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Waikiki

27 de octubre, 17.45 h

Tumbado en la cama de su hotel, Peter se sentía invadido por una extraña sensación de irrealidad. No sabía qué hacer a continuación. ¿Por qué no le había dicho a Watanabe quién era Alyson Bender? Estaba agotado, pero aun así no podía descansar. Las imágenes de aquel vídeo seguían desfilando por su mente, y veía a Alyson sosteniendo algo en la mano mientras contemplaba la muerte de Eric como si no le importara lo más mínimo. Luego, ella se marchaba a toda prisa.

¿Por qué?

Entonces se acordó de algo que Rick Hutter le había dicho acerca de Erika Molí, sobre cómo comprobar la verdad sobre alguien. Cogió la cartera y empezó a rebuscar en ella, sacando tarjetas y dinero, hasta que por fin encontró la tarjeta que Rick le había dado una semana antes en el laboratorio. Tenía un número de teléfono y un nombre —Jorge— escritos de puño y letra de Rick.

El tipo que podía acceder a los registros telefónicos. El hacker telefónico del MIT.

El prefijo correspondía a Massachusetts. Marcó el número.

El teléfono sonó y sonó. Al ver que no saltaba el contestador, Peter lo dejó sonar un poco más. Al final, alguien respondió con una especie de gruñido.

—¿Sí?

Peter se identificó y explicó lo que deseaba.

—Soy amigo de Rick Hutter. ¿Podrías facilitarme una lista de las llamadas recientes realizadas desde cierto móvil?

—Sí, ¿por qué?

—Rick me dijo que eras capaz de conseguirlo. Te pagaré lo que me pidas.

—No es una cuestión de dinero. Lo haré solo si me parece interesante —dijo la voz con un ligero acento hispano.

Peter le resumió la situación.

—Es posible que una mujer esté involucrada en la… muerte de mi hermano.

«Muerte». Era la primera vez que utilizaba aquella palabra para hablar de Eric.

Se hizo una larga pausa al otro lado de la línea.

—Escucha —prosiguió Peter—, tengo el número de teléfono de esa mujer. ¿Podrías averiguar a qué otros números llamó? Doy por hecho que se trata de su móvil.

Le dio el número de Alyson.

La línea quedó en silencio durante un largo momento, y Peter contuvo el aliento. Al fin, Jorge respondió.

—Está bien. Dame… un par de horas.

Peter se dejó caer en la cama, con la cabeza martilleándole. Oía el ruido del tráfico en la avenida Kalakaua porque su habitación daba al interior de la isla y sus vistas se perdían más allá de la ciudad, entre las montañas. El día transcurrió lentamente, el sol declinó y la habitación se llenó de sombras. Quizá Eric había alcanzado la orilla, quizá sufría amnesia y había acabado en algún hospital, quizá todo era un gran error… Peter necesitaba confiar, mantener la esperanza de que Eric reapareciera en algún sitio. Siempre quedaba una posibilidad, por remota que fuera. Pero… ¿y si Eric había sido… asesinado? Al final, no pudo soportar quedarse un instante más en su habitación y salió.

Estaba sentado en la playa, frente a su hotel, contemplando cómo los reflejos rojizos de la puesta de sol se oscurecían sobre el mar. ¿Por qué no le había dicho al policía que había reconocido a la mujer del vídeo? Reservarse la información había sido algo instintivo. Las palabras habían brotado de sus labios sin más, pero ¿por qué? ¿Qué lo había movido a hacerlo? De pequeños, su hermano y él siempre se habían ayudado mutuamente. Él había cubierto a Eric, y este lo había cubierto a él…

—¡Pero si estás ahí!

Giró la cabeza y vio que Alyson Bender se acercaba en la penumbra del atardecer. Llevaba un vestido hawaiano estampado y sandalias. Tenía un aspecto muy distinto del que había mostrado en Cambridge, con su traje de chaqueta y su collar de perlas. Allí parecía una chica joven e inocente.

—¿Por qué no me has llamado? —preguntó Alyson—. Pensaba que me telefonearías cuando hubieras acabado con la policía. ¿Qué tal ha ido?

—Bien —repuso Peter—. Me llevaron a ese sitio de los acantilados, el cabo Makapu’u, y me enseñaron el lugar donde había ocurrido.

—Vaya… ¿Y se sabe algo más? Sobre Eric, me refiero.

—No. No lo han encontrado, y tampoco el cuerpo.

—¿Y el barco?

—¿Qué pasa con el barco?

—¿La policía ha examinado el barco?

—No lo sé —contestó Peter, encogiéndose de hombros—. No me lo dijeron.

Alyson se sentó en la arena, junto a él, y apoyó una mano en su hombro. Su tacto era cálido.

—Lamento que hayas tenido que pasar por todo esto, Peter. Habrá sido horrible.

—No ha sido fácil. La policía tenía una grabación de vídeo.

