Capítulo X

ARCHIVO MÉDICO.

SEXTA ENFERMEDAD: ACELERACIÓN CONSTANTE.

Los siguientes quinientos años los dediqué, principalmente, a asegurar las líneas de abastecimiento y preservarlas de cualquier posible ataque, ya fuera de piratas no asociados al pacto o por parte del Mal. Yun, además de encargarse de todo el tema administrativo, me ayudó a diseñar la red de líneas de abastecimiento. Sus planos, tridimensionales, eran precisos hasta lo inimaginable. Aparecían las trayectorias de los meteoritos que se hallaban en los sistemas, de órbita excéntrica o no, ¡cualquiera que fuera mayor de dos metros de diámetro! Un niño podría dirigir una nave con esos planos sin peligro.

Siempre que pasábamos una temporada en Jarkis, residíamos en la antigua morada del Rey Ozon, el ya fallecido padre de Yun, pero no teníamos ningún lugar donde residir cuando estábamos en Pangea. Cuando propuse al cuerpo de ingenieros la construcción de una pequeña residencia, Taban aprovechó la ocasión para proponerme su proyecto, la construcción en Pangea de un edificio específico para experimentación de armamento, nuevos diseños, ingeniería etc., etc. y que también sirviera como residencia en nuestras cortas estancias. Se tardó una eternidad en edificar, puesto que a cada paso había que hacer modificaciones para perfeccionar la seguridad, sin contar los constantes nuevos anexos para unidades científicas y de investigación.

La guerra me mantuvo alejado del proyecto, por lo que no pude visitarlo más que en tres ocasiones. Recuerdo especialmente mi primera vista, Taban estaba esperándome en el espaciopuerto.

—Bienvenido, mi Príncipe. ¿Qué tal el viaje? —preguntó mientras mi escolta se desplegaba bajo la atenta mirada de Mhar.

—Como todas las reentradas, interesante. ¿Cómo va la construcción? —le pregunté a la vez que avanzábamos por la pista.

—Lenta —respondió escuetamente, a la vez que nos deteníamos ante un pequeño transporte terrestre. Alrededor había otra media docena para la escolta, aunque el nuestro era más grande a causa del doble blindaje especial.

—¿Por qué? —pregunté divertido. Ya conocía la respuesta de antemano.

—Entremos en el transporte y se lo cuento —respondió escuetamente.

Me cedió el paso y luego, junto a Mhar, entró ordenando al piloto que nos llevara a la construcción. Cuando se sentó, activó una pantalla sónica para que el piloto no pudiera oír nuestra conversación. Tenía quejas y no quería que transcendieran a la tropa.

—Bien, ¿qué es lo que ocurre?

—¡Qué cara tenéis! ¿Qué, qué pasa? Primero, mi señor, elige un emplazamiento, luego, otro, otro, otro, y después, por si acaso, otro más. Todos, con sus consiguientes estudios, claro. Una vez que os decidís, por supuesto, por el lugar con mayor dificultad para la construcción, no paráis de cambiar los planos y el tamaño de la base. ¡Me estáis volviendo loco! Ya he tenido que mover mis laboratorios de investigación más de treinta veces, reestructurando todo el proyecto.

—Creía que eras un genio y por lo tanto…

—No me convenceréis con alabanzas —me interrumpió suspicaz—. Reconozco que todos vuestros cambios son lógicos e inteligentes, pero a la vez son más complicados de realizar. Mis hombres están desesperados. Tiemblan cada vez que llegan noticias vuestras.

—Entonces, no creo que les guste mi visita.

—¿No traeréis más cambios? —preguntó alarmado.

—No, el proyecto ya está fijado, no podemos seguir con mejoras indefinidamente. Lo que quiero es que pongas este asunto en manos de tu mejor hombre.

—¿Me quitáis el mando? —preguntó alarmado y sorprendido.

—No, deberás seguir supervisándolo. Lo que quiero es que te encargues de una idea que se me ha ocurrido y en la que llevo trabajando muchos años.

—No me habíais comentado nada de ese asunto, así que debe ser algo importante y complicado.

—Lo va a ser. Me he estrujado el cerebro intentando conseguir solucionar el callejón sin salida, en el que me he metido, y sinceramente, si hay alguien que puede conseguirlo, eres tú. Quiero que te encargues de su construcción. Probablemente lo tengas que acabar en uno de esos laboratorios que has cambiado de posición treinta veces —dije ironizando la última frase.

—Ha despertado mi curiosidad. ¿De qué se trata?

—Se trata de una nueva arma. Tan potente que de un solo disparo será capaz de atravesar una pulgada de M7.

—¡Por el Gran Cataclismo! ¿Qué tamaño tendrá ese cacharro? —preguntó Mhar sorprendida ante mi revelación.

—Desplegado, no más largo que mi mano, ni más ancho que mi palma. Se llevará en el pecho, justo encima del esternón.

—No quiero poner en duda vuestro proyecto pero creo que es irrealizable. La energía necesaria… sería enorme. No habría aleación que aguantase la presión, toda esa energía contenida, fuerza, calor… ¿queréis que siga con la lista? —me preguntó Taban.

—No habría energía almacenada, ni se produciría calor y la fuerza o presión sería distribuida en su interior. El diseño ya está terminado, lo que necesito es que descubras el equilibrio interior para que funcione. Ésa es tu misión. Las simulaciones por ordenador han sido un fracaso.

—Estoy ansioso por ver esos diseños, no puedo entender cómo puede funcionar un arma sin energía.

—Cuando se me ocurrió la idea, también pensé que sería imposible. Esperaré tu informe preliminar ansiosamente… también tus críticas, que serán muchas.

—Eso seguro —dijo sonriendo—. ¿Cuántos disparos podría realizar seguidos?

—Con un Guardián en perfectas condiciones, un número ilimitado.

—¡No es posible! —exclamó aún más perplejo. La luz de sus ojos me indicó que se dedicaría en cuerpo y alma en el proyecto.

—Ya lo podrás comprobar por ti mismo.

Tardamos alrededor de media hora en llegar a las obras, ya que rodeamos Pangea Capital. Estaban más avanzadas de lo que me esperaba. Mi pueblo colaboraba incondicionalmente. Tras una satisfactoria inspección y una revisión del sistema de protección del edifico, que consistía en un sistema que se activaba en caso de ataque. Hacía que el edifico se hundiera en la tierra, de forma que fuera inalcanzable para el hipotético enemigo.

Taban tardó una eternidad en dar instrucciones a su segundo pero dejó todo bien atado, antes de volver conmigo, a la Gran Dama. En el espaciopuerto principal estaba Yun esperándonos. Tras besarla saludó a Taban y luego a Mhar que se despidió con urgencia para preparar «algo».

—Cuanto tiempo sin verle Jefe de Ingenieros Taban.

—Demasiado para mi gusto, mi Princesa.

—Me temo que la culpa ha sido mía —dije sonriendo maliciosamente a Taban.

—Ya me contarás que tramáis —dijo acercándoseme y susurrando en mi oído—, «mi querido esposo».

—¿Tramar? Las mujeres siempre pesáis que tramamos algo —dije bromeando.

—No le creáis, mi Princesa. Seguro que oculta algo —dijo una voz por el sistema más cercano de comunicación.

—¿Ahora te dedicas a espiarme Laurence?

—Tú me obligas. Te vas sin avisarme, no sé dónde estás, ni nada de nada. Por poco me da un ataque cuando he preguntado a Dama dónde estabas y me ha dicho que no te encontrabas a bordo.

—Orbitamos Pangea. ¿Dónde iba a estar? Además estoy seguro que Mhar ha informado a su hermana y ella a ti, ¿no son tu red de espionaje particular?

