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Núcleo Tensor

1 de noviembre, 5.10 h

—No es una mala manera de morir —dijo Drake, mientras manejaba el controlador—. Apenas sentirás nada.

Eric yacía en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared del laboratorio Omicron, junto a la puerta de la sala del generador, aturdido por la paliza que Drake le había propinado.

Este sostenía la pistola ante su cara, haciendo oscilar el láser.

Notaba que un «bot» le había hecho un corte en la frente. La sangre manaba de la herida y se le metía en los ojos. Vio puntitos bailando ante él; las turbinas zumbaban como mosquitos.

Según parecía, Drake podía controlarlos con su mando, porque de repente todos volaron hacia su rostro. Notó cómo aterrizaban en sus mejillas y en su cuello, explorándole los párpados. Un «bot» trepó por su camisa. Podía sentirlo y oír el zumbido de su motor.

—¿Ves como no me prestan la menor atención? —Drake manejó el controlador—. Eso es porque yo tengo el mando. —Empujó una palanca y un «bot» se encaramó a la mejilla de Eric, deteniéndose junto a su ojo—. Puedo hacer que penetren por todos los orificios de tu cuerpo.

—¿Por qué me haces esto?

—Investigación, Eric.

Sintió un pinchazo en la comisura del ojo. El «bot» había clavado las cuchillas y estaba abriendo un agujero. Metió la cabeza y la agitó de un lado a otro, cortando los tejidos cutáneos con sus tijeras afiladas. Una gota de sangre corrió por la mejilla de Eric.

Los coches de la policía cerraron los accesos al polígono industrial y montaron un perímetro de seguridad alrededor de Nanigen. Las furgonetas se colocaron en posición, y el equipo de rescate de rehenes se desplegó. El destello de las luces se reflejaba en las paredes metálicas del edificio.

Dan Watanabe esperaba detrás de uno de los vehículos, sin apartar los ojos de la entrada principal. Había pasado el mando a la unidad de los SWAT, de modo que carecía de autoridad operativa; no obstante, quería que su comandante, Kevin Hope, le prestara atención.

—¿Dónde está Dorothy? —preguntó.

—De camino —repuso Hope.

—¿Y qué hay de la unidad de descontaminación?

En respuesta, un camión amarillo entró en el perímetro y se detuvo con un chirrido. Un grupo de miembros del cuerpo de bomberos se apeó, vestidos con trajes protectores amarillos de Tyvek, y empezaron a montar un centro de descontaminación, con su tienda y su zona de limpieza para las víctimas.

—¿Qué hay en ese edificio? ¿Un virus? —preguntó Hope.

Había recibido la llamada de aviso hacía menos de veinte minutos y no sabía con qué se enfrentaba.

—No es un virus, son «bots».

—Repite eso.

—«Bots». Pequeños robots. Muerden.

El comandante de los SWAT lo miró como si estuviera loco.

—No me dirás que vamos a tener un tiroteo con robots, ¿verdad?

—Lo cierto es que no podemos abatirlos.

—¿Hay rehenes?

—No que sepamos, aunque no descarto nada.

Alguien entregó a Watanabe un chaleco antibalas y una radio multicanal. El policía conectó el aparato y se volvió hacia Hope.

—¿Quieres hacer tú esta llamada?

El oficial le sonrió maliciosamente.

—Tú has pedido este despliegue. Ocúpate tú.

Watanabe se encogió de hombros y sacó un papel donde tenía anotado un número de teléfono. Lo marcó.

Eric notaba cómo una docena de «bots» se introducían en su piel, pinchándolo a medida que perforaban mientras Drake seguía apuntándole con la pistola. Se preguntó qué sería mejor, si obligar a que Drake le pegara un tiro o esperar unos minutos a que los «bots» le desgarraran las arterias.

Justo en ese momento algo zumbó en la chaqueta de Drake. Este sacó un teléfono y leyó en la pantalla «Llamada anónima». Decidió que era mejor contestar y respiró hondo.

—¿Diga?

—¿Vincent Drake?

—¿Quién llama?

—Dan Watanabe, señor, de la policía de Honolulu. ¿Hay alguien más con usted en el edificio?

