Instalaciones zoológicas de Nanigen
28 de octubre, 21.00 h
Vin Drake sacó una bolsa de plástico transparente, cogió a Peter Jansen con sorprendente delicadeza y lo metió dentro. Peter se deslizó por la superficie y cayó hasta el fondo. Se levantó y vio que Drake se paseaba por la sala, recogiendo a sus compañeros para depositarlos en la bolsa. Por último, recogió al técnico de la sala de control de Nanigen. Oyeron cómo el individuo gritaba.
—¡Señor Drake! ¿Qué está haciendo?
Drake no pareció prestarle atención ni tampoco que le importara.
Cayeron en el fondo de la bolsa, los unos encima de los otros, pero no se hicieron daño. Al parecer, su masa no era suficiente para que se lesionaran entre ellos.
—Casi no pesamos —comentó Amar—. No creo que superemos los dos gramos. Somos como plumas.
La voz de Amar sonaba tranquila y serena, pero Peter creyó apreciar cierto miedo en ella.
—Bueno, a mí no me importa que se sepa. Estoy muerto de miedo —declaró Rick.
—Todos lo estamos —reconoció Karen.
—Creo que estamos conmocionados —comentó Jenny—. Basta con ver nuestras caras.
La palidez alrededor de los labios era un claro síntoma de miedo.
—Tiene que tratarse de un error —no cesaba de repetir el técnico de Nanigen, que no parecía capaz de asimilar lo que Drake acababa de hacer.
—¿Quién es usted? —preguntó alguien.
—Me llamo Jarel Kinsky, y soy ingeniero. Me ocupo del generador del tensor. Si el señor Drake me diera la oportunidad de hablar con él…
—Me temo que ha visto demasiado —dijo Hutter, muy serio—. Drake hará con usted lo mismo que con nosotros.
—Creo que deberíamos hacer inventario —propuso Karen—. Rápido, ¿cuántas armas tenemos?
Sin embargo, nadie pudo responder porque la bolsa se agitó y cayeron los unos sobre los otros.
—¡Ay! —exclamó Amar—. ¿Qué pasa?
Alyson Bender acercó el rostro a la bolsa y miró fijamente a sus ocupantes con aire preocupado. Sus pestañas casi rozaban el plástico. Los poros de su nariz se veían enormes, como cráteres rosados gigantescos.
—Vin… no… quiero… que… les… hagas… daño…
Se dibujó una sonrisa en el rostro de Drake.
—Nunca… se… me… ocurriría… hacerles… daño… —repuso.
—Supongo que os dais cuenta de que ese hombre es un psicópata, capaz de cualquier cosa —dijo Karen.
—Me doy cuenta perfectamente —contestó Peter.
—Eso no es cierto —objetó Kinsky—. Tiene que haber una razón para todo esto.
Karen hizo caso omiso del técnico y se volvió hacia Peter.
—En estos momentos no deberíamos hacernos ilusiones sobre las intenciones de Drake. Todos hemos sido testigos de su confesión, de que mató al hermano de Peter. Está claro que ahora se propone matarnos a nosotros.
—¿Lo crees de verdad? —preguntó Danny en tono lastimero—. No deberíamos precipitarnos en nuestras…
—Sí, Danny, lo creo, y puede que tú seas el primero.
—La verdad es que me cuesta imaginarlo.
—Pregúntaselo al hermano de Peter.
En ese momento, Vin cogió la bolsa y salió rápidamente al pasillo mientras discutía con Alyson. Sus palabras sonaban como un distante estruendo y resultaba imposible descifrarlas.
Pasaron ante varios laboratorios hasta que Drake entró en uno. A pesar de hallarse en el interior de la bolsa, todos apreciaron que era un sitio diferente.
Un olor acre y penetrante.
Virutas de madera y heces.
Animales.
—Esto es un laboratorio de animales —dijo Amar.
A través del plástico, distorsionadamente, pudieron ver que había ratones, hámsters, lagartos y otros reptiles.
Drake dejó la bolsa encima de una caja de cristal. Estaba hablando, al parecer dirigiéndose a ellos, pero no pudieron entender lo que decía.
