Jardín botánico de Waipaka
28 de octubre, 15.00 h
El taxi dejó atrás el océano y no tardó en adentrarse en las montañas por una carretera empinada. Grandes acacias daban sombra al camino.
—Eso es la universidad; abarca ambos lados de la carretera —explicó el taxista al tiempo que señalaba unos edificios grises que parecían casas pareadas.
Peter no vio estudiantes por ninguna parte.
—¿Dónde está todo el mundo?
—Eso son los dormitorios. Ahora están en clase.
Pasaron ante un campo de béisbol y una zona residencial con pequeños bungalows. Siguieron adelante. Los edificios se fueron haciendo más escasos a medida que los árboles incrementaban su tamaño. Se dirigían hacia una montaña que era como un gran muro verde, con una densa vegetación, y que se alzaba a seiscientos metros de altura.
—Eso es Ko’o lau Pali, los famosos acantilados de Oahu —dijo el taxista.
—¿No hay casas allá arriba?
—No. Allí no se puede construir nada. No es más que una pared abrupta de roca volcánica. No se puede ni siquiera escalar. El que sale de la ciudad y viene hasta aquí se encuentra en medio de una selva tropical. Demasiada lluvia en el mauka[5] cerca de la montaña. Nadie vive allí.
—¿Y qué me dice del jardín botánico?
—Está a un kilómetro, siguiendo en esta dirección. —La carretera se había convertido en una vía de un solo carril que discurría bajo una espesa cobertura de árboles altos—. Por aquí tampoco viene nadie. La gente suele visitar Foster u otros jardines botánicos más bonitos. ¿Está seguro de que quiere ir?
—Sí —aseguró Peter.
La carretera ascendía, zigzagueando entre la vegetación exuberante, a lo largo de la ladera de la montaña.
De repente, un coche les dio alcance, tocó la bocina y los adelantó a toda velocidad. Peter vio que iba lleno de gente que saludaba y reía. Tuvo que mirar dos veces. Eran sus compañeros del laboratorio los que se apelotonaban en aquel automóvil, ni más ni menos que un Bentley descapotable, un coche extraordinariamente caro. El taxista masculló algo acerca de unas gambas chifladas.
—¿Gambas? —quiso saber Peter.
—Sí, turistas. Con el sol se ponen colorados como gambas.
No tardaron en llegar a la verja de seguridad de la entrada.
De acero, enorme y nueva, se abría ante la boca de un túnel.
Un cartel advertía que la entrada estaba prohibida a cualquier persona no autorizada.
El taxista aminoró y detuvo el coche ante la verja.
—Últimamente han hecho algunos cambios por aquí. ¿Por qué quiere visitarlo? —preguntó.
—Por asuntos de trabajo —repuso Peter.
A pesar de todo, cuando contempló la boca del túnel tuvo un mal presentimiento. Con aquella verja delante, se le antojaba un camino sin retorno y se preguntó si la habrían instalado para mantener a la gente fuera o para impedir que saliese.
El taxista suspiró, se quitó las gafas de sol y se adentró en el túnel. Era un pasadizo estrecho excavado en una protuberancia lateral de la montaña. Al cabo de unos: metros, salieron a un pequeño valle densamente arbolado y encajonado entre las laderas del Ko’olau Pali. Unas cascadas de agua se precipitaban al vacío envueltas en la bruma de la jungla tropical. La carretera descendió y no tardaron en llegar a un claro dominado por un gran cobertizo con el techo de cristal. Ante él había una zona de aparcamiento embarrada. Vin Drake y Alyson Bender ya estaban allí, de pie junto a un BMW deportivo. Ambos iban calzados con botas y vestidos de excursionista. Los posgraduados estaban apeándose del Bentley. Todos bajaron la voz cuando vieron que Peter descendía del taxi.
—Lo siento, Peter.
—Lamento lo de tu hermano.
—Sí, tío, lo sentimos.
