TERCERA ENFERMEDAD: FURIA.
Informe de los guardianes que han sufrido la enfermedad: Tres.
Informe de los datos relevantes acerca de los dos primeros guardianes que la contrajeron: Murieron al ser abatidos por sus propios compañeros. Entre ambos, acabaron con la vida de diez guardianes. Los dos eran maestros de instrucción de la primera generación.
Informe del tercer y último Guardián afectado: Príncipe Prance de Ser y Cel.
Informe desclasificado, a petición de la Princesa Yun de Jarkis, de la sala de mando de la Gran Dama: Guardianes de mayor rango en la sala: Príncipe Prance de Ser y Cel y Capitán Laurence.
—Bien, cuando lleguemos, quiero que reviséis el suministro de repuestos del sector dieciocho —dijo el Príncipe mirando con dureza a Laurence.
—Perdón, mi señor, en el anterior período hablamos del sector diecisiete —contesté.
—¡Qué potos haces discutiendo mis órdenes!
—Mi señor…
—¡Silencio! ¡Obedece mis órdenes!
—Pero el dieciocho no contiene…
—¿QUÉ DEMONIOS TE OCURRE? ¡OBEDECE SIN RECHISTAR! ¡PERRO!
La tripulación que se hallaba en ese momento en la sala, nos miró entre sorprendidos y temerosos. No entendían qué estaba ocurriendo. Ayam, la Yúrem, que en un principio observaba la escena impasible, sintió un escalofrío, haciendo que su rostro se contrajera en un gesto de turbación. En ese preciso momento, el Príncipe se tambaleó, se llevó la mano al rostro, se le crispó la cara, volvió a ponerse serio y sin mediar palabra, se fue.
—Dama, quiero que sigas, por la pantalla principal, al Príncipe, sin que le informes. Ordena a los guardianes de la zona que eviten el pasillo por donde circula —ordené imperativamente.
—Por su ruta, parece que se dirige a sus aposentos —informó Dama.
A pesar de mi advertencia, dos guardianes se cruzaron en su camino. Cuando llegaron a su altura, cada uno se hizo a un lado, para dejarle pasar. Sin casi mirarles, les empujó con tal violencia contra las paredes que quedaron inconscientes. De inmediato ordené al Jefe de Escuadrón que junto a tres guardianes de elite que custodiaban las dobles puertas de sus aposentos, que abandonaran sus puestos y se presentaran ante las dobles puertas del puesto de mando, utilizando el trayecto de emergencia de ataque. Una vez llegó a sus aposentos, su nerviosismo pareció aumentar y comenzó a dar vueltas hablando incoherentemente, consigo mismo, gesticulando como un loco. Sus movimientos eran espasmódicos, secos, bruscos, descontrolados…
—Dama, dame un estado general de sus constantes vitales y revélame cualquier anomalía que encuentres en su Traje —ordené.
La pantalla auxiliar mostró un esquema de sus constantes, que parecían normales a no ser por una especie de sobre aceleración.
—Capitán Laurence.
—¿Sí, Dama? ¿Qué has encontrado?
—Tiene un exceso de adrenalina en su torrente sanguíneo, provocando una irritabilidad fuera de toda lógica, por lo que puedo captar de su OB.
—¿Qué proporción con la normal?
—Veinte veces superior a un caso de secreción normal. Por lo que detecto, va en aumento.
—¿A qué ritmo? —pregunté preocupado.
—Se triplica cada cinco minutos y se divide por dos, en los siguientes cinco.
Para dejarlo más claro, nos mostró el resultado en la pantalla auxiliar: 2/3=0,5 de progresión media cada diez minutos.
—Dama, quiero que encierres al Príncipe es sus aposentos. Sella las dobles puertas interiores y no las abras hasta que yo te lo ordene.
—No puedo hacer eso —respondió fríamente. Prance seguía siendo el máximo dirigente a pesar de lo ocurrido.
—Dama, has podido comprobar que está enfermo. Si no lo haces, puede dañar a otros guardianes, como ha ocurrido hace unos instantes en el pasillo. Tu misión es proteger tanto al Príncipe como a la totalidad de la tripulación. El Príncipe no correrá ningún peligro en sus aposentos.
—Estoy de acuerdo con el Capitán Laurence —intervino Ayam.
—Entiendo. Procedo al sellado. La orden de sellado quedará anulada, en el hipotético caso de un ataque por parte del Mal.
—También quiero, que dejes a la Yúrem acceder al Traje del Príncipe para que selle su armamento. No quiero que pueda utilizarlo por el mismo motivo.
—He de informarle que no puedo poner en peligro la vida de Príncipe, bajo ningún concepto. Su vida es prioritaria a cualquier asunto, evento, individuo o colectividad. Así lo programó el Maestro Zerk.
—Explícate.
—Si alguien amenaza la vida del Príncipe, activaré su armamento de inmediato.
—Especifica «amenaza».
—Cualquier ser armado o peligroso.
—¿Si le tratamos de reducir o calmar con una descarga, de un arma a baja potencia, también considerarás esta acción como una amenaza? ¿Aunque no vayamos a producirle daño? ¿Aunque lo hagamos por su bien?
—Sí. No lo permitiré.
—¿Ayam?
—No puedo acceder a ese nivel. No sé dónde se ubican esas órdenes y no creo que me dejara hacerlo si llegara a descubrir en qué lugar se encuentran.
—¿Cómo podemos reducirlo, Dama?
—Lucha cuerpo a cuerpo. —¿Y eso no es una amenaza?
—Le pregunté irónicamente.
—Está enfermo —me respondió con su lógica aplastante de IA.
—Dudo mucho que alguno podamos derrotarle en lucha cuerpo a cuerpo. ¿Podemos intentarlo varios a la vez? —le pregunté esperanzado.
—No lo consideraré como ataque, si no se le daña.
—Para reducirlo, igual tenemos que dañarle un poco.
—Admitiré daños relativos. Si hay posibilidad de que sean graves, activaré los sistemas defensivos interiores para destruir a los atacantes.
—¿Sistemas defensivos interiores? ¿Tienes un sistema defensivo interior? —le pregunté pasmado. No teníamos conocimiento de algo así. Miré a Ayam que negó con la cabeza, tampoco sabía nada. Y eso que tenía acceso a todos los bancos abiertos de datos.
—Mire la pantalla principal, Capitán Laurence —pidió Yárrem que por lo visto había entrado al comienzo de mi charla con Dama—, el Príncipe se está volviendo más violento, ha empezado a emprenderla con las paredes.
Todo el personal de la sala miró a la pantalla. El Príncipe intentaba soltar sus armas y al descubrir que estaban bloqueadas, montó en cólera. Su furia era inusitada. Se dirigió hacia las dobles puertas y al no abrirse a su paso, empezó a gritarles para que lo hicieran. La negativa del sistema, le enfureció aún más, empezando a golpearlas con furia. En un arrebato, sacó el cuchillo de M7, que siempre llevaba ubicado bajo el comunicador, e intentó acuchillar las puertas, lo hizo con tanto ímpetu y salvajismo que la hoja saltó hecha pedazos, ante nuestros asombrados ojos. Esto pareció volverlo loco de furia, ahora sus golpes y acometidas eran brutales, actuaba como una fiera, daba miedo.
—¿Qué opinas? —pregunté a Yárrem.
—Que vamos a necesitar a una veintena de guardianes desarmados y de los más fuertes para reducirle.
—¿Y luego qué? —pregunté.
—No lo sé. ¿No podríamos desde aquí ordenar a su OB que redujera su adrenalina?
—¿Dama?
—No se esfuercen capitanes, ya lo he intentado junto a Dama —dijo la Yúrem—. No tenemos acceso a su OB Hay que programarlo directamente en él.
Informe del OB del Capitán Laurence:
No quería que toda la dotación de la Gran Dama, se enterara de lo que estaba ocurriendo, hasta haberlo solucionado. Tal y como supuse, todos los guardianes de la sala de mando se presentaron voluntarios. Elegimos a los más robustos y expertos en combate cuerpo a cuerpo. En cinco minutos estábamos ante las dobles puertas de los aposentos del Príncipe. Tres plantas más abajo ya se oían sus golpes. Por el camino ordené que despejaran el sector. Los guardianes con los que nos cruzábamos nos miraban extrañados, en espera de una explicación, que de momento no pensaba darles. Nos posicionamos frente a la puerta y ordené a Dama que sellara ambos extremos del pasillo, para que en el hipotético caso de que nos esquivara, no pudiera escapar. Cuando me disponía a ordenar a Dama que abriera las puertas, oímos un grito brutal, gutural, salvaje, desgarrador. A través del monitor que estaba al lado de las dobles puertas observamos, incrédulos, como envestía una de las puertas, dándole un colosal puñetazo. No podíamos creer lo que estábamos viendo. ¡Había abollado la puerta! Se podía ver con absoluta claridad a pesar de la autorreparación. El segundo golpe produjo otra y el tercero y el cuarto… ¡Esas puertas eran de M7 puro de la máxima calidad! Yárrem me miró consternado.