—¿De qué habla?
—No lo entiendo.
—Está loco.
Jenny dio la espalda a sus compañeros y se concentró en Drake. Al cabo de un instante se volvió hacia Peter.
—Habla de ti —le dijo.
—¿A qué te refieres?
—A que piensa matarte a ti primero. Espera un momento.
Abrió el estuche que llevaba prendido en el cinturón. Dentro había una docena de tubos de ensayo debidamente protegidos.
—Son mis volátiles. —Era imposible no percibir la adoración que sentía por ellos. Aquellos tubos representaban más de un año de trabajo. Cogió uno—. Me temo que esto es lo mejor que puedo hacer.
Peter meneó la cabeza sin comprender. Jenny abrió el tubo y, con un rápido movimiento, lo roció de pies a cabeza con su contenido. Peter notó un olor penetrante que desapareció enseguida.
—¿Qué es? —preguntó.
Antes de que Jenny tuviera tiempo de responder, Drake metió la mano en la bolsa, agarró a Peter por una pierna y lo arrastró.
—¡Es xenol! —gritó Jenny—. ¡De avispas! ¡Buena suerte!
—Bueno…, joven… Peter…, me… has… causado… muchos… quebraderos… de… cabeza… —dijo Drake con su voz atronadora. Miró a Peter de cerca—. ¿Preocupado…? Tienes… razones… para… estarlo…
Se dio la vuelta, y Peter se mareó; deslizó ligeramente la tapa de la caja de cristal y lo dejó caer por la abertura. Luego la cerró, dejando la bolsa con sus ocupantes encima.
Peter cayó y aterrizó en un montón de serrín.
—Vin, no estoy de acuerdo con esto —protestó Alyson—. No es lo que convinimos…
—Está claro que la situación ha cambiado.
—Pero esto no es razonable.
—Si quieres sermonearme, hazlo más tarde, ¿quieres? —repuso Drake en tono burlón.
Ella lo había ayudado a librarse de Eric cuando este amenazó con destruir Nanigen. Alyson se había enamorado de Drake y todavía creía que lo amaba. Vin había sido muy bueno con ella, le había abierto un nuevo horizonte profesional y le pagaba más que generosamente. Eric, en cambio, se había portado muy mal con él y había acabado traicionándolo. Aun así, aquellos jóvenes no eran más que estudiantes. La situación se le estaba escapando de las manos. Se sentía paralizada. Los acontecimientos iban demasiado deprisa y no sabía cómo detener a Drake.
—No hay nada cruel en un depredador —dijo este, delante de la jaula de la serpiente—. Al contrario, es muy humano. Esa criatura que hay al otro lado del cristal es una krait de Malasia. Su mordedura, para una criatura del tamaño de Peter, será letal. Apenas sentirá nada. En cuestión de segundos tendrá dificultades respiratorias y sufrirá una parálisis general. Es posible que siga con vida cuando la serpiente se lo trague, pero no creo que le importe.
Dio un papirotazo a la bolsa de plástico que lanzó en todas direcciones a sus ocupantes. Cayeron los unos sobre los otros, gritando de terror y maldiciendo mientras Drake los observaba.
—Parecen muy vivos —comentó—. Supongo que serán del gusto de la krait; si no, también tenemos la cobra y la serpiente de coral.
Alyson apartó la vista.
—Es esencial que digieran sus cuerpos —prosiguió Drake—. No debe quedar rastro de ellos.
—Pero con eso no acaba todo —protestó Alyson—. ¿Qué pasa con sus billetes de avión o con el hotel?
—Tengo un plan para eso.
—¿Ah, sí?
—Lo tengo. Confía en mí. —La miró a los ojos—. Alyson, ¿estás diciendo que no confías en mí?
—No, claro que no —repuso ella rápidamente.
—Espero que así sea, porque sin confianza no somos nada. Estamos juntos en esto, recuérdalo.
—Lo sé.
—Sé que lo sabes. —Le dio una palmada en la mano—. Ah, veo que el joven Peter ha salido del serrín y que la krait va en busca de su almuerzo.
