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Chinatown, Honolulu

30 de octubre, 11.30 h

El teniente Dan Watanabe se hallaba sentado en un restaurante del centro de Honolulu llamado Deluxe Plate, con un maki de Spam[6]. El maki era una bola de arroz envuelta en un alga con un trozo de Spam en el centro. Lo engulló entero, y el arroz, el alga y la carne de cerdo se mezclaron en su boca para ofrecerle una combinación de sabores que solo se podía encontrar en Hawai.

Lo degustó, masticándolo lentamente. Durante la Segunda Guerra Mundial llegaron a aquellas islas toneladas de Spam para alimentar a las tropas. Los soldados estadounidenses libraron la guerra del Pacífico alimentándose de Spam. Aquellas latas y la bomba atómica hicieron posible la victoria, pero el pueblo hawaiano también había desarrollado un gusto por aquel tipo de conserva que se mantenía hasta la fecha. Dan Watanabe estaba convencido de que el Spam alimentaba su cerebro y creía que podía ayudarlo a reflexionar con más claridad cuando se enfrentaba a alguno de sus casos.

En esos momentos estaba pensando en el ejecutivo de Nanigen que había desaparecido. Aparentemente, aquel hombre, Eric Jansen, se había ahogado cerca del cabo Makapu’u tras saltar de su barco averiado. Sin embargo, no habían encontrado su cuerpo. Los tiburones abundaban en el canal de Molokai, las aguas que separaban la isla del mismo nombre del cabo Makapu’u, de manera que era probable que hubieran devorado el cuerpo; pero los restos tendrían que haber aparecido en los alrededores de Koko Head, ya que los vientos y las corrientes iban en esa dirección. Aun así, no había rastro de él. Poco después, su hermano, Peter Jansen, había llegado a Hawai.

Y Peter también había desaparecido.

La policía de Honolulu había recibido una llamada de Donald Makele, el director de seguridad de Nanigen, en la que informaba de que siete estudiantes de Massachusetts habían desaparecido junto con la directora financiera de la compañía, una tal Alyson Bender. Uno de esos estudiantes era Peter Jansen. Todos ellos habían salido por la noche y nadie había vuelto a verlos.

El Departamento de Personas Desaparecidas de la policía de Honolulu había atendido la llamada de Makele. Se había redactado el informe preceptivo y lo habían colgado en el boletín que circulaba todas las mañanas por los distintos departamentos. Watanabe lo había visto en la sección de «Asuntos destacados». Así pues, en esos momentos había dos ejecutivos de Nanigen desaparecidos —Eric Jansen y Alyson Bender—, más siete estudiantes.

Nueve personas relacionadas con la misma empresa a las que nadie había vuelto a ver.

Ciertamente, en Hawai esos casos eran frecuentes, sobre todo entre los jóvenes. Las olas podían ser muy peligrosas, y también los había que se emborrachaban o se ponían morados de hierba puna hasta el punto de olvidar cómo se llamaban; eso sin contar con los que tomaban un vuelo a Kauai y se iban de excursión por la costa de Na Pali sin avisar a nadie. Aun así, nueve personas de distintos lugares, todas relacionadas por un motivo u otro con Nanigen y todas desaparecidas… Parecía demasiada coincidencia.

Watanabe tomó un sorbo de café y se comió el último maki. Tenía un mal presentimiento y también sentía cierta curiosidad profesional. Casi podía percibirlo. Era el olor de un crimen sin resolver.

—¿Más café? —le preguntó Misty, la camarera, con la cafetera en la mano.

—Sí, gracias. —Era un café Kona, cargado, ideal para tener una tarde activa.

—¿Postre, Dan? Tenemos un pastel…

—No, gracias, Misty —repuso Watanabe, dándose una palmada en la barriga—. Ye he tenido suficiente con mi ración de Spam.

La camarera dejó la cuenta sobre la mesa y él se quedó mirando por la ventana. Una anciana china pasó ante el restaurante empujando un carrito con la compra, que incluía un pescado envuelto en papel de periódico, cuya cola asomaba fuera.