—No tendría que poneros espías, si no fuerais como un niño travieso y me informarais de vuestros planes ANTES de realizarlos, mi Príncipe y señor.

Cambió el trato a más formal, lo que significaba que había pasado la red de comunicación de privado, a abierto. La tropa podía escuchar nuestra conversación si lo deseaba. «Algo» estaba en marcha.

—Si lo hiciera así, «mi pequeño grubis», tardaría siglos en poder hacer algo, «que si mi seguridad», «tal vez», «a lo mejor», «si no hay peligro» y si voy con alguien que me suene los mocos.

—¡Vaya! Mi señor ha regresado «gracioso» —dijo bromeando.

—Yo sólo me río de los Capitanes tontos… —dije pinchón dándole pie para un desafío.

—¿Qué pasa, se cree un ser superior? ¿Tal vez un Dios?

Por su puñetera alma que sabía cómo buscarme las cosquillas.

—Mira, macaco insolente, me vas a obligar a que te dé otra lección —le reprendí burlonamente.

—Lo dudo mucho, «su majestad», el mando le ha hecho vago y lento.

Sin duda, en ese preciso instante, nuestra conversación debía estar escuchándola toda la nave. A la tropa le encantaba ver como nos zurrábamos como buenos amigos.

—¿Me estás retando, babosa roja? —espeté sobreactuando.

Yun sonreía de oreja a oreja y Taban se tapaba la boca intentando ahogar su risa. A través del intercomunicador podía oír las carcajadas del personal de la sala de mando, que era donde debía estar Laurence.

—¿Retándole? ¿Y pegarle una paliza delante de toda la tripulación, dejándole en ridículo? ¡Nunca osaría destronar de su posición a un… DIOS!

—¡Mecagüentulechepuñetera! Te has ganado una soberbia paliza. Te espero hoy, al finalizar el cuarto periodo, en la sala de desafíos, rubito.

—Ja, ja, ja, será un auténtico placer recibir la lección —dijo cortando la comunicación. Esta vez, todo el que no estuviera de guardia, vería el combate, ya fuera en directo o por alguna de las pantallas. Mientras nos dirigíamos a nuestros aposentos, Yun me miraba con el ceño fruncido, lo que significaba que algo le preocupaba.

—¿Te ocurre algo, cariño? —pregunté esperando que me contara qué la inquietaba. Sabía que no me respondería directamente sino que daría un rodeo «táctico».

—¿No te ha parecido extraño Laurence?

—¿Extraño, en qué sentido?

—No sé, algo en la conversación que has mantenido con él, no me ha convencido. Como forzado.

—No he notado nada raro. Ha sido, como tú dices, uno de nuestros infantiles desafíos —me encantaba, qué lista era.

—No. No lo ha sido. Había algo de fondo, parecía que lo estuviera provocando a propósito.

—Como todos, nos encanta desafiarnos, ¡y con público más!

—Pero nunca lo ha hecho nada más llegar y sin que lo hablarais previamente, por si había cuestiones más importantes. Algo trama…

—No te sigo.

—Últimamente ha habido rumores…

—Los conozco.

—¿Quieres que le pida a Mhar que hable con su hermana por si sabe algo?

—Creo que estás exagerando. No hay nadie más leal que él, si te exceptúo, mi señora —dije sonriendo todo lo que pude.

—Creo en su lealtad, pero vi, nada más alistarme, lo que ocurrió con esos perros traidores. La muerte del Maestro es una lección que no debemos olvidar —dijo muy seria.

—Puedo asegurarte que si hay alguien en esta nave que no lo ha olvidado, soy yo. No veas fantasmas donde no los hay. Busca por otro camino, cariño… Taban, acompáñame a mis aposentos y hablaremos del arma.

Mis combates con Laurence, eran muy apreciados entre la tropa. Se habían llegado a convertir en lecciones en directo que, más tarde, eran reproducidas por los instructores. Tal y como había predicho, toda la tripulación y tropas de abordo, estaban preparados para ver el combate, en directo, a través de las pantallas generales, desde los cubículos, en realidad desde cualquier lugar donde hubiera una pantalla y Dama permitiera usarla, ¡incluso Ayam, la Yúrem, veía los combates! Por supuesto sin demostrar el más mínimo interés, pero Dama me había contado que disfrutaba mucho con cada uno.

Los combates, por supuesto, no eran reales. Las posibles heridas en la lucha no existían. Cuando, por ejemplo, el contrincante te alcanzaba en un brazo con su espada láser, el ordenador del Traje reproducía el efecto que habría hecho un auténtico láser en el brazo, reproduciendo el dolor e inmovilizando la parte dañada. En caso de que la herida fuera mortal, caías igual que si estuvieras muerto y permanecías así durante un par de segundos.

Cuando llegué junto a Yun a la sala de desafíos, no había nadie.

—¡Maldición!, me estoy volviendo senil. ¿No habíamos quedado con Laurence aquí, en el cuarto periodo?

—Sí, cariño. Era lo acordado. Esto no me gusta…

—Una de dos, o nuestros combates han perdido todo interés de golpe, o nos hemos equivocado de lugar.

Sin pensarlo dos veces consulté con Dama, me informó que el desafío había sido cambiado de lugar. Dada la insistencia de tantos guardianes de presenciar en directo el combate, se había trasladado a la gran sala de reuniones de tropas, para desembarcos masivos. Aún así no entrarían más de veinte mil. Yun se puso muy nerviosa, este tipo de cambios y la extraña situación, le desconcertaba. Nos encaminamos a la gran sala. Enseguida los pasillos se volvieron prácticamente intransitables dada la gran cantidad de guardianes que, aunque no pudieran estar presentes, querían ver el combate los más cerca posible de la sala. Hubo un par de veces que tuvimos que detenernos, a la espera de que nos hicieran sitio. Una extraña sensación de ansiedad se adueñó de ambos, pero la mía era por la proximidad del combate.

—Algunos hombres se callan al vernos —me susurró al oído.

—Ya me he dado cuenta.

—No es normal.

—Ya…

Entramos en la gran sala que estaba más atestada de lo que hubiera creído posible. Laurence, en medio de la zona de combate, que había quedado reducida a una cuarta parte, a causa del público, me miraba a los ojos con una amplia y confiada sonrisa. A pocos pasos estaba Jhem mirándolo dulcemente. Había guardianes adheridos magnéticamente por todas las paredes y techos. Estaban tan juntos que parecían una masa compacta, no se veía ni un trozo de metal. Yárrem salió a nuestro encuentro.

—Mi señor, no creo que esta vez sea buena idea ésta… distracción.

—No veo por qué no.

—Mi señor, el ambiente está…

—Basta, Capitán Yárrem. No podemos defraudar a nuestros hombres —dije, y sin permitirle replicar, me adelanté deteniéndome a un par de metros de Laurence.

—¿Estáis listo, mi señor?

—Listo para patearte el culo, otra vez… —dije burlonamente.

—Le aviso que he estado entrenando mucho —me respondió todo lo socarrón que pudo.

—Eso espero, no tengo ganas de perder el tiempo —dije, provocando una suave risa en la sala.

A un gesto de Yárrem, los hombres se echaron un poco hacia atrás apretujándose aún más. Yun observaba, muy seria, los acontecimientos junto a Yárrem, que nos miraba con el rostro inescrutable. También parecía preocupado.

Ambos cogimos nuestras espadas láser y las activamos junto a nuestros escudos de los OB, en un tamaño de tres palmos. Laurence me miró serenamente, cerrando parcialmente su sonrisa, aunque su mueca de prepotencia permanecía. Una ligera tensión en sus hombros, me indicó que se preparaba para atacar. Se abalanzó para propinarme un fuerte golpe, en previsión de ello, separé las piernas para soportar mejor la embestida. Su espada chocó con mi escudo. El golpe fue tan formidable, que de haber intentado detenerle con la espada, muy probablemente me habría desarmado. Muchos Capitanes pensaban que Laurence era un hombre normal pero lo cierto es que estaba perfectamente proporcionado, su robusta y fuerte musculatura, le convertía en un coloso, en el combate cuerpo a cuerpo. Era ágil y rápido, un auténtico demonio como contrincante.

