Grandes bolas espinosas de cardo, despojadas de su color verde por el implacable sol del oeste, arrancadas de sus raíces por la agostadora sequedad del verane californiano y expulsadas de sus hogares en la tierra por el aullante viento Santa Ana, brotaban ahora de los escarpados cañones y atravesaban la estrecha carretera, plateadas bajo la luz de los faros en una curiosa y melancólica escena, familias de espinosos esqueletos semejantes a refugiados acosados y hambrientos que huyeran de tormentos peores.
—Empiece con esas personas que han quedado atrás —dijo Joe—. ¿Qué clase de secta son?
Ella pronunció, vocalizando con precisión: «Infinifaz».
—Es una palabra artificial —explicó— que significa «Interfaz con el infinito». Y no son una secta, no en el sentido a que usted se refiere.
—¿Qué son entonces?
En vez de contestar inmediatamente, ella rebulló en el asiento, tratando de ponerse más cómoda. Luego consultó su reloj y preguntó:
—¿Puede conducir más deprisa?
—En esta carretera, no. De hecho, será mejor que se ponga el cinturón de seguridad.
—No con el dolor que tengo en el costado izquierdo. —Una vez acomodada, dijo—: ¿Conoce el nombre de Loren Pollack?
—El genio del software. El Bill Gates del pobre.
—Así es como lo llaman a veces los periódicos, sí. Pero no creo que la palabra «pobre» deba ir asociada con alguien que empezó de la nada y para la edad de cuarenta y dos años tenía ya una fortuna de siete mil millones de dólares.
—Quizá no.
Rose cerró los ojos y se dejó caer contra la puerta, suportando el peso con el costado derecho. Tenía la frente perlada de sudor pero su voz era firme.
—Hace dos años, Loren Pollack destinó mil millones de dólares a la constitución de un fideicomiso de caridad. Lo llamó Infinifaz. Él cree que muchas de las ciencias, gracias a la información facilitada por nuevas generaciones de ordenadores super rápidos, se están aproximando a descubrimientos que nos situarán ante la realidad de un Creador.
—A mí me suena como una secta.
—Oh, mucha gente cree que Pollack es un chiflado. Pero posee una singular capacidad para entender una compleja investigación realizada a partir de una amplia diversidad de ciencias. Y posee una gran visión. Es que, ¿sabe?, hay en la física moderna un movimiento que sostiene la existencia de pruebas de que el universo fue creado.
—¿Y la teoría del caos? —inquirió Joe, frunciendo el ceño—. Yo creía que eso era lo definitivo.
—La teoría del caos no afirma que el universo sea fortuito y caótico. Es una teoría sumamente amplia que, entre otras cosas, observa relaciones extrañamente complejas en sistemas «aparentemente» caóticos, como el meteorológico. Si se ahonda suficientemente en cualquier caos, se descubren regularidades ocultas.
—La verdad —reconoció Joe— es que no sé nada del asunto, sólo la forma en que utilizan la expresión en las películas.
—La mayoría de las películas son máquinas de estupidez, como los políticos. Así que, si Pollack estuviese aquí, le diría que hace sólo ochenta años la ciencia se burlaba de la aseveración religiosa de que el universo fue creado ex nihilo, de la nada. Todo el mundo «sabía» que de la nada no podía crearse algo, que eso constituía una violación de todas las leyes de la física. Ahora conocemos mejor la estructura molecular, y los físicos de partículas están continuamente creando materia ex nihilo. —Inhalando con un siseo por entre los apretados dientes, se inclinó hacia adelante, abrió la guantera y revolvió entre su contenido—. Esperaba que hubiese aspirina o Gelocalil. Me lo tomaría
—No. Siga. Siga conduciendo. Big Bear está tan lejos… —Cerró la guantera pero permaneció inclinada hacia adelante, como si la postura le proporcionase alivio—. El caso es que la física y la biología son las disciplinas que más fascinan a Pollack, en especial la biología molecular.
—¿Por qué la biología molecular?
—Porque, cuanto mejor conocemos los seres vivos a nivel molecular, más claro resulta que todo está diseñado inteligentemente. Usted, yo, los mamíferos, los peces, los insectos, las plantas, todo.
—Espere un momento. ¿Está arrojando por la borda la teoría de la evolución?
—No del todo. Cualquiera que sea el lugar adonde la biología molecular nos lleve, aún podría haber sitio allí, de alguna manera, para la teoría de la evolución de Darvvin.
—No será usted uno de esos fundamentalistas rigurosos que creen que fuimos creados en el Jardín del Edén hace exactamente cinco mil años —exclamó Joe.
—No precisamente. Pero Darwin formuló su teoría en 1859, antes de que tuviéramos el menor conocimiento de la estructura atómica. Él creía que la unidad más pequeña de un ser vivo era la célula, que él veía sólo como un trozo de albúmina adaptable.
—¿Albúmina? No sé si la sigo.
—Él creía que el origen de esta materia viva básica radicaba muy probablemente en un accidente químico y que el origen de todas las especies se explicaba a través de la evolución. Pero ahora sabemos que las células son estructuras sumamente complejas de diseño tan minuciosamente preciso que es imposible admitir que tengan una naturaleza accidental.
—¿Lo sabemos? Me parece que ha pasado mucho tiempo desde mi época de estudiante.
—Incluso en la cuestión de las especies… Bueno, los dos axiomas de la teoría darwiniana, la continuidad de la naturaleza y el diseño adaptable, no han sido jamás verificados por un solo descubrimiento empírico a lo largo de casi ciento cincuenta años.
—Ahora sí que me he perdido del todo.
—Lo diré de otra manera. —Continuaba inclinada hacia adelante, con la vista fija en las oscuras colinas y en el resplandor, progresivamente más intenso, de los suburbios que se extendían al otro lado—. ¿Sabe quién es Francis Crick?
—No.
—Es un biólogo molecular. En 1962 compartió el premio Nobel de Medicina con Maurice Wilkins y James Watson por el descubrimiento de la estructura molecular tridimensional del ADN, la doble hélice. Todos los avances realizados desde entonces en el campo de la genética, y las innumerables y revolucionarias curaciones de enfermedades que vamos a ver en los próximos veinte años, derivan directamente del trabajo de Francis Crick y sus colegas. Crick es un científico puro, Joe, no tiene nada de espiritualista ni de místico. Pero ¿sabe lo que sugirió hace unos años? Que es muy posible que la vida en la Tierra fuese diseñada por una inteligencia extraterrestre.
—Hasta los grandes intelectuales leen el National Enquirer, ¿eh?
—La cuestión es que Crick era incapaz de compaginar lo que ahora conocemos de la complejidad de la biología molecular con la teoría de la selección natural, pero se mostraba reacio a sugerir la idea de un Creador en cualquier sentido espiritual.
—O sea que… recurre a los siempre populares alienígenas semi divinos.
—Pero eso no hace más que eludir la cuestión, ¿comprende? Aunque todas las formas de vida existentes en este planeta hubieran sido diseñadas por extraterrestres, ¿quién los diseñó a ellos?
—Es otra vez lo del huevo y la gallina.
Ella rió suavemente pero la risa se trocó en una tos que le costó sofocar. Se echó lentamente hacia atrás, volvió a apoyarse contra la puerta y le dirigió una feroz mirada cuando él sugirió que necesitaba atención médica.
Cuando recuperó el aliento continuó:
—Loren Pollack cree que la finalidad del esfuerzo intelectual humano, la finalidad de la ciencia, es acrecentar nuestro conocimiento del universo, no sólo para lograr un mejor control de nuestro entorno o para satisfacer la curiosidad, sino para resolver el enigma de la existencia que Dios ha puesto ante nosotros.
—Y, resolviéndolo, volveremos como dioses nosotros mismos.
Ella sonrió a pesar del dolor.
—Ahora está usted sintonizado en la frecuencia de Pollack. Pollack cree que estamos viviendo en el tiempo en que algún gran descubrimiento científico demostrará que existe un Creador. Algo que es… una interfaz con el infinito. Esto hará que el alma se vuelva de nuevo hacia la ciencia, liberando a la humanidad de sus temores y sus dudas, reconciliando nuestras divisiones y nuestros odios, uniendo finalmente a nuestra especie en una sola búsqueda, la del espíritu y de la mente.
—Como Star Trek.
—No me haga reír otra vez, Joe. Me duele demasiado.
Joe pensó en Gem Fittich, el vendedor de coches usados. Tanto Pollack como Fittich experimentaban la sensación de un inminente fin del mundo tal como lo conocían, pero la gigantesca ola que Fittich percibía era oscura y fría, mientras que Pollack preveía una ola de luz purísima.
—Así que Pollack —continuó Rose— fundó Infinifaz para facilitar esta búsqueda, para seguir la pista a las investigaciones en curso por todo el mundo con especial atención a los proyectos que…, bueno, a aspectos metafísicos que los propios científicos podrían no reconocer. Para asegurar que los investigadores compartieran entre ellos los descubrimientos fundamentales. Para estimular proyectos específicos que pareciesen conducir a un avance como el que Pollack predice.
—Infinifaz no es en absoluto una religión.
—No, Pollack cree que todas las religiones son válidas en la medida en que reconocen la existencia de un universo creado y de un Creador, pero que luego se atascan en minuciosas interpretaciones de lo que Dios espera de nosotros. En opinión de Pollack, lo que necesitamos es trabajar juntos para aprender, para entender, para ir levantando las diversas capas del universo, encontrar a Dios… y en el proceso convertirnos en sus iguales.
Se encontraban ya fuera de las oscuras colinas y de nuevo en los suburbios. Delante tenían la entrada a la carretera que los llevaría en dirección este a través de la ciudad.
Mientras subía por la rampa para enfilar hacia Glendale y Pasadena, Joe dijo:
—Yo no creo en nada.
—Lo sé.
—Ningún dios amoroso permitiría tanto sufrimiento.
—Pollack diría que la falacia de su pensamiento radica en su angosta perspectiva humana.
—Quizá Pollack es un estúpido.
Joe no sabría decir si Rose rompió a reír de nuevo o si le sobrevino directamente un acceso de tos, pero necesitó más tiempo aún que antes para recuperarse.
—Necesita usted ver a un medico —insistió él.
Ella se opuso con energía.
—Cualquier retraso… y Nina morirá.
—No me haga elegir entre…
—Lo que yo digo es que no hay elección. Y si hubiera que elegir entre Nina o yo… entonces ella es primero. Porque ella es el futuro. Ella es la esperanza.
La luna, que mostraba una faz anaranjada al hacer su aparición, había perdido ya su rubor y, superado el miedo escénico, se había aplicado el maquillaje totalmente blanco de un regocijado y satisfecho mimo.
Por la carretera, sobre la que la luna derramaba su mirada burlona, circulaba un intenso tráfico de domingo por la noche; los angelinos regresaban de Las Vegas y otros puntos del desierto, al tiempo que los moradores del desierto afluían en dirección opuesta regresando de la ciudad y de sus playas: multitudes en movimiento incesante, siempre buscando una felicidad mayor y a menudo encontrándola pero sólo por un fin de semana o una tarde.