Una forma serpenteante, de rayas blancas y negras, semienterrada en el serrín. Una lengua bífida que asomaba intermitentemente.
—Ahora presta mucha atención —dijo Drake—. Sucede muy deprisa.
Alyson se volvió. Era incapaz de mirar.
Peter se levantó y se quitó el serrín de encima. No se había hecho daño al caer, pero aún sentía las consecuencias de la paliza de Drake, y tenía la camisa pegada al pecho con sangre seca. Se hallaba metido en un terrario de cristal, con serrín hasta la cintura. El terrario estaba vacío, salvo por una rama solitaria.
Y salvo por la serpiente.
Desde donde se encontraba solo alcanzaba a ver unas rayas blancas y negras. Seguramente se trataba de una krait, una Bungarus candidus de Malasia o Vietnam. Oyó un siseo y vio que los anillos se movían y desaparecían. La serpiente se estaba acercando.
No veía la cabeza, ni siquiera buena parte del cuerpo. Era demasiado pequeño para apreciar el verdadero tamaño del terrario, a menos que trepara a la rama, cosa que no parecía buena idea. Lo único que podía hacer era esperar a que la serpiente se acercara. Indefenso, desarmado, buscó en sus bolsillos, pero estaban vacíos. Empezó a temblar de forma incontrolada. ¿Era una reacción a la paliza o al miedo? Seguramente a ambos. Se retiró hasta un rincón, donde tuviera cristal a ambos lados. Quizá consiguiera despistar a la serpiente con el reflejo, quizá…
Entonces vio la cabeza. Había salido de entre el serrín y sacaba la lengua rápidamente. Cerró los ojos. No quería mirar.
Temblaba tanto que pensó que iba a desmayarse de terror.
Respiró hondo y contuvo el aliento en un intentó de dejar de temblar. Abrió ligeramente un ojo y se atrevió a lanzar una mirada.
La serpiente estaba allí mismo, a escasos centímetros de su torso, y seguía sacando la lengua, pero ocurría algo. El reptil parecía vacilar. Entonces, ante su sorpresa, la krait levantó la cabeza, siseó y retrocedió, alejándose de él.
Desapareció en el serrín.
Incapaz de controlar su cuerpo, Peter se derrumbó, temblando de miedo y agotamiento. Un solo pensamiento ocupaba su mente: «¿Qué demonios ha ocurrido?».
—¡Maldición! —exclamó Vin Drake, mirando a través del cristal—. ¿Qué diablos es eso? ¿Qué ha pasado?
—Puede que no tuviera hambre —aventuró Alyson.
—¡Claro que tiene hambre, maldita sea! No puedo tolerar estos contratiempos, tengo un programa que cumplir, un programa estricto.
El intercomunicador sonó.
—Señor Drake, tiene una visita. Señor Drake, una visita le espera en recepción.
—¡Por el amor de Dios! —gruñó Drake, alzando las manos—. No espero a nadie. —Marcó el número de la recepción—. ¿Qué pasa, Mirasol?
—Lo siento, señor Drake. Estaba en el aparcamiento después de que sonara la alarma. Alguien de la policía de Honolulu ha venido a verlo, así que lo he hecho pasar.
—De acuerdo. —Colgó—. La policía. ¡Estupendo!
—Iré a ver qué quiere —se ofreció Alyson.
—No. Yo me ocuparé de la policía. Tú vuelve a tu despacho y mantente oculta hasta que se haya marchado.
—De acuerdo, si eso es lo que…
—Sí. Lo es.
—Está bien, Vin.
Jenny Linn observó cómo Alyson y Drake salían del laboratorio de los animales y se fijó en que este último tenía buen cuidado de cerrar la puerta con llave. La bolsa de plástico descansaba sobre el terrario de cristal; a pesar de que tenía el borde doblado, Jenny vio que no estaba cerrada. Se introdujo en el hueco, empujó con todas sus fuerzas y logró abrir el pliegue.
—Venid —llamó—. Por lo menos podemos salir.