Erika le dio un beso en la mejilla y lo cogió del brazo.
—No sabes cuánto lo siento. ¿Hay noticias?
—La policía sigue investigando —repuso Peter.
Vin Drake se acercó y le estrechó la mano con firmeza.
—No hace falta que te diga que ha sido una gran tragedia. Si al final se confirma, y ruego a Dios para que no sea así, será una pérdida terrible para todos nosotros, por no hablar del golpe que representa para la empresa de la que Eric formaba parte. Lo lamento muchísimo, Peter.
—Gracias —contestó este.
—Es una buena noticia que la policía siga investigando.
—Sí.
—Quiere decir que no han perdido la esperanza.
—Desde luego —dijo Peter—. Parece que muestran un interés renovado por el barco de Eric. Me dijeron algo acerca de un móvil en el compartimiento de los motores, pero no acabé de entenderlo.
—¿Un móvil en el compartimiento de los motores? —preguntó Drake, frunciendo el entrecejo—. Me pregunto qué puede tener que ver con…
—Como digo, no lo entendí bien —dijo Peter—. No sé por qué creen que podía haber un móvil allí. Es posible que a mi hermano se le cayera el suyo, no lo sé. El caso es que quieren comprobar los registros de llamadas.
—Ah, sí, los registros de llamadas. Bien, así no habrá cabos sueltos.
¿Drake había palidecido? Peter no supo decirlo a ciencia cierta. Alyson Bender se mordía el labio nerviosamente.
—¿Has podido descansar al menos, Peter?
—Sí, gracias. Me tomé una pastilla.
—Bien.
—Bueno… —dijo Drake frotándose las manos y volviéndose hacia los demás—. En cualquier caso, bienvenidos al valle de Manoa. ¿Les parece que entremos en materia? Acérquense y les explicaré por encima cómo funciona Nanigen.
Drake los condujo desde el aparcamiento hacia la espesura. Pasaron junto a un cobertizo que albergaba maquinaria para el movimiento de tierras.
—Seguramente —dijo Drake—, no han visto nunca máquinas como estas. Fíjense en lo pequeñas que son.
A Peter le recordaron diminutos cochecitos de golf en los que hubieran montado palas retro excavadoras en miniatura y una antena.
—Estas excavadoras las fabrican especialmente para nosotros en Siemens Precisión AG, una empresa alemana especializada. Son capaces de excavar el terreno con una precisión milimétrica. Luego colocan lo que han recogido en esa especie de bandejas cuadradas y planas que ven al fondo del cobertizo. Tienen unos treinta centímetros de lado y entre tres y seis de profundidad.
—¿Y la antena?
—Como ven, la antena cuelga directamente encima de la retro. Eso nos permite localizar con toda precisión dónde vamos a excavar y anotar en nuestra base de datos el punto de donde procede la muestra de suelo que hemos tomado. Todo esto irán viéndolo más claro a medida que transcurra el día. Entretanto, echemos un vistazo al lugar.
Se adentraron en la jungla, y el suelo del estrecho sendero que serpenteaba entre los grandes árboles se volvió repentinamente irregular. Los enormes troncos estaban rodeados de plantas trepadoras y la maleza llegaba a la altura de la rodilla.
Daba la sensación de que hubiera mil matices de verde. La luz que se filtraba a través de la bóveda que formaban las copas de los árboles era de un color verde amarillento.
—Esto puede parecer un bosque tropical natural… —empezó a decir Drake.
—Pero ni lo parece ni lo es —intervino Rick Hutter.
—En efecto, no lo es. Toda esta zona lleva siendo cultivada desde 1920, cuando era una tierra experimental para los campesinos de Oahu, y más recientemente para los estudios ecológicos que lleva a cabo la universidad. Sin embargo, en los últimos años nadie se ha ocupado de ella y toda la zona ha vuelto a un estado más natural. Esta área la llamamos Fern Gully.