En contestación a su ataque, arremetí con otro golpe que le hizo retroceder. Nos miramos durante un par de segundos y flexionamos, ligeramente nuestras rodillas, para efectuar el próximo movimiento. Casi a la vez, y sin dejar de observarnos atentamente, comenzamos a rotar hacia la derecha, como si estuviéramos bailando, con la esperanza de coger al contrario en un momento de descuido. Al finalizar la segunda vuelta, creí ver mi oportunidad. Avancé rápidamente intentando asestar un buen golpe en su espada y desequilibrarlo pero muy hábilmente, me esquivó con una veloz cinta, echándose hacia atrás, siendo yo el que perdió el equilibrio, dejándome como única opción, seguir el movimiento, obligándome a rodar por el suelo, utilizando mi hombro derecho para hacerlo. Cuando me detuve y teniendo todavía una rodilla en el piso, giré rápidamente para defenderme del seguro ataque de Laurence, consiguiendo parar justo a tiempo su estocada. Laurence no estaba dispuesto a perder su ventaja, me tenía cogido, estando él de pie y yo agachado, tenía el ángulo perfecto para presionarme. Su espada volvió a chocar con la mía pero esta vez no la separó, si no que empezó a hacer fuerza, inmovilizándome. No podía moverme ni un centímetro si no quería que me alcanzara.

Su ventaja y su musculatura estaba debilitando rápidamente mis fuerzas, estaba a punto de ganar, sólo cabía una solución, sacrificar algo y dejar que me alcanzara con su espada. Opté por mi hombro izquierdo, lo que anularía mi escudo. En cuanto me alcanzó, aproveche su sorpresa para hacer lo propio, en su muslo derecho. Volvimos a separarnos para preparar y calcular el próximo choque. El puñetero hombro me dolía terriblemente, sus fuertes punzadas no dejaban que me concentrara en el combate. Intenté aislar el dolor, en lo más oculto de mi mente y fijar mi atención en los movimientos de Laurence, que cojeaba ostensiblemente, aunque no había conseguido dañarle lo suficiente, como para que no pudiera usar la pierna en otro ataque. Seguía con ventaja aunque se movería algo más lento, pero sin mi escudo tenía pocas posibilidades. Si volvía a llevar la iniciativa en el ataque, me vencería. No iba a ser tan fácil. Avancé decididamente, a la vez que giraba para golpearle con toda mi fuerza sobre su espada y, antes de que se recuperara, pateé su pierna herida, arrancándole un pequeño grito de dolor. Me miró furibundo y casi antes de que reaccionara, me soltó un soberbio golpe en el rostro con el escudo que me tiró de espaldas. El golpe me dejó aturdido y justo pude parar sus primeras estocadas, cuando mi mente se aclaró, contraataqué duramente durante varios minutos. Volvimos a mirarnos y cuando me atacó, levanté la espada ofreciéndole mi flanco izquierdo que alcanzó sin problemas matándome en el acto. Rápidamente, Yárrem se arrodilló a mi lado y activó mi OB, antes de que llegaran a pasar los dos segundos reglamentarios, devolviéndome la movilidad. Mientras me incorporaba, me di cuenta de que en la sala reinaba un silencio sepulcral. Nadie parecía contento. Yárrem miraba tan indignado a Laurence que pensé que iba a saltar sobre él. Yun que se acercó muy tensa, se relajó al ver mi semisonrisa, en ese instante comprendió.

Miré a Laurence, me acerqué y nos dimos un fuerte y cálido abrazo riendo.

—Buen combate, pequeño macaco.

—No habéis peleado mal, mi señor, para ser un anciano… —me respondió bromeando. La sala seguía en silencio. Miré a mi alrededor, cabeceando desaprobatoriamente.

—No sé si os quiero a todos por decidir ser guardianes o ¡por ser una maldita panda de borricos! —grité sobresaltándoles—. ¡Qué os creéis, que soy invencible, que soy un PUÑETERO DIOS INFALIBLE! En esta nave hay por lo menos cincuenta pilotos mejores que yo y más de una veintena en un combate como éste, entre ellos el Capitán Laurence. ¡Os juro, por el bienestar de Pangea, que al próximo que pille divulgando la estupidez de que soy un Dios, lo destino a patrullar la superficie del Sol! ¿Quién demonios creéis que pasará a mi puesto cuando yo caiga en combate?

Varias voces se elevaron desaprobatoriamente, no creyendo que eso fuera posible.

—¡Haceros a la idea! Un día caeré, como cayó el Maestro Zerk, y seréis vosotros los que deberéis continuar con esta dura, larga y triste guerra, hasta que el Mal sea exterminado. Con el Capitán Laurence al mando o con quien le haya sustituido cuando él caiga.

Me giré y volví a mirar a Laurence.

—Espero que en breve me des la revancha —dije en alto.

—Cuando queráis, Mi Príncipe y señor —dijo inclinándose haciendo la máxima reverencia con rodilla en el suelo, de la que estaba totalmente exento.

En cuanto salimos, los murmullos inundaron la sala y se propagaron por los pasillos. Entré con Yun, seguidos por Laurence y Yárrem, en mis aposentos.

Cuando se cerraron las dobles puertas Yun miró a Yárrem, dándole la palabra.

—¿Puedo saber qué demonios está ocurriendo? ¿A qué ha venido todo esto? —nos preguntó.

—Creo que ha quedado claro, objetivo: terminar con el maldito rumor de que soy un Dios.

—Cualquiera que haya estudiado tus combates, un poco a fondo, se dará cuenta que te has dejado ganar. Has levantado la guardia para que Laurence te alcanzara —dijo Yun.

—Ésa es otra. Vuestro plan creo que va a empeorar las cosas —dijo Yárrem.

—¿Por qué? —pregunté extrañado.

—En cuanto se corra el rumor de que os dejasteis ganar, para muchos será la confirmación de sus sospechas.

—Nadie se dará cuenta —dije tranquilo.

—¿Nadie? ¿Qué vas a hacer, prohibir la visión del combate? —me preguntó Yárrem.

—Yo diría que eso provocaría aún más sospechas —dijo sonriendo Laurence.

—Bien, mi querido esposo, ¿cómo vas a salir de este lío? —preguntó mirándome maliciosamente.

—¡Dama!

—¿Mi Príncipe?

—¿Lo has corregido, tal y como te dije?

—Sí, mi señor.

—¿Corregido, el qué? —preguntó Yárrem mirándome extrañado.

—El archivo del combate, de forma que parezca que no me dejo ganar —le respondí tranquilamente.

—¡No se pueden falsear los archivos! —exclamó Yun.

—No los hemos falseado, simplemente he dado la orden directa a Dama, que en el caso de que alguien solicite el archivo de esta última pelea, le muestre el archivo modificado. El auténtico permanecerá en la sección de máxima seguridad, apto sólo para Capitanes, en el caso de que lo soliciten específicamente, y como sólo hay dos que saben que está modificado, dudo mucho que nadie llegue a descubrir nuestra treta —dije mirándolos burlonamente.

—Cariño eres… ¡terrible! —dijo abrazándome, a la vez que me besaba.

—Tal vez haya algo que se os haya escapado —dijo Yárrem cortando en seco la sonrisa de Laurence. Cuando fruncía el entrecejo de esa manera, es que había visto una grave pega.

