Jardín botánico de Waipaka
28 de octubre, 22.45 h
—¿Qué haces aquí, Alyson? —preguntó Drake, saliendo del Bentley y dejando que las luces del coche siguieran iluminándola.
Ella parpadeó bajo el resplandor.
—¿Por qué me has seguido?
—Estoy preocupado por ti, Alyson, muy preocupado.
—Estoy bien.
—Tenemos muchas cosas que hacer —dijo, acercándose.
—¿Qué? —preguntó y dio un paso atrás.
—Tenemos que protegernos.
—¿Qué estás planeando? —dijo ella, conteniendo el aliento.
Drake no podía permitir que toda la culpa recayera sobre él. Sobre ella, sí; pero de ningún modo sobre él. Además, se le había ocurrido una idea, una forma de solucionar todo aquello.
—Hay un motivo para su desaparición, ¿sabes? —le dijo.
—¿De qué estás hablando, Vin?
—De una razón plausible que explica su desaparición. Una razón que no tiene nada que ver contigo o conmigo.
—¿Cuál?
—El alcohol.
—¿Cómo?
La cogió de la mano y la llevó hacia el invernadero mientras se lo explicaba.
—Son estudiantes y no tienen un céntimo. Siempre están intentando ahorrar. Quieren ir de fiesta y emborracharse, pero no tienen dinero. ¿Adonde van los estudiantes de ciencias cuando quieren pillarla gratis?
—¿Adonde?
—Al laboratorio, claro.
Abrió la puerta y encendió las luces. Los neones parpadearon en lo alto, uno tras otro, a lo largo del invernadero, iluminando bancos llenos de plantas exóticas, macetas con orquídeas que colgaban bajo pulverizadores de agua. En un rincón, había estantes con botellas de distintos productos y reactivos.
Cogió un bidón de cinco litros donde se leía: 98% ETANOL.
—¿Qué es eso? —preguntó Alyson.
—Alcohol de laboratorio.
—¿Es esta tu idea?
—Sí —contestó—. Puedes ir a una tienda y comprar vodka o whisky y te darán un licor con un cuarenta y seis por ciento de alcohol. En cambio, esto tiene el doble. Casi el noventa y ocho por ciento. Es prácticamente alcohol puro.
Drake estaba cogiendo vasos de plástico y entregándoselos.
—El alcohol es responsable de muchos accidentes de tráfico, particularmente entre los jóvenes.
Alyson torció el gesto.
—Vin, yo…
Él la observaba atentamente.
—Está bien, digamos las cosas claras. No tienes estómago para ello.
—La verdad es que no.
—Y yo tampoco. Te lo digo en serio.
Alyson lo miró, confusa.
—¿No?
—No, no lo tengo. No aguanto esto, Alyson, y no quiero seguir adelante. No quiero tenerlo sobre mi conciencia.
—Entonces…, ¿qué vamos a hacer?
Drake dejó que una expresión de duda e incertidumbre se dibujara en su rostro.
—No lo sé —contestó, meneando la cabeza con pesadumbre—. Seguramente nunca deberíamos haber empezado todo esto. No lo sé.
Confió en que su expresión fuera convincente. Sabía que podía serlo cuando se lo proponía. Hizo una pausa. Luego alargó la mano, cogió la muñeca de Alyson y la alzó hacia la luz. Ella seguía sosteniendo la bolsa de papel cerrada.
—Están ahí, ¿verdad?
—¿Qué quieres que haga? —preguntó Alyson. La mano le temblaba.
—Ve fuera y espérame. Necesito cinco minutos para pensar. Tenemos que encontrar una solución para todo esto, Alyson. Ya basta de matar.
«Que sea ella quien los mate, aunque no lo sepa», se dijo.
Alyson asintió en silencio.
—Necesito tu ayuda —le dijo Drake.
—Sí, te ayudaré —contestó ella.
—Te lo agradezco —repuso él, en tono sincero.
Alyson salió.
Drake abrió un armario donde encontró una caja con guantes de nitrilo —gruesos guantes de laboratorio, más resistentes que los de goma—, cogió un par y se los guardó en el bolsillo. Luego se dirigió hacia una pequeña garita y conectó la cámara de vigilancia del aparcamiento. Era un aparato de visión nocturna, por lo que las imágenes aparecían en verde y negro. Naturalmente, lo grababa todo. Vio como Alyson salía y se quedaba junto a los coches.
Miraba la bolsa y caminaba arriba y abajo.
Casi podía ver la idea brotando en su mente.
«Vamos, hazlo», dijo Drake, para sus adentros.
