14

Quizá fuera porque el sol había llegado al borde del horizonte, pero la casa de Susan Byrd le pareció diferente. El cedro tenía un color gris plateado y su corteza estaba llena de grietas. Le recordó la pata de un elefante viejo. Esta vez se dio cuenta de que las cuerdas del columpio estaban gastadas y que la valla de estacas, que tan brillante y alegre le pareciera, en realidad estaba descascarillada, despintada, e incluso caída hacia la izquierda. Los escalones azules que llevaban al porche se marchitaban en un gris acuoso. La casa entera parecía venirse abajo.

Levantaba la mano para llamar cuando vio el timbre. Lo apretó y, al poco, Susan Byrd le abría la puerta.

—Aquí estoy otra vez —dijo Lechero.

—Ya veo que cumple usted lo que promete —replicó ella.

—Quisiera hablar un poco más con usted, si no le importa. Acerca de Cantar. ¿Puedo entrar?

—Desde luego.

Susan Byrd se apartó del marco de la puerta y Lechero sintió el olor de otra hornada de bizcocho de jengibre. Se sentaron de nuevo en la sala de estar; él en el sillón de terciopelo gris y ella en el sofá.

La señorita Long no apareció.

—Ya me dijo usted que no sabía con quién se casó Cantar. Ni siquiera si había llegado a casarse. Pero me preguntaba…

—Claro que sé con quién se casó. Bueno, si es que se casaron. Con Jake, el niño negro que crió su madre.

Lechero sintió que todo giraba en torno suyo. Todo cambiaba ante sus ojos.

—Pero ayer usted me dijo que cuando Cantar se fue de aquí, nadie volvió a saber de ella.

Y es cierto. Pero sabían con quién se fue.

—¿Con Jake?

—Con Jake. El negro. Era negro como el carbón.

¿Adonde se fueron? ¿Dónde vivieron? ¿En Boston?

—No sé adónde fueron a parar. Al Norte, creo. Nunca volvimos a saber de ellos.

—Creí que había dicho usted que Cantar se fue a un colegio privado de Boston.

La señorita Byrd descartó la idea con un gesto de la mano.

—Lo dije porque Grace estaba delante. Habla demasiado. Va contando chismes por toda la región. Es cierto que pensaba ir a un colegio privado, pero nunca lo hizo. Se marchó en aquella carreta de dos caballos con ese muchacho negro, con Jake. Iba llena de esclavos. Jake la conducía. ¿Se imagina? ¡En una carreta llena de esclavos!

—¿Cuál era el apellido de Jake? ¿Lo sabe?

Susan Byrd se encogió de hombros.

Yo creo que no tenía apellido. Era uno de esos niños africanos voladores. Deben haber muerto todos hace mucho tiempo.

—¿Niños africanos voladores?

—Sí. Uno de los hijos de Salomón o Shalimar. Papá decía que Heddy siempre le llamaba Shalimar.

—Y Heddy era…

—Mi abuela. La madre de Cantar y de papá. Una india. Fue la que recogió a Jake cuando su padre les abandonó a todos. Le recogió, le trajo a casa y le crió. Ella no tenía entonces hijos varones. Mi padre, Crowell, nació después.

Susan se inclinó después hacia delante y susurró:

—Heddy no estaba casada. Por eso no quería hablar de estas cosas delante de Grace. Ya se imagina usted lo que iría diciendo si lo supiera. Como usted es de fuera, no importa, pero Grace…

Susan Byrd miró al techo con los ojos en blanco.

—Jake era muy pequeño cuando mi abuela le recogió. El y Cantar crecieron juntos. Supongo que antes de que la mandaran a un colegio cuáquero prefirió irse con él. Ya sabe usted que la gente de color y los indios suelen mezclarse mucho, sólo que a veces, bueno, a algunos indios no les gusta casarse. Pero ninguno de los dos sabía quién era su padre, ni Jake ni Cantar. Ni papá tampoco. Heddy nunca les dijo nada. Hasta hoy no sé si mi abuelo era blanco o indio, o qué. Mi padre y mi tía tenían nombres indios que luego americanizaron. Papá se llamaba Crow y después cambió su nombre por Crowell. Cuando se quitó los mocasines —dijo. Y sonrió.

—¿Por qué dijo usted que Salomón era un africano volador?

—Es una de esas historias que cuentan los viejos de por aquí. Dicen que algunos de los africanos que trajeron como esclavos podían volar, que muchos se volvieron así a África. Uno de ellos fue ese Salomón o Shalimar, nunca he sabido cómo se llamaba de verdad. Tenía un montón de hijos por todas partes. Ya habrá visto que por aquí todos dicen que descienden de él. Debe de haber más de cuarenta familias por estas colinas que se apellidan Salomón. ¡Debía ser un hombre muy fogoso! —se echó a reír—. Bueno, fogoso o no, el caso es que un buen día Salomón se fue. Dejó a la mujer, a todos, incluyendo unos veintiún niños. Y dicen que le vieron irse. La mujer y los hijos. Estaban todos trabajando en el campo. Quisieron cultivar algodón aquí, ¿se imagina? ¡En estas colinas! Pero en aquella época el algodón era lo que privaba. Lo cultivaban hasta que la tierra se echaba a perder. Todavía lo había cuando yo era niña. Pero, volviendo a Jake. Dicen que era uno de los veintiún hijos de Salomón. Eran todos varones y todos de la misma madre. Jake era el más pequeño. El y la mujer estaban con él cuando levantó el vuelo.