—¿Un vídeo? ¿En serio? ¿Y lo viste?

—Sí.

—¿Y qué tal, fue de alguna ayuda?

Peter se preguntó si realmente ella no había visto a la pareja en los acantilados, grabando con la cámara. ¿Era posible que solo hubiera estado mirando el barco? Notó los ojos de Alyson escrutándolo en la penumbra.

—Vi a Eric saltar al agua, pero no lo vi salir.

—¡Qué horror! —susurró ella.

Peter notó que la mano de la joven le acariciaba el hombro.

Deseó decirle que dejara de hacerlo, pero no se atrevía a hablar.

La situación se le antojaba increíblemente escalofriante.

—¿Y qué dice la policía? —preguntó ella.

—¿Sobre qué?

—Sobre lo ocurrido. En el barco, me refiero.

—Creen que se trató de unos conductos…

El móvil sonó de repente. Peter lo sacó del bolsillo de su camisa y contestó.

—Sí.

—Soy Jorge.

—Un momento.

Se levantó y se volvió hacia Alyson.

—Perdona, pero tengo que atender esta llamada.

Se alejó por la playa. Las estrellas empezaban a asomar en el cielo nocturno.

—Dime, Jorge.

—Tengo la información acerca del número que me diste. Figura a nombre de Nanigen MicroTechnologies Corporation, con sede en Honolulu, y está asignado a una empleada de la empresa llamada Alyson F. Bender.

Peter se volvió y miró a Alyson, que no era más que una sombra oscura en la distancia.

—Sigue —pidió.

—A las 15.45, hora local, llamó tres veces seguidas al número 646-673-2682.

—¿Qué número es ese?

—No está asignado. Corresponde a uno de esos teléfonos de usar y tirar que puedes comprar y utilizar hasta que se acaba el saldo.

—¿Y dices que llamó tres veces?

—Sí, pero muy brevemente. Tres segundos, dos segundos y otra vez tres segundos.

—De acuerdo. ¿Eso puede querer decir que no podía contactar?

—No. Está claro que estableció comunicación. No había contestador, y la llamada entró directamente. Por lo tanto, ella sabía que había conectado. En un caso así, caben dos posibilidades: una, que siguiera llamando porque esperaba que alguien contestara o que estuviera activando algún tipo de dispositivo.

—¿Un dispositivo?

—Sí. Se puede conectar casi cualquier artefacto para que se active con una llamada entrante de móvil.

—De acuerdo. Tres llamadas seguidas. ¿Y después?

—A las 15.55 llamó a otro número de Nanigen, a un móvil asignado a un tal Vincent A. Drake. ¿Quieres escuchar la llamada?

—Desde luego.

Oyó un timbre de llamada y después un «clic» de conexión.

Vin: ¿Sí?

Alyson, sin aliento: Soy yo.

Vin: ¿Y bien?

Alyson: Escucha, estoy preocupada. No sé si ha funcionado o no. Tendría que haber habido humo o algo.

Vin: Perdona, pero…

Alyson: Es que estoy preocupada.

Vin: No sigas.

Alyson: Es que no lo entiendes.

Vin: Sí, sí que lo entiendo. Escucha, estás hablando por teléfono, así que necesito que te expreses con… más exactitud.

Alyson: Oh.

Vin: ¿Entiendes lo que estoy diciendo?

Alyson, tras una pausa: Sí.

Vin: De acuerdo. Ahora, ¿dónde está el objeto?

Alyson, tras una pausa: No está disponible, ha desaparecido.

Vin: Muy bien, entonces no veo el problema.

Alyson: Pero yo sigo preocupada.

Vin: Pero dices que el objeto no reapareció, ¿no?

Alyson: Sí.

Vin: Entonces no hay problema alguno. Podemos hablarlo después en persona, pero no ahora. ¿Vas a volver inmediatamente?

Alyson: Sí.

Vin: De acuerdo, nos vemos enseguida.

«Clic».

—Hay otras dos llamadas, ¿quieres escucharlas? —preguntó Jorge.

—Puede que después.

—De acuerdo. Te las he enviado por correo electrónico como archivos wav. De esa manera podrás escucharlas en tu ordenador.

—Gracias. —Peter lanzó una mirada a Alyson y se estremeció—. ¿Puedo llevar este material a la policía?

—¡Ni se te ocurra! —exclamó Jorge—. Se necesita un mandamiento judicial para poder tener acceso a estas cosas. Si se lo entregas a la policía, no podrán utilizarlo en un juicio porque será apropiación ilegal. Eso sin contar con que me meterías en un lío muy gordo.

—Entonces, ¿qué debería hacer?

—No lo sé, tío —masculló Jorge—. Haz que confiesen.

—¿Cómo?

—Mira, no puedo ayudarte con eso, pero si necesitas más registros telefónicos, solo tienes que llamarme. —Y colgó.