—¡Las está hundiendo! —exclamó temeroso uno de los hombres que nos acompañaban.
—No podremos pararle, nada podría parar una furia como ésa —dijo otro.
—¡Dama! ¿Podemos utilizar los escudos para protegernos?
—Sí —respondió escuetamente.
—Atentos. Yárrem, tú con la mitad de los hombres, ponte en el lado derecho. Usted, Jefe de Escuadrón, con el resto, en el lado izquierdo.
Las embestidas eran cada vez más brutales. Ordené a Dama que abriera el primer juego de puertas. Con asombro, vimos que el segundo juego estaba tan combado que parecía apunto de ceder. Habría que esperar que las reventara para poder reducirle, tal y como estaban, no podían abrirse por sí solas. Cada impacto hacía vibrar toda la sección. El ruido era ensordecedor. Los rostros de los hombres denotaban, más que miedo, terror. No era un enemigo cualquiera, era… ¡el Príncipe! Les entendía, yo también estaba aterrado. ¡Qué poder! Las puertas no aguantarían mucho. ¿De dónde sacaba la fuerza? ¿Cómo era que no se había destrozado los puños? Un sistema anexo a Dama, me informó que había varias docenas de guardianes que se acercaban desde distintas secciones, a inspeccionar qué demonios estaba ocurriendo, a pesar de las directrices dadas por Dama. En ese instante, la pantalla por la que observábamos al Príncipe, se desprendió, saltó por los aires, estrellándose contra la pared de enfrente. Las vibraciones de las embestidas lo habían provocado.
—¡Dama!, quiero una transmisión general para toda la nave —ordené gritando bajo en incesante golpear de nuestro señor.
—Líneas abiertas para toda la nave —informó.
—Soy el Capitán Laurence. Esto es una orden directa. Nadie debe acercarse al sector de los aposentos del Príncipe. En este momento Capitanea la nave Ayam, la Yúrem. Será ella, y sólo ella, la que os permita el acceso a este sector. Seréis informados puntualmente de lo que ocurre, cuando se haya controlado la crisis. Repito, nadie debe acercarse, sería abatido por el sistema defensivo interior de Dama. Fin del mensaje.
Las puertas estaban tan combadas que se vislumbraba la luz del otro lado, a pesar de tener más de un palmo de grosor. No aguantarían media docena de embestidas más. Miré a Yárrem y, con un gesto, ordené que activaran sus escudos, mientras me instalaba en mi posición. Un golpe, las puertas se separaron un poco más. Miedo.
Otro, y empezaba a vislumbrarse movimiento al otro lado. La vibración nos hizo tambalear. ¡Qué fuerza! ¿De dónde la sacaba ese poder? Era imposible.
Otro más. Podíamos ver su cara, desencajada, iracunda, con negras y profundas ojeras.
—¡OS MATARÉ A TODOS! ¡OS MATARÉ!, ¡ARRANCARÉ VUESTRAS TRIPAS MIENTRAS ESTÉIS VIVOS! —gritó, goteando una blanca, espesa y espumosa baba.
Retrocedió y cargó, con su hombro, rápida y secamente, contra una de las puertas que, con un brutal crujido, se desprendió cayendo al suelo. Salió rápidamente sin percatarse de nadie, absolutamente enajenado, hasta que se encontró de frente a Yárrem. Tenía los puños tan apretados que crujían, la mandíbula tensa, le chirriaban los dientes, tenía la mirada de un demente. Se detuvo un instante, lo suficiente para que todos se abalanzaran sobre él. Con un simple gesto se libró del ataque, lanzándolos en todas direcciones, la mitad de ellos quedaron sin sentido, entre ellos Yárrem. Los restantes, sin dudarlo se volvieron a lanzar contra él. Fue inútil, tenía una fuerza descomunal. Gracias a su valor, no vio que yo estaba adherido al techo. Cuando se giró en busca de más contrincantes, apareció Mhar, que claramente había desobedecido mis órdenes y saltando todas las contramedidas de seguridad. Ayam tenía que haberle ayudado, no había otra explicación. Prance se inmovilizó, Mhar le miraba a los ojos dulcemente. El Príncipe parecía indeciso. Cuando el resto de hombres volvía a organizarse, empezó a ponerse nervioso de nuevo.
—Prance, cariño, no —susurró Mhar.
Ordené a mi OB que me desimantara del techo y, endureciendo mi masa molecular, caí con toda mi fuerza y con el escudo como parachoques, sobre su cabeza. Por suerte no tenía el casco activado y el golpe le dejó sin sentido, aunque no estaría así mucho tiempo, casi de inmediato empezaba a recuperarse. Ni siquiera había marca del golpe. Teníamos que darnos prisa. Media docena de guardianes que aún quedaban en pie, algunos heridos, me ayudaron. Dama activó el armamento de su Traje y de las paredes surgieron unos puntos verdes, ¡láseres!
—¡Dama! —grité alarmado—. El Príncipe está bien. Sólo lo hemos reducido, ahora…
La luz se hizo más intensa.
—Si vas a disparar a alguien, que sea mí. Yo estoy al mando —dije desactivando el escudo.
—Cuidado. Si percibo otro daño, acabaré con toda la vida de este sector —informó en tono amenazante. Jamás había cambiado así, el modulado tono de su voz, dejándonos helados. Caminábamos sobre el filo de una espada.
—No le ocurrirá nada —dije tratando de mostrarme lo más sereno posible.
Me arrodillé junto al Príncipe y mientras los hombres lo sujetaban por si se despertaba, tecleé una orden de reducción de adrenalina progresiva, hasta niveles normales y otra por si se disparaba de golpe la cantidad de adrenalina en el torrente sanguíneo.
El Príncipe se recuperó plenamente en pocas horas. En prevención, se reprogramaron todos los OB de los guardianes. Hasta el día de hoy ochocientos cuarenta y tres guardianes han contraído la enfermedad, sin consecuencias debido a la programación de los OB Casi todos los afectados pertenecen a la primera remesa de guardianes. El cuerpo de ingenieros no ha encontrado la causa que la produce. Tampoco hay explicación para su sobrenatural fuerza ya que los otros dos guardianes que sufrieron la enfermedad, simplemente se volvieron locos.
Fin del tercer informe.
—Taban corrigió y perfeccionó las ordenes que le impuse al Príncipe y son las que se utilizan para todos los OB El Capitán de ingenieros Taban, tiene un equipo que permanentemente se dedica a investigar todos los nuevos casos que se producen. De momento siguen sin resultados.
—¿Cómo es que no he sido informada de algo así? —preguntó furiosa la Princesa.
—No está en sus obligaciones —respondió sereno y tajante Laurence.
—¿Qué no está…?
—Es el Príncipe quien designa los campos de los que cada uno nos encargamos. Ésa es la razón por la que nunca me entrometo en temas administrativos. Yo me encargo de las tropas, la administración es función suya y de Yárrem, mi señora.
—Entonces habrá que cambiar algunas cosas Capitán —dijo incorporándose y mirando seriamente a Laurence—. A partir de este momento, se me informará de cualquier cosa que ataña al Príncipe por nimia que sea. ¡Cualquier cosa! ¡Y es una orden directa para todos ustedes, Capitanes!
—Sí, mi Princesa —respondieron al unísono.
—¡Dama, sigue! —ordenó aún furiosa.
CUARTA ENFERMEDAD: ENSOÑACIÓN.
Informe: Primer Guardián afectado Príncipe Prance de Ser y Cel.
Por orden de la Princesa, procedo a la desclasificación de los siguientes informes.
Informe de los aposentos del Príncipe Prance: Conversación con Dama.
—¡No me digas que no me ocurre nada! ¡No es normal!
—No os encuentro nada extraño. Vuestras constantes vitales son normales.
—Tienes que haberte equivocado.
—Sabéis que no es así. También habéis revisado las lecturas.
—Lo sé y eso es precisamente lo que no entiendo. Un Guardián normal duerme uno de cada diez días y yo suelo hacerlo uno de cada veinte, pero desde hace unos meses, mi rutina ha cambiado. Empecé a dormir cada quince días y poco a poco, un día menos. Ahora lo hago cada cuatro y me caigo de sueño. No es normal. ¡Algo me tiene que ocurrir!
