8

Polígono industrial Kalikimaki

28 de octubre, 18.00 h

Karen se sentó al volante del Bentley descapotable en el camino de regreso y los demás se apretujaron como pudieron con ella. Alyson y Drake subieron al BMW. Apenas habían iniciado el camino cuando Danny Minot carraspeó.

—Me parece —dijo haciéndose oír por encima del ruido del viento— que los argumentos de Drake acerca de las plantas venenosas son discutibles.

«Discutible» era una de las palabras favoritas de Danny.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué? —quiso saber Amar, que despreciaba particularmente a Minot.

—Bueno, la idea que tenemos de lo venenoso es imprecisa —repuso Danny—. Llamamos veneno a cualquier compuesto que nos hace daño o que creemos que puede hacérnoslo. Pero, en realidad, puede no ser tan perjudicial. Al fin y al cabo, la estricnina se administraba en el siglo XIX como medicamento. Entonces se creía que era un reconstituyente. Si no me equivoco, en la actualidad todavía se utiliza para las intoxicaciones alcohólicas agudas. Además, el árbol no se tomaría la molestia de elaborar estricnina a menos que fuera con un propósito, que normalmente es la autodefensa. Otras plantas producen también estricnina, como la belladona. Así pues, tiene que haber un propósito.

—Sí —respondió Jenny Linn—, evitar que las devoren.

—Ese es el punto de vista de la planta.

—Y también el nuestro, porque tampoco las devoramos.

—¿Estás diciendo que para los humanos la estricnina no es dañina, que no es verdaderamente un veneno? —preguntó Amar.

—Eso es. Como concepto es escurridizo. Incluso se podría decir que es indeterminado. En realidad, el término «veneno» no hace referencia a nada concreto o específico.

Aquello despertó todo tipo de exclamaciones.

—¿Podemos cambiar de tema? —propuso Erika Molí.

—Simplemente estoy diciendo que la idea de lo que es venenoso es discutible.

—Danny, contigo todo es discutible.

—En esencia, así es —afirmó Minot, asintiendo solemnemente—. Yo no me conformo con la visión científica del mundo que afirma que existen certezas fijas y verdades inmutables.

—Y nosotros tampoco —objetó Erika—, pero algunas cosas son repetidamente verificables y, por lo tanto, justifican que creamos en ellas.

—¿Verdad que sería agradable pensar de ese modo? Sin embargo, eso no es más que una fantasía autocomplaciente que los científicos se han permitido a sí mismos —prosiguió Minot—. En realidad, todo gira en torno a las estructuras de poder, y vosotros lo sabéis. El que tiene el poder en la sociedad es quien decide lo que puede ser estudiado, quien determina lo que puede ser observado y lo que se puede pensar. Los científicos no hacen sino alinearse con las instancias de poder dominantes. Y no les queda otra alternativa, porque esas instancias son las que pagan las facturas. Uno no se la juega con las estructuras de poder, porque si lo hace se acaba el dinero para la investigación, no te reciben y no te publican. En pocas palabras, dejas de ser relevante. Te quedas fuera y lo mismo daría que estuvieras muerto.

Un profundo silencio se abatió sobre el coche.

—Sabéis que tengo razón —concluyó Minot—. Lo que pasa es que no os gusta.

—Hablando de jugar con el poder —dijo Rick Hutter—, mirad allí. Creo que nos estamos acercando al polígono industrial Kalikimaki y a la central de Nanigen.

Jenny Linn sacó un pequeño estuche de Gore-Tex del tamaño de su mano y se lo sujetó al cinturón.

—¿Qué es eso? —preguntó Karen King—. ¿Para el juego de Muestra y Cuenta?

—Sí —repuso Jenny—. Pensé que si van a ofrecernos un trabajo… —Se encogió de hombros—. Aquí llevo todos mis extractos volátiles purificados. ¿Qué has traído tu?

—Benzos, nena —dijo Karen—. Benzoquinonas metidas en un bote de espray. Provocan ampollas y queman los ojos. Aunque salgan de los escarabajos, son la sustancia química ideal para la defensa personal. Seguro, orgánico y de efectos limitados. Con ellas harían un producto estupendo.

