba que le costaba andar.

—Soy un hombre, no tengo nombre. No soy tan importante.

El Príncipe fue a decir algo pero un apretón en la mano, con la que le agarraba la Princesa, le hizo desistir. Anyel no se daba por vencido y seguía intentando sonsacarle algo al hermético individuo.

—¿Por qué no hay nadie en las calles?

—¿Nadie? Yo las veo atestadas.

—¿Atestadas? ¿Está loco? —preguntó burlonamente.

—Sus mentes están a nuestro alrededor. Todas os miran con curiosidad.

Anyel se giró y miró al Príncipe con escepticismo. Eran una raza extraña, tan distinta.

El resto del trayecto lo hicieron en silencio. Tras otros treinta minutos llegaron a un enorme edificio negro, con unas descomunales puertas plateadas, sobre las que había grabadas extraños signos. Dentro de éstos, había grabados más signos y dentro de estos últimos, otros más. Anyel se acercó y descubrió que estos últimos tenían también grabados signos y cuando activó parte del casco, haciendo surgir de su sien una lámina, que le cubría su ojo derecho, comprobó que las grabaciones seguían unas dentro de otras, hasta que el casco no pudo seguir aumentando.

Cuando retrocedió y se puso a la altura del hombre, las dobles puertas se abrieron lentamente sin ruido, como si no existieran. El OB no captaba ningún ruido de roce o de mecanismos de apertura. La verdad es que no captaba nada, era como si tuvieran delante de un agujero negro.

El lugar producía escalofríos. No se captaba ningún tipo de energía, el aire era insípido, seco, raro. Anyel se tambaleó al entrar aunque, en un arrojo de valentía, se irguió y siguió. Al final de la pequeña antesala, había otras dos puertas con grabados parecidos a los de la anterior. También se abrieron a su paso. Al entrar, observaron con asombro que se trataba de una enorme sala. En el centro, un círculo de unos diez metros diámetro y, a su alrededor, ascendían circularmente, hileras de asientos hasta el techo, al igual que si fuera un coliseo. Estaba abarrotado, no se veía uno libre. Las últimas filas estaban tan altas y alejadas que era imposible distinguir, a simple vista, a sus ocupantes. La gente, en su casi totalidad mujeres, permanecía en el más absoluto silencio.

Enfrente, a media altura, la estructura era distinta. Algo parecido a unas gasas blancas, con el aspecto de telarañas sucias, separaban a tres docenas de mujeres del resto. Al ampliarlas con la proyección parcial del casco, observaron que eran muy viejas, tan viejas como la vida misma.

El Príncipe se detuvo en el centro, flanqueado por Yun y Anyel que temblaba de pies a cabeza. Yárrem, junto a Dora, permanecían tras la Princesa. El hombre permanecía estático, un par de pasos por delante, mirando al suelo. Tras el Príncipe estaba Mhar, con diez de sus mejores guardianes de elite, Jhem permanecía en el exterior con el resto.

—Las costumbres que tiene vuestro pueblo a la hora de recibir a la gente que invitáis, podría traducirse, en el resto de la galaxia, como un grave insulto —dijo el Príncipe desafiante.

—Vuestra observación oculta miedo, desconfianza —dijo la anciana del medio con una voz átona, que sin duda era la Patriarca Yar.

—Prudencia, más bien…

—No os entiendo, capto algo pero, a pesar de ser un hombre, no consigo averiguar qué es.

—No es un hombre normal…

—¡No os he dado permiso para hablar, Ayam! —le reprendió el Príncipe—. A no ser que todo esto sea un truco para desertar, un truco estúpido porque nadie está enrolado en los Guardianes del Bien, a la fuerza.

—Lo siento mi señor, sólo pretendía que entendieran… que no sois sólo otro hombre.

—Eso se lo demostraré si me dejan utilizar mi OB —volvió a decir en el mismo tono desafiante.

—Proceded —respondió también en el mismo tono.

—Gracias —dijo y habló a través del OB.

—Jefes de Escuadra, adelante con la fase uno.

Casi al unísono la sala al completo pegó una especie de respingo. Las ancianas que presidían lo sintieron más fuerte. El Príncipe miraba impasible, con una media sonrisa, a las ancianas del Patriarcado.