—Pero cuando usted dice «levantó el vuelo» quiere decir simplemente que se fue, ¿no?, que escapó.

—No, quiero decir que voló. Es una tontería, claro, pero según la historia no se marchó así como así. Se fue volando, como un pájaro. Un día estaba en el campo, se subió a un cerro, se dio un par de vueltas y salió volando. Volvió al lugar de donde había venido. Sobre el valle hay una roca con dos jorobas, un sitio que lleva su nombre. Al parecer su marcha destrozó a su compañera. Supongo que podemos llamarla «esposa». En todo caso, dicen que pasó gritando días y días. Hay un barranco por aquí cerca que llaman el Barranco de Ryna y donde a veces se oye un ruido extraño provocado por el viento. La gente dice que es la mujer de Salomón que llora. Se llamaba Ryna. Dicen que gritó días y días y que al final se volvió loca. Ya no se ven mujeres así, pero antes las había. Mujeres que no podían vivir sin el hombre al que querían. Cuando ese hombre desaparecía se volvían locas, o se morían o algo así. Dicen que es amor. Pero yo siempre he pensado que era el miedo a tener que criar sola a sus hijos. ¿Entiende lo que quiero decir?

Siguió hablando mientras Lechero, arrellanado en su asiento, escuchaba murmuraciones, historias, leyendas, suposiciones… Su pensamiento se adelantaba al de ella, o le seguía, o le acompañaba, y, poco a poco, con lo que Susan le decía, con lo que sabía y con lo que imaginaba, fue uniendo todos los cabos.

Cantar había dicho a todos que iba a un colegio cuáquero, pero la verdad es que se fue con Jake en una carreta llena de antiguos esclavos en dirección a Boston o hacia donde fuera. Debieron ir dejando por el camino a todos los pasajeros, y al final Jake, el que llevaba las riendas, por no saber leer se metió en un camino equivocado y acabaron en Pensilvania.

—Pero los niños cantan una canción que dice: «Jake, único hijo de Salomón.» El único.

La miró esperando que no se hubiera ofendido por la interrupción.

—Se equivocan. No era el único hijo. Tenía veinte más. Pero sí fue el único que quiso llevarse consigo. Quizá sea eso lo que quiere decir la canción. Lo llevaba en brazos, pero se le cayó cerca del porche de la mansión. Allí es donde Heddy le encontró. Iba a ayudarles a hacer jabón y velas. No era esclava, pero trabajaba en la mansión en ciertas épocas del año. Estaba derritiendo el sebo cuando vio a Salomón con el niño en brazos volando hacia la cumbre. Pasaron rozando un árbol y el niño cayó de los brazos de su padre y fue a dar en el suelo. Había perdido el sentido pero las ramas del árbol pararon el golpe salvándole de la muerte. Heddy corrió a recogerle. No tenía hijos varones, ya le dije, sólo una niñita, y éste le había caído del cielo casi en el regazo. Nunca le cambió de nombre. Le dio miedo. Luego supo que el niño era de Ryna pero que ésta se había vuelto loca. Heddy vivía bastante lejos de la casa de Salomón y de donde trabajaban los otros negros. Siempre hizo todo lo posible por aislar a su hija de ellos. Ya puede imaginarse lo que sentiría cuando se escaparon juntos. Sólo le quedaba mi padre.

—¿Tuvo Jake que registrarse en la Oficina de Libertos antes de salir del Estado?

—Todos tuvieron que hacerlo. Todos los que habían sido esclavos, quiero decir. Pero nosotros nunca lo fuimos.

—Eso ya me lo ha dicho. ¿Se inscribieron también los hermanos de Jake?

—No lo sé. Debieron ser malos tiempos aquéllos. Malos. Aún no entiendo cómo se sabe hoy quién es quién.

—Me ha ayudado usted muchísimo, señorita Byrd. Se lo agradezco.

Se le ocurrió preguntarle si tenía un álbum de fotos. Le hubiera gustado ver a Cantar, a Crowell, incluso a Heddy. Pero decidió no pedírselo. Ella podría empezar a hacerle preguntas y no quería molestarla con un pariente recién encontrado y tan negro como Jake.

—Pero esa mujer que está usted buscando, esa Pilatos, no puede ser la misma, ¿verdad?

—No —dijo él—, no puede ser.

Estaba a punto de salir cuando se acordó del reloj.

—A propósito, ¿me dejé aquí mi reloj ayer? Me gustaría encontrarlo.

—¿Su reloj?

—Sí. Su amiga quería verlo, la señorita Long. Se lo di y luego me olvidé de…

Lechero se interrumpió. Susan Byrd se reía a carcajadas.

—Puede usted despedirse de él, señor Macon. Grace irá por todo el Condado hablando a la gente del reloj que usted le regaló.

—¿Cómo?

—Verá, no es que ella tenga malas intenciones, pero es que por aquí nunca pasa nada. No vienen muchos turistas y menos jóvenes con reloj de oro y acento del Norte. Le diré que se lo devuelva.

—No importa. No se preocupe.

—Tendrá usted que perdonarla. Este es un sitio aburrido, señor Macon. Aquí no pasa nada. Absolutamente nada.