Joe conducía todo lo rápida y temerariamente que se atrevía, serpenteando de carril en carril pero teniendo presente que no podían arriesgarse a ser detenidos por la policía de tráfico. El coche no estaba registrado ni a su nombre ni al de Rose. Aunque pudieran demostrar que se lo habían prestado, perderían con ello un tiempo precioso.
—¿Qué es el Proyecto 99? —preguntó—. ¿Qué diablos están haciendo en esas instalaciones subterráneas de las afueras de Manassas?
—¿Ha oído hablar del Proyecto Genoma Humano?
—Sí. Una portada de Newsweek. Por lo que tengo entendido, tratan de descubrir qué es lo que controla cada gen humano.
—Es la empresa científica más importante de nuestro tiempo —dijo Rose—. Trazar el mapa de los cien mil genes humanos y detallar el alfabeto del ADN de cada uno. Y están realizando progresos increíblemente rápidos.
—Descubrir el medio de curar la distrofia muscular, la esclerosis múltiple…
—El cáncer, todo… con el tiempo.
—¿Participa usted en ello?
—No. No directamente. En Proyecto 99… tenemos una tarea más exótica. Estamos buscando algunos genes que parecen hallarse asociados con facultades insólitas.
—¿Como Mozart o Rembrandt o Michael Jordan?
—No. No se trata de facultades creativas o atléticas. Facultades paranormales: telepatía, telequinesia, piroquinesia… Es una lista larga y extraña.
La reacción inmediata de Joe fue la de un cronista de sucesos, no la de un hombre que había visto recientemente lo fantástico en acción.
—Pero no existen tales facultades. Eso es ciencia ficción.
—Hay personas que obtienen una puntuación demasiado alta para ser casual en una amplia variedad de pruebas destinadas a descubrir facultades psíquicas: predicción de cartas, adivinación en el juego de cara o cruz, transmisión de pensamiento-imagen…
—En la Universidad Duke solían hacer esa clase de cosas.
—Esas y más. Cuando encontramos personas que obtienen resultados excepcionales en estas pruebas, les tomamos muestras de sangre. Estudiamos su estructura genética. O a niños en situaciones de poltergeist.
—¿Poltergeist?
—Los fenómenos de poltergeist, excluyendo los casos de fraude, no son realmente fantasmas. Siempre hay uno o más niños en las casas donde suceden. Nosotros creemos que el vuelo de objetos por la habitación y las apariciones de ectoplasmas son causados por estos niños, por su ejercicio inconsciente de poderes que ni siquiera saben que tienen. Tomamos muestras de estos niños cuando podemos encontrarlos. Estamos formando una biblioteca de perfiles genéticos insólitos, buscando pautas comunes entre personas que han tenido toda clase de experiencias paranormales.
—¿Y han encontrado algo?
Ella guardó silencio, esperando quizá que se apaciguara otro espasmo de dolor, aunque lo que en su rostro se manifestaba era más angustia mental que sufrimiento físico. Finalmente contestó:
—Sí, muchas cosas.
Joe sabía que, si hubiera habido suficiente luz parad distinguir su propio reflejo en el espejo retrovisor, habría podido ver cómo el color atezado de su rostro se volvía tan blanco como la luna, pues comprendió de pronto sobre qué versaba el Proyecto 99.
—Ustedes no se han limitado a estudiar esto.
—No.
—Han aplicado la investigación.
—Sí.
—¿Cuántas personas trabajan en Proyecto 99?
—Somos más de doscientas.
—Creando monstruos —dijo él con voz débil.
—Personas —replicó ella—. Creando personas en un laboratorio.
—Tal vez parezcan personas pero algunos son monstruos.
Rose guardó silencio durante algo más de un kilómetro.
—Sí —repuso al cabo. Y, tras otro silencio, añadió—: Aunque los verdaderos monstruos somos quienes los creamos.
—Rodeada por una valla y recorrida por patrullas de vigilancia, identificada en la carretera como un centro de investigación llamado instituto Quartermass, la finca comprende setecientas treinta hectáreas en el campo de Virginia: herbosas colinas donde pastan los ciervos, silenciosos bosques de hayas y abedules en los que numerosas piezas de caza menor medran fuera del alcance de los rifles de los cazadores, estanques con patos y extensos prados en que anidan los chorlitos.
»Aunque las medidas de seguridad parecen ser mínimas, ningún animal mayor que un conejo se mueve en la zona sin ser observado por detectores de movimiento, sensores de calor, micrófonos y cámaras, que suministran un incesante río de datos a un ordenador Cray para su análisis continuo. Los visitantes no autorizados se exponen a ser detenidos en el acto y, en las raras ocasiones en que algunos cazadores o aventureros adolescentes escalan la cerca, son interceptados y mantenidos bajo arresto antes de que consigan alejarse más de doscientos metros del punto de entrada.
»Cerca del centro geográfico de esta pacifica extensión de terreno está el orfanato, una sombría estructura de ladrillo de tres pisos que semeja un hospital. Cuarenta y ocho niños residen actualmente allí, todos menores de seis años, aunque algunos parecen mayores. Todos se encuentran allí por haber nacido sin madre ni padre salvo en un sentido puramente químico. Ninguno de ellos fue concebido por amor y ninguno entró en el mundo desde el vientre de una mujer. Cuando eran fetos se los alimentaba en vientres mecánicos, en los que flotaban en el interior de un líquido amniótico fabricado en laboratorio.
»Al igual que las ratas y monos de laboratorio, al igual que los perros a los que se les abre el cráneo y se les deja el cerebro al descubierto durante varios días en el curso de experimentos relacionados con el sistema nervioso central, al igual que todos los animales que promueven el avance de la ciencia, estos huérfanos no tienen nombre. Ponerles un nombre sería incitar a sus manipuladores a desarrollar lazos emocionales con ellos. Los manipuladores —que abarcan desde los agentes de seguridad, que hacen también de cocineros, hasta los científicos que traen a estos niños al mundo— deben permanecer moralmente neutrales y emocionalmente distanciados para realizar adecuadamente su trabajo. En consecuencia, los niños son conocidos por códigos alfa numéricos que hacen referencia a índices específicos de la biblioteca de perfiles genéticos del Proyecto 99 de donde fueron seleccionadas sus especiales facultades.
»Aquí, en el tercer piso, ángulo sudoeste, en una habitación sólo para ella, está ATX-12-23. Tiene cuatro años y es catatónica e incontinente. Espera en su cuna, sobre sus propias heces, a que su niñera la cambie, y nunca se queja. ATX-12-23 no ha pronunciado jamás una sola palabra ni emitido absolutamente ningún sonido. De bebé, nunca lloraba. No puede andar. Permanece sentada, inmóvil, con la mirada fija a media distancia, a veces babeando. Sus músculos están parcialmente atrofiados, aunque se le administran masajes de estimulación tres veces a la semana. Si su rostro se animase alguna vez con una expresión, podría ser guapa; pero la absoluta flojedad de sus facciones le da un aspecto estremecedor. Varias cámaras de video cubren hasta el último centímetro de la habitación y graban constantemente, lo que podría parecer un derroche de cinta de no ser porque de vez en cuando los objetos inanimados que rodean a ATX-12-23 cobran vida de pronto. Pelotas de goma de varios colores levitan y giran en el aire, flotan de una pared a otra o dan vueltas en torno a la cabeza de la niña durante diez o veinte minutos seguidos. Las persianas de la ventana suben y bajan sin que ninguna mano las toque. Las luces aumentan y disminuyen de intensidad, las horas del reloj digital avanzan velozmente y un osito de trapo que ella nunca ha tocado camina a veces por la habitación sobre sus rechonchas patas como si contuviese el sistema mecánico que le permitiría hacerlo.
»Bajemos ahora al segundo piso y entremos en la tercera habitación al este de los ascensores, donde vive un varón de cinco años, KSB-22-09, que no está discapacitado física ni mentalmente. De hecho, es un activo chiquillo pelirrojo con un cociente intelectual de nivel de genio. Le encanta aprender, se le imparten diariamente clases que abarcan numerosas materias y en la actualidad se le está enseñando el equivalente al noveno grado. Tiene abundantes juguetes, libros y películas de vídeo y participa en sesiones supervisadas de juego con los otros huérfanos, porque los artífices del proyecto consideran esencial que todos los sujetos con facultades mentales normales y plena capacidad física sean educados en un ambiente lo más social posible, habida cuenta de las limitaciones del Instituto. A veces, cuando se esfuerza en ello (y a veces sin esforzarse en absoluto), KSB-22-09 es capaz de hacer desaparecer pequeños objetos, lápices, canicas metálicas, clips, hasta el momento nada más grande que un vaso de agua. Simplemente, desaparecen. Los envía a otro lugar, a lo que él llama «El Oscuro». No puede recuperarlos y no sabe explicar qué es El Oscuro, aunque no le gusta el lugar. Hace falta administrarle sedantes para dormir porque con frecuencia sufre intensas pesadillas en las que, incontrolablemente, se envía a sí mismo, pedazo a pedazo, a El Oscuro: primero, un pulgar y luego un dedo del pie, y luego el pie izquierdo, un diente y otro diente, un ojo desaparecido de una cuenca súbitamente vacía y después una oreja. Últimamente, KSB-22-09 está experimentando fallos de memoria y accesos paranoicos, que se considera guardan relación con el prolongado uso del sedante que recibe cada noche antes de acostarse.
»De los cuarenta y ocho huérfanos que viven en el Instituto, sólo siete manifiestan poderes supranormales. Pero no se estima que los otros cuarenta y uno constituyan otros tantos fracasos. Cada uno de los siete con los que se ha obtenido éxito revelaron por primera vez sus facultades a una edad diferente, uno ya a los once meses y otro sólo a los cinco años. Por consiguiente, subsiste la posibilidad de que muchos de esos cuarenta y uno acaben desarrollándolas en los próximos años, quizá no antes de que experimenten los dramáticos cambios en la química corporal relacionados con la pubertad. Claro está que, finalmente, los sujetos que envejezcan sin revolar ninguna facultad valiosa tendrán que ser eliminados del programa, ya que los recursos del Proyecto 99 no son infinitos. Los creadores del proyecto no han determinado aún el punto óptimo de terminación.
Aunque sentía el contacto del volante en las manos, duro y resbaladizo a consecuencia del frío sudor que lo empapaba, aunque el sonido del motor le era familiar, aunque la carretera se deslizaba sólida bajo los neumáticos, Joe tenía la impresión de haber pasado a otra dimensión tan traidoramente amorfa y reñida con la razón como los surrealistas paisajes de los cuadros de Salvador Dalí.
Con creciente horror, interrumpió a Rose:
—Ese lugar que está describiendo es el Infierno. No es posible que usted… que usted haya participado en nada semejante. Usted no es esa clase de persona.