—Y claro —le dijo Rick Hutter a Karen—, tú las convertirías en una marca comercial.

—Eso es porque no tengo tus escrúpulos —replicó ella—. Además, ¿vas a decirnos que no has traído nada?

—Sí.

—Mentiroso.

—Vale, está bien. —Se palpó el bolsillo de la camisa—. Aquí llevo extracto de látex de mi árbol. Basta con aplicarlo y mata cualquier parásito bajo la piel.

—Pues a mí me suena a producto comercial —replicó Karen y giró el volante. El Bentley tomó la curva pegado al asfalto—. ¿Y si resulta que ganas millones con él? —Apartó los ojos de la carretera un instante y le lanzó una sonrisa maliciosa.

—En absoluto. Solo estoy estudiando el mecanismo bioquímico subyacente…

—Eso díselo a los capitalistas que están dispuestos a arriesgar su dinero. —Karen miró brevemente a Peter, que iba en el asiento del pasajero, junto a ella—. ¿Y qué me dices de ti? Algo te ronda por la cabeza. ¿Has traído algo?

—La verdad es que sí —dijo.

Acarició el CD que llevaba en el bolsillo de la chaqueta y sintió un escalofrío. Ahora que se disponía a entrar en la sede de Nanigen, se dio cuenta de que no había pensado en todos los detalles.

Tenía que conseguir de algún modo que Drake confesara delante del grupo, y reproducir las conversaciones telefónicas entre Drake y Alyson Bender que Jorge le había proporcionado bastaría para lograrlo. Al menos, en eso confiaba. Y si todos oían una confesión de Drake, este no podría contraatacar. Eran siete en total. No podría con todos a la vez.

Al menos esa era la idea.

Perdido en sus pensamientos, Peter siguió al grupo mientras entraban en el edificio, encabezados por Alyson Bender.

—Por aquí, damas y caballeros…

Se detuvieron primero en la zona de recepción, con sus elegantes sofás de cuero negro.

—Tendrán que entregarme sus móviles —les anunció Alyson—, sus cámaras y cualquier otro dispositivo de grabación que puedan llevar encima. Los guardaremos aquí y podrán recuperarlos cuando salgan. Además, antes de entrar es necesario que firmen un acuerdo de confidencialidad.

Fue pasando los documentos. Peter firmó sin molestarse en leerlo. Tenía la mente en otra parte.

—Si alguien no quiere firmar —aclaró Alyson—, puede esperar aquí a que acabe la visita. ¿No? ¿Todo el mundo quiere hacerla? Muy bien, síganme.

Los llevó por un pasillo hasta una serie de laboratorios biológicos donde los esperaba Drake. Los cubículos, con sus paredes de cristal, se extendían a ambos lados del pasillo central y estaban extraordinariamente bien equipados. Peter se fijó en que varios de ellos contenían una sorprendente cantidad de aparatos electrónicos, casi como si fueran laboratorios de ingeniería. Reinaba el silencio. Era el final de la jornada y la mayoría de los departamentos estaban vacíos, aunque todavía quedaban varios investigadores preparando algunos procesos que se prolongarían durante la noche.

Mientras recorrían el pasillo, Drake les fue informando brevemente sobre cada laboratorio.

—Aquí se trabaja en proteómica y genómica… Aquí en ecología química… Aquí en fitopatología y en los virus de las plantas… Aquí en biología estocástica… Aquí en comunicación bioeléctrica de las plantas… En este, en fitoneurología… Este es el laboratorio que investiga los ultrasonidos entre insectos… Este otro se dedica a los neurotransmisores en las plantas… En este, Peter, estudian venenos y toxinas… Este es el de los volátiles de arácnidos y coleópteros… Aquí estudian fisiología del comportamiento, es decir secreciones exocrinas y organización social, principalmente con hormigas…

—¿Para qué son tantos equipos electrónicos? —preguntó alguien.

—Para los robots —contestó Drake—. Después de cada salida al campo deben ser reparados o reprogramados. —Miró a los integrantes del grupo—. Veo un montón de caras sorprendidas. Vamos, entren y echen un vistazo más de cerca.