Se volvió y continuó por el sendero, mientras los estudiantes lo seguían, caminando lentamente y mirando en derredor, deteniéndose a veces para examinar una planta o una flor.
—A medida que vayamos avanzando —prosiguió Drake en tono animado—, verán una gran profusión de helechos. A nuestro alrededor destacan los grandes árboles de helecho, el Cibotium y el Sadleria, y de menor altura, los pequeños Blechnum, Licopodium y naturalmente —señaló con un gesto de la mano toda la ladera de la montaña—, los helechos uluhe, que cubren las laderas de prácticamente todo Hawai.
—Se ha olvidado de este —comentó Rick—, un Platycerium bifurcatum. El falso cuerno de ciervo.
—Sí, seguramente —repuso Drake, reprimiendo un destello de irritación—. Este sendero está bordeado de helecho spe’abi. Los más grandes son maku’e, los predilectos de las arañas. Ya se habrán dado cuenta de la gran cantidad de arañas que hay por aquí. Solo en esta pequeña zona hay representadas más de veintitrés especies. —Se detuvo en un claro donde los árboles se abrían y ofrecían una amplia vista de las laderas del valle. Levantó el brazo y señaló un risco que dominaba el paisaje—. Ese pico se llama Tántalo. Es el cráter de un volcán extinguido que mira hacia el valle. Estamos llevando a cabo trabajos de investigación tanto en el cráter como en las zonas más bajas.
Alyson Bender se situó junto a Peter.
—¿Te ha llamado la policía hoy?
—No, ¿por qué?
—Me preguntaba cómo has sabido que estaban registrando el barco o lo de los registros telefónicos.
—Bueno, lo dijeron en las noticias —contestó Peter, que en realidad se lo había inventado.
—¿Ah, sí? Pues no lo he visto. ¿En qué canal?
—No lo recuerdo. El Cinco, creo.
Rick Hutter se acercó.
—Oye, Peter, no sabes cuánto lo siento.
Jenny Linn, que caminaba detrás de Drake, le preguntó:
—No sé si entiendo bien lo de su programa de investigación. ¿Qué es exactamente lo que están haciendo en esta selva?
Drake le sonrió.
—Todavía no lo he explicado. Para expresarlo sencillamente, planeamos recoger muestras de una sección transversal del ecosistema hawaiano, desde el cráter del Tántalo hasta el valle de Manoa, que es donde estamos ahora.
—¿Qué tipo de muestras quiere recoger? —preguntó Rick Hutter, con los brazos en jarras.
Iba vestido con su atuendo habitual, vaqueros y camisa de cuadros arremangada y manchada de sudor. Era la viva imagen del aventurero de la jungla y, como de costumbre, mostraba una actitud combativa.
Drake le sonrió antes de contestar.
—Básicamente recogeremos muestras de todas las especies vivientes de este ecosistema.
—¿Y para qué? —insistió Rick, mirándolo con aire desafiante.
Drake le sostuvo la mirada con frialdad y volvió a sonreír.
—El bosque tropical es el mayor depósito natural de componentes químicos activos que nos ofrece la naturaleza. En estos momentos nos hallamos en medio de una mina de oro llena de nuevos medicamentos potenciales, medicamentos que podrían salvar incontables vidas humanas, medicamentos con un valor de millones de dólares. Este bosque, señor…
—Hutter, Rick Hutter.
—Este frondoso bosque, señor Hutter, encierra la llave de la salud y el bienestar de los habitantes de este planeta; sin embargo, apenas ha sido explorado. No tenemos ni idea de qué tipo de compuestos químicos hay aquí, en las plantas, en los animales y en las formas de vida microscópicas. Este bosque es térra incógnita, constituye un universo tan inexplorado como lo era para Colón el Nuevo Mundo. Nuestro objetivo es muy simple, señor Hutter. Consiste en descubrir nuevos medicamentos. Estamos buscando nuevos medicamentos a una escala que supera todo lo imaginado. Hemos empezado con un filtrado completo de todo este bosque, desde el Tántalo hasta el fondo del valle, en busca de compuestos bioactivos. Los beneficios serán enormes.