—¿No lo soy?
—No.
La voz de Rose se fue debilitando mientras hablaba, como sí los secretos que guardaba le hubieran dado la fuerza que la sostenía y, al ir revelándolos uno a uno, su vitalidad menguara como había menguado la de Sansón con cada mechón de pelo que perdía. En su creciente fatiga, había un dulce alivio semejante al que proporciona un confesonario, una debilidad que parecía abrazar pero que se hallaba, no obstante, teñida por una capa gris de desesperación.
—Si no soy esa clase de persona ahora… debía de serlo entonces.
—¿Pero cómo? ¿Por qué? ¿Por qué habría de querer usted implicarse en esas… esas atrocidades?
—Orgullo. Para demostrar que era tan buena como ellos creían, lo bastante buena para asumir este desafío sin precedentes. Excitación. La emoción de participar en un programa financiado más generosamente aún que el Proyecto Manhattan. ¿Por qué las personas que inventaron la bomba atómica continuaron trabajando en ella… sabiendo lo que estaban haciendo? ¿Porque otros, en otro lugar del mundo, lo harán si no lo hacemos nosotros… de tal modo que quizá tengamos que hacerlo para salvarnos de ellos?
—¿Salvamos vendiendo nuestras almas? —preguntó él.
—No cabe alegar en mi defensa nada que pueda exonerarme jamás —dijo Rose—. Pero es cierto que cuando ingresé no estaba establecido que llevaríamos tan lejos el experimento, que aplicaríamos nuestros descubrimientos con tanto… celo. Iniciamos la creación de los niños por etapas… deslizándonos por una pendiente resbaladiza. Teníamos la intención de observar el primero sólo durante el segundo trimestre de la fase fetal, y, al fin y al cabo, no consideramos que un feto sea un verdadero ser humano. Así que no era como experimentar con una persona. Y cuando llevamos uno de ellos a término… había intrigantes anomalías en sus electroencefalogramas, extrañas pautas en sus ondas cerebrales que podían indicar la existencia de una función cerebral desconocida hasta la fecha. Así que tuvimos que mantenerlo con vida para ver… para ver qué habíamos logrado, para ver si habíamos hecho dar un paso de gigante a la evolución.
—Dios mío.
Aunque hacía sólo treinta y seis horas que conocía a aquella mujer, sus sentimientos hacia ella habían sido vividos e intensos, y habían oscilado desde la virtual adoración hasta el miedo y, ahora, hasta la repulsión. Pero de esta repulsión nacía un sentimiento de piedad porque por primera vez veía en ella una de las muchas manifestaciones de debilidad humana que, en otras formas, estaban tan presentes en él mismo.
—Al poco tiempo —prosiguió ella— quise marcharme. Así que fui invitada a una conversación privada con el director del proyecto y este dejó bien claro que no era posible ya abandonar. Aquel se había convertido en un empleo vitalicio. Incluso intentar abandonar el Proyecto 99 equivale a suicidarse… y a poner también en peligro la vida de sus seres queridos.
—¿Pero no podría haber acudido a la prensa, hacer público todo el asunto, obligarlos a poner fin al proyecto?
—Probablemente no sin una prueba física, y todo lo que yo tenía estaba en mi cabeza. De todos modos, dos de mis colegas tuvieron, creo, la idea de que ellos podían acabar con el asunto. Uno de ellos sufrió un oportuno ataque al corazón. El otro recibió tres balazos en la cabeza disparados por un atracador… al que nunca detuvieron. Durante algún tiempo estuve tan deprimida que pensé en darme muerte y ahorrarles la molestia. Pero entonces llegó CCY-21-21…
»Primero, nacido un año antes que CCY-21-21, estuvo el sujeto varón SSW-89-58. Manifiesta facultades prodigiosas en todos los aspectos, y su historia es importante para usted por la relación que guarda con sus recientes experiencias con personas que se evisceran y se prenden fuego… y con su perdida de seres queridos en Colorado.
»A la edad de cuarenta y dos meses, SSW-89-58 posee las habilidades de lenguaje propias del alumno medio de primer curso de universidad y es capaz, de leer un volumen de trescientas páginas en un periodo de tiempo que oscila entre una y tres horas, según la complejidad del texto. Las matemáticas superiores le resultan tan fáciles como tomarse un helado, al igual que los idiomas extranjeros, desde el francés hasta el japonés. Su desarrollo físico progresa también a ritmo acelerado y para los cuatro años es tan alto y está tan proporcionadamente desarrollado como el promedio de los niños de siete años. Se han previsto facultades paranormales, pero los investigadores se hallan sorprendidos por la amplitud del genio de 89-59 —que incluye la capacidad para tocar cualquier partitura de piano después de haberla oído una sola vez— y por su precocidad física, pues no se ha realizado ninguna selección genética.
»Cuando 89-58 empieza a manifestar facultades paranormales demuestra estar fenomenalmente dotado. Su primera hazaña es la visión a distancia. Como juego, describe a los investigadores las habitaciones de sus propias casas, en las que nunca ha estado. Los guía en visitas a museos en los que jamás ha entrado. Cuando le enseñan la fotografía de una montaña de Wyoming en cuyo interior se alberga un centro de defensa del Mando Aéreo Estratégico, describe con todo detalle los mapas que muestran la situación de los misiles en la sala de guerra. Se lo considera un elemento de espionaje de valor incalculable, hasta que, afortunadamente de manera gradual, descubre que es capaz, de introducirse en una mente humana con la misma facilidad con que se introduce en habitaciones lejanas. Asume el control mental de su manipulador principal, lo hace desnudarse y lo envía por los pasillos del orfanato cacareando como un gallo. Cuando SSW-89-58 abandona el control del manipulador y se descubre lo que ha hecho, se lo castiga severamente. Él se siente dolido, muy dolido por el castigo. Esa noche lleva a cabo una visión a distancia de la casa del manipulador y entra en su mente desde setenta y cinco kilómetros del manipulador, mata brutalmente a su mujer y a su hija y luego hace que se suicide.
»Después de este episodio se somete a SSW-89-58 mediante el uso de dosis masivas de tranquilizantes administradas con una pistola de dardos, dos empleados del Provecto 99 perecen en el proceso.
»Posteriormente, durante un período de dieciocho días, se lo mantiene en un estado de coma inducido con drogas mientras un equipo de científicos diseña y supervisa la urgente construcción de un hábitat adecuado para su presa, un recinto que lo mantenga con vida pero que asegure su permanente control. Una parte del personal sugiere la eliminación inmediata de SSW-89-58, pero la idea es examinada y rechazada. Todo esfuerzo encuentra en algún momento la oposición de los pesimistas.
»Y entramos ahora en la sala de seguridad situada en el ángulo sudeste de la primera planta del orfanato. En este lugar hay que someterse —si uno es empleado— a la inspección de tres guardianes, porque nunca hay menos en este puesto, a cualquier hora que sea. Hay que poner la mano derecha en un escáner que identifica al empleado por las huellas dactilares. Hay que mirar también a un escáner de retina, que comparará las pautas retinianas con las registradas en el examen que se le practicó al ingresar.
»Desde aquí desciendes en un ascensor a lo largo de cinco niveles subterráneos, en los que se lleva a cabo gran parte del Proyecto 99. Pero tu interés se centra en el sexto y último nivel, por el que caminas hasta el final de un largo corredor y cruzas una puerta metálica gris. Te encuentras en una habitación de sencillo mobiliario institucional en la que hay tres hombres del servicio de seguridad, ninguno de los cuales se interesa por ti. Estos hombres trabajan en turnos de seis horas para asegurarse de que se mantengan alerta no sólo a lo que sucede en esta habitación y en la contigua sino también a las variaciones de comportamiento que se produzcan en sus compañeros.
»En una de las paredes de esta habitación hay una ventana que da a la cámara contigua. Frecuentemente verás al doctor Louis Blom o a al doctor Keith Ramlock —o a los dos— trabajando al otro lado del cristal, pues son los diseñadores de SSW-89-58 y supervisan la exploración y la utilización de sus facultadeos. Cuando no están ni el doctor Blom ni el doctor Ramlock se hallarán presentes por lo menos otros tres miembros de su equipo.
»Nunca se lo deja a SSW-89-58 sin vigilancia.
Estaban pasando de la interestatal 210 a la 10 cuando Rose se interrumpió para decir:
—Joe, ¿podría encontrar una salida con una estación de servicio? Necesito ir al lavabo.
—¿Qué ocurre?
—Nada. Sólo que necesito… un lavabo. Detesto perder tiempo. Quiero llegar lo antes posible a Big Bear. Pero tampoco quiero mojarme los pantalones. No hay prisa. En algún lugar dentro de los próximos kilómetros, ¿vale?
—De acuerdo.
Ella volvió a conducirlo por su versión de una visión a distancia del Proyecto 99 en las afueras de Manassas.
—Hacia adelante, por favor, a través de la puerta de comunicación hasta el espacio final, donde se encuentra el sofisticado recipiente de contención en que vive ahora 89-58 y, salvo imprevistos y calamitosos sucesos, en que pasará el resto de su inhumana vida. Se trata de un tanque parecido en cierto modo a los pulmones de acero que en décadas más primitivas se utilizaban para mantener a víctimas de la polio. Alojado como una pacana en su cascara, 89-58 está completamente encerrado, comprimido entre las dos mullidas mitades del molde corporal lubricado que coarta todos sus movimientos, incluso los de cada dedo, limitándolo a expresiones y muecas faciales, que, de todos modos, nadie puede ver. Se le suministra aire directamente desde tanques exteriores al recipiente de contención a través de una pinza nasal. Está conectado además a numerosos tubos de goteo intravenoso, uno en cada brazo y uno en el muslo izquierdo, a través de los cuales recibe alimentación esencial, un equilibrio de líquidos y drogas diversas cuando sus manipuladores consideran conveniente administrárselas. Se halla permanentemente cateterizado para una eficiente eliminación de residuos. Si alguno de estos tubos se desconecta o falla de alguna otra manera, suena una insistente alarma que alerta inmediatamente a los cuidadores y, pese a la existencia de sistemas redundantes, se emprenden sin demora las reparaciones precisas.
»Cuando es necesario, los investigadores y sus ayudantes sostienen conversaciones con 89-58 a través de un sistema telefónico. El molde corporal articulado en que reposa dentro del tanque de acero se halla equipado con un par de auriculares que transmiten sonido a sus oídos y un micrófono instalado sobre su boca. Los miembros del equipo que lo atiende pueden reducir las palabras de 89-58 a un susurro de fondo siempre que lo deseen pero él no disfruta del recíproco privilegio de silenciarlos. Un sistema de vídeo permite transmitir imágenes por fibra de vidrio hasta un par de lentes encajadas en las órbitas oculares de 89-58; en consecuencia, se le pueden mostrar fotografías —y, si es necesario, las coordenadas geográficas— de edificios y lugares sobre los que se precisa que realice visiones a distancia. A veces se le muestran fotografías de individuos contra los que se desea que emprenda alguna clase de acción.