Entraron en el laboratorio de la derecha. Olía ligeramente a tierra húmeda, a materia vegetal en descomposición y a hojas muertas. Drake los condujo hasta una mesa donde había varias bandejas cuadradas con muestras de suelo. Encima de cada una de ellas, colgaba una cámara suspendida de un brazo articulado.

—Aquí tenemos muestras del material que recogemos en el bosque tropical —explicó Drake—. Cada una representa un proyecto distinto en marcha, pero en todos los casos hay robots trabajando.

—¿Dónde? —preguntó Erika—. Yo no veo nada.

Drake ajustó la luz y la cámara de vídeo. En un monitor lateral vieron un objeto blanco diminuto en el suelo, ampliado varias veces.

—Como ven, se trata de una máquina de excavar y recoger que trabaja a nivel microscópico —comentó Drake—, y tiene mucho trabajo, porque cada una de estas bandejas contiene un universo enorme e interconectado todavía desconocido para el hombre. Hay trillones de microorganismos, cientos de miles de especies de bacterias y protozoarios, y la mayor parte de ellos no han sido catalogados. En una muestra de este tamaño puede haber cientos de miles de finas hifas fungosas; millones de artrópodos microscópicos e insectos diminutos, demasiado pequeños para ser apreciables a simple vista; y decenas de gusanos de distintos tamaños. En realidad, hay más seres vivos diminutos en esta pequeña bandeja que seres vivientes de mayor tamaño sobre toda la superficie de la tierra. Piénsenlo. Nosotros, los seres humanos, vivimos en la superficie y creemos que es ahí donde está la vida. Pensamos en términos de personas, elefantes, tiburones y bosques con árboles; pero nuestra percepción nos engaña. La verdad en lo referente a la vida en nuestro planeta es otra. El verdadero cimiento de la vida, que no deja de moverse, abrirse camino y crecer permanentemente, se encuentra aquí abajo, en este nivel. Y es en él donde van a producirse los mayores descubrimientos.

Había sido un discurso impresionante. Drake ya lo había pronunciado otras veces, y el público siempre se sumía en un respetuoso silencio. Pero aquel grupo era diferente.

—¿Y qué está descubriendo ese robot en concreto? —preguntó enseguida Rick Hutter.

—Nematodos —contestó Drake—, gusanos microscópicos que creemos que tienen propiedades biológicas muy importantes. En una bandeja como esta se calcula que puede haber cuatro mil millones de nematodos, pero solamente queremos recoger los que todavía no están clasificados.

Drake se volvió hacia una hilera de ventanas que daban a un laboratorio donde unos pocos investigadores estaban trabajando ante una serie de máquinas. Máquinas de aspecto muy complicado.

—Lo que estamos haciendo en esa sala es cribar, cribar miles de compuestos muy rápidamente utilizando espectrometría de masa y fraccionamiento de alta velocidad. Para eso son las máquinas que ven. Ya hemos descubierto decenas de candidatos para nuevos medicamentos. Y son todos naturales. Lo mejor de la madre naturaleza.

Amar Singh estaba impresionado por la tecnología, pero seguía habiendo cosas que no comprendía. Una de ellas eran los robots realmente pequeños, pensó, demasiado para que pudieran contener un ordenador.

—¿Cómo consiguen esos robots localizar y escoger los gusanos que les interesan? —preguntó.

—Lo hacen sin ninguna dificultad.

—¿Cómo?

—Tienen la inteligencia para hacerlo.

—Sí, pero ¿cómo? —Amar señaló una bandeja donde un robot diminuto estaba arando febrilmente la tierra—. Esta máquina no puede tener más de ocho o nueve milímetros de longitud. Es como la uña de mi dedo meñique. Es imposible meter un ordenador en un espacio tan reducido.

—La verdad es que se puede.

—¿Cómo?

—Vayamos a la sala de reuniones.

Cuatro grandes pantallas planas brillaban tras Vin Drake. Los paneles mostraban unas imágenes de color azul y púrpura que parecían las olas del mar vistas desde un avión. Drake caminaba ante ellas, mientras el micrófono que llevaba sujeto a la solapa amplificaba su voz. Hizo un gesto, señalando las imágenes.