—«Beneficios» —repitió Hutter—. «Mina de oro», «Nuevo Mundo». En realidad, señor Drake, está hablando de una nueva carrera del oro, ¿no es así? Todo gira en torno al dinero.
—Esa es una manera muy cruda de exponerlo —repuso Drake—. Ante todo, la medicina consiste en salvar vidas, en acabar con el sufrimiento y ayudar a que los seres humanos alcancen su pleno potencial. —Dirigió su atención a los otros y siguió avanzando por el sendero, alejándose de Rick Hutter, que obviamente lo incomodaba.
Rick, con los brazos en jarras, se volvió hacia Karen King.
—Este tipo es un conquistador español en versión moderna. Está saqueando este ecosistema a cambio de su oro.
Karen lo miró con expresión reprobadora.
—¿Y se puede saber qué haces tú con tus extractos naturales? Te dedicas a extraer las esencias de las cortezas en busca de nuevos medicamentos. ¿Dónde está la diferencia?
—La diferencia está en la enorme cantidad de dinero que está en juego —replicó Hutter—. Y tú ya sabes dónde está el dinero en todo esto, ¿verdad? Está en las patentes. Nanigen conseguirá miles de patentes con lo que encuentre aquí, y las grandes compañías farmacéuticas explotarán dichas patentes y ganarán miles de millones.
—Lo que pasa es que te da envidia no tener ninguna patente —le espetó Karen antes de dar media vuelta y alejarse mientras Rick la fulminaba con la mirada.
—Yo no me dedico a la ciencia para enriquecerme, ¡como hacen otras! —replicó Rick a voz en cuello, y se dio cuenta de que ella lo ignoraba deliberadamente.
Danny Minot cerraba el grupo, no sin esfuerzo. Por alguna razón, había ido a Hawai con su chaqueta de tweed y la llevaba puesta en esos momentos. El sudor le caía por el cuello y le empapaba la camisa; además, resbalaba constantemente por el camino con sus mocasines de borlas. No dejaba de enjugarse el sudor con un pañuelo y de fingir que todo iba bien.
—Señor Drake —dijo—, si está usted al corriente de las teorías postestructuralistas, sabrá que en realidad no podemos llegar a saber nada de este bosque… puesto que somos nosotros los que creamos significado cuando… en realidad la naturaleza carece de él.
El discurso de Minot pareció no causar ningún efecto en Drake.
—Mi visión de la naturaleza, señor Minot, es que no necesitamos conocer el significado de la naturaleza para poder hacer uso de ella.
—Sí, pero…
Mientras Danny seguía con su perorata, Alyson Bender aminoró el paso, y Peter se encontró caminando con Rick, que señaló a Drake con la cabeza.
—¿Tú le crees a ese tipo? Parece un biopirata cualquiera.
—He oído sus comentarios, señor Hutter —dijo Drake, volviendo la cabeza de repente—, y debo decir que eso es completamente falso. La biopiratería consiste en apoderarse de las plantas autóctonas sin compensar al país de origen. Es un concepto atractivo para los buenistas desinformados, pero está lleno de dificultades prácticas. Tome por ejemplo el curare, un valioso compuesto medicinal que se utiliza en la medicina moderna. Está claro que alguien debería ser compensado, ¿verdad? Sin embargo, existen muchas recetas para el curare desarrolladas por muchas pequeñas tribus que se extienden por toda América Central, una zona enorme. Los curares difieren en sus ingredientes y tiempo de cocción en función de lo que deben matar con él o de las preferencias locales. ¿Cómo pretende entonces compensar a los chamanes de las tribus que los preparan? ¿Acaso los chamanes de Brasil realizan una labor más valiosa que los de Colombia o Panamá? ¿Influye que los árboles utilizados en Colombia fueran trasplantados originariamente de Panamá? ¿Qué pasa con la fórmula actual? ¿Añadir estricnina es importante o no? ¿Y qué pasa si se añade un clavo oxidado? ¿Existe alguna consideración por el dominio público? Permitimos que una empresa farmacéutica explote comercialmente un medicamento durante veinte años y después se convierte en público. Algunos dicen que sir Walter Raleigh introdujo el curare en Europa en 1596. Desde luego en 1700 ya era conocido. En 1880, Burroughs Wellcome vendía tabletas de curare con fines médicos. Así pues, pese a todo, el curare es de dominio público. Y, por último, los cirujanos actuales ya no utilizan curare de origen vegetal, sino sintético. ¿Se da cuenta de las complejidades de la cuestión, señor Hutter?