»En el transcurso de una visión a distancia, 89-58 describe con todo detalle lo que ve en el lugar al que lo han enviado y responde obedientemente a las preguntas que sus manipuladores le formulan. Mediante el control de su ritmo cardíaco, presión sanguínea, ritmo respiratorio, ondas cerebrales, movimientos de los párpados y cambios en la conductividad eléctrica de la piel, pueden detectar una mentira con una precisión superior al noventa y nueve por ciento. Además, lo ponen a prueba de vez en cuando enviándolo a lugares respecto de los que se ha recogido ya información amplía y fidedigna; después se comparan sus respuestas con el material existente en los archivos.
»Ha habido casos en los que no se ha portado bien. No se confía en él.
»Cuando se le ordena a 89-58 que se introduzca en la mente de una persona concreta y que elimine a ese individuo o lo utilice para eliminar a otro —que suele ser un extranjero—, el encargo recibe el nombre de «misión húmeda». Se emplea esta expresión, en parte porque se produce derramamiento de sangre pero principalmente porque no se sumerge a 89-58 en la relativa aridez de remotas estancias, sino en las lóbregas profundidades de una mente humana. Mientras lleva a cabo una misión húmeda, 89-58 se la describe al doctor Blom o al doctor Ramlock, uno por lo menos de los cuales está siempre presente durante su ejecución. Después de numerosas misiones de este tipo, Blom y Ramlock y sus colaboradores pueden identificar el engaño antes, incluso, de que lo señale el polígrafo.
»Unas pantallas de vídeo que muestran la actividad eléctrica del cerebro de 89-58 definen claramente a sus manipuladores la actividad a que se halla dedicado en cada momento. Cuando sólo está practicando la visión a distancia, las pautas son radicalmente diferentes de las que se manifiestan cuando está realizando trabajo húmedo. Si se le ha encomendado tan sólo que observe algún lugar lejano y, mientras lo hace, ocupa desobedientemente la mente de alguien que se encuentra en ese lejano emplazamiento, ya sea como un acto de rebelión o simplemente por diversión, sus manipuladores lo saben al instante.
»Si SSW-89-58 rehúsa cumplir una orden, rebasa los parámetros de una misión o manifiesta cualquier otra señal de rebelión, puede ser castigado de numerosas maneras. Se pueden activar contactos eléctricos en el molde corporal —y en su catéter— que transmiten dolorosas sacudidas a determinados puntos sensibles elegidos o a toda la superficie de su piel. Se pueden hacer estallar en sus oídos agudos gritos electrónicos de potencia insoportable. Es muy fácil introducir olores repugnantes junto con su suministro de aire. Hay a mano una amplia variedad de drogas susceptibles de precipitar síntomas fisiológicos dolorosos y terribles —tales como violentos espasmos musculares e inflamación de las terminaciones nerviosas— que no entrañan peligro para la vida de este valioso elemento. Inducir pánico claustrofóbico cortándole el suministro de aire constituye también una técnica disciplinaria sencilla pero eficaz.
»Si es obediente, 89-58 puede ser recompensado de una de cinco maneras. Aunque recibe sus nutrientes primarios —hidratos de carbono, proteínas, vitaminas, minerales— por medio de instilaciones intravenosas, se le puede introducir entre los labios un tubo de alimentación para permitirle paladear sabrosos líquidos, desde Coca-Cola hasta zumo de manzana y chocolate con leche. Segunda, como es un pianista prodigioso y encuentra gran placer en la música, se lo puede recompensar con cualquier cosa, desde los Beatles hasta Beethoven. Tercera, se le pueden transmitir películas enteras a las lentes que tiene sobre los ojos y, desde una perspectiva tan intima, él parece estar virtualmente en medio de la experiencia cinematográfica. Cuarta, puede recibir drogas euforizantes que lo hagan sentirse tan feliz, en algunos aspectos, como cualquier niño del mundo. Quinta, y la mejor de todas, se le permite a veces practicar la visión a distancia en lugares que a él le gustaría experimentar, y durante estas gloriosas expediciones, guiado por sus propios intereses, conoce la libertad, tanta libertad al menos como le es posible imaginar.
»De manera regular, no menos de tres personas vigilan el recipiente y su ocupante, porque 89-58 sólo puede controlar una mente en cada momento dado. Si uno de los tres se tornara súbitamente violento o manifestara algún comportamiento insólito, cualquiera de los otros dos podría, con sólo accionar un conmutador, administrar a través de las conducciones intravenosas una dosis de sedantes suficiente para hacer caer a 89-58 en un sueño virtualmente instantáneo, profundo y paralizante. En el caso poco probable de que esto fallase, un segundo y definitivo botón hace que el sedante sea seguido por una dosis letal de toxina nerviosa que produce la muerte en un lapso de entre tres y cinco segundos.
»Los tres guardianes del otro lado de la ventana de observación disponen de botones similares para utilizarlos cuando lo juzguen conveniente.
»SSW-89-58 no es capaz de leer mentes. No es un telépata. Solamente puede reprimir la personalidad de la persona que habita y asumir el control de su estructura física. No existe acuerdo entre el personal del Provecto 99 respecto a si la carencia de capacidad telepática de 89-58 es un inconveniente o una bendición.
»Además, cuando se lo envía a realizar una misión húmeda, debe saber dónde se encuentra el sujeto antes de poder invadir su mente. No puede buscar a su antojo por entre las poblaciones del mundo, sino que debe ser guiado por sus manipuladores, que, primero, localizan su presa. Una vez que se le muestra la imagen del edificio o el vehículo en que se puede encontrar al objetivo —y cuando ese lugar queda concretado geográficamente— puede actuar.
»Hasta el momento está limitado también a los muros de esa estructura y no puede perseguir con eficacia a una mente más allá de los límites inicialmente establecidos. Nadie sabe por qué ha de existir esta limitación, aunque las teorías abundan. Tal vez sea porque el ser psíquico invisible, al consistir solamente en una especie de energía ondulatoria, reacciona en los espacios abiertos de manera semejante al calor contenido en una piedra caliente que se deposita en una habitación fría: irradia hacia el exterior, disipándose dispersándose, y no puede ser conservada de forma coherente. Puede practicar la visión a distancia de lugares situados al aire libre pero sólo durante breves períodos de tiempo. Esta deficiencia es causa de ilustración para los manipuladores de 89-58, pero creen y esperan que tal vez con el tiempo sus facultades en este aspecto mejoren.
»Si puede usted soportar verlo, el recipiente de contención se abre dos veces a la semana para permitir que los manipuladores limpien su valiosa pertenencia. Mientras esto se realiza se le mantiene siempre profundamente sedado y conectado al bolón letal. Se le administra un concienzudo baño de esponja, se le tratan las irritaciones dérmicas que presente, se evacuan del intestino los mínimos residuos sólidos que produce, se limpian los dientes, se examinan los ojos en previsión de infecciones y se le lava con antibióticos y se realizan otras labores de mantenimiento. Aunque 89-58 recibe diariamente una estimulación eléctrica de bajo voltaje de sus músculos para asegurar un mínimo de masa vital, parece uno de los niños hambrientos de un país del tercer mundo asolado por la sequía y por una política perversa. Está tan pálido como un cliente de funeraria, con sus infantiles huesos enflaquecidos por falta de uso, y cuando inconscientemente enrosca sus débiles dedos en torno a las manos de sus cuidadores, la presión que ejerce no es más fuerte que la de un recién nacido en la cuna tratando de agarrar el pulgar de su madre.
»A veces, en este estado de sedación profunda, emite murmullos inarticulados pero llenos de desesperación; gime, incluso llora, mientras permanece sumergido en un suave y triste sueño.
En la gasolinera Shell sólo había tres vehículos ante los surtidores de autoservicio. Mientras llenaban sus depósitos, los automovilistas entornaban los ojos e inclinaban la cabeza para protegerse de la arenilla arrastrada por el viento.
La iluminación era tan fuerte como la de un plató cinematográfico y, aunque sin duda sus perseguidores no distribuirían sus fotografías a los noticiarios de las televisiones locales, Joe prefería mantenerse apartado de la luz. Aparcó junto al costado del edificio, cerca de los lavabos, donde sobrevivían arracimadas sombras.
Joe se encontraba en un estado de fuerte agitación emocional. Sentía el corazón desgarrado, porque ahora conocía la causa exacta del catastrófico accidente, conocía la identidad del asesino y conocía todos los siniestros detalles. El conocimiento era como un escalpelo que fuese apartando las costras que se habían formado sobre su dolor. Sentía este como producido hacía muy poco, y la pérdida de su familia más reciente de lo que realmente había sido.
Apagó el motor y permaneció en silencio.
—No comprendo cómo diablos averiguaron que yo viajaba en aquel vuelo —dijo Rose—. Había tomado tantas precauciones… Pero cuando él entró por visión remota en la cabina, buscándonos, me di cuenta porque hubo un extraño descenso en la intensidad de las luces, un problema con mi reloj de pulsera, una vaga sensación de una presencia…, señales que yo había aprendido a interpretar.
—He conocido a una investigadora del Consejo Nacional de Seguridad en el Transporte que ovó la cinta de la caja negra en que se graban las conversaciones de la cabina antes de que quedara destruida en un oportuno incendio del laboratorio de sonido. Este niño estaba dentro de la cabeza del capitán, Rose. No lo entiendo… ¿Por qué no se apoderó directamente de usted?
—Tenía que tomarnos a las dos, esa era su misión, a mi y a la niña; y, si bien conmigo no habría tenido problemas, podría haberle resultado más difícil con ella.
Totalmente desconcertado, Joe exclamó:
—¿Nina? ¿Por qué habrían de estar interesados por ella entonces? Era un pasajero más, ¿no? Yo creía que iban tras ella después porque… bueno, porque sobrevivió con usted.
Rose rehuyó mirarle a los ojos.
—Tráigame la llave del lavabo de señoras, Joe. ¿Me hará ese favor? Déjeme unos minutos. Le contaré el resto durante el trayecto a Big Bear.
Joe entró en la tienda y pidió la llave a la cajera. Para cuando volvió al Ford, Rose había bajado ya del coche. Estaba apoyada en un guardabarros delantero, vuelta de espaldas y con los hombros encorvados bajo el silbante viento Santa Ana. Tenía el brazo izquierdo recogido sobre el pecho y le temblaba la mano. Con la mano derecha se sujetaba las solapas de su chaqueta azul marino, como si el cálido viento de agosto le diese frío.
—¿Quiere abrirme la puerta? —pidió.
Él se dirigió al lavabo de señoras. Para cuando abrió la puerta y encendió la luz, Rose estaba ya a su lado.
—Salgo en seguida —prometió y se deslizó en el interior.