—El sueño es un proceso mental. No puedo hacer nada.
Informe puerta de acceso: Entrada del Capitán Laurence. Informe de seguridad de la conversación en los aposentos:
—Creo que he dejado especificado, en la Sala de Control, que me encontraba ocupado, Laurence.
—Lo sé, amigo. Pero es muy importante que hablemos.
—Pareces preocupado, ¿qué ocurre?
—Tienes que relevarme del mando y tomarlo tú o quien designes.
—Ahora no puedo consentirlo. No es un buen momento para que te cojas unas vacaciones. La verdad es que estaba a punto de llamarte para darte una mala noticia.
—Espero que no sea peor que la mía, porque creo que estoy enfermo.
—¿Tú también? —preguntó sorprendido. Laurence se puso blanco.
—¿Cómo que yo también? ¿Qué quieres decir?
—Desde hace unos meses, he notado una serie de anomalías en mi tiempo de sueño. En un principio creí que era debido a la presión pero eso nunca me había afectado. ¿A ti también te ocurre? —le preguntó con la vana esperanza de estar equivocado.
—Sí, necesito dormir cada ocho días.
—Yo, cada cuatro. La cosa se pone fea. Si los dos caemos, las tropas se quedarán sin cabezas visibles.
—¡Dama! Llama a Yárrem —ordenó Laurence.
Informe puerta de acceso: Entrada del Capitán Yárrem. Informe de seguridad mantenida en los aposentos:
—¿Me habéis llamado, mi señor? —preguntó jocoso mirando a Laurence.
—Déjate de protocolos. Laurence y yo tenemos un gran problema.
—Cuando empiezas una frase con «déjate de protocolos», tiemblo. ¿Qué ocurre?
—Vas a quedar al mando de los guardianes.
—Como broma no está mal. ¿Os vais de vacaciones o qué?
—¿Es tradición soltar esa chorrada? —dijo Laurence intentando aliviar algo la tensión.
Con un gesto, el Príncipe, invitó a que ambos se sentaran en la sala privada de reuniones de los aposentos.
—Laurence y yo estamos enfermos, de lo que hemos decidido considerar como la cuarta enfermedad.
—Es… es una broma —dijo con voz temblorosa.
—Vamos, Yárrem. No es la primera vez que te quedas al mando.
—Yo… yo también estoy… enfermo.
El Príncipe se puso pálido y Laurence se llevó las manos a la cabeza.
—No puedo creerlo —dijo Laurence.
—¿Irregularidades en el sueño? —preguntó Prance temeroso.
—Sí. Cada vez duermo más a menudo. Ahora lo hago cada siete días.
Prance soltó tan soberbio puñetazo, en la mesa electromagnética, que hizo que se desequilibrara durante un par de segundos.
—¡DAMA! Quiero saber cuántos guardianes sufren «irregularidades» en el periodo del sueño.
—Exceptuando a ustedes tres, ninguno.
—¿Y Anyel? —preguntó Yárrem.
—No tengo datos al respecto. Se encuentra en misión de reconocimiento en la frontera de Dénniss. No ha establecido contacto con la flota.
—¿Puedo saber por qué no me has informado acerca de las «irregularidades» de Laurence y Yárrem? —preguntó extrañado.
—Recibí ordenes directas, por parte de ambos, de no informaros, hasta que no dispusieran de más datos.
Los dos dieron un brinco cuando los fulminó con la mirada.
—¿Puedo saber en qué demonios estabais pensando? ¿Estáis locos o qué?
—No queríamos preocuparte… —se excusó Laurence.
—Yo no estaba seguro de lo que realmente me estaba ocurriendo… —dijo Yárrem.
—¿Preocuparme? ¿Seguro? ¿Pero qué os pasa? ¿Qué habría ocurrido si mi segundo y tercero caen si aviso? Sería igual que si me cortaran los brazos. Cuando encontremos la solución a este embrollo, mantendremos una larga charla sobre lo que me debéis informar, que ya os puedo resumir que será to-do.
—Ha sido un grave error por nuestra parte —dijo Laurence.
—Ahora hemos de solucionar este asunto, por suerte las tropas no saben nada. Hay que encontrar el problema antes de que no podamos estar al mando, ni siquiera por turnos. Así que juntemos nuestras ideas y datos que tengamos.
—He hablado con Dama y no ha encontrado nada extraño —dijo Yárrem.
—Yo he obtenido idéntica respuesta por su parte. No he podido encontrarle explicación o solución —continuó Laurence—. Si la enfermedad sigue, acabaremos por no despertar.
—Hibernados como un Máltog, en los periodos fríos —dijo Yárrem pensativo.
Mantuvieron la conversación durante horas, sin sacar nada en claro. El sueño les vencía. El Príncipe pospuso la reunión hasta el siguiente período dando la orden a Laurence, de que anulara cualquier misión de combate y que la Gran Dama, junto a la flota que les acompañaba, se dirigiera a una ruta poco transitada. Si no encontraban una solución, tendrían que dirigirse a Pangea.
El Príncipe se sentía agotado. Una extraña sensación le embargaba. Decidió, por primera vez desde la muerte del Maestro, desactivar el Traje. Tenía unas enormes ganas de sentir el cuerpo. Se dirigió al campo gravitatorio de descanso y sin pensarlo dos veces penetró en él, empezando a flotar. De inmediato notó la ingravidez. Ordenó que se apagaran los paneles luminosos. El impulso de entrada, le dirigió lentamente hacia una de las paredes que le repelió suavemente. El constante flotar sin rumbo comenzó a marearle, sensación que no recordaba que existiera gracias al Traje.
Rápidamente se le cerraron los ojos y empezaron a surgir esas chispitas en el interior de los párpados y, al poco, las extrañas manchas y figuras. Una parecía un Máltog que flotaba en el negro vacío sin dirección. Iba a dormir como un Máltog, hibernado como un Máltog, como un Máltog…
Informe de seguridad de la segunda reunión mantenida en los aposentos del Príncipe:
—Laurence, Yárrem, ¿habéis llegado a alguna conclusión?
—Le hemos estado dado vueltas y no vemos cómo solucionar o averiguar la causa. Otra cosa más, cuando me dirigía hacia aquí, me he topado con la Yúrem y desea hablar contigo acerca de unas nuevas órdenes.
—¡Mierda! Eso es una excusa. Estoy seguro que sabe algo. Esa maldita bruja parece saberlo todo. ¡Dama!
—¿Sí, mi Príncipe?
—Creo que fui muy explícito en lo referente al secreto de este asunto. ¿Qué le has contado?
—Nada.
—Ya. ¿Lo sabe?
—Sí.
—¿Y cómo lo sabe si tú no se lo has dicho? —preguntó sintiéndose traicionado.
—Lo vio.
—Vio, ¿el qué?
—El problema.
—¡Fantástico! —espeté ácidamente.
—Está al otro lado de las dobles puertas, esperando que la permitáis pasar.
—No me lo puedo creer, que entre —dijo levantando los brazos exasperado.
Informe puerta de acceso: Entrada de Ayam, la Yúrem.
Informe de seguridad de la conversación mantenida en aposentos:
—¿Hay problemas con las nuevas órdenes? —le preguntó, en un vano intento de desviar la conversación.
—No.
—Me temo que estemos en medio de una importante reunión y…
—Lo sé —respondió serenamente.
—Entonces hablaremos luego.
—¿Antes de que quede al mando o después?
—¿Al… mando? —preguntó Yárrem perplejo.
—De Dama y de la flota ya que, el Capitán Anyel no puede estar cerca de mí y los tres altos mandos restantes, pronto estarán fuera de combate.
—¿No se te puede ocultar nada? —preguntó un tanto hosco.
—Cuando hay tantas vidas en juego… de momento no. He sentido cómo están los tres enfermos.
—¿Sentido? —preguntó Laurence.
—No puedo responderle, no sé explicarlo.
—Los dos sabemos que no podéis quedaros al mando. Aparte de que las tropas no os seguirían, ese campo está fuera de vuestra, o mejor dicho, vuestras capacidades —dijo el Príncipe muy serio, tanto para ella como para los demás.
—Habrá que llamar a Anyel —dijo Yárrem resignadamente.
—Eso implicaría que tendríamos que trabajar juntos y, sinceramente, creo que iba a ser un tanto peligroso —le respondió con un deje que se me antojó como triste.
—Hasta el momento no hay otra solución. Estamos en un callejón sin salida, a no ser que se te ocurra algo, Ayam.
—¿Qué es un Máltog? —preguntó de repente pillándonos desprevenidos.