—Todo eso no son más que evasivas de empresario.
—Señor Hutter, parece disfrutar haciendo de abogado del diablo de mis opiniones —dijo Drake—. Le aseguro que no me importa, porque me obliga a afinar mis argumentos. La verdad es que lo habitual en este mundo es que la medicina utilice componentes naturales. Los descubrimientos de cualquier cultura son valiosos, y todas las culturas aprovechan elementos de las demás. A veces, los descubrimientos se venden por cierto precio, pero no siempre. ¿Deberíamos pagar a los mongoles por el estribo del caballo del que fueron inventores? ¿Deberíamos pagar a los chinos por haber introducido la manufactura de la seda o por el opio? ¿Deberíamos rastrear a los descendientes de los campesinos del neolítico que hace diez mil años descubrieron el arte de plantar cosechas en los deltas de los ríos y pagarles por ello? ¿Y qué me dice de los británicos medievales que descubrieron cómo fundir el hierro?
—Entendemos lo que quiere decir, aunque Rick no —dijo Erika Molí—. Siga, por favor.
—Muy bien. La cuestión es que en Hawai no se puede plantear la cuestión de la biopiratería de las plantas. Estas islas son volcanes que surgieron del océano como superficies de lava, y todo lo que crece aquí actualmente llegó de otra parte, traído por los pájaros, por el viento, por las corrientes o en las canoas de los navegantes polinesios. Aquí no hay nada autóctono, aunque algunas especies sean endémicas. De hecho, los aspectos legales de esta situación constituyen una de las razones de que nos hayamos instalado aquí.
—Para evadir la ley —masculló Hutter.
—Al contrario, para atenernos a ella —repuso Drake—. He ahí la cuestión.
Llegaron a una Zona donde las hojas de las plantas alcanzaban la altura del pecho de un hombre.
—A esta zona la llamamos Ginger Lane —explicó Drake— debido a que está llena de jengibre blanco, amarillo y kahili. El kahili es el que tiene los tallos largos y rojos. Los árboles son principalmente sándalos, con sus típicas flores de color vino, pero también hay saponarias y milos, con sus grandes hojas verde oscuro.
Los estudiantes se volvieron, mirando en todas direcciones.
—Doy por hecho que están familiarizados con todo esto; pero, por si no lo están, esta hoja desnuda y puntiaguda es de una adelfa, y puede matar a una persona. Un habitante local murió por asar carne con un palo de adelfa. A veces, los niños se comen los frutos y mueren. El árbol grande que tienen a su izquierda es un árbol de la estricnina, originario de la India. Todas sus partes son letales, sobre todo sus semillas.
»Junto a él verán un matorral de hojas estrelladas. Es un ricino, igualmente letal por su toxicidad. No obstante, en dosis muy pequeñas, la ricina puede tener propiedades medicinales. Estoy seguro de que el señor Hutter ya sabe todo esto.
—Naturalmente —contestó Rick—. Es más, el extracto del ricino mejora potencialmente la memoria y tiene propiedades antibióticas.
Drake giró en un recodo, siguiendo un sendero que bajaba.