—¡Por Dios, Dan, estoy solo! Me he quedado a trabajar hasta tarde. ¿Se puede saber de qué va todo esto?

—Señor, tenemos el edificio rodeado. Haga el favor de salir con las manos en alto. Le garantizo que no le pasará nada.

—Oiga, Dan, debe de tratarse de un error. No se preocupe, solo concédame un momento.

—Señor, es necesario que salga inmediatamente.

—Desde luego, ahora mismo.

Drake apagó el móvil y se acercó a Eric con el rostro contraído de furia.

—¡Has ido a la policía!

Eric negó con la cabeza. Estaba perdiendo mucha sangre.

Las manchas se extendían por su camisa y notaba el líquido caliente cayéndole por el cuello.

Drake se inclinó sobre él, lo cogió y lo obligó a ponerse en pie.

—Eres igual que tu maldito hermano. ¡Siempre metiendo las narices donde no debes! —Estaban cara a cara—. ¡Vaya! —exclamó tocándole la mejilla—, creo que tienes uno en el ojo.

«Hazte con el mando».

Eric tenía la mano en el picaporte de la puerta, justo detrás de él. Lo giró. La puerta se abrió bruscamente y Eric cayó de espaldas en la sala del generador, con Drake encima de él. Aprovechó el efecto sorpresa para alargar la mano y cerrar los dedos alrededor del mando, quitándoselo a Drake mientras caían.

Este soltó un juramento, cayó de bruces en la sala y disparó. Eric notó el impacto en la pierna, cómo la bala la atravesaba y le rompía algo al pasar, seguramente el fémur. Curiosamente, no sintió dolor alguno. Se hallaba en estado de shock. Sin embargo tenía el mando, y eso era lo importante.

Sabía lo que debía hacer con él. Lo golpeó contra el suelo, una y otra vez, hasta que notó que se hacía añicos. A partir de ese momento nadie podría controlar los «bots». Ni siquiera Drake.

Entonces, para su sorpresa, vio la pistola tirada en el suelo, ante él, y a Drake que se ponía en pie. Se le había caído el arma.

Ambos se lanzaron a por ella a la vez.

Karen y Rick vieron que la puerta se abría de golpe y que dos gigantescas figuras caían en la sala. Sonó un disparo y la onda expansiva los hizo trastabillar. Momentos después, los dos hombres dieron contra el suelo con tanta fuerza que el impacto los levantó en el aire. Una gota de sangre estalló en múltiples gotas diminutas. Karen y Rick se pusieron en pie y siguieron corriendo hacia el círculo blanco.

Uno de los hombres —vieron que se trataba de Eric— rodó a un lado. Tenía en la mano el mando que controlaba los «bots» y lo golpeó repetidas veces contra el suelo. El dispositivo se hizo añicos; las piezas salieron despedidas en todas direcciones. Una de ellas derribó a Karen. La joven vio que una pistola caía y se deslizaba por el suelo hacia ella. Tuvo la certeza de que iba a aplastarla. Se apartó como pudo mientras los dos hombres se lanzaban a por el arma. Segundos después Eric empuñaba la pistola y apuntaba a Drake, que yacía de espaldas.

Eric estaba en el suelo junto a Drake. Se incorporó, con la sangre goteando por su pierna, y apuntó a Vince.

—Si te mueves, te dispararé a la cabeza.

—Espera, Eric —imploró Drake—. Podemos salir de aquí vivos. Juntos.

—Eso no ocurrirá. Mataste a mi hermano pequeño. —Su dedo se tensó sobre el gatillo.

—Pero, Eric, estás equivocado. Hice todo lo posible para salvarlo.

—Estás loco.

Rick y Karen llegaron al círculo. Podían oír el zumbido de las turbinas de los robots a su alrededor y habían perdido de vista lo que estaban haciendo los humanos grandes. En el centro del círculo había una tapadera con un tirador empotrado. Lo cogieron al mismo tiempo.

Rick se arrodilló y tiró de él.

No pasó nada.

La tapa parecía atascada. Varios «bots» habían convergido hacia ellos y volaban agresivamente por encima de sus cabezas.

Uno de ellos se lanzó contra Karen y la atacó con sus cuchillas.

Ella se defendió con el machete y lo mandó por los aires con un golpe de la hoja.