—¿Qué ocurriría si al descubrir que el Príncipe no es invencible, hay guardianes que quieren probar si ellos también pueden vencerle? —me preguntó.

—¿Crees que alguno me faltaría al respeto si me retara?

—No creo que ninguno osara faltaros al respeto pero…

—Creo que sería bueno que nuestros hombres tuvieran tanta confianza en sus cualidades, como para retarme. Además, levantaría la moral entre las tropas y rompería con la monotonía.

—Tranquilo cariño, es sólo una idea, yo creo que tienes razón.

—Estoy tranquilo.

—No lo estás, pareces nervioso —dijo Laurence.

—Sinceramente creo que te equivocas. No estoy nervioso, tú y yo hemos hablado mucho sobre este combate y estudiado un sin fin de posibilidades antes de ponerlo en práctica.

—Sí. Estás nervioso. Hablas aceleradamente, igual que cuando te cabreas —dijo Yárrem.

—¿Pero qué os pasa? No estoy nervioso. De hecho sois vosotros los que parecéis perezosos —dije observando que se movían con relajo.

—Hablas muy rápido casi no te entendemos —dijo Laurence.

—¿Yorápido? Soisvosotroslosquehablaislentograveyvuestrosmovimientossoncalmosos.

—Nnnooo ooosss hhhemmmooosss eeennnttteeennndddiiidddooo hhhaaabbbllláááiiisss mmmuuuyyy rrrááápppiiidddooo.

¿Qué demonios estaba ocurriendo? Se movían a cámara lenta, cada vez más despacio, como si estuvieran a punto de detenerse. Antes de que Laurence volviera a pronunciar otra sílaba, estaba junto a él, en su rostro, como en el de los demás, empezó a formarse una expresión de sorpresa y alarma. Estaban en problemas. Me dirigí a las dobles puertas y me detuve en seco para no chocarme, ya que no se abrieron en el acto, como lo hacían siempre. Tuve que esperar casi cuatro segundos, para que se abrieran lo suficiente, como para permitirme pasar. Me detuve en el pasillo, no creyendo lo que veía, los guardianes de elite que custodiaban la entrada de mis aposentos sufrían la misma… cosa que Yun y los demás.

—¡Dama! ¡Da la alarma!

Silencio.

—¡Dama!

Más silencio. En ese instante el Jefe de Escuadrón de las tropas de elite, que casualmente miraba en mi dirección, empezó a cambiar de expresión. Su rostro denotaba sorpresa, comenzaba a verme. ¡Tenía que ser un nuevo tipo de arma! Había que dar la alarma. Sin pensarlo dos veces, corrí hacia sala central de mando de Dama. Todo el que me encontraba estaba igual, sus movimientos eran casi estáticos. Las dobles puertas acorazadas de la sala de control de Dama, se abrieron lentamente a mi paso, cuando no llevaban abiertas más de tres palmos, me colé dentro. Me detuve en la entrada de la vasta sala. Dos docenas de guardianes de elite, tenían sus fusiles de asalto desenfundados y apuntaban a las puertas y, obviamente a mí, desde las posiciones designadas en caso de ataque o emergencia. Miré la pantalla central y pude observar que la alarma de seguridad había saltado. Toda la nave estaba en alerta. Las voces y la alarma eran como olas de sonido, graves e indescifrables. Casi no podía apreciar sus movimientos. Tras cinco o seis segundos, las puertas se abrieron del todo y las tropas de elite cambiaron de expresión, empezando a dejar de apuntarme.

Un fuerte, claro y nítido pitido me sacó de mi asombro. Provenía de mi ordenador de brazo. Al mirar que ocurría, comprobé con asombro, que había gastado la mitad de mi energía. Me estaba comportando como un estúpido, si el Maestro viviera, se habría hartado de darme capones. No eran ellos, era… ¡YO! Debía reflexionar. La única explicación posible que se me ocurría, era que sufría una especie de aceleración. ¿Sería ésta la sexta enfermedad que podíamos sufrir? Si mi aceleración seguía aumentando, la energía se agotaría y la de mi cuerpo también, moriría de agotamiento. No debía moverme en absoluto, anulando todas las funciones no vitales de mi cuerpo, y mentalizarme para reducir al máximo mis latidos y respiraciones. Los segundos pasaban lentamente mientras mis hombres se acercaban con miradas extrañas.

ARCHIVO CONFIDENCIAL APTO SÓLO PARA CAPITANES.

SALA DE REUNIONES DEL ALTO MANDO.

GRAN DAMA.

La sala estaba casi llena. Todos los Capitanes que se encontraban en ese momento en la nave habían acudido, la Princesa presidía la reunión en el lugar que debería haber estado el Príncipe.

—Todos conocéis el motivo de esta reunión de urgencia. Si no se nos ocurre algo, mi esposo, vuestro Príncipe, morirá en menos de doce días. Le hemos instalado a su Traje, un sistema de energía pura pero, increíblemente, la absorbe toda. Le iremos instalando más según le haga falta, pero llegará un momento que no será suficiente. Hasta ahora la aceleración sigue aumentando constantemente, lo que hace que en este instante una de nuestras horas sean dos días para él. ¿A alguien se le ocurre algo?

El silencio fue roto al abrirse la compuerta principal de entrada, siendo franqueada rápidamente por Anyel, que acababa de llegar de una de sus misiones de espionaje, con intención de informarle personalmente.

—Acabo de enterarme al atracar. He seguido el comienzo de la reunión a través de Dama y mi casco. No tengo ninguna idea pero, tal vez, si repasáramos las otras cinco enfermedades, podríamos sacar algún nexo de unión o nos sugiera un nuevo punto de vista.

—Creo que tenéis razón Capitán Anyel. ¡Dama! ¡Abre los archivos médicos y comienza por la primera enfermedad!

—Sí, mi Princesa.

PRIMERA ENFERMEDAD: AMNESIA PROGRESIVA.

Informe: Descubierta en la formación de los primeros escuadrones de guardianes Warlook. El primer Guardián que la contrajo fue Liquen, raza Warlook, murió a los diez días. Segundo Guardián que la contrajo…

—Dama —intervino Yun— ve al grano. Nos interesan las soluciones, no los que fallecieron, a no ser que sea relevante.

—Sí, mi Princesa.

Informe: Decimonoveno Guardián que contrajo la enfermedad fue Triada, raza Charwin. Descubrió que era poseedora de la enfermedad al tercer día de padecerla. Razón: sistema de traducción automática del OB inoperante. Fue llevada ante el Príncipe a sus aposentos privados. Hasta la actualidad dieciocho mil seiscientos cuarenta y cinco guardianes han sufrido la enfermedad, entre ellos el Príncipe. Fin del informe.

—¿Prance ha sufrido la primera? —preguntó Anyel, más para él que para nadie, aunque miró a Yárrem que se encogió de hombros, meneando la cabeza señalando que él tampoco lo sabía.

—Dama, casi no nos has contado nada. ¿No hay más información sobre la primera enfermedad? —preguntó Yun.

—Sí, mi Princesa.

—¿Y bien?

—En los archivos de vuestros aposentos.

—¿Puedo saber a qué esperas para proporcionarnos esos datos? —preguntó Laurence que acababa de entrar tan sigilosamente que nadie se había percatado de su presencia.

—Una autorización del Príncipe. Están clasificados como secreto —respondió serena.

—Bienvenido Capitán Laurence. Siéntese.

—Gracias. He venido en cuanto me he podido delegar el mando. Dama me ha ido informando, continuemos, si le parece bien, mi Princesa.

—Soy su esposa, ahora también son mis aposentos, Dama. El Príncipe, está inoperante y el segundo en el mando soy yo, tienes mi autorización para mostrar ese archivo y cualquier otro relacionado con las cinco enfermedades.