—Es un animal del Sistema Kurgan —respondió Yárrem un tanto aturdido—, muy astuto y peligroso. Es un depredador enorme, de más de tres metros, que causa estragos entre el ganado. Antes de atacar, se yergue alardeando de su fuerza y poder. Su piel es gruesa, dura y tiene unas garras largas y afiladas pero lo más peligroso es su mandíbula, poseedora de una doble hilera de dientes. Son muy agresivos y fácilmente irritables. Son hermafroditas y tienen de diez a veinte crías, cada tres meses y que, en una semana, son independientes y cazan por sí solas. Serían una gran amenaza y probablemente, una plaga devastadora, a no ser porque se pasan la mitad del año hibernados que es cuando la población se lanza a su caza masiva, ya que tanto su piel, su carne, sus garras y dientes son muy apreciados por la población local. Yo he cazado algunos de niño para poder sobrevivir.
La Yúrem se puso en pie, miró al Príncipe, luego lo hizo a los demás. Se dio la vuelta alejándose hacia la puerta, deteniéndose justo antes de que se abrieran.
—Mi instinto me dice que la solución al problema está en lo que acaba de contarnos el Capitán Yárrem. Desconozco la respuesta exacta, pero ahí está la respuesta.
Informe de la puerta de acceso: Salida de Ayam, la Yúrem.
Informe de seguridad de la conversación mantenida en aposentos:
—¡Pero si no ha dicho nada! —exclamó Laurence.
Mientras, Yárrem, murmuraba para sí, saltando de repente poniéndose en pie.
—Tal vez sea una idea loca pero…
—No tenemos otra —sentenció Prance.
—Hibernémonos —dijo escuetamente.
—Repite eso —dudó Laurence.
—Hibernémonos. La enfermedad nos hace dormir cada vez más a menudo. Durmamos de seguido. Es lo único que podíamos tener en común con un Máltog.
—¿Y cuánto tiempo deberíamos estar hibernados? —preguntó Laurence.
—Medio año —respondió mirando al Príncipe.
Movió la cabeza con un gesto de aprobación. Ordenó a Dama que pusiera rumbo a Pangea. Aguantarían todo lo que pudieran antes de ser hibernados. Durante seis meses no hubo combates, pero se aprovechó para reforzar los ejércitos.
Al cabo del período de hibernación, el Príncipe despertó, y unas semanas después, el Capitán Laurence y el Capitán Yárrem.
Hasta el día de hoy, han sufrido la cuarta enfermedad cincuenta y tres guardianes. Casi todos, altos mandos o guardianes en puestos de gran tensión, por lo que se cree que el estrés tiene que ver con la enfermedad. No se conoce la causa desencadenante, ya que hay Capitanes que no la sufren.
Fin del cuarto informe.
QUINTA ENFERMEDAD: DEL FRÍO.
Lista de guardianes que han sufrido la enfermedad: Príncipe Prance de Ser y Cel. Lugar donde la padeció: Pangea Capital, durante la visita a uno de los nuevos almacenes del extrarradio. Informe del almacén: Visitantes por orden de Rango:
—Príncipe Prance de Ser y Cel.
—Capitán Laurence.
—Capitán de tropas de elite: Mhar.
—Jefe de Escuadrón tropas de elite: Jhem.
—Tropas de elite: veinticinco.
Informe de la conversación mantenida en el almacén:
—Y éste es el centro del almacén donde se encuentra el panel de control de la computadora. Creemos que con el nuevo método de almacenaje, en círculos, de los distintos materiales, ahorraremos tiempo y espacio —dijo el Director.
—¿En círculos? —preguntó el Príncipe—. No lo entiendo. ¿Qué utilidad tiene este método? Las computadoras se encargan de chequear, vigilar el estado y del mantenimiento de lo almacenado.
—No sólo nos referimos a materiales inertes, sino a cosas que pudieran ser peligrosas o necesiten ayuda inmediata, ayuda humana.
—¿Animales?
—Creo, mi señor, que se refiere al almacenamiento de prisioneros —intervino Mhar.
—No hacemos prisioneros —respondí—. Los combates son Shamarkanda. El Director del almacén miró entre extrañado y avergonzado a Laurence.
—Lo siento, no he tenido tiempo de hablar con nuestro señor —le dijo a modo de disculpa.
—¿Hablar conmigo? —preguntó algo mosqueado.
—Podríamos hacer prisioneros, mi señor —continuó el Director que se le veía claramente ilusionado con el proyecto—. Se les daría a elegir entre la muerte y «La Celda». Se les almacenaría y los que salieran, se podrían unir a las tropas, puesto que al salir de «La Celda» estarían forzosamente del lado del Bien.
—¡Es una buena idea! Me ha convencido, lo intentaremos pero me temo que estadísticamente el número de enemigos que acepten «La Celda», será bajísimo y la de recuperaciones, aún menor.
—Tal vez entre los piratas aliados del Mal… —dijo Laurence.
—Sí, tal vez.
—¡BRRRR! ¿Por qué hace tanto frío aquí? —preguntó el Director—. Computadora, eleva la temperatura.
—No se moleste, yo no noto nada —dijo el Príncipe.
—Espere, mi señor, según mi OB la temperatura está descendiendo lentamente —dijo Jhem llevándose la mano a su pistola instintivamente.
Al mirar el suyo no indicaba nada anormal.
—No veo…
De la boca del Príncipe surgió una pequeña bocanada de vaho. El Director empezaba a temblar de frío.
—Comprobad la temperatura —ordenó Laurence.
Todos los OB indicaban lo mismo, descenso continuo de la temperatura.
—Mi OB no capta este descenso —dijo extrañado.
El vaho salía a chorros de las bocas. El Director pateaba el suelo para no helarse. Laurence le sugirió que nos esperara fuera y que por supuesto, no dijera ni una palabra a nadie. Por si acaso le acompañaron dos de nuestros hombres.
—Mi señor, el panel.
Empezaba a cubrirse de una fina película de escarcha.
—Sigo sin notar nada —dijo el Príncipe.
—El indicador de temperatura de mi OB marca un descenso vertiginoso —gritó uno de los hombres.
—Cante… —dijo el Príncipe serenamente.
—Menos dos grados, menos tres, cuatro, cinco…
—¿De dónde sale el frío? —preguntó Mhar.
—De… ¡Del Príncipe! —comentó sorprendido otro de nuestros hombres.
—¡Menos diez!
Sobre el panel y alrededor del Príncipe, en el suelo, se estaba formando una capa de hielo que avanzaba hacia nosotros.
—Mi señor, voy a activar el casco, empiezo a notar la cara entumecida —dijo el Capitán Laurence.
—¡Menos quince!
—Sal de aquí con los hombres. Salid todos.
—¡Menos veinte!
—El hielo empieza a envolverlo todo. ¡Fuera! ¡Ahora! —ordenó el Príncipe.
Los hombres dudaban. No querían abandonarlo. Miraban al Capitán Laurence ansiosos.
—¡Todos fuera! Incluidas vosotras dos. Llama a Taban. Vamos rápido.
—Sí, Capitán —respondió obedeciendo Mhar.
—¡Menos treinta! —gritó el último hombre antes de irse.
—Tu también Laurence.
—No te voy a dejar solo. Me moveré para no quedarme pegado al suelo —dijo enmarcando una ceja, tratando de aliviar la tensión.
—A esta velocidad de descenso…
—Aguantaré todo lo que pueda. ¡Maldita sea! Ya estamos a menos cuarenta.
—Tu Traje pronto no podrá evitar que se acumule el hielo en tus hombros y sobre esa enorme cabezota que tu raza te ha dado.
—Menos sesenta.
—Sal de aquí antes de que te congeles. Ya ves que a mi alrededor no hay hielo y que estoy bien. Vete. Muerto no podrás ayudarme. Desde fuera podrás coordinar… lo que sea que estén organizando.
—Hemos de conseguir descubrir pronto lo que te ocurre. Si la temperatura sigue descendiendo, hasta el aire se congelará y morirás asfixiado.
—No se me había ocurrido. Trata de alejar, sin alarmarlos, a la población civil de este sector y organiza el equipo de ingenieros. Tenéis que descubrir qué le ocurre a mi Traje.
Inclinó ligeramente la cabeza y lentamente empezó a alejarse. A mitad de camino se volvió y le miró tristemente. Tenía miedo y el Príncipe también, aunque trataba de ocultarlo. Para cuando salió del almacén, la temperatura marcaba menos setenta. El Príncipe se sentó en el suelo, a la espera de noticias. Al poco, el Capitán Laurence, le llamó a través del OB.