Los demás la siguieron fuera de la bolsa hasta que estuvieron todos de pie sobre la tapa de cristal que cubría el terrario de la serpiente.
Jenny miró hacia el interior del terrario. Peter se estaba poniendo en pie, visiblemente tembloroso.
—¿Puedes oírme? —gritó Jenny.
Él negó con la cabeza.
—¿Cómo es que la serpiente no lo ha atacado? —preguntó Rick.
Jenny se puso a cuatro patas, hizo bocina con las manos y volvió a intentarlo.
—¿Puedes oírme ahora?
Peter negó nuevamente.
—Inténtalo a través de algo sólido —propuso Amar.
Jenny se tumbó sobre la superficie, apoyó la mejilla en el cristal y gritó:
—¿Y ahora?
—Ahora sí. ¿Qué ha pasado?
—Te rocié con un extracto volátil de avispa —explicó ella—, básicamente hexanol. Pensé que habría muy pocas cosas capaces de molestar a una serpiente venenosa, pero que quizá una picadura de avispa sería una de ellas.
—Muy lista —dijo Amar—. Además, las serpientes se guían más por el olfato que por la vista, y la krait es sobre todo nocturna.
—Ha funcionado —dijo Peter—. Creyó que yo era una avispa.
—Sí, pero ese extracto es muy volátil, Peter.
—Y eso quiere decir que se evapora.
—Sí.
—Estupendo. ¿Significa eso que ya no soy una avispa?
—No lo serás durante mucho rato.
—¿Cuánto más?
—No lo sé. Unos minutos.
—¿Qué podemos hacer?
—¿Cómo están tus reflejos? —preguntó Karen.
—Mal. —Extendió la mano. Le temblaba.
—¿Qué se te ha ocurrido? —preguntó Amar.
—¿Has traído tus hilos de araña?
Amar llevaba más de seis meses sintetizando hilos de araña con distintas propiedades. Algunos eran pegajosos, otros muy resistentes, algunos extensibles. Incluso había logrado convertir uno liso en pegajoso mojando uno de sus extremos con un producto químico.
—Sí, tengo varios.
—De acuerdo. ¿Ves ese tubo de plástico, junto al terrario, el que está cerrado por un extremo?
—Sí. Parece parte de un dispensador de agua.
—Bien. ¿Puedes coger ese tubo con uno de tus hilos pegajosos y levantarlo?
—No lo sé —dijo Amar, dubitativo—. Debe de pesar unos treinta o cuarenta gramos. Tendréis que ayudarme todos para tirar de él.
Bien, porque de todas formas vamos a tener que ayudar todos para abrir la tapa del terrario.
—¿Cómo dices? —La caja tenía una tapa deslizante de cristal—. No sé si podremos, Karen. Significa desplazar un cristal sobre otro.
—Solo un par de centímetros. Lo suficiente para…
—Para bajar el tubo.
—Eso es.
—¿Has oído lo que estamos diciendo, Peter? —preguntó Amar.
—Sí, y me parece imposible.
—No veo otra alternativa —dijo Karen—. Solo tenemos una oportunidad y no podemos fallar.
Amar abrió una caja de plástico que llevaba en el bolsillo y empezó a desenrollar el hilo, de araña pegajoso. Lo dejó caer por el borde del terrario y lo enganchó al tubo, que era sorprendentemente ligero. Entre él y Rick lo levantaron sin esfuerzo.
Cuando intentaron desplazar la tapa se enfrentaron a una tarea mucho más ardua.
—Debemos hacer fuerza todos a la vez —dijo Karen—. Vamos. ¡A la de tres! Una…, dos y… ¡tres!
El cristal se movió apenas unos milímetros.
—¡Muy bien! ¡Otra vez! ¡Deprisa!
La krait volvía a moverse. Ya fuese por la actividad de aquellos seres sobre su terrario o porque el extracto de avispa se estaba evaporando, la serpiente se disponía a lanzarse nuevamente sobre Peter.
—¡Bajad esa cosa, por el amor de Dios! —gritó este con voz trémula.
—La estamos bajando ahora —repuso Amar.
El hilo de araña se deslizó por el borde del vidrio con un extraño ruido chirriante.
