Sede central de Nanigen
29 de octubre, 10.00 h
El día era soleado en el centro de Oahu, y la vista desde la sala de reuniones de Nanigen abarcaba buena parte de la isla. Desde las ventanas se divisaban los campos de caña, la autopista Farrington, Pearl Harbor, donde los barcos flotaban como fantasmas grises, y las torres blancas de Honolulu. Más allá de la ciudad, una línea abrupta de picos dibujaba el horizonte con tonos verdes y azules. Eran las montañas Ko’olau, el Pali de Oahu. Las nubes empezaban a cubrirlas.
—Hoy lloverá en el Pali, como suele suceder —dijo Vin Drake, sin dirigirse a nadie en particular mientras pensaba que la lluvia resolvería el problema si es que no lo habían hecho ya las hormigas.
Naturalmente, si había habido supervivientes, cabía la posibilidad de que se hubieran refugiado en alguna de las tiendas de aprovisionamiento. Tomó nota mentalmente para no olvidarse de ese detalle.
Se apartó del ventanal y se sentó a la larga mesa de madera pulida, donde varias personas lo esperaban. Frente a él tenía a Don Makele, el jefe de seguridad. También estaban la ejecutiva de Nanigen encargada de las relaciones con los medios de comunicación, Linda Wellgroen, y su ayudante, así como miembros de otros departamentos.
En el extremo de la mesa, solo, se sentaba un individuo delgado con gafas de cristales sin montura. El doctor en medicina Edward Catel era el ejecutivo de enlace entre Nanigen y el Davros Consortium, el grupo de empresas farmacéuticas que financiaban la empresa. Davros había invertido mil millones de dólares en Nanigen, y Edward Catel vigilaba en nombre de los accionistas la utilidad que se daba a ese dinero.
—Siete posgraduados —dijo Drake—. Pensábamos contratarlos para que hicieran trabajos de campo en el micromundo. Han desaparecido junto con nuestra directora financiera, Alyson Bender.
—Puede que hayan ido a ver las olas en la costa norte —dijo Don Makele, el jefe de seguridad.
Drake miró su reloj.
—Puede, pero a estas horas ya deberíamos tener noticias suyas.
—Abriré un expediente de personal desaparecido —propuso Makele.
—Me parece bien —convino Drake.
Vincent Drake se preguntó cuánto tardaría la policía en descubrir el Bentley de la empresa con Alyson y los objetos personales de los estudiantes en su interior. El coche había caído a una cala, y no creía que la policía pudiera especular demasiado con el accidente. Los agentes de Hawai eran casi todos isleños —y se tomaban la vida con tranquilidad—, de manera que solían inclinarse por las explicaciones más sencillas, porque eso les facilitaba el papeleo. Aun así, no quería que las autoridades se interesaran demasiado, de modo que dio las instrucciones oportunas a Makele y al personal que se dedicaba a tratar con los medios.
—Actualmente, Nanigen no puede permitirse el lujo de convertirse en el centro de atención de los medios. La empresa se encuentra en un momento crítico de su expansión, así que necesitamos resolver de forma discreta los pequeños problemas que han surgido con el campo tensor, y en concreto el de las microhemorragias. —Se volvió hacia Linda Wellgroen, la ejecutiva encargada de los medios—. Tu trabajo será evitar cualquier publicidad sobre este incidente.
La mujer asintió.
—Entendido.
—Si la prensa pregunta —prosiguió Drake—, muéstrate tan cordial y colaboradora como quieras, pero no des ninguna información. Tu misión es ser mortalmente aburrida.
—Está en mi currículo —contestó Wellgroen con una sonrisa—. «Experiencia en la amortiguación del impacto comunicativo en contextos de crisis». Eso quiere decir que cuando hay problemas los medios me encuentran tan interesante como a una monja hablando del sexo de los ángeles.
—Esos chicos no se meterían en el campo tensor, ¿verdad? —preguntó Makele.
—Claro que no —contestó Drake tajante.
Wellgroen anotó algo en su libreta.
—¿Alguna idea de qué puede haberle ocurrido a la señorita Bender?
Drake adoptó una expresión ceñuda.
—Francamente, estos últimos días Alyson nos ha tenido preocupados. Parecía deprimida. Como saben, era la pareja de Eric Jansen, y cuando este desapareció en el mar… Bueno, digamos que Alyson tenía ciertas dificultades en gestionar sus emociones.
—¿Crees que puede haberse quitado la vida? —preguntó la ejecutiva.
Drake menó la cabeza.
—No lo sé, la verdad. —Se volvió hacia Makele—. Escucha, Don, creo que sería conveniente que advirtieras a la policía sobre el estado emocional de nuestra directora financiera.
La reunión finalizó y Wellgroen salió de la sala acompañada por los demás; pero, en el último momento, Drake hizo un gesto a Makele para que se quedara.
El jefe de seguridad dio media vuelta, y Drake cerró la puerta. Solo estaban ellos dos y el doctor Catel, que seguía sentado al extremo de la mesa y que no había abierto la boca en ningún momento.
Drake y Catel se conocían desde hacía años y habían ganado cuantiosas cantidades de dinero haciendo tratos juntos.