—Mi Príncipe, Taban está de camino. Llegará enseguida. He colocado una nave sobre el almacén para observar la progresión del frío y su alcance. Taban ha sugerido que se mueva para comprobar si el frío también lo hace y si se derrite el hielo.
Avanzó unos diez metros hacia la entrada, esperando unos minutos y luego volvió a su posición inicial. En ese tiempo había descendido la temperatura diez grados más.
—Mi señor, tengo malas noticias. El frío alcanza, aproximadamente, un radio de cincuenta metros a su alrededor. Se mueve a la vez que usted lo hace y la zona que ha dejado de estar bajo su influencia, se recupera a una velocidad normal, dada la temperatura real de la zona.
—¿La temperatura sigue descendiendo?
—Sí. Para cuando llegue Taban con su equipo, habremos llegado al cero absoluto.
—Eso significaría que la atmósfera se congelará. Quedaré…
—… atrapado en una esfera de hielo de cincuenta metros de diámetro a cero absoluto, más otros tantos, por los menos, de hielo a otras temperaturas. Aunque estos serán casi todos de agua ambiental. La verdad es que ya ha empezado. Por todo el perímetro, se empieza a elevar un muro de hielo.
—Entonces… ¡Mierda!
—¿Qué ocurre? ¡Prance!
—Me acabo de quedar a oscuras. El frío ha debido averiar los sistemas.
—Ahora mi mayor preocupación es que el edificio aguante la presión y el peso del hielo.
—Según mi indicador de energía estoy a tope, así que aunque no haya aire, el Traje podrá mantenerme durante un buen rato.
Informe del OB del Príncipe Prance de Ser y Cel:
Tercer día de enfermedad. Cero absoluto. Sigo estable. La energía no decae a pesar del enorme gasto que supone mantenerme caliente y respirando. Taban no ha encontrado razón o motivo para que mi Traje absorba la energía en semejante cantidad. Nadie puede acercarse a menos de cien metros de mí, sin un Traje y con el casco activado. Lo único que se ha descubierto, es que la zona que abarca el círculo de hielo está a cero absoluto, o sea, ¡nada!
—¿Cómo estáis, mi señor? —preguntó Laurence desanimado.
—Bien. Mi Traje está a pleno rendimiento.
—Taban quiere hablar con vos… en privado.
—Está bien, retírese Capitán.
Informe del OB del Capitán de Ingenieros Taban:
—Hola, mi señor. No haré la tonta pregunta de cómo estáis. Iré al grano.
—Te lo agradezco. Empiezo aburrirme… —ironicé.
—Tengo la absoluta certeza de que la avería está en su OB Como bien sabéis, intentar a distancia corregirla sería muy largo, complicado y laborioso. La forma más rápida es conectarlo con otro OB, rastrear el problema y si se puede, solucionarlo en el acto.
—No creo que puedas acercarte hasta aquí, así que ya puedes pensar en otra cosa.
—Eso me remite al problema número dos. Calculo que en cuatro o cinco horas a lo sumo, su energía, empezará a agotarse y si eso ocurre… moriréis en poco tiempo.
—Mis indicadores están a tope. No puede ser…
—Habéis absorbido todo el calor de vuestro alrededor pero el bloque de hielo impide que llegue más, así que pronto empezaréis a agotar vuestras reservas.
—¿Solución?
—Sólo se me ocurre una, pero es muy arriesgada y no sólo para vos…
—Te escucho.
—Instalaremos, junto a la muralla de hielo, un compartimiento estanco con capacidad para veinte guardianes y el equipo necesario para esta operación.
—¿Por qué estanco?
—Para que no se introduzca aire y se convierta en hielo. Luego trocearemos el hielo del bloque y lo iremos sacando, de forma que construiremos un túnel hasta usted.
—¿Y conectaras tu OB con el mío? —pregunté esperanzado.
—El que hiciera eso, moriría congelado en el acto. Absorberíais toda su energía dejándolo seco.
—¿Entonces?
—Primera opción, lo reprograma usted bajo mi supervisión.
—Eso nos llevaría un montón de tiempo y creo que de eso no tenemos.
—Opción dos, desconecta el Traje y lo reprogramo.
—¿Recuerda que estamos a cero absoluto y sin atmósfera? Moriré en el acto.
—No, si antes le introducimos en una cámara de hibernación.
—¿No absorberé la energía de la cámara?
—Irá desconectada.
—He absorbido la energía de los generadores del almacén y no sólo estaban desconectados, si no que además estaban averiados.
—La llevaremos sin módulo de energía.
—¿Entonces cómo demonios…? ¡Ah no! ¡Estás loco! ¿Hibernación no programada? ¿Sabes los daños que puedes producirme en el cuerpo?
—Mientras no dañemos el cerebro, el resto podemos regenerarlo.
—¿Y cómo vas a conseguir eso? —pregunté perplejo.
—Desviando potencia de un Guardián al sector primario de la cámara.
—Eso podría matar al Guardián.
—Tal vez, pero tendrá su Traje activo y podremos reanimarlo, aplicándole un módulo de energía.
—Muy arriesgado. Piensa en otra cosa.
—No le oigo mi señor. La transmisión debe estar mal. Pero dada su enfermedad, obedeceré ciegamente las órdenes del Guardián de mayor rango, el Capitán Laurence.
—¡Por los agónicos gritos de la Frontera! ¡Déjate de estupideces!
—Fue usted quién impuso las reglas un Guardián afectado por una enfermedad desconocida queda relevado del mando.
—¡Laurence! —grité a través del OB.
—No está aquí, mi señor. Ha ido a la ciudad, con el equipo de ingenieros, a por inductores de calor.
—¿Y quién va a ser el loco que trasvasará la energía? —pregunté resignado.
—Yo.
—Ni hablar, tu eres imprescindible, eres la base de nuestro sistema de ingenieros. Tendrás que elegir a otro.
—Pero…
—No. Sabes que tengo razón, aunque ya no esté al mando —dije sarcásticamente.
—Buscaré un voluntario.
Tres cuartos de hora después comenzaron a cortar el hielo. El túnel avanzaba a buen ritmo hasta que llegaron a una longitud de veinticinco metros de distancia. El avance se detuvo en seco.
—¿Qué ocurre? —pregunté cuando comprobé que retrocedían.
—Vuestro Traje está tan necesitado de energía, que absorbe la nuestra —respondió Laurence.
—¿Qué podemos hacer?
—Introducir los inyectores de calor y rociar a los Guardianes que trabajan en el túnel —me informó Taban—. Además, esa energía extra, nos dará tiempo ya que su Traje seguirá a tope.
—¿Y no abrasaréis a los voluntarios con los inductores? —pregunté previsor.
—No creo que lleguen a notar nada, dada la situación —dijo sin tenerlas todas consigo.
El avance, a pesar de los inductores, fue lento y pesado. El frío, causado por la absorción de mi Traje, obligaba a cambiar de grupo de trabajo cada vez más a menudo. Tras largas horas de gran esfuerzo llegaron hasta mí. Mi absorción era tan brutal que, a pesar de que doce inductores de calor me alcanzaban de pleno, mis hombres no podían permanecer más que unos pocos minutos cerca, luego empezaban a perder energía rápidamente. Cuando el túnel estuvo totalmente terminado y Taban se aseguró que no se volvería a cerrar, ordenó a todos los hombres que se retiraran.
—Bien, tú dirás… ¿Quién va a ser el «suicida»?
—He hecho un cálculo y quien haga el trasvase correría un riesgo alto, si fuera sólo con la energía de su Traje, así que he rediseñado un almacén energético de forma que sea capaz de desprender energía, diez veces más rápido de lo normal. Estará conectado a unos sistemas de productores de energía pura que lo llenarán de golpe, luego, el Guardián designado, conectará el sistema a la cámara de hibernación y la descargará en el sector de la cabeza para manteneros con vida.
—¿Tendrá tiempo el voluntario de conectar y calcular la conexión para no freírme el cerebro?
—Ahí está el riesgo. Tendrá que calcularlo mientras estéis con el Traje activado.
—Eso dejará al voluntario con muy poco tiempo para ponerse a salvo.
—La Capitana de elite Mhar, tiene sus reservas al máximo.
—¿Mhar? ¡Maldita sea! ¿Por qué no lo hace alguien de tu equipo?
—Sus Trajes no tienen la capacidad energética necesaria. Mhar es más fuerte y resistente que cualquiera de ellos y conoce bien el funcionamiento de las cámaras de hibernación. Desde que nos decidimos por esta vía, no ha parado de practicar y perfeccionar su técnica de hibernación.
—Adelante —me resigné.
