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Refugio de Rourke

1 de noviembre, 1.00 h

Karen y Rick estaban arrebujados en el interior del imán, esperando que la noche pasara.

—Somos los últimos —le dijo Karen.

Él sonrió débilmente.

—La verdad es que no esperaba que acabáramos juntos, tú y yo.

—¿Y qué esperabas?

—Creía que tú sobrevivirías, y que yo no.

Se hizo un breve silencio, hasta que Karen le preguntó:

—¿Cómo te encuentras ahora?

—Perfectamente —mintió Rick. Tenía el rostro surcado por moretones y le dolían las articulaciones.

Mientras lo miraba, Karen se preguntó qué aspecto tendría ella. «Debe de parecer que un camión me haya pasado por encima», pensó.

—Tienes que meterte en el generador, Rick —le dijo.

Él la miró a los ojos, bajo el resplandor de la chimenea.

—Y tú también.

—Escucha, Rick… —Se preguntó cuál sería la mejor manera de decirle lo que había decidido, y finalmente optó por no andarse con rodeos—. He decidido que no voy a volver.

—¿Qué?

—Estaré bien, de verdad.

—No te entiendo.

—Es sencillo, no voy a volar hasta Nanigen. Prefiero jugármela aquí.

Estaban sentados hombro con hombro, envueltos con mantas, contemplando el fuego que agonizaba. Karen notó que Rick se ponía tenso.

—¿De qué estás hablando? —preguntó él, dándose la vuelta para mirarla.

—No hay nada que me haga desear volver, Rick. En Cambridge me sentía muy desdichada, pero no me daba cuenta. En cambio, aquí he sido más feliz que en toda mi vida. Es peligroso, lo sé; pero se trata de un mundo nuevo que solo espera ser explorado…

Rick notó un repentino peso oprimiéndole el pecho y no supo si era debido a las microhemorragias o a sus sentimientos.

—Pero ¿qué…? ¡No me dirás que te has enamorado de Rourke o algo así!

Karen se echó a reír.

—¿De Rourke? ¡Pero qué dices! No estoy enamorada de nadie. Es más, aquí no tengo que estar enamorada de nadie. Aquí puedo estar sola y ser libre, puedo dedicarme a estudiar la naturaleza, dar nombres a cosas que no lo tienen.

—¡Karen, por el amor de Dios!

—¿Podrás volar a Nanigen tú solo? —preguntó al cabo de un rato—. Es posible que Rourke acceda a acompañarte.

—No puedes hacerme esto —contestó Rick.

Las llamas chisporrotearon. Sintió que el desengaño le retorcía el estómago como un puño. Intentó hacer caso omiso de aquella sensación. La miró y vio cómo el fuego se reflejaba en sus oscuros cabellos, pero no pudo apartar la mirada del moretón de su cuello. Aquella contusión le preocupaba.

¿Se la había hecho él cuando la había agarrado por el cuello?

Pensar que había intentado hacerle daño le resultaba insoportable.

—Karen, yo…

—¿Qué?

—Por favor, no te quedes aquí. Podrías morir.

Ella le cogió la mano, le dio un breve apretón y la soltó.

—No lo hagas —insistió Rick.

—Procuraré no correr riesgos.

—Eso no es suficiente para mí.

Karen lo miró fijamente.

—La decisión me corresponde a mí.

—Pero a mí también me afecta.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo es eso?

—Porque la verdad es que te quiero.

La oyó contener el aliento. Karen agachó la cabeza, dejando que el cabello le cubriera el rostro de modo que él no pudiera ver su expresión.

—Escucha, Rick… —empezó a decir.

—No puedo evitarlo, Karen —interrumpió él—. De alguna manera, durante estos días me he enamorado de ti. No sé cómo ha ocurrido, pero ha ocurrido. Cuando aquel pájaro te engulló, creí que habías muerto; en ese momento habría dado mi vida a cambio de poder salvarte. Y ni siquiera sabía que te amaba. Luego, cuando conseguí que el pájaro te regurgitara y vi que no respirabas, me asusté tanto que… Creí que no soportaría perderte.

—Rick, por favor… Ahora no.

—Muy bien, entonces ¿por qué me salvaste?

—Porque tenía que hacerlo —repuso Karen con voz ahogada.

—No, lo hiciste porque tú también me quieres —insistió Rick.

—Escucha, quítatelo de la cabeza, ¿vale?

Rick pensó que había ido demasiado lejos. Seguramente ella no lo amaba. Lo más probable era que ni siquiera le gustase. Lo que debía hacer era cerrar la boca. Pero no podía.

—Me quedaré contigo, sufriremos juntos las microhemorragias y las superaremos, igual que hemos superado todo lo anterior.

—Rick, no soy una persona a la que le guste la compañía. Suelo estar sola.

La estrechó entre sus brazos, notando su cuerpo tembloroso, y le cogió la cara, obligándola suavemente a mirarlo.

—No estás sola —le dijo.

Inclinó la cabeza y la besó. Karen no intentó impedírselo y, de repente, se vio devolviéndole el beso y abrazándolo. Fue entonces cuando él se dio cuenta de hasta qué punto le dolía todo. Sentía un dolor difuso que parecía extenderse por todas partes, igual que un líquido derramado. Se preguntó si estaría sufriendo una hemorragia interna. Karen dio un respingo y Rick se preguntó si a ella le estaba ocurriendo lo mismo.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó.

Ella lo apartó.

—No te quedes —le dijo.

—¿Por qué? Dame una razón.

—No te quiero. No puedo querer a nadie.

—Karen…

Se interrumpieron porque las luces del techo se apagaron y el cuarto quedó sumido en la penumbra, rota únicamente por la luz de la chimenea. Al instante percibieron un fuerte olor.

Olía a gasolinera. Cada vez con más intensidad.

Rourke llegó gritando.

—¡Gasolina! ¡Salid!