Bajo la intensa luz, Joe tuvo un atisbo de su cara justo antes de que se cerrara la puerta. No tenía buen aspecto.
En lugar de regresar al coche, se quedó esperándola, apoyado contra la pared del edificio, junto a la puerta del lavabo.
Según las enfermeras de manicomios y salas psiquiátricas, era mayor el número de pacientes que reaccionaban a los vientos Santa Ana que el de quienes lo hacían a la vista de una luna llena tras una ventana enrejada. No era simplemente el escalofriante sonido, semejante a los gritos de un cazador espectral y de los espectrales animales que perseguía; era también el subliminal olor alcalino del desierto y una extraña carga eléctrica, diferente de la de otros vientos menos secos.
Joe podía comprender por qué Rose se había cerrado las solapas de la chaqueta y se había acurrucado. Esta noche, la luna y el viento Santa Ana se habían aliado para provocar una corriente de vudú en la espina dorsal: la luna y el viento… y un niño sin padres y sin nombre, que vivía en un ataúd de acero y se movía, invisible, por un mundo de víctimas potenciales que ignoraban su existencia.
«¿Estamos grabando?».
El niño conocía la existencia de la grabadora de conversaciones en la cabina y había dejado en ella una petición de ayuda.
«Uno de ellos se llama doctor Louis Blom. Uno de ellos se llama doctor Keith Ramlock. Me están haciendo cosas malas. Son malos conmigo. Haced que se detengan. Haced que dejen de hacerme daño».
Cualquier otra cosa que fuese —sociópata, psicótico, homicida—, era también un niño. Una bestia, una abominación, un horror, pero también un niño. Él no había pedido nacer y, si era malo, ellos le habían hecho serlo al no enseñarle ninguna clase de valores humanos, tratándolo como a una simple arma, recompensándolo por asesinar. Era una bestia, sí, pero una bestia digna de compasión, perdida y sola, extraviada en un laberinto de miseria.
Digna de compasión pero terrible. Y todavía estaba allí. Esperando que le dijeran dónde podía encontrar a Rose Tucker. Y a Nina.
«Esto es divertido».
El niño disfrutaba matando. Joe suponía que era incluso posible que sus manipuladores nunca le hubieran ordenado destruir a todos cuantos viajaban en el vuelo 353 de Nationwide, que lo hubiera hecho como un acto de rebeldía y porque le gustaba.
«Haced que se detengan o en cuanto tenga oportunidad… en cuanto tenga oportunidad mataré a todos. A todos. Lo haré. Ya lo creo que lo haré. Mataré a todos y disfrutaré con ello».
Recordando aquellas palabras de la transcripción, Joe tuvo la impresión de que el niño no se había estado refiriendo simplemente a los pasajeros del avión, porque para entonces ya había tomado la decisión de matarlos a todos. Estaba hablando de algún acto más apocalíptico que trescientos treinta asesinatos.
¿Qué podría conseguir si se le suministraban fotografías y coordenadas geográficas no simplemente de una instalación de seguimiento de misiles, sino de un complejo de silos para el lanzamiento de misiles nucleares?
—Santo Dios —murmuró Joe.
En algún lugar de la noche, Nina esperaba. En manos de un amigo de Rose, pero insuficientemente protegida. Vulnerable.
Rose parecía estar tardando mucho.
Dando unos golpecitos en la puerta del lavabo, Joe la llamó por su nombre pero ella no respondió. Titubeó, llamó de nuevo con los nudillos y, cuando ella contestó débilmente «Joe», abrió la puerta.
Estaba sentada en el borde de la taza. Se había quitado la chaqueta y la blusa; esta última reposaba, empapada de sangre, sobre el lavabo.
Joe no se había dado cuenta de que estaba sangrando. La oscuridad y la chaqueta le habían impedido ver la sangre.
Al entrar en el lavabo vio que ella había formado una especie de compresa con varias toallas de papel mojadas y se la estaba apretando contra el músculo pectoral izquierdo, por encima del pecho.
—Aquel disparo en la playa —dijo Joe con voz débil—. La alcanzó.
—La bala me atravesó —repuso ella—. Tengo un orificio de salida en la espalda. Neto y limpio. Ni siquiera he sangrado mucho y el dolor es tolerable… ¿Por qué, entonces, me estoy debilitando?
—Hemorragia interna —sugirió él, dando un respingo al ver el orificio de salida en la espalda.
—Yo sé anatomía —indicó Rose—. Recibí el impacto justo en el sitio adecuado. No habría podido ser mejor. No puede haber sufrido daño ninguno de los vasos sanguíneos importantes.
—La bala podría haber tocado un hueso y haberlo fragmentado. Quizás el fragmento no salió, siguió un camino diferente.
—Estaba muerta de sed. Intenté beber un poco de agua del grifo y casi me desmayo al inclinarme.
—Eso lo decide —dijo él. El corazón le latía aceleradamente—. Tenemos que ir a que la vea un médico.
—Lléveme a donde está Nina.
—Maldita sea, Rose…
—Nina puede curarme —explicó ella y, mientras lo decía, apartó la vista con aire culpable.
—¿Curarla? —exclamó él, asombrado.
—Confíe en mí. Nina puede hacer lo que no puede hacer ningún médico, lo que nadie más en la Tierra puede hacer.
En aquel momento, en algún nivel. Joe conoció al menos uno de los restantes secretos de Rose Tucker, pero no podía permitirse sacar aquella oscura perla de conocimiento y examinarla.
—Ayúdeme a ponerme la blusa y la chaqueta y vámonos. Póngame en manos de Nina. En sus curativas manos.
Aunque lleno de preocupación, hizo lo que le decía. Mientras la vestía recordó lo impresionante que había parecido en el cementerio el sábado por la mañana. Ahora resaltaba lo menudo de su estatura.
Bajo el fuerte viento que imitaba el aullido de los lobos, ella hizo todo el camino hasta el coche apoyada en él.
Cuando Joe la instaló en el asiento del copiloto, Rose le pidió que le llevara algo de beber.
Compró una lata de Pepsi y otra de Orange Crush en una máquina expendedora que había delante de la gasolinera. Ella prefería el Crush y se la abrió.
Antes de aceptar la bebida, ella le dio dos cosas: la fotografía Polaroid de las tumbas de su familia y el doblado billete de un dólar cuyo número de serie, suprimiendo el cuarto dígito, era el número de teléfono en el que, en caso de emergencia, se podía localizar a Mark, de Infinifaz.
—Y, antes de que arranque, quiero decirle cómo encontrar la cabaña de Big Bear, por si no aguanto hasta llegar allí.
—No diga tonterías. Lo conseguirá.
—Escuche —insistió ella y de nuevo proyectó el carisma que imponía atención.
Él escuchó, mientras ella le explicaba el camino.
—Y en cuanto a Infinifaz —continuó—, yo confío en ellos y ellos son mis aliados naturales, y de Nina, como dijo Mark. Pero me temo que también ellos pueden ser fácilmente objeto de infiltraciones. Por eso es por lo que no quise dejarlos venir con nosotros esta noche. Pero, si no nos ha seguido nadie, entonces este coche está limpio y quizá las medidas de seguridad de Infinifaz son suficientemente buenas. Si ocurre lo peor y no sabe usted a quién recurrir… ellos pueden ser su mejor esperanza.
Joe sintió una opresión en el pecho y un nudo en la garganta mientras ella hablaba.
—No quiero seguir oyendo esas cosas —declaró—. La llevaré junto a Nina a su debido tiempo.
La mano le temblaba ahora violentamente a Rose, y Joe no estaba seguro de que pudiese sostener la lata de Orange Crush. Pero lo consiguió y bebió ávidamente.
Mientras regresaban a la carretera de San Bernardino, en dirección este, ella dijo:
—Nunca quise causarle daño, Joe.
—No lo ha hecho.
—Pero he hecho una cosa terrible.
Él la miró. No se atrevía a preguntarle qué había hecho.
Mantenía aquella reluciente perla negra de conocimiento cuidadosamente guardada en la bolsa de su mente.
—No me odie demasiado.
—No la odio en absoluto.
—Mis motivos eran buenos. No siempre lo han sido. Ciertamente no eran limpios cuando entré a trabajar en el Proyecto 99. Pero mis motivos eran buenos esta vez, Joe.
Mientras conducía alejándose de Los Ángeles y sus suburbios en dirección a la oscuridad de la montaña en que habitaba Nina, Joe esperó a que Rose le explicara por qué debía odiarla.
—Así que… —dijo ella— déjeme que le hable acerca del único verdadero éxito del proyecto.
—Subamos ahora en el ascensor desde el pequeño atisbo de Infierno que hemos tenido en el fondo de esos seis niveles subterráneos, dejando al niño en su recipiente de contención, y vayamos hasta la sala de seguridad en que comenzó el descenso. Más lejos aún, hacia el ángulo sudeste de la planta baja, donde reside CCY-21-21.
»Fue concebida sin pasión un año después que 89-58, aunque ella era proyecto no de los doctores Blom y Ramlock, sino de Rose Tucker. Es una niña encantadora, delicada, de tez clara, cabellos dorados y ojos de amatista. Aunque la mayoría de los huérfanos que viven aquí son de inteligencia media, CCY-21-21 tiene un cociente intelectual insólitamente alto, más alto quizá que el de 89-58, y le encanta aprender. Es una niña sosegada, de gran donaire y encanto natural, pero durante los tres primeros años de su vida no revela ninguna facultad paranormal.
»Y luego, una soleada tarde de mayo, mientras participa con otros niños en una sesión de juego supervisado en el césped del orfanato, encuentra un gorrión con una ala rota y un ojo desgarrado. Está caído en la hierba junto a un árbol, aleteando débilmente, y cuando ella lo coge en sus manecitas se queda quieto y asustado. Llorando, la niña corre con el pájaro al cuidador más cercano preguntando qué se puede hacer. El gorrión está ahora tan débil y tan paralizado por el miedo que apenas si puede mover el pico y no emite ningún sonido. El pájaro se está muriendo y el cuidador no ve que pueda hacerse nada, pero la niña no acepta la muerte inminente del gorrión. Se sienta en el suelo, coge suavemente al gorrión en la mano izquierda y lo acaricia con cuidado con la derecha, cantándole dulcemente una canción sobre Robin el Petirrojo, y en menos de un minuto el gorrión se restablece. Las fracturas del ala vuelven a consolidarse firmemente y el ojo desgarrado recupera su brillo y su integridad. El pájaro canta y echa a volar.
»CCY-21-21 se convierte en el centro de un jubiloso torbellino de atención. Rose Tucker, a quien la pesadilla del Proyecto 99 ha llevado a pensar en el suicidio, renace como el pájaro y se aparta del abismo que ha estado contemplando. Durante los primeros quince meses se explora el poder curativo de 21-21. Al principio es una facultad dudosa, que ella no puede ejercitar a voluntad, pero de mes en mes va aprendiendo a convocar y controlar su don, hasta que puede aplicarlo siempre que se le pide que lo haga. Los miembros del Proyecto 99 con problemas médicos alcanzan un nivel de salud que nunca esperaron volver a disfrutar. Unos pocos políticos y figuras militares —y miembros de sus familias— que padecen enfermedades potencialmente mortales son llevados en secreto ante la niña para ser curados. Hay en el Proyecto 99 quienes consideran a 21-21 su bien más valioso, aunque otros estiman que 89-58, pese a los considerables problemas de control que plantea, es a la larga la propiedad más interesante y estimable.