Drake pensaba que la mejor cualidad del representante de Davros era que carecía de emociones. Era médico, pero hacía mucho que no ejercía la profesión. Lo único que le interesaba era el dinero, los contratos y los beneficios. El doctor Catel era tan cálido como una granizada en invierno.
—La situación no es exactamente como se la he contado a Wellgroen —dijo Drake al cabo de un momento—. Esos chicos se metieron en el campo tensor y están en el micromundo.
—¿Qué pasó, señor? —preguntó Makele.
—Te lo diré, Don. Son espías industriales.
Catel habló por primera vez.
—¿Qué te hace pensar eso, Vin? —dijo con voz inexpresiva.
—Descubrí a Peter Jansen en la zona del Proyecto Omicron, y esa es una zona prohibida. Además, sujetaba un lápiz de memoria en la mano. Cuando me acerqué a él, tenía toda la pinta de que lo hubiese pillado con las manos en la masa. Tuve que agarrarlo y sacarlo a toda prisa de allí. Los «bots» podrían haberlo matado.
Catel alzó una ceja. Era una de esas personas que parecían tener un control total sobre sus músculos faciales.
—La zona Omicron no debe de ser muy segura si un simple estudiante puede acceder a ella.
Drake se sintió ofendido.
—Es una zona restringida, pero no podemos tener los «bots» activos continuamente, porque entonces nadie podría entrar. Soy yo quien debería preguntarte acerca de la seguridad, Ed. Tú le pagaste al profesor Ray Hough una buena cantidad de dinero para que nos permitiera contratar a esos siete estudiantes.
—No le pagué ni un centavo, Vin. Solo le di acciones de Nanigen, y por debajo de la mesa.
—¿Y qué? ¡Tú eres el responsable de la conducta de esos estudiantes, Ed! Tú arreglaste la situación en Cambridge para que pudiéramos traerlos.
—Y tú no has solucionado el problema de las microhemorragias —replicó Catel sin levantar el tono—. Tú los has enviado al micromundo con un considerable riesgo para sus vidas, ¿o acaso estoy haciendo conjeturas?
Drake hizo caso omiso de aquellas palabras y caminó arriba y abajo por la sala.
—El cabecilla es ese Peter Jansen —dijo, hablando rápidamente—. Es el hermano de nuestro difunto vicepresidente, Eric Jansen. Peter parece obsesionado por responsabilizar a Nanigen por la muerte de su hermano. Está buscando la forma de vengarse y para ello pretende robar nuestros secretos. Incluso es posible que pretenda vender nuestra tecnología.
—¿A quién? —preguntó Catel, bruscamente.
—¿Acaso importa?
La mirada del médico se endureció.
—Todo es importante.
Drake no pareció haberlo oído.
—También hay un técnico de Nanigen implicado en el espionaje. Un operador de la sala de control llamado Jarel Kinsky.
—¿Por qué crees eso?
Drake se encogió de hombros.
—Kinsky también ha desaparecido. Creo que se encuentra en el micromundo, en el jardín botánico de Waipaka, donde está haciendo de guía a los estudiantes. Creo que lo que intentan averiguar es cómo hacemos nuestras labores de campo y lo que hemos descubierto con ellas.
El doctor Catel se pellizcó el labio, pero no dijo más.
—¿Quiere que ponga en marcha un rescate? —preguntó Makele.
—Demasiado tarde —dijo Drake, tajante—. A estas alturas ya estarán muertos. —Lanzó una mirada fulminante a Makele—. Nanigen ha sido atacada estando tú al frente de la seguridad, Don. Según parece, no te enteraste de nada. ¿Puedes explicármelo?
Makele apretó los dientes. Llevaba una camisa hawaiana que le cubría la voluminosa barriga, pero sus musculosos brazos no tenían un gramo de grasa. Drake vio lo tensos que estaban. Don Makele era un ex oficial de inteligencia de los marines. Un desliz como aquel —un espía operando bajo sus mismísimas narices— constituía un error imperdonable.
—Le presento mi dimisión, señor —dijo a Drake—. Efectiva desde este mismo momento.
Drake sonrió y apoyó la mano en su hombro; notó su transpiración bajo la camisa floreada. Le complacía comprobar que unas pocas palabras, bien elegidas, lograban hacer sudar a un ex marine.
—No te la acepto, Don. —Drake lo miró con atención. Acababa de humillar a su jefe de seguridad y en esos momentos este haría lo imposible por complacerlo—. Ve al jardín botánico de Waipaka y recoge todas las tiendas de aprovisionamiento. Todas. Luego, tráelas aquí. Hay que limpiarlas y reacondicionarlas.
Eso impediría que, de haber supervivientes, pudieran refugiarse en alguna de ellas.
El doctor Catel cogió su maletín y se dirigió hacia la puerta. Miró a Drake, asintió levemente con la cabeza y salió sin decir palabra.
Vin Drake comprendió exactamente lo que significaba aquel gesto de cabeza. «Date prisa en arreglar este lío y no habrá que informar a Davros».
Fue hasta la ventana y miró por ella. Como era habitual, los alisios soplaban contra las montañas, convirtiéndose en bruma y chaparrones. No había nada de lo que preocuparse. Para unos humanos sin armas y sin un equipo protector, la supervivencia en el micromundo se medía en minutos u horas, no en días.
—La naturaleza seguirá su curso —dijo en voz baja para sí.