—¡Pongámonos espalda contra espalda! —gritó a Rick, blandiendo en alto el arma.

Rick se levantó y se puso tras ella, desenvainando el machete. Los «bots» los rodearon y empezaron a lanzarse contra ellos, haciendo sonar sus tijeras. Rick asestó un machetazo a uno de ellos y lo dejó ciego, arrancándole los ojos. El «bot» dio contra el suelo y reanudó el vuelo, erráticamente.

Siguieron derribándolos entre los dos, pero los «bots» no tenían miedo ni instinto de conservación.

—¡Abre esa maldita tapa! —le ordenó Karen—. ¡Yo te cubriré!

Rick se agachó y tiró de nuevo de la manija mientras Karen se situaba sobre él, asestando machetazos a diestro y siniestro.

La trampilla no se abría. Intentó introducir la hoja del machete en la rendija para hacer palanca, pero era demasiado estrecha. Golpeó el tirador con el mango, y al ver que no servía de nada intentó cortarlo. La hoja rebotó contra la superficie de plástico.

—¡No consigo abrirla!

—¡Date prisa, Rick! ¡Ay! —gritó Karen cuando un «bot» le clavó las cuchillas—. ¡Inténtalo de nuevo!

Rick agarró la manija con ambas manos y tiró de ella hasta que creyó que la espalda se le rompería. Funcionó. Bajo la trampilla había un botón rojo.

Saltó sobre él con ambos pies.

El suelo se estremeció y el hexágono empezó a descender hasta que se encontraron en el interior de una cámara hexagonal. Uno de los «bots» había entrado con ellos y parecía confundido. Rick lo derribó con su machete, aprovechando que chocaba constantemente contra las paredes de la cámara.

Las luces cambiaron de color y oyeron un zumbido. Rick se sintió invadido por una extraña sensación, como si flotara en el espacio junto a Karen y el «bot», dando vueltas y más vueltas en un baile enloquecido.

El generador del Núcleo Tensor se puso en marcha. Los campos se cruzaron y entrecruzaron formando bucles coloidales hasta que el hexágono ascendió y se detuvo, dejando a la altura del suelo a Karen y a Rick junto con un «bot» ampliado a tamaño natural. Ellos dos habían recobrado sus proporciones normales, pero el «bot» era tan grande como una nevera.

Eric yacía en el suelo, sangrando profusamente por la herida de la pierna y por los cortes producidos por los «bots», pero seguía consciente y apuntando con la pistola a Drake, que se arrastraba por el suelo hacia él, con el miedo dibujado en el rostro.

—Coge a Eric —le dijo Rick a Karen.

Entre los dos lo levantaron por los hombros y empezaron a arrastrarlo fuera de la sala. La pistola resbaló de los dedos de Eric y cayó al suelo. Drake se puso en pie de un salto y cometió un error: en lugar de correr hacia la puerta, corrió hacia el arma.

Rick y Karen aprovecharon esa fracción de segundo para salir de la sala del generador y cerrar la puerta con llave.

Drake se quedó en el interior de la sala con cientos de diminutos «bots» y con otro «bot» gigante por toda compañía.

Este yacía en el suelo, girando sus ojos facetados y moviendo el cuello articulado. Las turbinas giraban a toda potencia, pero no tenían fuerza suficiente para elevarlo. Se había vuelto demasiado pesado para volar.

Drake lo miró y se levantó con la pistola en la mano. A través del cristal blindado, Rick y Karen vieron cómo recogía el mando a distancia destrozado y lo arrojaba lejos con un gesto de enfado.

Drake dijo algo. Sus labios se movieron silenciosamente al otro lado de la ventana blindada. «Dejadme salir».

Rick negó con la cabeza.

Drake disparó contra la ventana. La bala agrietó el vidrio, pero este no se rompió. Drake se acercó. «Por favor, lo siento mucho». Una gota de sangre brotó en la punta de su nariz. Retrocedió unos pasos y miró a su alrededor con expresión enloquecida. Apartó de un manotazo un «bot» que daba vueltas alrededor de su cabeza. Lanzó una maldición y blandió la pistola en alto, haciendo bailar el rayo láser por toda la sala.