»Avancemos adora en el tiempo hasta un lluvioso día de agosto, quince meses después de la curación del lesionado pájaro. A un genetista del proyecto llamado Amos se le ha diagnosticado cáncer de páncreas, una de las formas más graves de la enfermedad. Mientras cura a Amos con sólo un lento y prolongado toque, la niña detecta otra enfermedad además del tumor, no de naturaleza física, pero también debilitante. Quizá por lo que ha visto en el Proyecto 99, quizá por muchas otras razones que ha acumulado a lo largo de sus cincuenta años, Amos ha decidido que la vida carece de finalidad y de sentido, que no tenemos más destino que el vacío, que sólo somos un puñado de polvo en el viento. Esta tiniebla que lo envuelve es más negra que el cáncer, y la niña se la cura también mediante el sencillo expediente de mostrarle a Amos la luz de Dios y las extrañas ventanas dimensionales a regiones que se extienden más allá de la nuestra.
»Una vez que se le han mostrado estas cosas. Amos se siente tan invadido de alegría y de temor que oscila entre la risa y el llanto y, a los ojos de las demás personas presentes en la estancia —una investigadora llamada Janice y un investigador llamado Vincent— parece caer presa de una alarmante histeria. Cuando Amos insta a la niña a que introduzca a Janice en la misma luz que le ha mostrado a él, ella ejercita de nuevo su poder.
»Janice, sin embargo, reacciona de modo distinto que Amos. Anonadada y asustada, se desploma en un abismo de remordimientos. Se colma a sí misma de reproches, arrepentida de la forma en que ha vivido y compadecida de aquellos a quienes ha traicionado y dañado, y su angustia es aterradora.
»Conmoción.
»Se llama a Rose. Janice y Amos son aislados para someterlos a observación y evaluación. ¿Qué ha hecho la niña? Lo que Amos les dice parece el beatífico parloteo de un hombre inofensivamente trastornado, pero parloteo al fin, y de quien hacía unos minutos era un científico de talante serio, sí no meditabundo.
»Desconcertada y preocupada por las reacciones sorprendentemente distintas de Amos y Janice, la niña se retrae sobre sí misma y se torna escasamente comunicativa. Rose trabaja en privado con 21-21 durante más de dos horas antes de que finalmente empiece a arrancarle la sorprendente explicación. La niña no puede comprender por qué la revelación que ha hecho a Amos y Janice habría de producir en ellos una emoción tan intensa ni porque la reacción de Janice es una mezcla de euforia y autoflagelación. Habiendo nacido con plena conciencia de su lugar y su finalidad en el universo, con el conocimiento de la escala de destinos por la que ascenderá a través del infinito, con la certeza impresa en sus genes de una vida eterna, no puede entender el poder explosivo de esta revelación cuando la realiza a quienes han pasado su vida en el fango de la duda y el polvo de la desesperación.
»Esperando solamente experimentar el equivalente psíquico de un espectáculo de linterna mágica, el relato de una ingenua fantasía infantil de Dios, Rose pide que se le muestre. Y lo hace. Y resulta cambiada para siempre. Porque, al contacto de la mano de la niña, queda abierta a la plenitud de la existencia. Lo que experimenta es superior a su capacidad de descripción y, aunque se derraman sobre ella torrentes de alegría que arrastran y disuelven todos los innumerables dolores y miserias de su vida hasta aquel momento, se siente anegada también de terror, pues es consciente no sólo de la promesa de una eternidad radiante, sino también de las expectativas que debe esforzarse en cumplir todos los días futuros de su vida en este mundo y en los mundos futuros, expectativas que la aterran porque no está segura de poder llegar a cumplirlas. Como Janice, es plenamente consciente de cada acto ruin, de cada maldad y mentira y traición de que ha sido culpable a todo lo largo de su vida y reconoce que aún conserva la capacidad de egoísmo, mezquindad y crueldad; anhela trascender su pasado y la asusta la fortaleza necesaria para hacerlo.
»Cuando la visión se desvanece y se encuentra en la habitación de la niña como antes, no alberga la menor duda de que lo que ha visto era real, la verdad en su forma más pura, y no una mera ilusión transmitida mediante poderes psíquicos. Durante casi media hora permanece sin poder hablar, temblorosa, con la cara sepultada entre las manos.
»Gradualmente, empieza a comprender las implicaciones de lo que ha sucedido allí. Son básicamente dos. Primera: si esta revelación puede ser comunicada al mundo —siquiera a tantas personas cuantas la niña pueda tocar—, todo lo que ahora existe desaparecerá. Una vez que uno ha visto —no admitido por un acto de fe, sino visto— que existe otra vida, aunque su naturaleza siga constituyendo un profundo misterio y sea tan temible como espléndida, todo lo que antes tenía importancia parece de pronto insignificante. Donde antes no había más que una única calleja en la oscuridad se abren amplias avenidas de posibilidades maravillosas. El mundo tal como lo conocemos llega a su fin. Segunda: hay quienes no aceptarán de buen grado el fin del viejo orden, los que se han acostumbrado a medrar en el poder y en el dolor y la humillación de otros. De hecho, el mundo está lleno de gentes así que no querrán recibir el regalo de la niña. Temerán a la niña y a todo lo que ella promete. Y o bien la sedarán y la aislarán en un receptáculo de contención… o la matarán.
»Tiene las dotes propias de un mesías pero es humana. Puede curar el ala fracturada de un pájaro y devolver la vista a su ojo cegado. Puede eliminar el cáncer de un hombre enfermo. Pero no es un ángel con un manto de invulnerabilidad. Es de carne y hueso. Su precioso poder reside en los delicados tejidos de su singular cerebro. Si le vacían en la nuca el cargador de una pistola, morirá como cualquier otra niña; muerta, no puede curarse a sí misma. Aunque su alma emigrará a otras regiones, quedará perdida para este turbado lugar que la necesita. El mundo no cambiará, la paz no reemplazará al tumulto y la soledad y la desesperación no tendrán fin.
»Rose se convence en seguida de que los directores del proyecto optarán por la eliminación. En cuanto comprendan lo que esta niña es, la matarán.
»Antes del anochecer, la matarán.
»Ciertamente antes de la medianoche, la matarán.
»No estarán dispuestos a arriesgarse a confinarla en un recipiente de contención. El niño solamente posee el poder de destrucción, pero 21-21 posee el poder de instrucción, que es inconmensurablemente más peligroso.
»Dispararán contra ella, rociarán su cuerpo de gasolina, prenderán fuego a sus restos y después dispersarán sus calcinados huesos.
»Rose debe actuar, y rápidamente. Hay que sacar a la niña del orfanato y esconderla antes de que puedan destruirla.
—¿Joe?
Recortándose sobre un campo de estrellas, como si brotasen de la corteza de la tierra en aquel mismo momento, las negras montañas emergían sombríamente en el horizonte.
—Joe, lo siento. —Su voz era frágil—. Lo siento mucho.
Rodaban velozmente en dirección norte a lo largo de la carretera estatal 30, al este de la ciudad de San Bernardino, a setenta y cinco kilómetros de Big Bear.
—¿Se encuentra bien, Joe?
Él no podía contestar.
El tráfico era escaso. La carretera subía por entre bosques. Álamos y pinos temblaban, temblaban, temblaban en el viento.
—Cuando usted insistió en creer que la niña que venía conmigo era su Nina, yo dejé que lo siguiera creyendo.
Fuera cual fuese su propósito, ella continuaba engañándolo. Joe no podía comprender por qué le seguía ocultando la verdad.
—Cuando nos encontraron en el restaurante, yo necesitaba su ayuda. Especialmente la necesitaba después de recibir el disparo. Pero usted no había abierto su mente y su corazón a la fotografía cuando se la di. Era usted tan… frágil. Temía que si supiera que no era realmente su Nina, usted, simplemente… abandonaría. Se derrumbaría. Dios me perdone, Joe, pero lo necesitaba. Y ahora lo necesita la niña.
Nina lo necesitaba. No una niña nacida en un laboratorio, con el poder de transmitir a otros sus curiosas fantasías y oscurecer las mentes de los crédulos: lo necesitaba Nina. Nina.
Si no podía confiar en Rose Tucker, ¿había alguien en quien pudiera confiar?
Con un esfuerzo, consiguió arrancarse a sí mismo una palabra.
—Adelante.
—Rose otra vez. En la habitación de 21-21. Considerando febrilmente el problema de cómo sacar a la niña a través de un sistema de seguridad igual al de cualquier prisión.
»La solución, cuando llega, es evidente e ingeniosa.
»La planta baja del orfanato tiene tres salidas. Rose y la niña se dirigen, cogidas de la mano, hacia la puerta que comunica el edificio principal con la estructura contigua del aparcamiento de dos pisos.
»Un guardia armado las ve acercarse con más extrañeza que sospecha. A los huérfanos no les está permitido entrar en el garaje ni aun acompañados.
»Cuando 21-21 extiende su manecita y dice «Hola», el guardia sonríe, le estrecha la mano… y recibe el don. Súbitamente inundado por un avasallador sentimiento de maravilla, empica a temblar incontrolablemente, llorando de alegría pero también de remordimiento, tal como Rose había temblado y llorado en la habitación de la niña.
»Nada más sencillo que pulsar el botón de la consola del guardia que hace descorrerse el cerrojo electrónico de la puerta y pasar.
»Otro guardia espera en el lado del garaje de la puerta de comunicación. Se sobresalta al ver a la niña. Ella alarga la mano hacia él, y su sorpresa al verla no es nada en comparación con la sorpresa que sigue.
»Un tercer guardia permanece apostado ante la puerta de salida del garaje. Alarmado al ver a 21-21 en el coche de Rose, se inclina hacia la abierta ventanilla para pedir una explicación, y la niña le toca la cara.
»Dos hombres armados más custodian la puerta que da acceso a la carretera. Caen todas las barreras, y ante el automóvil el estado de Virginia se extiende al frente en toda su amplitud.
»La huida nunca volverá a ser tan fácil. Si son capturadas, el ofrecimiento de un apretón de manos por parte de la niña será recibido con disparos.
»La cuestión es ahora salir de la zona rápidamente, antes de que los servicios de seguridad del proyecto adviertan lo que les ha sucedido a cinco de sus hombros. Organizarán una persecución, quizá con la colaboración de las autoridades locales, estatales y federales. Rose conduce frenéticamente, temerariamente, con una destreza —nacida de la desesperación— que nunca había conocido.