—Sí. He ordenado a mis tropas que desenfunden sus armas. No me refiero a las armas del Traje, que como todos sabemos podéis bloquear, si no a las anexas que les ordené que desembarcaran como espadas de M7, lanzas, cuchillos…

—¡AYAM! Nos informasteis que veníais en son de paz. ¡Ayam, responde! La Yúrem permanecía en silencio, dejando patente que estaba y seguía estando, a las órdenes del Príncipe.

—Y venimos en son de paz. Una cosa, si se les ocurre intentar anular mi Traje o cualquiera de los Trajes de los aquí presentes, mis tropas arrasarán la ciudad sin miramientos. Podréis comprobar que he dejado mi OB en línea abierta, de forma que mis Jefes de Escuadra sabrán si los interceptáis. ¡Maldita sea, estamos en medio de una cruenta guerra y no voy a permitir que nadie ponga trabas al Bien! ¡Sea quien sea! —gritó provocando un gran temor en todos los presentes. Hasta el último Yar de la sala supo que no bromeaba y que estaba dispuesto a todo para derrotar al Mal.

—Tal y como pudimos «leer» de Ayam, sois un hombre precavido y prudente.

—Por esas cualidades sigo con vida —espetó.

—La Princesa, siempre mediadora, permanecía en silencio a pesar de las suplicantes miradas de Anyel y Yárrem.

—Sin duda sois un hombre de grandes cualidades, nunca habíamos contactado con uno de tal «calidad» y tan gran potencial, no iniciado por supuesto, por eso entiendo su hostilidad.

—¿Hostilidad? ¡Al cuerno!

—¡Prance! —exclamó Yun.

—¡No me voy a callar! ¡Escúchame bien, anciana!

—No hace falta que gritéis, soy vieja pero os oigo bien.

—Primero, obligáis a Ayam a venir hasta aquí, alejando a mi flota de la zona de conflicto, dejando a mi segundo ejército desprotegido, teniendo que defender Pangea. Segundo, tengo la certeza de que tenéis conocimiento de que la falta de Ayam, inmoviliza la Gran Dama. Tercero, esta entrevista nos pone al descubierto frente al Mal.

—Ayam puede ser sustituida.

—¡No quiero a otra, la quiero a ella!

—Leo un gran aprecio en ese estallido de cólera, pero debe completar su formación, es la ley Yar.

—Y si falla, la eliminaréis. No pienso permitirlo.

—Eso no está, ni en nuestras manos, ni en las suyas. Me temo que ella misma será la que proceda a la terminación de su estancia entre nosotras. No existe una Yúrem que pueda sobrevivir al fracaso mental que significaría, no superar las pruebas.

—¿Cuántas Yúrem fracasan en las pruebas? —preguntó Anyel escandalizado.

—Una de cada tres —respondió átonamente.

—¿Una de cada tres? —repreguntó Prance indignado—. ¿Qué demonios de pruebas asesinas son ésas? ¡No hay justificación para tal masacre! ¡No pienso permitir que ocurra! Ayam, como ya os ha demostrado, está bajo el mando de los Guardianes del Bien, ¡bajo mi mando directo! ¡No hará las pruebas! ¡Y NO SE OS OCURRA DESAFIARME, ANCIANA!

Yun y Ayam intercambiaban miradas, en ambas se podía leer miedo, casi más que el que sentía Anyel por su situación. Conocían bien al Príncipe, no cedería y era muy capaz de realizar sus amenazas. Cuando se enfurecía era realmente de temer y estaba a punto de ceder a la ira. Anyel dio un inseguro paso y se puso al lado del Príncipe, dándole su apoyo. De reojo observaba a Ayam.

—No es mi intención desafiar a la única persona capaz de detener e incluso, vencer, al Mal —dijo la anciana con un deje de temor en su voz. También había captado el poder del Príncipe y se estaba dando cuenta que era mucho más de lo que ella habría podido imaginar, en un millón de años. Debía dejar de tratarlo como si fuera un hombre y hacerlo como si fuera su igual o si no lo perdería.

—De momento vuestras acciones me demuestran lo contrario —respondió algo más tranquilo pero igual de desafiante.

—Intentaré explicarme mejor, si Ayam no realiza las pruebas, no os servirá de nada. Su mente se frenará, al principio lentamente pero finalmente frenándose hasta detenerse. No podrá comunicarse con una IA, será como… cualquiera de otra raza, lo que le provocaría un dolor tan insoportable que sólo la muerte le aliviaría.

—Así que no tengo alternativa, o hace las pruebas, o no servirá para manejar la Gran Dama.