Los equipos de campo se habían enfrentado con problemas espantosos. Solo en Fern Gully habían muerto cuatro empleados, a pesar de que iban fuertemente armados. También estaba el problema de las hemorragias por los cambios de presión.
Aquellos chicos no durarían ni un minuto en semejante infierno biológico. Después, solo tendría que poner a Alyson de su parte, aunque fuera durante poco tiempo.
La vio alejarse de los coches.
«¡Sí!», pensó.
Hacia la selva.
«¡Sí!».
Alyson fue por el sendero que descendía hacia Fern Gully.
«Muy bien, sigue adelante».
En el monitor, su figura desapareció entre las sombras. Estaba bajando hacia lo más profundo del bosque tropical. La perdió de vista.
Entonces apareció un pequeño punto de luz.
Alyson llevaba una linterna y la había encendido. Drake observó la luz, que se movía y se hacía más débil. Alyson seguía el camino serpenteante.
Cuanto más se adentrara en aquel infierno biológico, mejor.
De repente, Drake oyó un grito. Alaridos de miedo que provenían de la selva.
—¡Santo Dios! —exclamó.
Salió de la garita y corrió hacia fuera.
A pesar de que la luna brillaba en lo alto, en la profundidad del bosque tropical reinaba tal oscuridad que a Drake le costó verla.
Caminó a paso vivo por el sendero, tropezando y resbalando, dirigiéndose hacia la luz. Oyó que Alyson decía en voz baja «¡No lo sé! ¡No lo sé!», mientras movía la linterna en todas direcciones.
—Alyson, ¿qué ocurre? —le preguntó cuando llegó hasta ella—. ¿Qué es lo que no sabes?
—No sé qué ha pasado. —No era más que una sombra oscura que sostenía la bolsa ante ella, como si estuviera ofreciéndola a alguna siniestra deidad—. No sé cómo han podido salir. Mira esto.
Iluminó la bolsa con la linterna y Drake vio que en el fondo había un corte, un corte fino e irregular.
—Uno de ellos tenía un cuchillo —dijo.
—Supongo.
—Habrán saltado o quizá hayan caído.
—Eso creo.
—¿Dónde?
—Justo por aquí. Me detuve nada más notarlo y no me he movido. No quería pisarlos.
—Yo no me preocuparía demasiado por eso. Seguramente ya estarán muertos.
Cogió la linterna de manos de Alyson, se agachó e iluminó con ella los helechos, buscando alteraciones en las gotas de rocío que los cubrían. No vio nada.
Alyson empezó a llorar.
—No es culpa tuya —le dijo Drake.
—Lo sé —repuso entre sollozos—, pero pensaba dejar que se marcharan.
—Ya lo suponía.
—Lo siento mucho, pero iba a hacerlo.
Vin le rodeó los hombros con el brazo.
—No has tenido la culpa. Eso es lo que cuenta.
—¿Has visto algún rastro de ellos con la linterna?
—No. —Drake meneó la cabeza—. Para ellos es una caída desde gran altura y pesan muy poco. La brisa podría haberlos arrastrado a una distancia considerable.
—Entonces, ¿todavía podrían estar…?
—Sí, podrían, pero lo dudo.
—¡Deberíamos buscarlos!
—Si lo hacemos de noche, podríamos pisarlos sin querer.
—No podemos dejarlos aquí, sin más.
—Estoy seguro de que se habrán matado en la caída. Te creo cuando me dices que no rajaste la bolsa y los dejaste salir.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Alyson.
—Pero es posible que la policía no te crea tan fácilmente —prosiguió Drake sin inmutarse—. Podrías estar implicada en la muerte de Eric y ahora esto… soltar a esos chicos en un lugar tan peligroso como este. Sería un asesinato, Alyson.
—Pero tú le contarás la verdad a la policía.
—Claro que sí, pero ¿por qué iban a creerme? Lo cierto, Alyson, es que solo hay una forma de salir de esta, y es seguir con lo planeado. La desaparición de estos chicos debe atribuirse a un accidente. Luego, si reaparecen milagrosamente… Bueno, Hawai es un lugar maravilloso, casi mágico. Aquí se producen verdaderos milagros.
Ella se quedó inmóvil en la oscuridad.
—O sea, ¿que los dejamos?
—Podemos buscarlos mañana, a la luz del día. —Le dio un apretón en el hombro—. Vamos, desandemos el camino y regresemos. Mañana volveremos. Por ahora tenemos que ocuparnos del coche, ¿de acuerdo? Las cosas, de una en una.
Todavía llorosa, Alyson dejó que él la guiara fuera del bosque tropical y de vuelta al aparcamiento. Drake comprobó la hora. Eran las 23.14. Todavía tenía tiempo de llevar a cabo la siguiente fase de su plan.