—Lo que están viendo son líneas de convección en campos magnéticos que tienen casi sesenta teslas de fuerza. Son los campos magnéticos más fuertes que haya creado el ser humano. Para darles alguna referencia, un campo magnético de sesenta teslas es dos millones de veces superior en fuerza al campo magnético de la Tierra. Estos campos se crean mediante superconducción criogénica, utilizando materiales compuestos basados en el niobio.

Hizo una pausa para dejar que la idea calase.

—Desde hace más de cincuenta años —prosiguió—, se sabe que los campos magnéticos afectan a los tejidos animales de maneras muy diversas. Todos ustedes están familiarizados con la obtención de imágenes mediante resonancia magnética. También saben que los campos magnéticos pueden estimular la cicatrización ósea, inhibir la presencia de parásitos, alterar el comportamiento de las plaquetas y muchas otras cosas. Sin embargo, resulta que todos ellos constituyen los efectos menores de la exposición a campos magnéticos de baja intensidad. La situación cambia por completo cuando se trata de campos de intensidad muy alta, como los que solo recientemente hemos sido capaces de generar. Y hasta hace poco, nadie tenía el menor conocimiento de lo que ocurría en semejantes condiciones. A ese tipo de campo magnético lo llamamos «campo tensor», para distinguirlo de los campos magnéticos ordinarios. Los tensores tienen una fuerza altísima. En un campo tensor se pueden producir de forma visible cambios dimensionales de la materia.

»Ya hemos tenido algunos atisbos de ello, pistas, si quieren llamarlas así… La primera surgió en una investigación llevada a cabo en los años sesenta por una empresa llamada Nuclear Medical Data que estudiaba la salud de los trabajadores de las instalaciones nucleares. La empresa descubrió que, en general, estos gozaban de buena salud, pero también vio que, tras un período de diez años, los operarios expuestos a campos magnéticos potentes habían disminuido en altura alrededor de medio centímetro. El dato se consideró puramente estadístico y se desestimó.

Drake hizo una nueva pausa para ver si los integrantes del grupo comprendían adonde llevaba aquello. Ninguno parecía sospecharlo.

—Pero resultó que no era una simple cuestión estadística. En 1970, un estudio francés verificó que los trabajadores franceses que desarrollaban su actividad en un entorno de campos magnéticos fuertes habían perdido unos ocho milímetros de altura. No obstante, el mismo estudio también descartó el hallazgo y lo calificó de trivialidad.

»Sin embargo, actualmente sabemos que no lo era. La DARPA, la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa, se interesó en esos estudios y, según parece, hizo pruebas con perros pequeños y campos magnéticos fuertes, los más potentes que tenían en su época, en un laboratorio secreto de Huntsville, en Alabama. No existen archivos oficiales de esos trabajos, salvo unas pocas fotocopias y faxes que mencionan a un perro pekinés del tamaño de una goma de borrar.

Aquellas palabras causaron cierta conmoción, y los estudiantes se agitaron en sus asientos, intercambiando miradas.

—Al parecer —prosiguió Drake—, ese animal gimió lastimosamente y murió a las pocas horas, desangrándose con una sola gota de sangre. En general, los resultados fueron inestables y poco concluyentes. Al final, el proyecto se abandonó por orden de Melvin Laird, por aquel entonces secretario de Defensa.

—¿Por qué? —preguntó uno de los posgraduados.

—Le preocupaba desestabilizar las relaciones estadounidenses —repuso Drake.

—¿Y por qué iba a desestabilizarlas?

—Eso es algo que quedará aclarado en un momento. Aquí, la cuestión importante es que en la actualidad podemos generar campos magnéticos extraordinariamente potentes, los llamados «campos tensores». Y ahora también sabemos que, bajo los efectos de un campo tensor, tanto la materia orgánica como la inorgánica sufre algo parecido a un cambio de fase. El resultado es que los materiales sometidos al campo experimentan una rápida compresión por un factor entre diez elevado a menos uno y diez elevado a menos tres. En su mayor parte, las interacciones de cantidad permanecen simétricas e invariables, de modo que la materia encogida interactúa de forma natural con la materia normal, al menos la mayor parte del tiempo. La transformación es metaestable y reversible bajo los efectos de un campo inverso. ¿Me siguen hasta aquí?