Atrapó un «bot» en el haz de luz y disparó. Siguió disparando a los «bots» hasta que todo se llenó de humo de cordita.

Entonces se detuvo y sacó el móvil del bolsillo. El aparato sonaba de nuevo.

—Hola, teniente. ¿Sería tan amable de venir por mí? Se lo explicaré todo, naturalmente. En estos momentos estoy encerrado en la sala del generador y tengo problemas. Sí, la sala del generador, en el centro del edificio. ¿«Bots»? No hay «bots» aquí. Esto es perfectamente seguro…

El teléfono se le escapó de los dedos ensangrentados y cayó al suelo ruidosamente. Una hemorragia nasal le manchaba la camisa.

Drake tosió, escupiendo un roción de sangre. Dio un par de pasos vacilantes y se apoyó en la ventana, mirando a Rick y a Karen.

—¡Os mataré! ¡Lo juro!

Tenía los ojos desorbitados. Una gota de sangre brotó de la comisura de uno de ellos. Un «bot» apareció en su ojo y dejó una huella de sangre a medida que avanzaba por él. Drake se llevó la mano al ojo.

—¡Fuera de aquí! —gritó.

Cuando la retiró, la tenía llena de sangre.

Aulló.

Entonces se puso la pistola en la sien y disparó.

No ocurrió nada: había vaciado el cargador contra los «bots».

A su espalda, el «bot» gigante había vuelto los ojos hacia él y se acercaba, arrastrándose con sus brazos articulados. Agitó su largo cuello y lo lanzó hacia delante. Las afiladas cuchillas atravesaron a Drake por la parte baja de la espalda y surgieron por la cavidad torácica, reventándole el pecho. El «bot» lo alzó en el aire, dio un latigazo con el cuello y arrojó el cuerpo sin vida de Drake al otro extremo de la sala.

Rick y Karen se volvieron hacia Eric. Rick le hizo un torniquete en la pierna con la manga de su camiseta. Luego lo cogió por las axilas y empezó a arrastrarlo por el laboratorio. Eric apenas estaba consciente y había perdido mucha sangre. Entonces oyeron el ominoso zumbido de los «bots». Unos cuantos los habían seguido fuera del núcleo. Karen notó un pinchazo en el cuello y apartó el artefacto de un manotazo. Su mano quedó manchada de sangre.

—¡El laboratorio está contaminado! ¡Larguémonos, Rick!

Sin pensarlo, agarró a Eric con una sola mano para echárselo a los hombros, como había hecho en el micromundo con Rick, pero no tenía fuerza suficiente. Aparentemente, sus poderes se habían desvanecido.

Entre los dos consiguieron arrastrar a Eric hasta el pasillo, y allí se toparon con un par de agentes que corrían pistola en mano con sus chalecos antibalas. Tras ellos iba un barrigudo policía de paisano. También llevaba un chaleco, pero saltaba a la vista que no era un miembro de los SWAT.

—¡Atrás! —les gritó Rick—. ¡Está lleno de «bots»!

—Lo sé —repuso el detective, sin alterarse—. ¿Hay alguien más en el edificio? —preguntó a Rick.

—Drake, pero está muerto.

—Está bien, sáquenlos de aquí —ordenó Watanabe, dirigiéndose a los SWAT.

Dos agentes escoltaron hasta el exterior a Rick y a Karen, mientras que otros dos cargaban con Eric, que estaba inconsciente.

Watanabe fue el último en salir. A la luz del amanecer todos vieron que tenía un corte en la frente. Los «bots» lo habían localizado.

—¿Dónde está Dorothy? —preguntó.

La forense se apeó de su Toyota y se acercó.

—¿Has traído tus imanes?

—Pues claro —repuso, y le mostró el potente electroimán que había cogido en el laboratorio de la policía.

—¡Muy bien! ¡Todos a descontaminación! —ordenó Watanabe, quitándose el chaleco—. ¡Tanto los heridos como los agentes! ¡Dorothy os limpiará y os dejará como nuevos!

Un equipo de paramédicos llevo a Eric a la tienda de descontaminación y después lo metieron en un helicóptero ambulancia.

Cuando todos hubieron pasado por las manos de Dorothy, Watanabe entró y dejó que la forense lo dejara limpio de «bots».