Diez minutos después, vi cómo cuatro guardianes portaban una cámara a hombros. Sin mediar palabra y sin casi atreverse a mirarme, la depositaron a mi derecha. Mientras se alejaban, me introduje en ella y me tumbé intentando relajarme. Antes de que pudiera darme cuenta vi la cara de Mhar, a través de su casco, sonriéndome. Sin decir nada comenzó a teclear las órdenes de coordinación y alineación, de la cámara en su OB Luego en cuanto tuviera energía, trasvasaría la información al banco de datos. El problema era que no conseguía alinearla con mi ser. Los minutos pasaban lentamente.
—No te queda tiempo. Vete, recárgate y vuelve.
—Pero tendré que comenzar de nuevo.
—Algo habrás aprendido de este intento. ¡Vete!
—Sí, mi señor.
Tras veinte intentos, empezaba a dudar que fuera posible que en tan poco tiempo se consiguiera alinear. Tumbado, mi mente empezó a vagar por el pasado. El Maestro… ¿Desconocía que podíamos sufrir enfermedades? ¿Cómo era posible? Tal vez en su… ¿Cómo se llamaba su planeta o su sistema solar? Nunca me dijo de qué planeta era, sólo que provenía de la Galaxia de Andrómeda. ¡Sabía tan poco de él! ¿Por qué era tan esquivo con ese tipo de preguntas? ¿Me ocultaba algo? ¿El qué y por qué?
De pronto apareció el rostro desencajado de Mhar, a pocos centímetros del mío.
—¿Estáis bien?
—Sí, perfectamente.
—Lo tengo.
—No perdamos más tiempo. A tu orden desconecto todas las funciones.
—Tenemos que coordinarnos perfectamente, a la vez que conecto la energía a la cámara, tenéis que desconectar el Traje. Mi señor… Prance…
—Tranquila, pequeña, todo irá bien —dije tratando de mostrar la más tranquilizadora de las sonrisas—. Estoy listo, luego nos vemos.
—Tres, dos, uno… ¡Ya! Desconecté el Traje y vi cómo se cerraba la tapa de iones de la cámara. Casi de inmediato me sentí entumecido, no hubo dolor, sólo oscuridad. Informe del OB de la Capitana de elite Mhar:
En cuanto trasvasé la energía del almacenador, vi por el rabillo del ojo que un segundo equipo corría hacia mí, en nuestra ayuda. Conecté mi OB y trasvasé la información mientras veía con terror, cómo el Príncipe se cubría con una capa de escarcha, a pesar de estar en el interior de la cámara. Una luz se encendió en la parte inferior de mi casco. Era roja… ¿fin de energía? En cuanto mis compañeros llegaron a nuestra altura, cogieron la cámara en volandas y la sacaron del túnel mientras, otros dos intentaban despegarme del hielo, usando sus espadas láser. Recuerdo que no me sostenía de pie y que uno de ellos me sujetaba. Poco después perdí el conocimiento.
El Príncipe pudo morir ese día. La hibernación espontánea alineada dañó, un pulmón, los riñones, la pierna izquierda, el pie derecho, seis vértebras, el bazo, mano derecha, tres metros de intestino delgado, trescientos cincuenta metros de vasos sanguíneos… y otros daños no reseñables. La revisión de su OB confirmó la teoría de Taban existía un fallo en la programación que provocaba un bucle erróneo de absorción. No se había detectado por la complejidad de que dicho error se produjera, calculado, en uno entre ochocientos mil millones. Todos los OB de los guardianes fueron modificados.
Hasta la fecha de hoy, sólo el Príncipe Prance de Ser y Cel ha sufrido la quinta enfermedad.
Fin del quinto y último informe.
La sala permaneció en silencio, todos reflexionaban acerca de lo que habían visto y oído. La Princesa Yun reanudó el debate.
—Bien, Capitanes, ¿han llegado a alguna conclusión?
Anyel fue el primero en hablar.
—Mi Princesa, a la única conclusión que he podido llegar, es que el Príncipe ha padecido todas las enfermedades.
—Estoy de acuerdo —dijo Yun mirando a Taban que se decidió a hablar.
—Por lo que hemos podido comprobar, lo que en apariencia era perfecto, tiene pequeños defectos. Como todos lo habréis adivinado, me refiero al OB Algunas de las enfermedades que hemos sufrido han sido mentales pero la mitad de ellas las ha causado el OB por su mal funcionamiento. El Traje es en realidad una IA que se integra en un organismo vivo. Al ser inteligente, su prioridad es proteger a su anfitrión, ya que su desaparición conllevaría también a la suya. Hemos comprobado que el Jade, que en realidad es una especie de funda, no almacena la información del OB Me explico, cuando un Guardián muere y tras teclear la orden de desintegración, sólo queda el Jade, que contiene la información para la producción de otro Traje, un Traje distinto ya que el anterior se ha destruido con el anfitrión y obviamente también el OB, de ahí que todos nuestros informes queden duplicados en los archivos de Dama. Eso también nos obliga a reprogramar los OB, de todos los nuevos guardianes para que no contraigan las enfermedades. Cuando el Príncipe me puso al mando del equipo de ingenieros, solicité a Dama que me hiciera un despliegue de las órdenes del OB Su respuesta me dejó helado. Me preguntó a qué velocidad quería verlas, le respondí que a velocidad de lectura y me dijo que tardaría ochenta trillones de años en leerlas todas… si pudiera hacerlo.
—¿Cómo que si pudieras hacerlo? —preguntó perplejo Laurence.
—Explícate —ordenó la Princesa.
—No sé quién o qué creó los Trajes, ¡pero tenía que ser un genio! Intentaré explicarlo imaginen un cubo que cortamos en lonchas finitas de derecha a izquierda y luego de arriba abajo, el resultado serían una serie de tiras rectangulares que, si exceptuamos las exteriores, interactuarían con las de arriba, abajo, derecha, izquierda y las correspondientes cuatro en diagonal. ¿De momento todo claro?
—Como el agua —respondió la Princesa—. Sigue.
—Cada tira sería una línea de información múltiple. Las líneas están compuestas por una serie de unidades. Cada unidad es distinta, puede ser un heptaedro, decaedro, un simple cubo o la figura geométrica que se os ocurra. Su interior vuelve a dividirse en tiras y éstas en unidades. Estas últimas contienen nuevas figuras geométricas que a su vez contienen uno, varios o todos los componentes del M7, en distintas proporciones y con distintas cargas de electrones.
—¡Por la Galaxia de Andrómeda! Las posibilidades son inimaginables —exclamó Yárrem.
—Más aún. Porque esas figuras geométricas no son fijas y según qué cara toque, con una u otra figura, su sentido y/o función cambia. De hecho, muchas acciones implican el movimiento de las figuras. Sin contar que se pueden intercambiar los metales del M7 para variar su función y por su puesto, su carga de electrones. Es imposible que un ser humano, por inteligente que sea, pudiera comprender su funcionamiento y modificarlo a su voluntad, sin la ayuda de una IA de gran poder, como Dama. Ni nuestra Yúrem, Ayam, es capaz de asimilar tal cantidad de información. Haría falta que toda su raza se concentrara durante mil años para poder vislumbrar un sistema esquemático, esfuerzo innecesario ya que tenemos a Dama.
—¿Dama puede entender el OB? —preguntó la Princesa.
—No.
—¿Nooo?
—No, mi señora. Conoce cómo funciona o más bien cómo modificar y/o corregir errores, como ya lo hemos hecho con las otras enfermedades. El problema radica en que ella también funciona así, por eso el lío de las órdenes prioritarias. ¿Recuerda Capitán Yárrem el problema que se produjo con las compuertas, con las órdenes dadas por usted?
—Sí —respondió azorado.
—Para su información, seguimos sin poder borrar todas esas órdenes, hemos tenido que sobreponer otras. Ya hablé con el Príncipe al respecto, cada vez que modificamos algo no desaparece sino que, por decirlo de alguna forma, se oculta y mucho me temo que algún día nos estallará en la cara.
—Hablaré con el Príncipe de ese tema, en cuanto lo curemos, si es que llegas a alguna conclusión —le contestó la Princesa en un tono un tanto duro, aunque el miedo que sentía por el Príncipe la excusaba.
—Todo esto viene, —prosiguió Taban—, a que el Príncipe tiene un código de seguridad, en su OB, muy complejo y dada la rareza de su enfermedad no podemos desactivarlo, tendrá que hacerlo él. Nuestra «lentitud» entre símbolo y símbolo anularía el código.
—Eso va a ser un problema… —empezó a decir Yárrem.
—No estoy tan seguro de eso —dijo sonriente Laurence, lo que significaba que tenía una idea.
