34

Nanigen

31 de octubre, 10.20 h

Drake se había adueñado de la sala de comunicaciones y en esos momentos estaba mirando fijamente la pantalla del sistema de rastreo que le había mandado las señales del hexápodo.

Estaba perplejo. El icono en forma de punto de mira que indicaba la posición del andador en lo alto de la ladera había descendido bruscamente ciento cincuenta metros. Al principio, creyó que se trataba de un error del sistema; pensó que el emisor de señales se había estropeado. Sin embargo, siguió insistiendo, enviando y recibiendo señales que indicaban que el vehículo había dejado de moverse. Esperó un poco más, hasta que se convenció.

Entonces se permitió una leve sonrisa. Sí, estaba claro que el maldito andador se había despeñado. No podía ser otra cosa.

Aquellos infelices habían cometido un error. El hexápodo había perdido pie y en esos momentos no se movía.

Sabía perfectamente que el cuerpo de un microhumano era capaz de salir ileso de cualquier caída, aunque fuese desde una gran altura; sin embargo, que el vehículo no se moviera significaba que estaba dañado, que podía haberse roto.

De ser así, el pánico se habría apoderado de los supervivientes. Ya no podían ascender hasta la cima del Tántalo y las microhemorragias no tardarían en presentarse. Llamó a Makele por teléfono.

—¿Estás en el Tántalo?

—Sí. No he hecho nada. No ha hecho falta. Está…

—Bueno, no creo que lleguen. Esos infelices han dado un mal paso.