La sombra de una nube cruzó la calle, oscureciendo un instante a los transeúntes. El sol volvió a salir un momento, antes de que otra nube lo ocultara de nuevo. Como de costumbre, los alisios jugaban con los cielos de Oahu. Lluvia y sol se alternaban constantemente. No era nada raro mirar hacia las montañas y ver un arco iris.

Se puso las gafas y caminó hacia la comisaría, tomándose su tiempo y pasándose la lengua por los dientes para eliminar un resto de Spam. Cuando llegó, ya había tomado una decisión.

Abriría una investigación sobre Nanigen.

Y lo haría discretamente.

El asunto era delicado. Se trataba de una empresa importante que movía mucho dinero; además, su consejero delegado era una persona destacada y podía tener contactos políticos. El asunto de Nanigen le robaría tiempo a su investigación sobre el extraño caso de aquellas tres personas que habían sido halladas muertas con numerosos cortes, el abogado Willy Fong, el detective privado Marcos Rodríguez y el asiático sin identificar.

«El lío de Fong», como solía llamarlo, tendría que esperar un poco. Además, no se podía decir que hubiera adelantado mucho con el caso.

Decidió pasar un momento por el despacho de su jefe, Marty Kalama.

—Me gustaría echar un vistazo a esas desapariciones de Nanigen —le dijo.

—¿Por qué? —preguntó Kalama, sorprendido.

Watanabe sabía que su jefe no cuestionaba sus métodos y que solo deseaba saber lo que le rondaba por la cabeza, conocer sus pensamientos.

—Primero, esperaré un poco, por si esa gente reaparece. Si no lo hace, organizaré un equipo; pero, por el momento, me gustaría husmear algo por mi cuenta.

—¿Sospechas algún tipo de conducta delictiva?

—Seguramente mis sospechas son infundadas, pero las piezas no encajan.

—De acuerdo —respondió Kalama—. Explícate.

—En primer lugar, lo de Peter Jansen. Cuando le enseñé el vídeo, me pareció que reconocía a una mujer que fue testigo del accidente; pero luego reaccionó como si la encubriera, porque me dijo que no sabía quién era. Creo que mentía. Después envié a un par de agentes de visita a Nanigen, para recabar información acerca de Eric Jansen, el ejecutivo presuntamente ahogado. Mis hombres hablaron con el consejero delegado un tal Drake, que se mostró de lo más correcto. Sin embargo, mis hombres me dijeron que ahí pasaba algo y que el tipo parecía visiblemente nervioso cuando no tenía motivo para ello.

—Bueno, puede que ese tal…

—Drake.

—Puede que estuviera preocupado por la desaparición de su ejecutivo.

—Más bien parecía como si tuviera un fiambre en el maletero de su coche —repuso Watanabe.

Kalama lo miró con aire ceñudo.

—Muy bien, Dan, pero no me estás hablando de pruebas.

Watanabe se dio una palmada en la barriga.

—Son las tripas, jefe. Me lo dice mi Spam.

Kalama asintió.

—Está bien, pero ten cuidado.

—¿Con qué?

—Sabes a qué se dedica Nanigen, ¿verdad?

Watanabe sonrió para disimular. Lo cierto era que todavía no se había enterado de cuál era la actividad de la empresa.

—Fabrican robots —prosiguió Kalama—, robots muy pequeños.

—Vale, ¿y…?

—Pues que una empresa así es posible que tenga contactos en las esferas más altas, y eso significa problemas.

—¿Sabes algo de Nanigen? —preguntó Watanabe.

—No sé una mierda, los polis nunca saben una mierda, ¿no?

—No te preocupes, te mantendré fuera del asunto —dijo Watanabe, sonriendo.

—Desde luego que sí —espetó Kalama—. Y ahora lárgate.

Se quitó las gafas y las limpió mientras observaba cómo su subordinado salía del despacho. Era uno de sus mejores detectives, listo y discreto. Esos eran los que creaban mayores problemas. Y la verdad es que Kalama disfrutaba con los problemas.