El chirrido del columpio salpica sus palabras como el redoble de un tambor. De pronto, Endorfina parece una niña perdida que no puede detener la máquina que agita sus pestañas compulsivamente. Por primera vez me mira a los ojos.

—¿Aceptaría hacerme un hijo?

En el silencio que reina el viento recupera sus derechos. Empieza a soplar a través de las ramas del abeto enorme que linda con el hospital.

—El amor físico es la única vía de transmisión posible… Por tanto, tendrá que prestarse a la eventualidad de convertirse en padre —dice Endorfina con una voz tan aflautada que sus palabras desaparecen al contacto de la brisa—. Y además me haría muy feliz, incluso me sentiría colmada…

El efecto sorpresa me congela la mente. Corazón y cerebro cortocircuitados. Un soplador de vidrio intenta dar forma a mis pensamientos, empiezo a sentir las chispas.

Dije que no tenía miedo, pero creo que mentí.

—Ya le había advertido, el pacto faustiano es una minucia en comparación con el trato que le propongo: su vida a cambio de una vida nueva.