—Confirmo la autorización, procedo:

Informe dobles puertas de acceso: Entrada de la Guardiana Triada, escoltada por el Capitán Krallan, raza Charwin, fallecido en combate.

Informe de seguridad de la conversación mantenida en los aposentos:

—¿Es ella, Capitán Krallan?

—Sí, mi Príncipe.

—Por favor, que se incorpore, no tiene que mantener la reverencia durante toda su estancia.

—Gracias, mi… mi Príncipe —dijo algo balbuceante.

—Puede dejarnos, Capitán.

—Como ordenéis —dijo a la vez que salía.

Informe dobles puertas de acceso: Salida Capitán Krallan.

Informe de seguridad de la conversación mantenida en los aposentos:

Cuando se cerraron las puertas permanecí unos segundos mirándola, hasta que decidí comenzar.

—¿Cuál es tu nombre y rango, Guardián?

—Mi nombre es… es… es… Triada, sí Triada, tropas de combate planetaria.

—Bien Guardiana Triada. Dentro de seis días o tal vez como máximo ocho, la enfermedad que sufrís os matará.

—Lo sé —me respondió con los ojos muy abiertos.

—Antes que tú, dieciocho Guardianes han sufrido la enfermedad y han muerto. Cierto es que hay, en este momento, otros dos más con la enfermedad más avanzada, uno con seis días, que está casi como un vegetal y otro con nueve a punto de fallecer. La enfermedad empieza indistintamente con fallos en el Traje y en la mente del Guardián, principalmente con pérdidas de memoria. Como te ocurre a ti, que empiezas a olvidarte de cosas tan normales como tu nombre o el mío.

—Sí, mi… señor.

—El cuerpo médico no ha conseguido descubrir qué es lo que provoca la enfermedad y lo que es peor, cómo curarla, yo tengo una idea pero has de poner todo de tu parte.

—Mi vida es vuestra…

—Lo sé, tranquila. Lo que te voy a revelar es confidencial y nunca debes decírselo a nadie.

—Podéis confiar en mí.

—Hace seis horas Dama ha confirmado que padezco la enfermedad. Eres el único Guardián, aparte de mí, que la sufre y está consciente para intentar superarla.

—¡Eso es una catástrofe! ¡Deberíais estar con el cuerpo médico!

—No saben por dónde les da el viento en este asunto. Sentémonos en el piso. Me miró extrañada pero lo hizo sin vacilación. Confiaba en mí, podía leerlo en sus ojos.

—Quiero que te relajes y cierres los ojos. Deja tu mente en blanco y dime qué es lo que pasa por tu mente, qué ideas, qué cosas echas en falta, qué conceptos.

—Yo… color… luz…, yo… el color… la luz.

—Sigue con los ojos cerrados. Quiero que repitas estos conceptos, no en alto sino en tu mente. Yo, color, luz, esas deben ser tus consignas, tu todo. Repítelas hasta la saciedad. Hasta la curación.

—Sí, mi Príncipe.

Treinta y seis horas después la Guardiana Triada salió de los aposentos del Príncipe totalmente curada. El cuerpo médico utiliza el sistema cada vez que se detecta la enfermedad en un Guardián. Cuanto antes se detecta, más rápida es la curación y más sencilla. Los dos Guardianes que habían contraído la enfermedad antes que la Guardiana Triada, murieron al no poder establecerse contacto con ellos.

Informe del archivo personal de la Guardiana Triada, raza Charwin:

Al cerrar los ojos y relajarme, noté por primera vez, con gran claridad la enfermedad y como se iba apoderando de mi mente. La voz firme y serena del Príncipe sonaba lejos y cerca, pero clara. Siempre clara y tranquilizadora. Me centré en los conceptos. Casi de inmediato dejé de pensar en nada más, lo olvidé todo menos los tres conceptos. Los sonidos se apagaron. Los olores, el tacto, gusto, todos los sentidos desaparecieron menos los conceptos. La enfermedad avanzaba ahora imparable al no tener barreras. Es difícil describir el proceso mental que seguí a partir de ese momento pero trataré de grabar un esquema base: Yo, color, luz, yo, color, luz, yo… ¿yo?, ¿quién soy?, color, luz, ¿yo?, ¿dónde estoy?, color, luz, ¿por qué esta negrura?, yo, ¿color?, ¿dónde están los colores?, luz, yo… ¿color?, ¿por qué no veo los colores?, luz, yo… ¿color?, ¿por qué no los veo?, luz, yo, color… ¿luz? ¿No hay luz?, yo, color,¿LUZ?, ¿tengo los ojos cerrados?… yo abro los ojos para ver los colores y… la LUZ.

Lo primero que vi fue al Príncipe sonriendo, su rostro denotaba cansancio. Me informó que había estado casi treinta y seis horas combatiendo la enfermedad y que cuando se dio cuenta que funcionaba y que la enfermedad retrocedía, utilizó el método con él mismo, sólo que al estar menos avanzada la enfermedad en él, su curación había sido más rápida. El Guardián que estaba en coma había muerto y el otro lo haría en breve pero todo el que la contrajera, se podría curar, ahora sólo quedaba descubrir qué la producía.

Fin del primer informe.

—¿No se ha descubierto qué es lo que la producía? —preguntó Laurence.

—Sí, un fallo coordinativo neuronal con el Traje. La teoría con más fundamento se basa en la creencia de una sutil diferencia entre el cerebro de la raza del Maestro y las nuestras.

—Desde que el error fue corregido, no se han vuelto a producir casos.

—¿Pero porqué se desarrolló en algunos guardianes y no en otros? —preguntó Anyel.

—No se sabe. Todas las líneas de investigación han llevado a callejones sin salida.

—Bien expresado. Sigue —ordenó Yun.

SEGUNDA ENFERMEDAD: CONTACTO PSA.

Informe: Comienzo de la enfermedad: Colonia minera Bonau del Sistema Andros. Tiempo de funcionamiento: Tres semanas.

Primer mensaje de socorro: Segundo día de la cuarta semana del tercer periodo Pangeano, Al Tar. No responden a nuestra llamada. Resto del informe, NO RELEVANTE.

Segundo y último mensaje de socorro: Tercer día de la cuarta semana del mismo periodo. RELEVANTE: No vengan. Todos caen. El Capitán ha destruido el crucero de combate para que no caiga en manos enemigas. Ha fallecido hace dos horas. Yo también estoy contagiado. Todos lo estamos. No vengan. He ordenado la destrucción de todas las pequeñas naves y transportes. Nadie debe salir. No debemos contagiar a los demás. No vengan. No hay solución. No se puede hacer nada. Para cuando estén cerca estaremos muertos. Fin de la transmisión. No se volvió a establecer contacto. Aunque parecía que nos recibían, no respondían a nuestras preguntas.

Nave más cercana al Sistema Andros: La Gran Dama.

Informe de la conversación de la Sala de Mando de la Gran Dama:

—Mi señor, ya no contestan a nuestras llamadas.

—¿Cuánto falta para que entremos en órbita? —preguntó ansioso.

—Cuatro horas, mi señor. Sigue sin haber ningún rastro del Mal.

—Ordena que preparen un equipo de rescate, en un pequeño crucero de desembarco.

—Sí, mi señor.

—¿Dónde está el Capitán Laurence?

—En la sala de entrenamientos con los jefes de escuadrón de las tropas de elite.

—Ordénale que venga.

—Sí, mi señor. De inmediato.

Informe de la conversación en los pasillos que desembocan en la Sala de Mando entre el Capitán Laurence y el Capitán Espisces:

—Sabes que te considero uno de mis mejores hombres. Doy por echo que imaginas el por qué me llama el Príncipe.

—Conociéndolo, para ponerle al mando y bajar personalmente a la colonia minera.