—¿Crees que funcionará? ¿Aguantará? —preguntó Karen.
—Es muy resistente —repuso Amar.
—Un poco más abajo, un poco más abajo —indicó Peter—. De acuerdo, ahí está bien.
Tenía el tubo a la altura del pecho. Estaba de pie tras él, sujetándolo en posición con ambas manos, pero estas le sudaban y su presa no era firme.
La serpiente se movía, siseando entre el serrín.
—¿Y si ataca por un costado? —dijo Peter.
—Pues cambia de posición. Cuidado, porque parece que…
—Sí, está…
—¡Aquí viene! ¡Maldición!
—¡Mierda! —exclamó Peter.
La serpiente atacó a una velocidad fulminante. Sin pensarlo, Peter movió el tubo para hacerle frente. El impacto de la krait le dio de lleno en el pecho, el hilo se partió y Peter cayó hacia atrás, con la serpiente inmovilizándolo y retorciéndose encima de él. Sin embargo, el reptil había metido la cabeza dentro del tubo y no podía sacarla.
—¿Cómo has hecho eso? —preguntó Karen, con admiración—. La serpiente ha sido rapidísima.
—No lo sé —contestó Peter—. Ha sido una reacción instintiva.
Todo había sucedido en un abrir y cerrar de ojos. Peter luchó para quitarse al reptil de encima. A esa distancia, el olor de la krait era nauseabundo. Por fin consiguió liberarse de una patada y, trabajosamente, se puso en pie.
La serpiente lo miró con ojos siniestros. Se retorció y golpeó el tubo frenéticamente contra el cristal, pero no consiguió sacar la cabeza. Su furioso siseo sonaba amplificado dentro del tubo.
—Estupendo —dijo Rick—, pero ahora será mejor que te saquemos de ahí.
Vin Drake apretó los dientes. Mirasol, la recepcionista, era tan guapa como idiota. El tipo musculoso vestido con uniforme azul no era un policía, sino un alférez de los guardacostas, y lo que deseaba era información acerca del propietario del Boston Whaler, porque el astillero quería cambiar el barco de sitio y para ello necesitaba el permiso del propietario.
—Creía que la policía seguía examinando el barco —dijo Vin en tono irritado. Pensó que quizá podría sonsacar alguna información de utilidad a aquel alcornoque.
—No sabría decirle —repuso el alférez. Quien lo había llamado no había sido la policía, explicó, sino el propietario del astillero.
—Tengo entendido que buscan un móvil.
—No, que yo sepa. Creo que la policía ha finalizado la investigación.
Drake cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de alivio.
—En realidad la cerrará cuando haya terminado de inspeccionar su oficina —añadió el alférez.
—¿A qué oficina se refiere? —quiso saber Drake, repentinamente alarmado.
—A la de Jansen, que está aquí, en este edificio. Era el vicepresidente de la empresa, ¿no? Sé que la policía ha ido hoy a su casa y que va a venir dentro de poco a echar un vistazo por aquí. —Miró el reloj—. De hecho, debe de estar a punto de llegar. Me sorprende que no haya aparecido todavía.
—¡Dios santo! —masculló Drake y se volvió hacia Mirasol—. La policía llegará en cualquier momento. Alguien debería enseñarles todo esto.
—¿Quiere que avise a la señorita Bender?
—No. La señorita Bender estará ocupada ayudándome. Tenemos cierto trabajo de laboratorio que no puede esperar.
—¿A quién quiere que llame?
—Avise a Don Makele, el jefe de seguridad. Él podrá enseñarles el lugar. Sin duda querrán ver el despacho del señor Jansen.
—Y cualquier otro sitio donde trabajara —añadió el alférez, mirando fijamente a la recepcionista.
—Sí, y cualquier otro sitio donde trabajara —repitió Drake.
Oyó que unos coches aparcaban fuera y reprimió el impulso de echar a correr. Estrechó la mano del oficial con aparente calma.
—Si quiere, puede acompañar a la policía en su visita —le dijo, antes de volverse hacia la recepcionista—. Mirasol, vaya con ellos y ocúpese de ofrecerles café o lo que deseen.