Me han trasladado a los laboratorios de Taban. Esto es desesperante, cada vez se mueven más despacio. Hemos tardado una eternidad en llegar. Me han enchufado la más potente de las máquinas productoras de energía pura. Aún así mis reservas se van agotando. Desde hace unos días los graves sonidos que me llegaban, prácticamente han desaparecido. La aceleración me ha vuelto sordo. Sigo sin moverme.
Hemos trasladado una pantalla y he escrito que desconecte el sistema de seguridad de su OB Le hemos acercado a la pantalla y no se ha movido. No nos ha entendido. He fracasado.
¡Me estoy volviendo loco! Si mis cálculos no fallan, llevo, de mi tiempo acelerado, un año y medio inmóvil. Por fin veo acercarse a Taban, seguro que tiene una solución. Según pasan los días, le veo más cerca pero menos nítido. Me mueven hacia la pantalla que han tardado una eternidad en activar. No llegaré a tiempo, no podré leer lo que han escrito. Me estoy quedando ciego.
Como el Príncipe no ha reaccionado a la pantalla, he ordenado hacerle una prueba de visión utilizando un haz de luz, de distintas intensidades, proyectándolo sobre sus pupilas, obteniendo un resultado negativo. Tengo la certeza de que está ciego. También hemos intentado que Dama acelerara el mensaje para que pudiera entenderlo, pero no hemos obtenido resultado alguno, por lo que sospecho que también está sordo. Se agota su energía y su tiempo. Si no se nos ocurre algo pronto, lo perderemos.
Sin vista ni oído, he perdido la noción del tiempo. Parece que llevo siglos en este estado. Una honda tristeza embarga mi corazón, ¡echo tanto de menos a Yun! Debo estar casi sin energía, mi Traje ha eliminado el sentido del olfato y del gusto o tal vez la enfermedad me impida notarlos.
Desde hace unos días, noto una extraña presión en mi moflete derecho. Un punto de presión que ha ido subiendo desde la comisura de mis labios y que al llegar al pómulo, ha bajado, luego ha empezado trazando una recta por medio del carrillo.
Tras varios días sin notar nada, la presión se ha reiniciado. Ha comenzado en el pómulo y ha trazado un medio círculo, hasta terminar en la comisura de los labios y, al cabo de otros, se ha repetido.
Ansiosamente, esperé que los días pasaran para notar la presión, no tenía ninguna duda de que se trataba de un método, que había establecido Taban, para comunicarse conmigo. La primera presión la identifiqué como una A, la segunda y tercera como dos Ces y la cuarta es sin duda, una E. No podía esperar más, intentaban decirme algo, Acce… No se me ocurren casi palabras con esas cuatro letras accesorio, accesible, acceso… ¡Acceso! ¿A qué? ¡Imbécil! A qué va a ser. ¡A mi OB! ¡Seré idiota!
Tras teclear la clave para permitir el acceso a mi OB, tuve que espera unos tres días (de mi tiempo) para poder ver algo y otro más, para empezar a escuchar sonidos de tono grave. Al poco estaba casi normal, aunque oía hablar a todos, con voz grave y ellos a mí, con voz de pito. Aunque para mí había pasado una semana, para ellos sólo fueron unos minutos.
En cuanto Taban me dio por restablecido a los quince minutos de la cura, Yun se abalanzó sobre mí, casi derribándome, cubriéndome de besos. Luego, los dieciséis ayudantes de Taban, me saludaron con el más estricto de los saludos, rodilla y puño en suelo.
—Levantad. Desde hoy, todos vosotros, quedáis exentos de la reverencia y seguiréis el mismo protocolo que un Venerable.
Sus rostros reflejaron un orgullo que casi iba más allá de lo posible. No podía haberles recompensado con nada mejor. Taban me miró aprobatoriamente. Luego me hizo una discreta seña para que me acercara.
—Supongo que querrás hablar de todo esto.
—Entre otras cosas, mi señor.
—¿En privado?
—Lo preferiría. Me reuniré con vos, después de que reviséis el archivo de la reunión que mantuvimos acerca de esta última enfermedad.
Tres horas después recibía a Taban en mis aposentos. Yun estaba en la sala central de mando de Dama, organizando a nuestros hombres para la corrección de los OB.
—Bien, he visto el archivo. ¿Tan grave es?
—Las órdenes se van acumulando. No he conseguido descubrir cómo se borran, un día cometeremos un error y todo se ira al carajo.
—¿Qué necesitas?
—Algo de lo que no dispongo, tiempo.
—¿Más ayudantes?
—Cien.
—Difícil. ¿Tenemos tantos cualificados?
—Ése es el problema, hay que buscarlos.
—Habla con Yun, que ella y su administración hagan una selección de los candidatos más cualificados y estén donde estén destinados, que los integren a la tripulación de Dama.
—Gracias, mi señor.
—¿Algo más?
—¿Estáis totalmente repuesto?
—Yo diría que sí, pero tú eres el experto.
—Os conozco lo suficiente como para no contradeciros. Tengo dos noticias, una buena y otra mala.
—Ya empezamos, si lo sé me quedo como estaba. Empieza por la buena.
—Como sabéis hemos modificado a Tankai, convirtiéndolo en un sistema nuevo.
—Sí, ahora se llama Tita. Si no me equivoco eso no es normal, en una IA.
—El cambio de nombre creo que fue debido a la ampliación de memoria y capacidades. Pero sobretodo a la reprogramación.
—¿Algún fallo?
—No tenemos constancia de ninguno y personalmente creo que la desconexión, o más bien, el haberla apagado totalmente, ha cambiado su forma de pensar, aunque recuerde todo lo anterior. Además, le hemos acoplado otra IA, de nombre Lara, que está muy ansiosa por conocerle, mi señor. Opina que debéis ser un ser apasionante.
—Eso suena muy humano…
—Sí, estoy de acuerdo.
—Pero ambos sabemos que las IA. no tienen sentimientos, ni siquiera son capaces de comprenderlos.
—Eso es correcto, pero son más complejas de lo que creíamos. Aunque parezca increíble, IA. construidas igual, y con la misma información, tienen nivel de inteligencia distintas.
—¿Cómo demonios es eso posible? —pregunté pasmado.
—Al introducirse la información a una u otra, en algún punto se le proporciona ligeramente antes o después, lo que altera su forma de pensar.
—¿Un solo dato dado más rápido o lento puede alterar sus capacidades?
—Eso creo, pero es a un nivel tan… tan… IA que nos es imposible identificarlo. Sobre todo por el enorme volumen, su complejidad y porque se encargan otras IA. de traducir la información, a su idioma, para que haga lo que queramos la nueva inteligencia.
—Por eso algunas son capaces de evolucionar, como Dama y otras no, como Tankai que ha habido que modificarlo —dije pensativo.
—Ésa es mi opinión. La IA Lara parece excepcional.
—El tiempo, te dará o quitará la razón. ¿La mala?
—Es respecto a la nueva arma que me encargasteis, el Jarkon.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunté frunciendo el ceño.
—No funciona.
—¿Cómo que no funciona? En los premodelos que hice en privado, con metales blandos y sin equilibrar funcionaba pero se fundían al no estar equilibrados. Ésa era la razón por la que no disparaba, no se llegaba a producir la reacción porque se fundían antes.
—He preparado dos modelos, uno en plomo y otro en estaño. Los he equilibrado lo más perfectamente que he podido y no funcionan. Mis ayudantes los han revisado medio centenar de veces y no han encontrado fallo alguno. Me temo que vuestros cálculos sean erróneos.
—He tardado más de doscientos años en el diseño. Tengo la certeza de que funciona. ¿Los tienes en el laboratorio de pruebas? —pregunté algo ofendido.
—Sí, mi señor.
Recorrimos los pasillos repasando el funcionamiento de cada pieza del Jarkon. El equipo de vigilancia y protección de los laboratorios, se hizo a un lado en cuanto nos vieron. Tras pasar el laboratorio principal, nos dirigimos al área de seguridad para pruebas de armamento. Era una sala de unos trescientos metros cuadrados, dividida en seis troneras que tenían en el fondo, sobre una plancha de dos metros de M7 puro, dibujado una diana. Dos ayudantes de Taban nos esperaban. En la mesa de la entrada, descansaban los dos prototipos del Jarkon, custodiados por cuatro guardianes de elite. Taban miró a uno de los ayudantes que cogió el modelo de estaño.
—Salgan —ordenó el Príncipe a las tropas de elite.
Cuando lo hicieron, miró a Taban y después a sus dos ayudantes con aire preocupado.
—Lo que voy a decirles ahora es confidencial. No debe salir de aquí.