—Sin duda. No podré convencerle de lo contrario así que quiero que Heles y tú le acompañéis y en el caso que consideréis que corre el menor peligro, lo traigáis aquí de inmediato.

—No creo que pueda convencerle…

—¡No quiero que le convenzas! ¡Tráelo! Aunque tengas que hacerlo a la fuerza.

—Yo no puedo… ¿Y si me da una orden directa?

—Cuando él esté abajo, yo estaré al mando y como Capitán General en funciones de la Flota te doy la orden directa de que lo traigas, en el hipotético caso de que corra algún peligro, aunque tengas que dejarle sin sentido para hacerlo.

—¿Agredirle? ¿Sabéis a qué os exponéis con una orden como ésa?

—Mi vida no tiene importancia. La de él sí. ¿Obedeceréis?

—El Príncipe no sabe qué amigo y Guardián tan leal tiene.

—Sí que lo sabe. ¿No soy el segundo? —preguntó bromeando.

Informe de la computadora del micro crucero Tita:

Prance de Ser y Cel, clasificación Príncipe.

Espices de Moneon y Satrapen, clasificación Capitán de elite. Heles de Viej y Rotona, clasificación Jefe de Escuadra de elite. Tor, Dresi, clasificación Pilotos de elite. Teguin, Gluije, Crabos, clasificación Tripulación de elite. Thorfhun de Salkit y Xamarte, clasificación Jefe médico de elite, Biólogo. Farh, clasificación Jefe de Escuadrón de elite. Resto de guardianes, treinta y cinco, clasificación Tropas de elite.

Informe de la computadora de brazo del Príncipe:

El descenso se realizó con normalidad. Una vez que aterrizamos, ordené a Espisces que distribuyera a las tropas en tres grupos. A primera vista vimos que era un planeta, triste, árido y rocoso. Sin casi vida vegetal o animal. Pequeñas agrupaciones de líquenes azulones cubrían algunas rocas. Estábamos a menos de cincuenta metros de la colonia. La mitad de los edificios estaban semiconstruidos. No se veía a nadie. Parecía desierta.

—Ése es el edificio del centro, el de comunicaciones. Dirige al grupo uno hacia la puerta trasera, tú junto al dos cúbrenos.

—Sí, mi Príncipe. Tened cuidado —me susurró preocupado.

—¿No lo tengo siempre? —le pregunté en el mismo tono. Con un gesto, ordené a mi grupo que se adelantara y activaran sus escudos. Se desplegaron magistralmente, avanzando en zigzag. A mitad de camino, nos detuvimos para observar cualquier anomalía. Seguimos sin detectar ningún movimiento, así que volví a ordenar el avance, que se produjo sin incidentes. Nos parapetamos con el frontal del edificio y ordené a cuatro de mis hombres, que entraran. En cuanto nos dieron luz verde, entramos el resto, cubriéndonos unos a los otros. Tanto la habitación de la derecha, como la de la izquierda, estaban vacías pero al fondo del pasillo, que se abría ante nosotros, se podía ver a uno de nuestros hombres caído boca abajo. No se movía. Según nuestros sensores estaba inconsciente y sus constantes vitales eran débiles pero a simple vista, no parecía herido. Nos acercamos prudentemente. Varios de los hombres pasaron por encima de él, apuntando a la puerta que estaba detrás. Me detuve a su altura y le volví. No había heridas, ni indicios de lucha. Simplemente parecía inconsciente. Dejé a dos de mis hombres con él y ordené la entrada en la sala, que resultó ser la de transmisiones. Sobre los controles o derrumbados en sus sillas electromagnéticas, había varios guardianes y en el suelo, media docena de la sección de seguridad. Todos estaban vivos pero inconscientes, con sus constantes vitales muy débiles.

Informe del micro crucero Tita:

La Gran Dama informa que se ven obligados a alejarse al detectar movimiento de naves enemigas en el sistema de doble estrella Guj, a tan sólo ocho años luz. Dejará en órbita un Crucero Estelar de combate para, evacuar, y dado el caso, proteger, al Príncipe mientras se retira en el micro crucero Tita.

Informe del tercer día: En nuestras primeras horas encontramos al resto de las tropas. La gran mayoría, en una enfermería claramente provisional y montada a toda prisa, dada la desorganización y falta de medios. La tripulación de Tita ha sido confinada para evitar cualquier posible contagio.

—Mi señor, el recuento ha finalizado. Están todos, pero he de informarle que acaban de morir dos de ellos —me informó Espisces.

—¿No hay civiles? —pregunté sorprendido.

—Todavía no habían sido trasladados. Sus dependencias no estaban terminadas.

En ese instante entró el Jefe de Escuadrón Farh, que haciendo la reverencia, nos interrumpió.

—¿Qué ocurre? —le pregunté a la vez que le hacía un gesto para que se incorporara.

—Acabamos de encontrar la computadora del diario de la base.

—¿Por qué no estaba en la sala de transmisiones? ¿Dónde la han encontrado? —pregunté algo indignado.

—En cinco cajas, en los almacenes. No la montaron o no les dio tiempo o no pudieron hacerlo.

—¡Cuernos! Esto es un misterio. ¿Sabemos algo del Jefe Thorfhun? —le pregunté a Espisces.

—Hasta el momento no ha encontrado nada. Lo que hemos podido observar, es que cada hora, sus constantes vitales son más débiles. En apariencia no les ocurre nada, todo parece correcto pero de seguir así, dentro de tres días, empezarán a morir los primeros.

—Montad esa computadora y tratad de sacar información de las computadoras de brazo, empezando por los más enfermos. Igual tenemos suerte y sacamos algo en claro. ¡Heles! —llamé por mi OB.

—Sí, mi Príncipe. ¿Podemos…?

—No. Permaneceréis en el crucero, aislados, hasta que descubramos a qué demonios nos estamos enfrentando. Infórmame de los resultados que has obtenido de la zona.

—La escasa vida orgánica es totalmente inofensiva. He rastreado sistemáticamente toda la zona y no he encontrado nada de nada. En este momento estamos analizando el aire y las rocas pero de momento no hemos encontrado nada extraño.

—Sigue buscando. Hemos de descubrir qué es lo que ocurre, no podemos permitirnos que esto llegue a la flota. Por cierto, mis saludos a Laurence.

—¿Al Capitán Laurence?

—¿Acaso creías que no sé que tanto tú, como Espisces, le informáis regularmente?

—Sois astuto como un Kulrtou.

—Y más feo.

—Ja, ja, ja… Si hay novedades le avisaré, mi señor.

—Espero ansioso tus resultados.

Informe del séptimo día: Tras revisar las instalaciones por decimonovena vez, convoqué a los mandos del pequeño grupo, en la improvisada sala de reuniones, junto al hospital. El último en llegar fue Espisces.

—Discúlpeme, mi Príncipe, por el retraso. Por lo que veo soy el último.

—Sí, Heles sigue en aislamiento junto a la tripulación y seguirán así hasta que descubramos qué demonios está ocurriendo aquí, y esto es una orden directa para todos, ¿ha quedado claro?

—Sí, mi Príncipe —respondieron al unísono.

—Espero que realmente haya quedado claro. Ahora, novedades, ¿qué habéis descubierto? El primero en hablar, fue Espisces que comenzó algo azorado.

—Por la parte de seguridad no hemos encontrado nada ni nadie. Este asunto no tiene que ver con el Mal, nada apunta hacia ellos y desde luego no hay ningún indicio de que hayan estado aquí.

—¿Contagio debido a vida hostil? —pregunté.

—Imposible, no hay nada orgánico de ese estilo, por lo menos en este sector —me informó un Jefe de Escuadrón Farh que hablaba en lugar de Heles.