—Sí, señor Drake.
—Yo me quedaré aquí —dijo el alférez.
—Entonces, le ruego que me disculpe —repuso Drake.
Dio media vuelta y salió por el pasillo. En cuanto estuvo fuera de la vista, echó a correr.
Alyson Bender estaba sentada en su despacho, mordiéndose las uñas. El monitor de su mesa mostraba imágenes de la recepción en las que aparecían Drake, hablando con el hombre de uniforme, y Mirasol coqueteando con la flor que llevaba en el pelo. Como de costumbre, Drake parecía impaciente, y sus gestos eran rápidos y secos, casi hostiles en realidad. Evidentemente estaba sometido a una gran presión, pero bastaba ver cómo se movía —no necesitaba oírlo, solo con sus gestos— darse cuenta de lo enfadado que estaba. En ese momento era un hombre tremendamente irritado.
E iba a matar a aquellos jóvenes.
Lo que pretendía estaba muy claro. Peter Jansen le había tendido una trampa, y Drake iba a escapar de la única manera posible: sin dejar testigos. Eran siete posgraduados brillantes, con todo el futuro por delante, pero a él no parecía importarle.
Para él, no eran más que un obstáculo en su camino.
Aquello la asustaba. Las manos le temblaban por mucho que las apretara contra la mesa. Tenía miedo de Drake y le aterrorizaba la situación en la que se encontraba. No podía enfrentarse a él directamente de ninguna manera. Si lo hacía, también la mataría.
Sin embargo, tenía que impedir que asesinara a aquellos chicos. Debía hacerlo, de alguna manera, aunque supiera cuál había sido su papel en la muerte de Eric Jansen. Y lo sabía demasiado bien. Ella había hecho las llamadas al móvil que había activado el dispositivo. Sin embargo, involucrarse en el asesinato de otras siete personas… ocho, mejor dicho, porque también estaba aquel técnico de Nanigen que había tenido la mala suerte de hallarse en la sala de control cuando Drake entró…
No, no estaba en absoluto segura de poder hacerlo, pero no tenía más remedio si quería salvarse.
Vio en el monitor que Drake daba instrucciones a la recepcionista. El alférez sonreía. Drake no tardaría en marcharse.
Se levantó y salió corriendo del despacho. No disponía de mucho tiempo. Drake volvería en cualquier momento al laboratorio, en busca de sus víctimas.
Los jóvenes habían logrado salir de la bolsa de plástico, y estaban en la tapa de cristal del terrario de la krait, mirando a Peter, cuando Alyson irrumpió en el laboratorio. Se inclinó sobre ellos con miedo en los ojos.
—No… voy… a… haceros… daño… —dijo.
Extendió una mano con la palma hacia arriba, y con la otra cogió con mucha delicadeza a Jenny y la depositó en ella.
—Venid…, daos… prisa —les animó.
—¡Señorita Bender! —gritó Jarel Kinsky, agitando los brazos—. ¡Déjeme hablar con el señor Drake!
Ella no pareció oírlo ni entenderlo.
Al no ver ninguna otra opción, los demás subieron a la mano de Alyson. La habitación empezó a darles vueltas, y el viento los derribó cuando ella los llevó por el aire y los dejó sobre la mesa del escritorio. A continuación, Alyson sacó a Peter del terrario y lo depositó junto a sus compañeros. Los contempló un momento, sin saber qué hacer con ellos. Su respiración era jadeante y entrecortada.
—Deberíamos intentar hablar con ella —dijo Karen.
—No sé de qué puede servirnos —objetó Peter.
Alyson se alejó. La vieron cruzar el laboratorio. Abrió un armario, sacó una bolsa de papel y corrió de nuevo junto a ellos.
—Escondeos… aquí… —dijo, hablando lentamente—. Dentro podréis respirar.
Abrió la bolsa de papel, la dejó encima de la mesa y les animó con gestos a que entraran. Corrieron todos al interior. El último en entrar fue el técnico de Nanigen, que parecía incapaz de asimilar la realidad de su desesperada situación y no dejaba de gritar: «¡Señorita Bender, por favor!».
