La montaña Kachi-kachi

Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un anciano que vivía con su esposa en el campo. En la vecindad había un viejo tanuki muy dañino que cada noche salía de su madriguera y arrasaba sus campos, destrozando todos los melones y berenjenas que el hombre había sembrado y cultivado con el sudor de su arduo trabajo, por lo que, aunque el viejo era de buen carácter, no pudo aguantar más y diciéndose «ya verás lo que te voy a hacer», finalmente puso una trampa y consiguió atrapar al viejo tanuki.

—¡Qué alegría! Por fin estoy libre de esa peste.

El viejo, muy contento, cogió al tanuki y se lo llevó a su casa.

—¡Mujer, por fin he atrapado a ese tanuki tan dañino! Vigila que no se escape. Esta noche haremos sopa de tanuki, y tomaremos sake para celebrarlo —le dijo.

El viejo ató las cuatro patas del tanuki, lo colgó cabeza abajo de una viga de la despensa, y volvió a salir al campo.

Cuando se hubo ido, el tanuki, colgando de la viga de la despensa, empezó a estrujarse los sesos pensando y pensando en cómo podría escapar, hasta que, al fin, ideó un plan. Luego, volviéndose hacia la vieja que estaba moliendo trigo a su lado, le dijo con fingida amabilidad:

—¡Abuela! ¡Eh, abuela!, debe de ser muy cansado para una mujer de tus años moler trigo con un almirez tan pesado como ese. Préstamelo, y yo moleré por ti.

La vieja negó agitando su cabeza canosa a izquierda y derecha y dijo:

—Pero ¿cómo crees que voy a hacer una cosa semejante en ausencia de mi marido? Si llegase a pasar algo, ¡cómo me regañaría por haberlo hecho! Te agradezco mucho tu amabilidad, pero no estoy dispuesta a ello.

Así que no se dejó convencer por la táctica del tanuki.

Pero el tanuki, siendo asimismo un animal de astucia reconocida, continuó tratando de persuadirla, diciendo con voz zalamera:

—Haces bien en ser tan precavida. Pero desde que me han cogido ya no pienso en tratar de huir ni de esconderme como un cobarde. Si crees que el viejo te regañará por haberme desatado, pues bien, vuelve a atarme cuando creas que esté por llegar y me cuelgas aquí como antes. ¿No te parece que con eso estará bien? De ninguna manera voy a escaparme. Prueba aunque solo sea una vez y déjame usar el almirez.

Así iba soltando este tipo de argumentos, y como la vieja en el fondo era una mujer de buen corazón, pensó para sus adentros: «Ya que me lo dice tan seriamente, creo que no habrá peligro alguno», y finalmente lo desató.

—Muy bien, pues ya puedes moler por mí un rato —le dijo entregándole el almirez.

Apenas el tanuki cogió el almirez, hizo como si fuera a moler el trigo, y he aquí que, de pronto, golpeó a la mujer con él. Y cuando estuvo seguro de que estaba muerta, hizo una sopa con ella como si fuera la sopa de tanuki. Luego, transformando su figura[26] en la de la anciana y disfrazándose con sus ropas, esperó tranquilamente a que regresara el viejo.

El anciano, que no podía ni soñar lo que había sucedido durante su ausencia, iba feliz y sonriente por el camino de vuelta, ya que se había librado por fin de una gran preocupación y encima iba a poder cenar sopa de tanuki por primera vez en mucho tiempo.

Al llegar a casa de tan buen humor, el tanuki, fingiendo ser la mujer que le esperaba impaciente, le dijo:

—¿Ah, ya estás de vuelta? Quería que probases cuanto antes la sopa de tanuki y te estaba esperando con el guiso ya preparado.

Él, muy complacido al oírla, respondió:

—Ah, estupendo. Te agradezco mucho que te hayas tomado ese trabajo. Vamos a probarla de inmediato.

Tan pronto como se hubo quitado sus sandalias de paja, se sentó frente a la mesa, y como no sabía que la sopa estaba hecha con su esposa, comía chasqueando la lengua para demostrar cuánto le gustaba, y hasta pidió repetir de esa sopa de vieja.

Y entonces, esa abuela que hasta ese momento le había servido la cena, de pronto recuperó su forma original de tanuki y, enseñándole a la vez la lengua y el rabo, le dijo:

—¡Viejo, te has comido la carne de tu mujer! ¡Mira los huesos bajo las tablas del vertedero! —Y desapareció al instante, como si fuese niebla o una nube.

El anciano se llevó una sorpresa tan grande que quedó mudo y paralizado de horror. Por fin, recobrándose, dijo:

—¡Ah, pobre mujer! ¡Así que la sopa que he tomado y que me ha sabido tan deliciosa, hasta para chasquear la lengua, estaba hecha de mi pobre mujer! ¡Cuánto odio a ese tanuki! ¡Algún día sufrirás mi venganza!

Sobrecogido por la rabia y la pena, el viejo se arrojó al suelo y, boca abajo, lloró sin parar como un niño.