»Apenas lo bastante alta para mirar por la ventanilla, 21-21 observa con fascinación el paisaje y, al final, exclama: “Uau, sí que es grande esto”.
»Rose sonríe y dice: “Todavía no has visto nada, cariño”.
»Comprende que debe difundir la noticia lo antes posible: utilizar los medios de comunicación para poner de manifiesto los poderes curativos de 21-21 y, luego, mostrar el don que la niña puede conceder. Sólo las fuerzas de la ignorancia y de las tinieblas se benefician del secreto. Rose cree que 21-21 nunca estará segura hasta que el mundo conozca su existencia, la acoja y se niegue a permitir que la sometan a custodia.
»Sus antiguos jefes esperarán que haga su revelación rápidamente y a bombo y platillo. La influencia que ejercen sobre los medios de comunicación es amplia y, sin embargo, tan sutil como las sombras de las nubes en la superficie de un estanque, lo que la hace más eficaz aún. Intentarán encontrarla lo antes posible una vez que aparezca y antes de que pueda presentar a 21-21 ante el mundo.
»Conoce una periodista en quien confía que no la traicionará: Lisa Peccatone, una antigua compañera de universidad que trabaja en el Post, en Los Ángeles.
»Rose y la niña tendrán que volar a California del Sur, y cuanto antes mejor. Proyecto 99 es una empresa conjunta de la industria privada, elementos del estrato militar y otras poderosas fuerzas de la Administración. Es más fácil detener un alud con una pluma que resistir a su poderío combinado, y no tardarán en utilizar todo su arsenal para localizar a Rose y a la niña.
»Intentar despegar de Dulles o del aeropuerto nacional de Washington es demasiado peligroso. Considera las posibilidades de hacerlo desde Baltimore. Filadelfia, Nueva York y Boston. Elige Nueva York.
»Razona que cuantas más fronteras estatales y de condado cruce, mayor será su seguridad, así que va a Hagerstown, Maryland, y de allí a Harrisburg, Pensilvania, sin incidentes. No obstante, kilómetro a kilómetro se siente progresivamente preocupada por la posibilidad de que sus perseguidores hayan difundido una descripción de su coche y de que acaben por capturarla, cualquiera que sea la distancia que interponga entre Manassas y ella. Abandona el coche en Harrisburg y ella y la niña continúan viaje a Nueva York en autobús.
»Cuando se encuentran en el aire a bordo del vuelo 353 de Nationwide, Rose se siente a salvo. Nada más aterrizar en el aeropuerto internacional de Los Ángeles será recibida por Lisa y por el grupo de personas que Lisa ha reunido, y comenzará la conmoción a través de los medios de comunicación.
»Para la confección de la lista de pasajeros, Rose dio a entender que estaba casada con un blanco e identificó a 21-21 como su hijastra, eligiendo de manera improvisada el nombre de “Mary Tucker”. Con los medios de comunicación se propone emplear inicialmente el nombre CCY-21-21 porque su similitud con los nombres de los internados en campos de concentración caracterizará más eficazmente el Provecto 99 en la mente del público y generará una instantánea simpatía hacia la niña. Comprende que finalmente tendrá que consultar con 21-21 para elegir un nombre definitivo, que, habida cuenta de la singular importancia histórica de la vida de esta niña, deberá ser un nombre resonante.
»Están sentadas al otro lado del pasillo de una madre y sus dos hijas que regresan a su casa de Los Ángeles, Michelle, Chrissie y Nina Carpenter.
»Nina, que tiene aproximadamente la misma edad y tamaño que 21-21, está jugando con un juego electrónico portátil llamado Cerdos y Príncipes y destinado a niños en edad preescolar. Desde el otro lado del pasillo, 21-21 se siente fascinada por los sonidos e imágenes de la pequeña pantalla. Al darse cuenta, Nina invita a “Mary” a que se pase con ella a un par de asientos vacíos cercanos para poder jugar juntas. Rose duda en permitirlo pero sabe que 21-21 es más inteligente de lo que cabría suponer por su edad y es consciente de la necesidad de discreción, así que cede. Este es el primer rato no programado de juego en la vida de 21-21, el primer juego verdadero que jamás ha conocido. Nina es una niña de enorme encanto, cariñosa y sociable. Aunque 21-21 es un genio con la capacidad de lectura de un alumno de primer curso de universidad, una curadora de poderes milagrosos y, literalmente, la esperanza del mundo, no tarda en sentirse hechizada con Nina, quiere ser Nina, tan encantadora como Nina, y empieza inconscientemente a imitar los gestos y la forma de hablar de Nina.
»El suyo es un vuelo nocturno, y al cabo de un par de horas Nina está que se cae de sueño. Abraza a 21-21 y, con el permiso de Michelle, le da Cerdos y Príncipes a su nueva amiga antes de volver a sentarse junto a su madre y su hermana, y se queda dormida.
»Entusiasmada, 21-21 vuelve a su asiento junto a Rose, apretando contra el pecho el pequeño juego electrónico como si fuese un tesoro de valor incalculable. Ahora ya no jugará con él porque teme que pueda romperse y quiere que permanezca siempre exactamente tal y como Nina se lo dio.
Al oeste de la ciudad de Running Lake, todavía a muchos kilómetros de Big Bear, siguiendo la línea de las montañas, a lo largo de los desfiladeros en los que nacía el viento, bombardeado por las zarandeadas coníferas que arrojaban piñas sobre la carretera, Joe rehusaba considerar las implicaciones de Cerdos y Príncipes. Mientras escuchaba el relato de Rose, sólo a duras penas había logrado dominar su ira. Sabía que no tenía motivo para estar furioso con aquella mujer ni con la niña que tenía nombre de campo de concentración pero, ello no obstante, estaba lívido quizá porque sabía desenvolverse en un estado de ánimo iracundo, como lo había hecho a todo lo largo de su juventud, pero era incapaz de ello si se hallaba sumido en la aflicción.
Cambiando de tema, preguntó:
—¿Cómo encaja Horton Nellor en esto, aparte de poseer una importante fracción de Teknologik, que participa sustancialmente en el Proyecto 99?
—Precisamente en que los bastardos bien relacionados como él… son la ola del futuro. —Rose sujetaba entre las rodillas la lata de Pepsi, tratando de levantar la anilla con la mano derecha. Apenas si tenía la fuerza y la coordinación necesarias para abrirla—. La ola del futuro… a menos que Nina… a menos que ella lo cambie todo.
—Grandes negocios, gran gobierno y grandes medios de comunicación… unidos todos para explotarnos al resto de nosotros. ¿Es eso?
La lata de aluminio repiqueteó contra los dientes de Rose, y un reguero de Pepsi le corrió por la barbilla.
—Sólo les importa el poder. Ellos no creen… en el bien y el mal.
—No hay nada más que sucesos —dijo Joe.
Aunque ella acababa de tomar un largo trago de Pepsi, su voz sonó como si tuviera la garganta seca:
—Y lo que esos sucesos significan…
—… depende solamente de la interpretación que se les dé.
Joe permanecía ciegamente enfurecido con ella por lo que intentaba hacerle creer acerca de su Nina, pero no podía soportar mirarla de nuevo y ver cómo se iba debilitando. Mantuvo la vista fija al frente, en la carretera, sobre la que caía una lluvia de agujas de pino por entre nubes de polvo, y pisó a fondo el acelerador, conduciendo a toda la velocidad a que se atrevía.
La lata se le escurrió a Rose de la mano, cayó al suelo y rodó bajo el asiento, derramando el resto de la Pepsi.
—No lo entiende, Joe.
—Ya falta poco.
—Tengo que contarle cómo fue… cuando cayó el avión.
—Desplomándose desde una altura de seis mil metros, entre el rugido de los motores, el crujido de las alas, la vibración del fuselaje. Gritan los pasajeros, comprimidos con tal fuerza contra los asientos por electo de la gravedad acumulada, que muchos no pueden levantar la cabeza; unos reían, otros vomitan, lloran, maldicen, pronuncian los numerosos nombres de Dios, llaman a sus seres queridos, presentes y ausentes. Una caída que se hace eterna, seis mil metros pero como si fuese desde la luna…
»… y entonces Rose se encuentra en medio de una atmósfera azul, silenciosa y radiantemente azul, como si fuese un ave volando, salvo que no hay ninguna oscura tierra bajo ella, sólo un uniforme resplandor azul a todo su alrededor. Ninguna sensación de movimiento. Ni calor ni frío. Una impoluta esfera azul jacinto con ella en el cení ro. Suspendida. Esperando. Un profundo aliento retenido en los pulmones, Intenta expulsar el aire viciado pero no puede, no puede, hasta que…
»… con una exhalación tan sonora como un grito, se encuentra en el prado, todavía en su asiento, aturdida e inmóvil, con 21-21 a su lado. El cercano bosque está ardiendo. Por todas partes, las llamas lamen montones de retorcidos despojos. El prado es un inimaginable matadero. Y el 747 ha desaparecido.
»En el penúltimo momento, la niña, mediante un colosal esfuerzo de su don psíquico, las había transportado desde la aeronave condenada a otro lugar, a una dimensión exterior al espacio y el tiempo, y las había mantenido en aquel misterioso limbo protector durante un terrible minuto de cataclismo. El esfuerzo ha dejado a 21-21 fría, temblorosa e incapaz de hablar. En sus ojos, brillantes por efecto de los reflejos de los numerosos incendios circundantes, hay una mirada perdida, ausente, como la de una niña autista. Al principio no puede andar, ni siquiera mantenerse en pie, por lo que Rose se ve obligada a levantarla del asiento y llevarla en brazos.
»Llorando por los muertos esparcidos en la noche, estremecida de horror ante la terrible carnicería, atónita ante el hecho de haber sobrevivido, azotada por un huracán de emociones. Rose permanece con la niña en brazos pero es incapaz de dar un solo paso. Luego recuerda la oscilación de las luces en la cabina de pasajeros y el vertiginoso girar de las agujas de su reloj de pulsera y adquiere la certeza de que el piloto ha sido víctima de una misión húmeda, invadido por el niño que vive en una cápsula de acero a gran profundidad bajo el suelo de Virginia. Ello la impulsa a alejarse del lugar del accidente, rodeando los árboles en llamas, e internarse en el bosque iluminado por la luz de la luna; avanza penosamente por entre la maleza, y sigue después un sendero de ciervos espolvoreado de plateada luz y moteado de sombras hasta llegar a otro prado y a una loma desde donde ve las luces del rancho Loose Change.
»Para cuando llegan al rancho, la niña se ha recuperado un tanto pero no del todo. Puede caminar pero permanece aletargada, ensimismada, distante. Al aproximarse a la casa, Rose dice a 21-21 que recuerde que se llama Mary Tucker, pero 21-21 dice: «Me llamo Nina. Esa es quien quiero ser».