—Estos dos hombres son de toda confianza —se apresuró a decir Taban.
—No lo pongo en duda. Sólo quiero que quede claro. Necesitamos que esta arma funcione. Es la única manera de que esta maldita guerra se termine en breve. Si nuestras tropas dispusieran de ella, serían invencibles. Toda su energía la podrían dedicar a sus escudos, ya que el Jarkon está diseñado para un número ilimitado de disparos ininterrumpidos. ¡No quiero seguir perdiendo guardianes! ¡Esta arma tiene que funcionar… YA!
—Le daremos prioridad. Trabajaremos en ella a todas horas —dijo enérgicamente uno de los ayudantes.
—Procedamos a una demostración —dijo Taban mirando, pesimista, al otro ayudante.
—Con el de estaño —ordenó el Príncipe.
El ayudante lo cogió. El estaño, brillaba con fuerza, y sopesándolo se lo mostró al Príncipe para que viera que tenía las medidas adecuadas, más pequeño que una mano y no tan ancho. Parecía perfectamente acabado. Miró a Taban, que a su gesto lo activó. Con un simple roce en su parte trasera, salió una «t» que fue por donde lo sujetó con firmeza, demostrando cómo se debería agarrar en combate. Luego lo colocó en un soporte magnético y lo conectó a una máquina especial, que suplía a un Traje, de forma que se pudiera manejar a distancia.
—¡Sistema de protección actívate! —ordenó Taban.
A cuatro metros del soporte, descendió del techo una plancha de M7 de cuatro palmos de grosor, que se detuvo al tocar el suelo, sellándose mediante anclajes y electromagnéticamente. En su centro había una estrecha abertura para observar el resultado, tras la que se parapetaron los dos ayudantes. Casi a la vez, descendió otra a cinco metros de la primera, donde hicieron lo propio, el Príncipe y el Capitán de Ingenieros Taban.
—Cuando quieras Taban.
—¡Fuego! —ordenó imperativamente.
—¡Haaaaaaayaaaaaaa! —gritó uno de los ayudantes sobre el transmisor de conexión con el Jarkon, que pendía del centro del panel protector. El Jarkon, ni se activó ni se produjo ninguna reacción. El rostro del Príncipe se contrajo, y miró duramente a Taban, que pareció leerle la mente.
—Hemos seguido sus planos paso a paso. Los he revisado mil veces personalmente y sigo sin entender nada, así que no sé por qué no funciona. Si queréis, podéis probar, pero sería más sencillo que me explicarais en qué demonios se basa esta arma.
—No soy capaz de explicarlo. Es algo que me… inculcó el Maestro Zerk, es… es difícil de explicar. Ni siquiera él sabía lo que yo conseguiría con esas ideas y datos que me dio.
—Pues, creo que esto ha sido una pérdida de tiempo, mi señor.
—Espero que no, permíteme probar.
—Utilice el comunicador de esta plancha, mientras hablábamos he desviado la línea.
—Allá voy. ¡Haaaaaaayaaaaa!
SALA DE MANDO DE LA GRAN DAMA. GUARDIÁN AL MANDO DE MAYOR GRADUACIÓN: CAPITÁN LAURENCE.
El Capitán Laurence se encontraba de un humor excelente. La rápida curación del Príncipe le había quitado un enorme peso de encima. Su sonrisa iluminaba la sala.
—Capitán, el Crucero Hum, pide permiso para ser relevado por el Crucero Kion de su posición de retaguardia.
—Infórmele que podrá proceder, cuando el Crucero Gulson informe de las novedades de su posición, en la vanguardia.
En ese instante la Gran Dama vibró, saltando todas las alarmas. —¡ABERTURA EN EL CASCO!: ¡ALARMA!, ¡ABERTURA EN EL CASCO!— informó Dama.
—¡Por todos los virus del sistema! ¡Qué demonios ha sido eso! ¿Un asteroide? ¡DAMA!, ¡DAMA!
—No lo sé. Los sistemas de ese sector no responden. Deduzco que han sido destruidos —respondió átonamente.
—¡Los cruceros de apoyo informan que no hay naves enemigas que hayan podido producir la abertura! —exclamó el Capitán de comunicaciones.
—La Princesa llama al puente —informó un Guardián.
—¡Pásala!
El rostro de la Princesa inundó la pantalla principal de la sala.
——¿Qué hárikams ha sido eso?
—No lo sabemos mi Princesa. —¿Dónde está el Príncipe?
—El… ¡Mierda! ¡Dama! Localiza al Príncipe.
—Mis sistemas me informan que su última posición indicaba que se dirigía a la zona dañada. El sector de laboratorios. Iba con el Capitán de Ingenieros Taban.
—¡POR LA GRAN GARDA! Equipos de salvamento diríjanse de inmediato a la zona de explosión, el Príncipe y el Capitán Taban se encontraban en la zona.
—Mis sistemas exteriores me informan que no detectaron ningún asteroide —interrumpió Dama.
—Deducen que la explosión vino del interior.
—¿Desde los laboratorios? ¡Están a más de trescientos metros del casco exterior!
—Todo el sector está arrasado hasta el casco, parte aproximadamente desde la zona de pruebas y se abre cónicamente hasta el exterior —le informó.
—El Capitán del Crucero Forjl informa que desde su posición, observa un boquete en nuestro casco, de unos cincuenta metros de diámetro —dijo el Jefe de comunicaciones.
—Está vivo —dijo escuetamente la Yúrem.
—¿Qué dices? —preguntó Laurence.
—Que el Príncipe está vivo —respondió suavemente Ayam—. Por lo menos de momento…
—Capitán, los equipos de rescate informan que no pueden acceder a la zona. Las compuertas no se abren, la abertura ha producido una descompresión, todo el aire se ha escapado.
—¡Dama! Elige los pasillos más cercanos, séllalos por un extremo a poca distancia de la zona y abre la compuerta que da a ella. ¡YA!
Oscuridad. Dolor. Zumbidos. Desorientación. ¿Dónde estoy? ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué me duele todo? Voces, ¿son voces?, ¡sí! Hay luz…
—Está abriendo los ojos, Yárrem.
—¿Qué… qué… a ocurrido? —pregunté aturdido, mirando los intensos ojos azules de mi esposa, que me miraba tiernamente, mientras me sujetaba la mano con los ojos empañados por las lágrimas.
—Que sois un imprudente —respondió Yárrem a modo de reproche.
—No… has respondido a mi pregunta.
—Sigues siendo un maldito cabezota —dijo otra voz, que provenía de detrás de ambos, que sin duda era la de Laurence.
—¿Qué es lo último que recuerdas, cariño? —me preguntó dulcemente.
—Llegó Taban y fuimos a la sala de pruebas, el Jarkon no funcionaba… luego lo probé y no recuerdo nada más.
—El Jarkon estalló o más bien se desintegró, proyectando la mayor parte de su fuerza hacia la zona de disparo, provocando un boquete de más de cincuenta metros de diámetro, en el casco exterior y eso que tuvo que atravesar un almacén repleto de planchas de M7. También reventó varios departamentos ubicados alrededor de la trayectoria de disparo —le informó Yárrem.
—¿Cuántos muertos hemos causado con nuestra imprudencia? —preguntó el Príncipe tristemente.
—Para la catástrofe, tan sólo diecinueve, incluidos los dos ayudantes de Taban —respondió Laurence.
—¿Y Taban? —preguntó alarmado.
—Se recuperará, cariño. Lo primero que ha hecho al despertar, es preguntar por ti. He tenido que darle una orden directa para que no se levantara y se pusiera a trabajar en el arma. Ya le conoces, en cuanto le expliqué su poder, empezó a hablar y a teorizar a tal velocidad, que ni sus ayudantes le entendían. Lo que sí que pude entender es que, sin duda, era el arma definitiva.
—Ordénale que la próxima prueba, la hagamos en tierra firme y a gran distancia —dije aún algo aturdido.
—Ahora basta de charla y descansa. Las tropas deben verte en plena forma —dijo Laurence mientras salía. Si me necesitas, estaré en la sala de mando controlando cómo van las autorreparaciones.
INFORME PERSONAL DEL OB DEL CAPITÁN LAURENCE.
En un mismo día hemos estado a punto de perderlo dos veces. ¿Cómo puedo protegerle? ¿Cómo? Si cruza al otro lado de la frontera perderemos la guerra, eso es lago que tengo muy claro. El día de hoy me ha convencido de que mi idea de montar un sistema de protección a su alrededor, sin informarle, es la mejor y única opción que me resta para intentar evitar que le ocurra algo. Aun así sé que no será suficiente…