Y he aquí que, de pronto, oyó que alguien le llamaba por encima de su cabeza:

—¡Buen hombre! ¿Por qué estás llorando así?

El anciano, pensando quién podría ser el que le llamaba, levantó la cabeza y vio a un viejo conejo blanco que también vivía en la vecindad.

De por sí, el conejo blanco era de carácter bondadoso, muy diferente del viejo tanuki, y como el hombre sabía que era un animal muy amable, le dijo:

—¿Ah, eres tú, conejo blanco? Gracias por venir a visitarme. A decir verdad, hoy me ha pasado esto y esto, y el viejo tanuki ha matado a mi mujer. ¡Algo tan penoso no me había sucedido en toda mi vida!

El conejo, al oír toda la historia, se compadeció mucho del viejo, y le dijo:

—¡Hay que ver qué cosa tan horrible! Pero no te desesperes así. Por lo que se refiere a la venganza contra el viejo tanuki, yo me encargaré en tu lugar. Tú solo tienes que esperar pacientemente.

Así es como el conejo le consoló, de tal modo que su corazón se sintió un poco más aliviado, y dijo:

—Aun siendo todos compañeros del reino animal, los hay que me dicen cosas tan buenas como tú y los hay tan malvados como el tanuki. Pero el Cielo nunca se equivoca al ayudar a los buenos y castigar a los malos, así que ese bellaco de tanuki seguro que pronto, un día de estos, sufrirá tu venganza. ¡A partir de hoy esperaré con ansiedad que llegue ese día!

—De eso puedes estar seguro, que ya me he comprometido, y en dos o tres días te mostraré cómo he derrotado a ese tanuki.

Tras haber hecho esa promesa solemne, el conejo se marchó.

Cuando el conejo iba de camino a su madriguera, decidió ver qué estaba haciendo el tanuki. Pero este, después de huir de casa del viejo, se hallaba temeroso de ser descubierto, así que se había refugiado en lo más hondo de su cubil. Al ver esto, el conejo pensó que no podría hacer nada hasta que sacase al tanuki de su madriguera. Afortunadamente, al día siguiente hizo buen tiempo, y el conejo fue a visitar al tanuki. Llamándole desde fuera le dijo:

—Señor Tanuki, señor Tanuki, ¿qué le sucede que se encierra en la madriguera con un día tan bueno? ¿Es que tiene pereza? ¿Por qué no viene conmigo a la montaña a divertirnos y recoger leña para el fuego?

El tanuki, al ver que se trataba de un animal como él, se confió en gran manera y le dijo:

—Pues sí, es una gran idea. Estaba empezando a aburrirme de estar solo. ¡Salgamos ahora mismo!

Así fue como ambos animales echaron a andar juntos hacia una de las montañas cercanas.

El conejo y el tanuki, al que tan hábilmente había sacado aquel de su madriguera, juguetearon todo el día corriendo por la montaña y recogiendo leña sin demasiado esfuerzo. Para la bajada, se echaron a la espalda la leña que habían juntado y se dirigieron hacia sus madrigueras. A mitad de camino, el conejo, dándose cuenta de que el tanuki andaba confiado, se puso detrás de él, a escondidas, y empezó a frotar el pedernal que llevaba consigo, que hacía un sonido como kachi-kachi.

Entonces el tejón, aguzando los oídos, preguntó:

—Señor Conejo, ¿qué será ese ruido de kachi-kachi que se ha oído detrás de nosotros?

—¡Ah, no es nada! Es que como esta es la montaña Kachi-kachi, he sido yo que he dicho «kachi-kachi» —respondió fingiendo desinterés.

Mientras iban conversando, el fuego que había obtenido con el pedernal prendió en el hato de leña que el tanuki llevaba a la espalda, empezando a crepitar con un boo-boo.

El tanuki, al oír el ruido, volvió a preguntar:

—Señor Conejo, ¿qué es ese ruido de boo-boo que se oye ahora detrás de mí?

—¿Ese ruido? ¡Oh, no es nada! Es que como el nombre de esta montaña es Boo-boo, he sido yo que estaba diciendo «Boo-boo».

Y casi antes de que terminase de decir aquellas palabras, la leña que llevaba el tanuki sobre su espalda se incendió con una gran llamarada, pareciéndose el espectáculo a las estatuas budistas de Fudoh-myoh[27]. Como no podía ser menos, el tanuki se desesperaba aterrorizado.

—¡Ah, que me quemo! ¡Aah, aah! ¡Es terrible! ¡Es terrible! —gritaba rodando por el suelo.

El conejo, fingiendo estar muy sorprendido, lo abanicaba por detrás. Esto hizo que al tanuki le resultase el dolor todavía más inaguantable, y chillando a más no poder corrió hasta precipitarse dentro de su madriguera.

El conejo estaba muy complacido viendo que había funcionado su plan de atormentar al tanuki. Al día siguiente, con semblante serio, se dirigió a la madriguera para interesarse por el estado de salud del tanuki, al que halló con un pañuelo atado a la cabeza y gimiendo de dolor.