»Son las últimas palabras que dirá, quizá para siempre. Durante los meses inmediatamente siguientes al accidente, refugiada con los amigos de Rose en el sur de California, la niña duerme doce o catorce horas diarias. Cuando está despierta no manifiesta ningún interés por nada. Permanece horas enteras mirando por una ventana o contemplando una lámina de un libro de relatos o con la mirada perdida ante sí. No tiene apetito, pierde peso. Está pálida y débil y hasta sus ojos de amatista parecen perder algo de su color. Evidentemente, el esfuerzo necesario para llevarse a sí misma y a Rose al espacio azul durante la caída del avión la ha agotado profundamente, quizás ha estado a punto de matarla. Nina no manifiesta ya facultades paranormales de ninguna clase, y Rose se siente desalentada.
»Hacia Navidad, sin embargo, Nina empieza a mostrar interés por el mundo que la rodea. Ve la televisión. Lee libros de nuevo. A medida que pasa el invierno duerme menos y come más. Su piel recupera su anterior lustre y se intensifica el color de sus ojos. Todavía no habla pero parece crecientemente “conectada”. Rose la anima a volver de su autoimpuesto exilio hablándole todos los días del bien que puede hacer y de la esperanza que puede aportar a otros.
»En un cajón de la cómoda del dormitorio que comparte con la niña, Rose guarda un ejemplar del número de Los Ángeles Post, que consagra toda la primera plana a la suerte corrida por el vuelo 353 de Nationwide. La ayuda a recordar la vesánica perversidad de sus enemigos. Un día de julio, ocho meses después del desastre, encuentra a Nina sentada en el borde de la cama con el periódico abierto por la página en que aparecen las fotografías de algunas de las víctimas del accidente. La niña está tocando la foto de Nina Carpenter, que le había dado Cerdos y Príncipes, y está sonriendo.
»Rose se sienta a su lado y pregunta si se siente triste al recordar a aquella amiga desaparecida.
»La niña mueve negativamente la cabeza. Luego guía la mano de Rose hasta la fotografía y, cuando sus dedos tocan el papel, Rose se sumerge en un azul resplandor semejante al refugio al que fue transportada un instante antes de que el avión se estrellara, salvo que este es también un lugar lleno de movimiento, de calidez, de sensaciones.
»Los clarividentes han asegurado durante mucho tiempo su capacidad para percibir en objetos comunes un residuo de energía psíquica dejado por las personas que los han tocado. A veces colaboran con la policía en la búsqueda de un asesino palpando objetos que llevaba la víctima en el momento de la agresión. La energía latente en la fotografía del Post es similar pero diferente: no la ha dejado la propia Nina, sino que ha sido infundida en el papel por un acto de voluntad.
»Rose siente como si se hubiera zambullido en un mar de luz azul, un mar abarrotado de nadadores a quienes no puede ver pero que nota cómo se deslizan a su alrededor. Luego, un nadador parece pasar a través de Rose y demorarse en el tránsito, y sabe que está con la pequeña Nina Carpenter, la niña de la sonrisa ladeada, la que regaló Cerdos y Príncipes, que está muerta y desaparecida pero a salvo; muerta y desaparecida pero no perdida para siempre, feliz y viva en algún lugar fuera de este hormigueante resplandor azul, que no es un lugar en sí mismo sino una interfaz entre fases de existencia.
»Tan profundamente conmovida como cuando por primera vez se le otorgó el conocimiento de la otra vida, en la habitación del orfanato, Rose retira la mano de la foto de Nina Carpenter y permanece un rato en silencio, anonadada. Luego toma a su propia Nina en brazos y la estrecha fuertemente contra sí y la mece, incapaz de hablar pero sin necesitar tampoco palabras.
»Ahora que ha renacido el poder especial de esta niña, Rose sabe lo que deben hacer, por dónde deben comenzar su labor. No quiere arriesgarse a acudir de nuevo a Lisa Peccatone. No cree que su vieja amiga la traicionase conscientemente, pero sospecha que a través de la conexión de Lina con el Post —y, a través del Post, con Horton Nellor— los miembros del Proyecto 99 se enteraron de su presencia en el vuelo 353. Mientras se las crea muertas, Rose y Nina necesitan aprovechar su estado espectral para actuar durante el mayor tiempo posible sin atraer la atención de sus enemigos. Primero, Rose pide a la niña que conceda el gran don de la verdad eterna a cada uno de los amigos que las han albergado durante estos once meses en su desierto emocional. Luego se pondrán en contacto con los maridos y las esposas y los padres y los hijos de quienes perecieron en el vuelo 353, aportándoles el recibido conocimiento de la inmortalidad y, al mismo tiempo, visiones de sus seres queridos en la interfaz azul. Con un poco de suerte, para cuando sean descubiertos habrán difundido ya tan extensamente su mensaje que no será posible detenerlo.
»Rose intenta empezar con Joe Carpenter pero no puede localizarlo. Sus compañeros de trabajo en el Post han perdido su pista. Ha vendido su casa de Studio City. No figura en la guía telefónica. Dicen que es un hombre destrozado. Se ha ido para morir.
»Debe empezar por otro lugar.
»Como el Post publicó fotografías sólo de una pequeña parte de las víctimas del sur de California y como no tiene un modo fácil de reunir fotografías de las demás, Rose decide no utilizar retratos. En vez de ello localiza a través de los anuncios de servicios fúnebres los lugares en que han sido enterradas y toma fotografías de sus tumbas. Parece adecuado que la imagen infundida sea de una lápida, que estos sombríos memoriales de bronce y granito se conviertan en puertas a través de las cuales los receptores de las fotografías aprendan que la Muerte no es poderosa y temible, que, más allá de esta penosa fase, la Muerte también muere.
Subiendo las montañas batidas por el viento, mientras las coníferas, plateadas por la luz de la luna, arrojan una lluvia de agujas sobre la carretera, a más de treinta kilómetros todavía del lago Big Bear, Rose Tucker dijo, en voz tan baja que apenas si se la podía oír por encima del ruido del motor y del zumbido de los neumáticos:
—Joe, ¿quiere cogerme la mano?
Él no podía mirarla, no quería mirarla, no se atrevía ni a posar un instante los ojos sobre ella, porque una pueril superstición le decía que ella estaría bien, estaría perfectamente, siempre que él no confirmase visualmente la terrible verdad que oía en su voz. Pero miró. Era tan pequeña, derrumbada en su asiento, apoyada contra la puerta, la nuca sobre la ventana, tan pequeña a sus ojos como 21-21 debió de parecerle a ella cuando huyó de Virginia con la niña al lado. Aun al débil fulgor del panel de instrumentos, sus grandes y expresivos ojos eran de nuevo tan fascinantes como cuando la había visto por primera vez en el patio, llenos de compasión y de bondad y de una extraña y titilante alegría que lo asustaba.
Su voz sonó más temblorosa que la de ella.
—No está lejos ya.
—Demasiado lejos —susurró—. Cójame la mano.
—Oh, mierda.
—No importa, Joe.
El arcén de la carretera se ensanchaba para acoger una pintoresca área de descanso. Detuvo el coche ante un panorama de tinieblas: el áspero cielo nocturno, el disco helado de la luna, que parecía derramar frío en vez de luz, y una vasta negrura de árboles y rocas y descendentes desfiladeros.
Se soltó el cinturón de seguridad, se inclinó hacia ella y le cogió la mano. Rose correspondió débilmente a su presión.
—Ella lo necesita, Joe.
—Yo no soy el héroe de nadie. Rose. No soy nada.
—Tiene que ocultarla…
—Rose…
—Dele tiempo… a que crezca su poder.
—Yo no puedo salvar a nadie.
—No debería haber empezado a trabajar tan pronto. Llegará el día en que… en que ella no sea tan vulnerable. Escóndala… deje que su poder crezca. Ella sabrá… cuándo ha llegado el momento.
La presión de su mano en la de él empezó a aflojarse. Él le cubrió la mano con las dos suyas y la retuvo con fuerza; no quería que se escurriese.
Su voz se iba debilitando y parecía estar alejándose de él pero no se movía.
—Abra… abra su corazón a ella, Joe.
Sus párpados aletearon.
—No, Rose, por favor.
—No se preocupe.
—Por favor. No.
—Hasta la vista, Joe.
—Por favor.
—Adiós.
Luego, quedó solo en la noche. Sostenía su manecita, solo en la noche, mientras el viento entonaba un canto fúnebre. Cuando finalmente pudo hacerlo, le dio un beso en la frente.
Las instrucciones que Rose le había dado eran fáciles de seguir. La cabaña no estaba ni en la ciudad de Big Bear Lake ni en otro lugar a lo largo de la orilla del lago, sino más arriba, en las laderas septentrionales y rodeada de pinos y abedules. La carretera de agrietado asfalto conducía a una pista de tierra, al final de la cual había una casita de madera blanca con tejado de pizarra.
Junto a la cabaña había un Jeep Wagoneer verde. Joe apareó detrás.
La cabaña tenía un porche profundo y elevado en el que se alineaban, una al lado de otra, tres mecedoras de respaldo de mimbre. Un apuesto negro, alto y de complexión atlética, estaba en pie junto a la barandilla. Su piel de ébano adquiría un tinte broncíneo bajo la amarillenta luz de dos bombillas que pendían del techo del porche.
La niña esperaba en lo alto del tramo de escalera que conducía desde el camino al porche. Era rubia y tendría unos seis años.
Joe sacó de debajo del asiento la pistola que había recibido del narrador de historias tras la pelea en la playa. Mientras bajaba del coche se metió la pistola en la cintura del pantalón.
El viento aullaba y silbaba por entre las agujas de los pinos.
Se dirigió al pie de la escalera.
La niña había bajado dos de los cuatro peldaños. Dejó resbalar la vista más allá de Joe y la posó sobre el Ford. Comprendió lo que había sucedido.
En el porche, el negro rompió a llorar.
La niña habló por primera vez en más de un año, desde el momento en que, delante del rancho de los Ealing, había dicho a Rose que quería llamarse Nina. Mirando al coche, pronunció una sola palabra, con voz dulce y débil:
—Madre.
Su pelo tenía la misma tonalidad que el pelo de Nina. Era de constitución tan delicada como Nina. Pero sus ojos no eran grises como los ojos de Nina y, por mucho que Joe se esforzara en ver la cara de Nina ante si, no podía inducirse a sí mismo a creer que aquella era su hija.
Una vez más, se había entregado a un comportamiento de búsqueda, tratando de encontrar lo que estaba perdido para siempre.
En lo alto, la luna proyectaba un fulgor que no era suyo, sino mero y débil reflejo del sol. Y, al igual que la luna, esta niña no era Nina, sino un reflejo de Nina que brillaba, no con la radiante luz de Nina, sino con un fuego pálido.
Ya fuera sólo una mutante nacida en laboratorio y dotada de extraños poderes mentales o fuese realmente la esperanza del mundo, Joe la odió en aquel momento y se odió a sí mismo por odiarla… pero la odiaba, no obstante.