Alyson cerró la bolsa y salió a toda prisa del laboratorio.
Entró en su despacho y la dejó con cuidado dentro de su bolso, que estaba en el suelo, junto a su escritorio; lo cerró y lo escondió debajo de la mesa. Luego regresó corriendo al laboratorio de los animales y entró poco antes de que Drake apareciera.
—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó él.
—Te estaba buscando.
—Te dije que te quedaras en tu despacho.
Drake se acercó al terrario de la serpiente y vio la bolsa vacía.
—¡Han escapado! —exclamó. Se volvió, maldiciendo, y empezó a buscar por el laboratorio, tirando productos y volcando recipientes—. ¿Dónde están?
—Vin, por favor, ¡no lo sé!
—¡Claro que lo sabes! —bufó y se asomó al terrario de la serpiente, donde esta seguía con la cabeza metida en el tubo de plástico, y no había rastro de Peter—. ¡Qué demonios…! Está bien, seguro que el joven Jansen está muerto. La serpiente habrá dado buena cuenta de él. —Lanzó una mirada furiosa a Alyson—. Tenemos que encontrar a los demás. ¡Te juro por Dios, Alyson, que si me has estado jodiendo lo lamentarás!
—Comprendo —contestó ella, dando un respingo.
—Más te vale.
En ese momento, a través de las ventanas del laboratorio vieron aparecer en el pasillo a dos policías guiados por Don Makele. Eran jóvenes y no iban de uniforme, de lo cual dedujeron que eran detectives.
«Mierda», pensó Drake, recobrando en el acto el dominio de sí. Había sido un cambio tan rápido que casi parecía sobrenatural.
—Hola, Don —dijo Drake saliendo al pasillo a recibirlos con una cálida sonrisa. Preséntame a tus acompañantes. No solemos recibir demasiadas visitas en Nanigen. Agentes… Soy Vin Drake, presidente de esta empresa. ¿En qué puedo ayudarles?
La bolsa de papel estaba encajada en el fondo del bolso de Alyson. Dentro reinaba una oscuridad absoluta. Los siete estudiantes y el técnico de Nanigen estaban sentados todos juntos.
—No sabría decir si pretende ayudarnos o no —comentó Karen.
—Está claro que tiene miedo de Drake —dijo Peter.
—¿Y quién no lo tendría? —terció Amar.
—Ya os dije que todo esto no era más que basura empresarial —suspiró Rick— pero nadie me escuchó.
—¿Por qué no te callas? —le espetó Karen.
—Por favor, ahora no —los interrumpió Amar.
—Lo siento —contestó Karen, y añadió—: Pero no estamos tratando con un tipo normal, sino con alguien completamente chalado. —Jugueteaba con su navaja, que en esos momentos resultaba del todo inútil porque ni siquiera podría arañar a Drake con ella.
Notaron un golpe y un ruido fuertes. El bolso se agitó y, de repente, una luz brilló a través de él. Lo habían abierto. Entonces, con otro topetazo, todo se oscureció de nuevo. Aguardaron, preguntándose qué pasaría a continuación.
Alyson sabía que era necesario llevar a los estudiantes al generador y devolverles rápidamente su tamaño original, pero no sabía cómo manejarlo. La jornada de trabajo había finalizado hacía rato y los empleados se habían marchado, así que Nanigen estaba desierto.
Encontró a Drake en el laboratorio de los animales. Había acabado de hablar con la policía y estaba registrando metódicamente la estancia, buscando en todos los rincones y en todos los armarios, en todos los terrarios.
La miró a los ojos.
—¿Los has liberado tú?
—No, Vin, te lo juro.
—Mañana haré que limpien este laboratorio, que maten a los animales y que lo esterilicen de arriba abajo.
—Buena idea.
—No tenemos otra elección —aseguró, poniéndole la mano en el brazo—. Ve a casa y descansa un poco. Yo me quedaré aquí un rato.