—Respecto a los enfermos —continuó el Jefe médico Thorfhun— tengo malas noticias, hoy han muerto seis más y, mañana, lo harán otros diez, por lo menos. Es algo increíble, se van apagando poco a poco. Lo único que hemos descubierto es que su temperatura va descendiendo progresivamente y que en su sangre, el porcentaje de M7, es muy elevado, lo que podría estar envenenándoles lentamente y explicaría esa lenta agonía.

—¿Qué demonios me está diciendo? El Traje absorbe el M7, lo descompone en sus distintos metales y lo distribuye a su tobera correspondiente. Cuando una de ellas está llena, lo expulsa en forma de barrita heptagonal.

—Me temo que ahora no lo hace o para ser más correcto, lo hace cada vez menos, hasta pararse por completo.

—Eso no es posible. Significaría que los Trajes se averían —dije confuso. Tenía un extraño regusto metálico en la boca y la saliva pastosa, como si llevara mucho sin beber.

—De momento no encuentro otra explicación. Los primeros síntomas en el Traje de la primera enfermedad, era que el traductor simultáneo dejaba de funcionar. Tal vez deberíamos llamar al Jefe de Ingenieros Taban.

—No. Además lo del traductor era una cuestión mental —dije—. Así que hasta ahora seguimos sin saber el por qué. Estamos casi como al principio, esperemos que cuando Heles acabe nos dé alguna pista. Espero que todos ustedes sigan… sigan… ¿No falta el aire?

—¿Mi señor? —preguntó extrañado Thorfhun a la vez que se levantaba.

—Ahora lo entiendo… las toberas… se… no… no… puedo respirar… las toberasss… El aire, como es… posssibleee… Informe del OB del Capitán Espisces:

El Príncipe ha caído fulminado sobre la mesa de reuniones, antes de que el Jefe médico Thorfhun pudiera llegar hasta él. Casi al unísono nos acercamos los demás, en un vano intento por ayudarle. Los primeros análisis confirman que el Príncipe ha contraído esta extraña enfermedad. He ordenado al Jefe de Escuadra Heles que, tal y como ordenó nuestro señor, permanezca aislada en Tita junto a la tripulación.

Informe medico del Jefe Thorfhun:

Octavo día de la enfermedad doce muertos más. Tras una revisión afondo de los guardianes que han desembarcado con nosotros, incluido yo mismo, he descubierto que todos estamos infectados. Sólo permanecen intactos los aislados en el crucero. Si es un virus o bacteria, tiene que ser realmente sorprendente para poder traspasar las defensas de los trajes. Esta mañana, cinco guardianes y el Capitán Espisces, han caído presos de la enfermedad y permanecen inconscientes. Como ser Jefe médico me da el mayor rango, he ordenado al Jefe de Escuadra Heles que abandone el planeta, en el momento que todos los presentes hayan fallecido, no sin antes arrasar la zona, esterilizándola totalmente.

Informe desde el micro crucero Tita:

Seguimos sin pistas. El aire no es, dado que cuando salieron de Tita, la tripulación al igual que yo misma, lo respiró y no estamos enfermos. Además no he encontrado nada anómalo. La tierra y rocas de la zona, hasta el momento, son absolutamente normales. ¿Qué han hecho que nosotros no lo hayamos hecho?… ¡Los enfermos! Todos los han tocado y, casi con seguridad, el Príncipe fue el primero en hacerlo, cuando abordaron la base.

Cuando llamé a Thorfhun y le expuse mi idea, su respuesta me dejó helada.

—No se me había ocurrido que se contrajera por contacto, estaba convencido que tenía que ser algo en el aire. Pero si tu teoría es correcta, sólo hay un modo de comprobarlo, contagiando a otro Guardián, pero las órdenes del Príncipe…

—Pagaré con mi vida, si es necesario. Me ofrezco voluntaria.

—Tú no puedes ser.

—Pero…

—¡No! Eso no tiene discusión. Eres el único mando sin contagiar, tendrá que ser alguien de la tripulación.

—Pediré un voluntario.

Al exponer la cuestión, los cinco tripulantes se ofrecieron voluntarios. Opté por Crabos. Mientras preparábamos su salida, otros tres guardianes cayeron inconscientes y dos de los primeros murieron.

Informe médico del Jefe Thorfhun:

Tras dos horas de estancia entre nosotros sin tocarnos, el tripulante Crabos no ha contraído la enfermedad pero, tras ordenarle que tocara a uno de sus compañeros, en unos pocos segundos, se han manifestado los primeros indicios, aunque muy breves, de la saturación. Con esta prueba, queda confirmado que la enfermedad se transmite por contacto. Seguimos sin indicios de cómo se ha iniciado, cómo curarla o como mínimo, cómo mantenerla estable.

Informe del Jefe de Escuadrón Farh:

Noveno día. El equipo médico, incluido el Jefe Thorfhun, ha caído inconsciente. En el momento que estoy redactando este archivo, sólo quedamos seis. Hemos terminado de montar la computadora de control y hemos volcado toda la información almacenada en los OB El noventa por ciento del destacamento originario de la base ha muerto. Mañana a esta hora no habrá nadie consciente. He ordenado a mis hombres que se acuesten, no quiero que caigan en cualquier lado, si la enfermedad se desarrolla como hasta ahora. El tripulante Crabos será el último en caer. Es un honor morir junto a mi Príncipe. Éste será mi último informe.

Informe del micro crucero Tita:

Décimo día. He terminado con los análisis. No me queda absolutamente nada por analizar. El Capitán Laurence me ha ordenado permanecer en el planeta hasta descubrir cómo curarlos. Ha enviado un crucero con cámaras de hibernación, desde Pangea, que llegará dentro de seis horas. Si no se encuentra otra solución se les hibernará, con la esperanza de que en un futuro, se halle la cura. Sólo queda un Guardián con vida del destacamento originario. La tripulación está muy preocupada y nerviosa por no poder hacer nada por sus compañeros y, en especial, por nuestro Príncipe. Varias veces se han acercado solicitando que hiciera experimentos con ellos, viéndome obligada a rechazarlos. El principal problema es que no sé qué experimentar. Dada la gran cantidad de datos recuperada, los he puesto a revisar los informes de los OB de las tropas originarias, desde el primer día de su llegada.

Informe del OB del Jefe de Escuadra Heles de Viej y Rotona:

Undécimo día. Crabos con su habitual intuición ha descubierto que, aunque el orden de infección no es el mismo que el de fallecimientos, sí lo es el de caída de inconsciencias. Por lo que hemos podido deducir el orden de infección y quién fue el primero en ser infectado. ¿Infectado por quién? La poca vida que hemos encontrado no es peligrosa o infecciosa. No hay virus o bacterias en el aire que pudieran provocar algo como esto. Incluso he investigado las corrientes de aire por si pudieran… Aire, antes de caer el Príncipe dijo algo sobre eso, que no podía respirar que cómo era posible… ¿posible qué? ¿Que estuviera infectado? No, no puede ser eso, él es más inteligente que… ¡Estúpida! ¿Cómo es posible que haya atmósfera respirable si la vida que hay no produce oxígeno? ¿De dónde ha salido? O, mejor dicho, ¿qué lo produce?

Mientras ordenaba la búsqueda, por el sector, de concentraciones anormales de oxígeno, Teguin me informó que el primer Guardián que contrajo la enfermedad había sufrido un accidente, una semana antes.