—Veo que lo ha entendido.

—La decisión pertenece a Ayam. Es tu vida la que te juegas si realizas las pruebas. Decidas lo que decidas, te garantizo un puesto entre nosotros —dijo mirándola.

—No necesitáis un Guardián más, si no alguien que dirija la Gran Dama. Si me lo permitís, deseo hacer las pruebas —dijo suplicante.

—La decisión es vuestra. Lo que no entiendo es para qué demonios nos habéis hecho venir hasta aquí, cuando todo esto podíamos haberlo hablado desde la flota —dijo enfurruñado.

—¿Os parece suficientemente importante vuestro futuro? —le preguntó, señalando tanto a él como a Yun, con un deje que mal interpretó como jocoso.

—¡JA! ¿Nuestro futuro? ¿Me tomáis el pelo? ¿Acaso habéis descubierto cómo acabar con esta horrible guerra? —preguntó sarcástico.

—No, me temo que no. Sólo leemos el posible futuro. Por desgracia, nada está asentado en el futuro.

—¿De qué estupidez me estáis hablando? —preguntó indignado, por lo que empezaba a considerar una tomadura de pelo. La sala volvió a vibrar nerviosa ante el desprecio del Príncipe.

—¿No creéis en las profecías?

—¿En las pro…? ¡Pero qué demonios ocurre aquí! ¡Jefes de Escuadra nos vamos!

—Prance, espera —intervino Yun agarrándole de un brazo—. Ya que estamos aquí podrías escuchar la profecía, hazlo por mí.

—Por ti —dijo ceñudo—. Pero a la primera estupidez que oiga, saldré tan rápido de este planeta que lo desviaré de su órbita. ¡Habla bruja! ¡Y que sea breve!

El Príncipe estaba tenso, inquieto, presentía algo, algo que nadie más parecía notar. Sus niveles de adrenalina, aumentaron ostensiblemente, su ritmo cardíaco se duplicó. Tenía todos los síntomas de un mal presentimiento. Si en ese momento alguien hubiera gritado, se habría puesto a disparar contra todo lo que se moviera.

—Vuestra profecía dice así: «Desde la era de los tiempos existen los Guardianes, Bien contra Mal lucharán hasta que sólo quede uno. La pareja de Príncipes llevarán el peso del Bien, primero morirá ella…».

—¡BASTA! ¡Ya he oído suficientes estupideces! ¡Mi paciencia tiene un límite! ¡Me voy!

—Quiero escucharla entera —le respondió Yun tranquila.

—¡Como quieras! ¡Te espero en la Gran Dama! —dijo saliendo hecho una furia, seguido por Anyel, Mar y Dora que sustituyó Jhem cuando salieron y ésta siguió la estela de furia de Prance junto a su hermana.

El Príncipe fue hasta el espaciopuerto, a marchas forzadas, y volvió en Tita hasta la Gran Dama, luego le ordenó que regresara en espera de la llegada de Yun y Yárrem. Las tropas permanecieron en el planeta hasta que la Princesa regresó. El Capitán Yárrem, sin mediar palabra, se encerró en su cubículo, en cambio la Princesa, que entró pensativa y seria, en cuanto se encontró con el Príncipe se iluminó como una recién enamorada. Le besó y se fueron a sus aposentos.

Fin del informe anexo: Lara.

Ni el Capitán Yárrem, ni la Princesa hablaron, ni contaron al Príncipe o a mí mismo, nada de lo relatado en la profecía. Jamás se volvió a hablar del tema o por lo menos no tengo constancia de ello. El Príncipe no regresó al planeta de las Yúrem y siempre que había que enviar algún mando por uno u otro tema, designaba a Yárrem en misión diplomática.

Desde aquel día, la Princesa, pasaba el mayor tiempo posible junto al Príncipe. Siempre que se separaban, la Princesa requería informes puntuales de la ubicación y estado de su esposo. El Capitán Yárrem, siguió secundando la administración, con la sutil diferencia que en apariencia estaba siempre de acuerdo con la Princesa, aunque desde entonces parecía que a todas horas estaban preparando nuevas fórmulas y sistemas para una mejor distribución y por tanto eficacia de nuestros suministros y recursos.

A los tres meses del incidente, Ayam, la Yúrem, regresó a la Gran Dama. Había superado todas las pruebas con éxito pero nadie, ni siquiera Dama, pudo notar ningún cambio, ni físico, ni mental.