Ella le lanzó una mirada agradecida. Luego corrió a su despacho, cogió el bolso y se dirigió hacia la salida. Mirasol se había marchado y la recepción estaba vacía.
Una enorme luna iluminaba el cielo nocturno, difuminando las estrellas. Habría sido una noche preciosa si su mente no hubiera sido un torbellino.
Subió al BMW, que era el coche que la empresa le había adjudicado, depositó el bolso en el asiento del pasajero y se alejó a toda velocidad.
Vin Drake se dirigió al vestíbulo vacío, procurando mantenerse entre las sombras. Cuando oyó el coche de Alyson, corrió hasta su Bentley y arrancó. ¿Dónde estaban las luces del BMW?
Llegó a la autopista Farrington. ¿A la derecha o la izquierda?
Giró a la izquierda, en dirección a Honolulu. Seguramente, Alyson se dirigía hacia allí. Se unió al tráfico y aceleró, notando cómo la potencia del motor lo aplastaba contra el asiento.
Allí estaba, el BMW rojo, circulando deprisa. Se mantuvo a una distancia prudente, sin perder de vista sus luces. El coche enfiló hacia la entrada de la autopista H-1. El Bentley azul oscuro lo siguió, confundiéndose en la noche. Otro par de luces tras el vehículo de Alyson en medio del tráfico.
No había podido encontrar a los estudiantes. Por lo tanto, solo quedaba una posibilidad: ella los llevaba en su coche. No podía estar totalmente seguro, pero su instinto así se lo indicaba.
Si era cierto, significaba que Alyson tendría que desaparecer también. Era evidente que ya no podía confiar en ella. La directora financiera había perdido su sangre fría. Sin embargo, con tantas desapariciones, la suya representaba una complicación añadida. Alyson tenía un cargo importante en la empresa, y cuando nadie volviera a saber de ella habría una nueva investigación.
No quería eso. Una investigación en Nanigen desvelaría tarde o temprano lo que había hecho. Sería inevitable. Con el tiempo y las indagaciones suficientes, lo averiguarían.
No. No quería una investigación.
Empezó a darse cuenta de que había cometido un gran error. No podía matarla. No podía permitírselo, al menos por el momento. La necesitaba durante un tiempo, pero ¿cómo ponerla de su parte?
Alyson siguió por la autopista que rodeaba Pearl Harbor, intentando no mirar el bolso del asiento. Vin estaba en lo cierto: quizá no hubiera otra elección. Cogió la salida en dirección al centro de Honolulu, sin saber exactamente adonde ir, y se dirigió a Waikiki. Una vez allí, se metió en el tráfico denso de la avenida Kalakava. Estaba lleno de turistas y de gente que salía a cenar. Giró por Diamond Head y rodeó el faro del cabo. Llevaría la bolsa de papel a algún punto a sotavento de Oahu o quizá a la costa norte y arrojaría la bolsa al mar. Así no habría supervivientes ni testigos.
Drake se mantuvo a cierta distancia, observándola. Alyson se comió al cabo Makapu’u, Waimanalo y Kailua. Entonces giró, cogió la autopista y volvió hacia Honolulu. Drake se preguntó adonde iría su directora financiera.
Después de haber bordeado el extremo occidental de Oahu y haber dado media vuelta, Alyson se encontró siguiendo la carretera del valle de Manoa, que serpenteaba entre los bosques tropicales de las montañas.
Al cabo de un momento, llegó a una verja metálica y a un túnel. La verja estaba cerrada. Introdujo el código de seguridad y entró. El túnel la llevó a un valle oscuro y aterciopelado.
El lugar estaba desierto y los invernaderos brillaban tenuemente a la luz de la luna. Abrió el bolso, cogió la bolsa y se apeó del coche. No se atrevía a abrirla. Se dijo que seguramente ya estarían todos muertos, aplastados o asfixiados. Pero ¿y si no lo estaban y empezaban a suplicarle? Eso sería aún peor. Se detuvo en mitad del aparcamiento.
Unos faros salieron del túnel.
Alguien la había seguido.
Se quedó allí, con la bolsa en la mano, paralizada de terror, mientras las luces del Bentley la iluminaban.