Informe del OB:

Salimos en misión de rastreo. El Jefe de Escuadrón Molpihb está empeñado en que conozcamos todo el sector al dedillo de forma que podamos recorrerlo con los ojos cerrados, si fuera necesario. Al no haber vida hostil y que el Mal, desconoce esta colonia minera, creo que es excesivo este rastreo, pero la verdad es que está bien dejar, por unas horas, la monotonía del montaje de la base. Nos hemos alejado casi mil quinientos metros cuando el Jefe de Escuadrón nos ha ordenado con un gesto, que nos desplegáramos. Me dirigí junto a mi compañero de ala derecha, hacia una pequeña elevación a catorce grados de nuestra posición.

Informe del OB del Jefe de Escuadrón Molpihb:

Tras ordenar un despliegue táctico, uno de mis hombres ha sufrido un accidente. Es un Guardián bastante novato que ha caído en una profunda grieta. Por suerte, le acompañaba un veterano. Cuando he llegado al borde de la abertura, había dos guardianes descendiendo en su rescate. La grieta tenía una profundidad de treinta y cinco metros, con un fondo húmedo y lechoso.

El novato se hallaba inconsciente, lleno de contusiones y con una grave fractura en su pierna izquierda. El fémur se había roto y le asomaba por el muslo. Tardamos una hora en enderezarle la pierna y otra en sacarle.

Informe del micro crucero Tita:

Tengo la seguridad de que la solución se halla en esa grieta pero ¿dónde está exactamente? He decidido salir junto a Teguin y Gluije, dejando a Tor y Dresi al mando de Tita, con las mismas directrices dadas por el Capitán Laurence. Sé que estoy contraviniendo las órdenes pero no puedo permanecer por más tiempo inactiva mientras el Príncipe, y los demás, se van apagando poco a poco. Avanzaremos hasta un perímetro de mil quinientos metros y trazaremos el círculo alrededor de la base, en busca de esa grieta. Llevamos con nosotros dos recipientes de M7 bioaislantes.

Informe del OB del Jefe de Escuadra Heles de Viej y Rotona:

Hemos llegado al perímetro de los mil quinientos metros, sin incidentes. Tras tres horas no nos hemos topado con ninguna grieta. El avance es lento, ya que inspeccionamos cincuenta metros, antes y después del perímetro. No he permitido a Teguin o a Gluije, como han sugerido, separarnos para abarcar más terreno.

Informe de la conversación desde el micro crucero Tita y el Jefe de Escuadra Heles:

—Te recibo con claridad Tor.

—El crucero que transporta las cámaras, nos informa que llegará en menos de hora y media.

—Se ha adelantado en más de cuarenta minutos. Prepárate para suministrarles las coordenadas exactas de aterrizaje. Procura que lo hagan lo más próximo a Tita.

—Perdone por la interrupción Jefe Heles.

—¿Qué ocurre, Dresi?

—He descubierto gran cantidad de anomalías, en forma de concentración de oxígeno, pero sólo hay una en el perímetro de los mil quinientos metros.

—¿Dónde está?

—En dirección contraria a la que se dirigían. A unos dos mil metros.

—Guíanos sin demora.

Informe del OB del Jefe de Escuadra Heles de Viej y Rotona:

Avanzamos a la máxima velocidad que nos permitía el abrupto terreno. Los tres estábamos nerviosos y ansiosos. En el punto indicado y donde se hallaba la anomalía, se abría una grieta. Sin permitir una queja o réplica, me elegí para descender por el angosto lugar. Tras comprobar que las capas de roca no contenían ningún elemento mineral que pudiera impedir la comunicación, comencé el descenso. A los pocos metros confirmé que se trataba de la grieta en cuestión. Había un saliente que se había roto recientemente. Activé el casco y con un simple escaneo de la fractura de la roca, comprobé que había sido provocada por el impacto de un objeto, caído desde el borde. En el resto del descenso descubrí más golpes y desprendimientos. Sin duda, el Guardián en cuestión, fue rebotando en las paredes. Los golpes le frenaron y evitaron que se matara al chocar con el fondo. Aún así, el impacto fue brutal, sobre el blanco y húmedo fondo. Su pierna se fracturó al golpear con una estalagmita que se elevaba medio metro del suelo. Si se hubiera golpeado en el tronco, la muerte habría sido instantánea. Di permiso a Teguin para que descendiera e investigara los puntos de impacto. Durante el descenso, los análisis en los lugares de choque habían dado negativo, respecto a algo orgánico. Pero la concentración de O2 era muy elevada ahí dentro. Mientras, yo me centraba en la estalagmita. En quince minutos, Teguin estuvo conmigo.

—Parece rota.

—Fue lo que le rompió la pierna. No hay vida en ella.

—Parece calcárea.

—Lo es.

—Y porosa. No debería serlo —dijo mirándome muy serio.

Cogí una flecha de mi espalda y, con un golpe seco, desprendí un trozo de la punta, que empezó a rezumar un líquido lechoso como el que inundaba el suelo, formando pequeños charcos.

—Comprueba si estamos contaminados.

Mientras lo hacía, lo descubrí. En el líquido que rezumaba la estalagmita había vida. El biodetector rastreaba movimiento aleatorio.

—No estamos contaminados. Yo…

—Pásame el bote bioaislante.

Con sumo cuidado de no tocarlo recogí un poco del líquido. Tras cerrarlo, utilicé mi pistola láser, a mínima potencia, para esterilizar la zona exterior que había entrado en contacto con «la sopa». Sonreí triunfante e hice un gesto para que saliéramos. No había subido medio metro cuando Teguin, que hacía lo propio a mi lado, resbaló, cayendo de bruces sobre el líquido recién derramado. Se incorporó rápidamente con los ojos desorbitados.

—¿Te has hecho daño?

—N-no.

—No te muevas mientras cotejo mi OB con el tuyo.

Tras unos interminables segundos el resultado dio negativo, a pesar de estar rebozado en la sopa bioorgánica, que todavía estaba activa, o mejor dicho viva, aunque sus niveles iban descendiendo. En menos de una hora no habría nada vivo en la sopa.

Volvimos rápidamente a Tita y comencé los análisis.

Informe del micro crucero Tita:

Aunque no estábamos contaminados, ordené a Tor y Dresi que se aislaran de nosotros, activando un escudo interior, en la cabina de pilotaje. Cuando introdujimos la sopa en el bioanalizador, no podía creer lo que estaba viendo. Un sistema autónomo multicelular de base calcárea. Una vez vistas sus secreciones fue muy sencillo descubrir qué es lo que ocurría. Obviamente el sistema multicelular no podía penetrar en nuestro organismo, a no ser que, por ejemplo, una fractura le permitiera introducirse en nuestro torrente sanguíneo. Allí, dadas sus extrañas cualidades calcáreas, el Traje intentaba expulsarlo por las toberas pero en cuanto penetraban en ellas, se adherían y comenzaban a reproducirse obturándolas, no permitiendo la expulsión de los distintos metales. Al no ser expulsados se distribuían por el Traje. Utilizaba el propio calcio del torrente sanguíneo para su reproducción. Su propia semifusión no permitía que fuera detectado. Cuando un Guardián tocaba a otro, se lo trasmitía, ya que al proceder de otro Guardián, el Traje no reaccionaba defensivamente. La enfermedad se manifestaba, con una pérdida de consciencia y una progresiva y constante disminución de la temperatura. No hizo falta más que relacionar que la temperatura media era de cuarenta y cinco grados en el exterior y de tan sólo treinta en el fondo de las grietas, para comprender que si elevábamos la temperatura de los enfermos, el parásito moriría. Tras el éxito de la prueba con Crabos, se practicó en el resto de enfermos que se recuperaron rápidamente. Los restos calcáreos fueron absorbidos por el Traje y convertidos en energía. Cuando tuvimos la absoluta certeza de que la enfermedad había remitido totalmente, el Príncipe ordenó nuestro regreso, pero dejó un equipo médico para la investigación del organismo multicelular.

Murió todo el destacamento originario.

Fin del segundo informe.