A pesar de que todos ellos prestaban mucha atención, sus rostros reflejaban un amplio abanico de reacciones que iban desde la confusión, el total descreimiento, pasando por la duda hasta la fascinación. Drake no estaba hablando de biología, sino de física cuántica.

Rick descruzo los brazos y meneó la cabeza.

—¿Adonde quiere llegar? —pregunto en voz más alta de lo necesario.

Drake respondió sin inmutarse.

—Me alegro de que lo pregunte, señor Hutter. Es hora de que lo vean con sus propios ojos.

Las grandes pantallas situadas a su espalda se oscurecieron y el panel central se iluminó con una imagen de vídeo de alta definición.

Mostraba un huevo.

El huevo descansaba sobre una superficie negra y, tras él, había un fondo amarillo texturado, parecido a una cortina.

El huevo se movió. Estaba eclosionando. Un pequeño pico asomó a través de la cáscara. La grieta se agrandó. La parte superior se rompió y salió un polluelo, piando, que se mantuvo en pie vacilante y agitó sus alas incipientes.

Entonces, la cámara empezó a retroceder.

A medida que la escena se abría, apareció el entorno que rodeaba al polluelo. El trasfondo amarillo resultó ser la monstruosa pata de un ave. La pata de una gallina. El polluelo empezó a corretear alrededor de aquella gigantesca pata. La cámara siguió retrocediendo hasta que la gallina fue visible del todo. Parecía demencialmente desproporcionada. Sin embargo, cuando la cámara ya no pudo retroceder más, el polluelo y los restos de cáscara no eran más que unos puntos diminutos a los pies de la gallina de tamaño natural.

—Sal de… —empezó a decir Rick pero se detuvo, incapaz de apartar los ojos de la pantalla.

—Esto —anunció Drake—, es la tecnología de Nanigen.

—Y esta transformación… —empezó a decir Amar.

—Puede aplicarse a organismos vivos. Sí, encogimos ese huevo en un campo tensor. El embrión en el interior no se vio afectado por el cambio dimensional. Como han podido ver, eclosionó normalmente. Esto demuestra que los sistemas biológicos sumamente complejos pueden comprimirse en un campo tensor y seguir manteniendo con normalidad sus funciones vitales.

—¿Qué son esas cosas que aparecen en la imagen? —preguntó Karen.

En la pantalla, el suelo bajo los pies de la gigantesca gallina parecía salpicado por pequeños puntos. Algunos se movían, otros no.

—Esos son los otros polluelos. Alteramos dimensionalmente toda la puesta —explicó Drake—. Por desgracia, son tan pequeños que la madre ha aplastado algunos sin darse cuenta.

Se hizo un breve silencio. Amar fue el primero en hablar.

—¿Ha hecho esto con otros organismos?

—Naturalmente —repuso Drake.

—Eso significa… ¿con personas?

—Sí.

—Esos pequeños robots que vimos en el jardín botánico… —prosiguió Amar—. ¿Nos está diciendo que en realidad no los programó de forma inteligente?

—No hacía ninguna falta.

—Porque tiene seres humanos que los controlan, ¿no?

—Sí.

—Seres humanos que han sufrido un cambio dimensional, claro.

—¡Y una mierda! —exclamó Danny Minot—. ¿Acaso pretende tomarme el pelo?

—En absoluto —le aseguró Drake.

Alguien se echó a reír. Era Rick Hutter.

—Bobadas —dijo—. Este tipo nos está vendiendo la moto.

Karen tampoco lo creía.

—Todo esto es un camelo. Es imposible. Cualquiera podría hacer lo mismo con un vídeo y algunos efectos especiales.

—Esta tecnología existe —declaró Drake con toda la calma.

—¿De verdad nos está diciendo que puede provocar un cambio dimensional en una persona de una magnitud de diez elevado a menos tres? —inquirió Amar.

—Sí.

—Eso quiere decir que alguien que mida un metro ochenta quedaría reducido a…

—Sí, a poco menos de dos décimas de milímetro —precisó Drake.

—¡Santo Dios! —masculló Rick Hutter.

—Y a diez elevado a menos dos, esa persona mediría unos doce milímetros.

—La verdad, es que me gustaría ver todo eso con mis propios ojos —declaró Danny Minot.

—Naturalmente —repuso Drake—. Y lo verán.