Peter caminó hacia Alyson sintiendo que lo invadía un sudor frío. Ya había oscurecido y le resultaba imposible leer la expresión de la joven, que estaba sentada muy quieta en la arena. La oyó preguntar:

—¿Va todo bien?

—Sí.

En realidad, Peter tenía la sensación de estar ahogándose, abrumado por el peso de aquellos terribles acontecimientos.

Toda su vida había sido estudiante y hasta ese momento creía que sus experiencias le habían dado una visión clara —e incluso escéptica— de lo que eran capaces los seres humanos. Había tenido que enfrentarse con estudiantes tramposos, estudiantes que hacían favores sexuales para pasar de curso, estudiantes que falsificaban sus notas, y con profesores que se apropiaban del trabajo de sus alumnos; incluso había conocido el caso de un supervisor de tesis que era adicto a la heroína. A sus veintitrés años creía haberlo visto todo.

Pero ya no. La idea de un asesinato, de que alguien hubiera intentado premeditadamente matar a su hermano le provocaba escalofríos y sudores. No se veía con ánimos para conversar con aquella joven que se suponía que había sido la novia de Eric pero que evidentemente había conspirado contra él; de hecho, ni siquiera había derramado una lágrima y no parecía afectada en lo más mínimo.

—Estás muy callado, Peter.

—Ha sido un día muy largo.

—¿Qué te parece si te invito a tomar algo?

—No, gracias.

—Los Mai Tai de aquí tienen fama.

—Creo que será mejor que me vaya a la cama.

—¿Has cenado?

—No tengo hambre.

Alyson se levantó y se sacudió el vestido.

—Sé que debes de estar muy afectado. Yo también lo estoy.

—Sí.

—¿Por qué te muestras tan frío conmigo? Solo estoy intentando…

—Lo siento —se apresuró a decir, porque no quería que ella sospechara nada. Eso sería tan imprudente como peligroso—. Es que todo esto ha sido un shock terrible.

Alyson alargó la mano y le acarició la mejilla.

—Llámame si hay algo que pueda hacer por ti.

—Lo haré. Gracias.

Caminaron de regreso al hotel.

—Tus amigos llegan mañana —comentó ella—. Lo ocurrido a Eric los ha afectado, pero la visita a nuestras instalaciones está preparada. ¿Quieres seguir adelante con ella?

—Desde luego —contestó Peter—. No me siento capaz de quedarme sentado, esperando.

—La visita empezará en el jardín botánico de Waipaka, en el valle de Manoa. Está en unas montañas no lejos de aquí —le explicó ella—. De allí es de donde obtenemos muchos de los materiales de la selva que utilizamos en nuestra investigación. A las cuatro en punto, mañana. ¿Quieres que te recoja?

—No hará falta —repuso Peter—. Cogeré un taxi. —De algún modo se las arregló para darle un beso en la mejilla—. Gracias por venir, Alyson. Significa mucho para mí.

—Solo pretendo ayudar —dijo ella, mirándolo con aire dubitativo.

—Y lo haces —le aseguró Peter—. Créeme, lo haces.

Incapaz de dormir, incapaz de comer, atormentado por la información de Jorge, Peter Jansen decidió quedarse en el balcón de su habitación. Las vistas se alejaban del mar y se perdían, más allá de la ciudad, en una serie de picos montañosos, oscuros y vírgenes, sin luces, que se perfilaban contra el fondo estrellado del cielo. Alyson Bender había hecho tres llamadas breves a un número de móvil. Peter no podía quitarse de la cabeza la hora de dichas llamadas, las 15.47. Recordó que en el vídeo de la pareja estaba registrada la hora y, como tenía buena cabeza para los números y los manejaba constantemente en su trabajo, no le costó demasiado acordarse de la hora que marcaba: las 15.50, más o menos. Solo tres minutos después de que Alyson hiciera aquellas tres breves llamadas, el barco de su hermano se averiaba.

Un momento. ¿Y el mensaje de texto de Eric? Entró en la habitación, cogió el móvil y revisó los mensajes. El mensaje «No vengas» había llegado a las 21.49, hora de la costa Este.

Había seis horas de diferencia entre Hawai y Boston, lo cual significaba que Eric lo había enviado a las 15.49. ¡Dos minutos después de que Alyson Bender realizara sus tres llamadas a un móvil de usar y tirar! Había sido un mensaje de solo dos palabras porque su hermano se hallaba en una situación de vida o muerte y no había tenido tiempo de escribir un texto más largo. Eric lo había enviado desde su barco mientras intentaba desesperadamente poner en marcha los motores. Instantes después, había saltado por la borda. Peter tenía las manos sudorosas y el móvil estuvo a punto de resbalársele de los dedos.

Contempló fijamente el mensaje: «No vengas». Tenía ante sus ojos las últimas palabras de su hermano.