El conejo, sacando una pasta de guindillas que había traído, se la ofreció diciendo:

—Señor Tanuki, siento mucho lo que le sucedió ayer. He oído que este ungüento es lo mejor para las quemaduras, y aunque le dolerá un poco, creo que debe aguantarse y probarlo.

El tanuki se alegró mucho, y le dijo:

—Es usted muy bondadoso por traerme eso. Me da un poco de reparo pedirlo, pero ¿sería usted tan amable de untarme un poco?

—Claro que sí. Venga aquí.

Y diciendo esto, le untó generosamente la pasta en la parte en que la piel estaba descarnada. Frotaba y frotaba con tanta fuerza que le causó un daño tremendo al tanuki, que cayó rodando en su madriguera con un sufrimiento terrible.

Sin embargo, aunque sufrió muchísimo, el tanuki no se murió tras una suerte tan terrible, ni tampoco cambió un ápice su maligno carácter. Por ello, el conejo decidió no darle tregua, y siguió pensando en cómo matarle.

Pasado un tiempo, cuando el tanuki mejoró de sus quemaduras, acudió a ver al conejo. Al verle, el conejo le dijo:

—¡Oh, Señor Tanuki! ¿Ha mejorado usted?

—Estoy mucho mejor, gracias. Ya casi no me duele.

—Me alegro. Entonces, si le parece, para hacer un poco de ejercicio, podemos ir otra vez de excursión.

—No, gracias. He terminado más que harto de ir a la montaña.

—Entonces dejemos la montaña. ¿Qué tal si esta vez probamos a ir al mar?

—Bien pensado. Ahora que lo dice, lo del mar puede ser divertido.

—Pues entonces yo me encargo de las barcas para que salgamos lo antes posible.

—Lo dejo en sus manos —repuso el tanuki.

Y así se separaron ese día.

Cuando el tanuki se marchó, el conejo se puso enseguida a construir las barcas. Esta tarea ocultaba un nuevo plan contra el tanuki, pues mientras que construía su propia barca a base de madera, la del tanuki la hizo de barro.

Pasados dos o tres días, el tanuki volvió de visita.

—¿Señor Conejo, ha terminado usted ya las barcas?

—¡Oh, sí, ya las tengo preparadas! Vea usted qué maravilla.

—Realmente tienen muy buen aspecto. Entonces, ¿salimos ya cuanto antes?

—¿Sabe usted remar?

—Claro, cómo no iba a saber.

—¡Pues salgamos!

Los dos animales se fueron hasta la costa más próxima y botaron sus barcas, remando hacia mar adentro… El conejo en la barca de madera, y el tanuki en la de barro.

—Señor Tanuki, ¿verdad que es una vista maravillosa?

—Cierto. El tiempo es muy bueno y el mar está en calma. Es muy agradable, ¿verdad?

—Se me ocurre que solo remar sin más no es muy divertido. ¿Qué tal si probamos a hacer una competición?

—Hum… sí, suena divertido —repuso el tanuki—. Vamos, pongamos las barcas alineadas y salgamos. ¡Una, dos y tres!

—¡Adelante! ¡Adelante!

—¡Adelante! ¡Adelante!

El conejo y el tanuki remaron con todas sus fuerzas, con los pañuelos anudados en la frente. Pero como, al fin y al cabo, la barca del tanuki estaba hecha de barro, comenzó a absorber el agua y a deshacerse según remaba.

Entonces el tanuki se dio cuenta por vez primera de la situación, y gritó lleno de pánico:

—¡Ah, esto es terrible!, ¡terrible! ¡Señor Conejo, espere un poco! ¡Mi barca se está deshaciendo! ¡Ah, sálveme! ¡Sálveme!

El conejo detuvo su barca y se volvió hacia el tanuki, diciéndole:

—¡Eh, viejo tanuki! ¡Te atreviste a matar a golpes a mi pobre vecina, la vieja, y a hacer una sopa con ella! Como castigo del Cielo, pasaste por el sufrimiento de la montaña Kachi-kachi y de la pasta de guindillas. Que ahora vayas a verte pasado por agua como pago por la sopa que hiciste con la vieja, debes considerarlo como algo justo, por lo que no debes enfadarte. ¡Prepárate para morir!

Y diciendo esto, alzó su remo y le dio un golpe al tanuki en la cabeza. El tanuki dio un chillido agudo y se hundió con un gorgoteo en el fondo del mar.

Así fue como, por fin, el conejo mató al tanuki y vengó a la pobre vieja. Después, corrió enseguida a la casa del anciano y le contó la historia con todo detalle. El viejo se llevó una gran alegría y le dijo al conejo que, gracias a él, su corazón se sentía muy aliviado. Elogió su valiente acción y como recompensa le trajo sabrosos alimentos. A partir de entonces, le acogió en su casa y le trató con tanto cariño como si fuera su propio hijo. ¡Medetashi! ¡Medetashi![28]