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Sede central de Nanigen

29 de octubre, 16.00 h

Vin Drake se hallaba de pie, tras la ventana que miraba a la sala del Núcleo Tensor. El cristal era a prueba de balas y otorgaba a la estancia el aspecto de una pecera. En el interior, los hexágonos formaban un suelo liso y homogéneo bajo el cual se escondían los inducidos para el cambio dimensional. Dos hombres paseaban por la sala: Telius y Johnstone.

Se estaban equipando. Se habían colocado las distintas piezas de su armadura de Kevlar que les protegía los brazos, el torso y las piernas. Las protecciones eran lo bastante recias para resistir la mordedura de las mandíbulas de una hormiga soldado. Cada uno de ellos llevaba un rifle de gas de calibre 600.

El arma funcionaba con cartuchos presurizados y disparaba un dardo de acero impregnado con una toxina de amplio espectro.

Era de largo alcance y tenía un gran poder de impacto. El veneno resultaba igualmente eficaz contra pájaros, insectos o mamíferos. Era un arma diseñada especialmente para la protección de los humanos en el micromundo.

—Esperen un momento, voy por el hexápodo —dijo Drake.

Telius asintió sin levantar la mirada. Era un hombre parco en palabras.

Drake se acercó hasta una puerta con un rótulo donde se leía: ZONA RESTRINGIDA. Bajo él había un símbolo que tenía cierto parecido con el de «Peligro biológico», pero que sin embargo indicaba: ZONA DE PELIGRO MICRO.

Aunque no había nada que lo señalara, era la puerta que llevaba directamente de la sala del Núcleo Tensor al Proyecto Omicron.

Drake sacó un mando de control, un dispositivo que parecía el mando de un videojuego, y tecleó una clave. Aquello desconectó los «bots» del interior de Omicron y abrió los cierres de seguridad. Drake entró en una serie de pequeños laboratorios, desprovistos de ventanas, cada uno de los cuales contaba con su propio acceso al Núcleo Tensor. Aparte de unos pocos ingenieros de Nanigen, nadie estaba autorizado a entrar en Omicron. De hecho, casi ninguno de los empleados de Nanigen debía conocer siquiera la existencia de aquel proyecto.

Cada laboratorio disponía de su propio banco de trabajo. En algunos de ellos había distintos objetos envueltos en lienzos negros.

Aquellas telas los ocultaban. Fueran lo que fuesen, eran secretos y ni siquiera los técnicos con acceso a Omicron estaban autorizados a verlos.

Drake retiró la tela que cubría uno de ellos. Era un robot de seis patas que recordaba vagamente un cruce entre una de las sondas enviadas a Marte y un insecto. No era muy grande.

Tendría unos treinta centímetros de largo.

Drake llevó el robot a la sala del Núcleo Tensor y se lo entregó a Jonhstone.

—Aquí tiene su transporte. Las microbaterías de litio están totalmente cargadas.

—Estamos listos —contestó Johnstone, masticando algo.

—¡Maldita sea! ¿Qué tiene en la boca? —le espetó Drake.

—Una barrita energética, señor. Siempre me entra hambre cuando…

—Ya conoce las normas. Está prohibido comer en el Núcleo Tensor. Podría contaminar el generador.

—Lo siento, señor.

—No se preocupe. Tragúesela y ya está.

Drake le dio una palmada amistosa en el hombro. Un gesto amable de vez en cuando obraba milagros en los subordinados.

Telius depositó el robot de seis patas en el Hexágono 3.

A continuación, él y su compañero se situaron en el Hexágono 1 y el 2 respectivamente.

Drake entró en la sala de control para poner en marcha el generador. Había hecho salir a todos los técnicos. No quería que nadie lo viera alterando dimensionalmente a aquellos dos hombres y su equipo. Habría significado dejar cabos sueltos.

Programó el Hexágono 3 para que redujera el robot menos que a los humanos. Acababa de iniciar la secuencia cuando Don Makele entró en la sala de control.

Drake y el jefe de seguridad observaron cómo el generador se ponía en marcha con un zumbido, y la maquinaria enterrada en el subsuelo hacía descender los tres hexágonos.

Cuando el cambio dimensional se hubo completado, Drake introdujo a los dos hombres en una cápsula de transporte y metió el hexápodo en otra. A continuación, entregó ambas a Makele.

—Confiemos en que el rescate tenga éxito —le dijo.

—Sí —repuso Makele.

Ya era bastante peligroso que Peter Jansen y los demás se hubieran enterado de que había asesinado a Eric; pero, además, a Drake le preocupaba que Eric hubiera podido compartir con su hermano alguna información particularmente delicada acerca de sus actividades —actividades que en ningún caso debían salir a la luz— y que a su vez Peter hubiera podido comentarlas con sus compañeros. Si estas llegaban a saberse, acabarían con el negocio de Nanigen.

Al fin y al cabo, aquello era un negocio. No era nada personal, únicamente cuestión de lógica. Hacía lo que tenía que hacer para mantener el negocio en marcha. ¿Había intuido algo por Makele? Drake no estaba seguro de cuánto sabía o de qué pensaba su jefe de seguridad. Lo miró de soslayo.

—¿Cuántas acciones preferentes tienes de Nanigen? —le preguntó.

—Dos, señor.

—Pues te daré otras dos.

La expresión del jefe de seguridad permaneció inmutable.

—Gracias.

Con aquella breve conversación, Makele acababa de ganar dos millones de dólares. Drake estaba seguro de que mantendría la boca cerrada.