—Por último, aquí tenemos Bromeliad Alley —anunció—. Hay unas ochenta variedades de esta familia de plantas, entre las que figura, como ustedes saben, la piña. Las bromelias albergan numerosos insectos. Los árboles que nos rodean son principalmente eucaliptos y acacias, pero más adelante, tal como verán por las hojas curvadas del suelo, tenemos otros más típicos del bosque tropical, como el koa y el ohia.
—Disculpe, pero me gustaría saber por qué nos está enseñando todo esto —intervino Jenny Linn.
—Exacto —convino Amar Singh—. Siento curiosidad por la tecnología, señor Drake. ¿Cómo se las arreglan para tomar muestras de tantos y tan distintos seres vivos, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de ellos son muy pequeños? Estoy hablando de bacterias, gusanos, insectos y todo lo demás. Es decir, ¿cuántas biomuestras recogen y procesan por hora o por día?
—Nuestro laboratorio envía todos los días un camión a este bosque tropical —explicó Drake— para recoger muestras de suelo cortadas con extrema precisión, selecciones de plantas o cualquier otra cosa que nuestros investigadores soliciten. Así pues, pueden confiar en tener diariamente no solo material fresco, sino en general cualquier cosa que pidan.
—¿Viene aquí todos los días, dice? —preguntó Rick Hutter.
—Así es. Alrededor de las dos de la tarde. Por poco no nos hemos cruzado con él.
Jenny Linn se agachó.
—¿Qué es esto? —dijo, señalando algo en el suelo. Parecía una pequeña tienda de campaña, del tamaño de la palma de su mano, que cubría un receptáculo de cemento—. He visto otra igual un poco más atrás.
—Ah, sí —repuso Drake—. Estupenda observación, señorita Linn. Estas tiendas están repartidas por toda la zona. Son centros de aprovisionamiento. Más tarde les explicaré lo que significa. De hecho, si les parece bien, creo que es hora de que sepan a lo que se dedica Nanigen en realidad.
Dieron la vuelta para regresar a la zona de aparcamiento y pasaron junto a un estanque de aguas fangosas, bordeada de palmas y bromelias.
—Ese estanque se llama Pau Hana —explicó Drake—. El nombre quiere decir «trabajo hecho».
—Curioso nombre para un estanque de patos —dijo Danny—, porque eso es lo que es. Acabo de ver tres o cuatro familias de patos al venir.
—¿Y ha visto lo que pasa? —le preguntó Drake.
Danny negó con la cabeza.
—No. ¿Se supone que va a impresionarme?
—Eso depende. Miren en la espesura, más o menos a un metro del agua.
El grupo se detuvo y todos miraron fijamente. Karen King fue la primera en verlo.
—Una garza gris —susurró.
Era un ave de casi un metro, de cabeza puntiaguda y ojos inexpresivos. Parecía sucia y perezosa. Estaba muy quieta y se confundía perfectamente con las sombras del follaje.
—Puede estar horas así —comentó Karen.
La observaron durante varios minutos, y se disponían a marcharse cuando una de las familias de patos empezó a nadar cerca del borde del estanque. La madre y los polluelos se mantenían ocultos entre las hierbas acuáticas, pero no les sirvió de nada.
Con un movimiento rapidísimo, la garza salió volando, se lanzó contra los ánades y remontó el vuelo hasta donde estaba posada. De su pico sobresalían los pies palmeados de un polluelo.
—¡Caramba! —exclamó Danny.
—¡Qué horror! —dijo Jenny.
La garza alzó el pico y engulló lo que quedaba del pato.
Luego bajó la cabeza y volvió a quedarse inmóvil entre las sombras. La escena había durado apenas unos segundos, y costaba creer que hubiera sucedido de verdad.
—Ha sido muy desagradable —dijo Danny.
—Así es la vida —repuso Drake—. Verán que en el jardín botánico apenas hay patos, y esa es la razón. Ah, me parece que aquí están nuestros coches, esperando para devolvernos a la civilización.